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Full text of "Santa Teresa de Jesús y la orden de predicadores, estudios historicos, regente de estudios en el Colegio de Sante Tomas de Avila"

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^  A 


LA  ORDEN 


PREDICADORES 


4^«hi^ 


SñlTil  TERESA  DE  JESÚS 


LA  ORDEN  DE  PREDICADORES 


ES  PROPIEDAD 


¡u,!ü¡ilna  de  Jl„iiur_r  Mciid.  — M.iUrid 

M.rc.-d  .xtr.u.nlin.ri;.  r)...-  Sapla  Tcrrsa  de  Jrsús  recibió  en  esta  I^ílesia  de 

Santo  Tom.-is  el  dia  de  Nuestra  Señora  de  la  Asunción,  ano  de  1561. 

{Reproducción  dd  cuadro  que  existe  en  la  Capilla  del  Santísimo  Cristo 

de  la  Afionfa,  en  donde  recibió  esta  merced) 

(VIDA,  CAP.  33.) 


iEcc\ 


SANTA  TERESA  DE  JESÚS 

Y 

Lil    OI^DBN    DB    PI^BBICilDOriBS 
ESTUDIOS  HISTÓRICOS 

POR 

EL  M.  U.  l\  T\l  FELIPE  MAllTIN  0.  P. 

REGENTE  DE  ESTUDIOS 

EN 

ELCOLEGIODESANTOTOAÁ5DE  AVILA 
CON  PRÓLOGO  DE  D.  MIGUEL  MIR 

Düí    LA    iKEAIi.ACABití^UIÍA   IHSFAÑOILA 


Taiitum  opas  Reforma  tío  ¡lis 
perfecit  (Diva  Tcrcsia)  subsidio 
Prcedicatorum  adjuta,  quibus  plu- 
riinis  doctrina  ct  sanctitaíc  prw- 
claris  usa  est  á  confcssionibus 
consiliis  spiritualiquc  rcgiminc. 
(Breviarium  o.  p.) 


CON  LAS  LICENCIAS  NECESARIAS 


AVILA 

TIP."  Y  ENCUADERNACIÓN  DE  SUCESORES  DE  A.  JIMÉNEZ 
1909 


CENSÜRA^CLESIÁSTICA 

Censurada  de  nuestra  orden  por  el  M.  I.  Sr.  Ledo.  D.  Froilún  Perrina, 
Canónigo  Lectoral  de  esta  Santa  y  Apostólica  Iglesia  Catedral,  la  obra  ti- 
tulada Santa  Teresa  de  jesús  y  la  Orden  de  Predicadores,  de  la  que  es  au- 
tor V.  R.  y  siendo  favorable  el  dictamen  del  Censor  de  oficio,  concedemos 
nuestra  licencia,  por  lo  que  á  Nos  toca,  para  que  pueda  publicarse  dicha 
obra,  y  con  arreglo  á  lo  mandado  por  Su  Santidad  el  Papa  Pío  X  en  su 
Encíclica  <Pascendi>  de  8  de  Septiembre  de  1907  al  publicarse  la  repetida 
obra,  en  el  lugar  acostumbrado,  para  que  conste  la  licencia  de  la  autori- 
dad Eclesiástica  se  consigna  lo  siguiente: 

Abalee  20  Novembris  anni  1908.  Nihil  obstat. 

Lie.  Froylamis  Perrino  Canónicas  T/ieologus. 

Abulce  23  Novembris  anni  1908. 

IMPRIMATUR 

f  JOACHiM,  Eppus.  Abalen. 


iiiiiiiiimiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiinii 


CENSURA    DE    LA   ORDEN 

Los  infrascritos,  designados  para  censurar  la  obra  que  con  el  título  Santa 
Teresa  de  Jesús  y  la  Orden  de  Predicadores,  ha  escrito  el  M.  R.  P.  Fr.  Fe- 
lipe Martín,  certifican  que  la  han  leído  con  detención  y  que  no  sólo  no  han 
encontrado  en  ella  nada  digno  de  censura,  sino  que  por  el  contrario  estiman 
que  su  publicación  y  lectura  será  provechosa  á  las  almas  y  muy  útil  para 
esclarecer  importantes  puntos  en  la  historia  de  la  insigne  Reformadora  del 
Carmelo. 

Meritísima  labor  ha  realizado  el  P.  Felipe,  al  dar  unidad  y  vida  á  las  dis- 
persas y  olvidadas  piezas  que  forman  la  armazón  y  contestara  de  su  obra, 
desarrollada  en  bien  concebido  plan  y  con  grande  riqueza  de  datos,  descono- 
cidos algunos  de  ellos  hasta  la  f celia. 

Rector. 

o/i.   QJviz^ífnta   o/et-'^tef'nc/ex, 
Lector  de  Teología. 

En  vista  del  informe  favorable  de  los  RR.  PP.  LL.  designados  al  efecto; 
concedemos,  por  lo  que  á  Nos  toca,  el  competente  permiso  para  la  impresión 
del  Manuscrilo  Santa  Teresa  de  Jesús  y  la  Orden  de  Predicadores,  por  el 
R.  P.  Fr.  Felipe  Martín.  Manila  27  de  Diciembre  de  1908,  Fr.  Migukl  Na- 
KRO,  Pr.  Provincial. 


í) E 1) líkU R I A 

excelsa  üirgen  y  amaníisima  madre  mía 
Santa  Ceresa  de  Jesús. 

fll  acercarse  el  fin  de  mis  días  y  á  punió  de 
abandonar  el  tiempo  para  entrar  en  la  eterni- 
dad, ha  querido  ei  Señor  en  su  gran  misericor- 
dia inspirarme  y  ayudarme,  para  que  pueda 
ofreceros  este  pequeño  obsequio  en  reconoci- 
miento á  tantos  beneficios  como  por  uuestra 
intercesión  íie  recibido,  y  al  mismo  tiempo  para 
sobornaros  á  fin  de  que  me  asistáis  propicia  en 
el  trance  terrible  de  mi  muerte.  Recibidlo,  Ma- 
dre mía,  y  tomadlo  bajo  uuestra  protección. 
Haced  quepor  su  medio  conozca  el  mundo  cuan- 
to amasteis  á  Santo  Domingo  y  á  su  Orden;  y  á 
su  uez,  cuan  amada  y  íauorecida  fuisteis  de  tan 
Santo  Patriarca  y  de  sus  liijos.  Proteged  desde 
el  cielo  á  la  Orden  de  vuestro  amigo,  y  compa- 
deceos de  este  uuestro  necesitado  íiijo,  admi- 
rador y  deuoto  que  os  pide  la  bendición  y  besa 
humildemente  uuestras  plantas  uirginales. 

Dominico. 


PROTESTA 


Cuanto  en  esta  obra  se  contiene,  se  sujeta  á  la  corrección  y  censura  de 
la  Santa  Iglesia  Católica;  y  especialmente  lo  que  sobre  santidad  de  perso- 
nas, revelaciones,  apariciones  y  milagros  se  refiere,  no  se  entiende,  ni  se 
desea  se  entienda  de  otro  modo,  que  conforme  al  decreto  de  N.  S.  P.  Ur- 
bano VIH,  dado  el  año  de  1625;  así  como  á  lo  que  acerca  de  hechos  his- 
tóricos y  acontecimientos  maravillosos  se  dice,  ni  se  le  da  ni  se  pretende 
se  le  dé  mayor  fe,  que  la  que  tiene  por  fundamento  la  autoridad  humana, 
excepto  lo  que  en  la  vida  y  actas  de  los  santos  haya  aprobado  y  confir- 
mado la  misma  Santa  Iglesia. 


-^- 


AL    LECTOR 


Por  benévola  condescendencia  del  P.  Felipe  Martín,  he  ido  leyendo, 
según  salían  de  la  imprenta,  los  pliegos  de  este  libro  sobre  Santa  Teresa 
de  Jesús  y  la  Orden  de  Predicadores,  que  tienes,  oh  lector,  entre  las  manos. 
Ya  antes  había  leído  parte  de  él  en  manuscrito  y  en  los  primeros  esbozos, 
y  su  lectura  había  causado  en  mí  grandísimo  deleite.  Había  visto  una  causa 
bien  y  hermosamente  tratada,  y  descubierto  en  la  vida  de  Santa  Teresa 
cosas  que,  ó  me  eran  desconocidas  del  todo,  ó  no  las  habia  visto  clara  y 
distintamente.  La  lectura  cabal  del  libro  ha  completado  este  conocimiento 
y  acrecentado  en  mí  el  dulce  suavísimo  deleite  que  se  experimenta  leyendo 
las  cosas  de  la  insigne  Reformadora. 

Tal  ha  sido  este  deleite,  que  me  ha  inclinado  á  comunicar  al  público  mi 
grata  impresión  diciendo  en  alta  voz  y  en  letras  de  molde  algunas  de  las 
ideas  y  afectos  experimentados  con  la  lectura  de  este  libro.  Al  hacerlo, 
ofenda  quizás  la  modestia  del  P.  Martín;  pero  daré  satisfacción  á  mis  senti- 
mientos y  haré  la  justicia  que  se  debe,  á  lo  menos  tal  como  yo  la  entien- 
do, á  una  de  las  obras  históricas  mejores  que  han  salido  en  España  en  los 
últimos  tiempos. 

Hace  años  que  unidos  el  P.  Martín  y  yo  por  el  lazo  de  la  devoción  á 
Santa  Teresa  de  Jesús,  nos  hemos  ido  comunicando  nuestras  ideas  y  la 
variedad  de  afectos  que  producía  en  cada  uno  de  nosotros  la  lectura  de 
las  obras  de  la  Santa.  Él  era  veterano  en  esta  lectura  y  estudio;  yo  novicio 
y  mero  aficionado.  Con  todo,  siempre  hemos  coincidido  en  las  aprecia- 
ciones y  en  los  juicios. 


vm        - 

De  esta  conformidad  de  ideas  ha  procedido  el  animarnos  á  seguir  ade- 
lante en  los  estudios  que  hablamos  emprendido  sobre  la  historia  de  la  vida 
de  la  Santa. 

Hoy  publica  él  los  suyos.  Los  míos  tardarán  bastante  en  darse  á  la  luz 
pública,  si  es  que  se  dan  alguna  vez,  pues  á  mi  edad  no  hay  que  contar 
mucho  con  los  años,  ni  con  la  robustez  de  la  salud,  necesaria  para  llevar 
hasta  el  cabo  obra  de  tan  grande  empeño. 

No  tengo  autoridad  para  hablar  como  crítico  de  la  del  P.  Martín;  sólo 
quiero  declarar  sencillamente  lo  que  pienso  de  ella,  diciendo  ante  el  pú- 
blico lo  que  he  dicho  muchas  veces  en  conversaciones  amigables.  Tam- 
poco pretendo  hacer  una  crítica,  ni  un  resumen  analítico  del  libro.  Sólo 
intento  expresar  la  impresión  que  me  ha  hecho  su  lectura,  breve  y  conci- 
samente y  con  la  mayor  llaneza  posible.  El  libro  de  seguro  merece  mucho 
más,  pero  ni  yo  tengo  tiempo  para  tanto,  ni  tampoco  se  extienden  á  más 
las  fuerzas  de  mi  inteligencia,  ni  los  alcances  de  la  memoria  para  recordar 
de  presente  todos  los  hechos  y  razonamientos  que  se  exponen  en  obra 
tan  dilatada. 

Es  notorio  que  sobre  Santa  Teresa  de  Jesús  se  ha  escrito  muchísimo. 
Pocos  serán  los  personajes  históricos  de  quien  se  haya  escrito  tanto.  En 
esos  escritos  hay  de  todo:  bueno,  mediano  y  malo.  Pero  con  ser  tanto  lo 
escrito  sobre  Santa  Teresa,  se  puede  dar  por  seguro  que  queda  muchí- 
simo por  escribir.  Su  persona  es  tan  grandiosa  y  excelsa,  se  la  puede  mirar 
y  estudiar  á  tantos  visos  y  de  lados  tan  diferentes,  que,  por  mucho  que  se 
estudie  y  escriba  sobre  ella,  quedará  mucho  que  estudiar  y  que  escribir. 

El  tema  es  realmente  inagotable. 

E!  P.  Felipe  Martín  no  ha  tomado  para  su  estudio  más  que  un  lado  ó 
viso  de  esta  personalidad. 

Muy  versado  en  la  lectura  de  las  obras  de  la  Santa,  pues  según  propia 
confesión,  hace  treinta  y  cuatro  años  que  no  se  le  ha  pasado  día  sin  leer 
algo  de  sus  obras,  hubo  de  caer  muy  pronto  en  la  cuenta  de  que  hasta 
ahora  nadie  había  tratado,  con  la  amplitud  que  se  merecen,  las  relaciones 
que  tuvo  la  Santa  con  los  Padres  de  la  Religión  de  Santo  Domingo.  El 
P.  Paulino  Alvarez  trató  en  verdad  de  este  asunto;  pero  en  su  libro  hecho 
con  ocasión  del  centenario  de  la  muerte  de  la  Santa,  se  indica  demasiado 


la  precipitación  con  que  fué  escrito.  Además  cuando  el  Padre  Paulino  es- 
cribió este  libro  no  se  conocían  muchos  documentos  que  han  aparecido 
después.  Había,  pues,  un  vacío  que  llenar  y  vacío  muy  importante  en  la 
vida  de  la  Santa  Fundadora.  El  P.  Martín  se  dispuso  á  llenarlo,  preparán- 
dose de  antemano  con  la  lectura  de  las  obras  de  Santa  Teresa  estudia- 
das á  esta  luz,  y  con  la  compulsación  de  los  documentos  antiguos  de  que 
ha  podido  disponer,  por  nadie  hasta  ahora  aprovechados.  Madurado  el 
proyecto,  ha  trabajado  en  él  algunos  años,  y,  ya  realizado,  presenta  hoy 
su  trabajo  al  público  como  nueva  contribución  á  la  historia  de  la  Santa. 

Hablar  de  la  amplitud  del  diseño  de  esta  obra,  de  la  perfección  de  su 
desempeño,  de  los  nuevos  aspectos  que  presenta  en  la  vida  de  Santa  Te- 
resa, es  ocioso.  El  lector  la  tiene  en  sus  manos  y  puede  juzgar  por  sí  á  poco 
que  la  lea  ú  hojee.  Pero  sí  conviene  advertir  y  llamar  la  atención  hacia  la 
imparcialidad,  sosiego  y  tranquilidad  de  espíritu  con  que  está  escrita  la 
obra  sobre  Santa  Teresa  y  la  Orden  de  Predicadores. 

Perteneciente  el  P.  Martín  á  un  Instituto  Religioso,  cuya  gloria  en 
sus  relaciones  con  la  Santa  se  preconiza  en  este  libro,  pudiera  creer  al- 
guno que,  al  declarar  esta  gloria,  se  dejaría  llevar  del  entusiasmo  que  en 
cada  hijo  produce  naturalmente  la  gloria  de  la  madre,  exhalando  este  entu- 
siasmo en  frases  ponderativas  y  elogios  ditirámbicos,  en  los  cuales  tuviese 
más  parte  el  sentimiento  y  la  pasión  que  la  discreción  y  la  prudencia. 

Nada  de  esto  hay  en  la  obra  del  P.  Martín.  No  es  ésta  una  apología,  ni 
una  diatriba,  sino  una  manera  de  alegato,  en  que  se  asienta  con  palabras 
muy  claras  la  causa  que  se  trata  de  defender,  y,  expuesta  esta  causa,  se 
traen  las  pruebas  y  testimonios  con  que  se  defiende  y  saca  adelante. 

El  P.  Martín,  como  verá  el  lector,  habla  poco  por  sí,  relativamente: 
quien  habla  más  y  más  claramente  son  los  testigos  de  este  pleito,  es  á  saber, 
los  documentos,  que  en  tales  causas  lo  son  todo,  y  documentos  auténticos, 
fidedignos,  y  los  más,  hasta  ahora  no  conocidos. 

La  conclusión  á  que  se  llega  en  este  alegato  y  con  la  fuerza  de  estos 
testimonios  es  tal  que  no  es  posible  sustraerse  á  la  evidencia  de  que  la 
Orden  de  Predicadores,  representada  en  algunos  de  sus  individuos,  fué 
entre  todas  las  Ordenes  religiosas  la  que  más  ayudó  á  Santa  Teresa,  tanto 
en  su  formación  y  educación  mística  como  en  el  fomento  de  la  obra  para 


la  cual  Dios  la  envió  al  mundo,  esto  es,  la  Reformación  de  la  Orden  de 
Nuestra  Señora  del  Carmen,  así  en  mujeres  como  en  hombres. 

A  esta  conclusión  llega  el  P.  Martín  por  sus  pasos  contados,  puestos 
los  ojos  en  la  verdad  que  es  su  guía,  con  los  textos  en  la  mano,  sin  que 
ni  la  pasión  le  extravíe,  ni  el  espíritu  del  cuerpo  le  haga  exagerar  ni  sacar 
de  quicio  las  cosas,  y  sin  dejar  de  ver  ciertas  flaquezas,  ó  errores,  ó  teme- 
ridades de  algunos  individuos,  antiguos  compañeros  suyos,  que  en  ciertos 
momentos  disonaron  en  este  concierto  de  universal  ayuda  y  protección  á 
la  Santa  Reformadora. 

Es  notorio  que  el  espíritu  de  cuerpo  es  uiio  de  los  mayores  enemi- 
gos que  tiene  la  verdad  de  la  historia,  de  seguro  el  más  artero  y  peligroso- 
El  escritor  que  está  poseído  de  él  anda  siempre  á  riesgo  de  equivocarse. 
Puede  ciertamente  conocer  mejor  que  otros  la  naturaleza  de  ciertas  cosas; 
pero  puede  facilísimamente  cegarse  en  el  juicio  que  forme  de  ellas,  errar 
él  y  hacer  errar  á  los  demás.  Bajo  la  capa  de  amor  al  instituto  á  que  per- 
tenece puede  esconderse  el  amor  de  sí  mismo,  la  vanidad,  el  orgullo,  el  yo, 
el  abominable  yo,  y  donde  quiera  que  esté  este  señor,  ya  se  sabe  que  pue- 
den temerse  los  mayores  estragos. 

Dice  á  propósito  de  esto  un  autor  moderno,  compañero  y  hermano  de 
hábito  del  P.  Martín,  el  P.Juan  González  Arintero:  «Este  sutilísimo  egoísmo 
se  oculta  otras  veces  en  el  enfático  nuestro  ó  nosotros;  ya  que  no  se  atreva 
uno  á  alabarse  expresamente,  y  preferirse  á  los  demás,  alaba  y  prefiere  las 
cosas  por  lo  que  tienen  de  suyas.  Pondera  á  su  Patria  ó  á  su  misma  fami- 
lia, á  su  clase,  á  su  corporación  ó  congregación  religiosa,  en  apariencia  por 
lo  mucho  que  les  debe  ó  ellas  se  merecen,  y  en  realidad  porque  en  ese 
grupo  está  uno  mismo  incluido,  y  en  ese  modesto  nosotros  se  esconde  y 
disfraza  el  picaro  Yo,  que  trata  de  asomar  la  cabeza  de  un  modo  ú  otro. 
Los  verdaderos  religiosos  santos,  por  mucho  que  amaran,  como  debían,  á 
sus  respectivas  Ordenes,  nunca  trataron  de  preferirlas  á  otras  que,  mere- 
ciendo igual  aprobación  de  la  Iglesia  son  tamb\én  jardines  de  delicias  del 
Señor  .  (I) 

(1)    Nota  al  cap.  IV,  de  la  parte  2.^   de  la  Obra  del  P.  Juan  González  Arintero, 
«La  Evolución  mística»,  pág.  P>98. 


XI 

Agregado  á  la  Congregación,  tal  vez  acaso,  ó  por  la  fuerza  de  las  cir- 
cunstancias, á  poco  se  siente  otro  hombre  en  sus  ideas  y  afectos.  Lo  que 
antes  le  parecía  indiferente  hoy  lo  mira  con  vivísimo  interés.  La  naturale- 
za de  la  corporación,  su  historia,  su  manera  actual  de  ser,  ejercen  en  él  ex- 
traña influencia.  Sin  duda  contribuirán  á  la  formación  de  esta  opinión  ideas 
y  sentimientos  generosos;  pero  es  posible  también  que  en  ella  tenga  su 
parte  el  egoísmo,  la  devoción,  el  culto,  la  adoración  al  yo  que  lleva  me- 
tido en  las  entrañas,  que  nunca  se  aparta  de  él  y  que  le  mueve  y  agita 
siempre. 

Formando  parte  de  la  corporación,  los  intereses  de  ésta  se  confunden 
con  los  propios.  Movido  por  este  interés,  todo  en  ella  le  parece  bueno  y 
loable.  El  velo  del  egoísmo  le  impide  ver  defectos  que  á  otros  se  les  des- 
cubren muy  clara  y  distintamente.  Arrastrado  por  este  egoísmo  y  cegado 
por  este  velo,  se  empeña  en  defender  á  esa  corporación,  cosas  y  hombres, 
en  lo  pasado,  en  lo  presente  y  en  lo  futuro,  rasamente  y  á  rajatabla,  sin 
que  valgan  razones  ni  documentos  en  contra.  Aun  conociendo  esos  docu- 
mentos en  contra  y  su  importancia  y  valor,  se  revuelve  airado  contra  ellos, 
y  ya  que  no  puede  suprimirlos,  los  trunca  y  desnaturaliza,  los  falsifica  tal 
vez,  los  interpreta  temeraria  y  caprichosamente.  Contra  esa  manera  de  pro- 
ceder, protesta  una  y  mil  veces  la  severa  gravedad  de  la  historia;  pero  esas 
protestas  son  inútiles.  A  todo  se  sobrepone  ese  yo,  minúsculo,  atómico, 
invisible,  pero  muy  visible  y  muy  grande  á  los  ojos  de  la  propia  vanidad, 
que  inspira  y  gobierna  al  escritor. 

Los  estragos  que  ha  causado  á  la  verdad  histórica  esta  manera  de  ser, 
esta  disposición  morbosa  del  espíritu,  no  hay  para  qué  referirlos. 

A  buena  fortuna  el  P.  Felipe  Martín  no  padece  de  esta  morbosidad. 

Teniendo  muy  á  la  mira  que  pertenece  al  Instituto  religioso  que  tiene 
por  blasón  la  verdad,  la  busca  con  afán  en  todas  partes,  y,  hallada,  la  de- 
clara lisa,  llana  y  sinceramente,  sin  tener  en  cuenta  las  miras  é  intereses 
de  la  corporación  de  que  es  individuo;  y  con  igual  sinceridad  habla  de  los 
PP.  Pedro  Ibáñez,  Domingo  Báñez,  García  de  Toledo  y  otros  que  á  cara 
descubierta  protegieron  y  favorecieron  á  Santa  Teresa,  que  de  los  PP.  Bar- 
tolomé Medina  y  Barrientos  que  en  ciertos  tiempos  la  desfavorecieron, 
aunque  después  volvieron  de  su  primer  acuerdo;  sin  que  oculte  tampoco  el 


XII 

caso  de  un  dominico,  cuyo  nombre  no  nos  ha  dejado  la  historia  y  que  la 
desacreditó  grandemente  y  que  no  sabemos  reparase  su  dicho. 

A  vueltas  de  las  relaciones  de  los  PP.  Dominicos  con  Santa  Teresa 
trata  el  P.  Martin  otros  muchos  puntos  de  su  vida,  sobre  los  cuales  derra- 
ma gran  copia  de  luz,  gracias  á  los  nuevos  documentos  de  que  ha  podido 
aprovecharse.  Sería  infinito  particularizarlos. 

Tome  el  curioso  el  libro  en  sus  manos  y  á  poco  que  lea  en  él  verá 
cuántas  cosas  salen  á  luz  de  la  vida  de  Santa  Teresa  nuevas,  del  todo 
nuevas  y  de  que  hasta  ahora  nadie  habla  hablado.  Entre  ellas  no  es  posible 
dejar  de  notar  dos  de  extraña  originalidad. 

Es  la  primera  aquella  en  que  demuestra,  textos  en  mano,  que  las  cons- 
tituciones escritas  por  Santa  Teresa  para  las  religiosas  de  su  orden  se  ase- 
mejan hasta  coincidir  en  muchos  de  sus  puntos  con  las  de  la  Orden  de 
Santo  Domingo;  lo  cual  demuestra  la  mano  que  tuvo  el  P.  Domingo  Báñez, 
confesor  de  la  Santa  en  el  tiempo  de  escribirse  estas  Constituciones,  en 
la  escritura  de  éstas:  y  la  segunda,  la  semejanza  que  tienen  las  ¡deas  filo- 
sóficas y  teológicas  de  Santa  Teresa  con  las  de  Santo  Tomás  de  Aquino 
en  su  Suma  Teológica;  lo  cual  patentiza  que  la  formación  intelectual  teo- 
lógica de  Santa  Teresa,  ni  más  ni  menos  que  la  mística,  fué  debida  á  los 
hijos  de  Santo  Domingo,  como  no  podía  menos  de  ser,  teniéndolos  Santa 
Teresa  por  maestros  en  todo. 

Cuando  expongo  mi  opinión  sobre  el  libro  del  P.  Martín,  ¿quiero  decir 
con  esto  que  apruebe  y  dé  por  buenas  todas  las  afirmaciones  que  hay  en 
él?  Nada  menos  que  esto. 

Hay  cosas  sobre  las  cuales  no  es  posible  diversidad  de  opiniones,  cuan- 
do hablan  claramente  los  documentos  que  en  historia  son  los  que  tienen  fe: 
mas  hay  otras  en  que  los  documentos  faltan,  ó  son  oscuros,  ó  se  desco- 
nocen, y  entonces  tienen  lugar  las  conjeturas  y  la  diversidad  de  pareceres. 
En  este  caso  están  algunas  cosas  que  hay  en  la  obra  del  P.  Martin.  Aquí  no 
señalaré  más  que  una,  es  á  saber,  el  atribuir  al  P.  Hernando  Alvarez  del 
Águila  el  caso  aquel  famosísimo  del  confesor  que  obligaba  á  Santa  Teresa 
á  hacer  un  gesto  despreciativo  á  la  imagen  de  Nuestro  Señor.  No  ha  sido 
el  P.  Martín  el  primero  que  ha  afirmado  tal;  pero  sin  ningún  fundamento. 
El  autor  de  ese  desmán,  que  lo  fué  muy  grande,  no  fué  el  P.  Hernando  del 


XIII 

Águila,  sino  otro  Padre  de  la  Compañía,  cuyo  nombre  no  ha  sonado  nunca 
en  esta  causa  ó  asunto.  La  revelación  de  este  nombre  con  otras  curiosida- 
des importantes  se  quedará  para  el  estudio  que  estoy  preparando  sobre  la 
vida,  espíritu  y  fundaciones  de  Santa  Teresa. 

Al  tratar  de  las  relaciones  que  tuvo  Santa  Teresa  con  el  instituto  de  la 
Orden  de  Santo  Domingo  háse  ido  naturalmente  la  pluma  del  P.  Martín  á 
tratar  de  las  que  hubo  de  tener  con  otros  institutos  religiosos.  Trata  este 
asunto  con  notable  discreción  y  sabiduría,  pero  siempre  atento  á  los  fue- 
ros de  la  verdad  de  que  no  puede  prescindirse  en  la  historia. 

Entre  esta  variedad  de  relaciones  hay  un  punto  que  ha  sido  para  él  ob- 
jeto de  su  investigación  especial,  es  á  saber,  las  que  mediaron  entre  Santa 
Teresa  y  la  Compañía  de  Jesús.  Estas  relaciones  están  tan  claramente  de- 
finidas por  grandísima  copia  de  documentos  del  todo  auténticos  y  deci- 
sivos que  parecía  inútil  tratar  de  este  punto;  pero  como  los  interesados  en 
derramar  tinieblas  sobre  estas  relaciones  y  aun  en  trastornar  y  tergiversar 
la  verdad  histórica  insistan  en  su  empeño,  era  necesario  defender  esta  ver- 
dad y  derramar  luz  donde  otros  se  empeñan  en  esparcir  tinieblas.  Ellos 
tienen  la  piel  muy  dura,  pero  el  historiador  digno  de  este  nombre  la  ha 
de  tener  más  dura  aún  (1);  Froniem  duriorem  frontibus  eoruni. 

No  trata  el  P.  Martín  de  todos  los  puntos  que  abarcaron  estas  rela- 
ciones, ni  aún  en  lo  que  dice  sobre  algunos  de  ellos  dice  todo  cuanto  se 
pudiera  decir;  pero  en  los  que  trata  pone  mucha  y  clarísima  luz,  deshacien- 
do la  serie  de  falsedades,  sofisterías  y  paralogismos  que  se  han  amonto- 
nado sobre  esto,  en  especial  los  de  un  autor  reciente  que  ha  venido  á  re- 
sucitar esta  cuestión  bien  á  deshora  é  inoportunamente. 

Dice  el  P.  Martín  que  al  tratar  este  punto  tal  como  él  lo  trata  lo  ha  he- 
cho movido  únicamente  por  el  amor  á  la  verdad  y  por  la  sinceridad  de 
que  debe  hacer  gala  todo  historiador.  No  necesitaba  decirlo,  pues  esta  sin- 
ceridad se  ve  en  todo  el  discurso  de  su  argumentación. 

Acaba  diciendo  que  á  esto  le  impulsó  también  el  temor  de  Dios,  de  que 
ha  de  estar  animado  el  historiador.  ¡Hermosamente  dicho! 

El  temor  de  Dios  es  bueno  para  todo;  y  muy  especialmente  para  escri- 


(1)     Ezech.  c.  III,  V.  8." 


XIV 

bir  acertadamente  de  cosas  de  historia;  y  aún  diremos  que  muy  especial- 
mente para  escribir  de  ciertas  cosas  de  historia  relativas  á  los  Padres  de  la 
Compañía  de  Jesús. 

Es  conocida  aquella  frase  de  Santa  Teresa,  (1)  en  la  cual,  refiriéndose 
á  ciertas  diferencias  que  habia  habido  entre  ella  y  un  Provincial  de  la 
Compañía  de  jesús,  decía  que  tenía  tan  poco  miedo  á  sus  fieros  que  ella 
misma  se  espantaba  de  la  libertad  que  Dios  la  daba  y  que  ni  toda  la  Com- 
pañía ni  todo  el  mundo  sería  parte  para  dejar  de  llevar  adelante  lo  que 
entendiese  ser  del  servicio  de  su  Divina  Majestad. 

En  la  disposición  de  ánimo  en  que  estaba  Santa  Teresa  ha  de  ponerse 
el  historiador  especialmente,  como  he  dicho,  cuando  tiene  que  tratar  cier- 
tas cosas  de  la  Compañía.  Sólo  á  Dios  ha  de  temer,  y  puestos  los  ojos  en 
la  verdad,  que  es  hechura  de  Dios,  ha  de  procurar  decirla  con  santa  y  ge- 
nerosa libertad,  sin  importarle  poco  ni  mucho  los  fieros  y  amenazas  de 
los  hombres.  Dénos  Su  Divina  Majestad  este  santo  temor  como  se  lo  dio 
ciertamente  á  Santa  Teresa. 

De  la  Real  Academia   Española. 


(1)     Epistolario,  IHl. 


Capítulo  preliminar. 

Caracteres  fundamentales  que  forman  la  fisonomía  de  Santa  de  Ceresa 
de  ¡esús.    Causas  que  favorecieron  su  formación  y  desarrollo. 


Tres  son  principalmente  los  timbres  de  gloria  que  circundan  las  sienes 
y  hermosean  el  alma  de  esa  mujer  extraordinaria  que  es  conocida  en  el 
universo  mundo  con  el  nombre  de  SantaTeresa  de  Jesús.  La  santidad,  la 
sabiduría  y  la  fortaleza  de  ánimo.  Santa  Teresa  fué  santa,  fué  doctora  y  es- 
critora, y. escogida  por  Dios  para  ser  reformadora. 

Como  santa,  comparte  esa  gloria  con  otras  muchas  almas,  quienes,  no 
obstante  la  delicadeza  de  su  sexo,  supieron  como  ella  conquistar  la  au- 
reola de  la  santidad.  La  Iglesia  presenta  millares  y  millares  de  almas  de 
su  sexo,  que  viviendo  en  todos  los  estados  practicaron  en  la  tierra  las 
más  heroicas  virtudes,  mereciendo  de  ese  modo  el  honor  de  haber  sido  co- 
locadas en  los  altares  y  que  se  las  tribute  un  culto  que  sólo  está  reserva- 
do á  los  santos  que  están  reinando  con  Cristo. 

Como  doctora  y  escritora  aparece  ya  más  singular  esta  seráfica  Vir- 
gen, aunque  no  única  que  participe  esa  gloria;  pues  sabido  es  que  Santa 
Catalina  de  Sena,  Santa  Gertrudis,  y  otras  matronas  cristianas  honraron 
no  poco  su  condición  y  su  sexo  con  escritos  celestiales,  si  bien  es  pre- 
ciso confesar,  que  no  sólo  ninguna  aventajó  á  Teresa,  pero  que  ni  siquie- 
ra la  igualó;  y  pudiera  sostenerse  que  es  singular  en  cierto  modo,  y  que 


-2- 

ninguna  mujer  ha  escrito  como  escribió  esta  mística  Doctora  (1).  Por 
este  carácter  de  escritora  se  le  lian  tributado  los  más  grandes  elogios  y 
alabanzas.  Su  estilo  ha  sido  considerado  como  un  modelo  que  debe  imitar 
nuestra  lengua  castellana,  la  cual  en  alas  de  Teresa  de  Jesús  ha  llegado 
á  ser  la  misma  elegancia  (2).  Por  su  celestial  doctrina  la  han  dado  los  más 
insignes  escritores  el  dictado  tan  honroso  de  escritora  y  de  mística  doctora, 
habiendo  con  esto  ingresado  en  cierto  modo  y  tomado  asiento  en  ei  coro 
de  los  Santos  Doctores  de  la  Iglesia  (3). 

Mas  el  timbre  de  gloria  que  con  ninguna  mujer  comparte,  es  el  de 
reformadora,  y  reformadora  de  una  Orden  religiosa,  la  más  antigua  de 
todas,  pues  su  origen  se  remonta  á  los  antiguos  profetas,  á  Elias  (4)  y 


(1)  El  P.  Báñez  predicando  en  sus  honras  fúnebres  en  el  monasterio  de  Carme- 
litas Descalzas  de  la  ciudad  de  Salamanca,  dijo  «que  la  tenía  por  tan  Santa  como  á 
Santa  Catalina  de  Sena,  y  que  en  los  libros  y  doctrina  la  excedía.»  (P.  Paulino  Al- 
varez,  (Santa  Teresa  y  el  P.  Báñez.) 

(2)  El  célebre  Fr.  Luis  de  León  no  dudó  en  escribir:  «Y  en  la  forma  del  decir  y 
en  la  pureza  y  facilidad  del  estilo,  y  en  la  gracia  y  buena  compostura  de  las  palabras 
y  en  una  elegancia  desafeitada,  que  deleita  en  extremo,  dudo  yo  que  haya  cu  nuestra 
lengua  escritura  que  con  ellos  se  iguale.»  Reprende  luego  á  los  que  habían  querido 
mudar  algunas  palabras  en  los  escritos  de  la  Santa  y  dice:  «Que  hacer  mudanza  en 
las  cosas,  que  escribió  un  pecho  en  quien  Dios  vivía,  y  que  se  presume  le  movía  á 
escribirlas,  fué  atrevimiento  grandísimo,  y  error  muy  feo  querer  enmendar  las  pa- 
labras: porque  si  entendieran  bien  castellano,  vieran  que  el  de  la  Santa  Madre  es  la 
misma  elegancia.  Que  aunque  en  algunas  partes  de  lo  que  escribe,  antes  que  acabe  la 
razón  que  comienza,  la  mezcla  con  otras  razones^  y  rompe  el  hilo  comenzado  mu- 
chas veces  con  cosas  que  ingiere;  mas  ingiérelas  tan  diestramente,  y  hace  con  tan 
buena  gracia  la  mezcla,  que  eso  mismo  la  acarrea  hermosura  y  es  el  lunar  del  refrán. 
Así  que  yo  los  he  restituido  á  su  primera  pureza.»  (Prólogo  á  las  Obras  de  Santa 
Teresa.) 

(3)  Boussuel,  sur  les  etats  d'oraison,  IX,  3. 

(4)  Por  eso  nos  dice  en  el  capítulo  XXVII  de  sus  Fundaciones:  «Y  tantos  males 
juntos,  que  me  pareció,  mirando  lo  que  tenía  por  andar,  y  viéndome  así,  acordarme 
de  nuestro  Padre  Elias,  cuando  iba  huyendo  de  Jezabel,  y  decir:  «Señor,  ¿cómo  tengo 
yo  de  poder  sufrir  esto?  Aliradlo  Vos.»  Y  en  el  XXVIII  hablando  de  la  fundación  en 
Villanucva  de  la  Jara,  escribe  así:  «Entrando  en  la  Iglesia  con  un  Te  Deum,  y  voces 
muy  mortificadas.  La  entrada  de  ella  es  debajo  de  tierra,  como  por  una  cueva,  que 
representaba  la  de  nuestro  Padre  Elias  >) 


—  3- 

Eliseo  (1),  moradores  del  Carmelo  (2)  de  quien  tomaron  el  nombre  de 
Carmelitas,  cuyo  venerando  nombre  ha  sido  canonizado  por  la  iglesia  y 
por  la  tradición  de  todo  el  pueblo  cristiano.  Bajo  este  aspecto  es  singular 
é  individual  esta  celebérrima  Virgen,  sin  que  se  registre  en  los  anales  de 
la  Iglesia,  que  una  mujer  haya  reformado  una  Orden  y  haya  dado  consti- 
tuciones y  leyes,  disponiendo  el  modo  de  vivir  en  el  estado  religioso  no 
solo  á  hombres,  sino  á  mujeres.  Tal  y  tan  extraordinario  acontecimiento 
fué  sin  duda  prefigurado  en  el  Testamento  antiguo,  cuando,  como  nos 
refieren  las  sagradas  páginas  apareció  la  gran  Débora  quien  obró  en  el 
pueblo  de  Israel  las  más  inauditas  proezas,  dirigiendo  y  acaudillando  á 
las  huestes  de  los  hijos  de  aquel  pueblo  que  peleaba  por  su  Dios.  Débora 
fué  la  figura  más  acabada  y  perfecta  de  Teresa  de  Jesús. 

Teresa  es  á  la  verdad  la  Débora  del  nuevo  Testamento,  y  se  puede 
decir  de  ella  lo  que  el  Espíritu  Santo  nos  dijo  de  la  antigua.  «Muchos  hom- 
bres ha  habido  antes  de  ti  que  han  sido  jueces  en  Israel;  pero  no  ha  habi- 
do antes  de  tí  mujer  alguna  que  lo  haya  sido.>^  Y  en  verdad:  los  Antonios, 
los  Benitos,  los  Domingos,  los  Franciscos,  fueron  fundadores  de  Ordenes 
religiosas  en  la  Iglesia;  pero  ninguna  mujer  ha  sido  antes  de  tí  fundadora 
y  menos  reformadora  (3)  de  ningún  instituto  religioso,  de  ninguna  Orden 
que  abrace  por  igual  ú  los  dos  sexos  (4).  Esta  es  gloria  singular  de  Teresa 


(1)  «Tenía  aquella  señora  aderezada  una  sala  muy  grande,  y  muy  bien,  adonde  se 
había  de  decir  la  misa,  porque  se  había  de  hacer  pasadizo  para  la  que  nos  daba  el 
obispo;  y  luego  otro  día,  que  era  de  nuestro  Padre  San  Elíseo  se  dijo.  >  (Capítulo  XXX 
en  la  fundación  de  Soria.) 

(2)  Aludiendo  á  este  origen  y  genealogía  escribe  la  Santa  en  el  capítulo  I  de  sus 
quintas  :\Ioradas:  Así  digo  ahora,  que  aunque  todas  las  que  traemos  este  hábito 
sagrado  del  Carmen,  somos  llamadas  á  la  oración  y  contemplación  (porque  este 
fué  nuestro  princpio,  desta  casta  venimos,  de  aquellos  Santos  Padres  nuestros  del 
Monte  Carmelo,  que  en  tan  gran  soledad  y  con  tanto  desprecio  del  mundo  buscaba 
este  tesoro,  esta  preciosa  margarita  de  que  hablamos),  pocas  nos  disponemos  para 
que  nos  las  descubra  el  Señor.» 

(3)  Véase  á  Palafox,  carta  primera  de  Santa  Teresa  al  Rey  Felipe  II,  nota  5,  edi- 
ción de  1793,  donde  entre  otras  cosas,  dice:  «Más  fácil  es  fundar  tres  Religiones,  que 
reformar  una. 

(4)  'nixcrim  te  Dcboram  sapicntia,  et  imperio  in  virus  jiidicaiidique  potestatc 


-4  — 


de  Jesús,  sobre  todo  si  se  tiene  en  cuenta  el  fin  que  ella  se  propuso  al  im- 
plantar su  Reforma,  que  no  fué  otro  sino  deshacer  las  huestes  infernales 
de  Lutero,  que  causaban  en  Francia  inmensos  estragos  en  las  almas  (1.) 


percelebrem,  quae  viros  hortata,  erectoque  vexillo,  virilis  animi  dignissimae  forti- 
tudinis  cxempla  demonstravit.  Nunquam  magis  in  oraculi  niodum,  quam  de  Te  dici 
illud  potuit:  Miilti  aniea  judices  in  Israel,  sed  nulla  ante  le  Judcx  faemina.  Quid  me- 
rnorem  Heroas  Eclesiae,  Divos  Basilium,  Augustinum,  Benedictum,  Dominicum, 
Franciscum:  qui  primi  arenas  ingressi,  incertuní  an  milites,  an  duces,  plus  fortitudine 
quam  prudentia  voluerint?  Multi  equidem  judices  in  Israel,  sed  nulla  ante  Te,  Ó 
DIVA  VIRGO,  judex  faemina,  quae  viris  exemplum  fortitudinis  esse  potuerit,  quae 
belli  suscipiendi  in  castris  Domini,  prima  vexillum  tulerit  docueritque  viros  arma 
tractare.  Nihil  est  quod  Synagogae  Ecclesia  invideat:  Teresiam  vidít,  altiori  spiri- 
tu,  melioribus  fatis,  et  in  graviori  certamine,  hortari  viros,  et  in  hostes  accendere. 
Putares  revocatis  temporum  vicibus 
ut  Deberá  quondam 

Duceret  instructas  posí  fortia  classica  turmas, 

Et  mulier  sumpto  praccederet  agmiiia  signo. 

Mirantes  hortata  viros;  quos  ipsa  ferocem, 

Exemplo,  verboque  monens,  accendit  in  hostem.* 

(Gonet,  Ciypeus  Teologiae  en  la  dedicatoria  de  la  obra.) 
(1)  Y  que  este  fué  el  fin  principal,  nos  consta  claramente  de  sus  palabras  en  el 
capítulo  1  del  Camino  de  Perfección.  Dice  así:  En  este  tiempo  vinieron  á  mi  noticia 
los  daños  de  Francia  y  el  estrago  que  habían  hecho  estos  luteranos,  y  cuánto  iba 
en  crecimiento  esta  desventurada  secta.  Dióme  gran  fatiga,  y  como  si  yo  pudiera 
algo  ó  fuera  algo,  lloraba  con  el  Señor,  y  le  suplicaba  remediase  tanto  mal.  Pare- 
cíame que  mil  vidas  pusiera  yo  para  remedio  de  un  alma  de  las  muchas  que  allí  se 
perdían.  Y  como  me  vi  mujer  y  ruin,  imposibilitada  de  aprovechar  en  lo  que  yo 
quisiera  en  el  servicio  del  Señor  (y  toda  mi  ansia  era,  y  aún  es,  que  pues  tiene  tan- 
tos enemigos  y  tan  pocos  amigos,  que  esos  fuesen  buenos),  determiné  hacer  eso  po- 
quito que  era  en  mi,  que  es  seguir  los  consejos  evangélicos  con  toda  la  perfección 
que  yo  pudiese,  y  procurar  que  estas  poquitas  que  están  aquí  hiciesen  lo  mesmo.* 
Y  añade  al  empezar  el  capítulo  III:  «Tornando  á  lo  principal  para  lo  que  el  Señor 
nos  juntó  en  esta  casa  (y  por  lo  que  yo  mucho  deseo  seamos  algo  para  que  conten- 
temos á  su  Majestad),  digo  que  viendo  tan  grandes  males,  que  fuerzas  humanas  no 
bastan  á  atajar  este  fuego  destos  herejes,  que  va  tan  adelante...» 

Un  distinguido  profesor  del  Colegio  de  Francia,  reconocido  como  una  eminencia 
en  la  república  de  las  letras,  no  ha  temido  afirmar  *que  Santa  Teresa  ha  contribuí- 
do  más  que  San  Ignacio  y  el  gran  Rey  I'clipe  II  á  detener  el  movimiento  de  la  Re- 


-5- 

Pero  Dios  nuestro  Señor  que,  en  expresión  del  Espíritu  Santo,  dispo- 
ne con  suavidad  en  su  amorosa  providencia  los  acontecimientos  más  es- 
tupendos y  admirables,  ordenó  todo  el  proceso  de  la  vida  de  esta  incom- 
parable Virgen  en  consonancia  á  estos  fines. 

La  había  predestinado  para  que  fuera  una  Santa  y  así  la  dio  en  primer 
lugar  un  natural  y  alma  virtuosos  ó  inclinaciones  buenas;  unos  padres  vir- 
tuosos y  temerosos  de  Dios:  el  Señor  la  hizo  gran  merced  de  ponerla  en 
compalía  de  buenos,  cuando  estuvo  como  educanda  en  el  convento  de 
Gracia  (1):  él  la  hizo  también  la  grande  merced,  como  ella  escribe,  «de 
traerme  por  tantos  rodeos  vuestra  piedad  y  grandeza  á  estado  tan  seguro, 
y  á  casa  donde  había  tantas  siervas  de  Dios»:  él,  en  fin,  la  deparó  quien  la 
sacase  de  peligro  tan  peligroso  y  de  humildad  tan  soberbia,  como  era  el  ha- 
ber abandonado  el  camino  de  la  oración,  que  fué  la  puerta  por  donde  Dios 
la  hizo  tan  grandes  mercedes  que  espantan  d  cuantos  las  saben. 

La  tenía  Dios  destinada  para  ser  la  gran  doctora,  sobre  todo  en  la 
ciencia  mística  de  modo  que  fuese  en  los  tiempos  venideros  la  Madre  y 
Maestra  de  todas  las  almas  que  en  adelante  profesasen  una  vida  espiritual 
y  de  perfección,  y  así  dispuso  también  suavemente  á  Teresa  de  Jesús; 
«dándole  Dios,  dice  el  P.  Ribera  (2)  un  entendimiento  grande  que  abraza- 
ba mucho  y  agudo,  un  juicio  reposado,  no  nada  arrojado,  sino  lleno  de 
madurez  y  de  cordura.» 

Por  esto,  el  mismo  autor,  hablándonos  del  daño  que  la  causaron  en  su 
niñez  los  libros  de  caballería,  se  expresa  de  esta  manera:  «Dióse,  pues,  á 
estos  libros  (3)  con  gran  gusto,  y  gastaba  en  ellos  mucho  tiempo:  y  como 

forma  protestante  é  impedir  que  se  propagase  por  la  Europa  latina  >.  Plasse,  Souve- 
nirs  da  pays  de  Sainte  Tlicrcse. 

(1)  Importantísima  fué  la  influencia  que  ejerció  en  ei  porvenir  de  Santa  Teresa 
Doña  María  d3  Briceño,  religiosa  Agustina  en  este  antiquísimo  convento  y  natural 
de  est;i  ciudad  de  Avila.  Léanse  los  capítulos  II  y  III  de  la  Vida  de  la  Santa,  donde 
hace  el  pane  pírico  de  esta  ejemplar  rcliiííosa.  Mucho  sería  de  desear  que  algún  hijo 
del  grande  Agustino  explotase  este  tesoro  y  manifestase  cuánta  parte  tuvo  su 
Orden  en  la  f  jrmación  de  Santa  Teresa  por  medio  de  la  buena  conversación  de  esta 
monja,  porque  era  muy  discreta  y  santa. 

(2)  Libro  4.0,  capítulo  1. 

(3)  Libro  1.0  capítulo  V. 


-6  — 

SU  ingenio  era  tan  excelente,  así  bebió  aquel  lenguaje  y  estilo  que  dentro 
de  pocos  meses  ella  y  su  hermano  Rodrigo  compusieron  un  libro  de  ca- 
ballerías con  sus  aventuras  y  ficciones,  y  salió  tal  que  había  harto  que  de- 
cir de  él>.  Pero  no  sólo  la  dio  Dios  ese  tan  excelente  ingenio,  ese  talento 
grande  y  agudo;  sino  que  ordenó  de  tal  modo  los  sucesos,  que  hizo,  que 
esta  futura  doctora  comunicase  de  palabra  y  por  escrito  con  todas  las  emi- 
nencias de  la  ciencia  que  había  en  la  Iglesia  de  España  en  aquel  siglo  de 
oro  para  las  letras. 

Comunicó  su  espíritu  con  D.  Alvaro  de  Mendoza,  dignísimo  Obispo 
de  Avila:  con  Dávila,  Castro,  Soto,  Manso,  Sierra,  Orozco,  Yepes,  Obispos 
también  respectivamente  de  Jaén,  Segovia,  Salamanca,  Calahorra,  Falen- 
cia, Guadix  y  Tarazona;  con  D.  Diego  Covarrubias,  presidente  de  Castilla 
y  más  tarde  Obispo  de  la  ciudad  de  Segovia;  con  el  prebendado  de  nues- 
tra Iglesia  primada,  el  Señor  Velázquez,  Obispo  después  de  Osma  y 
más  tarde  Arzobispo  de  Santiago;  con  los  ilustres  Prelados  Rojas  y  Vela, 
Arzobispos  respectivamente  de  Sevilla  y  de  Burgos,  con  el  Patriarca  de 
Valencia  el  Beato  Juan  de  Ribera  y  aún  con  el  eminentísimo  Cardenal 
Quiroga,  Arzobispo  de  Toledo,  y  no  sólo  con  los  prelados  de  España,  sino 
aun  con  el  Arzobispo  de  Evora,  D.  Teutonio  de  Braganza,  á  quien  llama  la 
Santa  su  amigo;  y  lo  que  es  máa  con  el  inmortal  Pío  V.,  Pontífice  de  la 
Iglesia  universal,  á  quien  escribió  más  de  una  vez,  como  se  dirá  en  otro 
lugar.  Comunicó  también  su  espíritu  con  diversos  prebendados,  como  Sa- 
linas y  Reinoso  (1),  Manrique  (2),  Daza  (3),  Julián  Dávila  (4)  y  otros  que 
sería  prolijo  enumerar. 


(1)  Venerables  Prebendados  de  la  Santa  Iglesia  Catedral  de  Falencia,  Santa  Te- 
resa les  llama  en  el  capítulo  XXIX  de  sus  Fundaciones:  «Santos  amigos».  «Pues  luego 
se  dieron  (dice)  prisa  estos  santos  amigos  de  la  Virgen  á  concertar  las  casas...» 

(2)  Canónigo  de  la  Santa  Iglesia  Primada  de  Toledo:  <  Era  muy  siervo  de  Dios. 
y  lo  es,  que  aún  es  vivo,  y  con  tener  bien  poca  salud,  unos  años  después  que  se 
fundó  esta  casa,  se  entró  en  la  Compañía  de  Jesús,  á  donde  está  ahora.  Era  mucha 
cosa  en  este  lugar  (Toledo),  porque  tiene  mucho  entendimiento  y  valor».  (Fundacio- 
nes, capítulo  XV.) 

(3)  "Clérigo  letrado  que  había  en  este  lugar  (Avila),  que  comenzaba  el  Señor  á 
dar  á  entender  á  las  gentes  su  bon  Jad  y  buena  vida'.  (Capítulo  XXlll  de  la  Vida.) 

(V)    líl  V    Julián  Dávila,  además  de  ser  recomendable  por  su  santidad,  lo  era 


Pero  no  pueden  omitirse  los  nombres  de  algunos  miembros  pertene- 
cientes á  cuatro  institutos  Religiosos  que  tíuita  parte  tuvieron  en  la  forma- 
ción intelectual  de  Teresa  de  Jesús.  Sea  el  primero  el  general  de  la  Orden 
Carmelitana  V.  P.  Fr.  Juan  Bautista  Rúbeo,  «persona,  como  ella  escribe, 
á  quien  el  Señor  debe  hacer  grandes  mercedes  (1):*  sigue  el  P.  Fr.  Ángel 
de  Salazar,  Povincial  que  fué  en  la  provincia  de  Castilla,  y  más  tarde  Vi- 
cario General  de  la  Reforma,  con  quien,  á  pesar  de  profesar  la  Regla  miti- 
gada del  Carmen,  la  Santa  Madre  tuvo  mucha  comunicación,  por  ser  hom- 
bre de  gran  espíritu  y  letras,  adornado  además  de  una  exquisita  prudencia; 
siguen  los  dos  padres  que  pudiéramos  llamar  también  fundadores  de  la 
Obra  de  la  Reforma,  el  V.  P.  Fr.  Antonio  de  Heredia  ó  de  Jesús  y  el  ex- 
tático San  Juan  de  la  Cruz;  y  por  último  el  que  era  para  la  Santa  su  Pablo, 
su  Elíseo,  su  Sancfa  Sanctorum,  el  celebérrimo  P.  Fr.  Jerónimo  de  la  Ma- 
dre de  Dios  Gracián  (2). 


también  por  sus  letras.  Santa  Teresa  nos  dice  que  era  teólogo  y  así  historiando  su 
viaje  á  Sevilla,  hablando  de  los  apuros  que  pasó  en  Córdoba,  escribe:  «Cuando  yo 
esto  vi,  dióme  mucha  pena,  y  á  mi  parecer  era  mejor  irnos  sin  oir  misa,  que  entrar 
entre  tanta  barahunda.  Al  P.  Julián  Dávila  no  le  pareció;  y  como  era  teólogo,  hubí- 
monos  todas  de  llegar  á  su  parecer,  que  los  demás  compañeros,  quizá  siguieran  el 
mío:  y  fuera  más  mal  acertado,  aunque  no  sé  si  yo  me  fiara  de  sólo  mi  parecer. 
(Fundaciones,  capítulo  XXIV.) 

Afortunadamente  se  está  ho^-  escribiendo  su  vida  por  el  R.  P.  Carmelita  Descal- 
zo, Lector  en  el  convento  de  Toledo,  Fr.  Gerardo  de  San  Juan  de  la  Cruz;  y  el  Li- 
cenciado D.  Mariano  Guerras,  Ecónomo  de  la  Parroquia  de  Santo  Tomé  de  esta 
ciudad,  como  hijo  amante  de  las  glorias  de  Avila,  donde  nació,  tiene  concebido  el 
proyecto  verdaderamente  laudable  de  dar  á  conocer  cuanto  ayudó  este  santo  varón 
á  la  seráfica  Virgen  Santa  Teresa  en  la  fundación  de  su  Reforma.  Para  conseguir 
ese  fin,  se  propone  publicar  la  declaración  prestada  por  el  mismo  Julián  Dávila  en 
el  proceso  de  canonización;  declaración  que  contiene  copiosísimos  datos  sobre  este 
punto.  Felicitamos  á  tan  ilustrados  miembros  del  clero  secular  y  regular  que  así  se 
interesan  por  glorificar  al  compañero  inseparable  de  Teresa  de  Jesús  en  sus  pere- 
grinaciones. 

(1)  Capítulo  II  de  las  Fundaciones. 

(2)  Fué  el  P.  Gracián  uno  de  los  hombres  más  grandes  que  florecieron  en  Espa- 
ña por  aquel  tiempo.  El  cariño  que  le  profesó  Santa  Teresa  no  se  puede  explicar 
con  palabras.  No  es  posible  trasladar  á  ejte  lugar  cuanto  la  Santa  nos  dijo  en  ala- 


—  8  — 

De  la  Orden  del  Patriarca  San  Francisco  aparecen  el  V.  P.  Fr.  Antonio 
Segura, guardián  del  convento  de  Cadahalso  y  fundador  después  del  obser- 
vantísimo  convento  de  San  Gil  en  la  corte  de  Madrid,  con  quien  la  Santa 
Madre  comunicó  muchas  veces  de  palabra  y  por  escrito,  y  de  quien  se 
queja  tiernamente  por  no  haber  podido  recibir  su  bendición  en  Toledo: 
sigue  el  P.  Fr.  Martín  de  la  Cruz,  á  quien  la  Santa  llama  muy  santo  y  sier- 
vo de  Dios  (1):  y  últimamente  nombraremos  uno  que  vale  por  muchos,  á 
San  Pedro  de  Alcántara,  asombro  de  penitencia  y  espejo  de  toda  virtud  y 
santidad.  Con  este  santo  varón  comunicó  la  Santa  muchas  veces  y  hablan- 
do de  esta  comunicación  nos  dice  (2):  ^ComO  le  di  cuenta  en  suma  de  mi 
vida  y  manera  de  proceder  de  oración,  con  la  mayor  claridad  que  yo  supe 
(que  he  tenido  siempre  tratar  con  toda  claridad  y  verdad  con  los  que  co- 
municó mi  alma,  hasta  los  primeros  movimientos  querría  yo  les  fuesen 
públicos,  y  las  cosas  más  dudosas  y  de  sospecha  yo  les  argüía  con  ra- 
zones contra  mi)  ansí  que  sin  doblez  ni  encubierta  le  traté  mi  alma.  Casi 
á  los  principios  vi  que  me  entendía  por  experiencia,  que  era  todo  lo  que 
yo  había  menester:  porque  entonces  no  me  sabía  entender  como  ahora, 
para  saberlo  decir,  (que  después  me  lo  ha  dado  Dios,  que  sepa  entender 
y  decir  las  mercedes  que  su  Majestad  me  hace)  y  era  menester  que  hu- 
biese pasado  por  ello  quien  de  el  todo  me  entendiese  y  declarase  lo  que 
era. 

El  me  dio  grandísima  luz,  porque  al  menos  en  las  visiones,  que  no 
eran  imaginarias,  no  podía  yo  entender  que  podía  ser  aquello,  y  parecíame 
que  en  las  que  vía  con  los  ojos  de  el  alma,  tampoco  entendía  cómo  podía 
ser;  que  como  he  dicho,  sólo  las  que  se  ven  con  los  ojos  corporales  eran 
de  las  que  me  parecía  á  mí  había  de  hacer  caso,  y  estas  no  tenía.  Este  santo 
hombre  me  dio  luz  en  todo,  y  me  lo  declaró,  y  dijo  que  no  tuviese  pena, 


banza  de  este  preclarísimo  varón  y  el  lugar  que  ocupaba  en  su  corazón.  Se  puede  y 
debe  afirmar  que  á  nadie  en  este  mundo  amó  Santa  Teresa  con  tan  intenso  amor 
como  á  este  V.  Padre,  quien  por  permisión,  ó  más  bien  por  disposición  divina  pa- 
deció tales  y  tantos  trabajos  que  pudiera  casi  llamarse  el  nuevo  Job,  el  Job  de  la 
ley  de  gracia. 

(1)  Capítulo  XV  de  las  funduí  iones. 

(2)  Vida,  capítulo  XXX. 


—  9- 

siiU)  que  alabase  á  Dios,  y  estuviese  tan  cierta  que  era  espíritu  suyo,  que 
si  no  era  la  fe,  cosa  más  verdadera  no  podía  haber,  ni  que  tanto  pudiese 
creer:  y  él  se  consolaba  mucho  conmigo,  y  hacíame  todo  favor  y  merced, 
y  siempre  después  tuvo  mucha  cuenta  conmigo  y  dábame  parte  de  sus 
cosas  y  negocios;  y  como  me  vía  con  los  deseos  que  él  ya  poseía  por  obra 
(que  estos  dábamelos  el  Señor  muy  determinados)  y  me  vía  con  tanto  áni- 
mo, holgábase  de  tratar  conmigo»;  y  un  poco  más  adelante  añade:  «Que- 
damos concertados  que  le  escribiese  lo  que  me  sucediese  mas  de  allí 
adelante,  y  de  encomendarnos  mucho  á  Dios:  que  era  tanta  su  humildad, 
que  tenía  en  algo  las  oraciones  de  esta  miserable,  que  era  harta  confusión. 
Dejóme  con  grandísimo  consuelo  y  contento,  y  con  que  tuviese  la  oración 
con  seguridad,  y  de  que  no  dudase  que  era  Dios;  y  de  lo  que  tuviese  al- 
guna duda,  y  por  más  sinceridad  de  todo,  diese  parte  á  el  confesor  y  con 
esto  estuviese  segura-  (1.) 

No  puede  tampoco  leerse  sin  asombro  la  carta  que  este  bendito  Santo 
escribió  á  la  Santa  Madre  sobre  la  virtud  de  la  pobreza.  No  parece  sino 
que  fué  escrita  en  el  cielo,  y  revela  bien  á  las  claras  que  su  autor  es  hijo 
legitimo  del  gran  Patriarca  de  los  pobres,  San  Francisco  de  Asís,  sin  haber 
degenerado  en  un  punto  de  la  casta  de  su  santo  Fundador,  interesante  so- 
bre manera  sería  trasladarla  aquí,  si  esto  no  fuera  extenderse  demasiado. 
Baste  decir  que  conmovió  profundamente  á  la  Santa  Fundadora,  así  como 
la  entrevista  que  con  él  tuvo  en  la  ciudad  de  Toledo. 

Otro  de  los  Institutos  cuyos  hijos  ilustraron  á  la  mística  doctora  y  des- 
empeñaron con  ella  el  oficio  de  maestros  y  directores,  fué  la  Compañía  de 
Jesús.  Santa  Teresa  en  la  relación  al  P.  Rodrigo  Alvarez  de  la  misma  Com- 
pañía nombra  á  algunos  de  los  Padres  Jesuítas  que  fueron  sus  confesores;  y 
hablando  en  tercera  persona,  escribe  así:  «Comenzólo  á  tratar  con  personas 


(l)  Santa  Teresa  tejió  la  biografía  de  este  hijo  de  San  Francisco  en  varios  ca- 
pítulos de  la  Vida;  sobre  todo  en  el  capítulo  XXVIll.  Sin  miedo  de  equivocarse,  se 
puede  asegurar  que  no  hay  cosa  mejor  escrita  en  este  género;  en  especial,  son  muy 
celebradas  y  reputadas  sin  igual  aquellas  frases  tan  gráficas,  origínales  y  enérgi- 
cas: -íera  muy  viejo  cuando  le  vine  á  conocer,  y  tan  extrema  su  flaqueza  que  no 
parecía  sino  hecho  de  raices  de  árboles.» 


-10- 

espirituales  de  la  Compañia  de  Jesús,  entre  las  cuales  fueron  el  P.  Araoz, 
que  era  Comisario  de  la  Compañía,  que  acertó  á  ir  alli;  y  al  P.  Francis- 
co, que  fué  el  duque  de  Gandía,  trató  dos  veces;  y  á  un  provincial,  que 
está  ahora  en  Roma,  llamado  Gil  González;  y  aún  al  que  ahora  lo  es  en 
Castilla,  aunque  á  éste  no  trató  tanto;  al  P.  Baltasar  Alvarez,  que  es  ahora 
rector  en  Salamanca,  y  la  confesó  seis  años  en  este  tiempo;  y  al  rector  que 
es  ahora  de  Cuenca,  llamado  Salazar;  y  al  de  Segovia,  llamado  Santander; 
al  rector  de  Burgos,  que  se  llama  Ripalda;  y  aún  éste  lo  hacía  harto  mal 
con  ella,  de  que  había  oido  estas  cosas,  hasta  después  que  la  trató:  el  doc- 
tor Paulo  Hernández  en  Toledo,  que  era  consultor  de  la  Inquisición;  al 
rector,  que  era  de  Salamanca,  cuando  le  hablé;  al  doctor  Gutiérrez,  y  otros 
padres,  algunos  de  la  Compañía,  que  se  entendía  ser  espirituales  como 
estaban  en  los  lugares,  que  iba  á  fundar,  los  procuraba  ^  (1.) 

No  son  estos  los  únicos  hijos  de  San  Ignacio,  de  quienes  Santa  Te- 
resa hace  mención  en  sus  Obras  (2);  en  especial  al  historiar  las  funda- 
ciones y  en  sus  cartas,  ni  es  fácil  trasladar  y  hacer  constar  en  este  lugar 
los  elogios  que  hace  de  ellos;  sin  embargo,  no  podemos  omitir  sus  pala- 
bras sobre  el  gran  Duque  de  Gandía,  de  quien  escribe  (3):  *En  este  tiempo 
(1557)  vino  á  este  lugar  (Avila)  el  P.  Francisco,  que  era  Duque  de  Gan- 
día, y  había  algunos  años,  que  dejándolo  todo,  había  entrado  en  la  Com- 
pañía de  Jesús.  Procuró  mi  confesor  y  el  caballero  que  he  dicho  también 
vino  á  mí,  para  que  le  hablase  y  diese  cuenta  de  la  oración  que  tenía,  por- 
que sabía  iba  muy  adelante  en  ser  favorecido  y  regalado  de  Dios,  que 
como  quien  había  mucho  dejado  por  él,  aún  en  esta  vida  le  pagaba.  Pues 
después  que  me  hubo  oido,  díjome  que  era  espíritu  de  Dios  y  que  le  pa- 
recía que  no  era  bien  ya  resistirle  más,  que  hasta  entonces  estaba  bien  he- 
cho, sino  que  siempre  comenzase  la  oración  en  un  paso  de  la  Pasión,  y  que 
si  después  el  Señor  me  llevase  el  espíritu, que  no  lo  resistiese,  si  no  que  de- 


(1)  Relación  Vil. 

(2)  Comunicó  además  la  Santa  Madre  .su  espíritu  con  los  PP.  Prádanos,  Ribera, 
Ordoñez;  Domenech,  Rodrigo,  Olea,  Hernando  del  Asíuila  y  Acosta,  hijos  ilustres  de 
este  mismo  Instituto. 

(3)  Vida,  capítulo  XXIV. 


—  li- 
jase llt'var¡¿i  í'i  su  Majestad,  nu  lo  procurando  yo.  Como  t|uien  iba  bien  ade- 
lante dio  la  medicina  y  consejo;  que  hace  mucho  en  esto  la  experiencia: 
dijo  que  era  yerro  resistir  ya  más.  Yo  quedé  muy  consolada,  y  el  caballero 
también:  holgábase  mucho  que  dijese  era  de  Dios...  - 

Si  de  la  Compañía  de  Jesús  pasamos  á  la  Orden  de  Santo  Domingo, 
nos  encontraremos  con  una  verdadera  falanje  de  sabios,  hombres  de  letras; 
porque  el  intento  que  tuvo,  como  ella  misma  escribe,  al  tratar  con  hijos 
de  Santo  Domingo,  fué  el  estar  persuadida  de  que  en  esta  Orden  hallaría 
grandes  letrados,  «aunque  no  fueran  muy  dados  á  la  oración;  porque  ella 
no  quería  sino  saber  si  era  conforme  á  la  Sagrada  Escritura  lo  que  tenía; 
por  más  que  después  de  nombrar  á  algunos,  añade:  •  Entre  estos  Padres 
de  Santo  Domingo,  no  dejaban  algunos  de  tener  harta  oración  y  aún  quizá 
todos."  Nombra  después  á  los  Padres  Chaves,  Mancio,  Medina,  Báñez, 
que  se  sucedieron  en  la  cátedra  de  Prima  de  la  Universidad  Salmantina,  y 
antes  que  á  todos  el  célebre  P.  Varrón  que  la  confesó  año  y  medio  en  To- 
ledo, siendo  Consultor  del  Santo  Oficio,  y  antes  dice  que  la  había  tratado 
muchos  años;  esto  es,  en  su  juventud  y  á  la  muerte  de  su  padre,  D.  Al- 
fonso de  Cepeda.  Nombra  á  los  Padres  Ibáñez,  Meneses.  Salinas,  Yan- 
guas,  Lunar,  Lectores  y  Regentes  que  habían  sido  del  gran  Colegio  de  San 
Gregorio  de  Valladolid. 

Comunicó  su  espíritu  con  los  Padres  Suárez,  Cuevas,  Juan  Gutiérrez, 
Hernando  del  Castillo,  García  de  Toledo,  Pedro  Fernández,  Melchor  Cano; 
Aguilar,  Marta,  Orellana,  Vallejo,  Osma,  Alderete,  Barrientos,  Arcediano, 
Peredo,  Diego  Alvarez,  Calleja  y  Pedro  Romero;  todos  ellos  fueron,  ó  bien 
Provinciales,  ó  bien  Regentes  ó  Lectores  de  Teología  en  la  Orden.  Eran 
estos  Reverendos  Padres  la  nata,  por  decirlo  así,  de  todas  las  letras  y  sa- 
biduría que  dentro  de  su  seno  encerraba  la  Orden  de  Santo  Domingo  en 
España  en  aquellos  años  que  vivió  Santa  Teresa. 

También  tuvo  comunicación,  aunque  no  personalmente,  y  sí  sólo  por 
escrito,  porque  las  circunstancias  no  la  permitieron  otra  cosa,  lo  que  ella 
sentía  mucho,  con  el  V.  P.  Fr.  Luis  de  Granada  y  con  San  Luis  Beltrán, 
varones  verdaderamente  santos,  que  tanto  honraron  en  aquel  siglo  á  la 
Orden  de  Santo  Domingo,  y  la  honrarán  en  los  siglos  venideros. 

¿Quién  no  ve,  al  hacerse  cargo  de  las  indicaciones  que  preceden,  el 


—  12  — 

dedo  de  Dios,  disponiendo  con  suavidad  los  sucesos,  á  fin  de  que  esta 
Virgen  castellana  apareciese  en  el  mundo  como  perfecta  y  consumada 
Doctora?  ¿Qué  se  le  podía  pegar  á  esta  alma  privilegiada  y  gigante  con  el 
trato  y  disciplina  de  Maestros  que  eran,  por  decirlo  así,  los  proceres  de 
la  ciencia  en  nuestra  católica  España  y  quizá  aún  fuera  de  ella? 

Finalmente,  estaba  predestinada  Teresa  para  llevar  á  cabo  la  empre- 
sa inmortal  de  la  Reforma,  empresa  que  exigía  naturalmente  valor  y 
ánimo  más  que  de  mujer,  y  éste  se  le  dio  el  Señor,  como  ella  misma  lo 
testifica  á  otro  propósito,  por  estas  palabras:  «era  menester  ayudarme  de 
todo  mi  ánimo  (que  dicen  no  le  tengo  pequeño  y  se  ha  visto  me  le  dio 
Dios  harto  más  que  de  mujer  sino  que  le  he  empleado  mal)»  (1.) 

Era  este  ánimo  tal  que  desafiaba  á  todos  los  demonios  y  así  escribe. 
«Tomaba  una  cruz  en  la  mano  y  parecía  verdaderamente  darme  Dios 
ánimo  (que  yo  me  vi  otra  en  breve  tiempo),  que  no  temería  tomarme  con 
ellos  á  brazos,  que  me  parecía  fácilmente  con  aquella  cruz  los  venciera  á 
todos,  y  ansí  dije:  Ahora  venid  todos,  que  siendo  sierva  del  Señor,  yo 
quiero  ver  qué  me  podéis  hacer. 

«Es  sin  duda  que  me  parecía  me  habían  miedo,  porque  yo  quedé  sose- 
gada, y  tan  sin  temor  de  todos  ellos,  que  se  me  quitaron  todos  los  miedos 
que  solía  tener  hasta  hoy,  porque  aunque  algunas  veces  los  veía,  como 
diré  después,  no  les  he  habido  más  miedo,  antes  me  parecía  ellos  me  le 
habían  á  mí.  Quedóme  un  señorío  contra  ellos,  bien  dado  del  Señor  de 
todos,  que  no  se  me  dá  más  de  ellos  que  de  moscas».  Y  un  poco  más 
adelante  añade:  Plega  al  Señor  que  me  favorezca  su  Majestad  para  en- 
tender por  descanso  lo  que  es  descanso,  y  por  honra  lo  que  es  honra,  y 
por  deleite  lo  que  es  deleite,  y  no  todo  al  revés  y  una  higa  para  todos  los 
demonios,  que  ellos  me  temerán  á  mí».  (2) 

Su  intrepidez  y  firmeza  de  ánimo  era  tal  que,  animando  en  una  ocasión 
al  P.  Jerónimo  Gracián,  que  se  hallaba  acobardado  por  las  tribulaciones 
grandes  que  amenazaban  á  la  naciente  Reforma,  le  decía:  Yo  quisiera  te- 
ner miedo  y  no  puedo-.  Palabras  que  nos  revelan  cuál  era  el  temple  de  su 


(1)  V^/í/f7,  capítulo  VIH. 

(2)  Vidu,  capitulo  XXV. 


-13- 

alma.  Poseyó  en  alto  grado  la  fuerza  de  persuadir  y  conseguir  cuanto  de- 
seaba, sin  que  nadie  pudiera  resistirse  á  sus  palabras.  Muy  celebrada  ha 
sido  la  ocurrencia  del  Sr.  Manso,  canónigo  de  pulpito  (Magistral)  en  Bur- 
gos, cuando  después  de  las  entrevistas  que  tenía  con  esta  Santa  Madre, 
exclamaba:  «Más  quisiera  argüir  con  todos  los  teólogos  del  mundo  que 
con  la  Madre  Teresa.» 

Y  la  fuerza  que  tenían  sus  palabras  la  comunicaba  á  sus  escritos  y  car- 
tas, sea  que  escribiese  á  los  Reyes  y  Pontífices,  sea  á  aquellos  grandes  le- 
trados con  quienes  siempre  estuvo  en  comunicación.  Mas  no  bastara  todo 
esto  si  Dios  no  la  deparara  el  concurso  de  personas  y  de  amigos  que  la 
prestaron  la  más  decidida  protección,  á  fin  de  que  realizase  los  planes  á 
que  estaba  ab  aeterno  destinada. 

Estas  personas  fueron  los  Pontífices  de  Roma,  Pío  IV,  San  Pío  V  y 
Gregorio  XIII,  á  quienes  acudió,  pidiendo  la  autorización  para  emprender 
y  consolidar  su  Reforma.  Fué  el  gran  Felipe  II,  quien  acaso  más  que  nin- 
guno amparó  este  proyecto  y  quiso  ocuparse  por  sí  mismo  en  los  nego- 
cios de  la  Descalcez,  á  pesar  de  hallarse  por  aquella  época  preocupado  con 
la  conquista  del  reino  de  Portugal  y  con  otros  muchos  cuidados  anejos  á 
su  reinado  y  corona.  La  Santa  reconoció  y  consignó  cuanto  fué  lo  que  este 
prudentísimo  Monarca  hizo  en  favor  de  su  Reforma,  cuando  hablando  del 
fin  que  había  tenido  el  importante  problema  de  la  Separación  de  Descalzos 
y  Calzados,  escribía:  <Y  verlo  ya  acabado,  si  no  es  quien  sabe  los  trabajos 
que  se  ha  padecido,  no  puede  entender  el  gozo  que  vino  á  mi  corazón  y 
el  deseo  que  yo  tenía  que  todo  el  mundo  alabase  á  nuestro  Señor,  y  le 
ofreciésemos  á  éste  nuestro  santo  Rey  D.  Felipe,  por  cuyo  medio  lo  había 
Dios  traído  á  tan  buen  fin;  que  el  demonio  se  había  dado  tal  maña,  que  ya 
iba  todo  por  el  suelo,  sino  fuera  por  él»  (1). 

Ya  que  la  Santa  pronunció  estas  tan  graves  palabras  en  loor  del  gran 
Felipe  11,  con  motivo  de  lo  que  este  Monarca  influyó  para  que  se  celebrase 
Capítulo  en  Alcalá  y  allí  se  decretase  la  separación  de  Descalzos  y  Cal- 
zados, punto  de  que  dependía  la  vida  ó  muerte  de  la  Reforma,  bueno  es 
que  recordemos  aquí  los  nombres  de  los  cuatro  asistentes  designados  por 


(1)     Fundaciones,  capítulo  XXIX. 


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el  Rey  para  ultimar  este  tan  importante  problema.  Fueron  estos  Fr.  Her- 
nando del  Castillo  y  el  P.  Pedro  Fernández,  hijos  ilustres  los  dos  del  Pa- 
triarca Domingo;  Fr.  Lorenzo  de  Villavicencio  hijo  del  grande  Agustino  y 
D.  Luis  Manrique,  capellán  y  limosnero  mayor  de  su  Majestad  el  Rey.  ¿Y 
qué  diremos  de  la  ayuda  de  Nicolás  Hormaneto,  Nuncio  de  Su  Santidad 
en  la  corte  de  Madrid?  (1)  «Murió,  escribe  Santa  Teresa,  un  Nuncio  santo 
que  favorecía  mucho  á  la  virtud  y  así  estimaba  los  Descalzos.»  Los  estimó 
tanto  que  con  razón  y  justicia  la  Descalcez  le  debe  considerar  siempre 
como  á  su  verdadero  padre. 

No  bastaba  aún  el  concurso  de  los  Reyes  y  Pontífices,  que  pudieran 
considerarse  como  las  causas  primeras,  ni  tampoco  el  de  los  Arzobispos 
y  Obispos  de  nuestra  España,  quienes  agobiados  con  el  peso  de  su  cargo 
pastoral  no  podían  atender  y  secundar  como  convenía  los  planes  de  esta 
insigne  Reformadora,  y  así  la  comunicó  el  Señor  tanta  gracia  para  cautivar 
á  toda  clase  de  gentes,  que  no  pueden  leerse  los  escritos  de  la  Santa,  so- 
bre todo  su  Vida,  sus  Fundaciones  y  Cartas, sin  quedar  unoposeido  de  pro- 
funda admiración,  al  considerar  cómo  puso  en  movimiento  y  en  acción  á 
multitud  de  personas  de  todos  estados  y  condiciones.  El  Príncipe  Ruy 
Gómez  de  Silva,  los  Duques  de  Alcañices  y  de  Alba,  los  Condes  de  Ri- 
vadavia,  Doña  Luisa  de  la  Cerda  y  su  hija  Doña  Guiomar,  señora  de  Ma- 
lagón,  los  Mercaderes  de  Toledo,  los  Regidores  de  Medina,  D.  Roque 
Huerta,  Guarda  mayor  de  montes  y  cortesano  del  Rey  Felipe  II,  las  ejem- 
plares matronas  Inés  Nieto  y  Catalina  de  Tolosa,  el  célebre  Antonio  Gai- 
tán  y  Mateo  de  las  Peñuelas,  hasta  el  infeliz  Andrada,  con  otros  innume- 
rables, cuyos  nombres  nos  es  preciso  omitir,  consultando  á  la  brevedad.  Ya 
hemos  nombrado  el  ejército  de  varones  esclarecidos  por  sus  letras  y  vir- 
tudes, pertenecientes  á  uno  y  otro  clero  (2),  quienes  no  pensaban  al  pare- 
cer en  otra  cosa  sino  en  servir  á  Teresa  de  Jesús. 

(1)  Fí//K/flCíO//cs,  capitulo  XXVIII. 

(2)  Entre  los  miembros  del  clero  secular,  además  de  los  ya  consignados,  mere- 
cen especial  mención,  el  sacerdote  Aranda  en  Avila,  üarci-Alvarcz  en  Sevilla,  Vi- 
llanueva  en  Malagón  y  el  Licenciado  Peña,  confesor  y  limosnero  Mayor  del  Carde- 
nal de  Toledo. 


-15- 

En  especial  puso  Dios  á  su  disposición  todos  los  Institutos  religio- 
sos, especie  de  inilici¿is  ambulantes,  celestiales  y  divin:is,  que  la  acompa- 
ñasen siempre,  que  siempre  estuviesen  á  su  lado  prontos  para  ejecutar  los 
designios  admirables  que  el  gran  Dios  de  las  Caballerías  se  había  pro- 
puesto realizar  por  medio  de  esta  Virgen  singular. 

No  hubo  Instituto  religioso  alguno  que  no  se  pusiese  á  sus  órdenes  sin 
excluir  á  la  Orden  de  la  Cartuja,  cuyo  Prior  en  Sevilla,  descendiente  de  los 
Pantojas  de  Avila,  fué  su  gran  protector  en  medio  de  los  apuros  que  la 
Santa  pasó  en  aquella  fundación. 

La  orden  de  San  Francisco  contribuyó  tanto  por  medio  de  San  Pedro  de 
Alcántara,  para  que  el  primer  convento  se  fundase  en  la  más  estrecha  po- 
breza, que  como  la  Santa  escribe  (1),  «el  aprobarlo  este  Santo  viejo  y 
poner  mucho,  con  unos  y  con  otros,  en  que  nos  ayudasen,  fué  el  que  lo 
hizo  todo.» 

Se  ve,  pues,  por  lo  hasta  aquí  expuesto,  cómo  el  Señor,  con  objeto  de 
conseguir  lo  que  se  proponía,  es  decir,  que  apareciese  en  su  Iglesia  una 
extraordinaria  Santa,  una  incomparable  Doctora  y  singular  Reformadora, 
dispuso  desde  un  principio  las  cosas  de  modo  que  se  lograsen  á  perfección 
sus  adorables  fines. 

Y  con  esto  queda  ya  esbozado  el  fin  y  objeto  que  nos  propusimos  al 
empreder  nuestro  trabajo.  No  trataremos,  sin  embargo,  de  dar  cumplido 
desarrollo  á  cada  uno  de  los  puntos  indicados  y  desenvolver  con  toda  ex- 
tensión los  aspectos  todos  que  se  han  presentado  en  el  bosquejo  que  aca- 
bamos de  hacer.  Nuestro  plan  será  más  modesto  y  sencillo. 

Apremiados  por  otros  cuidados  y  no  pudiendo,  por  ahora,  dar  cima  á 
tan  vasto  y  magnífico  pian,  solo  procuraremos  esclarecer  y  probar  con  do- 
cumentos fidedignos  la  importantísima  y  principal  parte  que  en  la  vida, 
formación  de  espíritu  y  Reforma  llevada  felizmente  á  cabo  por  Teresa  de 
Jesús  tuvieron  los  Dominicos,  considerándoles  en  sus  relaciones  con  Te- 
resa, ya  como  alentadores  de  su  santidad,  bien  como  maestros  é  informa- 
dores de  su  doctrina,  ora  también  como  decididos  auxiliares  y  amparado- 
res de  su  grande  obra,  la  Reforma  carmelitana;  tres  aspectos  bííjo  los  cua- 


(1)     Vida,  capítulo  XXXVI. 


-  16- 

les  consideramos  á  Teresa  de  Jesús  como  santa,  doctora  y  reformadora, 
y  que  llenan  los  capítulos  de  la  presente  obra. 

El  trabajo,  aunque  modesto,  entendemos  que  excede  con  mucho  á 
nuestras  débiles  fuerzas  y  no  nos  hubiéramos  determinado  á  darlo  á  la 
estampa,  si  personas  competentísimas  en  la  materia  no  nos  movieran  á  ello. 

El  ilustre  académico  D.  Miguel  Mir,  presbítero,  con  cuya  amistad  nos 
honramos,  en  carta  que  nos  dirigió  (el  23  de  Diciembre  de  1907)  después 
de  haber  examinado  detenidamente  nuestro  escrito,  dice  así,  tras  un  cortés 
y  afectuoso  saludo: 

<Debo  á  la  amistad  del  P.  Arias  el  haber  podido  ver  la  obra  que  V.  R. 
ha  escrito  sobre  Santa  Teresa.  He  tenido  muchísimo  placer  en  recorrer  sus 
páginas  y  no  he  podido  menos  de  admirar  el  estudio  profundísimo  que 
V.  R.  ha  hecho  del  asunto  y  la  gran  claridad  con  que  lo  expone.  Entiendo 
que  la  obra  debía  imprimirse  para  bien  del  público  y  para  gloria  de  la 
Orden  de  Predicadores. 

En  carta  posterior,  fechada  en  Noviembre  (7  de  Noviembre  de  1908), 
del  siguiente  año,  nos  decía  entre  otras  cosas  lo  que  á  continuación  se  vé: 
«Pregúntame  V.  R.  si  conviene  publicarse  la  obra  que  ha  escrito  sobre  las 
relaciones  de  Santa  Teresa  con  los  Padres  Dominicos. 

»¿No  ha  de  convenir?  En  este  asunto  hay  grande  ignorancia,  aun  entre 
la  gente  que  pasa  por  leída  y  entendida. 

»La  vida  de  Santa  Teresa  se  ha  escrito  con  manifiesta  parcialidad, 
ocultándose  muchas  cosas  que  no  debieron  ocultarse  y  dándose  mucha 
importancia  á  otras  que  no  la  tuvieron  tan  grande.  De  esto  me  he  conven- 
cido hace  poco  al  ver  á  un  señor  muy  respetable  extrañarse  de  cosas  que 
había  leído  en  un  capítulo  de  la  obra  de  V.  R.  publicado  en  la  Revista  del 
Santísimo  Rosario  y  que  él  hasta  entonces  había  ignorado. 

'V.  R.  habla  de  las  relaciones  entre  Santa  Teresa  y  la  Orden  Domini- 
cana con  pleno  conocimiento  de  causa,  sin  apasionamientos  y  con  tal  sen- 
cillez que  cualquiera  que  lo  lea,  no  puede  menos  de  estar  ganado  á  sus 
¡deas,  que  no  son  más  que  de  verdad  y  de  justicia.  Al  triunfo  de  ésta  he- 
mos de  aspirar  todos,  y  por  esto,  creo,  que  conviene  se  publique  la  obra 
de  V.  R.^ 

Las  ilustradas  religiosas  Carmelitas  Descalzas  que  están  editando  al 


-  17  — 

presente  las  obras  de  su  Santa  Madre,  y  por  cierto  con  mucho  aplauso  por 
la  vasta  erudición  y  estudio  que  revelan  sobre  todo  lo  concerniente  á  la 
Santa,  nos  escribieron  desde  Bruselas:  Grata  impresión  nos  ha  causado  el 
precioso  manuscrito  que  ha  tenido  la  bondad  de  enviarnos  y  cuya  lec- 
tura acabamos  de  terminar.  No  tenemos  necesidad  de  decirle,  muy  reve- 
rendo Padre,  con  qué  interés  lo  hemos  leído.  V.  R.  ha  reunido  perfecta- 
mente todos  los  testimonios  que  ponen  de  manifiesto  los  grandes  servicios 
prestados  á  Santa  Teresa  por  la  Orden  de  Santo  Domingo.- 

Y  como  en  la  documentación  de  nuestra  obra  nos  hablamos  inspirado 
bastante  en  la  Crónica  de  la  Reforma,  quisimos  asegurarnos  mejor  de  la 
autoridad  que  les  merecía  el  testimonio  de  su  autor,  y  consultamos  sobre 
este  particular,  con  la  directora  de  dicha  ilustrada  edición,  Madre  Sacra- 
mento. La  contestación  no  se  hizo  esperar,  y  nos  remitió  por  carta  este 
bien  laudatorio  juicio  para  la  Urden  dominicana: 

'Las  apreciaciones  de  la  Crónica  de  la  Reforma  sobre  los  Dominicos  y 
el  agradecimiento  que  les  debe  la  Reforma  del  Carmen  me  parecen  del  todo 
justas  y  conformes  á  la  verdad.  Yo  creo  que  la  Santa  Madre  las  suscribi- 
rla con  todo  su  corazón.* 

No  son  menos  de  agradecer,  y  por  la  sinceridad  con  que  están  escri- 
tas nos  animaron  sobremanera  á  realizar  nuestro  pensamiento,  las  palabras 
que  nos  dirigió  el  ilustre  prebendado,  Dr.  D.  Froilán  Perrino,  canónigo 
lectoral  de  esta  Apostólica  Iglesia  Catedral  de  Avila,  quien  por  comisión 
del  Prelado  de  esta  Diócesis  censuró  este  pobre  y  desaliñado  trabajo.  Nos 
decía  así,  en  carta  muy  atenta  que  poseemos  y  que  llenó  de  noble  y  legí- 
timo orgullo  nuestro  corazón  teresiano: 

-Reciba  usted  mi  más  cordial  enhorabuena  por  su  obra  titulada:  -Santa 
Teresa  de  Jesús  y  la  Orden  de  Predicadores. 

El  limo.  Sr.  Obispo  me  encomendó  el  honroso  cargo  de  examinarla  y 
censurarla;  y  he  tenido  la  satisfacción  de  manifestar  en  mi  informe  que  no 
sólo  no  he  visto  nada  en  dicha  obra  que  sea  contrario  a!  dogma  ni  á  la 
moral,  sino  que  al  contrario,  el  referido  trabajo  es  un  estudio  histórico  con- 
cienzudo, en  que  V.  se  manifiesta  admirador  y  entusiasta  de  nuestra  San- 
ta, así  como  también  santamente  orgulloso  de  pertenecer  á  la  Orden  de 
Santo  Domingo,  haciendo  ver  cuánto  influyó  esta  Orden  religiosa  en  la 


perfección  moral  de  Santa  Teresa  de  Jesús,  habiendo  tenido  por  confeso- 
res á  Padres  virtuosísimos  de  la  referida  Orden;  cuánto  contribuyó  también 
la  Orden  indicada  á  que  el  mundo  pueda  admirar  los  libros,  en  que  se 
conservan  los  raudales  de  la  divina  ciencia,  de  que  estaba  henchida  la  in- 
teligencia endiosada  de  nuestra  Santa,  aconsejando  ó  mandando  á  ésta 
aquellos  mismos  confesores  que  escribiera  sus  libros,  todos  los  cuales  us- 
ted analiza  uno  por  uno,  y  juzga  con  criterio  recto;  y  finalmente  cuánto 
ayudó  y  protegió  la  misma  Orden  religiosa  á  la  inmortal  Santa  Teresa  en 
la  Reforma  del  Carmelo,  hasta  el  punto  de  poder  afirmarse  con  verdad  que 
de  ninguna  corporación  religiosa  recibió  Santa  Teresa  tan  valiosa  asisten- 
cia, al  llevar  á  cabo  su  grande  empresa  de  la  Reforma,  como  de  la  de  Santo 
Domingo  de  Guzmán. 

«Y  todo  esto  lo  prueba  Ud.  con  mulíilud  de  datos  históricos,  recogidos 
acá  y  allá,  algunos  de  ellos  curiosísimos,  de  tal  suerte,  que  puede  afirmar- 
se que  no  hay  biógrafo  de  la  Santa,  ni  de  algún  Dominico  célebre  contem- 
poráneo de  la  Seráfica  Madre,  ni  historiador  de  la  Reforma,  que  Ud.  no 
haya  leído  con  detenimiento. 

«¡Ojalá  se  escribiera  así  siempre  la  Historia!  Por  esto  y  por  otros  moti- 
vos que  callo,  por  no  ofender  su  modestia,  he  juzgado  que  su  obra  ha  de 
contribuir  á  la  mayor  gloria  de  Dios,  redundando  como  redunda  en  gloria 
de  Santa  Teresa  de  Jesús,  y  gloria  también  de  la  ilustre  Orden  de  Santo 
Domingo  de  Guzmán,  de  la  cual  se  valió  Dios,  como  de  instrumento,  para 
la  formación  de  ese  prodigio  de  santidad,  y  sol  resplandeciente,  que  brilla 
en  el  cielo  de  la  Teología  mística  y  tiene 'por  nombre  Teresa  de  Jesús.  > 

Haga  Dios  que  estas  páginas  escritas  al  calor  del  amor  y  devoción  fer- 
viente que  desde  antiguo  hemos  profesado  á  esta  seráfica  Virgen,  y  cuyos 
escritos  han  sido  durante  toda  nuestra  vida  religiosa  el  alimento  espiritual 
y  cotidiano  de  nuestra  alma,  puedan  servir,  no  sólo  de  grato  placer  y  bello 
despertar  á  otra  vida  más  pura  y  noble,  sino  que  contribuyan  á  infundir  en 
el  corazón  de  los  que  nos  lean  amor  ardiente  é  intenso  á  la  inmortal  Santa 
que  simboliza  nuestras  mayores  glorias. 


Primera  Parte 


INFLUENeifl  QUE  LOS  DOMIMICOS  TUVIERON 


EN   LA    SANTIDAD   DE 


^  »  le  ffi  ©  ü     H) 


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CAPÍTULO    PRIAERO 

Santa  Ceresa  considerada  como  Santa.  €1 IP.  Vicente  Barrón  la  l)ace 

volver  á  la  oración. 


Nada  hay  más  digno  y  apreciable  á  los  ojos  de  Dios  que  la  santidad 
de  las  almas  redimidas  por  su  divino  Hijo,  Jesucristo.  Esta  es  la  obra,  por 
excelencia,  de  su  amor  infinito  é  incomprensible.  En  la  admirable  obra  de 
la  creación  no  necesitó  Dios  más  que  pronunciar  elfiat  de  su  omnipotente 
poder  y  voluntad,  y  la  hermosa  luz  fué  creada  y  los  mundos  puestos  en 
marcha  y  en  majestuoso  movimiento.  Pero  para  la  obra  de  la  redención  de 
las  almas  y  de  los  cuerpos  necesitó  pasar  por  las  grandes  tristezas  de 
nuestra  vida  mortal  y  derramar  toda  su  sangre  por  la  salud  de  todos  los 
hombres. 

Sin  duda  por  esto  la  obra  de  la  santidad  de  las  almas,  fruto  de  su  pa- 
sión sacratísima,  y  la  manifestación  más  augusta  y  soberana  del  amor  que 


-20- 

Dios  tiene  á  sus  criaturas,  necesita  de  lento  aprendizaje,  de  circunstancias 
externas  que  favorezcan  su  desarrollo,  de  un  periodo  preparatorio  que  dis- 
ponga al  alma  á  recibir  convenientemente  las  luces  y  bendiciones  del  cielo. 

Teresa  de  Jesús  no  se  eximió  de  esta  ordinaria  y  providencial  ley.  Tam- 
bién esta  ilustre  Virgen  necesitó  de  una  preparación  cuidadosa  y  diligente; 
necesitó  del  transcurso  del  tiempo  y  de  los  años  para  que  emprendiera  la 
sublime  ascensión  del  espiritu  hacia  lo  que  es  eternamente  bello;  necesi- 
tó que  Dios  la  deparase  personas  que  la  encendiesen  en  su  divino  amor  y 
eligiese  confesores  que  la  guiasen  y  alentasen  por  la  senda  de  la  virtud  y 
perfección  más  eminente.  Estas  personas  y  estos  confesores  fueron,  entre 
otros,  los  preclaros  hijos  de  Santo  Domingo  de  Guzmán,  despertadores  de 
su  virtud  y  alentadores  de  la  mejora  y  renovación  de  su  espíritu. 

La  misma  Iglesia  consigna  esta  influencia  fecunda  y  bienhechora  de  los 
hijos  de  esta  Orden  esclarecida  en  la  santidad  de  Teresa,  cuando  en  el  ofi- 
cio de  esta  seráfica  virgen,  nos  dice  estas  gravísimas  palabras:  lantum  opas 
(Diva  1  eresia)  perfecii  subsidio  Prcedicatoram  adjuta,  quibus  plurimis  doc- 
trina et  et  sanctitate  prcEclaris  usa  est  a  confessionibus,  consiliis  spiritualique 
regimine.  Idéntico  sentir,  y  casi  con  iguales  palabras  atestigua  esta  misma 
decisiva  influencia  el  gran  historiador  P.  Francisco  de  Santa  María,  autor 
de  la  Crónica  de  la  Reforma,  cuando  escribe,  que  <la  Religión  santísima  de 
Santo  Domingo  sirvió  á  la  Santa  Madre  con  sus  confesores  y  doctores  de 
espiritu>. 

La  verdad  y  exactitud  de  estos  tan  solemmnes  y  gravísimos  testimo- 
nios se  comprenderá  fácilmente,  teniendo  en  cuenta,  que  fueron,  según 
documentos  fidedignos,  por  lo  menos  treinta  (1)  los  PP.  Dominicos  que 
confesaron  á  la  Santa  Madre  en  las  distintas  épocas  de  su  vida  y  en  los 
diversos  lugares  donde  ella  se  encontró  con  motivo  de  sus  célebres  fun- 
daciones. 


(1)  Nombres  de  los  principales  PP.  Dominicos  confesores  de  Santa  Teresa  de  Jesús, 
á  !a  vez  que  protectores  en  la  gran  obra  de  la  Reforma:  P.  Vicente  Barrón,  Consultor 
del  Santo  Oficio;  P.  Pedro  Ibáñez,  Lector  de  Teología  en  Avila;  P.  Domingo  Báñez, 
Catedrático  de  Prima  de  Salamanca;  P.  Diego  Chaves,  Confesor  del  Rey  Felipe  II; 
P.  F^jartolomé  Medina,  Catedrático  de  Prima  de  Salamanca;  P.  Felipe  Meneses,  Re- 
gente de  San  Gregorio;  P.  Juan  Salinas,  Provincial  de  España;  P.  Presentado  Lunar, 


-21  - 

Adornados  estos  ¡lustres  hijos  del  mejor  de  los  Guzmanes,  de  las  no- 
bles prendas  de  virtud  y  letras  que  la  insigne  Santa  deseaba  que  resplan- 
deciesen en  los  que  dirigían  su  conciencia,  todos  ellos  influyeron  en  más 
ó  menos  grado,  pero  siempre  de  modo  intenso  y  eficaz  en  el  corazón  de 
Teresa:  en  aquel  despertar  vigoroso  de  su  alma  hacia  las  cosas  santas  en 
los  alientos  sublimes  y  elevados  de  su  espíritu  hacia  la  unión  inefable  con 
su  único  Dueño  y  Señor.  Las  disposiciones  de  la  inmortal  Santa  eran,  por 
otra  parte,  las  más  bellas  que  corazón  humano  podía  alentar,  para  recibir 
con  fruto  ese  soplo  de  vida  sobrenatural,  la  influencia  celestial  de  la  divi- 
na gracia;  capaz  su  corazón  de  ser  modelado  según  los  deseos  de  Dios, 
que  se  había  propuesto  levantar  al  más  alto  grado  de  perfección  y  santi- 
dad el  espíritu  seráfico  de  Teresa. 

Fácilmente  puede  verse  por  esto,  que  no  podemos  ocuparnos  en  capí- 
tulo aparte  de  todos  y  de  cada  uno  de  estos  insignes  varones  que  tanto 
honraron  á  la  Iglesia  y  á  la  orden  de  Santo  Domingo  con  la  dirección  del 


Prior  de  Santo  Tomás  de  Avila;  P.  Diego  Yanguas,  Maestro  en  Teología;  P.Juan  Cue- 
vas, Provincial  de  España;  P.  Juan  Gutiérrez,  Predicador  de  S.  M.:  P.  Hernando  del 
Castillo,  Predicador  de  S.  M.;  P.  García  de  Toledo,  Comisario  general;  P.  Pedro  Fer- 
nández, Provincial  de  España;  P.  Mancio,  Catedrático  de  Prima  en  Salamanca;  P.  Mel- 
chor Cano,  sobrino  del  célebre  Melchor  Cano;  P.  Baltasar,  en  Sevilla;  P.  Luis  Barrien- 
tos.  Predicador  de  S.  M.;  P.  Juan  de  Arcediano,  Prior  de  Dominicos  en  Burgos;  P.  Pe- 
redo,  Predicador  Conventual  en  Avila,  y  Prior  después  en  Talavera;  P.  Diego  Alvárez, 
Arzobispo  de  Trani  en  Italia;  P.  Juan  Calleja,  Maestro  de  Novicios  en  Segovia;  P.  Pe- 
dro Romero,  Lector  de  Teología  en  el  Convento  de  Santo  Tomás  de  Avila;  P.  Bartolo- 
mé de  Aguílar  en  Sevilla;  P.  Maestro  Marta,  en  Burgos;  P.  Maestro  Orellana,  en  Valla- 
dolid;  P.  Maestro  Vallejo,  en  Soria;  P.  Maestro  Osma,  en  Vailadolid;  Padre  Diego  Al- 
derete,  en  Soria;  P.  Diego  Suárez,  Rector  de  San  Gregorio  de  Vailadolid. 

Por  si  alguno  de  los  lectores  desea  saber  donde  consta  que  estos  treinta  Padres  de 
la  Orden  de  Santo  Domingo  fueron  confesores  de  la  Santa  Madre,  bueno  será  manifes- 
tar que  á  los  nueve  primeros  ella  misma  los  nombra  en  una  relación  á  uno  de  sus 
confesores:  los  siguientes  hasta  el  P.  Pedro  Romero  inclusive,  constan  del  proceso  de 
canonización  que  se  hizo  en  Avila  en  1610,  fuera  de  que  algunos  de  éstos  como  el  Pa- 
dre García  de  Toledo,  Cuevas  y  algunos  otros,  con  frecuencia  lo  testifica  ella  misma  en 
sus  escritos:  de  los  siete  siguientes,  nos  consta  por  diversas  cartas  de  la  Santa  y  co- 
mentadores de  estas,  y  últimamente  del  P.  Diego  Suárez  lo  afirma  el  P.  Gracián  en 
uno  de  sus  opúsculos  que  puede  verse  en  La  Fuente,  Edición  de  1831,  tomo  6.°  pág.  394. 


—  22  — 

alma  de  Teresa  de  Jesús,  y  tan  sólo  bosquejaremos  imperfectamente  y  ha- 
remos una  débil  semblanza  de  las  dos  figuras  que  resumen  y  simbolizan 
en  el  más  alto  grado  esta  superior  dirección,  este  soberano  triunfo  contra 
las  pérfidas  sugestiones  del  demonio,  de  la  carne  y  del  mundo. 

El  primero  será  el  P.  M.  Fr.  Vicente  Barrón,  Lector  de  Teología  en  este 
convento  de  Santo  Tomás  de  Avila,  y  después  consultor  del  Santo  Oficio 
en  Toledo,  ya  por  ser  el  primer  dominico  que  confesó  á  la  Santa,  ya  prin- 
cipalmente, porque  en  mi  humilde  parecer,  fué  quien  de  una  manera  más 
eficaz  y  manifiesta  influyó  en  la  santidad  de  esta  seráfica  Virgen,  como 
sin  duda  se  convencerá  el  lector  con  la  simple  lectura  de  los  tres  capítulos 
que  se  consagran  en  esta  primera  parte  á  la  memoria  de  este  esclarecido 
y  venerable  padre. 

En  segundo  lugar  nos  ocuparemos  del  P.  Garcia,  de  Toledo,  hijo  de 
los  condes  de  Oropesa,  en  atención  al  suceso  misterioso  que  de  él  nos 
cuenta  la  Santa  Madre  en  el  capítulo  XXXIV  de  su  Vida.  Quizá  extrañe 
alguno  no  se  trate  también  en  capítulo  ó  capítulos  aparte  del  célebre  Pa- 
dre Báñez,  En  efecto,  este  varón  verdaderamente  insigne,  fué  con  quien 
Santa  Teresa  más  comunicó  durante  toda  su  vida:  fué  su  mentor  espiri- 
tual, su  protector  nato,  su  ayuda  poderosa  y  singular  en  todos  los  arduos 
negocios  y  difíciles  circunstancias  de  la  vida.  Pero  esta  es  precisamente  la 
causa  porque  no  ocupa  aquí  lugar  aparte,  pues  el  nombre  é  influencia  del 
P.  Domingo  Báñez,  ha  de  jugar  á  cada  paso  papel  importantísimo  en  toda 
la  obra. 

Comencemos,  pues,  por  ese  despertar  sublime  hacia  lo  que  significa 
perfección  de  espíritu,  hacia  esa  total  'y  absoluta  entrega  del  corazón  de 
Teresa  á  su  divino  esposo  Jesús,  imán  divino  de  los  corazones  generosos, 
oriente  eterno  de  las  almas  redimidas. 

Todos  los  biógrafos  de  Santa  Teresa  nos  hablan  de  su  conversión,  y 
la  misma  Santa,  aunque  no  usa  esa  palabra,  pero  sí  de  otra  sinónima,  y 
así  empieza  el  capítulo  23  de  su  vida  con  las  siguientes  palabras:  «Es  otro 
libro  nuevo  de  aquí  adelante,  digo,  otra  vida  nueva:  la  de  hasta  aquí  era 
mía,  etc.*  Es,  pues,  corriente  que  Santa  Teresa  se  convirtió.  Pero  si  según 
el  testimonio  de  todos  sus  confesores  y  biógrafos,  del  Tribunal  de  la  Rota 
Romana,  y  Bula  de  canonización,  la  Santa  no  perdió  la  inocencia  bautis- 


-23- 

mal,  ¿cómo  pudo  convertirse?  ¿En  qué  consistió  su  conversión?  Su  con- 
versión, pues,  ha  de  tomarse  en  el  sentido  en  que  ella  toma  esa  palabra 
en  el  último  capitulo  de  sus  Moradas.  Exhortando  alli  á  sus  hijas  á  que 
alleguen  almas  á  Dios,  y  unas  á  otras  se  despierten  y  se  enciendan  en  su 
amor,  dice  asi:  'Diréis  que  esto  no  es  convertir,  porque  todas  sois  bue- 
nas.» Y  contesta:  ¿Quién  os  mete  en  eso?  Mientras  fuereis  mejores,  más 
agradarán  vuestras  alabanzas  á  Dios,  y  más  aprovechará  vuestra  oración 
á  los  prójimos.  ♦  En  este  sentido,  pues,  se  convirtió  Santa  Teresa,  en  cuan- 
to emprendió  una  vida  más  perfecta,  y  también,  según  atestiguan  sus  bió- 
grafos y  ella  misma,  en  cuanto  hubiera  ido  á  parar  á  los  infiernos  cayendo 
en  pecado  mortal  á  no  haber  abandonado  el  camino  que  llevaba.  En  este 
sentido  se  convirtió  Santa  Teresa  y  llegó  á  ser  no  sólo  una  gran  santa 
sino  la  Santa  de  Avila  y  aun  pudiéramos  decir  de  España,  y  en  expresión 
del  P.  Alvarado,  del  mundo  entero;  pues  á  su  juicio  «es  la  mujer  que  no 
tiene  igual  entre  las  mujeres  de  todos  los  países  y  siglos  (excluyo,  dice, 
siempre  á  la  inmaculada  Madre  de  mi  Dios)*  (1).  Pues  esta  conversión  y 
santidad  se  debe,  después  de  Dios,  á  un  P.  Dominico,  al  P.  Barrón. 

Antes  de  pasar  adelante  es  necesario  conocer  la  vida  tibia  en  que  se 
hallaba  antes  de  tratar  con  este  P.  Dominico.  La  misma  Santa  describe  su 
mal  estado  en  los  capítulos  4.",  5.°,  d.'^  y  7."  de  su  Vida,  donde  señala 
tres  causas  de  su  tibieza.  No  ser  muy  recogido,  ó  encerrado  como  ella 
dice,  el  monasterio;  los  confesores  poco  letrados  que  tuvo;  y  sobre  todo, 
y  más  que  todo,  el  haber  dejado  la  oración.  Oigamos  sus  palabras  que  iré 
entresacando  de  estos  preciosos  capítulos.  Refiere  primeramente  las  gran- 
des mercedes  que  Dios  la  hacía  en  los  principios  de  su  vida  religiosa.  «En 
tomando  el  hábito,  dice,  á  la  hora  me  dio  un  tan  gran  contento  de  tener 
aquel  estado,  que  nunca  jamás  me  faltó  hasta  hoy.  Dábanme  deleite  todas 
las  cosas  de  la  Religión,  comenzóme  su  Majestad  á  hacer  tan  grandes  mer- 
cedes en  estos  principios,  que  me  hacía  merced  de  darme  oración  de  quie- 
tud, y  alguna  vez  llegaba  á  unión,  aunque  yo  no  entendía  qué  era  lo  uno 
ni  lo  otro.  Verdad  es  que  duraba  tan  poco  esto  de  unión,  que  no  sé  si  era 
Ave  María,  mas  quedaba  con  unos  efectos  tan  grandes,  que  con  no  haber 


(1)     Cartas  Criticas,  tomo  4.°,  carta  42.  pág.  193. 


—  24- 

en  este  tiempo  veinte  años,  me  parece  traía  al  mundo  debajo  de  los  pies. 
Quién  dijera  que  había  tan  presto  de  caer  después  de  tantos  regalos  de 
Dios,  después  de  haber  comenzado  su  Majestad  á  darme  virtudes  que  ellas 
mismas  me  despertaban  á  servirle.  Por  esto  me  parece  á  mí  me  hizo  harto 
daño  no  estar  en  monasterio  encerrado. 

<1^  Causa.  Pues  comenzando  yo  á  tratar  estas  conversaciones,  no  me 
pareciendo,  como  veía  que  se  usaban,  que  había  de  venir  á  mi  alma  el 
daño  y  distraimiento  que  después  entendí  eran  semejantes  tratos,  pareció- 
me que  cosa  tan  general  como  es  este  visitar  en  muchos  monasterios,  que 
no  me  baria  á  mí  más  mal  que  á  las  otras,  que  yo  veía  eran  buenas;  y  no 
miraba  que  eran  muy  mejores,  y  que  lo  que  en  mí  fué  peligro,  en  otras  no 
lo  sería  tanto;  que  alguno  dudo  yo  lo  deje  de  haber,  aunque  no  sea  sino 
tiempo  mal  gastado.  Estando  con  una  persona  bien  al  principio  de  cono- 
cerla, quiso  el  Señor  darme  á  entender  que  no  me  convenían  aquellas 
amistades,  y  avisarme  y  darme  luz  en  tan  gran  ceguedad.  Representóseme 
Cristo  delante  con  muciio  rigor,  dándome  á  entender  lo  que  de  aquello  le 
pesaba;  víle  con  los  ojos  del  alma  más  claramente  que  le  pudiera  ver  con 
los  del  cuerpo,  y  quedóme  tan  imprimido,  que  ha  ésto  más  de  veintiséis 
años  y  me  parece  lo  tengo  presente.  Yo  quedé  muy  espantada  y  turbada, 
y  no  quería  ver  más  á  con  quien  estaba.  Hizome  mucho  daño  no  saber  yo 
que  era  posible  ver  nada  sino  con  los  ojos  del  cuerpo;  y  el  demonio  que 
me  ayudó  á  que  lo  creyese  ansí  y  hacerme  entender  que  era  imposible,  y 
que  se  me  había  antojado,  y  que  podía  ser  el  demonio  y  otras  cosas  desta 
suerte;  puesto  que  siempre  me  quedaba  un  parecerme  era  Dios,  y  que  no 
era  antojo;  mas  como  no  era  mi  gusto,  yo  me  hacía  á  mí  mesma  desmen- 
tir; y  yo  como  no  lo  osé  tratar  con  nadie  y  tornó  después  á  haber  gran  im- 
portunación, asegurándome  que  no  era  mal  ver  persona  semejante,  ni  per- 
día honra,  antes  que  la  ganaba,  torné  á  la  mesma  conversación,  y  aun  en 
otros  tiempos  á  otras;  porque  fué  muchos  años  los  que  tomaba  esta  recre- 
ación pestilencial,  que  no  me  parecía  á  mí,  como  estaba  en  ello,  tan  malo 
como  era,  aunque  á  veces  claro  veía  no  era  bueno;  mas  ninguna  me  hizo 
el  distraimiento  que  esta  que  digo,  porque  la  tuve  mucha  afición. 

«Estando  otra  vez  con  la  mesma  persona,  vimos  venir  hacia  nosotros,  y 
otras  personas  que  estaban  allí  también  lo  vieron,  una  cosa  á  manera  de 


-25- 

sapo  grande,  con  mucha  más  ligereza  que  ellos  suelen  andar;  de  la  parte 
que  él  vino,  no  puedo  yo  entender  que  pudiese  haber  semejante  sabandija 
en  mitad  del  día,  ni  nunca  la  ha  habido,  y  la  operación  que  hizo  en  mi, 
me  parece  no  era  sin  misterio;  y  tampoco  ésto  se  me  olvidó  jamás.  ¡Oh 
grandeza  de  Dios,  y  con  cuánto  cuidado  y  piedad  me  estábades  avisando 
de  todas  maneras,  y  qué  poco  me  aprovechó  á  mi!> 

Aun  se  conserva  en  el  convento  de  la  Encarnación  el  locutorio  en  que 
tuvieron  lugar  estos  extraordinarios  sucesos.  Hay  además  en  el  locutorio 
una  pintura  que  representa  á  Jesucristo  llagado  corno  le  vio  en  visión  ima- 
ginaria la  Santa,  y  también  está  pintada  la  sabandija,  ó  sapo  grande  que 
tan  misteriosa  operación  le  causó.  En  la  parte  inferior  del  cuadro  hay  una 
inscripción  que  dice  asi.  ^Estando  nuestra  Madre,  Santa  Teresa  de  Jesús, 
en  el  principio  de  su  vida,  en  visita  con  una  persona  de  las  prendas  que 
dice  la  Santa  se  le  representó  Christo  con  mucho  rigor  en  la  forma  que  se 
ve,  dándola  á  entender  que  aquello  no  le  agradaba;  y  aunque  la  Santa  se 
turbó  mucho,  la  pareció,  como  su  intención  no  era  de  ofender  á  Dios,  sería 
antojo;  y  el  demonio  que  dice  se  lo  hacía  creer  así,  con  que  perseveran- 
do en  ver  la  misma  persona,  vio  en  este  locutorio  otro  día  volviéndola,  á 
visitar,  esta  sabandija,  como  lo  dice  la  Santa  en  el  capítulo  VII  de  su  vida.» 

«Tenia  allí  una  monja,  continúa  Santa  Teresa,  que  era  mi  parienta  an- 
tigua, y  gran  sierva  de  Dios  y  de  mucha  religión;  ésta  también  me  avisaba 
algunas  veces;  y  no  sólo  no  la  creía,  mas  disgustábame  con  ella,  y  pare- 
cíame se  escandalizaba  sin  tener  por  qué.  He  dicho  ésto,  para  que  se  en- 
tienda mi  maldad  y  la  gran  bondad  de  Dios,  y  cuan  merecido  tenía  el  in- 
fierno, por  tan  gran  ingratitud;  y  también  porque  si  el  Señor  ordenare,  y 
fuere  servido,  en  algún  tiempo  lea  ésto  alguna  monja,  escarmiente  en  mí;  y 
les  pido  yo,  por  amor  de  nuestro  Señor,  huyan  de  semejantes  recreacio- 
nes. Plega  á  su  Majestad  se  desengañe  alguna  por  mí,  de  cuantas  he  en- 
gañado, diciéndoles  que  no  era  mal  y  asegurándoles  tan  gran  peligro  con 
la  ceguedad  que  yo  tenía,  que  de  propósito  no  las  quería  yo  engañar  y 
poi  el  mal  ejemplo  que  las  di  (como  he  dicho)  fui  causa  de  hartos  males, 
no  pensando  hacía  tanto  mal.-  Es  de  advertir  que  la  Santa  tendría  enton- 
ces de  veinticuatro  á  veinticinco  años,  y  la  persona,  ó  personas,  con  quie- 
nes comunicaba  frecuentemente  eran  de  distinto  sexo. 


-26- 

2.^  causa.  «Estaba  todo  el  daño  en  los  confesores  que  me  ayudaban 
poco,  porque  á  decirme  el  peligro  en  que  andaba  y  que  tenía  obligación  á 
no  traer  aquellos  tratos,  sin  duda,  creo,  se  remediara;  lo  que  era  pecado 
venial,  decíanme  que  no  era  ninguno,  lo  que  era  gravísimo  mortal,  que  era 
venial;  gran  daño  hicieron  á  mi  alma  confesores  medio  letrados,  porque 
no  los  tenía  de  tan  buenas  letras  como  yo  quisiera,  pues  siempre  fui  ami- 
ga de  letras,  porque  buen  letrado  nunca  me  engañó;  éstos  tampoco  me 
debían  querer  engañar,  sino  que  no  sabían  más.  Dijome  uno  yendo  yo  á 
él  con  escrúpulo,  que  aunque  tuviese  subida  contemplación  no  me  eran  in- 
conveniente semejantes  tratos».  También  me  acaeció  tratar  con  otro  cosas 
de  conciencia,  que  había  oído  todo  el  curso  de  Teología,  y  me  hizo  harto 
daño  en  cosas  que  decía  no  eran  nada  y  sé  que  no  pretendía  engañarme, 
ni  tenía  para  qué,  sino  que  no  supo  más:  y  con  otros  dos  ó  tres  sin  éste  me 
acaeció»  (1).  *Creo  permitió  Dios  por  mis  pecados  ellos  se  engañasen  y 
me  engañasen  á  mí:  yo  engañé  á  otras  hartas  con  decirles  lo  mesmo  que  á 
mí  me  habían  dicho.  Duré  en  esta  ceguedad  creo  más  de  diecisiete  años, 
hasta  que  un  Padre  Dominico,  gran  letrado,  me  desengañó  en  cosas,  y  los 
de  la  Compañía  de  Jesús  del  todo  me  hicieron  tanto  temer,  agravándome 
tan  malos  principios,  como  después  diré.» 

3J^  causa.  ^Pues  así  comencé  de  pasatiempo  en  pasatiempo  y  de  vani- 
dad en  vanidad,  de  ocasión  en  ocasión,  y  andar  tan  estragada  mi  alma 
que  ya  yo  tenía  vergüenza  de  en  tal  particular  amistad  como  es  tratar  de 
oración,  tornarme  á  él  (á  Dios)  y  éste  fué  el  más  terrible  engaño  que  el 
demonio  me  podía  hacer  bajo  de  parecer  humildad,  que  comencé  á  temer 
de  tener  oración,  de  verme  tan  perdida  y  parecióme  era  mejor  andar  como 
los  muchos,  pues  en  ser  ruin  era  de  las  peores  y  rezar  lo  que  estaba  obli- 
gada y  vocalmente  que  no  tener  oración  mental  y  tanto  trato  con  Dios  la 
que  merecía  estar  con  los  demonios,  y  que  engañaba  á  las  gentes.» 

Dejó,  pues,  Santa  Teresa  el  ejercicio  de  la  oración;  pero  sobre  este 
punto,  que  es  sin  duda  el  principal,  añadiré  algo  más  de  lo  que  la  sucedió 
con  su  virtuoso  padre.  «Antes  de  dejar  la  oración,  como  quería  tanto  á  mi 


(1)     Estas  palabras  de  la  Santa  sobre  los  confesores  letrados  y  medio  letrados  (y 
pudieran  añadirse  muchas  más)  están  tomadas  del  Camino  de  Perfección.  Capítulo  5°- 


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padre,  dice,  deseábale  con  el  bien,  que  me  parecía  tenía  con  tener  oración, 
que  me  parecía  que  en  esta  vida  no  podía  ser  mayor  que  tener  oración,  y 
ansí  por  rodeos  como  pude,  comencé  á  procurar  con  él  la  tuviese.  Dile  li- 
bros para  este  propósito,  como  era  virtuoso,  como  he  dicho,  asentóse  tan 
bien  en  él  este  ejercicio,  que  en  cinco  ó  seis  años  estaba  tan  adelante,  que 
yo  alababa  mucho  á  Dios.  Ya  después  que  yo  andaba  tan  distraída  y  sin 
tener  oración,  como  veía  pensaba  era  la  que  solía,  no  lo   pude  sufrir  sin 
desengañarle,  porque  estuve  un  año  y  más  (año  y  medio  dice  en  otro  lu- 
gar, aunque  del  medio,  añade,  no  me  acuerdo  bien)  sin  tener  oración  pa- 
reciéndome  más  humildad  no  tenerla  y  esta  fué  la  mayor  tentación  que 
tuve,  que  por  ella  me  iba  á  acabar  de  perder,  que  con  la  oración  un  día 
ofendía  á  Dios  y  tornaba  otros  á  recogerme  y  apartarme  más  de  la  ocasión. 
Como  el  bendito  hombre  venía  con  esto,  hacíaseme  recio  verle  tan  enga- 
ñado en  que  pensase  trataba  con  Dios  como  solía,  y  díjele:  que  ya  yo  no 
tenía  oración,  aunque  no  la  causa.  Púsele  mis  enfermedades  por  inconve- 
niente. El  me  creyó,  que  era  esta  la  causa,  como  él  no  decía  mentira  y  ya 
conforme  á  lo  que  yo  trataba  con  él,  no  la  había  yo  de  decir.  Díjele  porque 
mejor  lo  creyese,  que  harto  hacía  con  servir  el  coro.  El  con  la  opinión  que 
tenía  de  mí,  y  el  amor  que  me  tenía,  todo  me  lo  creyó:]antes  me  tuvo  lástima. 
«En  este  tiempo  dio  á  mi  padre  la  enfermedad  de  que  murió  que  duró  al- 
gunos días.  Fuíle  yo  á  curar  estando  más  enferma  en  el  alma  que  él  en  el 
cuerpo,  en  muchas  vanidades,  aunque  no  de  manera  que  á  cuanto  enten- 
día estuviese  en  pecado  mortal  en  todo  este  tiempo  más  perdido  que  digo; 
porque  entendiéndolo  yo,  en  ninguna  manera  lo  estuviera.  Pasé  harto  tra- 
bajo en  su  enfermedad;  creo  le  serví  algo  de  lo  que  él  había  pasado  en  las 
mías.  Con  estar  yo  harto  mala  me  esforzaba,  y  con  que  en  faltarme  él  me 
faltaba  todo  el  bien  y  regalo,  porque  en  un  ser  me  lo  hacía:  tuve  tan  gran 
ánimo  para  no  le  mostrar  pena  y  estar  hasta  que  murió  como  si  ninguna 
cosa  sintiera,  pareciéndome  se  arrancaba  mi  alma  cuando  veía  acabar  su 
vida,  porque  le  quería  mucho.  Fué  cosa  para  alabar  al  Señor  la  muerte  que 
murió  y  la  gana  que  tenía  de  morirse,  los  consejos  que  nos  daba  después 
de  haber  recibido  la  Extremaunción,  el  encargarnos  le  encomendásemos  á 
Dios  y  le  pidiésemos  misericordia  para  él,  y  que  siempre  le  sirviésemos, 
que  mirásemos  se  acababa  todo;  y  con  lágrimas  nos  decía  la  pena  grande 


-28  - 

que  tenía  de  no  haberle  servido,  que  quisiera  ser  un  fraile,  digo  haber  sido 
de  los  más  estrechos  que  hubiera.  Tengo  por  muy  cierto  que  quince  dias 
antes  de  éstos  le  dio  el  Señor  á  entender  no  había  de  vivir;  porque  aunque 
estaba  malo  no  lo  pensaba.  Después  con  tener  mucha  mejoría  y  decirlo 
los  médicos,  ningún  caso  hacía  de  ellos  sino  entendía  en  ordenar  su  alma. 
Fué  su  principal  mal  de  un  dolor  grandísimo  de  espaldas  que  jamás  se  le 
quitaba;  algunas  veces  le  apretaba  tanto  que  le  congojaba  mucho.  Díjele 
yo,  que  pues  era  tan  devoto  de  cuando  el  Señor  llevaba  la  cruz  á  cuestas, 
que  pensase  su  Majestad  le  quería  dar  á  sentir  algo  de  lo  que  había  pasa- 
do con  aquel  dolor.  Consolóse  tanto  que  me  parece  nunca  más  le  oí  que- 
jar. Estuvo  tres  días  muy  falto  de  sentido.  El  día  que  murió  se  le  tornó  el 
Señor  tan  entero  que  nos  espantamos,  y  le  tuvo  hasta  que  á  la  mitad  del 
Credo,  diciéndolo  él  mismo,  expiró.  Quedó  como  un  Ángel;  y  ansí  me  pa- 
recía á  mí  lo  era  él,  á  manera  de  decir,  en  el  alma  y  disposición  que  la  te- 
nía muy  buena.  No  sé  para  qué  he  dicho  esto,  sino  es  para  culpar  mis  ruin- 
dades después  de  haber  visto  tal  muerte  y  entender  tal  vida,  que  por  pa- 
recerme  en  algo  á  tal  padre  la  había  yo  de  mejorar.  Decía  su  confesor,  que 
era  Dominico,  muy  gran  letrado,  que  no  dudaba  de  que  se  iba  derecho  al 
cielo;  porque  había  algunos  años  que  le  confesaba  y  loaba  su  limpieza  de 
conciencia*  (1). 

Este  Padre  Dominico,  muy  gran  letrado  y  confesor  de  su  padre,  era  el 
M.  R.  P.  Fr.  Vicente  Barrón,  aquel  Dominico,  gran  letrado,  con  quien  ella 
por  fortuna  tropezó  y  quien  la  sacó  á  puerto  de  salvación,  después  de 
aquellos  diecisiete  años  que  había  vivido  en  aquella  tsrrible  ceguedad, 
causada  por  confesores  ineptos. 

En  efecto:  impresionada  con  la  edificante  muerte  de  su  católico  padre, 
como  ella  misma  le  llama,  entró  dentro  de  sí,  y  dejando  los  confesores 
medio  letrados  que  tanto  daño  la  habían  hecho,  se  determinó  á  confesarse 
con  nuestro  V.  P.  Oigamos  á  Santa  Teresa:  *Este  P.  Dominico  (es  decir,  el 
confesor  de  su  padre),  que  era  muy  bueno  y  temeroso  de  Dios,  me  hizo  harto 


(1)  Murió  Ü.  Alonso  Sáiithez  de  Cepeda  en  1545,  ó  154G,  cuando  su  hija  Doña  Te- 
resa, contaba  de  edad  treinta  años.  No  se  prometía  clausura  por  aquel  tiempo  en  el 
convento  de  la  Encarnación,  y  así,  siendo  religiosa  en  él,  pudo  asistir,  con  licencia  de 
sus  superiores,  á  la  enfermedad  y  muerte  de  su  virtuoso  padre. 


-29- 

provecho,  porque  me  confesé  con  él,  y  tomó  hacer  bien  á  mi  alma  con  cuida- 
do y  hacerme  entender  la  perdición  que  traía.  Hacíame  comulgar  de  quince 
en  quince  días  (las  comuniones  entonces  se  hacían  con  menos  frecuencia 
que  hoy)  y  poco  á  poco  comenzándole  á  tratar,  trátele  de  mi  oración.  Dí- 
jome  que  no  la  dejase,  que  en  ninguna  manera  me  podía  hacer  sino  pro- 
vecho. Comencé  á  tornar  á  ella,  aunque  no  á  quitarme  de  las  ocasiones,  y 
nunca  más  la  de]é.> 

Ocupándose  el  limo.  Sr.  Yepes,  lib.  1.",  cap.  IX,  sobre  este  punto, 
dice  así:  <■  Murió  su  padre,  y  hallándose  ella  presente,  compungida,  par- 
te del  dolor  que  le  hacía,  parte  de  la  devoción  y  santidad  que  veía  en 
él,  determinó  de  confesarse  con  un  religioso  muy  docto  de  la  orden  del 
glorioso  Santo  Domingo,  que  se  llamaba  el  Maestro  Fr.  Vicente  Barrón, 
Lector  de  Teología  y  Presentado  en  su  Orden,  muy  bueno  y  temeroso  de 
Dios,  y  que  había  sido  confesor  de  su  padre.  Confesóse  luego  con  él,  dió- 
le  cuenta  del  tiempo  que  había  dejado  la  oración  y  las  razones  que  la  ha- 
bían movido,  conoció  luego  el  confesor  ser  traza  y  ardid  del  demonio, 
persuadióla  volviese  á  ella;  mostrándole  que  si  tanta  confusión  y  vergüen- 
za tenía  ahora  de  ponerse  delante  de  Dios,  cuánta  más  tendría  el  día  del 
juicio.  Que  antes  eso  bastaría  para  que  el  Señor  la  perdonase,  y  que  para 
remediar  las  faltas  é  imperfecciones  y  sacar  del  infierno  á  los  que  con  sus 
pecados  estaban  metidos  en  él,  es  eficacísimo  remedio  la  oración.  Que  no 
era  soberbia, aunque  fuese  más  pecadora,  llegarse  á  Dios, sino  antes  el  apar- 
tarse de  él.  Y  que  en  esto  no  mirase  á  las  más  de  su  monasterio;  pues  el  ca- 
mino del  cielo  es  estrecho,  por  donde  pocos  caminan,  y  asi  que  procurase 
buenamente  dar  de  mano  á  las  ocasiones,  y  cuando  esto  no  pudiese,  ó  se  vie- 
se cada  día  en  otras  muchas  faltas,  no  por  eso  dejase  el  estudio  de  la  oración, 
que  es  la  botica  donde  nos  armamos  contra  nuestros  adversarios,  y  final- 
mente el  tesoro  donde  el  alma  se  enriquece  de  virtudes,  dones  y  gracias. 

♦  Obedeció  la  Santa,  reconociendo  su  engaño  y  volvió  á  su  ejercicio  de 
oración  y  nunca  más  de  allí  adelante  lo  dejó.- 

El  P.  Ribera  en  el  libro  1.",  capítulo  Vil,  hacia  el  fin,  después  de  re- 
ferir la  visión  que  la  Santa  tuvo  en  el  locutorio  de  la  Encarnación  (1),  avi- 

(1)     Alude  á  la  visión  de  Jesucristo  llagado  y  de  la  sabandija  que  la  Santa  refiere  en 
el  capítulo  Vil,  de  la  cual  ya  se  ha  hecho  mención  anteriormente. 


-30- 

sándola  de  cuánto  desagradaban  al  Señor  aquellas  conversaciones,  escri- 
be: «Con  todo  eso  no  dejaba  sus  entretenimientos,  á  que  estaba  muy  asida, 
y  aunque  á  cabo  de  un  año  que  habia  dejado  la  oración  volvió  á  ella  por 
consejo  del  Padre  Presentado  Fr.  Vicente  Barrón,  Lector  de  Teología  de 
la  Orden  de  Santo  Domingo,  con  quien  se  había  comenzado  á  confesar, 
se  los  tenía  todavía  y  pasaba  gran  trabajo,  porque  en  la  oración  conocía 
sus  faltas  y.la  venía  deseo  de  enmendarse,  y  su  antigua  costumbre  y  con- 
versaciones no  la  dejaban.» 

Confirman  esto,  casi  con  las  mismas  palabras,  tanto  el  autor  de  la  Re- 
forma como  el  de  La  Mujer  Grande,  añadiendo  éste  en  el  día  19  de  Fe- 
brero: «Como  todo  el  mal  de  Teresa  había  venido  de  no  haber  tenido  con- 
fesores doctos  y  prudentes  que  la  dirigieran;  por  este  buen  confesor  de  su 
padre  se  comenzó  á  reparar  de  las  quiebras  que  á  ella  le  parecen  muy  gra- 
ves y  á  nosotros  muy  leves» 

Por  manera  que  el  V.  P.  Barrón  fué  quien  hizo  á  Santa  Teresa  volver 
á  la  oración,  es  decir,  el  que  la  hizo  salir  del  más  terrible  engaño  que  el 
demonio  la  pudo  hacer  con  apariencias  de  humildad,  como  ella  misma  nos 
dice;  él  fué  quien  la  hizo  vencer  la  más  terrible  tentación,  «pues  por  ella 
me  iba  á  acabar  de  perder,  que  con  la  oración  un  día  ofendía  á  Dios  y  tor- 
naba otro  á  recogerme  y  á  quitarme  más  de  la  ocasión»;  él  fué  quien  hizo 
á  Santa  Teresa  estarse  arrimada  á  la  fuerte  columna  de  la  oración,  con  la 
cual  se  remediaron  todos  sus  males  y  la  sacó  á  puerto  de  salvación,  como 
la  misma  Santa  confiesa  ingenuamente  en  las  siguientes  palabras:  «Gran 
bien  es  y  grande  misericordia  la  que  hace  Dios  á  un  alma  que  la  dispone 
para  tener  oración,  y  como  si  en  ella  perseverara  por  pecados  y  por  tenta- 
ciones y  caídas  de  mil  maneras  que  ponga  el  demonio,  en  fin,  tengo  por 
cierto  la  saca  el  Señor  á  puerto  de  salvación,  como  me  ha  sacado  á  mi  y  se 
ve  claro  que  por  aquí  se  remediaron  todos  mis  males.» 

Se  ve,  pues,  la  influencia  grande  que  tuvo  el  V.  P.  Fr.  Vicente  Barrón 
en  la  conversión  y  santidad  de  Santa  Teresa.  Porque  por  la  oración  no 
sólo  se  remediaron  sus  males  y  no  fué  á  parar  á  los  infiernos,  como  ella  ex- 
presamente asegura,  sino  que  la  oración  fué  \a  puerta  por  donde  hizo  Dios 
á  esta  seráfica  Virgen  todas  las  grandes  mercedes  que  tan  célebre  la  han 
hecho  en  toda  la  Iglesia.    Sólo  digo,  continúa  la  misma  Santa,  ^w£/7¿zra 


-  31  - 

estas  grandes  mercedes  que  me  ha  hecho  á  mí  el  Señor,  es  la  puerta  la  ora- 
ción»; y  esto  mismo  repite  después  en  sus  ^Moradas»,  ó  mejor  diciio,  lo 
está  repitiendo  siempre  en  sus  celestiales  obras;  porque,  como  muy  gráfi- 
camente escribe  el  historiador  general  de  \a  Reforma:  <Salió,  la  Santa  Ma- 
dre de  las  cuchilladas  tan  gran  maestra,  que  justamente  es  reputada  por 
doctora  de  la  oración  y  de  la  Teología  Mística-  (1).  Confirman  esta  sen- 
tencia del  referido  historiador  las  palabras  del  Dominico  García  de  Tole- 
do, quien  según  la  declaración  de  Sor  Isabel  de  Santo  Domingo,  decía: 
«Que  la  Madre  Teresa  de  Jesús,  en  las  cosas  tocantes  á  la  oración,  era  tan 
erudita,  que  podía  ser  tenida  por  maestra  de  ella,  de  la  manera  que  otros 
son  tenidos  por  maestros  eminentes  en  otras  ciencias  y  facultades.*  (Pro- 
ceso de  Canonización  de  Avila). 

Por  eso  nunca  se  ponderará  bastante  la  alta  penetración  del  V.  P.  Ba- 
rren en  comprender  lo  que  vale  la  oración  y  su  eficacia,  y  por  eso  persua- 
dióla volviese  á  ella,  que  para  remediar  las  faltas  é  imperfecciones  y  sacar 
de  los  infiernos  á  los  que  por  sus  pecados  están  metidos,  es  remedio  efi- 
cacísimo la  oración. 

Es  de  admirar  sobre  todo  la  consumada  prudencia  de  este  Venerable 
Padre,  pues  aunque  la  desengañó  é  hizo  que  volviese  á  la  oración  y  co- 
mulgase de  quince  á  quince  días,  no  la  obligó,  dice  el  limo.  Sr.  Yepes,  á 
dejar  las  amistades  y  ocasiones,  á  pesar  de  ser  tan  docto.»  Y  yo  pregunto: 
¿por  qué  obró  de  esta  manera?  Por  dos  razones:  la  primera,  porque  como 
hombre  de  letras  comprendió  que  la  oración  la  había  de  sacar  á  puerto 
de  salvación  á  pesar  de  todos  los  tropiezos  y  caídas;  y  la  segunda  y  más 
principal,  porque  en  su  gran  prudencia  conoció  no  estaba  la  Santa  fuerte 
para  romper  de  repente  con  aquellas  ocasiones.  Eran  estos  momentos  muy 
críticos  y  solemnes  en  la  vida  de  Santa  Teresa;  por  eso  se  contentó  nues- 
tro venerable  Padre  con  decirla,  como  acabamos  de  oir  al  limo.  Yepes,  y 
"conviene  repetir:  <que  procurase  buenamente  dar  de  mano  á  las  ocasio- 
nes, y  cuando  esto  no  pudiese,  no  por  eso  dejase  el  estudio  de  la  ora- 
ción.» Santa  Teresa  comprendió  con  su  agudeza  de  ingenio  la  conducta 
prudentísima  que  observó  con  ella  en  aquella  ocasión,  en  aquella  especie 


(1)     Crónica  Carmelitana,  libn»  1.",  capitulo  XVII,  número  5." 


-32- 

de  crisis,  este  venerable  padre,  y  lo  consignó  en  las  siguientes  palabras: 
«Y  tomó  hacer  bien  á  mi  alma  con  cuidado»,  esto  es,  con  suavidad  y  pru- 
dencia. 

En  confirmación  de  la  trascendencia  que  tuvo  en  el  porvenir  de  la 
Santa  este  cuidado  con  que  la  trató  el  Padre  Barrón,  téngase  presente 
lo  que  ocurrió  á  la  misma  Santa  con  un  sacerdote,  Daza,  gran  siervo  de 
Dios,  de  esta  ciudad  de  Avila,  con  quien  tuvo  que  dejar  de  tratar,  porque 
quiso  hacerla  santa  de  repente,  ó,  mejor  dicho,  como  ella  misma  es- 
cribe: «Porque  yo  veía  que  mi  alma  habia  menester  mucho  más  cuida- 
do* (1).  Este  cuidado,  pues,  inmortalizará  el  nombre  de  este  venerable 
Padre  y  hará  que  el  gran  letrado  dominico,  Vicente  Barrón,  pase  á  las  ge- 
neraciones venideras  nnido  siempre  á  Teresa  de  Jesús,  porque  como  muy 
bien  dice  el  autor  de  la  obra  titulada  La  Mujer  Grande:  «El  fué  el  primer 
confesor  que  dirigió  bien  á  la  Santa >  y  con  razón  hace  esta  afirmación  este 
gravísimo  autor,  pues  él  fué  quien  evitó  los  extremos,  ya  de  los  confeso- 
res medio  letrados  que  todo  lo  pasaban  y  todo  lo  canonizaban,  ya  del  clé- 
rigo gran  siervo  de  Dios  á  quien  faltó  la  prudencia  y  el  cuidado;  siendo 
por  lo  tanto  cierto,  que  el  V,  P.  Fr.  Vicente  Barrón  influyó  eficazmente  en 
la  conversión  y  santidad  de  la  gran  Teresa  de  Jesús. 

Pero  todavía  se  explica  con  más  claridad  en  el  capitulo  XIX  de  su  Vida 
donde  la  Santa  se  ocupa  abismada  toda  en  Dios,  en  explicar  el  cuarto  gra- 
do de  oración  sobrenatural,  ó  sea  el  summum  de  la  contemplación  en  que 
ella  se  hallaba  entonces,  y  aunque  no  parece  oportuna  la  ocasión,  para  que 
aparezca  allí  el  gran  Letrado  dominico  que  con  sus  consejos  la  hizo  vol- 
ver al  ejercicio  santo  de  la  oración  y  de  la  meditación  de  que  se  había 
apartado  por  persuasión  del  demonio;  pero  Santa  Teresa  nunca  pudo  olvi- 
dar el  insigne  favor  que  había  recibido  de  este  V.  P.;  el  mayor  sin  duda 
que  recibiera  jamás  de  cuantos  confesores  tuvo  en  el  transcurso  de  su 
vida:  y  así,  en  medio  de  los  celestiales  carismas  de  que  entonces  estaba 
tan  inundada,  se  acordó  de  su  antigua  miseria  y  del  V.  P.  que  de  ella  la 
había  sacado. 

Antes  de  citar  las  palabras  en  que  la  Santa  agradecida  evoca  el  recuer- 


(1)     Vida,  capítulo  XXIII,  número  3. 


33- 


do  de  tan  grande  bienhechor,  convendrá  entresacar  de  ese  mismo  capítu- 
lo algunas  de  las  sentencias  y  frases  en  que  con  elocuencia  sobrehumana 
pinta  la  Santa  la  perdición  en  que  estaba  su  alma  antes  de  comunicar  y 
tratar  con  tan  V.  P.  Y  advierto,  para  que  se  oigan  con  respeto,  que  son 
sentencias  divinas  como  ella  misma  lo  afirma  por  estas  graves  palabras: 
Es  excelente  doctrina  ésta  y  no  mía,  sino  enseñada  de  Dios;  á  semejanza 
del  Divino  Redentor  cuando  exclamaba:  Haec  doctrina  non  est  mea. 

Oigamos,  pues,  con  atención  y  respeto  esta  doctrina  divina.  «Yo  qui- 
siera, dice,  yo  quisiera  aquí  tener  gran  autoridad  para  que  se  me  creyera 
esto.  Digo,  que  no  desmaye  nadie  de  los  que  han  comenzado  á  tener 
oración,  con  decir:  Si  torno  á  ser  malo,  es  peor  ir  adelante  con  el  ejer- 
cicio de  ella.  Yo  lo  creo,  si  se  deja  la  oración  y  no  se  enmienda  del  mal; 
mas  si  no  la  deja,  crea  que  le  sacará  á  puerto  de  luz.  Hízome  en  esto  gran 
batería  el  demonio,  y  pasé  tanto  en  parecerme  poca  humildad  tenerla, 
siendo  tan  ruin,  que  (como  ya  he  dicho)  la  dejé  año  y  medio,  al  menos  un 
año,  que  del  medio  no  me  acuerdo  bien;  y  no  fuera  más,  ni  fué,  que  me- 
terme yo  mesma,  sin  haber  menester  demonios  que  me  hiciesen  ir  al  in- 
fierno. ¡O  válame  Dios  qué  ceguedad  tan  grande!  ¡Y  qué  bien  acierta  el 
demonio  para  su  proposito  en  cargar  aquí  la  mano!  Sabe  el  traidor,  que  el 
alma  que  tenga  con  perseverancia  oración,  la  tiene  perdida,  y  que  todas  las 
caídas  que  la  hace  dar,  la  ayudan,  por  la  bondad  de  Dios,  á  dar  después 
mayor  salto  en  lo  que  es  su  servicio... 

«¡Qué  ceguedad  tan  grande  la  mía!  ¿A  dónde  pensaba,  Señor  mío,  ha- 
llar remedio,  sino  en  Vos?  Qué  disparate,  huir  de  la  luz,  para  andar  siem- 
pre tropezando.  ¡Qué  humildad  tan  soberbia  inventaba  en  mí  el  demonio, 
apartarme  de  estar  arrimada  á  la  colunna  y  báculo,  que  me  había  de  susten- 
tar, para  no  dar  tan  gran  caída!  Ahora  me  santiguo,  y  no  me  parece  que  he 
pasado  peligro  tan  peligroso,  como  esta  invención  que  el  demonio  me  en- 
señaba por  vía  de  humildad.  Poníame  en  el  pensamiento,  que  ¿cómo  cosa 
tan  ruin,  y  habiendo  recibido  tantas  mercedes  había  de  llegarme  á  la  ora- 
ción? Que  me  bastaba  rezar  lo  que  debía,  como  todas,  mas  que  pues  aun 
esto  no  hacía  bien,  ¿cómo  quería  hacer  más?  Que  era  poco  acatamiento, 
y  tener  en  poco  las  mercedes  de  Dios.  Bien  era  pensar  y  entender  esto, 
mas  ponerlo  por  obra  fué  grandísimo  mal.  Bendito  seáis  Vos,  Señor,  que 


3 


-34  — 

ansí  me  remediaste.  Principio  de  la  tentación  que  hacía  á  Judas,  me  pare- 
ce ésta;  sino  que  no  osaba  el  traidor  tan  al  descubierto:  mas  él  viniera  de 
poco  en  poco  á  dar  conmigo,  á  donde  dio  con  él.  Miren  esto  por  amor 
de  Dios  todos  los  que  tratan  oración.  Sepan  que  el  tiempo  que  estuve  sin 
ella,  era  mucho  más  perdida  mi  vida:  mírese  qué  buen  remedio  me  daba 
el  demonio,  y  qué  donosa  humildad,  un  desasosiego  en  mí  grande.  ¿Mas 
cómo  había  de  sosegar  mí  ánima?  Apartábase  la  cuitada  de  su  sosiego, 
tenía  presentes  las  mercedes  y  favores,  veía  los  contentos  de  acá  ser  asco; 
cómo  pudo  pasar  me  espanto:  era  con  esperanza,  que  nunca  yo  pensaba 
(á  lo  que  ahora  me  acuerdo,  porque  debe  haber  esto  más  de  veintiún  años) 
dejaba  de  estar  determinada  de  tornar  á  la  oración,  mas  esperaba  estar  muy 
limpia  de  pecados.  ¡O  qué  mal  encaminada  iba  en  esta  esperanza!  Hasta 
el  día  del  juicio  me  libraba  el  demonio,  para  de  allí  llevarme  al  infierno: 
pues  teniendo  oración  y  lección,  que  era  ver  verdades,  y  el  ruin  camino 
que  llevaba,  é  importunando  al  Señor  con  lágrimas  muchas  veces,  era  tan 
ruin,  que  no  me  podía  valer;  apartada  deso,  puesta  en  pasatiempos,  con 
muchas  ocasiones,  y  pocas  ayudas  (y  osaré  decir  ninguna,  sino  para  ayu- 
darme á  caer)  ¿qué  esperaba,  sino  lo  dicho?-  Después  de  estas  palabras 
tan  sentidas  y  patéticas  con  que  Santa  Teresa  describe  su  perdición,  no 
podía  menos  de  acordarse  y  de  aparecer  allí  el  gran  letrado  Dominico,  el 
hijo  insigne  de  Santo  Domingo,  el  inmortal  P.  Vicente  Barrón  que  la  so- 
corrió en  tanta  necesidad,  que  la  sacó  de  tan  miserable  estado:  por  eso 
continúa  inmediatamente  así:  «Creo  tiene  mucho  delante  de  Dios  un  Frayle 
de  Santo  Domingo,  gran  letrado,  que  él  me  despertó  deste  sueño:  el  me 
hizo  (como  creo  he  dicho)  comulgar  de  quince  á  quince  días,  y  del  mal  no 
tanto,  comencé  á  tornar  en  mí,  aunque  no  dejaba  de  hacer  ofensas  al  Se- 
ñor; mas  como  no  había  perdido  el  camino,  aunque  poco  á  poco  cayendo 
y  levantando  iba  por  él;  y  el  que  no  deja  de  andar  é  ir  adelante,  aunque 
tarde,  llega.  No  me  parece  es  otra  cosa  perder  el  camino,  sino  dejar  la  ora- 
ción . 

Preciso  es,  pues,  confesar  con  Santa  Teresa  de  jesús  que,  verdadera- 
mente, tiene  mucho  delante  de  Dios  ese  fraile  de  Santo  Domingo,  pues 
fué  el  que  despertó  á  la  Santa  del  sueño  tan  terrible  en  que  se  hallaba:  él 
fué  quien  la  puso  por  medio  de  la  oración  en  el  camino  del  cielo  que  por 


á 


—  35 


desgracia  habia  perdido  abandonando  tan  saludable  ejercido;  él  fué  quien 
descubno  la  humildad  tan  soberbia;  el  peligro  tan  peligroso  en    ue  se  en- 
contraba entonces  la  gran  Teresa  de  Jesús,  apartada  de  la  columna  y  báculo 
de  la  oración:  él  en  fin  quien  la  sacó  del  infierno  donde  ella  misma  se  me- 
tra s,n  haber  menester  demonios  que  la  llevasen.  ¿Y  no  es  esto  influir  efi- 
cazmente en  la  Santidad  de  Teresa  de  Jesús?  ¿No  es  esto  influir  en  su  per 
fección  moral?  ¿Qué  hubiera  sido  de  la  gran  Teresa  de  Jesús,  si  Dios  en 
su  gran  misericordia  no  la  hubiese  deparado  tan  sabio,  tan  experto  tan 
piadoso  y  tan  prudente  confesor  como  el  insigne  hijo  de  Santo  Domingo 
el  por  tantos  títulos  venerable  é  inmortal  Dominico,  P.  Fr.  Vicente  Barron^ 
¿beria  conocida  hoy  en  el  mundo  esta  incomparable  mujer' 

Entiéndanlo  bien  los  que  consagren  su  vida  al  sublime  ministerio  de 
a  dirección  de  las  almas.  No  es  empresa  pequeña  el  saberlas  dirigir  Sólo 
a  oración  asidua  y  el  estudio  profundo  de  la  doctrina  moral  católica  y  de 
los  grandes  modelos  que  Dios  ha  dado  á  su  Iglesia,  pueden  servir  de  se- 
guro guia  en  el  dificilísimo  Arte  de  encaminar  las  almas  á  Dios,  despertar 
os  sentimientos  dormidos  de  los  corazones  para  que  amen  lo  que  enno- 
blece y  santifica,  y  lleguen,  ayudados  por  la  divina  gracia,  á  realizar  con 
mucha  suavidad  y  alta  cordura,  esa  obra  sublime  de  purificación  de  las 
conciencias,  desprendiéndolas  de  todo  afecto  terreno,  y  tiendan  con  irre 
sistible  ímpetu  á  la  imitación  de  la  santidad  infinita,  y  busquen  tan  sólo" 
la  suprema  inefable  unión  con  el  eterno  bien,  por  medio  del  sacrihcio  y 
del  amor.  ^ 

Este  fué  el  gran  don  de  consejo  que  tanto  enalteció  al  P.  Barrón  y  que 
le  hizo  ver  con  soberana  intuición,  cómo  la  oración  acabaría  por  rendir  el 
corazón  de  Teresa,  y  le  comunicaría  abundante  luz  del  cíelo,  haciendo  que 
cayesen  los  densos  velos  que  ocultaban  el  peligro  grandísimo  en  que  se 
encontraba  su  alma.  ^ 

iCuán  hermosamente  dibujado  aparece  el  P.  Barrón,  con,,,  director  de 
la  grande  alma  de  Teresa,  en  las  inspiradas  líneas  que  la  Santa  consagra 
a  su  memoria!  iGloría  á  su  acierto!  ¡Loor  eterno  á  su  nombre' 


-*■ 


CAPITULO   II 

Se  señalan  y  fijan  los  periodos  de  la  Dida  de  Santa  Ceresa  de  ¡esús 
en  que  tuvo  por  confesor  al  Dominico  IP,  f  r.  Vicente  Barrón. 

Santa  Teresa  en  la  relación  (1)  ó  carta  extensa  que  comunmente  se  cree 
fué  dirigida  al  P.  Rodrigo  Alvarez,  de  la  Compañía  de  Jesús,  habla  de  algu- 
nos de  los  confesores  Dominicos  que  tuvo  después  que  empezó  la  obra  de 
su  Reforma,  y  expone  y  declara  lo  que  la  movió  á  tratar  con  ellos  en  este 
periodo  de  su  vida,  y  débese  advertir,  que  por  temor  de  que  esta  relación 
se  extraviase  y  pudiera  alguno  enterarse  de  cosas  tan  interesantes  como  en 
ella  se  contienen,  la  Santa  habla  en  tercera  persona,  para  así,  no  ser  cono- 
cida, si  bien  algunas  veces  se  olvida  y  sin  caer  en  la  cuenta  habla  en  pri- 
mera. Dice,  pues,  así: 

»Dijo  (Santa  Teresa)  á  su  confesor,  que  si  quería  tratase  algunos  gran- 
des letrados,  aunque  no  fuesen  muy  dados  á  oración;  porque  ella  no  quería 
sino  saber  si  era  conforme  á  la  Sagrada  Escritura  lo  que  tenía.  Algunas 
veces  se  consolaba,  pareciéndole,  que  aunque  por  sus  pecados  merecía 
ser  engañada,  que  á  tantos  buenos  como  deseaban  darle  luz,  que  no  per- 
mitiría el  Señor  se  engañasen... 

»Con  este  intento  comenzó  á  tratar  con  padres  de  la  Orden  del  glorioso 
Santo  Domingo,  con  quien  antes  de  estas  cosas  se  había  confesado  (2),  no 


(1)  Relación  7.^  números  10,  11,  12,  13,  14,  15,  16  y  19.  (La  Fuente). 

(2)  Es,  pues,  evidente,  que  Santa  Teresa  se  confesó  con  PP.  Dominicos  antes  de 
empezar  su  Reforma,  que  es  el  periodo  de  su  vida  á  que  aquí  alude. 


—  38- 

dice  con  éstos,  sino  con  esta  Orden.  Son  éstos  los  que  después  ha  tratado. 
El  P.  Fr.  Vicente  Barrón  la  confesó  año  y  medio  en  Toledo,  que  era  con- 
sultor entonces  del  Santo  Oficio,  y  antes  de  estas  cosas  la  había  tratado 
muchos  años.  Era  gran  letrado.  Este  la  aseguró  mucho,  y  también  los  de 
la  Compañía  que  ha  dicho. 

»Todos  la  decían,  que  sino  ofendía  á  Dios,  y  si  se  conocía  por  ruin,  de 
¿qué  temía?  Con  el  Padre  Maestro  Fr.  Pedro  Ibáñez,  que  era  Lector  en 
Avila.  Con  el  Padre  Maestro  Fr.  Domingo  Báñez,  que  ahora  está  en  Va- 
lladolid  por  Regente  en  el  Colegio  de  San  Gregorio,  me  confesé  seis  años, 
y  siempre  trataba  con  él  por  cartas,  cuando  se  ofrecía  algo.  Con  el  Maes- 
tro Chaves  (célebre  confesor  de  Felipe  11).  Con  el  Padre  Maestro  Fr.  Bar- 
tolomé de  Medina,  catedrático  de  Salamanca,  que  sabía  que  estaba  muy 
mal  con  ella;  porque  había  oído  decir  estas  cosas,  y  parecióle  que  éste  le 
diría  mejor  si  iba  engañada,  que  ninguno,  por  tener  tan  poco  crédito... 
Esto  ha  poco  más  de  dos  años.  Procuró  confesarse  con  él,  y  dióle  gran 
relación  de  todo  el  tiempo  que  allí  estuvo,  y  vio  lo  que  había  escrito,  para 
que  mejor  lo  entendiese.  El  la  aseguró  tanto  y  más  que  todos',  y  quedó 
muy  su  amigo...  También  se  confesó  algún  tiempo  con  Fr.  Felipe  de  Me- 
neses,  cuando  fundó  en  Valladolid,  que  era  Rector  de  aquel  Colegio  de 
San  Gregorio:  y  antes  había  ido  á  Avila  (habiendo  oído  estas  cosas),  á 
hablarla,  con  harta  caridad,  queriendo  saber  si  iba  engañada  para  darme 
luz:  y  si  no  para  tornar  por  ella,  cuando  oyese  murmurar,  y  se  satisfizo  mu- 
cho. También  trató  particularmente  con  un  provincial  de  Santo  Domingo, 
llamado  Salinas,  hombre  espiritual,  mucho;  y  con  otro  presentado  llamado 
Lunar,  que  era  prior  en  Santo  Tomás,  de  Avila;  en  Segovia  con  un  lector, 
llamado  Fr.  Diego  Yanguas...  Entre  estos  Padres  de  Santo  Domingo,  no 
dejaban  algunos  de  tener  harta  oración,  y  aun  quizá  todos.  Algunos  otros 
(de  la  misma  Orden)  también  ha  tratado,  que  en  tantos  años  y  con  temor, 
ha  habido  lugar  para  ello,  especial  como  andaba  en  tantas  partes  á 
fundar. 

>Todo  lo  que  está  dicho  y  está  escrito,  dio  al  Padre  Maestro  Fr.  Domin- 
go Báñez,  que  es  el  que  está  en  Valladolid,  que  es  con  quien  más  tiempo 
ha  tratado  y  trata.  El  los  ha  presentado  al  Santo  Oficio  en  Madrid,  á  lo 
que  se  ha  dicho.  En  todo  ello  se  sujeta  á  la  fe  católica  é  Iglesia  Romana. 


—  39- 

Ninguno  le  ha  puesto  culpa,  porque  estas  cosas  no  están  en  mano  de  na- 
die y  nuestro  Señor  no  pide  lo  imposible    (1). 

Esta  narración  es  histórica  como  nota  muy  bien  el  Sr.  La  Fuente,  y 
por  eso  nombra  el  primero  al  P.  Vicente  Barrón,  porque  en  el  orden  cro- 
nológico, él  i'ué  el  primero  entre  los  hijos  de  Santo  Domingo  que  confesó 
á  la  Santa.  Para  demostrar  ésto,  nos  es  necesario  analizar  detenidamente 
las  palabras  de  Santa  Teresa,  cuando  dice:  <E1  P.  Vicente  Barrón  la  con- 
fesó año  y  medio  en  Toledo,  que  era  consultor  del  Santo  Oficio,  y  antes 
de  estas  cosas  la  habia  tratado  muchos  años.  Era  gran  letrado.- 

Veamos  primeramente  en  qué  época  la  confesó  por  espacio  de  año  y 
medio  en  Toledo,  y  desde  luego  se  comprende  que  esto  tuvo  que  ser,  ne- 
cesariamente, después  de  1568.  La  razón  es  muy  sencilla  y  obvia.  La  San- 
ta, es  verdad,  estuvo  por  vez  primera  en  Toledo,  antes  del  año  68,  cuando 
el  provincial  Fr.  Ángel  de  Salazar  la  mandó  allí  para  consolar  á  D.-'  Luisa 
de  la  Cerda.  Esto  sucedió  el  año  de  1562,  siendo  aún  Santa  Teresa  reli- 
giosa en  el  convento  de  la  Encarnación  de  Avila.  Pero  en  esta  ocasión 
Santa  Teresa  sólo  permaneció  en  Toledo  por  espacio  de  medio  año,  ó  sea, 
desde  Enero  hasta  Junio  de  dicho  año  62:  Como  se  ve,  no  pudo  entonces 
confesarse  por  espacio  de  año  y  medio,  no  habiendo  vivido  alli  más  que 

(1)  Como  el  libro  de  la  Vida  fué  segunda  vez  delatado  á  la  Inquisición,  el  P.  Báñez 
le  presentó  él  mismo  al  Santo  Oficio,  y  ¿i  ésto  alude  la  Santa  en  estas  palabras.  Y  no 
sólo  presentó  el  libro  de  la  Vida,  dicho  P.  Maestro  Báñez  al  Tribunal  de  la  Santa  In- 
quisición, dando  con  ésto  á  entender,  que  tomaba  sobre  si  toda  la  responsabilidad  de 
las  doctrinas  en  él  contenidas,  sino  que  hizo  mucho  más.  Santa  Teresa  no  había  cursa- 
do la  Teolügia  en  las  escuelas,  y  por  ésto,  aunque  su  doctrina  era  católica  y  sana,  sin 
embargo,  en  muchos  pasajes  no  se  expresaba  con  aquella  precisión  que  se  acostum- 
bra en  las  aulas.  Por  este  motivo,  su  grande  protector,  el  P.  Báñez,  viendo  el  sesgo 
que  iban  tomando  las  cosas,  y  el  peligro  grande  que  amenazaba  á  la  Santa  Escritora  y 
á  su  Reforma,  añadió  él  mismo  al  margen  del  original,  antes  de  entregarlo  al  Santo 
Oficio,  algunas  explicaciones,  con  las  cuales  hacía  ver  el  verdadero  y  católico  sentido 
de  ciertas  proposiciones. 

A  ésto,  alude  el  Sr.  La  Fuente,  como  veremos  más  adelante,  cuando  hablando  del 
P.  Báñez  y  del  libro  de  la  Vida,  escribe  asi:  *¥  anotó  el  libro  mismo  original,  y  pudo 
poner  al  margen  notas  comprobantes,  diciendo  á  manera  del  Latino:  *  Cujas  pars  ego 
magnefui'. 


—  40  — 

medio  año.  Es  cierto,  ó  por  lo  menos  probable,  que  el  P.  Barrón  se  halla- 
ba en  Toledo  en  1562;  pero  de  todo  el  contexto,  se  deduce  que  no  era  su 
confesor  por  entonces.  Por  otra  parte,  Santa  Teresa,  desde  Junio  de  1562, 
ya  no  salió  de  Avila  hasta  el  1567,  que  hizo  la  fundación  de  Medina,  con- 
cluida la  cual,  pasó  á  fundar  á  Malagón  en  1568,  y  entonces,  tanto  al  ir  á 
Malagón  como  al  volver,  ya  se  detuvo  en  Toledo.  Queda,  pues,  demos- 
trado, que  ese  año  y  medio  de  que  habla  la  Santa,  debe  señalarse  después 
de  1568. 

Pero  quizá  le  ocurriera  á  alguno  el  decir:  cómo  la  Santa  pudo  confe- 
sarse con  el  Dominico  P.  Vicente  Barrón  por  espacio  de  año  y  medio  en 
Toledo,  cuando  consta,  que  sus  confesores  en  la  imperial  ciudad,  fueron 
el  limo.  Yepes,  prior  que  era  de  los  Jerónimos,  y  después,  por  mandato  del 
Señor  (1),  el  Dr.  Velázquez,  prebendado  de  aquella  iglesia  primada  y  más 


(1)  Sobre  este  mandato  del  Señor,  no  estará  demás  referir  lo  ocnrrido  entre  el  Do- 
minico Fr.  Diego  Yanguas  y  Santa  Teresa.  Escribió  ésta  desde  Toledo  al  dicho  Padre, 
que  se  encontraba  en  Segovia,  y  le  preguntaba  ó  consultaba  con  quién  debia  confesar- 
se durante  su  permanencia  en  aquella  ciud¿id.  La  contestó  el  P.  Yanguas,  aconseján- 
dola se  confesase  con  el  P.  Yepes,  Prior,  entonces,  del  convento  de  Jerónimos  de  la 
Sisla.  Santa  Teresa,  siguiendo  este  consejo,  empezó  á  confesarse  con  él;  pero  el  Señor 
la  mandó  al  poco  tiempo  se  confesase  con  el  Dr.  Velázquez,  y  dispuso  tan  suavemente 
las  cosas  que,  sin  que  el  P.  Yepes  se  diese  cuenta,  le  sustituyó  en  el  oficio  este  ilustre 
Prebendado.  He  dicho,  sin  darse  cuenta,  porque  intentaba  salir  de  su  convento,  é  ir  á 
confesar  á  la  Santa,  siempre  se  le  interponían  negocios  y  ocupaciones:  de  modo,  que 
pudo  muy  bien  la  Santa  cohonestar  el  cambio  ó  mudanza  de  confesor.  Santa  Teresa 
contó  más  tarde  todo  lo  sucedido  al  P.  Yanguas,  y  á  ello  alude  la  Duquesa  de  Alba 
D.''  María  Enríquez,  cuando  en  su  declaración,  citada  por  el  Sr.  La  Fruente,  tomo  6.", 
se  expresa  asi:  «Digo,  que  habiendo  venido  á  ver  la  incorrupción  del  cuerpo  de  la  San- 
ta Madre,  el  Obispo  de  Tarazona  y  el  P.  Fr.  Diego  de  Yanguas,  estando  en  mi  presen- 
cia hablando  de  la  Santa,  dijo  el  P.  Fr.  Diego  de  Yepes,  que  jamás  se  le  quitaría  la  pena 
que  tenía,  por  haber  sido  tan  grosero  que,  enviándole  la  Madre  á  llamar  al  convento 
suyo,  en  Toledo,  para  confesarse  con  él,  no  había  ido,  porque  tres  veces  que  salió  para 
ir,  se  lo  habían  estorbado. 

"Respondió  el  P.  Yanguas,  que  qué  le  daría  y  le  sacaría  de  aquella  pena.  Ai  fin,  por 
instancia  que  los  dos  le  hicimos,  dijo,  que  la  Santa  Madre  le  había  dicho,  que  queján- 
dose á  nuestro  Señor  en  aquella  ocasión,  se  le  apareció,  con  quien  tiernamente  se  re- 
galó y  consoló,  diciéndole:— ¿Por  qué,  oh  buen  Pastor,  me  tenéis  en  tanto  aprieto,  sin 


—  41  — 

tarde  Obispo  de  Osma  y  Arzobispo  de  Santiago?  Fácil  es  la  respuesta  á  esta 
pregunta  y  satisfactoria  la  solución  á  ésta  que  parece  dificultad.  Santa  Te- 
resa vivió  desde  1568  hasta  1580,  largas  temporadas  en  Toledo.  Allí  estuvo 
el  68  al  ir  y  volver  de  Malagón;  allí  cuando  el  69  fundó  su  convento  en 
esta  ciudad  (1);  allí  volvió  luego  de  su  fundación  de  Pastrana.  Cuando 
el  75  se  fué  á  fundar  á  Veas,  también  se  detuvo  en  Toledo,  y  el  76,  des- 
pués de  fundar  en  Sevilla,  eligió  por  su  morada  á  esta  ciudad  y  permane- 
ció en  ella  hasta  Junio  de  1580,  si  se  exceptúa  el  breve  tiempo  que  em- 
pleaba en  visitar  algunos  de  sus  conventos;  pero  volviéndose  pronto  á  su 
Sancta  Sanctorum,  á  esta  su  amada  quinta,  ó  lugar  de  recreación  que  así 
llamaba  Santa  Teresa  á  su  convento  de  Descalzas  en  Toledo.  Después  de 
Avila.  Toledo  es  la  ciudad  afortunada  que  por  más  tiempo  habitó  Santa 
Teresa,  quizá  porque  su  clima  era  el  que  más  la  favorecía  para  sus  enfer- 
medades; pues  como  ella  misma  escribe:  ■^  El  temple  de  esta  tierra  es  ad- 
mirable •  y  hasta  quiso,  por  este  motivo,  que  su  hermano  D.  Lorenzo,  re- 
cién llegado  de  Indias,  se  estableciese  en  esta  imperial  ciudad  y  no  en 
Avila,  por  más  que  últimamente  no  se  efectuó  este  pensamiento  de  la 
Santa. 

Pudo,  pues,  Santa  Teresa  confesarse  por  espacio  de  año  y  medio  en 
Toledo  con  el  Dominico  P.  Vicente  Barrón,  como  ella  expresamente  lo 
afirma,  y  confesarse  también  con  el  Sr.  Yepes  y  con  el  Doctor  Velázquez; 
mucho  más,  sabiendo  como  se  sabe  por  la  Crónica  de  la  Reforma  y  por 
el  P.  Ribera  que  este  venerable  Padre  vivía  en  Toledo  en  1569,  año  que 
la  Santa  fundó  su  convento  en  esta  ciudad;  pues  en  esa  fundación,  al  de- 
cir de  esos  historiadores,  y  lo  veremos  más  adelante,  le  prestó  ayuda  el 
dicho  P.  Barrón. 

Pero  la  Santa,  después  de  las  palabras:    El  P.  Vicente  Barrón  la  con- 


miiiistro  vuestro  que  me  guíe,  y  no  viene  éste  que  llamo,  pudiendo  vos  hacerle  venir?— 
á  lo  cual  le  respondió  Su  Majestad:  — Antes,  hija,  le  detengo,  porque  quiero  que  te  con- 
fieses con  el  Dr.  Velázquez— (que  era  entonces  canónigo  de  la  Santa  Iglesia  de  Tole- 
do). La  Fuente,  tomo,  6.°,  edición  de  1H81.  Declaración  de  Maria  Enríquez,  Duquesa  de 
Alba,  página  293. 

(1)    Consta,  como  se  dirá  después  en  las  Fundaciones,  que  el  P.  Barrón  residía  por 
este  tiempo  en  Toledo. 


—  42- 

fesó  año  y  medio  en  Toledo,  que  era  Consultor  del  Santo  Oficio*,  añade: 
«y  antes  de  estas  cosas  la  había  tratado  muchos  años.'  También  conviene 
exponer  estas  últimas  palabras;  pues  importancia  no  pequeña  lleva  consi- 
go el  averiguar  esos  muchos  años  que  la  trató  ó  confesó  antes  de  1568, 
además  del  año  y  medio  que  la  confesó  en  Toledo,  como  ya  queda  pro- 
bado. 

Todos  los  biógrafos  de  la  Santa,  sin  exceptuar  á  ninguno,  convienen 
en  que  el  P.  Barrón  fué  en  Avila  el  confesor  del  padre  de  Santa  Teresa; 
el  que  le  confesó  y  asistió  en  sus  últimos  momentos  y  el  que  confesó  en- 
tonces á  la  Santa  haciéndola  volver  al  camino  de  la  oración  que  habia 
abandonado  y  haciéndola  comulgar  con  más  frecuencia.  ¿Pero  fué  en  esa 
época,  ó  sea  en  1546,  en  que  murió  su  padre,  cuando  la  confesó  durante 
los  muchos  años  el  P.  Barrón?  No  es  fácil  responder  á  esta  pregunta  de 
un  modo  preciso  y  que  no  deje  lugar  á  dudas.  Santa  Teresa,  en  los  capí- 
tulos relativos  á  ese  periodo  de  su  vida,  nunca  hace  mención  de  este  pa- 
dre Dominico,  y  sí  sólo  del  Maestro  Diego  Daza  y  de  algunos  Padres  de 
la  Compañía  de  Jesús,  hasta  el  año  de  1557,  ó  un  poco  antes,  en  que  ya 
empezó  á  tratar  su  alma  y  el  proyecto  de  la  Reforma  con  el  P.  Pedro  Ibá- 
ñez,  lector  en  el  convento  de  Dominicos  de  Santo  Tomás  de  Avila.  ¿En 
qué  periodo,  pues,  de  la  Vida  de  Santa  Teresa  la  confesó  por  muchos  años 
el  dominico  P.  Vicente  Barrón,  como  ella  misma  nos  asegura?  No  sería  te- 
merario afirmar  que  estos  muchos  años,  fueron  los  años  de  su  juventud; 
por  el  contrario,  hay  sólidos  fundamentos  para  sostener  dicha  afirmación. 
Veamos  cuáles  son  esos  fundamentos. 

Es  bien  sabido,  y  así  consta  de  diferentes  documentos,  que  se  hallan 
en  este  archivo  de  Santo  Tomás,  las  buenas  relaciones  que  hubo  siempre 
entre  los  religiosos  de  este  convento  y  la  familia  y  padres  de  Santa  Tere- 
sa. El  mismo  P.  Ribera  nos  habla  de  este  asunto  cuando,  al  referir  el  in- 
greso de  Santa  Teresa  en  la  Encarnación,  el  día  2  de  Noviembre,  á  donde 
fué  acompañada  por  su  hermano  Antonio,  dice  así:  Ella  (Santa  Teresa), 
se  quedó  en  la  Encarnación  y  él  (Antonio),  se  fué  de  allí  al  monasterio  de 
Santo  Tomás,  de  la  Orden  del  glorioso  Santo  Domingo,  á  pedir  el  hábito. 
No  le  recibieron  allí  entonces,  hasta  saber  la  voluntad  de  su  padre,  con 
quien  aquellos  Padres  teman  amistad.* 


Á 


-43- 

Consta.  pues,  de  esa  amistad;  consta  que  el  P.  Vicente  Barrón,  domi- 
nico, fué  el  confesor  del  padre  de  Santa  Teresa  y,  por  lo  tanto,  que  éste  se 
confesaba  en  la  iglesia  de  Santo  Tomás;  siendo  muy  natural  que  su  hija 
viniera  en  su  compañía,  sobre  todo,  después  que  murió  su  madre  (1). 

En  esta  misma  iglesia,  y  en  una  de  sus  principales  capillas  donde  se 
venera  la  imagen  imponente  y  veneranda  de  un  Santísimo  Cristo  que,  se- 
gún tradición,  habló  en  diversas  ocasiones  á  la  Santa,  animándola  á  pade- 
cer por  él.  Al  lado  derecho  se  conserva  aún  un  confesonario  con  una  ins- 
cripción que  dice:  <Aquí  se  confesaba  Santa  Teresa». 

Pero,  aún  iiay  otra  prueba,  sin  duda  la  más  decisiva,  de  lo  que  esta- 
mos tratando.  La  Santa  nos  refiere  en  el  capítulo  XXXllI  de  su  Vida,  una 
merced  soberana  que  recibió  del  Señor  el  día  de  la  Asunción  de  1561  en 
esta  misma  iglesia,  y  según  tradición  en  esta  misma  Capilla  del  Santísimo 
Cristo,  llamado  de  la  agonía. 

«Estando  en  estos  mismos  días  (el  de  nuestra  Señora  de  la  Asunción) 
en  un  monasterio  de  la  Orden  del  glorioso  Santo  Domingo,  estaba  consi- 
derando los  muchos  pecados  que  en  tiempos  pasados  había  en  aquella 
casa  confesado  y  cosas  de  mi  ruin  vida;  vínome  un  arrebatamiento  tan 
grande,  que  casi  me  sacó  de  mí.  Sentéme,  y  aún  paréceme  que  no  pude 
ver  alzar  ni  oir  misa,  que  después  quedé  con  escrúpulo  desto.  Parecióme, 
estando  ansí,  que  me  veía  vestir  una  ropa  de  mucha  blancura  y  claridad, 
y  al  principio  no  veía  quién  me  la  vestía;  después  vi  á  nuestra  Señora  ha- 
cia el  lado  derecho,  y  á  mi  Padre,  San  José,  al  izquierdo,  que  me  vestían 
aquella  ropa;  dióseme  á  entender  que  estaba  ya  limpia  de  mis  pecados. 
Acabada  de  vestir,  yo,  con  grandísimo  deleite  y  gloria,  luego  me  pareció 
asirme  de  las  manos  nuestra  Señora.  Díjome  que  le  daba  mucho  contento 
en  servir  al  glorioso  San  José,  que  creyese  que  lo  que  pretendía  del  mo- 
nasterio se  haría,  y  en  él  se  serviría  mucho  el  Señor  y  ellos  dos;  que  no 


(1)  Aún  se  conserva  en  Avila  viva  la  tradición  de  un  senderito,  pur  el  cual,  se  dice 
pasaba  Santa  Teresa  cuando  venia  de  casa  de  sus  Padres  á  esta  Iglesia  de  Santo  To- 
más. «Mil  veces,  me  decia  un  venerable  anciano,  he  oido  desde  niño  hablar  de  ese 
sendero  por  donde  la  Santa  venia  á  Santo  Tomás».  Es  el  más  anciano  de  Avila.  Su 
nombre  es  D.  Matias  Núñez  y  conoció  á  los  Padres  de  este  Colegio,  antes  de  la  ex- 
claustración de  1833. 


—  44- 

temiese  habría  quiebra  en  esto  jamás,  aunque  la  obediencia  que  daba  no 
fuese  á  mi  gusto,  porque  ellos  nos  guardarían,  que  ya  su  Hijo  nos  había 
prometido  andar  con  nosotras,  que  para  señal  que  sería  esto  verdad  me 
quedaba  aquella  joya.  Parecíame  haberme  echado  al  cuello  un  collar  de 
oro  muy  hermoso,  asida  una  cruz  á  él  de  mucho  valor.  Este  oro  y  piedras, 
es  tan  diferente  de  lo  de  acá,  que  no  tiene  comparación;  porque  es  su  her- 
mosura muy  diferente  de  lo  que  podemos  acá  imaginar,  que  no  alcanza  el 
entendimiento  á  entender  de  qué  era  la  ropa  ni  cómo  imaginar  el  blanco 
que  el  Señor  quiere  que  se  represente,  que  parece  todo  lo  de  acá  dibujo 
de  tizne,  á  manera  de  decir.  Era  grandísima  la  hermosura  que  vi  en  nues- 
tra Señora,  aunque  por  figuras  no  determiné  ninguna  particular,  sino  toda 
junta  la  hechura  del  rostro,  vestida  de  blanco  con  grandísimo  resplandor, 
no  que  deslumhra,  sino  suave.  Al  glorioso  San  José  no  vi  tan  claro,  aunque 
bien  vi  que  estaba  allí,  como  las  visiones  que  he  dicho,  que  no  se  ven; 
parecíame  nuestra  Señora  muy  niña.  Estando  ansí  conmigo  un  poco,  y  yo 
con  grandísima  gloria  y  contento  (más  á  mi  parecer  que  nunca  le  había 
tenido  y  nunca  quisiera  quitarme  del),  parecióme  que  los  veía  subir  al 
cielo  con  mucha  multitud  de  ángeles;  yo  quedé  con  mucha  soledad,  aun- 
que tan  consolada,  y  elevada,  y  recogida  en  oración,  y  enternecida,  que 
estuve  ajgún  espacio  que  menearme  ni  hablar  podía,  sino  casi  fuera  de  mí. 
Quedé  con  un  ímpetu  grande  de  deshacerme  por  Dios  y  con  tales  efectos, 
y  todo  pasó  de  suerte  que  nunca  pude  dudar  (aunque  mucho  lo  procura- 
se) no  ser  cosa  de  Dios  nuestro  Señor.  Dejóme  consoladísima  y  con  mu- 
cha paz.  En  lo  ({ue  dijo  la  Reina  de  los  ángeles  de  la  obediencia,  es  que 
á  mí  se  me  hacía  de  mal  no  darla  á  la  Orden,  y  habíame  dicho  el  Señor 
que  no  me  convenía  dársela  á  ellos:  dióme  las  causas  para  que  en  ningu- 
na manera  convenía  lo  hiciese,  sino  que  enviase  á  Roma  por  cierta  vía, 
que  también  me  dijo  que  él  haría  viniese  recaudo  por  allí;  y  ansí  fué,  que 
se  envió  por  donde  el  Señor  me  dijo  (que  nunca  acabábamos  de  nego- 
ciarlo) y  vino  muy  bien.>  (1) 

(1)  Plácenos  coiisifíiiar  aquí  lo  que  nos  dice  eu  el  proceso  de  Avila  acerca  de  esta 
misma  merced  Doña  Antonia  de  Guzmán,  religiosa  de  la  Encarnación  é  iiija  de  la  gran 
amiga  de  Santa  Teresa,  Doña  Guiomar  de  UUoa,  que  dice  así: 


-45- 

He  querido  copiar  íntegro  el  pasaje  de  la  Santa,  para  que  se  conozcan 
los  venerandos  recuerdos  que  este  grandioso  templo,  verdadera  joya  del 
arte  conserva  de  esta  seráfica  Virgen,  que  aunque  fueron  muy  singulares 
los  favores  que  del  Cielo  recibió  durante  toda  su  vida,  pero  este  fué,  in- 
dudablemente, uno  de  los  más  señalados. 

Así  lo  entendieron  los  antiguos  PP.  Carmelitas,  cuando  en  el  retablo 
del  altar  mayor  de  la  Iglesia  de  la  Santa,  quisieron  que  fuera  esta  merced 
representada  tan  al  vivo  como  la  Santa  Madre  la  refiere  en  sus  admirables 
escritos.  Otro  fin  más  principal  nos  ha  movido,  sin  embargo,  á  copiar  in- 
tegro el  pasaje  de  que  tratamos,  y  es  que  el  lector  se  fije  en  algunas  de  las 
palabras  de  la  Santa,  al  referir  esta  celestial  visión:  ^Estaba,  nos  dice,  con- 
siderando los  muchos  pecados  que  en  tiempos  pasados  había  en  aquella 
casa  confesado.» 

Ahora  bien,  ¿cuáles  eran  esos  muchos  pecados  que  en  tiempos  pasados 
había  confesado  (Santa  Teresa)  en  aquella  casa?  Esos  pecados  eran  la  afi- 
ción que  tuvo  á  los  libros  de  caballerías,  las  muchas  horas  del  día  y  de  la 
noche  que  gastaba  en  tan  vano  ejercicio,  el  mucho  cuidado  de  manos  y 
cabello,  y  olores  y  las  pláticas  que  sustentaba  con  sus  primos  hermanos 
oyendo  sucesos  de  sus  aficiones  y  niñerías,  no  nada  buenas:  la  conversa- 
ción con  aquella  parienta,  de  tan  livianos  tratos,  y  que  la  ayudaba  á  todas 
las  cosas  de  pasatiempo,  junto  con  las  criadas  que  para  todo  mal  hallaba  en 


Al  articulo  14  dijo:  «contú  la  dicha  Doña  Guiomar  á  ésta  declarante  cómo  estando 
un  día  en  el  monasterio  de  Santo  Tomás  de  la  dicha  ciudad  de  la  Orden  de  Santo  Do- 
minjío  á  donde  ambas  á  dos  (Doña  Guiomar  y  Santa  Teresa)  acostumbraban  irse  á 
confesar  y  comunicar  las  cosas  de  su  alma  por  haber  allí  religiosos  doctos  y  de  gran 
ejemplo  y  virtud  y  que  acabando  de  comulgar  la  santa  madre  habla  visto  á  Nuestra 
Señora  vestida  de  blanco  nuiy  resplandeciente  y  traia  á  su  lado  al  glorioso  San  José  y 
la  echó  un  collar  de  piedras  la  madre  de  Dios  á  la  dicha  Santa  Teresa  de  Jesús  y  que 
la  habia  dicho  ciertas  palabras  amorosas  y  de  grande  regalo,  las  cuales  no  se  acuerdan 
ya  á  ésta  declarante,  y  este  suceso  contó  también  la  dicha  Doña  Guiomar  de  Ulloa  á 
esta  declarante  diciéndola  las  mercedes  y  beneficios  que  Nuestro  Señor  la  hacía  por 
ser  como  era  tan  su  sierva  y  esta  declarante  lo  ha  creído  y  cree  bien  y  verdaderamen- 
te por  haberlo  dicho  la  dicha  su  madre  que  era  persona  de  las  cualidades  que  ya  lleva 
referido.» 


-46- 

ellas  buen  aparejo.  Con  respecto  á  estas  flaquezas  é  imperfecciones,  que  la 
Santa  llama  pecados,  tienen  sentido  propiísimo  las  palabras  <y  que  en  tiem- 
pos pasados  había  en  aquella  casa  confesado.  >  Los  treinta  años  que  habían 
trascurrido  desde  1530,  en  que  la  Santa  anduvo  en  estos  peligros  hasta 
el  1561,  en  que  se  acordaba  de  ellos,  esos  eran  los  verdaderos  tiempos 
pasados  en  los  cuales  confesó  los  muchos  pecados  en  aquella  casa,  y  ahí 
es  donde  se  deben  señalar  los  muchos  años  que  la  Santa  afirma  en  la  re- 
lación al  P.  Rodrigo,  trató  con  el  dominico  P.  Vicente  Barrón,  confesor  de 
su  padre  (1).  En  esa  época,  pues,  de  su  primera  juventud,  es  donde  el  Do- 
minico P.  Vicente  Barrón,  confesó  muchos  años  á  Teresa  de  Jesús, 

En  vista  de  todo  lo  hasta  aquí  expuesto,  se  equivoca  á  mi  juicio  el  Je- 
suíta P.  Pons,  cuando  en  la  Vida  de  la  Santa  escribe  así:  «Santa  Teresa  co- 
noció por  vez  primera,  al  P.  Vicente  Barrón,  en  1544»,  pues  según  las 
pruebas  que  se  acaban  de  aducir  omitiendo  el  testimonio  de  algunos  bió- 
grafos de  la  misma  Santa  Madre,  que  sostienen  esto  mismo,  el  P.  Barrón 
conoció  y  trató  á  la  Santa,  por  los  años  de  1530,  es  decir,  catorce  años 
.antes.  Ni  nos  parece  aventurado  el  decir,  que  aquella  resolución  de  llevar 
á  Teresa  al  convento  de  Nuestra  Señora  de  Gracia,  resolución,  que  tomó 
D.  Alonso  de  Cepeda,  al  ver  ¡os  peligros  que  amenazaban  á  su  hija,  fuera 
por  mediación  y  siguiendo  los  consejos  de  su  Confesor,  que  lo  era  este 
V.  Religioso,  como  con  frecuencia  acontece  en  casos  de  esta  naturaleza,  y 
que  este  mismo  Padre,  fué  el  confesor  de  quien  ella  se  informaba,  y  que 
como  docto  le  decía:  ^que  en  muchas  cosas  no  iba  contra  Dios,  porque  el 
trato  era  con  quien  por  vía  de  casamiento  me  parecía  podía  acabar  en 
bien>  (2). 

Como  conclusión  final,  resulta  que  Santa  Teresa  se  confesó  con  el 
dominico  P.  Vicente  Barrón  en  tres  periodos  de  su  vida.  1.°  En  su  juven- 
tud, durante  muchos  años.  2P  En  1546  á  la  muerte  de  su  padre.  Y  3."  en 
Toledo,  por  espacio  de  año  y  medio  á  contar  de  1568  en  adelante. 


(1)  Vid.  La  Fuente,  tomo  1.,  Relación  7,  edición  1881. 

(2)  Vida  capítulo  II. 


CAPITULO    III 

Carácter  de  las  amistades  de  Ceresa  de  ¡esús  y  prudencia 
del  IP.  ISarrón. 

Para  la  mejor  inteligencia  de  lo  dicho,  conviene,  en  el  presente  capí- 
tulo, exponer  ciertas  palabras  de  la  Santa,  que  pudieran  ofrecer  alguna 
duda  é  inducir  á  error  sino  se  explica  el  verdadero  sentido  de  las  mismas, 
con  respecto  á  sus  faltas  y  al  verdadero  carácter  de  sus  amistades.  A!  ha- 
blar de  las  causas  de  su  tibieza,  escribe  Santa  Teresa:  '<lo  que  era  graví- 
simo mortal,  me  decían  los  medio  letrados,  que  era  solo  venial...» 

Estas  frases  de  la  Santa,  y  otras  parecidas  que  pudieran  aducirse,  á 
primera  vista,  parece  que  indican  alguna  contradicción  con  ciertas  afirma- 
ciones que  hemos  hecho,  en  especial  con  aquella,  *que  Santa  Teresa  no 
perdió  la  inocencia  bautismal.* 

Ante  todo  es  preciso  confesar,  que  á  cualquiera  que  lea  de  paso  la  vida 
de  Santa  Teresa,  le  parecerá,  sin  duda,  que  fueron  muchos  y  muy  graves 
sus  pecados;  pero  si  se  reflexiona  bien  y  se  estudia  con  detención  el  pun- 
to, aun  de  sus  mismas  palabras,  se  infiere  que  no  pecó  mortalmente.  Sería 
necesario  detenerse  mucho  para  demostrar  lo  que  se  acaba  de  afirmar,  y 
sólo  citaremos  unas  palabras  del  capítulo  XXXII,  donde  escribe  de  esta 
manera:  «Cuando  yo  considero  que  aunque  era  tan  malísima,  traía  algún 
cuidado  de  servir  á  Dios,  y  no  hacía  algunas  cosas  que  veo,  que  como 
quien  no  hace  nada,  se  las  tragan  en  el  mundo,  y  en  fin,  pasaba  grandes 
enfermedades  y  con  mucha  paciencia,  que  me  la  daba  el  Señor,  no  era  in- 


-48- 

clinada  á  murmurar  ni  á  decir  maí  de  nadie,  ni  me  parece  podía  querer  mal 
á  nadie,  ni  era  codiciosa,  ni  envidia  jamás  me  acuerdo  tener,  de  manera 
que  fuese  ofensa  grave  del  Señor,  y  otras  algunas  cosas,  etc.,  etc.»  Lo  que 
aquí  dice  sobre  los  pecados  de  murmuración,  de  codicia  y  de  envidia,  eso 
mismo  confiesa  ingenua  y  sencillamente,  y  lo  que  es  más,  sin  darse  cuen- 
ta, de  todas  las  especies  de  pecados:  «cosas  deshonestas  (dice),  natural- 
mente, las  aborrecía.»  En  otra  parte  escribe  «de  hipocresía  y  vanagloria, 
gracias  á  Dios,  jamás  me  acuerdo  haberle  ofendido»,  y  así  de  todos  los 
demás  vicios.  Por  esta  razón,  todos  los  biógrafos  sostienen,  que  si  hubo 
algún  pecado  en  ella,  no  fué  de  aquellos  en  que  caen  comunmente  las  mu- 
jeres, como  envidias,  murmuraciones,  rencillas  (1),  y  menos  en  materia  de 
castidad,  porque  naturalmente,  como  acaba  de  decirse,  aborrecía  las  cosas 
deshonestas. 

Fué  tan  angelical  su  pureza,  que  ni  siquiera  supo  qué  cosa  eran  tenta- 
ciones contra  la  virtud  de  la  castidad. 

Y  así,  como  escribe  el  P.  Ribera,  no  podía  aconsejar  á  sus  hijas  en 
materia  de  tentaciones  deshonestas:  «Sé  yo,  dice,  este  respetable  biógra- 
fo, que,  siendo  ya  de  mucha  edad  y  tratando  con  ella  una  de  sus  hijas 
cierta  cosa  que  tocaba  á  tentaciones  deshonestas,  respondió:  No  entiendo 
eso;  porque  me  ha  hecho  el  Señor  merced  que,  en  cosas  de  esas,  en  toda 
mi  vida,  no  haya  tenido  cosa  que  confesar»  (2).  Quizá  el  P.  Ribera  aluda 
al  caso  que  testificó  en  Granada,  para  la  canonización  la  V.  Ana  de  la  En- 
carnación, quien  después  de  decirnos  que  el  dominico  P.  Yanguas  la  lla- 
maba tesoro  de  virginidad,  añade,  que  < resplandeció  tanto  en  esta  virtud, 
que  llegando  una  religiosa  á  comunicarle  una  tentación  de  deshonestidad, 
le  respondió,  que  ya  b  encomendaba  á  Dios,  y  que  aquello  lo  tratase  con 
el  P.  Fr.  Diego  de  Yanguas,  su  confesor,  que  ella  no  entendía  lo  que  le 
decía,  con  lo  cual  se  manifiesta  la  ignorancia  que  tenía  de  aquello.»  Lo 
mismo  consta  de  las  informaciones  para  la  canonización  de  la  Santa  en 
esta  ciudad  de  Avila.  En  el  proceso  que  tengo  á  la  vista,  dice  así  Doña 
Mencía  Roberto,  religiosa  del  monasterio  de  la  Encarnación  y  priora  que 

(1)  P.  Ribera,  libro  1.",  capitulo  VIH,  y  lo  afirma  también  ci  Sr.  Yepes. 

(2)  P.  Ribera,  libro  1.",  capitulo  VIH,  y  lo  mismo  afirma  el  limo.  Sr.  Yepes. 


-49- 

fué  del  mismo:  «Al  artículo  60  dijo...,  que  si  alguna  religiosa  se  acogía  á 
ella  diciendo  tener  algunas  tentaciones  de  la  carne,  la  dicha  Santa,  inocen- 
tísima, decía  que  no  podía  aconsejar  nada  en  aquello,  porque  jamás,  por  la 
gran  misericordia  de  Dios,  había  sido  tentada  de  estos  semejantes  movi- 
mientos.» 

Entre  otros  innumerables  testimonios  que  pudiera  citar,  tanto  de  reli- 
giosas de  la  Encarnación  como  de  San  José,  añadiré  el  de  Sor  Petronila 
Bautista,  hija  espiritual  de  la  Santa  en  su  convento  de  San  José:  <A1  ar- 
tículo 60  dijo...,  que  sabe,  vio  y  conoció,  que  la  Santa  Madre  Teresa  de 
Jesús,  fué  acabadísima  y  perfecta  en  el  don  de  la  castidad,  de  tal  manera, 
que  la  Santa  Madre,  tratando  de  las  virtudes,  la  dijo  á  esta  declarante  la 
señalada  merced  que  Dios,  Nuestro  Señor,  la  había  hecho  en  este  particu- 
lar, porque  no  sabía  lo  que  era  tentación,  ni  en  toda  su  vida  la  había  ex- 
perimentado.* 

Concluyentes  son  estos  testimonios;  pero  no  sé  por  qué  hemos  de  an- 
dar por  arroyuelos,  pudiendo  beber  en  la  misma  fuente;  ésta  es  el  testimo- 
nio de  la  misma  Santa,  quien  en  carta  á  su  hermano  D.  Lorenzo  de  Cepe- 
da, dice  así: 

•Desas  tribulaciones,  después  ningún  caso  haga;  que  aunque  eso  yo 
no  lo  he  tenido,  porque  siempre  me  libró  Dios  por  su  bondad  desas  pa- 
siones...» (1) 

No  tuvo,  pues,  la  Santa,  jamás  ^ desas  tribulaciones,  desas  pasiones...» 
¿Cuáles?  Aunque  se  deduce  con  claridad  del  contexto,  oigámoslo  expre- 
samente de  labios  de  la  Santa:  en  lo  desos  movimientos  sensuales,  para 
probarlo  todo,  se  lo  dije»  (2). 

Concluyese  de  todo  ésto,  que  sólo  pudo  haber  pecado  por  ponerse  en 
peligro  próximo,  tratando  una  joven  con  jóvenes  de  distinto  sexo;  pero 
en  ella  no  le  hubo,  y  por  eso  dice  el  historiador  de  la  Reforma:  *A  la  ver- 
dad, aunque  la  amistad  de  una  doncella  con  un  mancebo,  y  trato  asimismo 
de  conversaciones  excusadas,  parece  peligro  próximo;  en  ella  no  lo  era, 
ya  por  el  natural  aborrecimiento  que  siempre  tuvo  á  cosas  deshonestas. 


(1)  La  Fuente,  tomo  2.",  edición  1801,  carta  138. 

(2)  Ibid.  carta  1 42. 


-50- 

ya  por  el  temor  grande  de  perder  su  honra»  (1).  Por  estos  mismos  moti- 
vos, no  comprendió  nunca  ella  que  en  esos  tratos  hubiese  ese  peligro,  ni 
sospechó  que  pudiera  haberle  en  las  personas  que  con  ella  trataban,  sobre 
todo,  si  se  tiene  en  cuenta  como  escribe  el  limo.  Sr.  Yepes:  «que  esa  mis- 
ma ignorancia  que  ella  tenía,  nació  de  la  falta  de  ciencia  en  sus  confeso- 
res (2),  que  no  la  ponían  escrúpulo  alguno  en  esos  tratos. 

Si  se  quiere,  pues,  encontrar  el  móvil  principal  de  toda  esta  conducta 
de  la  Santa,  hay  que  buscarle  en  su  condición  sumamente  amorosa  y  agra- 
decida; no  podía  dejar  de  querer  á  quien  la  quería,  ni  dejar  de  manifestar 
ese  amor  á  quien  se  le  manifestaba.  Por  eso  en  la  Bula  de  canonización 
se  dice,  que  aunque  resplandecieron  en  ella  todas  las  virtudes,  pero  que 
sobresalió  en  la  virtud  de  la  gratitud.  Ella  misma  conocía  esa  su  condi- 
ción, y  así  escribe  en  una  de  sus  cartas:  «Bien  veo  que  no  es  perfección 
en  mí  esta  condición  que  tengo  de  ser  agradecida,  debe  ser  natural,  que 
con  una  sardina  que  me  den,  me  sobornarán.-  (3)  Por  otra  parte,  como  no 
tenía  ni  sabía  qué  era  intención  mala  en  esa  materia,  no  podía,  ni  siquiera 
sospecharla  en  las  personas  que  trataba  (4). 


(1)  Crónica  Carmelitana,  libro  1.",  capítulo  Vi,  número  7. 

(2)  limo.  Yepes,  libro  1.°,  capítulo  VIII. 

(3)  La  Fuente,  tomo  2.°,  edición  1861,  carta  224. 

(4)  Por  lo  dicho,  se  ve  claramente  la  injustificable  ligereza,  la  insigne  mala  fe  con 
que  el  mediocre  novelista  y  dramaturgo  francés  Cátulo  Méndez,  pretendió  mancillar 
la  angélica  castidad  de  nuestra  heroína,  acusándola  de  hipócritas  é  impuros  amores.  El 
escándalo,  aun  cuando  no  tenga  más  fundamento  que  la  infame  calumnia,  es  el  supre- 
mo recurso  á  que  acuden  los  villanos,  ávidos  del  aura  popular,  que  no  podrían  conquis- 
tar de  otro  modo.  Todavía  no  se  ha  borrado  de  nuestra  memoria  la  profunda  indigna- 
ción que  en  toda  España  causaron  las  blasfemias  del  judío  y  miserable  ateo.  Pero  Dios, 
celoso  de  la  gloria  de  sus  santos,  ha  vuelto  por  la  mancillada  honra  de  su  fiel  esposa, 
ejecutando  horrible  castigo  en  la  persona  del  infeliz  blasfemo. 

He  aquí  la  concisión  con  que  el  telégrafo  transmitió  tan  horripilante  y  ejemplar 
castigo: 

"París,  Febrero  8,  1Ü09.  Cátulo  Méndez  cenó,  como  acostumbraba  todos  los  domin- 
gos, en  casa  de  los  barones  de  Oppenheim,  notando  éstos  que  se  hallaba  preocupado, 
triste  y  distraído.  AI  terminar  la  cena  salió,  tomando  en  la  estación  de  San  Lázaro  el 
tren  para  regresar  á  su  domicilio  (Villa  Saint  Germain);  parecía  somnoliento  y  fatigado. 

La  obscuridad  de  la  noche  hizo,  sin  duda,  que  Cátulo  Méndez  se  apease  del  Metro- 


-51  - 

Todo  ésto  y  mucho  más,  debió  tener  muy  presente  el  V.  P.  Barrón, 
cuando  no  la  obligó  á  cortar  semejantes  amistades,  aunque  bien  lo  deseaba; 
pero  tropezaba  con  la  poca  fortaleza  de  la  Santa  para  cortar  de  repente  con 
aquellas  aficiones,  obrando  en  ésto  con  exquisita  y  consumada  prudencia, 
de  tal  modo,  que  siempre  aparecerá  como  un  modelo  acabado  de  discre- 
ción y  circunspección  de  espíritu,  digno  de  ser  imitado,  y  tuvo  la  honra 
de  sacarla  -de  esa  ceguedad»,  como  ella  escribe,  y  fué  el  primero,  según 
un  ilustre  biógrafo,  que  dirigió  bien  á  Teresa  de  Jesús.  En  esta  conducta  de 
nuestro  V.  P.,  se  funda,  entre  otras  razones,  el  limo.  Sr.  Yepes,  para  afir- 
mar que,  la  Santa  no  pecó  mortalmente  en  esos  tratos  y  comunicaciones, 
y  así  dice:  «El  Dominico  P.  Barrón  la  desengañó  é  hizo  volviese  á  la  ora- 
ción, y  comulgase  de  quince  á  quince  dias,  aunque  no  dejó  las  ocasiones, 
ni  el  confesor  la  obligó  á  dejarlas,  con  ser  las  comuniones  tan  frecuentes 
y  él  tan  docto.  Por  donde  se  echa  de  ver,  que  no  eran  de  peligro  claro  de 
pecado  mortal.»  Creo  suficiente  explicado,  cómo  la  Santa  pudo  decir:  «lo 
que  era  gravísimo  mortal,  que  era  venial»,  y  otras  parecidas  que  se  hallan 
en  sus  escritos,  en  especial  en  el  libro  de  la  Vida,  sin  que  por  ello,  tenga- 
mos que  admitir  que  pecara  mortalmente,  quedando  á  mi  juicio,  desvane- 
cida y  resuelta  esa  dificultad  que  á  alguno  le  pudiera  ocurrir. 

Mayor  dificultad  ofrecen  las  palabras  que  se  siguen:  *Duré  en  esta  ce- 
guedad, creo,  más  de  diecisiete  años,  hasta  que  un  padre  Dominico,  gran 
letrado,  me  desengañó  en  cosas.»  No  admite  duda,  que  este  gran  letrado 
dominico,  fué  el  V.  P.  Fr.  Vicente  Barrón;  pero  ¿qué  años  de  la  vida  de 
Teresa  fueron  esos  diecisiete  años  que  pasó  en  la  ceguedad  de  que  nos 
está  hablando?  ¿Dónde  empiezan?  ¿Dónde  concluyen?  Hé  aquí  lo  que  se 
debe  explicar.  Confieso  que  es  punto  éste  un  poco  obscuro;  sin  embargo 
leyendo  con  atención  todo  el  proceso  de  la  vida  de  la  Santa,  y  si  se  tiene 
presente  todo  el  contexto  de  los  capítulos  relativos  á  este  periodo  de  su 


politano,  creyendo  se  encontraba  cerca  de  su  domicilio,  dándose  tan  terrible  golpe  con- 
tra la  pared  del  túnel,  que  rebotó,  yendo  á  parar  bajo  las  ruedas. 

El  cadáver  fué  descubierto  dentro  del  túnel  con  la  cabeza  completamente  destroza- 
da y  el  cuerpo  despedazado.  Un  tren  que  pasó  poco  después  le  cortó  el  brazo. 

Cabeza  que  había  ideado  el  inmundo  drama»:  La  Virgen  de  Avila  >,  lengua  que  lo  ha- 
bía proiumciado  y  brazo  que  le  había  escrito,  así  habían  de  acabar:  ¡sirva  de  ejemplo!» 


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vida,  hay  que  convenir  en  que  esos  diecisiete  años,  fueron  los  transcurri- 
dos desde  que  la  Santa  empezó  á  entibiarse,  poco  después  de  su  profesión 
religiosa,  hasta  que  emprendió  una  vida  celestial,  en  que  no  conversaba 
con  hombres,  sino  con  ángeles,  como  la  dijo  el  Señor.  Empezaron,  pues, 
estos  diecisiete  años  hacia  el  año  1539,  y  concluyeron  en  1557.  Sania  Te- 
resa, es  verdad,  se  confesó  á  la  muerte  de  su  padre  con  el  P.  Vicente  Ba- 
rrón,  gran  letrado  dominico  el  año  1546,  en  que  aquello  sucedió,  y  la  de- 
sengañó, haciéndola  volver  al  camino  de  la  oración  y  afeándola  las  con- 
versaciones y  pláticas  que  tenía;  pero  el  desengaño  de  que  aqui  habla  la 
Santa,  no  debe  aplicarse  al  tiempo  en  que  volvió  á  la  oración,  que  fué  el 
año  1546,  ó  sea,  á  la  muerte  de  su  padre;  sino  diez  años  después,  en  que 
por  medio  de  la  oración  triunfó  de  sí  misma  y  de  los  ardides  del  demonio, 
emprendiendo  una  vida  más  divina  que  humana.  Y  como  el  P.  Barrón  fué 
quien  la  puso  en  el  camino  del  cielo,  por  medio  de  la  oración,  por  eso  dice 
que  duró  en  esa  ceguedad  hasta  que  el  gran  letrado  dominico  la  desenga- 
ñó. Pero  aun  después  de  volver  á  la  oración,  la  Santa  continuó  en  sus  plá- 
ticas y  recreaciones,  no  teniendo  fuerzas  para  cortar  estos  entretenimientos 
vanos. 

Tan  poco  dispuesta  se  hallaba  entonces  Teresa  para  romper  con  las 
ocasiones  y  dejar  de  repente  los  tratos  y  comunicación  con  aquellas  per- 
sonas que,  aun  habiendo  vuelto  al  camino  de  la  oración  por  consejo  de 
nuestro  V.  P.  Barrón,  pasaron  diez  ú  once  años  sin  que  pudiera  vencerse; 
pero  como  vuelta  al  ejercicio  santo  de  la  oración  ya  se  hallaba  en  el  ca- 
mino del  cielo:  «aunque  poco  á  poco,  cayendo  y  levantando,  iba  por  él,  y 
el  que  no  deja  de  andar  é  ir  adelante,  aunque  tarde,  llega*  (1).  Como 
ella  misma  dice:  «En  todo  ese  tiempo,  pasaba,  escribe,  una  vida  tra- 
bajosísima, porque  en  la  oración  entendía  mis  faltas.»  ^Por  una  parte, 
me  llamaba  Dios,  por  otra,  yo  seguía  al  mundo.  En  la  oración  pasaba  gran 
trabajo,  porque  no  andaba  el  espíritu  señor,  sino  esclavo.  Pasé  así  muchos 
años,  que  ahora  me  espanto,  qué  sujeto  bastó  á  sufrir  que  no  dejase  lo  uno 
ú  lo  otro-  (2).  < Quisiera  yo  saber  figurar  la  cautividad  que  en  estos  tiem- 


(1)  Vida,  capítulo  XIX,  número  6. 

(2)  Vida,  capítulo  VII. 


—  53- 

pos  tenía  mi  alma,  porque  entendía  que  lo  estaba  y  no  entendía  en  qué... 
Lástima  la  tengo  de  lo  mucho  que  pasó...  Parece  que  peleaba  con  una 
sombra  de  muerte»  (1).  -Andaba  ya  mi  alma,  dice  en  otra  parte,  cansada, 
y  no  la  dejaban  descansar  las  ruines  costumbres  que  tenía.  Acaecióme  que 
entrando  un  día  en  el  oratorio  (de  la  Encarnación),  vi  una  imagen  que  ha- 
bían traído  allí  á  guardar,  que  se  había  buscado  para  cierta  fiesta  que  se 
hacía  en  casa.  Era  de  Cristo  muy  llagado,  y  tan  devota,  que  en  mirándo- 
la, toda  me  turbé,  de  verla  tal,  porque  representaba  bien  lo  que  pasó  por 
nosotros.  Fué  tanto  lo  que  sentí  de  lo  mal  que  había  agradecido  aquellas 
llagas,  que  el  corazón  se  me  partía,  y  arrójeme  cabe  él  con  grandísimo 
derramamiento  de  lágrimas,  suplicándole  me  favoreciese  ya  de  una  vez, 
para  no  ofenderle '  (2).  Repetía  así  postrada,  dice  el  Sr.  Yepes,  muckas 
veces:  *  Señor  mío  y  Dios  mío,  no  me  levantaré  de  aquí  hasta  que 
me  hagáis  esta  merced  >  (3).  Tomó  también  á  la  Magdalena  por  me- 
dianera, pensando  en  su  conversión,  y  más  cuando  comulgaba,  puesta  á 
los  pies  del  Señor,  pedía  á  la  Santa  la  alcanzara  perdón;  -  mas  esta  postre- 
ra vez,  desta  imagen  que  digo,  me  parece  me  aprovechó  más,  porque  es- 
taba muy  desconfiada  de  mí,  y  ponía  toda  mi  confianza  en  Dios.  Paréceme 
le  dije,  entonces  que  no  me  había  de  levantar  de  allí,  hasta  que  hiciera  lo 
que  le  suplicaba.  Creo  cierto  me  aprovechó,  porque  fui  mejorando  mucho 
desde  entonces...  •  En  este  mismo  tiempo,  me  dieron  las  confesiones  de  San 
Agustín,  y  parece  lo  ordenó  Dios,  porque  yo  no  las  procuré,  ni  nunca  las 
había  visto...  Como  comencé  á  leerlas,  paréceme  que  me  vía  yo  allí,  y  me 
encomendé  á  este  Santo.  Cuando  llegué  á  su  conversión,  y  leí  cómo  oyó 
aquella  voz  en  el  huerto,  no  me  parece  sino  que  el  Señor  me  la  dio  á  mí,  se- 
gún sintió  mi  corazón:  estuve  por  grande  rato  que  toda  me  deshacía  en  lá- 
grimas y  entre  mí  niesma  con  gran  aflicción  y  fatiga...  Yo  me  admiro  ahora 
cómo  podía  vivir  en  tanto  tormento  (4).  Pues  comenzando  á  quitar  oca- 
siones y  á  darme  á  la  oración,  comenzó  el  Señor  á  hacerme  las  mercedes 


(1)  Vida,  capítulo  VIII. 

(2)  Vida,  capítulo  IX. 

(3)  y¡da  de  Santa  Teresa,  libro  I.'',  capítulo  IX. 

(4)  Vid.,  capitulo  IX. 


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como  quien  deseaba  que  yo  las  quisiera  recibir.  Comenzó  Su  Majestad  á 
darme  muy  de  ordinario  oración  de  quietud,  y  muclias  veces  de  unión,  que 
duraba  mucho  rato»  (1).  Y  desde  aquí,  es  propiamente,  cuando  empezó  la 
vida  nueva  de  que  habla  la  Santa  en  el  capítulo  XXIII,  de  que  antes  hice 
mención.  Aquí  es  donde  recogió  el  fruto  del  consejo  dado  por  el  V.  P.  Ba- 
rrón,  de  que  volviese  á  la  oración  y  no  la  dejase,  como  en  efecto  no  la 
dejó,  sacándola  á  puerto  de  salvación.  Después  de  estos  dos  toques  de  la 
gracia,  Santa  Teresa  vivió  ya  hasta  su  muerte  una  vida  más  divina  que 
humana,  y  empezaron  las  grandes  mercedes  que  han  sido  y  serán  siem- 
pre el  encanto  y  el  asombro  de  cuantos  lean  su  vida. 

Esto  sucedió,  según  la  Crónica  Carmelitana,  y  el  autor  de  la  obra  titu- 
lada La  Mujer  Grande,  el  año  1557,  ó  sea  once  años  después  de  la  muer- 
te de  su  padre;  por  eso  ella  se  admira  cómo  pudo,  por  espacio  de  tanto 
tiempo,  continuar  con  las  distracciones  y  amistades,  y  al  mismo  tiempo, 
ejercitarse  en  la  oración  y  no  dejar  lo  uno  ó  lo  otro  como  ella  dice.  Así 
que  las  palabras  de  la  Santa,  cuando  escribe:  «Duré  en  esta  ceguedad,  creo 
más  de  diecisiete  años,  se  entienden,  como  dice  muy  bien  el  autor  de  La 
Mujer  Grande,  hasta  su  mayor  perfección,  que  fué  el  57,  ó  sean  dieciocho 
años  que  habían  transcurrido  desde  1539.  De  otro  modo,  es  decir,  si  los 
diecisiete  años  hubieran  transcurrido  ya  cuando  se  confesó  con  el  P.  Ba- 
rrón  á  la  muerte  de  su  padre,  había  que  comenzarlos  á  contar  desde  el 
año  1528,  ó  sea,  cuando  la  Santa  sólo  tenía  trece  años,  y  esto  no  puede 
sostenerse.  Por  lo  tanto,  la  interpretación  del  autor  ya  citado,  tiene  sólido 
fundamento.  Ahora,  para  explicar  estas  vicisitudes  y  sucesos  en  la  vida  de 
la  Santa,  pondremos  una  tabla  cronológica,  ajustando  las  fechas  á  los  he- 
chos con  más  ó  menos  aproximación,  por  no  ser  posible  otra  cosa,  como 
se  verá  después: 


(1)    Vida,  capítulo  XXIII. 


—  55- 

Cuadro  Cronológico  en  que  se  fijan  diuersos  periodos  de  la  uida 
de  Santa  Teresa: 


AÑO 


I  I       AÑO  AÑO 

!en  queSan-¡en  que  prin-l  .  len  c^ue  fun- 

AÑO        ,       AÑO       'ta  Teresa  se  cipió  á  reci-        AÑO        dó  bta.  Te- 

AÑO        ¡en  que  tomó  en  que  em-  confesó  con  bir  grandes  en  que  Dios  resa  el  con- 

en  que  nació'e!   santo  liá- pezó  á  enti- el  P.  Barrón  favores   es- la    mandó  vento   de 


Santa  Teresa  hito  Sta.  Te-  biarse   su  y  volvió  á  la 
le  Jesús.         rusa  lie  Jesús  espíritu.        oración. 


AÑO 


1515 


1536 


1539 


1546 


pirituales  empezar    la  San  José  en  en  que  niu- 
del  Señor.     Reforma        Avila.  rió  la  S¿nta 


1557 


1560 


1562 


1582 


EDAD       i      EDAD  EDAD  EDAD  EDAD      ¡      EDAD      |      EDAD 

que  tenia  la  que  tenia  la!que  tenia  la  que  tenia  la  que  tenía  la  que  tenia  la  que  tenia  la 
Santa  en  la  Santa  en  laSanta  en  la  Santa  en  la  Santa  en  la  Santa  en  la  Santa  en  la 
fecha  arribafecha  arriba  fecha  arriba  fecha  arriba  fecha  arriba  feclia  arriba  fecha  arriba 
indicada.        indicada.       indicada.       indicada.       indicada,      ¡indicada,      ¡indicada. 

!  I  I  ! 

21  años.  24  años.  31  anos.  42  años.  45  años.  47  años.  67  años. 


Es  de  advertir  que  en  el  antecedente  cuadro  cronol(3gico  se  parte  del 
supuesto  y  opinión,  comunmente  seguida,  de  que  la  Santa  tomó  el  hábito 
á  los  veintiún  años,  ó  sea  el  año  de  1536;  por  lo  tanto,  habría  que  variar 
las  fechas,  si  se  siguiera  la  opinión  fundada  del  docto  P.  Ribera,  su  pri- 
mer biógrafo,  que  afirma  fué  á  los  veinte;  y  más  aún,  habria  que  variarlas, 
según  la  opinión  respetable  de  nuestro  V.  P.  Fr.  Pedro  ibáñez,  que  dice 
expresamente  le  tomó  á  los  diecinueve.  Las  tres  opiniones  tienen  sus  fun- 
damentos y  dificultades  que  se  originan  de  ciertas  expresiones  de  la  mis- 
ma Santa,  ya  en  su  vida,  ya  en  sus  cartas  De  buena  gana  haríamos  una  di- 
sertación crítica  sobre  las  tres  opiniones  indicadas,  si  confiáramos  poder 
aclarar  este  punto  tan  obscuro;  pero  estoy  firmemente  persuadido  de  que  no 
es  esto  posible,  por  la  razón  apuntada  de  que  hay  en  la  Santa  fundamento 
para  defender  las  tres.  Esto  procede  de  que  Santa  Teresa  flaqueaba  algo 
en  la  memoria  en  punto  á  fechas,  como  nos  dice  el  historiador  de  la  Re- 
forma (1),  y  ella  misma  lo  conocía  y  lo  da  muchas  veces  á  entender,  ma- 
nifestando temor  de  su  memoria,  y  por  eso  habla  con  poca  determinación 
en  las  fechas,  usando  de  estas  frases,  creo,  me  parece,  y  otras  por  el  estilo. 
Así  es  que  tengo  por  muy  cuerdo  el  parecer  de  mi  respetable  amigo  car- 


(1)     Crónica  Carmelitana,  libru,  1.",  capitulo  XIV. 


-56- 

melita,  el  sabio  P.  exprovincial  Fr.  Venancio  de  Jesús  y  María,  quien,  en 
una  erudita  carta  que  me  escribió  sobre  esta  materia,  respondiéndome  á 
ciertas  observaciones  que  yo  le  había  hecho,  me  decía:  «Nuestra  Santa 
Madre  no  concuerda  en  lo  referente  á  fechas.  Escribía  al  correr  de  la  plu- 
ma y  no  era  siempre  segura,  sobre  todo,  en  punto  á  fechas»,  y  un  poco 
más  adelante,  añade:  «Tenemos,  pues,  que  la  Santa,  Madre,  en  punto  á 
fechas,  no  ponía  tanto  esmero  como  en  referir  fielmente  los  hechos.» 

Aduce,  como  es  claro,  pruebas  tomadas  de  los  mismos  escritos  de  su 
Santa  Madre,  con  que  demuestra  lo  fundado  de  su  parecer.  Por  creer  yo 
muy  atinadas  estas  observaciones,  no  me  detengo  más  en  analizar  el  pun- 
to; pues  como  he  dicho,  no  me  parece  posible  que  nadie  logre  poner  la 
cuestión  en  claro.  Quede,  sin  embargo,  como  inconcuso,  y  por  eso  todos 
convienen  en  ello,  que  la  Santa  nació  el  año  1515,  y  que  empezó  á  pro- 
yectar la  Reforma  el  1560.  En  lo  demás,  uniisquisque  in  sao  sensu  abundet; 
pudiendo  seguir  cualquiera  de  las  tres  respetables  opiniones,  sobre  el  año 
en  que  Santa  Teresa  tomó  el  hábito;  hecho  que  sirve  de  punto  de  partida, 
para  fijar  los  demás  sucesos  intermedios,  hasta  el  año  1560,  en  que  dio 
principio  á  su  celebrada  Reforma. 


--*- 


CAPÍTULO     IV 


Santa  Ceresa  y  el  IP.  García  de  Coledo, 


Santa  Teresa,  después  de  haber  dado  los  primeros  pasos  en  1551  para 
la  fundación  de  San  José,  recibió  la  noche  de  Navidad  un  precepto  de  su 
Provincial,  el  M.  R.  P.  Fr.  Ángel  de  Salazar,  para  que  se  trasladase  á  Tole- 
do con  el  fin  de  consolar  á  Doña  Luisa  de  la  Cerda,  que  se  hallaba  afligi- 
dísima por  la  muerte  de  su  marido.  Obedeció  puntualmente  la  Santa,  y  á 
principios  de  Enero  de  1562,  entró  por  primera  vez  en  la  Imperial  Ciudad, 
permaneciendo  en  el  palacio  de  Doña  Luisa,  hasta  últimos  de  Junio  ó  prin- 
cipios de  Julio. 

Siempre  fué  Santa  Teresa  devota  de  nuestras  Iglesias,  y  el  Señor  se 
complacía  en  regalarla  y  hacerla  mercedes  extraordinarias  en  ellas.  Basta- 
rá indicar  á  este  propósito  lo  que  sucedió  en  Santo  Tomás  de  Avila,  el 
día  de  la  Asunción  de  Nuestra  Señora;  lo  que  ocurrió  en  nuestra  iglesia 
de  San  Esteban  de  Salamanca,  cuando  estando  el  P.  Báñez  confesándola 
en  la  capilla  del  Santísimo  Cristo  de  la  Luz,  llegó  la  hora  suprema  de  la 
muerte  al  famoso  P.  Gallo  (1);  recuérdese,  sobre  todo,  la  visita  que  nues- 


(1)  El  P.  Paulino  Alvarez  en  su  obra  Santa  Teresa  y  el  P.  Báñez,  refiere  lo  ocurri- 
do en  este  caso  que,  además  de  ser  curioso,  es  sobre  todo  instructivo.  Hé  aquí  sus 
palabras  tomadas  del  capitulo  III:  «Es  tradición  cierta  y  constante  en  Salamanca,  pro- 
pajíada  por  el  mundo,  que  cuando  el  P.  Gallo  (famoso  en  el  Concilio  de  Trento  como 
teólo<ío  del  Rey  de  España,  y  ¿írandeniente  respetado  en  Roma  como  agente  del  Ca- 
bildo y  de  la  Universidad  salmantina),  se  hallaba  en  los  últimos  momentos  de  su  vida, 
rendido  de  trabajos,  y  viajes,  y  enseñanza,  y  penitencias,  Satanás,  en  forma  de  un  úo- 


-58- 

tro  Santo  Padre  la  hizo  en  su  cueva  ó  capilla  de  Segovia,  y  se  verá  que 
realmente  el  Señor  fué  no  tanto  liberal,  cuanto  pródigo  en  recompensar 
las  visitas  que  la  Santa  hacía  á  las  iglesias  de  la  Orden  Dominicana. 

En  este  capítulo  vamos  á  ver  la  merced  grande  que  Dios  hizo  á  un  hijo 
de  Santo  Domingo,  confesor  de  Santa  Teresa,  ó  mejor  dicho,  la  que  hizo  á 
la  misma  Santa  en  San  Pedro  Mártir  de  Toledo.  Decirnos  que  esta  mer- 
ced la  hizo  el  Señor  á  la  Santa,  como  ella  lo  confiesa  por  las  siguientes 
palabras:  «Pues  tornando  á  lo  que  decía,  estando  yo  en  grandísimo  gozo 
mirando  aquel  alma,  que  me  parece  quería  el  Señor  viese  claro  los  teso- 
ros que  había  puesto  en  ella,  y  viendo  la  merced  que  me  había  hecho 
en  que  fuese  por  medio  mío  hallándome  indigna  della;  en  mucho  más  te- 
nía yo  las  mercedes  que  el  Señor  le  había  hecho,  y  más  á  mi  cuenta  las 


noso  joven  estudiante  que  aparentaba  venir  del  extranjero,  entró  en  su  celda,  se  acer- 
có á  él,  le  habló  de  los  muchos  sabios  amigos  que  fuera  de  España  tenía,  y  e^n  cuyo 
nombre  le  hacía  él  aquella  visita,  y  luego  comenzó  á  disputar  sobre  las  más  abstrusas 
cuestiones  del  misterio  de  la  Santísima  Trinidad,  presentando  sutiles  argumentos  con 
objeto  de  hacerle  caer  en  una  herejía.  El  venerable  enfermo,  cuando  no  hallaba  con- 
testación teológica  á  los  sofismas  diabólicos,  levantaba  sus  ojos  al  cielo  y  hacía  un 
acto  de  fe  repitiendo  las  palabras  de  un  carbonero,  con  quien  tiempo  antes  había  con- 
versado á  propósito  de  este  mismo  misterio.  Satanás  instaba,  y  el  P.  Gallo  entró  en  la 
agonía.  Al  ruido  de  la  matraca  que  en  semejantes  momentos  se  toca  para  convocar  la 
comunidad,  el  P.  Báñez,  que  se  hallaba  confesando  á  Santa  Teresa  en  la  capilla  del 
Cristo  de  la  Luz,  se  levantó  rogando  á  la  Santa  que  encomendase  á  Dios  el  alma  del 
moribundo.  Hizolo  así  ella  hasta  que  supo  que  había  espirado,  y  entonces  el  diablo 
desapareció  con  gran  ruido  diciendo:  «Si  no  fuera  por  la  gallina  ¡cómo  me  hubiera  lle- 
vado el  gallo!» 

«La  tradición,  añade  el  mismo  autor  en  una  nota,  señala  efedivamente  esta  capilla, 
que  es  la  tercera  colateral  por  el  lado  de  la  Epístola,  no  contando  el  altar  de  Santo  To- 
más del  crucero,  la  cual  está  toda  adornada  de  magníficos  frescos,  obra  de  Villamor. 
El  confesonario,  abierto  á  manera  de  garita  en  la  pared  que  separa  la  iglesia  del  gran 
claustro,  cuya  puerta  de  madera  está  constantemente  cerrada  y  pintada  como  parte 
del  fresco,  es  el  que  los  salmantinos  dicen  ser  de  la  Santa.  En  esta  misma  iglesia  se 
guardaba  un  crucifijo  que  habló  á  la  gloriosa  Madre,  como  el  de  Avila,  según  refiere 
textualmente  el  P.  M.  Barrio,  del  siglo  pasado,  en  la  Historia  MS.  del  Convento,  capí- 
tulo XXXVIII,  núm.  20.  Tenía  en  su  poder  este  milagroso  crucifijo,  como  prenda  inaje- 
nsbie,  el  Sr.  Blanco,  hijo  de  esta  casa,  muerto  el  año  último  Arzobispo  de  Valladolid.> 


-59- 

tomaba,  que  si  fuera  á  mí,  y  alababa  mucho  al  Señor  de  ver  que  su  Ma- 
jestad iba  cumpliendo  mis  deseos  y  había  oído  mi  oración,  que  era  des- 
pertase el  Señor  personas  semejantes». 

A  tres  puntos  reduciremos,  para  mayor  claridad,  el  contenido  de  este 
importante  capitulo.  Sea  el  primero  la  narración  del  suceso  misterioso  que 
nos  ocupa.  En  el  segundo  expondré  las  diversas  opiniones  sostenidas  por 
gravísimos  autores,  acerca  de  quién  fué  el  religioso  á  quien  alude  la  San- 
ta, y  por  fin,  en  el  tercero  se  pondrá  de  maniñesto  el  grande  aprovecha- 
miento espiritual  que  la  Santa  recibió  de  la  dirección,  comunicación  y  tra- 
to con  el  P.  Dominico,  de  quien  ella  nos  habla,  ó  sea  la  influencia  que  en 
la  santidad  de  Teresa  de  Jesús  tuvo  este  Religioso. 

La  narración  del  suceso  acaecido  en  la  iglesia  dominicana  de  San  Pe- 
dro Mártir  de  Toledo,  á  principios  del  año  1562,  se  encuentra  maravillo- 
samente hecha  en  el  capítulo  XXXIV  de  su  Vida,  por  estas  palabras:  'Es- 
tando allí,  acertó  á  venir  un  religioso,  persona  muy  principal,  y  con  quien 
yo  muchos  años  había  tratado  algunas  veces,  y  estando  en  misa  en  un 
monasterio  de  su  Orden  (que  estaba  cerca  á  donde  yo  estaba)  (1),  dióme 
deseo  de  saber  en  qué  disposición  estaba  aquel  alma  (que  deseaba  yo 
fuese  muy  siervo  de  Dios),  y  levánteme  para  irle  á  hablar;  como  yo  esta- 
ba recogida  ya  en  oración,  parecióme  después  era  perder  el  tiempo,  que 
quién  me  metía  á  mi  en  aquello,  y  tórneme  á  sentar.  Parecéme  que  fueron 
tres  veces  las  que  esto  me  acaeció,  y  en  fin,  pudo  más  el  ángel  bueno  que 
el  malo,  y  fuíle  á  llamar,  y  vino  á  hablarme  á  un  confesonario.  Comencéle 
á  preguntar,  y  él  á  mí  (porque  había  muchos  años  que  no  nos  habíamos 
visto),  de  nuestras  vidas;  y  yo  le  comencé  á  decir  que  había  sido  la  mía 
de  muchos  trabajos  de  alma.  Puso  muy  mucho  en  que  le  dijese  qué  eran 
los  trabajos:  yo  le  dije  que  no  eran  para  saber,  ni  para  que  yo  los  dijese. 
Él  dijo,  que  pues  lo  sabía  el  Padre  dominico  que  he  dicho  (2),  que  era 
muy  su  amigo,  que  luego  se  los  diría  y  que  nO  se  me  diese  nada. 

»E1  caso  es  que  ni  fué  en  su  mano  dejarme  de  importunar,  ni  en  la  mía 


(1)  En  efecto,  el  Palacio  de  los  Duques  de  Medinaceli,  en  Toledo,  se  encontraba 
próximo  á  la  Iglesia  de  San  Pedro  Mártir. 

(2)  P.  Fr.  Pedro  Ibáñez  ó  el  P.  Barrón. 


-60- 

me  parece  dejárselo  decir,  porque  con  toda  la  pesadumbre  y  vergüenza 
que  solía  tener  cuando  trataba  estas  cosas  con  él,  y  con  el  Rector  que  he 
dicho,  no  tuve  ninguna  pena,  antes  me  consolé  mucho;  díjeselo  debajo  de 
confesión.  Parecióme  más  avisado  que  nunca,  aunque  siempre  le  tenia  por 
de  gran  entendimiento;  miré  los  grandes  talentos  y  partes  que  tenía  para 
aprovechar  mucho,  si  del  todo  se  diese  á  Dios;  porque  esto  tengo  yo  de 
unos  años  acá,  que  no  veo  persona  que  mucho  me  contente,  que  luego 
querría  verla  del  todo  dar  á  Dios,  con  unas  ansias,  que  algunas  veces  no 
me  puedo  valer;  y  aunque  deseo  que  todos  le  sirvan,  estas  personas  que  me 
contentan,  es  con  muy  gran  ímpetu,  y  ansí,  importuno  mucho  al  Señor  por 
ellas.  Con  el  religioso  que  digo  me  acaeció  ansí.  Rogóme  le  encomendase 
mucho  á  Dios  (y  no  había  menester  decírmelo),  y  voime  á  donde  solía  á 
solas  tener  oración,  y  comienzo  á  tratar  con  el  Señor,  estando  muy  reco- 
gida con  un  estilo  abobado,  que,  muchas  veces,  sin  saber  lo  que  digo, 
trato,  que  el  amor  es  el  que  habla,  y  está  el  alma  tan  enajenada,  que  no 
miro  la  diferencia  que  hay  delia  á  Dios,  porque  el  amor  que  conoce  que 
la  tiene  su  Majestad,  la  olvida  de  sí  y  le  parece  está  en  él,  y  como  una 
cosa  propia  sin  división,  habla  desatinos.  Acuerdóme  que  le  dije  ésto,  des- 
pués de  pedirle  con  hartas  lágrimas  aquella  alma  pusiese  en  su  servicio 
muy  de  veras,  que  aunque  yo  la  tenía  por  buena,  no  me  contentaba,  que 
le  quería  muy  bueno,  y  ansí  le  dije:  Señor,  no  me  habéis  de  negar  esta 
merced,  mirad  que  es  bueno  este  sujeto  para  nuestro  amigo. 

>¡0h  bondad  y  humanidad  grande  de  Dios,  cómo  no  mira  las  palabras, 
sino  los  deseos  y  la  voluntad  con  que  se  dicen!  ¡Cómo  sufre  que  una  como 
yo  hable  á  su  Majestad  tan  atrevidamente!  Sea  bendito  por  siempre  jamás... 
Quedé  confiada  que  había  de  hacer  el  Señor  lo  que  le  suplicaba  desta 
persona.  Díjome  que  le  dijese  unas  palabras.  Esto  sentí  yo  mucho,  porque 
no  sabía  cómo  las  decir,  que  esto  de  dar  recaudo  á  tercera  persona,  como 
he  dicho,  es  lo  que  más  sierrto  siempre,  en  especial,  á  quien  no  sabía  cómo 
lo  tomaría  ó  si  burlaría  de  mi.  Púsome  en  mucha  congoja,  en  fin,  fui  tan 
persuadida,  que  á  mi  parecer,  prometí  á  Dios  no  dejárselas  de  decir,  y  por 
la  gran  vergüenza  que  había,  las  escribí  y  se  las  di.  Bien  pareció  ser  cosa 
de  Dios  en  la  operación  que  le  hicieron,  determinóse  muy  de  veras  de 
darse  á  oración,  aunque  no  jo  hizo  desde  luego.  El  Señor,  como  le  quería 


I 


-61  - 

para  sí,  por  mi  medio  le  enviaba  á  decir  unas  verdades,  que  sin  entenderlo 
yo  iban  tan  á  su  propósito,  que  él  se  espantaba;  y  el  Señor,  que  debía  de 
disponerle  para  creer  que  eran  de  su  Majestad,  y  yo,  aunque  miserable, 
era  mucho  lo  que  le  suplicaba  al  Señor,  muy  del  todo  le  tornase  á  sí  y 
le  hiciese  aborrecer  los  contentos  y  cosas  de  la  vida,  Y  ansí  sea  alabado 
por  siempre,  lo  hizo  tan  de  hecho,  que  cada  vez  que  habla,  me  tiene  como 
embobada;  y  si  yo  no  lo  hubiera  visto,  lo  tuviera  por  dudoso,  en  tan  breve 
tiempo,  hacerle  tan  crecidas  mercedes  y  tenerle  tan  ocupado  en  sí,  que  no 
parece  vive  ya  para  cosa  de  la  tierra.  Su  Majestad  le  tenga  de  su  mano, 
que  si  ansí  va  adelante  (lo  que  espero  en  el  Señor,  sí  hará  por  ir  muy  fun- 
dado en  conocerse),  será  uno  de  los  muy  señalados  siervos  suyos,  y  para 
gran  provecho  de  muchas  almas,  porque  en  cosas  de  espíritu,  en  poco 
tiempo  tiene  mucha  experiencia,  que  estos  son  dones  que  da  Dios  cuando 
quiere  y  como  quiere,  y  ni  va  en  el  tiempo  ni  en  los  servicios.  No  digo 
que  no  hace  esto  mucho,  mas  que  muchas  veces,  no  da  el  Señor  en  veinte 
años,  la  contemplación  que  á  otros  da  en  uno;  su  Majestad  sabe  la  causa. 
Y  es  el  engaño  que  nos  parece  que  por  los  años  hemos  de  entender  lo 
que  en  ninguna  manera  se  puede  alcanzar  sin  experiencia;  y  ansí  yerran 
muchos,  como  he  dicho,  en  querer  conocer  espíritu,  sin  tenerle.  No  digo 
que  quien  no  tuviere  espíritu,  si  es  letrado,  no  gobierne  á  quien  le  tiene, 
mas  entiéndase  en  lo  exterior  é  interior,  que  va  conforme  á  vía  natural  por 
obra  del  entendimiento,  y  en  lo  sobrenatural,  que  mire  vaya  conforme  á  la 
Sagrada  Escritura.  En  lo  demás,  no  se  mate  ni  piense  entender  lo  que  no 
entiende,  ni  ahogue  los  espíritus,  que  ya  cuanto  en  aquello,  otro  mayor 
Señor  los  gobierna,  que  no  están  sin  superior. 

»No  se  espante  ni  le  parezcan  cosas  imposibles,  todo  es  posible  al  Se- 
ñor, sino  procure  esforzar  la  fe,  y  humillarse  de  que  hace  el  Señor  en  esta 
ciencia  á  una  viejecita  más  sabia  por  ventura  que  á  él,  aunque  sea  muy 
letrado,  y  con  esta  humildad  aprovechará  más  á  las  almas  y  á  sí,  que  por 
hacerse  contemplativo  sin  serlo.  Porque  torno  á  decir,  que  si  no  tiene  ex- 
periencia, si  no  tiene  muy  mucha  humildad  en  entender,  que  no  lo  entien- 
de, y  que  no  por  eso  es  imposible,  que  ganará  poco  y  dará  á  ganar  menos  á 
quien  trata;  no  haya  miedo,  si  tiene  humildad,  permita  el  Señor  que  se  en- 
gañe el  uno  ni  el  otro.  Pues  á  este  Padre  que  digo,  como  en  muchas  co- 


-62- 

sas,  se  la  ha  dado  el  Señor,  ha  procurado  estudiar  todo  lo  que  por  estudio 
ha  podido  en  este  caso,  que  es  bien  letrado,  y  lo  que  no  entiende  por  ex- 
periencia, infórmase  de  quien  la  tiene,  y  con  esto  ayúdale  el  Señor  con 
darle  mucha  fe,  y  ansí  ha  aprovechado  mucho  á  sí  y  á  algunas  almas,  y  la 
mía  es  una  de  ellas;  que  como  el  Señor  sabía  en  los  trabajos  que  me  había 
de  ver,  parece  proveyó  su  Majestad,  que  pues  había  de  llevar  consigo  al- 
gunos que  me  gobernaban  (1),  quedasen  otros  que  me  han  ayudado  á 
hartos  trabajos  y  hecho  gran  bien.  Hale  mudado  el  Señor  casi  del  todo, 
de  manera,  que  casi  él  no  se  conoce,  á  manera  de  decir,  y  dado  fuerzas 
corporales  para  penitencia,  que  antes  no  tenía,  sino  enfermo  y  animoso 
para  todo  lo  que  es  bueno,  y  otras  cosas,  que  se  parece  bien  ser  muy  par- 
ticular llamamiento  del  Señor,  Sea  bendito  por  siempre.  Creo  todo  el  bien 
le  viene  de  las  mercedes  que  el  Señor  le  ha  hecho  en  la  oración,  porque 
no  son  postizas;  porque  ya  en  algunas  cosas  ha  querido  el  Señor  se  haya 
experimentado,  porque  sale  dellas,  como  quien  tiene  ya  conocida  la  ver- 
dad del  mérito  que  se  gana  en  sufrir  persecuciones;  espero  en  la  grandeza 
del  Señor  ha  de  venir  mucho  bien  á  algunos  de  su  Orden  por  él  y  á  ella 
mesma.  Ya  se  comienza  esto  á  entender:  he  visto  grandes  visiones  (2),  y 


(1)  Eran  éstos,  San  Pedro  de  Alcántara,  que  murió  de  18  de  Octubre  de  1562,  y  el 
Dominico  Fr.  Pedro  Ibáñez,  cuya  muerte  acaeció  el  2  de  Febrero  de  1565,  en  nuestro 
Real  Convento  de  Tríanos. 

(2)  Estas  grandes  visiones  son  las  que  la  misma  Santa  refiere  después  en  el  capí- 
tulo último  de  su  Vida,  por  estas  palabras:  «Estando  una  vez  en  oración  con  mucho  re- 
cogimiento, suavidad  y  quietud,  parecíame  estar  rodeada  de  ángeles,  y  muy  cerca  de 
Dios;  comencé  á  suplicar  á  su  Majestad  por  la  Iglesia.  Dióseme  á  entender  el  gran  pro- 
vecho que  había  de  hacer  una  Orden  en  los  tiempos  postreros,  y  con  la  fortaleza  que 
los  della  han  de  sustentar  la  fe. 

»Estando  una  vez  rezando  cerca  del  Santísimo  Sacramento,  aparecióme  un  santo, 
cuya  Orden  ha  estado  algo  caída;  tenía  en  las  manos  un  libro  grande,  abrióle,  y  díjome 
que  leyese  unas  letras,  que  eran  grandes  y  muy  legibles,  y  decían  ansí:  «En  los  tiem- 
pos advenideros,  florecerá  esta  Orden,  habrá  muchos  mártires». 

»Otra  vez,  estando  en  maitines  en  el  coro,  se  me  representaron  y  j)usieron  delante 
seis  ó  siete,  me  parece  serian  desta  mesma  Orden,  con  espadas  en  las  manos.  Pienso 
que  se  da  en  esto  á  entender,  han  de  defender  la  fe;  porque  otra  vez,  estando  en  ora- 
ción, se  arrebató  mi  espíritu,  parecióme  estar  en  un  gran  campo  á  donde  se  combatían 


-63- 

díjome  el  Señor  algunas  cosas  dél  y  del  R:ctor  de  la  Compañía  de  Jesús^ 
que  tengo  dicho,  de  grande  admiración,  y  de  otros  dos  religiosos  de  la 
Orden  de  Santo  Domingo  (1),  en  especial  de  uno  (2),  que  también  ha 
dado  ya  á  entender  el  Señor,  por  obra  en  su  aprovechamiento,  algunas 
cosas  que  antes  yo  había  entendido  dél,  mas  de  quien  ahora  hablo,  han 
sido  muchas.  Una  cosa  quiero  decir  ahora  aquí.  Estaba  yo  una  vez  con  él 
en  un  locutorio,  y  era  tanto  el  amor,  que  mi  alma  y  espíritu  entendía,  que 


(1)  PP.  Domingo  Báñez  y  Pedro  Ibáñez. 

(2)  P.  Ibáñez. 

muchos,  y  estos  desta  Orden  peleaban  con  gran  fervor.  Tenían  los  rostros  hermosos  y 
muy  encendidos,  y  echaban  muchos  en  el  suelo  vencidos,  otros  mataban;  parecíame 
esta  batalla  contra  los  herejes.  A  este  glorioso  santo  he  visto  algunas  veces,  y  me  ha 
dicho  algunas  cosas,  y  agradecidome  la  oración  que  hago  por  su  Orden,  y  prometido 

de  encomendarme  al  Señor.  No  señalo  las  Ordenes,  si  el  Señor  es  servido,  se  sepa,  las 

« 

declarará,  porque  no  se  agravien  otras.» 

La  Santa  no  señaló  aqui  las  0.''denes,  según  ella  misma  dice,  pero  el  Jesuíta  P.  Ri- 
bera, confesor  que  fué  de  Santa  Teresa,  afirma  expresarr.ente  que  en  este  pasaje  se  re- 
fiere á  la  Orden  de  Santo  Domingo.  Aunque  hayan  de  repetirse  casi  literalmente  Jas 
palabras  de  la  Panta,  quiero,  por  ser  tan  importante  el  asunto,  copiar  el  pasaje  del  doc- 
to P.  Ribera,  que  escribe  de  esta  manera:  «De  religiones  vio  grandes  cosas.  Estando 
rezando  cerca  del  Santísimo  Sacramento,  se  le  apareció  un  santo  de  la  orden  de  Santo 
Domingo,  con  un  libro  grande  en  las  manos,  y  abrióle,  y  dijo  a  que  leyese  unas  letras 
que  estaban  en  él  grandes  y  muy  legibles,  que  decían:  «En  los  tiempos  advenideros 
florecerá  esta  orden,  habrá  muchos  mártires  >.  De  la  misma  orden  vio  seis  ó  siete  con 
espadas  en  las  manos,  por  donde  entendió  que  habían  de  defender  la  fe.  También  es- 
tando en  oración  se  le  arrebató  el  espíritu,  y  vio  un  gran  campo,  adonde  combatían 
muchos,  y  los  desta  misma  orden  peleaban  con  gran  fervor.  Tenían  todos  los  rostros 
hermosos,  y  muy  encendidos,  y  echaban  muchos  en  el  suelo  vencidos,  á  otros  mataban. 
Entendió  que  esto  era  la  batalla  contra  los  hereges*  (a). 

Aunque  los  testimonios  precedentes  son  de  tanta  autoridad,  sin  embargo,  según  mi 
humilde  parecer,  la  prueba  decisiva  de  que  Santa  Teresa  alude  á  la  Orden  Dominica- 
na, se  encuentra  en  las  mismas  palabras  de  la  Santa,  que  se  acaban  de  citar:  A  este 
glorioso  Santo  he  visto,  dice,  algunas  veces,  y  me  ha  dicho  algunas  cosas,  y  agradeci- 
dome la  oración  que  hago  por  su  Orden,  prometídonie  de  encomendarme  á  Dios».  ¿A 
quién  pueden  aplicarse  estas  palabras,  sino  á  Santo  Domingo,  que  se  le  apareció  en 

(a)    Libro  4.",  capítulo  V. 


-  64- 

ardía  en  el  suyo,  que  me  tenía  á  mí  casi  absorta,  porque  consideraba  las 
grandezas  de  Dios,  en  cuan  poco  tiempo  había  subido  un  alma  á  tan  gran- 
de estado.  Hacíame  gran  confusión,  porque  le  veía  con  tanta  humildad 
escuchar  lo  que  yo  le  decía  en  algunas  cosas  de  oración:  como  yo  tenía 
poca  de  tratar  ansí  con  personas  semejantes,  debíamelo  sufrir  el  Señor  por 
el  gran  deseo  que  yo  tenía  de  verle  muy  adelante.  Hacíame  tanto  provecho 
estar  con  él  que  parece  dejaba  en  mi  ánima  puesto  nuevo  fuego  para  desear 
servir  al  Señor  de  principio.  ¡Oh  Jesús  mío,  qué  hace  un  alma  abrasada  en 
vuestro  amor!  ¡Cómo  la  habíamos  de  estimar  en  mucho  y  suplicar  al  Se- 


la  cueva  de  Segovia,  é  hizo  con  la  Santa  todo  lo  que  aquí  ella  nos  dice?  Jamás  se  lee 
cosa  semejante  ni  de  San  Agustin,  ni  de  San  Francisco,  y  por  lo  tanto,  no  tienen  apli- 
cación á  los  Institutos  de  que  fueron  dignos  fundadores  estos  esclarecidos  Patriarcas. 
Por  otra  parte,  se  ve  claramente  que  la  Santa  no  puede  referirse  aquí  á  la  Orden  Car- 
melitana, como  lo  indican  las  palabras:  «y  agradecídome  la  oración  que  hago  por  su 
Orden».  Al  decir  «por  su  Orden»,  contrapone,  ó  si  se  quiere,  la  distingue  de  mi  Orden, 
de  la  Orden  á  que  ella  pertenecía,  es  decir,  de  la  Orden  Carmelitana;  y  por  lo  tanto,  se 
deduce  que  tampoco  la  Santa  puede  referirse  á  ella.  Es  verdad  que  el  Carmelita  San 
Alberto  se  apareció  á  Santa  Teresa  en  Segovia,  y  hasta  hay  una  declaración  de  Ana  de 
San  Bartolomé,  en  que  afirma  que  la  Orden  á  que  aquí  alude  la  Santa,  es  la  Orden  Car- 
melitana; mas  si  fuera  esto  verdad,  no  tendrían  verdadera  explicación  las  palabras  «y 
agradecídome  la  oración  que  haga  por  su  Orden»;  así  que  me  persuado  ha  procedido 
semejante  afirmación  de  confundir  una  aparición  con  otra.  San  Alberto  se  apareció  á 
Santa  Teresa,  y  la  dijo  que  trabajase  para  conseguir  la  separación  de  los  Descalzos  y 
Calzados,  y  esto  testifica  el  Dominico  P.  Yanguas  en  una  declaración  prestada  en  Pie- 
drahita,  cuando  la  canonización  de  Santa  Teresa;  pero  además  nos  consta  también  con 
certeza  de  la  misma  declaración  del  P.  Yanguas  y  lo  afirman  todos  los  biógrafos,  que 
se  le  apareció  Santo  Domingo  en  su  cueva,  y  á  esta  segunda  aparición,  y  no  á  la  de 
San  Alberto,  alude  sin  duda  la  Santa  en  las  palabras  que  estamos  analizando. 

Por  último,  para  no  molestar  más  al  lector,  añadiré  sólo  un  argumento  a  posteiioii 
y  que  pudiera  llamarse  ah  eventii.  Ciertamente  no  sabemos  lo  que  podrá  suceder  en  los 
siglos  venideros,  pero  ateniéndonos  á  los  acontecimientos  que  han  tenido  lugar  desde 
mediados  del  siglo  XVI,  en  que  la  Mística  Doctora  proiunició  en  tono  profético  las  pa- 
labras que  nos  ocupan,  es  decir:  «En  los  tiempos  advenideros  florecerá  esta  Orden,  ha- 
brá en  ella  muchos  mártires»;  ¿qué  Orden  puede  presentar  el  número  crecidísimo  de 
mártires  que  ha  tenido  la  Orden  de  Santo  Domingo  en  los  tres  siglos  transcurridos? 
Sólo  una  de  sus  provincias,  entre  las  55  que  constituyen  la  Orden  Dominicana,  sólo  la 


-65- 

ñor  la  dejase  en  esta  vida!  Quien  tiene  el  mesmo  amor  tras  estas  almas  se 
había  de  andar  si  pudiese. 

»Gran  cosa  es  á  un  enfermo  hallar  otro  herido  de  aquel  mal;  mucho  se 
consuela  de  ver  que  no  es  solo;  mucho  se  ayudan  á  padecer  y  aun  á  me- 
recer: excelentes  espaldas  se  hacen  la  gente  determinada  á  arriscar  mil  vi- 
das por  Dios,  y  desean  que  se  les  ofrezca  en  qué  perderlas:  son  como  los 
soldados,  que  por  ganar  el  despojo  y  hacerse  con  él  ricos,  desean  que 
haya  guerras;  tienen  entendido  no  lo  pueden  ser  sino  por  aquí.  Este  es  su 
oficio,  el  trabajar.  ¡Oh,  gran  cosa  es  á  donde  el  Señor  da  esta  luz  de  en- 
tender lo  mucho  que  se  gana  en  padecer  por  él!  No  se  entiende  esto  bien 


provincia  del  Santísimo  Rosario  en  las  Islas  Filipinas,  ofrece  cinco  causas  de  Beatifica- 
ción ya  absueltas,  apareciendo  en  la  primera  el  Beato  Alfonso  Navarrete  con  109  Do- 
minicos más  en  Japón,  beatificados  por  el  Papa  Pío  IX;  en  la  segunda  el  Beato  Sanz, 
en  China,  con  sus  cuatro  compañeros  beatificados  en  1893  por  el  Papa  León  XIII;  en 
la  tercera  el  Beato  Ignacio  Delgado  y  sus  veinticinco  socios  en  Tunking,  beatificados 
en  1900,  por  el  mismo  Papa  León  XIII;  en  la  cuarta  el  Beato  Hermosilla,  con  sus  siete 
compañeros  en  Tunking,  beatificados  en  1905  por  el  Papa  Pió  X,  y  por  último,  la  quin- 
ta el  Beato  Francisco  de  Capillas,  Promártir  en  la  China,  beatificado  por  el  mismo  Papa 
Pío  X,  el  2  de  Mayo  de  este  presente  año.  Todos  ellos  padecieron  el  martirio  en  los 
siglos  XVII,  XVIII  y  XIX,  tiempos  advenideros  con  respecto  al  momento  en  que  San- 
ta Teresa  pronunció  su  profecía..  Y  si  de  las  causas  ya  absueltas  pasamos  á  las  que  es- 
tán introducidas  y  que  no  tardarán  en  terminarse,  encontramos  en  el  Japón  al  V.  Anto- 
nio González,  con  tres  compañeros  más,  martirizados  por  la  fe  de  Jesucristo;  allí  mismo 
el  V.  Lucas  del  Espíritu  Santo,  con  otros  compañeros;  y  sobre  todo  en  el  Tunking,  la 
causa  de  los  V.  V.  Sampedro  y  Sanjurjo  con  150U  más  mártires,  de  los  cuales  gran  par- 
te pertenecen  á  la  Orden  de  Santo  Domingo,  habiendo  padecido  todos  el  martirio 
en  el  siglo  XIX.  ¿Quién  no  ve  en  todo  esto  el  más  exacto  cumplimiento  de  las  palabras 
proféticas  de  Teresa  de  Jesús?  Y  no  se  pierda  de  vista,  que  es  sola  la  provincia  del 
Santísimo  Rosario,  la  que  ha  producido  esta  multitud  de  mártires  en  los  tres  últimos 
siglos.  ¿Qué  fuera  si  se  contaran  los  que  la  Orden  entera  ha  tenido  en  ese  mismo  pe- 
riodo? Y  es  de  advertir  que  las  misiones  referidas  continúan  florecientes,  trabajando 
en  ellas  más  de  15o  Religiosos  Dominicos  españoles,  que  quizá  en  día  no  lejano  den 
gloria  á  Dios,  á  la  Iglesia  y  á  la  Orden,  derramando  con  generosidad  su  sangre  por  la 
fe  de  Jesucristo. 

A  esta  opinión  se  adhieren  también  los  Bolandos,  y  sobre  todo,  la  consigna  así  en 
las  notas  marginales  á  la  Vida  de  la  Santa,  María  de  San  José, 

5 


-66- 

hasta  que  se  deja  todo,  porque  quien  en  ello  se  está,  señal  es  que  lo  tiene 
en  algo;  pues  si  lo  tiene  en  algo,  forzado  le  ha  de  pesar  de  dejarlo,  y  ya 
va  imperfecto  todo  y  perdido.  Bien  viene  aquí  que  es  perdido,  quien  tras 
perdido  anda;  ¿y  qué  más  perdición,  qué  más  ceguedad,  ¿qué  más  des- 
ventura que  tener  en  mucho  lo  que  no  es  nada?  Pues,  tornando  á  lo  que 
decía,  estando  yo  en  grandísimo  gozo  mirando  aquel  alma,  que  me  parece 
quería  el  Señor  viese  claro  los  tesoros  que  había  puesto  en  ella,  y  viendo 
la  merced  que  me  había  hecho,  en  que  fuese  por  medio  mío,  hallándome 
indigna  della;  en  mucho  más  tenía  yo  las  mercedes  que  el  Señor  le  había 
hecho,  y  más  á  mi  cuenta  las  tomaba,  que  si  fuera  á  mí,  y  alababa  mucho 
al  Señor,  de  ver  que  su  Majestad  iba  cumpliendo  mis  deseos  y  había  oído 
mi  oración,  que  era  despertase  el  Señor  personas  semejantes.  Estando  ya 
mi  alma  que  no  podía  sufrir  en  sí  tanto  gozo,  salió  de  sí,  y  perdióse  para 
más  ganar;  perdió  las  consideraciones  y  de  oír  aquella  lengua  divina,  en 
que  parece  hablaba  el  Espirita  Santo,  dióme  un  gran  arrobamiento,  que  me 
hizo  casi  perder  el  sentido,  aunque  duró  poco  tiempo.  Vi  á  Cristo  con  gran- 
dísima majestad  y  gloria,  mostrando  gran  contento  de  lo  que  allí  pasaba; 
y  ansí  me  lo  dijo  y  quiso  que  viese  claro  que,  á  semejantes  pláticas,  siem- 
pre se  hallaba  presente,  y  lo  mucho  que  se  sirve  en  que  ansí  se  deleiten 
en  hablar  en  él. 

*Otra  vez,  estando  lejos  deste  lugar,  le  vi  con  mucha  gloria  levantar  á 
los  ángeles.  Entendí  iba  su  alma  muy  adelante  por  esta  visión;  y  ansí  fué, 
que  le  habían  levantado  un  gran  testimonio  bien  contra  su  honra,  persona 
á  quien  él  había  hecho  mucho  bien,  y  remediado  la  suya  y  el  alma,  y  ha- 
bíalo pasado  con  mucho  contento  y  hecho  otras  obras  muy  á  servicio  de 
Dios,  y  pasado  otras  persecuciones.  No  me  parece  conviene  ahora  decla- 
rar más  cosas;  si  después  le  pareciere  á  vuesa  merced,  pues  las  sabe,  se 
podrán  poner  para  gloria  del  Señor.  De  todas  las  que  le  he  dicho  de  pro- 
fecías desta  casa  (1),  y  otras  que  diré  della  y  otras  cosas,  todas  se  han 
cumplido,  algunas  tres  años  antes  que  se  supiesen,  otras  más  y  otras  me- 
nos, me  las  decía  el  Señor;  y  siempre  las  decía  al  confesor  y  á  esta  mi 


(1)     San  José  de  Avila. 


-67- 


amiga  viuda  (1),  con  quien  tenia  licencia  de  hablar,  como  he  dicho;  y  ella 
he  sabido  que  las  decía  á  otras  personas,  y  estas  saben  que  no  miento, 
ni  Dios  me  dé  tal  lugar,  que  en  ninguna  cosa  (cuanto  más  siendo  tan 
graves)  tratase  yo  sino  toda  verdad^.  Hasta  aqui  la  narración  de  la  Santa. 

Expongamos  ahora  las  diversas  opiniones,  que  es  el  segundo  punto; 
pero  conviene  hacer  constar,  ante  todo  y  sobre  todo,  que  cuantos  han  es- 
crito sobre  este  pasaje  de  Santa  Teresa,  unánimemente  han  admitido  que 
este  feliz  y  dichoso  religioso,  fué  hijo  de  Santo  Domingo  de  Guzmán;  sólo 
versa  la  diferencia  de  opiniones  sobre  si  fué  el  P.  Vicente  Barrón,  presen- 
tado de  la  Orden  y  consultor  del  Santo  Oficio  en  Toledo,  ó  el  P.  García 
de  Toledo,  uno  de  los  hijos  de  Santo  Domingo,  con  quien  la  Santa  Madre 
mantuvo  toda  su  vida,  y  en  especial,  cuando  se  acercó  su  muerte,  las  más 
íntimas  relaciones,  como  se  verá  en  el  decurso  de  la  Obra,  y  muy  espe- 
cialmente, en  el  presente  capítulo. 

Los  biógrafos  más  antiguos  de  Santa  Teresa,  como  son  el  limo.  Yepes, 
P.  Francisco  Ribera  y  el  autor  de  la  Crónica  de  la  Reforma,  afirman  expre- 
samente que  el  religioso  de  quien  se  ocupa  la  Santa  en  el  capítulo  XXXIV, 
fué  el  P.  Vicente  Barrón.  Verdad  es  que  no  aducen  prueba  alguna,  v  si 
sólo  consignan  el  hecho,  pero  es  de  creer  que  habiendo  sido  coetáneos 
los  dos  primeros  á  la  Santa,  pudieran  habérselo  oído  á  ella  misma,  cuando 
sin  titubear,  lo  afirman  de  manera  tan  resuelta. 

Los  biógrafos  modernos  sostienen  que  este  religioso  no  fué  el  P.  Ba- 
rrón, sino  el  P.  García  de  Toledo.  Lo  afirma  así  expresamente  el  comen- 
tador á  las  cartas  de  su  Santa  Madre,  el  M.  R.  P.  Fr.  Antonio  de  San  José; 
y  el  Sr.  La  Fuente,  aun  cuando  no  decide  la  cuestión,  se  inclina,  sin  em- 
bargo también,  en  favor  de  esta  segunda  opinión.  Las  célebres  Carmelitas 
Descalzas,  del  Convento  de  la  Encarnación  de  París,  que  están  traducien- 
do y  editando  en  Bruselas,  donde  se  hallan  desterradas,  las  Obras  de  su 
Santa  Madre,  cuya  edición  ha  de  ser  un  monumento  que  inmortalizará  el 
nombre  de  estas  venerables  Religiosas,  y  que  ha  merecido  los  más  since- 
ros elogios  de  los  sabios,  y  lo  que  es  más  significativo  del  Emmo.  Sr.  Car- 
denal Secretario  de  Estado,  y  de  nuestro  celebérrimo  literato  el  Sr   Me- 


(1)     Doña  Guiomar  de  Ulloa. 


68 


néndez  Pelayo,  estas  célebres  religiosas,  repito,  sostienen  que  el  religioso 
que  nos  ocupa,  fué  el  P.  García  de  Toledo.  No  se  contentan  con  afirmarlo 
simplemente,  sino  que  analizan  sagaz  y  minuciosamente,  según  acostum- 
bran siempre,  todas  y  cada  una  de  las  expresiones  de  la  Santa,  y  conclu- 
yen decididamente  en  favor  del  P.  Garcia  de  Toledo.  Sabida  es  la  alta 
alcurnia  (1)  de  dicho  venerable  Padre,  y  esto  nos  significa  la  Santa,  dicen, 
cuando  al  referir  el  suceso,  aplica  al  religioso  de  quien  habla  estas  pala- 
bras: «persona  muy  principal»;  como  queriendo  dar  á  entender:  *que  era 
de  muy  alto  nacimiento  >;  lo  cual  no  sabemos  tuviera  aplicación  al  P.  Vi- 
cente Barrón. 

No  es  esta  la  prueba  más  decisiva.  Añaden  otra  de  más  valor  y  efica- 
cia, que  es  la  declaración  de  María  de  San  Jerónimo,  contemporánea  de  la 
Santa  Madre,  que  por  muchos  años  fué  priora  en  el  primer  convento  de 
la  Reforma.  Dice  así  esta  venerable  Religiosa:  «Yo  he  oido  decir  á  uno  de 
los  confesores  de  la  Santa  Madre  (P.  García  de  Toledo),  hombre  respeta- 
ble por  su  saber  y  talento,  que  Santa  Teresa  la  parecía  en  sus  conversa- 
ciones, más  bien  un  Ángel,  que  una  criatura  humana.  Y  no  me  admiro  de 
que  se  exprese  así,  porque  además  de  saber  el  bien  espiritual  que  con  su 
comunicación  había  causado  en  muchas  almas,  por  experiencia  propia, 
conocía  el  provecho  que  él  había  sacado  de  dicha  comunicación.  Era  este 
Padre  buen  religioso,  pero  después  de  tratar  con  Santa  Teresa,  hizo  gran- 
des progresos  en  la  virtud  >^.  Y  añadió  María  de  San  Jerónimo  en  su  decla- 
ración: <'que  ella  había  oido  á  la  Santa  Madre,  que  estando  un  día  rogando 
al  Señor  por  él,  había  dicho  á  su  Majestad:  Señor,  este  sujeto  es  bueno  para 
ser  nuestro  amigo. ' 

Mucha  fuerza  encierra  la  precedente  prueba;  pues  como  hemos  visto 
en  el  texto  de  la  Santa,  aducido  anteriormente,  esas  mismas  palabras  fue- 
ron las  que  ella  dijo  al  Señor:  -Señor,  mirad  que  es  bueno  este  sujeto  para 

nuestro  amigo.* 

Pasan  aún  más  adelante  las  nunca  bien  alabadas  Madres  Carmelitas, 
soltando  la  principal  objección  que  se  ofrece  contra  esta  segunda  opi- 
nión. 


(1)    Hijo  de  los  Condes  de  Oropesa. 


-69- 

Es  bien  sabido  que  la  Santa  escribió  por  mandato  del  P.  García  de  To- 
ledo, los  capítulos  desde  el  XXXI I  en  adelante,  de  su  vida,  y  que  á  él  los 
enviaba  desde  San  José  á  Santo  Tomás  de  Avila,  y  á  primera  vista  parece 
un  contrasentido,  que  dirigiéndose  al  P.  Garcia  le  hable  de  sucesos  que 
habían  pasado  precisamente  con  su  misma  persona.  Mas  esto  lo  hacía  la 
Santa,  responden,  practicando  la  doctrina  que  había  sentado  en  el  capítu- 
lo X,  á  saber:  que  conviene  reconocer  las  mercedes  que  Dios  nos  hace, 
no  negarlas,  sino  humildemente  agradecerlas,  porque  esto  sirve  mucho 
para  encender  el  amor  y  acrecentar  la  humildad.  La  Santa  conocía  á  fondo, 
continúan  estas  venerables  Religiosas,  las  disposiciones  excelentes  del 
P.  García  de  Toledo  y  tenía  empeño  en  poner  á  su  vista  las  misericordias 
que  Dios  le  había  concedido,  por  hacerla  á  ella  merced;  lo  cual  nos  per- 
mite suponer  que  Santa  Teresa  sabía  positivamente  que  con  esta  conduc- 
ta de  parte  de  ella  se  había  de  mejorar  más  y  más  en  el  espíritu  nuestro 
venerable  Padre. 

Por  último  el  sabio  D.  Miguel  Mir,  Presbítero,  miembro  de  la  Real  Aca- 
demia, que  por  su  indisputable  mérito  se  ha  conquistado  en  España  y  en  el 
extranjero  los  honores  de  literato  y  crítico  concienzudo,  en  la  edición  de  la 
Vida  de  la  Mística  Doctora,  que  está  al  presente  preparando  y  que  segura- 
mente llevará  la  palma  entre  las  ediciones  españolas,  si  Dios  le  concede  sa- 
lud y  vida  para  terminarla,  al  llegar  al  capítulo  XXIV,  abraza  también  esta 
segunda  opinión,  apoyado  principalmente  en  el  testimonio  de  María  de 
San  José,  hermana  del  P.  Jerónimo  Gracián,  que  así  lo  afirma  expresa- 
mente en  las  notas  marginales,  puestas  á  la  Vida  escrita  por  la  misma 
Santa. 

Poco  importará  al  lector  saber  cuál  es  mi  opinión  sobre  este  punto, 
pero  quizá  haya  alguno  que  tenga  esa  curiosidad,  y  no  es  justo  defrau- 
darle en  sus  deseos.  Pues  bien;  atendidas  las  razones  y  testimonios  que 
aducen  los  partidarios  de  la  segunda  opinión,  me  decido  también  por  ella 
y  paréceme  no  se  puede  uno  mantener  en  la  primera  en  vista  de  la  afirma- 
ción de  María  de  San  Jerónimo  en  su  relación  inédita,  y  que  por  primera 
vez  han  dado  á  luz  las  Carmelitas  Descalzas  ya  citadas.  No  tiene  menor 
valor  en  favor  de  esta  opinión  el  testimonio  de  María  de  San  José. 

Sabido  es  por  otra  parte  y  así  consta  de  documentos  auténticos  que 


—  Ta- 
se conservan  en  el  archivo  de  este  Colegio  que  el  P.  García  de  Toledo 
desempeñó  en  Santo  Tomás  de  Avila  el  cargo  de  Subprior  por  el  año  ó 
años  de  1555,  en  cuya  época  confesó  sin  duda  alguna  á  la  Santa,  y  por 
eso  al  narrar  este  suceso  nos  dice:  <con  quien  yo  muchos  años  había  tra- 
tado algunas  veces»;  refiriéndose  sin  duda  á  ese  periodo  de  tiempo  en 
que  el  P.  García  había  vivido  en  Avila. 

Acerca  del  tercer  punto  y  principal  para  mi  objeto,  que  consiste  en 
examinar  y  ponderar  lo  mucho  que  influyó  en  la  santidad  de  Teresa  el 
P.  García  de  Toledo,  no  necesitamos  más  que  fijarnos  en  algunas  expre- 
siones de  la  Santa,  según  se  contienen  en  los  párrafos  ya  citados  de  dicho 
capítulo  XXXIV.  Ella  nos  dice:  <  y  con  esto  ayúdale  el  Señor  con  darle 
mucha  fe,  y  ansí  ha  aprovechado  mucho  á  sí  y  algunas  almas,  y  la  mía  es 
una  de  ellas>.  Y  luego  continúa:  <  como  el  Señor  sabía  en  los  trabajos  que 
me  había  de  ver,  parece  proveyó  su  Majestad,  que  pues  había  de  llevar 
consigo  algunos  de  los  que  me  gobernaban,  quedasen  otros  que  me  han 
ayudado  á  hartos  trabajos  y  hecho  gran  bien.» 

En  efecto,  no  tardaron  después  de  esta  fecha  en  morir  San  Pedro  de 
Alcántara  y  el  Dominico  P.  Ibáñez,  á  quien  alude  aquí  la  Santa,  diciendo, 
que  se  les  llevó  el  Señor  consigo,  pero  suscitó  luego  el  mismo  Señor  otros 
que  la  dirigiesen  y  ayudasen,  y  uno  de  ellos  fué  el  P.  García,  que  la  ayu- 
dó á  sus  trabajos  y  !a  hizo  grande  bien*.  Refiere  luego  el  caso  del  locuto- 
rio, y  escribe  estas  notables  palabras:  *  Hacíame  tanto  provecho  estar  con 
él,  que  dejaba  en  mi  ánima  puesto  nuevo  fuego  para  desear  servir  al  Se- 
ñor de  principio*.  No  quiero  repetir  otras  expresiones  que  se  siguen  á  és- 
tas; basta  recordar  el  arrobamiento  que  causó  en  ella  el  'Oir  aquella  lengua 
divina  en  que  parece  hablaba  el  Espíritu  Santo»';  para  deducir  de  todo  el 
grande  aprovechamiento  espiritual  y  las  grandes  mercedes  que  recibió, 
valiéndose  el  Señor  como  instrumento  de  este  venerable  Padre.  Ahora  se 
entienden  y  se  ve  todo  el  alcance  que  tienen  las  palabras  que  la  Santa  es- 
cribía á  su  amada  Priora  de  Sevilla,  cuando  al  hablar  del  P.  García  de 
Toledo  la  decía:  ^ Espantarsehía  si  supiese  lo  que  le  debo»'.  No  se  contentó 
con  decirla:  *que  hiciese  cuenta  que  era  fundador  de  la  Orden,  y  asi  no  se 
sufría  velo  delante  de  él-;  *que  le  echaba  harto  de  menos  por  sus  nego- 
cios>;  «que  deseaba  harto  viniese  de  las  Indias  y  verle»;  sino  que  añade: 


—  71  - 

«espantarsehía,  si  supiese  lo  que  le  debo  >.  No  veo  necesidad  de  aducir 
más  testimonios  y  pruebas  para  hacer  constar  lo  mucho  que  el  P.  Garcia 
de  Toledo,  influyo  en  la  santidad  de  esta  seráfica  Virgen. 

No  parece,  sin  embargo,  que  pueda  ni  deba  omitirse  otro  punto  de 
contacto  entre  Santa  Teresa  y  el  P.  García  de  Toledo,  y  que  sirve  so- 
bremanera para  manifestar  con  evidencia  lo  mucho  que  influyó  este  ve- 
nerable Padre  en  la  perfección  moral  ó  en  la  santidad  de  Teresa  de 
Jesús.  Después  que  la  Santa  Madre  oyó  al  Señor  que  la  decia:  -^Ya  no 
quiero  que  tengas  conversación  con  hombres,  sino  con  ángeles >  según 
ella  refiere  en  el  capitulo  XXIV  de  su  Vida:  después  también  de  haber  re- 
cibido del  Señor  la  soberana  merced  de  ser  transverberado  su  seráfico  co- 
razón, como  nos  refiere  en  el  capitulo  XXIX;  hacia  el  año  1560,  hizo  el 
singular  y  excelente  voto  de  seguir  en  todo  lo  más  perfecto.  Eo  consilian- 
te,  máxime  ardiium  votum  emissit  efficiendi  semper  quidquid  perfectiiis  esse 
inicUigeret  {\).  Con  frecuencia  la  ocurrían  escrúpulos  sobre  su  cumpli- 
miento y  esto  mismo  sucedía  á  sus  confesores,  por  cuyo  motivo  la  acon- 
sejaron éstos  acudiese  á  su  provincial,  que  lo  era  entonces  el  célebre 
P.  Fr.  Ángel  de  Salazar,  á  fin  de  que  se  le  irritase,  ó  la  diese  licencia  para 
hacerle  de  nuevo  en  forma  más  conveniente.  Se  hallaba  entonces  el  pro- 
vincial en  Toledo,  y  llevado  del  gran  amor  y  veneración  que  la  profesaba, 
envió  desde  la  imperial  ciudad  la  autorización  para  el  caso  en  la  forma  si- 
guiente: <Fray  Ángel  de  Salazar,  provincial  de  la  provincia  de  Castilla,  de 
la  Orden  de  Nuestra  Señora  del  Carmen:  Por  la  presente,  damos  nuestra  au- 
toridad y  comisión  al  M.  R.  P.  Prior  de  nuestra  casa  del  Carmen  de  Avila, 
y  al  M.  R.  P.  Fr.  García  de  Toledo,  de  la  Orden  de  Santo  Domingo,  para 
que  cualquiera  de  sus  paternidades  administrando  el  sacramento  de  la  pe- 
nitencia y  confesión  á  la  carísima  hermana  nuestra,  Teresa  de  Jesús,  ma- 
dre de  las  religiosas  de  San  José,  le  puedan  relajar  cualquier  voto  que 
haya  hecho,  ó  conmutárselo  como  mejor  les  pareciere  convenir  al  servicio 
de  Nuestro  Señor,  y  al  sosiego  de  la  conciencia  de  la  sobredicha  nuestra 
hermana.  Para  lo  cual,  como  dicho  es,  les  damos  nuestras  veces  y  la  au- 
toridad que  por  nuestro  oficio  y  ministerio  tenemos.  Fecha  en  Toledo  á  dos 


(1)     Breviario,  oficio  de  Santa  Teresa. 


—  72  — 

días  del  mes  de  Marzo  de  mil  quinientos  y  sesenta  y  cinco  años.  Fr.  Ángel 
de  Salazar.» 

Recibida  la  precedente  autorización,  la  Santa  la  entregó  al  P.  Maestro 
Fr.  García  de  Toledo,  con  quien  más  había  comunicado  su  alma,  como  nos 
dice  la  Crónica  de  la  Reforma  (Lib.  I  Cap.  XXX),  el  cual  usando  de  las 
facultades  que  le  daba  el  provincial  de  la  Orden  Carmelitana  irritó  el  voto, 
aconsejándola  al  mismo  tiempo,  como  persona  llena  de  discreción  y  de  le- 
tras, que  le  hiciese  de  otro  modo,  á  fin  de  no  tropezar  con  las  perplejida- 
des que  á  cada  paso  se  ocasionaban  según  la  primera  forma.  Santa  Teresa 
comprendió  todo  ésto,  y  no  solo  agradeció  las  modificaciones  tan  pruden- 
tes que  introdujo  este  sabio  confesor,  sino  que  suplicó  al  mismo  Padre 
García  escribiese  lo  siguiente  al  respaldo  de  la  comisión  del  Provincial 
Carmelita:  «Oída  la  confesión,  como  aquí  dice  el  Padre  provincial,  y  en- 
tendiendo que  para  el  sosiego  y  quietud  de  la  conciencia  de  V.  merced,  y 
de  sus  confesores  (que  en  este  caso  es  todo  uno)  conviene:  Yo  anulo  é 
irrito  el  voto  que  hizo,  fn  nomine  Patris,  et  Filii,  et  Spiritus  Sancti,  Amen. 
Como  me  parece  que  le  puede  hacer  de  nuevo  es.  Votando  de  que  en  todo 
aquello  que  V.  merced  confesare  con  su  confesor  sobre  si  es  más  perfec- 
ción, ó  no,  y  él  entendiendo  este  voto  declarare  lo  que  es  más  perfección, 
que  aquello  sea  obligada  á  seguir.  Y  digo  que  serán  menester  tres  cosas. 
La  primera,  que  el  confesor  sepa  que  tiene  hecho  voto.  La  segunda,  que 
V.  merced  se  lo  pregunte,  y  no  de  otra  manera.  La  tercera,  que  él  declare 
que  es  más  perfección.  Y  con  estas  tres  condiciones  obligue  el  voto,  y  de 
otra  manera  no.  Porque  como  de  antes  estaba  hecho  el  voto,  eran  gran- 
dísimo escrúpulo  para  V.  merced  y  para  su  confesor,  mientras  más  delga- 
da conciencia  tuviere.  Fr.  García  de  Toledo.» 

Si  es  verdad,  como  lo  es,  que  la  paz  es  la  primera  condición  y  dispo- 
sición que  las  almas  necesitan  para  progresar  en  los  caminos  de  la  per- 
fección y  santidad  ¿cuánto  no  debió  influir  la  conducta  de  tan  experto 
confesor  causando  la  tranquilidad  de  espíritu  en  el  alma  de  Teresa  de  Je- 
sús y  librándola  así  de  mil  zozobras,  perplejidades  y  dudas  que  turbaban 
su  conciencia? 

Consignaré,  por  último,  las  palabras  de  Teresa  de  Jesús  (Teresita)  so- 
brina de  la  Santa  Fundadora  en  las  informaciones  que  se  hicieron  en  Avila 


-73- 

en  1610  para  la  canonización  de  su  santa  tía,  que  prueban  la  intimidad 
de  relaciones  entre  estas  dos  privilegiadas  almas.  Dice  así  esta  Carmelita 
Descalza:  (1)  «Otra  vez  la  dijo  el  Señor:  sino  hubiera  creado  los  cielos, 
sólo  por  tí  los  creara»  con  otras  palabras  de  tan  excesivo  amor  que  por 
ser  de  tanto  favor  no  quiso  la  Santa  Madre  escribirlas  en  parte  que  se  pu- 
diesen saber  fácilmente,  sino  piensa  que  debajo  de  sello  las  envió  á  un 
confesor  suyo  dominico  llamado  Fr.  García  de  Toledo  á  quien  se  dieron 
unos  papeles  suyos  sellados  después  de  su  muerte,  sin  que  jamás  se  su- 
piese en  este  Convento  (de  San  José)  que  se  hicieron,  sucediendo  poco 
después  la  muerte  del  mismo  Maestro  que  había  venido  de  Indias  á  esta 
ciudad  de  Avila,  con  deseo  de  verse  con  la  Santa  Madre,  que  entonces 
estaba  en  Burgos  y  esta  declarante  con  ella,  la  cual  vio  el  que  ella  tenía 
de  hablarle  por  ser  uno  de  sus  confesores  con  quien  más  declaró  cosas 
de  su  espíritu  y  le  escribió  desde  Burgos  á  Avila,  y  esto  responde  á  este 
articulo». 

Concluyamos,  pues,  de  todo  cuanto  se  ha  expuesto  en  el  discurso  del 
capitulo,  que  las  relaciones  entre  Santa  Teresa  y  el  P.  García  de  Toledo, 
fueron  sin  duda  alguna,  las  más  íntimas,  antiquísimas  y  jamás  interrumpi- 
das (2)  hasta  el  feliz  tránsito  de  la  Santa  Fundadora,  y  que  este  venerable 
Padre  influyó  de  una  manera  eficaz  y  permanente  en  la  santidad  de  Tere- 
sa de  Jesús. 


(1)  Artículo  78. 

(2)  Tan  cierto  es  que  jamás  interrumpió  Santa  Teresa  su  comunicación  con  el  Pa- 
dre García,  que  aun  hallándose  éste  de  Comisario  General  en  las  Indias,  se  escribían 
con  muchísima  frecuencia,  como  nos  consta  del  epistolario  de  la  Santa.  Y  así  en  carta 
á  su  hermana  Doña  Juana,  que  residía  en  Alba,  la  decía:  «Agustín  de  Ahumada  está 
con  el  virrey;  Fr.  García  me  lo  ha  escrito».  Y  no  sólo  se  escribían,  sino  que  aún  las 
cartas  que  enviaba  á  sus  hermanos,  todos  los  cuales  se  hallaban  en  Indias,  se  las  diri- 
gía por  conducto  del  P.  García,  como  persona  de  toda  su  confianza.  Así  escribiendo  á 
la  Priora  de  Sevilla  la  decía:  Las  (cartas)  de  las  Indias  envié  por  el  correo  pasado. 
Dícenme  que  se  viene  Fr.  García  de  Toledo,  á  quien  van,  y  así  es  menester  V.  R.  enco- 
miende ese  pliego  á  alguien  allá...  Por  último  escribiendo  á  su  hermano  D.  Lorenzo,  le 
encargaba  tratase  los  negocios  de  su  alma  y  se  aconsejase  en  todo  del  P.  García  de  To- 
ledo. «Con  el  P.  Fr.  García  de  Toledo,  le  dice,  que  es  sobrino  del  virrey,  persona  que 
yo  echo  harto  menos  para  mis  negocios,  podrá  V.  M.  tratar...» 


.(^.^^»l 


CAPITULO    V 

Cualidades  que  exige  Santa  Ceresa  en  un  buen  confesor. -todas 

ellas  resaltan  de  una  manera  especial  en  los 

Dominicoos  que  dirigieron  su  espíritu. 

Puesto  de  relieve  en  los  capítulos  precedentes  la  grande  influencia  que 
tuvieron  en  la  santidad  y  en  el  porvenir  de  la  seráfica  virgen  Santa  Te- 
resa de  Jesús  los  célebres  dominicos  Fr.  Vicente  Barrón  y  Fr.  García  de 
Toledo,  vamos  á  indicar  ahora  nada  más  que  á  grandes  rasgos  algo  de  lo 
que  en  este  mismo  sentido  se  debe  á  los  muchos  confesores  de  la  Orden 
Dominicana,  que  en  diversas  ocasiones  trataron  y  dirigieron  su  espíritu, 
tanto  en  la  ciudad  de  Avila  como  en  otras  muchas  de  España,  donde  se 
encontró  con  ellos. 

Comprendo  que  todos,  6  al  menos  muchos,  merecían  capítulo  aparte; 
pero  se  extendería  demasiado  este  trabajo,  por  ser  muy  largo  el  camino 
que  hay  que  andar,  y  muy  copiosos  é  interesantes  los  puntos  que  hay 
que  tratar  con  respecto  á  las  relaciones  entre  Santa  Teresa  y  los  hijos  de 
Santo  Domingo,  bajo  los  tres  aspectos  indicados  ya  en  la  introducción  ó 
capítulo  preliminar. 

Por  eso,  sin  descender  á  minuciosos  detalles,  consagraremos  este  pre- 
sente capítulo  á  recordar  ciertas  líneas  generales,  ciertos  primeros  princi- 
pios, por  los  cuales  se  gobernaba  la  Santa  con  respecto  á  los  directores 
de  su  espíritu,  y  que  aplicados  á  los  hijos  de  Domingo,  tenemos  comple- 
ta seguridad  ha  de  ser  lo  suficiente  para  llevará  todos  los  ánimos  el  pleno 


I 


-76  — 

convencimiento  de  lo  mucho  que  debió  Santa  Teresa  á  los  PP.  Domini- 
cos en  la  formación  de  su  espíritu,  en  la  consecución  de  ese  tan  eminente 
grado  de  santidad  que  todos  admiramos  en  la  Seráfica  Virgen. 

Sabido  es  de  cuantos  han  tenido  la  dicha  de  leer  y  saborear  los  celes- 
tiales escritos  de  esta  Mística  Doctora  el  aprecio  sumo  que  hizo  siempre 
de  los  letrados  y  de  las  letras,  para  la  buena  dirección  de  las  almas,  sea 
que  vayan  por  las  sendas  ordinarias  de  la  virtud  y  santidad,  sea  que  Dios 
las  lleve  por  caminos  más  recónditos  y  extraordinarios  á  la  cumbre  de  la 
perfección.  La  Santa  conoció  estas  verdades  con  su  claro  entendimiento  y 
sobre  todo  aprendió  con  la  experiencia  que  tenía  de  sí  misma  cuánto  daño 
causan  en  la  dirección  de  las  almas  aquellos  confesores  que  carecen  de  la 
ciencia  suficiente  para  ejercer  ese  arte  que  sin  exageración  pudiéramos 
llamar  divino.  «Gran  daño  escribe  (1)  hicieron  á  mi  alma  confesores  medio 
letrados;  porque  no  los  tenía  de  tan  buenas  letras  como  quisiera.  He  visto 
por  experiencia,  que  es  mejor  siendo  virtuosos  y  de  santas  costumbres  no 
tener  ningunas  que  tener  pocas;  porque  ni  ellos  se  fian  de  sí,  sin  pregun- 
tar á  quien  las  tenga  buenas,  ni  yo  me  fiara;  y  buen  letrado  nunca  me  en- 
gañó: estotros  tampoco  me  debían  de  querer  engañar,  sino  que  no  sabían 
más:  yo  pensaba  que  si,  y  que  no  era  obligada  á  más  de  creerlos,  como 
era  cosa  ancha  lo  que  me  decían,  y  de  más  libertad,  que  si  fuera  apretada, 
yo  soy  tan  ruin  que  buscara  otros.  Lo  que  era  pecado  venial,  decíanme 
que  no  era  ninguno.  Lo  que  era  gravísimo  mortal,  que  era  venial.  Esto 
me  hizo  tanto  daño,  que  no  es  mucho  lo  diga  aquí,  para  aviso  de  otras  de 
tan  gran  mal,  que  para  delante  de  Dios  bien  veo  no  me  es  disculpa,  que 
bastaban  ser  las  cosas  de  su  natural  no  buenas,  para  que  yo  me  guardara 
de  ellas».  ^No  digo  (escribe  más  adelante)  (2),  que  no  traten  con  letrados, 
porque  espíritu  que  no  vaya  comenzado  en  verdad;  yo  más  le  querría  sin 
oración,  y  es  gran  cosa  letras,  porque  éstas  nos  enseñan  á  los  que  poco 
sabemos  y  nos  dan  luz;  y  llegados  á  verdades  de  la  Sagrada  Escritura,  ha- 
cemos \o  que  debemos:  de  devociones  á  bobas  nos  libre  Dios^.  Y  no  se 
contenta  con  estas  expresiones  generales,  desciende  después  á  casos  muy 

(1)  Vida  de  Santa  Teresa,  capítulo  V. 

(2)  Vida  de  la  Santa,  capítulo  XIII. 


-77- 

prácticos  que  ocurren  faltando  el  elemento  precioso  de  las  letras,  y  así  es- 
cribe un  poco  más  adelante:  *  Comienza  una  monja  á  tener  oración,  si  un 
simple  la  gobierna  y  se  le  antoja,  harála  entender  que  es  mejor  que  le 
obedezca  á  él  que  no  á  su  superior,  y  sin  malicia  suya,  sino  pensando 
acierta...,  y  si  es  mujer  casada,  dirála  que  es  mejor  cuando  ha  de  entender 
en  su  casa,  estarse  en  oración,  aunque  descontente  á  su  marido;  ansí  que 
no  sabe  ordenar  el  tiempo  ni  las  cosas  para  que  vayan  conforme  á  verdad; 
por  faltarle  á  él  la  luz,  no  la  da  á  otros,  aunque  quiera.  Y  aunque  para  ésto 
parece  no  son  menester  letras;  mi  opinión  ha  sido  siempre  y  será,  que 
cualquiera  cristiano  procure  tratar  con  quien  las  tenga  buenas,  si  puede, 
y  mientras  más  mejor;  y  los  que  van  por  camino  de  oración,  tienen  desto 
mayor  necesidad,  y  mientras  más  espirituales,  más.  Y  no  se  engañen  con 
decir,  que  letrados  sin  oración,  no  son  para  quien  la  tiene;  yo  he  tratado 
hartos,  porque  de  unos  años  acá  lo  he  más  procurado  con  la  mayor  nece- 
sidad, y  siempre  fui  amiga  dellos,  que,  aunque  algunos  no  tienen  expe- 
riencia, no  aborrecen  el  espíritu  ni  le  ignoran;  porque  en  la  Sagrada  Es- 
critura que  tratan,  siempre  hallan  la  verdad  del  buen  espíritu.  Tengo  para 
mí,  que  persona  de  oración  que  trate  con  letrados,  si  ella  no  se  quiere  en- 
gañar, no  la  engañará  el  demonio  con  ilusiones,  porque  creo  temen  en 
gran  manera  las  letras  humildes  y  virtuosas,  y  saben  serán  descubiertos  y 
saldrán  con  pérdida  . 

^Siempre  os  informad,  hijas,  escribe  en  otra  parte  (1),  de  quien  tenga 
letras,  que  en  éstas,  hallareis  el  camino  de  la  perfección  con  discreción  y 
verdad.  Esto  han  menester  mucho  las  perladas,  si  quieren  hacer  bien  su 
oficio,  confesarse  con  letrados;  y  si  no  harán  hartos  borrones,  pensando 
que  es  santidad,  y  aun  procurar  que  sus  monjas  se  confiesen  con  quien 
tenga  letras.» 

Pero  no  bastan  las  letras,  es  además  necesario  la  experiencia  en  las 
cosas  interiores  del  espíritu,  y  así  nos  dice  (2):  <Ha  menester  aviso  el  que 
comienza,  para  mirar  en  lo  que  aprovecha  más.  Para  ésto  es  muy  necesa- 
rio el  maestro,  si  es  experimentado,  que  sino,  mucho  puede  errar  y  traer 


(1)  Fundaciones,  capítulo  XIX,  número  1.° 

(2)  Vida,  capitulo  XIII, 


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un  alma  sin  entenderla  ni  dejarla  á  sí  mesma  entender,  porque  como  sabe 
que  es  gran  mérito  estar  sujeta  á  maestro,  no  osa  salir  de  lo  que  se  le 
manda.  Yo  he  topado  almas  acorraladas  y  afligidas,  por  no  tener  expe- 
riencia quien  las  enseñaba,  que  me  habían  lástima,  y  alguna  que  no  sabía 
ya  que  hacer  de  sí;  porque  no  entendiendo  el  espíritu,  afligen  alma  y  cuer- 
po y  estorban  el  aprovechamiento.  Una  trató  conmigo,  que  la  tenía  el 
maestro  atada  ocho  años  había,  á  que  no  la  dejaba  salir  del  propio  cono- 
cimiento, y  teníala  ya  el  Señor  en  oración  de  quietud  y  ansí  pasaba  mucho 
trabajo.» 

Finalmente,  es  necesario  también  un  entendimiento  bueno,  «porque 
gran  cosa  hace  un  buen  entendimiento  para  todo».  Por  eso,  sintetizando 
esta  incomparable  Doctora  todo  su  pensamiento  acerca  de  esta  materia, 
se  fija  en  tres  cualidades  que  ha  de  tener  el  que  quiera  desempeñar  con 
acierto  este  tan  divino  como  delicado  cargo  de  confesor  y  director  de  las 
almas.  Entendimiento  claro,  experiencia  y  caudal  de  conocimientos  ó  le- 
tras, para  usar  sus  mismas  palabras.  Por  eso  escribe  de  esta  manera  (1): 
«Ansí  que  importa  mucho  ser  el  maestro  avis-do,  digo  de  buen  entendi- 
miento y  que  tenga  experiencia,  y  si  con  ésto  tiene  letras,  es  de  grandísi- 
mo negocio».  Y  aunque  la  Santa  Doctora,  al  parecer,  equipara  aquí  las  tres 
cualidades  dichas,  sin  embargo,  siempre  dá  la  preferencia  y  primacía  á  las 
letras,  y  así,  suponiendo  en  cierto  modo  que  los  confesores  que  habían  de 
tener  en  lo  futuro  sus  hijas,  habían  de  ser  personas  de  santidad,  de  espí- 
ritu y  experiencia,  con  todo  quiere  que  comuniquen  sus  almas  con  perso- 
nas que  puedan  ilustrarlas  y  dirigirlas  por  las  sendas  de  la  verdadera  san- 
tidad, para  lo  cual,  ninguna  cosa  influye  tanto  como  el  saber  y  las  letras. 
En  la  instrucción  que  sobre  este  punto  da  en  el  Camino  de  Perfección  (2) 
á  las  prioras  de  los  conventos  de  su  Reforma,  dice  así:  ^Y  esta  misma  li- 
bertad santa  pido  yo  por  amor  del  Señor  á  la  que  estuviere  por  mayor, 
procure  siempre  con  el  Obispo  ó  Provincial,  que  sin  los  confesores  ordi- 
narios, procure  algunas  veces  tratar  ella  y  todas,  y  comunicar  sus  almas 
con  personas  que  tengan  letras,  en  especial,  si  los  confesores  no  las  tie- 

(1)  Vida  de  la  Santa,  capítulo  XI II. 

(2)  Capítulo  V. 


-79- 

nen,  por  buenos  que  sean.  Dios  las  libre,  por  espíritu  que  uno  les  parez- 
ca tenga  (y  en  hecho  de  verdad  le  tenga),  regirse  en  todo  por  él,  sino  es 
letrado.  Son  gran  cosa  letras  para  dar  en  todo  luz.  Será  posible  hallar  lo 
uno  y  lo  otro  junto  en  algunas  personas,  y  mientras  más  merced  el  Señor 
os  hiciere  en  la  oración,  es  menester  más  bien  ir  fundadas  sus  obras  y 
oración.- 

«Ya  sabéis  que  la  primera  piedra  ha  de  ser  buena  conciencia,  y  con 
todas  vuestras  fuerzas  libraros,  aun  de  pecados  veniales,  y  seguir  lo  más 
perfecto.  Parecerá  que  ésto  cualquier  confesor  lo  sabe,  y  es  engaño.  A  mí 
me  acaeció  tratar  con  uno  cosas  de  conciencia,  que  había  oído  todo  el 
curso  de  teología,  y  me  hizo  harto  daño  en  cosas  que  me  decía  que  no 
eran  nada,  y  sé  que  no  pretendía  engañarme,  ni  tenía  para  qué,  sino  que 
no  supo  más;  y  con  otros  dos  ó  tres,  sin  éste  me  acaeció.  Este  tener  ver- 
dadera luz  para  guardar  la  ley  de  Dios  con  perfección,  es  todo  nuestro 
bien.» 

Examinemos  ahora  si  halló  ó  no  estas  cualidades  en  los  hijos  de  San- 
to Domingo,  que  tuvieron  la  dicha  de  ser  los  confesores  y  directores  de 
su  alma  privilegiada. 

Consignados  quedan  en  otro  lugar  los  nombres  de  los  preclaros  hijos 
de  la  Orden  dominicana  con  quienes  la  Santa  comunicó  el  interior  de  su 
alma.  El  solo  nombre  de  ellos  basta  para  persuadir,  á  los  que  no  estén 
completamente  ayunos  en  la  historia  de  la  ciencia  teológica,  que  poseye- 
ron en  alto  grado  las  letras,  esa  cualidad  de  que  tanto  aprecio  hace  la  in- 
signe Escritora.  Aunque  no  todos  hayan  dejado  á  la  posteridad  monu- 
mentos de  tan  imperecedero  valor  científico,  como  Báñez  y  Medina,  todos 
sin  embargo,  ejercieron  el  profesorado  con  no  menor  fama  que  los  dos  re- 
feridos maestros  y  todos  merecieron  ser  promovidos  á  los  mismos  grados 
académicos  en  una  Orden  que,  si  ha  tenido  rivales  en  la  ciencia  teológica, 
no  ha  sido  superada  por  ninguna  otra.  Precisamente,  lo  que  movió  á  San- 
ta Teresa  á  tratar  con  los  PP.  Dominicos,  cuando  emprendía  el  periodo 
de  su  vida  exterior  y  pública,  por  la  persuasión  en  que  estaba  de  que 
la  sabiduría  y  las  letras  estaban  en  cierto  modo  vinculadas  á  la  Orden  del 
glorioso  Patriarca  Santo  Domingo  de  Guzmán.  Así  -dijo  á  su  confesor, 
que  si  quería  tratase  algunos  grandes  letrados,  aunque  no  fuesen  muy  da- 


-80- 

dos  á  la  oración >...  «Con  este  intento,  continúa,  comenzó  á  tratar  con  Pa- 
dres de  la  Orden  del  glorioso  Santo  Domingo»...  y  concluye  después  de 
nombrar  algunos...  «entre  estos  Padres  de  Santo  Domingo,  no  dejaban  al- 
gunos de  tener  harta  oración  y  aún  quizá  todos»  (1). 

Ella  «aconsejaba  á  sus  monjas  tratasen,  testifica  el  Jesuíta  P.  Gil  Gon- 
zález de  Avila,  como  se  verá  más  adelante,  con  gente  docta  y  de  muchas 
letras,  y  por  esa  razón  las  aficionaba  á  la  Religión  de  Santo  Domingo  >  (2). 

Es  cosa  digna  de  notarse  que,  apenas  hay  un  lugar  en  que  la  Santa 
haga  mención  en  sus  escritos  de  algún  hijo  de  Santo  Domingo  sin  que  le 
dé  el  honroso  título  de  letrado  ó  gran  letrado.  «Duré  en  esta  ceguedad, 
hasta  que  un  P.  Dominico  muy  gran  letrado >  (3).  ...«Decía  su  confesor, 
que  era  Dominico  muy  gran  letrado  etc.  (4)  Un  gran  letrado  de  la  Orden 
del  Glorioso  Santo  Domingo,  me  quitó  de  esta  duda  etc.  (5)  «Creo  tiene 
mucho  delante  de  Dios  un  fraile  de  Santo  Domingo  gran  letrado»  etc.  (6) 
«Un  fraile  dominico  gran  letrado  me  lo  declaró  bien  etc.  (7)  «Ella,  (Doña 
Guiomar)  fué  á  un  gran  letrado  y  gran  siervo  de  Dios  de  la  Orden  de  San- 
to Domingo*  etc.  (8)  «Porque  (el  P.  Ibáñez)  era  el  mayor  letrado  que  en- 
tonces había  en  el  lugar  y  pocos  más  en  su  Orden,  yo  le  dije  etc.  (9).  «Y 
trátelo  con  este  Padre  mío  dominico  (que  como  digo  era  tan  gran  letrado 
que  podía  bien  asegurar  con  lo  que  él  me  dijese)  etc.  (10).  «Pues  á  éste 
Padre  que  digo,  como  en  muchas  cosas  se  le  ha  dado  el  Señor,  ha  procu- 
rado estudiar  todo  lo  que  por  estudio  ha  podido  en  este  caso,  que  es  bien 
letrado  etc.»  (11)  «Es  el  maestro  Fr.  Domingo  Báñez,  tiene  muchas  letras  y 


(1) 

La  Fuente,  relación  7.* 

(2) 

La  Fuente  tomo  6.°  página  280. 

(3) 

Vida  capítulo  V. 

(4) 

Vida  capítulo  Vil. 

(5) 

Capitulo  XVlll. 

(6) 

Capítulo  XIX. 

(7) 

Capítulo  XXXI. 

(8) 

Capítulo  XXXII. 

(9) 

Capítulo  XXXII. 

(10) 

Capitulo  XXXIII. 

(11) 

Vida  capítulo  XXXIV. 

-81- 

d¡screción>  etc.  (1)  < Después  tratando  con  un  gran  letrado,  el  Maestro 
Fr.  Domingo  Báñez  etc.  (2). 

Este  mismo  modo  de  hablar  usa  también  la  Santa  en  sus  cartas,  y  así 
escribiendo  desde  Avila  al  P.  Gracián,  después  de  decirle:  <Ayer  estuvo 
acá  el  Prior  de  Santo  Tomás»  ó  sea  el  P.  Chaves,  Catedrático  que  ha- 
bía sido  de  Prima  en  la  Universidad  Salmantina,  aludiendo  á  él  y  otros 
PP.  Dominicos  escribe:  <Los  letrados  de  por  acá  todos  dicen,  etc.>  (3) 
En  otra  carta  al  mismo  P.  Gracián  le  decía:  «Ya  escribí  mucho  ha...  que 
un  gran  letrado  Dominico,  contándole  yo,  etc.  (4). 

En  otra  carta  ó  relación,  como  la  Santa  la  llama,  que  había  dado  á  un 
confesor  suyo  dominico,  dice  así  de  él  en  una  postdata:  «Era  muy  espiri- 
tual y  teólogo,  con  quien  trataba  todas  las  cosas  de  mi  alma  y  él  las  trató 
con  otros  letrados;  entre  ellos  el  P.  Mancio.  Ninguna  han  hallado,  que  no 
sea  conforme  á  la  Sagrada  escritura>,  (5). 

Sería  cuestión  de  nunca  acabar,  si  se  hubiesen  de  citar  todas  las  ex- 
presiones de  esta  mística  Doctora,  y  así  basta  lo  dicho  para  probar  que 
los  Dominicos  que  la  dirigieron,  poseían  en  aito  grado  la  principal  cuali- 
dad que  ella  exigió  siempre  en  los  directores  de  almí?s. 

Si  de  letras  pasamos  á  la  experiencia  de  espíritu  que  tenían  estos  Pa- 
dres, no  faltan  textos  de  la  misma  Santa  Escritora  en  que  les  adjudica  tam- 
bién á  los  hijos  de  Domingo  la  segunda  cualidad  necesaria  en  el  confesor, 
sobre  todo  si  se  trata  de  almas  á  quienes  Dios  conduce  por  vías  extraor- 
dinarias como  era  el  alma  de  Teresa  de  Jesús.  Y  así  al  explicar  el  segun- 
do grado  de  oración,  que  es  ya  sobrenatural,  se  expresa  de  esta  manera 
dirigiéndose  á  los  PP.  Pedro  Ibáñez,  Domingo  Báñez  y  García  de  Toledo; 
«mas  como  lo  han  de  ver  personas  que  entiendan  si  hay  yerro,  voy  des- 
cuidada porque  así  de  letras  como  de  espíritu,  sé  que  lo  puedo  estar  yen- 
do á  poder  de  quien  va,  que  entenderán  y  quitarán  lo  que  fuere  mal>  (6). 

(1)  Fundaciones  capitulo  III. 

(2)  Capitulo  VIII. 

(3)  Tomo  3.0  Carta  19. 

(4)  Tomo  5.0  Carta  186  La  Fuente. 

(5)  La  Fuente,  Libro  de  las  reiaciones.  Relación  2.^^ 

(6)  Vida  capitulo  XIV. 


82- 


*Esto  es  bueno  para  los  letrados  que  me  lo  mandaron  escribir,  por  que 
por  la  bondad  de  Dios  todos  llegan  aquí*  (1).  No  se  pierda  de  vista  que 
está  tratando  de  la  oración  sobrenatural.  Y  hablando  del  cuarto  grado,  ó 
sea  de  los  arrobamientos,  se  expresaba  así:  <  Quizá  yo  no  sé  lo  que  digo: 
V.  M.  lo  entenderá,  si  atino  en  algo,  pues  el  Señor  le  ha  ya  dado  expe- 
riencia de  ello>  (2).  Hablando  después  en  el  capítulo  XXVIII  de  las  dispo- 
siciones necesarias  para  recibir  mercedes  muy  sobrenaturales  de  Dios 
como  lo  son  las  visiones,  dice  así:  -Más  que  hablar  he  hecho  para  desper- 
tar á  V.  M.  á  no  estimar  nada  de  esta  vida,  como  si  no  lo  supiese,  ó  no  se 
hubiera  ya  determinado  á  dejarlo  todo  y  puéstolo  por  obra.» 

Explicando  lo  más  subido  que  hay  en  las  vías  sobrenaturales  y  ex- 
traordinarias, le  decía  así  al  Dominico  P.  Ibáñez:  «Oh  Jesús,  quién  pudie- 
ra dar  á  entender  bien  á  V.  M.  esto,  aun  para  que  me  dijese  lo  que  es>  (3), 
cuyas  palabras  suponen  el  conocimiento  experimental  que  tenía  este  V.  P. 
de  estos  favores  y  soberanas  mercedes. 

Hablando  del  mismo  P.,  dice  así:  «Vino  tan  aprovechada  su  alma  de 
allí  y  tan  adelante  en  aprovechamiento  de  espíritu,  que  me  dijo  cuando 
vino,  que  por  ninguna  cosa  quisiera  haber  dejado  de  ir  allí,  y  yo  también 
podía  decir  lo  mismo,  porque  lo  que  antes  me  aseguraba  y  consolaba  con 
solas  sus  letras,  ya  lo  hacia  con  la  experiencia  de  espíritu  que  tenía  hasta 
de  cosas  sobrenaturales»  (4).  Y  en  verdad  que  tenía  harta,  pues,  como  ella 
misma  nos  cuenta  en  el  capítulo  XXXVIII,  cada  vez  que  decía  misa  se 
quedaba  arrobado  mucho  rato.» 

De  otro  P.  Dominico,  nos  dice  en  el  capítulo  XXXIV:  «Creo  todo  el  bien 
le  viene  de  las  mercedes  que  el  Señor  le  ha  hecho  en  la  oración,  porque 
no  son  postizas^...  Escribiendo  al  P.  Báñez,  le  cuenta  las  impresiones  que 
recibió  en  Santo  Tomás  de  Avila,  comunicando  su  espíritu  con  el  Vene- 
rable P.  Melchor  Cano  (5),  subprior  que  fué  en  el  convento  que  la  Orden 


(1)  Id.  capítulo  XV. 

(2)  Ibid  capítulo  XX. 

(3)  Vida,  capítulo  XX. 

(4)  Vida,  capítulo  XXXIII. 

(5)  Sobrino  del  célebre  teólogo. 


83 


de  Santo  Domingo  tuvo  en  Piedrahita,  y  le  dice  así  (1):  .Q  qué  espíritu 
y  qué  alma  tiene  Dios  allí.  Yo  le  dije:  que  á  haber  muchos  espíritus  como 
el  suyo  en  la  Orden,  que  podían  hacer  los  monasterios  de  contem- 
plativos.» 

Pudiera  continuar  haciendo  ver  con  palabras  de  la  Santa  el  mucho  es- 
píritu y  experiencia  de  cosas  sobrenaturales  en  que  abundaban  estos  pre- 
claros y  santísimos  hijos  de  Domingo  de  Guzmán;  pudiera  aducir  también 
las  Crónicas  de  la  Orden  en  que  se  da  cuenta  de  las  vidas  de  grande  edi- 
ficación y  ejemplo  de  estos  VV.  PP.,  pero  se  extendería  demasiado  este 
capítulo. 

Cuanto  á  la  tercera  condición  que  la  Santa  nos  señala,  su  buen  en- 
tendimiento, ninguna  necesidad  hay  de  probar  que  esta  cualidad  se  ha- 
lló en  los  confesores  que  la  Santa  tuvo  de  la  Orden  Dominicana.  Baste 
decir  que  todos  fueron  letrados,  afamados  profesores  de  Teología  y  re- 
gentes de  los  estudios  de  la  Orden,  y  que  muchos  de  ellos  dejaron  monu- 
mentos imperecederos  de  su  talento  é  ingenio.  No  estará,  sin  embargo  de- 
más, citar  algunos  pasajes  de  la  mística  Doctora,  que  confirman  el  punto 
de  que  se  trata.  Al  explicar  el  tercer  grado,  oración  sobrenatural  como  la 
Santa  lo  hace  de  un  modo  magistral  en  el  capítulo  XVII,  aludiendo  á  los 
PP.  Dominicos  que  habían  de  examinar  su  escrito,  dice  así:  <Esto  bien 
entendido  va  para  tales  entendimientos  y  sabránlo  aplicar  mejor  que  yo  lo 
sabré  decir  y  cansóme-.  En  este  mismo  capítulo  decía  á  uno  de  esos  PP: 
<Mientras  no  le  diere  la  gracia  (aunque  se  la  dé  de  gozarlo)  para  enten- 
derlo, como  le  haya  dado  la  primera  (esto  es  la  de  gozarlo),  con  su  enten- 
dimiento y  letras  lo  entenderá.» 

«Parecióme,  escribe  en  otro  lugar,  sobre  otro  P.  Dominico  (2),  más 
avisado  que  nunca,  aunque  siempre  le  tenía  por  de  gran  entendimiento; 
miré  los  grandes  talentos  y  partes  que  tenía  para  aprovechar  mucho,  etc.» 
Fácil  es  deducir,  y  naturalmente  y  sin  esfuerzo  se  desprende  de  las 
premisas  sentadas  y  confirmadas  con  textos  tan  repetidos  de  la  mística 
Doctora,  cuánto  y  cuan  provechoso  debió  de  ser  el  influjo  de  estos  vene- 

(1)  Tomo  1.°,  carta  16. 

(2)  Vida,  capítulo  XXXIV. 


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randos  Padres  en  la  formación  mística  de  Teresa  de  Jesús.  Preciso  sería 
cerrar  los  ojos,  para  no  conocer  esta  verdad.  Cómo  es  posible  que  hom- 
bres tan  avisados,  y  de  tan  buen  entendimiento,  siervos  y  temerosos  de 
Dios,  como  la  Santa  á  cada  paso  les  llama,  de  muchísima  experiencia,  no 
ya  sólo  en  las  cosas  ordinarias  del  espíritu,  sino  aun  en  las  vías  extraor- 
dinarias y  comunicaciones  sobrenaturales  que  Dios  tiene  con  ciertas  al- 
mas escogidas,  y  sobre  todo,  hombres  reconocidos  y  hasta  aclamados  por 
todos,  pero  de  una  manera  especial  por  Teresa  de  Jesús,  como  la  perso- 
nificación del  saber  y  de  las  letras;  cómo  es  posible  que  su  influencia  no 
haya  sido  eficacísima,  para  que  Teresa  de  Jesús  conquistase  para  sí  el  nim- 
bo y  aureola  de  la  virtud  y  santidad?  Si  en  opinión  de  Teresa  conviene 
tratar  con  los  que  sean  letrados,  aunque  no  tengan  experiencia  de  las  co- 
sas sobrenaturales;  pues,  como  ella  escribe:  <no  aborrecen  el  espíritu,  ni 
le  ignoran;  porque  en  la  Sagrada  Escritura  que  tratan,  siempre  hallan  la 
verdad  del  buen  espíritu  >:  qué  dirección  tan  acertada  y  provechosa  no  re- 
cibiría esta  seráfica  Virgen,  de  quienes  habían  gastado  toda  su  vida  en  las 
cátedras  y  escuelas?  ¿Qué  luces  no  recibiría  de  Chaves,  Medina  y  Mando, 
y  sobre  todo  de  Bañez,  lumbreras  que  fueron  en  aquel  tiempo  de  la  Uni- 
versidad Salmantina,  y  verdaderos  oráculos  de  la  Teología  cristiana  y  de 

las  Escrituras  divinas? 

No  entra  en  el  plan  de  esta  obra,  como  ya  queda  indicado  en  el  capí- 
tulo preliminar,  el  narrar  lo  que  los  demás  Institutos  religiosos  hicieron  en 
pro  de  Teresa  de  Jesús  y  la  parte  que  tuvieron  en  su  formación  y  empre- 
sas que  acometió,  ni  mucho  menos  entra  en  nuestro  propósito  rebajar  en 
nada  los  reconocidos  méritos  que  corresponden  á  esos  mismos  Institutos 
religiosos,  en  especial  á  la  compañía  de  Jesús.  Lejos  de  nosotros  las  com- 
paraciones, que  siempre  resultan  odiosas;  pero  sí  conviene  aclarar  las  co- 
sas, y  sin  quitar  á  ninguno  lo  que  le  corresponde  de  verdad  y  de  justicia, 
dar'  sin  embargo  á  unos  y  á  otros  lo  que  es  suyo.  Por  eso,  antes  de  terminar 
este  capítulo,  en  el  cual  se  ha  expuesto  á  grandes  rasgos  la  influencia  que 
los  Dominicos  tuvieron  en  la  santidad  de  Teresa  de  Jesús,  con  objeto  de 
poner  más  de  relieve  esa  influencia,  séanos  lícito  llamar  la  atención  del 
lector  sobre  el  periodo  que  podemos  llamar  crítico  en  la  historia  de  esta 
alma  tan  singular;  nos  referimos  al  tiempo  en  que  se  trataba  de  aquilatar  y 


-85- 

dar  sentencia  definitiva,  de  si  era  ó  no  espíritu  de  Dios  el  que  animaba  á 
Teresa  de  Jesús. 

Detengámonos  un  poco,  porque  la  materia  así  lo  exige.  Escribe  esta 
mística  Doctora  que  es  grande  el  daño  que  causa  andar  con  temores  y  con 
miedo  el  camino  de  la  oración:  Querría  dice  á  sus  hijas  (1),  que  nadie  os 
trajese  desasosegadas,  que  es  cosa  dañosa  ir  con  miedo  este  camino.  Im- 
porta mucho  entender  que  vais  bien,  porque  en  diciendo  á  algún  caminan- 
te que  va  errado  y  que  ha  perdido  el  camino,  le  acaece  andar  de  un  cabo 
á  otro,  y  todo  lo  que  anda  buscando  pox'  donde  ha  de  ir,  se  cansa  y  gasta  el 
tiempo  y  llega  más  tarde».  Nos  dice  en  otra  parte  (2):  «No  entiendo  estos 
miedos,  demonio,  demonio,  dónde  podemos  decir.  Dios,  Dios,  y  hacerle 
temblar.  Sí  que  ya  sabemos  que  no  se  puede  menear,  si  el  Señor  no  lo  permi- 
te. ¿Qué  es  ésto?  Es  sin  duda  que  tengo  ya  más  miedo  á  los  que  tan  grande 
le  tienen  al  demonio  que  á  él  mesmo;  porque  él  no  me  puede  hacer  nada, 
y  estotros,  en  especial  si  son  confesores,  inquietan  mucho,  y  he  pasado 
algunos  años  de  tan  gran  trabajo,  que  ahora  me  espanto  como  lo  he  po- 
dido sufrir».  Fué  tanto  lo  que  la  hicieron  sufrir  en  este  caso  algunos  de 
sus  confesores,  que  estuvo  á  punto  de  perder  el  juicio.  <  Digo  esto  (3), 
para  que  se  entienda  el  gran  trabajo  que  es  no  haber  quien  tenga  expe- 
riencia en  este  camino  espiritual,  que  á  no  me  favorecer  tanto  el  Señor, 
no  sé  que  fuera  de  mí.  Bastantes  cosas  había  para  quitarme  el  juicio,  y  al- 
gunas veces  me  veía  en  términos,  que  no  sabía  qué  hacer,  sino  alzar  los 
ojos  al  Señor.» 

Ahora  bien:  ¿Quiénes  fueron  los  que  pusieron  en  esta  perplejidad  á 
la  Santa?  ¿Quiénes  la  dijeron  que  iba  errada?  ¿Quiénes  la  causaron  tanto 
desasosiego  é  inquietud,  que  hubo  peligro  de  que  perdiese  el  juicio? 
¿Quiénes,  los  que  con  esta  conducta  la  detuvieron  en  cierto  modo  en  el 
camino  de  la  perfección,  como  se  detiene  á  un  caminante  cuando  se  le 
dice  que  lleva  el  cammo  errado?  Pues  es  preciso  confesar  que  el  Jesuíta 
P.  Alvarez,  quien  á  pesar  de  su  santidad,  no  se  fiaba  de  sí  é  hizo  con  esta 


(1)  Camino  de  Perfección,  capitulu  XXII. 

(2)  Vida,  capitulo  XXV. 

(3)  Vida,  capitulo  XXVIII. 


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desconfianza  de  sí,  que  la  Santa  padeciese.  «Mi  confesor,  (P.  Alvarez)  es- 
cribe (1),  como  digo  (que  era  un  padre  bien  santo  de  la  Compañía  de  Je- 
sús), respondía  esto  mismo,  según  yo  supe.  Era  muy  discreto  y  de  gran 
humildad,  y  esta  humildad  tan  grande  me  acarreó  á  mi  hartos  trabajos, 
porque  con  ser  de  mucha  oración  y  letrado,  no  se  fiaba  de  sí,  como  el  Se- 
ñor no  le  llevaba  por  este  camino.* 

Al  mismo  Jesuíta  P.  Baltasar  Alvarez,  alude  la  Santa  sin  duda  en  las 
Sextas  Moradas,  cuando  hablando  en  tercera  persona  sobre  las  visiones 
tan  elevadas  que  el  Señor  comunica  en  este  estado,  escribe  así:  «Y  tratado 
con  estas  personas,  quiétese  y  no  ande  dando  más  parte  de  ello,  que  al- 
gunas veces,  sin  haber  de  qué  temer,  pone  e!  demonio  unos  temores  tan 
demasiados,  que  fuerzan  al  alma  á  no  se  contentar  de  una  vez,  en  especial 
si  el  confesor  es  de  poca  experiencia  y  le  vé  medroso  y  él  mismo  la  hace 
andar  comunicando».  En  efecto,  el  dicho  V.  P.  apenas  tenía  experiencia, 
pues  acababa  de  recibir  el  Sacerdocio  cuando  empezó  á  dirigir  el  alma  de 
esta  Seráfica  Virgen;  era  además  de  natural  tímido,  y  nos  consta  cierta- 
mente que  mandaba  á  nuestra  Santa  comunicase  su  espíritu  con  otros,  por 
no  fiar  de  sí  mismo,  todo  lo  cual  fué  motivo  de  muchas  persecuciones  y 
disgustos,  porque  se  hicieron  públicas  muchas  cosas  que  habían  de  estar 
secretas,  como  escribe  la  misma  Santa,  y  contribuía  además  esta  conduc- 
ta tímida  del  confesor  para  aumentar  los  temores  que  ella  padecía  en 
aquel  periodo  crítico  de  su  vida. 

Este  mismo  venerable  Padre  tuvo  por  sueños  las  revelaciones  de  la 
Santa;  es  decir:  la  dijo  que  iba  errada.  Así  lo  consigna  la  misma  Santa 
Teresa,  cuando  escribe  (2):  -^Lo  que  mucho  me  fatigó,  fué  una  vez  que  mi 
confesor  (P.  Alvarez),  como  si  yo  hubiera  hecho  cosa  contra  su  voluntad 
(también  debía  el  Señor  querer,  que  de  aquella  parte,  que  más  me  había 
de  doler,  no  me  dejase  de  venir  trabajo;  y  ansí  en  esta  multitud  de  perse- 
cuciones, que  á  mí  me  parece  había  de  venirme  del  el  consuelo),  me  escri- 
bió que  ya  vena  que  era  todo  sueño  en  lo  que  había  sucedido,  que  me  en- 
comendase de  ahí  adelante-.  Fué  también  el  Jesuíta  P.  Fernando  del  Agui- 


(1)  Vida,  capítulo  XXIX. 

(2)  Vida,  capítulo  XXXIII. 


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la,  quien  expresamente  la  dijo  que  era  demonio  el  que  se  la  aparecía  y  que 
le  diese  higas  como  á  tal:  como  las  visiones,  nos  dice  (1),  fueron  crecien- 
do, uno  de  ellos  (el  Jesuíta  P.  Fernando  del  Águila),  que  antes  me  ayuda- 
ba (que  era  con  quien  me  confesaba  algunas  veces  que  no  podia  el  minis- 
tro), comenzó  á  decir,  que  claro  que  era  demonio.  Mandábame,  que  ya  que 
no  habia  medio  de  resistir,  que  siempre  me  santiguase  cuando  alguna  viese, 
y  diese  higas,  y  que  tuviese  por  cierto  era  demonio,  y  con  ésto  no  venía.» 

Y  ¿quiénes  fueron  los  que  aseguraron  á  la  Santa  que  iba  bien  y  que  era 
espíritu  de  Dios  el  que  tales  mercedes  la  hacía?  (2)  Fueron  el  Jesuíta  San 
Francisco  de  Borja,  fueron  San  Pedro  de  Alcántara  y  el  Dominico  P.  Fray 
Pedro  Ibáñez.  Hablando  del  primero,  de  San  Francisco  de  Borja,  dice  así: 
«Pues  después  que  me  hubo  oído,  díjome  que  era  espíritu  de  Dios  y  que 
le  parecía  que  no  era  bien  ya  resistirle  más.* 

Sobre  San  Pedro  de  Alcántara,  escribe  entre  otras  cosas  (3):  «Este  san- 
to hombre  me  dio  luz  en  todo  y  me  lo  declaró  y  dijo  que  no  tuviese  pena.* 

Vengamos  ahora  á  Nuestro  V.  P.  Fr.  Pedro  Ibáñez,  Dominico,  y  vea- 
mos cómo  desde  un  principio  conoció  también  que  aquellas  revelaciones 
eran  grandes  mercedes  del  Señor  asegurando  mucho  á  la  Santa  Madre. 
Oigamos  sus  palabras  (4):  Y  trátelo  con  este  Padre  mío  dominico  (5) 
(que  como  digo  era  tan  letrado,  que  podía  bien  asegurar  con  lo  que  él  me 
dijese),  y  díjele  entonces  todas  las  visiones  y  modo  de  oración,  y  las  gran- 
des mercedes  que  me  hacía  el  Señor  con  la  mayor  claridad  que  pude,  y 
supliquéle  lo  mirase  muy  bien  y  me  dijese  si  había  algo  contra  la  Sagrada 
Escritura,  y  lo  que  de  todo  sentía.  El  me  aseguró  mucho,  y  á  mi  parecer 
le  hizo  provecho;  porque  aunque  él  era  muy  bueno,  de  allí  adelante  se  dio 
mucho  más  á  la  oración.» 

Concluyamos,  pues,  que  fué  muy  grande  el  influjo  que  los  Dominicos 
tuvieron  en  la  formación  mística  de  esta  seráfica  Virgen,  ya  ilustrándola 
en  sus  dudas,  ya  enseñándola  el  camino  de  la  verdadera  perfección  y  san- 


(1)  Capítulo  XXIX. 

(2)  Capitulo  XXIV. 

(3)  Vida,  capitulo  XXX. 

(4)  Vida,  capitulo  XXXIII. 

(5)  P.  Pedro  Ibáñez. 


tidad,  ya  dirigiéndola  por  las  vías  más  secretas  y  extraordinarias  de  las 
comunicaciones  místicas,  ya  finalmente  asegurándola  siempre  de  que  era 
espíritu  de  Dios  el  que  sobre  todo  obraba  en  su  alma  tales  y  tan  inaudi- 
tas maravillas. 

No  es  extraño  que  así  fuera,  pues,  se  hallaban  adornados  de  un  en- 
tendimiento claro;  por  experiencia  propia  conocían  los  influjos  soberanos 
que  comunica  el  Señor  cuando  le  place,  y  sobre  todo  poseían  el  tesoro 
de  la  ciencia  en  sumo  grado,  ó  como  escribe  la  Santa,  «eran  grandes,  muy 
grandes  letrados.» 

Como  ampliación  de  este  capítulo  y  síntesis  de  todo  lo  anteriormente 
dicho,  véase  lo  que  en  el  prólogo  á  su  «Vida  de  Santa  Teresa»  dice  el 
limo.  Sr.  Yepes:  «Comenzando  de  las  personas  letradas,  que  son  las  que 
de  ordinario  con  mucho  más  rigor,  y  (como  dicen)  á  punta  de  lanza  exa- 
minan por  las  reglas  de  la  Escritura  Sagrada  y  doctrina  de  los  Santos  Pa- 
dres, y  los  que  suelen  ser  prudentemente  más  tardos  en  creer  y  aprobar 
estas  cosas,  que  aquellos  que  las  miran  con  sola  piedad,  los  que  la  Santa 
Madre  trató  y  consultó  en  su  vida,  son  los  siguientes: 

» Primeramente  el  P.  M.  Fr.  Domingo  Báñez,  Catedrático,  jubilado  de 
Prima  en  la  facultad  de  Teología  en  la  Universidad  de  Salamanca  (que 
basta  esto  para  decir  sus  grandes  letras,  demás  de  la  mucha  experiencia 
que  tenía  de  muchos  años  de  cosas  de  espíritu),  confesó  á  la  Santa  Madre 
mucho  tiempo,  y  casi  desde  los  principios  de  su  conversión  hasta  el  fin 
de  su  vida,  que  fué  por  espacio  de  veinte  y  cuatro  años  (1),  la  trató  y  co- 
municó siempre:  y  por  su  parecer,  aun  estando  ausente,  se  regía  y  gober- 


(1)  Se  equivoca  el  limo.  Sr.  Yepes  al  afirmar  que  confesó  el  P.  Báñez  á  Santa  Te- 
resa por  espacio  de  veinte  y  cuatro  años.  El  P.  Báñez  no  conocía  siquiera  á  Santa  Te- 
resa en  Agosto  de  1562,  como  él  mismo  lo  testifica  en  el  discurso  que  pronunció  de- 
lante del  Corregidor  y  demás  personas  graves  reunidas  á  los  pocos  días  de  fundarse  el 
monasterio  de  San  José;  y  habiendo  muerto  la  santa  fundadora  en  1582,  se  ve  la  inex- 
actitud de  la  afirmación  tomada  literalmente.  Lo  que  quiere  decir  con  esto  y,  es  mucha 
verdad,  es  que  la  trató  mucho  tiempo,  pues  desde  que  se  conocieron  en  el  mismo  año 
de  1562,  la  trató  de  palabra  y  por  escrito  hasta  su  muerte,  habiendo  sido  siempre  el 
P.  Báñez  el  consejero  intimo  de  la  Santa  y  á  quien  acudía  en  todas  sus  dudas,  de  tal 
modo  que  en  expresión  del  Sr.  La  Fuente,  fué  el  P.  Báñez  el  direcetor  á  quien  más 
quiso  Santa  Teresa,  después  del  P.  Gracián. 


—  89- 

naba  en  todas  sus  dificultades,  y  él  hizo  tanta  estima  de  la  Santa  Madre,  y 
tenía  tan  grande  opinión  de  ella,  que  predicando  en  sus  honras  en  el  Mo- 
nasterio de  Religiosas  descalzas  en  la  misma  ciudad,  dijo  que  la  tenía  por 
Santa,  como  á  Santa  Catalina  de  Sena,  y  que  en  sus  libros  y  doctrina  la 
excedía.  Y  para  que  mejor  se  entienda  lo  que  una  persona  tan  grave  y  tan 
docta  sentía,  pondré  aquí  el  testimonio  que  dio  en  la  información  para  su 
canonización  por  sus  mismas  palabras:  «Ninguno  (dice)  puede  saber  me- 
jor que  yo  los  particulares  favores  y  mercedes  que  Dios  hizo  á  la  Madre 
Teresa  de  Jesús,  porque  la  confesé  muchos  años,  y  la  examiné  en  confe- 
sión y  fuera  de  ella,  é  hice  de  ella  grandes  experiencias,  mostrándome  muy 
áspero  y  muy  riguroso  con  ella,  y  cuanto  más  la  humillaba  y  menospre- 
ciaba, tanto  más  se  aficionaba  á  tomar  mi  consejo  pareciéndole  iba  más  se- 
gura». Y  más  abajo,  tratando  de  los  particulares  favores  y  mercedes  que 
Nuestro  Señor  le  hizo,  dice:  *En  esta  parte  hay  tantas  particularidades,  que 
si  no  es  haciendo  un  nuevo  libro,  no  se  pueden  decir  por  vía  de  testimo- 
nio ordinario.  Y  podrá  ser  que  siendo  necesario  yo  haga  algún  tratado 
donde  se  pueda  entender  por  cuan  cierto  camino  caminó  la  Madre  Teresa 
de  Jesús,  muy  al  contrario  de  los  espíritus  burladores  que  en  nuestro  tiem- 
po se  han  descubierto».  Y  más  adelante  añade:  'Todo  el  tiempo  que  la  tra- 
té, que  fueron  muhos  años,  jamás  vi  en  ella  cosa  contraria  á  virtud,  sino  la 
mayor  sencillez  y  humildad  que  jamás  vi  en  otra  persona.  Y  en  todo  ejer- 
cicio de  virtud,  así  natural  como  sobrenatural,  era  singularísimo  ejemplo 
á  todos  los  que  la  trataban.  Y  su  oración  y  mortificación  fué  cosa  rara,  como 
podrán  decir  todas  las  personas  que  en  particular  la  trataron *.  Y  de  su 
sinceridad  y  humildad  afirma  fué  la  mayor  que  jamás  vio,  y  casi  lo  mismo 
dice  de  otras  virtudes.  También  dice  otras  muchas  cosas  de  la  Santa  y  de 
sus  libros,  los  cuales  examinó  y  aprobó  antes  que  saliesen  á  luz,  por  man- 
dado de  la  Santa  Inquisición.  En  estas  breves  palabras  dice  más  de  !o  que 
parece;  pues  confiesa  que  era  necesario  hacer  un  libro  para  escribir  los 
grandes  y  particulares  favores  que  el  Señor  hizo  á  esta  Santa,  el  cual  de- 
seó mucho  hacer  si  sus  ocupaciones,  que  fueron  muy  grandes,  le  hubieran 
dado  lugar  para  ello  (I). 


(1)    Ya  que  el  P.  Maestro  Báñez  no  pudo  escribir  por  sus  muchas  ocupaciones  el 


-90  — 


>Y  antes  que  salgamos  de  la  Orden  del  glorioso  Santo  Domingo,  pon- 
dré aquí  otras  personas,  cuyo  testimonio  es  digno  de  todo  crédito.  Entre 


libro  ó  tratado  que  pensaba,  según  nos  testifica  el  limo.  Sr.  Yepes,  y  hemos  quedado 
privados  de  las  muchas  maravillas  como  él  nos  habría  revelado  por  haber  sido  durante 
veinte  años  su  consultor  nato,  con  quien  la  Santa  trató  por  más  tiempo,  como  ella 
misma  testifica  en  la  relación  á  uno  de  sus  confesores,  nos  parece  conveniente  apun- 
tar aquí  algunas  cosas  que  manifiestan  por  una  parte  la  gran  santidad  de  esta  seráfica 
Virgen  y  al  mismo  tiempo  la  intimidad  que  siempre  mantuvo  con  dicho  P.  Maestro. 

Al  efecto  citaremos  algunas  declaraciones  que  servirán  para  probar  lo  que  inten- 
tamos. 

Al  cincuenta  y  nueve  artículo,  dijo:...  «que  supo  de  la  dicha  Madre  que  mandándola 
el  P.  Maestro  Báñez,  por  hacer  experiencia  de  su  obediencia,  quemase  el  libro  de  su 
Vida,  le  respondió  que  al  momento  le  quemaría  si  él  se  lo  mandaba  de  veras,  y  que  sin 
faltar  lo  hiciera,  si  el  dicho  Padre  no  la  mandara  luego  que  no  le  quemase».  (Declara- 
ción de  Isabel  de  Santo  Domingo,  Proceso  de  Avila.) 

Al  articulo  5.°,  dijo:  «que  lo  que  sabe  es,  que  el  año  de  mil  y  quinientos  y  ochenta 
y  siete,  predicando  el  Maestro  Fray  Domingo  Ibáñez,  Catedrático  de  Prima  en  Santa 
Teología  en  la  Universidad  de  Salamanca,  dijo  en  el  pulpito,  que  había  confesado  á  la 
Santa  Madre  Teresa  de  Jesús  muchos  años  y  que  en  los  días  que  estuvo  como  ni  uerta 
según  se  hace  mención  en  el  artículo,  la  había  mostrado  el  Señor  el  infierno,  y  esto  sin 
las  demás  cosas  que  en  el  articulo  se  refieren,  y  esto  se  lo  oyó  al  dicho  Padre  Maes- 
tro el  Doctor  Ribera,  hombre  eminente  de  la  Compañía  de  Jesús,  de  quien  esta  decía  ■ 
rante  sabe  lo  que  ha  dicho,  el  cual  conoció  y  habló  algunas  veces  muy  en  particular  y 
esto  responde».  (Declaración  de  Teresita,  sobrina  de  Santa  Teresa,  Proceso  de  Avila.) 

Al  artículo  68,  dijo:  «así  mesmo  dice  que  le  contó  el  P.  Maestro  Báñez  que  era  tan 
grande  el  alegría  y  regocijo  que  tenía  la  dicha  Santa  de  oír  injurias  y  denuestos,  que 
cuando  el  dicho  Padre  Maestro  la  quería  tener  contenta  le  contaba  las  nuichas  murmu- 
raciones que  en  la  ciudad  había  contra  ella  y  las  palabras  afrentosas  que  de  ella  se  de- 
cían, con  lo  cual  la  dicha  Santa  quedaba  muy  regocijada  por  el  deseo  grande  que  tenía 
de  padecer».  (Declaraciones  de  Doña  Isabel  de  Vivero;  Abadesa  de  Santa  Ana.  Proce- 
so de  Avila.) 

Al  articulo  70  y  tantos,  dijo:  «que  oyó  decir  por  cosa  cierta  y  verdadera  á  algunas 
religiosas  que  en  el  tiempo  que  cuando  la  Santa  Madre  había  sido  Priora  del  dicho 
convento  estando  un  día  comulgando  que  Nuestro  Señor  por  su  misericordia  había  he- 
cho favor  y  merced  á  la  Santa  de  darla  una  cruz  de  su  mano  á  la  suya,  y  ha  oído  tam- 
bién decir  que  la  Santa  Madre  en  uno  de  sus  libros  dice  cómo  dejaba  aquella  santa 
cruz  cuando  Dios  la  llevó  de  este  mundo  en  poder  del  Padre  Maestro  Báñez».  (Proce- 
so de  Avila,  declaración  de  Doña  María  de  Castrillo.) 


-91  - 


ellas  el  P.  M.  Fr.  Bartolomé  de  Medina,  Catedrático  que  fué  de  Prima  de 
la  Universidad  de  Salamanca,  el  cual,  como  oyese  decir  de  la  Santa  Ma- 
dre tantas  cosas  y  tan  extraordinarias,  no  hacia  caso  de  ellas,  ni  les  daba 


Al  artículo  74,  dijo:  «que  un  día  estando  en  la  oración  la  dijo  el  Señor:  Teresa,  sino 
hubiera  criado  los  cielos,  para  tí  solo  los  criara.  Otra  vez  estando  el  P.  Fr.  Domingo 
Báñez,  Dominico,  grave  religioso  é  catedrático  de  la  Universidad  de  Salamanca  y  con- 
fesor de  la  Santa  Madre,  haciendo  una  plática  á  las  religiosas  de  este  Convento  al  lo- 
cutorio, la  Santa  Madre  se  quedó  arrobada  y  el  dicho  Padre  se  quitó  la  capilla  y  dejó 
la  plática  y  puso  gran  silencio  hasta  que  volvió  en  sí».  (Proceso  de  Avila,  declaración 
de  Sor  Petronila  Bautista,  monja  en  San  José.) 

*EI  P.  Báñez  llegó  á  decir:  «deseaba  ver  muerta  á  la  Santa,  porque  tan  gran  per- 
fección de  santidad  estaba  á  muy  gran  peligro».  Así  depuso  habérselo  oido  Doña  Juana 
Torres,  parienta  del  P.  Gracián».  (P.  Paulino  Alvarez,  página  104.) 

«El  P.  Andrés  de  Ayala,  premostratense,  dijo  en  las  informaciones:  «que  siendo  co- 
legial, y  asistiendo  á  las  lecciones  del  P.  Báñez;  leyendo  éste  la  materia  de  charitate, 
había  referido  la  santidad  y  espíritu  de  la  Santa,  diciendo  mostraba  en  ella  Dios  los 
efectos  de  la  verdadera  caridad.  Justo  era  que  Báñez  y  su  cátedra  honrasen  á  Santa 
Teresa  y  su  caridad,  cuando  Santa  Teresa  y  su  caridad  honraban  tanto  á  Báñez  y  su 
cátedra».  (P.  Paulino  Alvarez,  página  104.) 

La  Santa  al  volver  del  parosismo  que  le  dio  en  casa  de  su  padre  en  1538  dijo  entre 
otras  cosas:  «Por  qué  me  han  llamado?  he  estado  en  el  cielo  y  he  visto  el  infierno.  Mi 
Padre  y  Juana  Suárez,  se  han  de  salvar  por  mí  medio.  He  visto  monasterios  que  he  de 
fundar  y  las  almas  por  mí  se  salvarán.  Moriré  santa,  y  mí  cuerpo  estará  cubierto  de  un 
paño  de  brocado...»  Y  aunque  advirtió  lo  que  había  dicho,  procuró  deslumhrar  diciendo 
eran  desvarios  del  accidente,  como  después  se  vieron  efectuadas  todas  las  particulari- 
dades de  la  visión,  nadie  pudo  dudar  de  su  verdad,  y  de  que  había  sido  cosa  sobrena- 
tural. El  P.  Fr.  Domingo  Báñez,  predicando  el  año  1587,  dijo  que  la  misma  Santa  le 
había  confesado  ser  esto  verdad.  (La  Mujer  Grande,  Tomo  I,  página  10.) 

«Al  artículo  54  del  rótula  digo,  que  es  cosa  pública  y  lo  oí  decir  al  P.  Fr.  Domingo 
Báñez,  catedrático  de  Prima  de  Salamanca,  confesor  que  fué  de  nuestra  Santa,  el  cual 
entre  otras  cosas  que  me  contaba  de  la  dicha  Santa,  decía:  Como  yo  tenía  las  letras, 
y  ella  el  espíritu,  la  mataba».  (Declaración  de  la  M.  Mariana  de  los  Angeles.  La  Fuen- 
te, tomo  6.°,  página  178.) 

«Digo,  que  yo  me  hallé  á  su  muerte,  y  á  lo  demás  que  en  ella  sucedió  y  me  dijo  el 
P.  Fr.  Domingo  Báñez,  y  lo  predicó  en  un  sermón  de  las  honras  de  nuestra  Santa  Ma- 
dre, como  ocho  años  antes  profetizó  su  muerte,  y  que  había  ser  en  Alba  de  Tormes». 
(Declaración  de  María  San  Francisco.  La  Fuente,  tomo  6.°  página  223.) 

«También  oí  decir  al  P.  Fr.  Domingo  Báñez,  que  era  tan  grande  el  respeto  y  revé- 


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crédito  y  estaba  con  ella  por  lo  que  de  estas  cosas  había  oído.  Pues  como 
la  Santa  viniese  á  Salamanca  á  fundar  su  Monasterio,  procuró  mucho  ver- 
se con  él,  porque  siempre  buscaba  á  la  persona  que  más  dudas  y  dificul- 
tades podía  poner  en  su  espíritu,  creyendo  que  éste  le  examinaría  mejor, 
que  los  que  fácilmente  se  inclinaban  á  creerla. 

»V¡óse  con  él,  y  después  de  haberse  confesado  generalmente,  dióle 
cuenta  de  su  oración  y  camino  que  llevaba,  y  enseñóle  todo  lo  que  tenía 
escrito  de  su  vida,  y  quedó  con  esto  tan  confundido,  como  certificado  que 
era  espíritu  de  Dios  el  que  vivía  en  aquella  alma  santa,  y  visitaba  con  tan 
ordinarios  favores.  Y  fué  de  los  que  más  aseguraron  á  la  bienaventurada 
Madre,  y  se  hizo  de  allí  adelante  grande  amigo  suyo,  y  decía  no  había  tan 
grande  Santa  en  la  tierra  (1). 


rencia  que  tenía  á  nuestra  Santa  Madre,  considerando  las  grandes  mercedes  que  nuestro 
Señor  le  hacía,  que  cuando  se  llegaba  á  confesarla  estaba  siempre  temblando».  (Decla- 
ración de  la  M.  Beatriz.  (La  Fuente,  tomo  6."  página  322). 

(1)  En  confirmación  del  cambio  que  sufrió  el  célebre  dominico  P.  Medina,  luego  que 
comunicó  con  el  Santa  Teresa  su  espíritu,  citaremos  la  declaración  que  se  encuentra  en 
el  Proceso  de  Avila  da  D.  Francisco  Mena,  Beneficiado  de  la  parroquia  de  San  Vicente 
de  esta  ciudad  y  confesor  de  las  monjas  de  San  José.  Dice  asi: 

*A1  art.  17  dijo»:  que  el  Padre  Maestro  Fray  Bartolomé  de  Medina  de  la  Orden  de 
Santo  Domingo,  Catedrático  de  Prima  de  Teología  en  la  Universidad  de  Salamanca, 
cuyo  discípulo  fué  este  testigo,  al  principio  recibió  mal  las  cosas  de  la  Santa  Madre,  en 
tanta  forma  que  públicamente  en  su  cátedra  dijo  que  era  de  mujercillas  andarse  de 
lugar  en  lugar  y  que  mejor  estuvieran  en  sus  casas  rezando  é  hilando,  y  sabido  esto 
por  la  Santa  Madre,  deseó  mucho  hablarle  y  comunicarle  su  espíritu  y  el  fin  de  sus 
fundaciones  y  habiéndole  comunicado,  le  satisfizo  de  suerte,  que  públicamente  en  la 
mesma  cátedra  alabó  y  aprobó  el  espíritu  de  la  dicha  Santa  Madre,  y  entre  otras  pala- 
bras que  de  ella  dijo  fueron  estas:  «Señores  el  otro  día  dije  aquí  unas  palabras  mal  con- 
sideradas de  una  religiosa  que  funda  casas  de  monjas  Descalzas  y  hablé  mal.  Hela  co- 
municado y  tratado  y  sin  duda  tiene  el  espíritu  de  Dios  y  va  por  muy  buen  camino». 

El  P.  Bartolomé  Medina,  Catedrático  de  Prima  en  Salamanca,  se  mostraba  incré- 
dulo de  lo  que  oía  de  la  Santa,  y  por  lo  mismo  ésta  le  buscó  para  confesarse  con  él  y 
darle  cuenta  de  su  oración  y  del  libro  de  su  Vida,  y  quedó  tan  convencido,  que  luego 
fué  de  los  que  más  aseguraron  á  la  Santa  y  la  defendió,  diciendo  que  no  había  sobre  la 
tierra  otra  Santa  como  Teresa.  (La  Mujer  Glande,  tomo  1.") 

Al  Maestro  Medina,  que  mofaba  de  ella,  le  estimó  tanto,  que  procuró  (la  San- 


-93- 

•  El  P.  M.  Fr.  Juan  de  las  Cuevas  (1),  Provincial  que  fué  de  la  Orden 
del  glorioso  Santo  Domingo,  y  después  Obispo  de  Avila,  conoció  muy  en 
particular  á  la  Santa  Madre,  y  ella  con  el  mismo  tenor  y  llaneza  que  solia, 
trató  con  él  su  espíritu  y  modo  de  oración,  y  le  dio  cuenta  de  su  vida;  el 
cual  reconoció  bien  los  tesoros  que  Dios  tenia  puestos  en  aquella  alma,  y 
fué  grande  amigo  y  devoto  suyo.  Y  en  la  información  de  su  canonización 
dice  la  tiene  por  grande  santa,  y  por  mujer  de  aventajadas  virtudes.  Esto 
mismo  dice  el  P.  M.  Fr.  Diego  de  Chaves.  Confesor  del  Rey  D.  Felipe  II. 
el  cual,  estando  por  Prior  en  Santo  Tomás  de  Avila,  la  trató  y  comunicó. 
El  Padre  Fr.  Juan  Gutiérrez,  Predicador  también  de  S.  M.  y  Fr.  Fernando 
del  Castillo  (cuyas  obras  é  historias  que  escribió  de  su  Orden  publican  su 
erudición,  doctrina  y  espíritu),  también  la  examinaron  y  aprobaron.  Y  más 
en  particular  el  P.  M.  Fr.  García  de  Toledo,  Comisario  General  de  las  In- 
dias, fué  el  que  con  gran  particularidad  la  trató  y  comunicó  por  mucho 
tiempo,  y  fué  el  que  le  hizo  escribir  su  vida,  y  á  quien  ella  dirige  una  car- 


ta) que  el  Comisario  Apostólico  Fr.  Pedro  Fernández  le  diese  sus  veces,  y  en  algu- 
nas ausencias  le  dejase  por  Superior  de  ella.  Mas  en  tratándola,  vio  cuan  engañado 
habia  andado,  y  decía  á  todos  no  habia  tan  gran  Santa  en  la  tierra.  Y  á  mi  misma,  por- 
que una  vez  al  torno  se  la  nombré  á  él,  diciendo  sólo:  La  Madre  Teresa,  me  riñó  por- 
que la  nombré  con  tan  poca  reverencia,  mandándome  que  otra  vez  no  dijese  menos  de 
Nuestra  Madre  Fundadora.  (Declaración  de  Ana  de  Jesús,  P.  Antonio  de  San  José, 
tomo  3.°,  carta  62.) 

(1)  Al  ciento  y  diez  y  seis  articulo,  dijo:  ...y  asi  mesmo  el  P.  Fr.  Juan  de  las  Cue- 
vas, de  la  Orden  de  Santo  Domingo,  Comisario  Apostólico  de  esta  Religión,  Obispo 
que  después  fué  de  esta  Ciudad,  estando  esta  declarante  en  Segovia  le  mostró  un  dedo 
que  tenía  de  la  Santa  Madre,  el  cual  veneraba  tanto  esta  reliquia  que  dijo  á  esta  decla- 
rante que  la  estimaba  más  que  cuantas  cosas  tenía  en  el  mundo,  y  en  esta  ocasión 
dijo  grandes  alabanzas  de  la  Santa  y  entre  otras  cosas  dijo  que  bien  se  echaba  de  ver 
que  el  Señor  habia  escogido  á  la  Santa  Madre  por  mujer  apostólica,  y  que  así  le  pa- 
recía al  dicho  Padre  todas  las  cosas  desta  Santa,  y  por  su  respeto,  siendo  después  Obis- 
po, mostraba  mucho  amor  á  las  Religiosas  de  esta  Casa  y  á  las  de  la  Villa  de  Arenas, 
que  es  en  esta  Diócesis,  acudiéndolas  con  sus  limosnas.  Declaración  de  Isabel  de  San- 
to Domingo,  Proceso  de  Avila.) 

Fué  el  Rvdmo.  Fr.  Juan  de  las  Cuevas,  Obispo  de  esta  Ciudad  de  Avila,  varón  de 
muchas  letras  y  de  tan  grande  santidad,  que  el  día  de  su  entierro  acudió  á  él  toda  la 
Ciudad  á  besarle  los  pies.  (Declaración  de  Francisco  Balderrábano.  Proceso  de  Avila). 


-  94  - 

ta  que  está  en  el  fin  de  ella.  También  el  P.  M.  Fr.  Pedro  Fernández,  Pro- 
vincial de  la  misma  Religión  (á  quien  el  Rey  D.  Felipe  cometió  el  ser  Vi- 
sitador y  Protector  de  la  nueva  reformación  de  los  Descalzos,  para  que  los 
defendiese  y  amparase  en  sus  principios,  como  adelante  diremos;  hombre 
de  muchas  letras,  espíritu  y  penitencia),  conoció  y  trató  á  la  Santa  Madre 
algunos  años,  porque  hacía  las  veces  de  prelado  y  confesor  suyo,  y  ha- 
biéndola comenzado  á  tratar  con  mucho  miedo  y  recato,  al  fin  se  rindió 
como  todos  los  demás,  y  ayudó  grandemente  á  la  Santa  en  sus  fundacio- 
nes, y  decía  que  Teresa  de  Jesús  y  sus  Monjas  habían  dado  á  entender  aj 
mundo,  ser  posible  que  mujeres  pueden  seguir  la  perfección  evangélica. 
Como  si  dijera,  que  con  su  grande  espíritu  y  talento  había  hecho  fácil,  ha- 
cedero y  usado,  lo  que  á  hombres  parecía  tan  dificultoso. 

>No  dudó  menos  de  la  santidad  y  espíritu  de  la  Santa  Madre  otro  pro- 
vincial de  la  misma  Orden,  llamado  Fr.  Juan  Salinas,  el  cual  avisaba  al 
P.  M.  Báñez  (como  él  refiere  en  su  dicho),  no  fiase  tanto  de  virtud  de  mu- 
jeres, y  dábale  pena  que  sintiese  y  hablase  tan  altamente  de  las  cosas  de 
la  Santa  Madre  Teresa  de  Jesús;  él  le  respondió,  que  la  hablase  y  tratase 
primero  que  le  dijese  nada.  Acaeció  que  fué  á  predicar  á  Toledo,  donde 
estaba  la  Santa  Madre  y  en  toda  una  Cuaresma  la  anduvo  examinando  y 
haciendo  grandes  experiencias  de  ella,  y  quedó  tan  aficionado  y  enterado 
de  su  santidad,  que  con  ser  hombre  tan  ocupado  la  iba  á  confesar  cada 
día.  Después  preguntóle  el  P.  M.  Báñez  qué  le  había  parecido  de  Teresa 
de  Jesús.  Respondió,  habíadesme  engañado  diciendo  que  era  mujer;  á  la 
fe  no  es,  sino  hombre,  varón,  y  de  los  muy  barbados.  Dando  á  entender 
en  esto  su  virtud,  santidad  y  valor. 

>E1  P.  M.  Fr.  Diego  de  Yanguas,  fué  confesor  de  la  Santa  Madre  por 
espacio  de  ocho  años,  hombre  de  los  más  graves  y  letrados  que  hoy  tiene 
la  misma  Orden,  y  confiesa  ser  una  mujer  de  grande  espíritu  y  dotada  de 
grandes  virtudes  y  refiere  algunas  revelaciones  particulares  que  la  Santa 
tuvo,  de  Nuestro  Señor,  y  dice  en  su  dicho  otras  muchas  alabanzas,  dig- 
nas de  la  santidad  de  la  Madre  (1). 


(1)    Al  artículo  60,  dijo:  'Que  toda  su  vida  tuvo  y  ha  tenido  á  la  Beata  Madre  Te- 
resa de  Jesús,  por  Virgen  purísima,  y  como  tal  la  vio  respetar  y  estimar  á  sus  confeso- 


-:95  - 

»Lo  mismo  que  estos  Padres  tan  graves  y  tan  doctos,  sintieron  otros 
muchos  Maestros,  Presentados,  Regentes,  Lectores  de  la  misma  Orden. 
Particularmente  el  P.  Fr.  Pedro  Ibáñez  (que  después  fué  Regente  y  Rector 
del  Colegio  de  San  Gregorio  de  Valladolid),  la  confesó  en  sus  principios 
seis  años,  é  hizo  un  particular  tratado  dividido  en  once  capítulos,  juntan- 
do muchas  reglas  y  documentos  colegidos  de  la  Santa  Escritura  y  de  los 
Santos,  para  saber  discernir  espíritus;  y  hallándolas  todas  cumplidas  en 
el  de  la  Santa,  se  certificó  ser  de  Dios.  Holgárame  yo  poder  referir  aquí 
todo  lo  que  este  Padre  tan  docto  escribe;  pero  pondré  aquí  algunas  cosas 


res,  y  en  especial  al  P.  Fr.  Diego  de  Yanguas,  contenido  en  el  articulo,  á  quien  esta  de- 
clarante oyó  muchas  veces  llamar  á  la  dicha  Santa  Madre,  no  sólo  Virgen,  sino  tesoro  de 
virginidad  y  otras  semejantes  palabras  tocantes  á  este  punto,  de  la  mucha  estima  que 
este  Padre  hacía  de  la  pureza  de  la  Beata  Virgen».  (Declaración  de  Isabel  de  Santo 
Domingo,  Proceso  de  Avila.) 

La  madre  María  de  San  José,  en  las  informaciones  de  Consuegra,  declara  en  esta 
forma: 

«También  oí  contar  al  P.  M.  Fr.  Diego  de  Yanguas,  que  siendo  confesor  de  la  Santa 
le  mostró  un  libro  que  había  escrito  sobre  los  Cantares,  y  el  dicho  Padre  se  lo  mandó 
quemar,  por  parecerie  no  convenía  que  una  mujer  escribiese  sobre  los  Cantares,  y  ella 
obedeció  al  punto,  sin  pedirle  razón  de  por  qué  se  lo  mandaba  quemar,  y  después  es- 
taba el  Padre  muy  apesarado  de  lo  que  hubiera  hecho,  porque  no  tenía  cosa  ninguna 
contra  nuestra  santa  fe».  (La  Fuente,  tomo  6.°,  página  256,  edición  1861.) 

El  licenciado  Muñoz  de  Godoy,  declara  que: 

"El  P.  Fr.  Juan  Callejo,  de  la  Orden  de  Santo  Domingo,  dice  que  oyó  decir  al  Padre 
Fr.  Diego  de  Yanguas,  que  le  había  dicho  la  Santa  Madre,  que  estando  una  vez  muy 
afligida,  se  le  había  aparecido  Cristo,  señor  nuestro,  y  le  había  dicho:— Hija,  compasión 
me  hace  verte  con  tanta  aflicción;— y  que  le  dio  ciertos  bocados;  con  que  quedó  muy 
consolada  y  confortada.  (La  Fuente,  tomo  6.°,  página  264.) 

Dorotea  de  la  Cruz,  carmelita  descalza,  en  las  informaciones  de  Valladolid,  decla- 
ra que: 

«Digo,  que  oí  decir  al  P.  Fr.  Diego  de  Yanguas,  que  había  dicho  nuestra  Santa  Ma- 
dre que  se  le  había  aparecido  en  una  fiesta,  que  se  le  hacía,  nuestro  P.  San  Alberto,  y 
le  dijo  que  convenía  dividir  los  Calzados  y  Descalzos,  y  esto  fué  en  ocasión  en  que  la 
Santa  había  padecido  muchos  trabajos,  todos  originados  de  los  PP.  Calzados.  (La  Fuen- 
te, tomo  6.°,  página  282.) 

La  Madre  Isabel  de  Santo  Domingo,  en  las  informaciones  de  Zaragoza,  dice: 

«Estuve  en  esto  como  dos  horas,  y  deseando  el  alma  saber  cómo  era  posible  aque- 


—  96  — 

de  las  que  dice  en  este  tratado,  según  que  lo  permite  la  brevedad  de  este 
prólogo.  «Todas  sus  hablas,  sus  cartas,  sus  cosas  veía  llenas  de  humil- 
dad, deseando  grandemente  que  sus  faltas  y  miserias  pasadas  todo  el 
mundo  las  viese  y  las  hablase,  molestándose  también  muy  mucho  de  que 
la  tuviesen  por  buena.  Cuando  comenzaron  á  crecer  las  mercedes  de  Dios, 
moríase  en  que  nadie  entendiese  cosa  de  ella,  porque  no  sospechase  que 
era  buena>.  Y  después  que  ha  contado  algunas  cosas  particulares  de  ella, 
dice:  «En  fin,  su  humildad  es  cosa  increíble,  como  dan  testimonio  los  que 
más  la  tratan».  Y  más  abajo  añade:  «^Digo  que  notoriamente  se  ha  cono- 
cido favorecer  Dios  á  esta  Señora,  y  que  todo  cuanto  podemos  decir  en 
certificar  su  santidad  es  verdad.  Hizo  la  Casa  de  San  José  con  expresa  re- 
velación de  Dios,  y  la  gran  santidad  que  hay  en  aquella  Casa  da  buen 
testimonio  de  esto.  La  pureza  de  la  conciencia  de  esta  religiosa  es  tan 
grande,  que  nos  admira  á  los  que  la  confesamos  y  comunicamos,  y  á  sus 
compañeras,  porque  se  puede  decir  que  todo  es  Dios  lo  que  ella  piensa  y 
trata,  todo  va  enderezado  á  la  honra  de  Dios  y  aprovechamiento  espiritual 
de  las  almas. 

»Y  así  ha  hecho  aquella  casita  de  San  José,  poniéndola  en  todo  la 
perfección  que  acá  en  la  tierra  se  puede  poner  en  mujeres  y  en  varones. 


lio,  me  fué  respondido  que  era  por  una  participación  que  Dios  hace  al  alma,  y  así  mes- 
mo  se  me  dio  á  entender  el  verso  que  dice:  In  luinine  tuo  videbimus  lumen. 

» Mostróme  nuestra  Santa  Madre  muy  alegre  semblante,  y  me  dijo:— Di  esto  á  tu 
padre,— y  luego  la  entendi,  porque  viviendo  me  solia  decir  asi  por  el  P.  Fr.  Diego  de 
Yanguas. 

»Respondíle  yo:— Madre,  ¿y  el  P.  Gracián?— á  lo  cual  me  dijo:— Ese  está  á  mi  cargo. 

»También  le  acordé  del  P.  Fr.  Domingo  Ibáñez,  y  á  esto  me  respondió:  — Que  allá 
se  verian. 

«Estando  yo  con  mucha  pena  por  haber  vuelto  á  Alba  el  cuerpo  de  nuestra  Santa, 
que  estaba  en  Avila,  se  me  apareció  y  dijo:— No  estés  tan  boba,  que  más  piensas  que 
va  que  esté  en  Avila? 

»Con  lo  cual  quedé  sin  pena  ninguna. 

«Siempre  cuando  el  P.  Fr.  Diego  de  Yanguas  trataba  de  nuestra  Santa,  era  tan  gran- 
de la  veneración  en  que  la  tenía,  que  para  haberla  de  nombrar,  siempre  decía:  ¡Aquel 
tesoro  virginal!»  (La  Fuente,  tomo  6.",  pág.  28G.) 

Doña  María  Enríquez,  Duquesa  de  Alba. 


-97- 

Pues  si  queremos  hablar  del  gran  fruto  espiritual  que  sacan  los  que  tratan 
con  esta  sierva  de  Dios,  sería  nunca  acabar;  porque  es  gran  maravilla  de 
Dios  lo  que  pasa.  No  quiero  decir  nada  de  mí,  porque  no  lo  hay  por  mis 
deméritos,  aunque  tengo  tanta  esperiencia  en  mí  mismo,  que  después  que 
la  traté,  me  ha  favorecido  Nuestro  Señor  en  muchas  cosas,  que  claramente 
veía  yo  ser  particular  ayuda  de  Dios.  Y  así  no  puedo  más  dejar  de  tenerla 
por  santa,  que  puedo  decir  que  no  la  conozco.  Hame  dicho  muchas  cosas 
que  solo  Dios  las  podía  saber,  por  ser  cosas  futuras,  y  que  tocaban  al  co- 
razón y  aprovechamiento,  y  que  me  parecían  imposibles;  en  todas  he  ha- 
llado grandísima  verdad».  Y  más  abajo  dice:  «Todo  lo  que  á  esta  santa  se 
le  ha  revelado,  es  para  grandes  afectos  espirituales,  para  gran  consolación 
de  afligidos,  todo  para  grande  aprovechamiento  en  el  amor  de  Dios.  Sería 
prolijísimo  querer  contarlo  todo  lo  que  se  le  ha  revelado.  Ha  tenido  gran- 
dísimo cuidado  de  informarse  de  todos  cuantos  buenos  letrados  estaban  y 
pasaban  por  Avila.  Entre  otros  de  quien  se  informó,  fué  de  un  santo  Fraile 
Franciscano,  que  yo  conocí,  llamado  Fr.  Pedro  de  Alcántara,  de  gran  ora- 


«También  digo,  que  está  en  mi  poder  lo  que  escribió  la  dicha  Madre  sobre  los  Can- 
tares, porque  esta  copia  me  dieron  en  el  convento  de  Alba,  cuando  el  P.  Fr.  Diego  de 
Yanguas  la  mandó  que  lo  recogiesen  todo  y  lo  quemasen,  no  por  malo,  sino  por  no  le 
parecer  decente  que  escribiera  una  mujer,  aunque  tal,  sobre  los  Cantares».  (La  Fuente, 
tomo  6.*>,  página  298.) 

La  madre  Guiomar  del  Sacramento;  en  las  informaciones  de  Salamanca,  dice: 

«También  decia  el  P.  Fr.  Diego  de  Yanguas,  que  cuando  se  quería  recoger  para  de- 
cir misa,  luego  tomaba  el  brasero,  que  era  el  libro  de  la  Santa  Madre  Teresa,  y  se  ca- 
lentaba él,  y  así  llamaba  á  este  libro  .  (La  Fuente,  tomo  6.°,  página  320.) 

Tal  fué  el  concepto  que  de  la  santidad  y  celestial  sabiduría  de  Sania  Teresa  tenia 
el  P.  M.  Yanguas,  que  llegó  á  decir  al  P.  Fr.Juan  de  Luna,  del  Orden  de  Predicadores: 
«Que  la  Santa  Madre  sabía  cosas  de  la  Sagrada  Escritura,  que  había  muchos  teólogos 
que  no  las  alcanzaban.» 

El  P.  Fr.  Juan  de  Luna  tuvo  la  dicha  de  hallarse  presente,  «cuando  la  recíproca  vi- 
sita de  la  Santa  al  patriarca  Santo  Domingo,  y  de  éste  á  la  Santa  en  su  venerable  cue- 
va de  Santa  Cruz  de  Segovia,  á  quien  cupo  la  suerte  de  celebrar  la  misa,  dar  á  la  San- 
ta la  comunión,  y  á  su  tiempo  de  comer,  de  orden  del  mismo  Yanguas,  con  quien  se  ha- 
bía antes  confesado,  y  era  actual  prior  de  la  Comunidad».  (La  Fuente,  tomo  6.°,  pági- 
na 336.) 

7 


-da- 
ción, penitencia  y  celo  de  su  profesión.  Este  santo,  sin  tener  muciio  á  que 
venir  á  Avila.  S.  M.  le  trajo  para  consolar  esta  sierva,  cuando  más  contra- 
dicción le  hacian  en  estas  cosas,  y  le  aseguró  que  era  Dios,  y  que  no  había 
ningún  engaño.  Y  en  la  manera  de  cómo  veía  á  Dios,  y  de  las  revelacio- 
nes y  hablas  que  divinamente  se  le  hacían,  le  dio  entera  luz  y  seguridad. 
Y  como  este  varón  la  dio  tanto  crédito,  y  mostró  gran  particularidad  de 
amistad  con  ella,  todos  se  rindieron,  y  desde  entonces  ha  tenido  ya  gran 
quietud.  De  manera,  que  todos  cuantos  antes  la  contradecían  (que  eran 
muchos),  y  todos  cuantos  han  sido  consultados  en  este  caso,  dan  firme 
testimonio,  que  sin  falta  ninguna  este  espíritu  es  de  Dios,  sin  haber  en 
ello  ningún  engaño.  Y  con  ser  muchos  los  que  ahincadamente  la  contra- 
decían y  atemorizaban  á  los  principios,  todos  la  tienen  por  gran  sierva  de 
Dios,  y  la  honran  en  todo  lo  que  pueden».  Estas  y  otras  muchas  cosas  de- 
cía este  Padre  en  aquel  tratado,  y  confiesa  que  según  las  muchas  que  te- 
nía que  decir,  tenía  necesidad  de  hacer  un  gran  libro.  Esta  relación  se  hizo 
seis  años  después  que  la  Santa  Madre  se  volvió  á  Dios  más  de  veras.  Y 
está  hoy  en  día  de  letra  del  mismo  Padre  en  el  Monasterio  de  San  José  de 
Avila  de  Carmelitas  Descalzas  (1)  é  hizo  la  Madre  gran  provecho  á  este 


(1)  Por  desgracia  este  precioso  é  importantisinio  tratado  ha  desaparecido  de  dicho 
Convento,  y  actuahnente  no  se  sabe  su  paradero;  sin  embargo,  no  puede  ponerse  en 
duda  que  el  P.  Ibáñez  le  escribió,  pues  además  de  la  autoridad  siempre  respetable  del 
limo.  Sr.  Yepes,  tenemos  en  el  proceso  de  Avila  la  declaración  de  D.  Miguel  González 
Vaquero,  Clérigo  y  párroco  de  Santo  Domingo  de  Avila,  que  dice  asi: 

Al  art.  17  dijo:  «que  todo  lo  que  sabe  de  este  articulo  es  que  la  Santa  Madre  Teresa 
de  Jesús  comunicó  su  espíritu  é  todo  su  trato  y  oración  y  las  mercedes  señaladas  que 
en  ella  recibió  de  Dios  Nuestro  Señor  con  personas  doctísimas  y  santísimas  y  señala- 
damente con  el  Padre  Presentado  Fr.  Pedro  Ibáñez,  Regente  del  Colegio  de  San  Gre- 
gorio de  Valladolid  de  la  Orden  de  Santo  Domingo,  el  cual  en  vida  de  la  Santa  Madre 
escribió  un  tratado  docto  de  muchas  letras  y  espíritu  en  defensa  del  espíritu  de  la  San- 
ta Madre,  el  cual,  este  testigo  vio  é  leyó  y  trasladó  para  sí,  porque  pone  en  él  todas 
las  señales  que  ha  de  tener  un  buen  espíritu,  probando  como  todas  concurrían  en  el 
espíritu  de  la  Santa  Madre  Teresa  de  Jesús». 

El  P.  Ribera,  libro  4.",  capítulo  V,  después  de  copiar  alguas  palabras  del  tratado  que 
venimos  examinando,  añade  lo  siguiente:  "Están  tomadas  de  luia  relación  que  hizo  de 
ella  y  de  su  espíritu  un  confesor  suyo,  el  cual,  á  lo  que  se  puede  colegir  era  de  la  Com- 


-99  — 
Padre;  porque  aunque  antes  era.  siervo  de  Dios,  después  que  trató  con  la 


pañía  de  Jesús».  Esta  afirmación  del  P.  Ribera  está  desmentida  por  el  testimonio  ex- 
preso del  limo.  Sr.  Yepes  que  tuvo  en  sus  manos  esta  relación  y  afirma  absolutamente 
fué  debido  al  Dominico  P.  Fr.  Pedro  Ibáñez,  por  la  solemne  declaración  prestada  en 
proceso  de  Avila  por  D.  Miguel  González  Vaquero,  clérigo,  que  no  sólo  le  tuvo  en  sus 
manos  sino  que  hizo  para  sí  un  traslado  para  aprovecharse  él  de  la  doctrina  abundante 
en  él  contenida  y  le  atribuye  sin  la  menor  duda  á  dicho  P.  Ibáñez;  y  en  fin,  por  el 
M.  Julián  de  Avila,  que  en  la  Vida  que  escribió  de  Santa  Teresa,  afirma  esto  mismo  en 
la  primera  parte,  capitulo  X.  En  vista  de  todo  esto,  es  verdaderamente  extraño  que  el 
P.  Ribera  se  ¿itreva  á  decir:  'que  á  lo  que  se  puede  colegir  era  de  un  confesor  de  la 
Compañía  de  Jesús.  * 

Aun  prescindiendo  de  testimonios  de  tan  grande  autoridad  como  los  referidos,  no 
estará  demás  hacer  algunas  reflexiones  sobre  el  punto  que  nos  ocupa. 

Hemos  visto  en  este  mismo  capítulo  la  disposición  en  que  estaban  los  Padres  de  la 
Compañía  con  respecto  al  buen  ó  mal  espíritu  de  Santa  Teresa.  Consta  por  textos  de 
la  Santa,  que  el  V.  P.  Jesuíta  Baltasar  Alvarez,  tuvo  por  sueños  ¡as  revelaciones  de  la 
Santa  acerca  de  la  fundación  de  San  José,  sus  temores  nimios,  sobre  si  era  buen  ó  mal 
espíritu,  fueron  ocasión  de  que  la  Santa  padeciese  grandes  tribulaciones.  Además,  el 
jesuíta  P.  Fernando  del  Águila  expresamente  la  dijo:  «que  claro  era  demonio».  A  tal 
extremo  llegaron  las  cosas,  que  la  mandó  dar  higas,  es  decir,  burlarse  de  ciertas  mani- 
festaciones divinas  que  él  tenía  por  diabólicas.  Todo  esto  (ocurría  precisamente  en  el 
mismo  tiempo  en  que  se  escribía  ese  tratado  para  probar  •  que  era  espíritu  de  Dios  el 
que  animaba  á  la  Santa  ,  y  teniendo  ó  debiendo  tener  todo  esto  presente  el  P.  Ribera, 
es  cosa  que  no  puede  menos  de  llamar  la  atención  de  cualquiera  que  con  imparcialidad 
estudie  el  punto,  la  peregrina  afirmación  de  atribuir,  sin  fundamento  alguno,  á  un  con- 
fesor Jesuíta  el  tratado  del  P.  Pedro  Ibáñez. 

Consta  por  el  testimonio  de  la  Santa  que  el  Dominico  P.  Pedro  Ibáñez,  la  aseguró 
mucho,  díciéndola  que  era  espíritu  de  Dios,  y  esto  sí  que  está  muy  en  conformidad  con 
este  tratado  ó  relación;  pues  todo  él  se  reduce  á  probar  que  el  espíritu  de  Santa  Tere- 
sa era  espíritu  de  Dios. 

No  fué  sólo  en  este  tratado  ó  relación,  donde  el  P.  Pedro  Ibáñez,  defendió  ser  es- 
píritu de  Dios,  el  espíritu  que  animaba  dirigía  á  Teresa  de  Jesús.  Por  declaración  jurí- 
dica, prestada  en  Avila  en  1610,  en  el  proceso  para  la  canonización,  por  Teresíta,  so- 
brina de  la  Santa,  y  religiosa  profesa  en  el  convento  de  San  José,  consta  que  este  mis- 
mo V.  P.  en  una  junta  de  personas  graves  y  doctas,  habida  en  la  misma  ciudad  antes 
de  la  fundación  de  San  José,  presentó  una  bien  razonada  memoria,  defendiendo  á  la 
Santa  contra  todos  sus  detractores. 

Hé  aquí  la  declaración  á  que  nos  referimos: 


-  100- 
Madre,  mudó  estilo  y  vida,  de  suerte  que  fué  muy  santo.  Por  medio  de 


«Al  artículo  diez  y  siete  dijo  que  lo  que  del  sabe,  es  questa  declarante,  en  ocho  años 
que  conoció  y  alcanzó  á  conocer  de  días  á  la  dicha  Santa  Madre  Teresa  de  Jesús,  que 
parte  de  ellos  estuvo  en  este  Convento  con  ella  y  fué  en  su  compañía  á  otros;  siempre 
conoció  y  vio  que  la  Santa  Madre  trataba  y  comunicaba  su  espíritu  y  se  confesaba  con 
las  personas  más  doctas  y  eminentes  que  se  conocían,  ansí  en  las  Religiones  como  en 
el  estado  eclesiástico,  y  en  especial  conoció  esta  declarante  al  P.  Fr.  Domingo  Ibáñez, 
de  quien  ya  lleva  hecha  mención  en  el  artículo  quinto,  y  al  P.  M.  Fr.  Juan  de  las  Cue- 
vas, de  la  misma  Orden  de  Santo  Domingo,  que  después  murió  Obispo  de  Avila,  y  al 
P.  M.  Fr.  Diego  de  Yanguas,  Doctor  del  Colegio  de  San  Gregorio  de  Valiadolid,  de  la 
Orden  de  Santo  Domingo,  y  al  Presentado  Fr.  Pedro  Romero,  de  la  dicha  Orden,  y  Lec- 
tor de  la  Santa  Teología  que  fué  en  el  Convento  de  Santo  Tomás,  de  esta  Ciudad  de 
Avila,  y  al  P.  Fr.  Luis  de  Barrientos,  Predicador  muy  eminente  de  la  dicha  Orden...  De 
allí  en  adelante  vía  y  vio  esta  declarante,  que  todos  los  sobredichos  la  tenían  grandísi- 
mo respeto  y  estimaban  en  tanto  su  santidad  y  obras  que  venían  á  consultar  gravísi- 
mos negocios  con  la  dicha  Santa  Madre,  ansí  propios  como  ágenos,  para  que  ella  les 
diese  su  parecer  en  ello,  creyendo  que  esto  sería  lo  más  acertado  y  más  conforme  á  la 
voluntad  de  Dios,  y  para  questo  se  vea  más  claro,  especificaré  aquí  algunas  cosas  y  ca- 
sos que  en  aquel  tiempo  subcedieron,  lo  cual  dice  esta  declarante  en  esta  manera. 

*De  una  relación  original  que  esta  declarante  tiene  en  su  poder,  habida  de  la  Madre 
María  de  San  Jerónimo,  Priora  que  fué  muchos  años  de  este  Convento  de  San  Joseph, 
ya  difunta,  de  cuyo  valor  y  santidad  oyó  esta  declarante  muchas  alabanzas  á  la  misma 
Santa  Madre,  sábese  la  estima  que  de  la  dicha  Santa  Madre  tenía  uno  de  sus  confeso- 
res aun  antes  que  saliese  á  fundar  este  primer  convento,  el  cual  memorial,  según  ha 
podido  colegir  de  otros  memoriales  que  ha  tenido  en  su  poder,  fué  del  P.  Fr.  Pedro  Bá- 
ñez,  gravísimo  Padre  de  la  Orden  de  Santo  Domingo,  ó  del  dicho  P.  M.  Fr.  Domingo 
Báñez,  que  conforman  mucho  con  unas  razones  que  puso  el  dicho  P.  Fr.  Pedro  Báñez, 
en  un  cuaderno  grande  de  cosas,  en  que  aprobaba  el  espíritu  de  dicha  Santa  Madre, 
que  poco  ha  le  envió  esta  declarante  á  su  Padre  General,  que  al  presente  es,  las  cuales 
dio  entre  otras  del  dicho  sumario,  para  probar  ser  de  Dios  el  espíritu  que  tenía  la  dicha 
Santa  Madre  Teresa  de  Jesús,  delante  de  una  junta  que  se  hizo  de  personas  muy  gra- 
ves y  doctas,  para  examinar  el  espíritu  de  la  dicha  Santa  Madre  Teresa  de  Jesús,  aun- 
que no  se  ha  podido  entender  claro  de  cuál  de  los  dos  padres  que  ha  nombrado,  es  la 
memoria  que  aquí  irá  referida.  La  sustancia  de  la  cual,  dicha  aprobación  es  la  siguiente»: 
1.  » Primera  razón.  El  fin  de  Dios  es  llegar  un  alma  á  sí,  y  del  demonio  apartarla  de 
Dios.  Nuestro  Señor  nunca  pone  miedos  que  aparten  á  uno  de  sí,  ni  el  demonio  que 
lleguen  á  Dios.  Todas  las  visiones,  etc.,  la  llegan  más  á  Dios,  la  hacen  más  humilde, 
obediente,  etc. 


-  101  — 
este  Padre  comunicó  también  la  Santa  Madre  su  oración  v  vida   con  el 


2.  » Doctrina  es  de  Santo  Tomás  y  de  todos  los  Santos,  que  en  la  paz  y  quietud  de 
su  alma  que  deja  el  ángel  de  luz,  se  conoce.  Nunca  tiene  estas  cosas  que  no  quede 
con  grande  paz  y  contento,  tanto,  que  todos  los  placeres  de  la  tierra  juntos  la  parezcan, 
no  son  como  el  menor. 

3.  'Ninguna  falta  tiene,  ni  imperfección,  que  no  sea  reprendida  del  que  la  habla  in- 
teriormente. 

4.  >Jamás  pidió  ni  deseó  estas  cosas,  sino  cumplir  en  todo  la  voluntad  de  Dios. 

5.  'Todas  kis  cosas  que  le  dice,  van  conformes  á  la  Escritura  divina,  y  á  lo  que  la 
Iglesia  enseña,  y  son  muy  verdaderas  en  todo  rigor  escolástico. 

6.  «Tiene  muy  gran  puridad  de  alma,  gran  limpieza,  deseos  ferventísimos  de  agra- 
dar á  Dios,  y  á  trueco  desto  atropellará  cuanto  haya  en  la  tierra. 

7.  »Hánle  dicho  que  todo  lo  que  pidiere  á  Dios,  siendo  justo,  le  dará.  Muchas  ha  pe- 
dido que  no  son  para  papel,  por  ser  largas,  y  todas  se  les  ha  concedido  nuestro  Señor.» 

Omitimos  en  gracia  de  la  brevedad  las  restantes  hasta  treinta  y  tres  que  son  y  se 
encuentran  integras  y  literalmente  en  el  referido  proceso  de  canonización. 

Sü:o  advertiremos  que  aunque  la  sobredicha  declarante  Teresita,  dice  que  no  se  ha 
podido  entender  ó  averiguar  cuál  de  los  PP.  Dominicos  fuese  el  que  presentó  estas 
treinta  y  tres  razones,  si  fué  el  P.  Domingo  Báñez  ó  el  P.  Pedro  Ibáñez,  es  indudable 
haber  sido  el  segundo;  pues  la  junta,  según  afirma  la  misma  Teresita,  en  su  declara- 
ción, se  celebró  en  Avila,  antes  de  la  fundación  de  San  José,  y  consta  por  otra  parte 
con  toda  certeza  que  el  P.  Domingo  Báñez  no  conoció  ni  trató  con  la  Santa  Madre  Te- 
resa de  Jesús  hasta  después  de  fundado  el  Monasterio  primero  de  la  Reforma,  ó  sea,  el 
de  San  José  de  Avila  que  se  fundó  el  24  de  Agosto  de  1562.  Asi  lo  testificó  el  mismo 
P.  Báñez,  como  veremos  más  adelante,  cuando  la  defendió  delante  del  Corregidor  y 
demás  autoridades.  Es  pues  cierto  que  no  fué  el  P.  Domingo  Báñez,  sino  el  V.  P.  Fr  Pe- 
dro Ibáñez,  quien  hizo  ese  estudio  serio  sobre  el  espíritu  de  Teresa  de  Jesús,  é  hizo 
valer  sus  razones  delante  de  los  letrados  y  personas  las  más  principales  de  Avila,  que 
reunidas  en  consistorio  solemne  deliberaban  si  era  de  Dios  ó  del  espíritu  malo,  el  espí- 
ritu de  Teresa  de  Jesús. 

En  nada  desvirtúa  el  testimonio  de  Teresita  la  confusión  de  los  apellidos  Báñez  é 
Ibáñez,  aplicando  el  primero  al  P.  Pedro,  á  quien  por  las  razones  dichas  se  debe  el 
referido  memorial,  y  el  segundo  al  celebérrimo  P.  Domingo,  que  tan  importante  papel 
desempeñó  en  la  vida  pública  de  la  Santa,  y  á  quien  ella  distinguió  con  especial  cariño 
entre  todos  sus  confesores.  Por  lo  demás,  es  preciso  convenir  en  que  la  confusión  es 
muy  fácil  y  son  muchos  los  que  han  incurrido  en  el  mismo  defecto. 

La  misma  Teresita,  al  llegar  al  articulo  79,  se  expresa  en  estos  términos: 

«Al  articulo  setenta  y  nueve  dijo:...  En  otra  relación  muy  larga  que  esta  declarante 


—  102  — 

P.  M.  Mancio,  Catedrático  de  Prima  de  la  Universidad  de  Salamanca,  y 
sintió  lo  m.ismo  que  los  demás  que  la  conocieron  y  trataron  (1). 

«También  la  confesó  y  aprobó  el  P.  Fr.  Vicente  Barrón,  Consultor  del 
Santo  Oficio,  y  gran  letrado,  el  cual  la  trató  y  confesó  por  espacio  de  año 
y  medio  estando  en  Toledo.  Y  ella  le  pagó  muy  bien  este  oficio,  que  con 
ella  usó  porque  por  medio  de  sus  oraciones  (como  escribiremos  más  ade- 
lante en  el  libro  tercero)  vino  á  grande  perfección  de  vida. 

>EI  P.  Presentado  Fr.  Felipe  de  Meneses,  Lector  del  Colegio  de  San 
Gregorio  de  Valladolid,  oyendo  tantas  cosas  de  la  Santa,  fué  desde  Vallado- 
lid  á  Avila  queriendo  ver  si  iba  engañada  para  darla  luz,  y  si  no,  para  vol- 
ver por  ella  cuando  oyese  murmurarla^  y  quedó  muy  satisfecho.  Y  también 
se  confesó  y  comunicó  con  otro  Presentado  llamado  Lunar,  que  era  Prior 
de  Santo  Tomás  de  Avila;  y  todos  examinaron,  y  aprobaron,  y  engrandecie- 
ron su  espíritu  y  virtudes;  porque  era  tan  grande  el  resplandor  y  fuego  que 
de  ella  salía,  que  con  tener^cosas  tan  singulares  y  extraordinarias,  que  á 
cualquiera  hicieran  temer,  nadie  podia  dudar  en  hablándola  y  tratándola 
de  su  gran  santidad,  y  que  todos  aquellos  favores  y  regalos  eran  de  Dios.* 


tuvo  en  su  poder  y  que  poco  ha  envió  á  su  Padre  General,  que  entiende,  según  la  letra 
que  fué  del  P.  Fr.  Pedro  Báñez,  Dominico,  uno  de  los  más  señalados  confesores  que  la 
Santa  Madre  tuvo,  en  la  cual  dicha  relación,  entre  otras  muchas  cosas,  estaban  escri- 
tas las  palabras  siguientes:  «Que  habiendo  concertado  él  con  una  persona  cómo  había 
de  tratar  muy  de  veras  con  Dios  y  pensando  que  lo  hacia,  no  quiso  volver  por  donde 
la  Madre  Teresa  de  Jesús  estaba,  díjonie  ella  que  su  Maestro,  que  así  llamaba  á  Cristo 
Nuestro  Señor,  le  había  mandado  que  me  dijese  que  volviese  á  aquella  persona  y  le  di- 
jese el  recado  que  ella  le  había  dado  antes:  diósele,  y  fué  tal,  que  con  ser  un  hombre 
muy  grave  y  de  mucho  seso  y  gobierno,  le  penetró  las  entrañas  y  comenzó  á  llorar  y 
descubrirse  allí,  como  no  había  comenzado  lo  que  había  prometido  hacer.» 

Creemos  haber  dicho  más  que  lo  suficiente,  no  sólo  para  probar  que  el  tratado  que 
pudiéramos  llamar  apología  del  espíritu  de  Santa  Teresa,  pertenece  al  dominico  P.  Ibá- 
ñez,  sino  también  que  este  V.  P.,  fué  siempre  su  decidido  defensor,  de  tal  modo,  que 
entre  cuantos  ayudaron  á  la  Santa  en  sus  apuros  y  empresas,  quizá  sea  el  que  se  lleve 
la  palma,  según  hemos  de  decir  más  detenidamente  en  otra  parte. 

(1)  A  los  16  y  17  artículos  dijo:  «^que  comunicó  con  el  P.  Fr.  Domingo  Báñez,  Fray 
Bartolomé  de  Medina  y  con  el  P.  M.  Mancio,  religiosos  de  la  Orden  de  Predicadores». 
(Declaración  de  Francisco  Balderrábano,  Proceso  de  Avila.) 


Segunda  Parte 


INFLUEHeifl  QUE  LOS  DOMINICOS   TUVIERON 


EN   LA   DOCTRINA   Y   ESCRITOS   DE 


SANTA     TERESA     DE    JESÚS 


CAPITULO    FRI/AE  RO 


escritos  de  Santa  Ceresa. 


En  los  precedentes  capítulos  que  constituyen  !a  primera  parte  de  este 
modesto  trabajo,  se  ha  dicho  algo  nada  más,  de  lo  muchísimo  que  pudiera 
aducirse  para  probar  que  los  hijos  de  Santo  Domingo  de  Guzmán  influ- 
yeron de  una  manera  eficaz  en  la  formación  moral,  en  la  perfección  del 
espíritu  de  Teresa  de  Jesús,  y  el  lector  no  habrá  podido  menos  de  con- 
vencerse de  que  esta  seráfica  Virgen,  considerada  bajo  ese  aspecto  de 
virtud  y  santidad,  debe  no  poco  á  la  buena  dirección  que  encontró  siem- 
pre su  espíritu  en  aquellos  esclarecidos  varones  que  honraron  en  aquel 
siglo  la  Orden  de  Santo  Domingo  con  sus  virtudes  y  letras,  y  que  tuvie- 
ron la  dicha  de  comunicar  con  esta  alma  tan  singular  y  escogida,  que  ha 
sido,  es  y  será  siempre  uno  de  los  mayores  ornamentos  de  su  sexo. 

En  esta  segunda  parte,  pretendemos  examinar  sus  escritos  y  doctrina 


-  104  — 

para  manifestar  la  intervención  que  los  Dominicos  tuvieron  también  en 
ellos.  Este  es  sencillamente  todo  nuestro  pensamiento,  que  iremos  des- 
arrollando en  los  diversos  capítulos  relativos  á  cada  uno  de  sus  libros  ó 
principales  obras. 

Los  escritos  de  la  Santa  han  sido  objeto  de  grandes  y  entusiastas  elo- 
gios, que  á  porfia  le  prodigaron,  no  sólo  los  Santos,  sino  los  sabios  de  to- 
dos los  matices.  Parece  que  hay  en  esto  una  especie  de  pugilato;  porque  es 
cierto,  que  así  como  Santa  Teresa  honró  más  que  nadie  á  los  letrados;  asi 
éstos  la  han  honrado  y  elogiado,  considerándola  como  sublime  doctora  y 
escritora.  No  es  nuestra  intención  tejer  un  ramillete  con  esos  elogios,  y  lo 
estimamos  perfectamente  inútil;  pues  la  opinión  acerca  del  gran  mérito  de 
siis  escritos  está  formada,  y  la  sanciona  el  juicio  de  la  Iglesia,  cuando  nos 
dice:  "Multa  coelestis  sapienfiae  documenta  conscrípsit>,  y  más  aún  (como 
hace  notar  la  Crónica  Cannelitana),  cuando  en  la  oración  mandó  el  Papa 
Paulo  V  añadir  estas  significativas  palabras:  «ita  coelestis  ejus  doctrinae  pá- 
bulo nutriamur»  (1);  mereciendo  con  ellas  igual  elogio  que  el  que  había 
merecido  la  doctrina  de  Santo  Tomás  de  Aquino. 

Por  lo  tanto,  nos  limitaremos  á  enumerar  y  clasificar  estos  escritos  por 
su  importancia,  y  luego,  principalmente,  consignaremos  la  influencia  que 
en  ellos  tuvieron  los  hijos  de  Santo  Domingo,  presentando  los  títulos,  por 
los  cuales  se  deduce  claramente  que  Santa  Teresa  nos  pertenece  en  cierto 
modo  como  doctora  y  escritora. 

Las  obras  y  escritos,  según  todos  sus  biógrafos,  son  los  siguientes: 
1.°  El  libro  de  la  Vida,  escrito  por  ella  misma  dos  veces;  la  primera, 
sin  distinción  de  capítulos,  y  sólo  hasta  que  empezó  la  obra  de  la  Refor- 
ma en  1562,  y  la  segunda,  en  que  puso  distinción  á  los  capítulos  y  añadió 
toda  la  historia  de  la  primera  fundación  de  San  José,  con  otros  muchos 
sucesos  y  mercedes  que  recibió  del  Señor,  ó  sea,  desde  el  capítulo  XXXI 
hasta  el  XL  inclusive,  que  es  lo  que  hoy  llamamos  Vida  de  Santa  Teresa 
de  Jesús.  Esta  segunda  y  más  completa  redacción  la  hizo  en  1565. 

El  original  de  este  libro  anotado  por  el  P.  Báñez,  junto  con  la  aproba- 
ción oficial  que  éste  presentó  al  Santo  Tribunal,  escrita  de  su  puño  y  le- 


(1)     Libro  5.",  capítulo  XL. 


—  105- 

tra,  y  por  cierto  muy  legible  y  clara,  y  rubricada  por  él  en  San  Gregorio 
deValladolid  en  7de  Julio  de  1575,  se  encuentra  en  el  Relicario  del  Escorial. 

2.^  Camino  de  Perfección,  que  fué  escrito  hacia  el  año  de  1564  y  con- 
tiene 42  capítulos.  Fué  escrito  en  su  primer  Convento  de  San  José.  Santa 
Teresa  dejó  dos  originales  de  su  mano  y  letra;  uno  de  ellos  se  conserva 
en  el  Relicario  del  Escorial  y  el  otro  en  Valladolid.  Hay  además  algunas 
copias  que  están  firmadas  por  ella;  una  de  éstas  se  conservaba  en  las  Car- 
melitas Descalzas  de  Madrid.  Este  libro  se  imprimió  en  vida  de  Santa  Te- 
resa, en  Ebora,  por  el  Arzobispo  de  esta  ciudad,  D.  Teutonio  de  Braganza, 
gran  devoto  y  amigo  de  la  Santa,  á  quien  conoció  siendo  estudiante  en 
Salamanca. 

3.^  El  libro  que  se  llama  de  las  Fundaciones,  donde  la  Santa  en  31  ca- 
pítulos refiere  la  historia  de  sus  fundaciones.  Empezó  la  Santa  á  escribirie 
en  1573  y  le  concluyó  en  Burgos  en  1582,  poco  antes  de  su  muerte.  Se 
conserva  el  original  en  el  Relicario  del  Escorial. 

4.°  El  Castillo  interior  ó  libro  de  las  Moradas,  con  26  capítulos,  escrito 
en  el  año  de  1577.  Empezó  la  Santa  á  escribirie  en  Toledo  el  día  de  la 
Santísima  Trinidad  de  1577  y  le  concluyó  en  Avila,  víspera  de  San  An- 
drés de  ese  mismo  año.  Su  original  se  conserva  en  el  Convento  de  Car- 
melitas Descalzas  de  Sevilla. 

5.°  Los  Conceptos  del  Amor  de  Dios  sobre  algunas  palabras  del  libro 
de  los  Cantares.  Le  escribió,  según  algunos,  en  1566,  aunque  es  más  pro- 
bable, según  otros,  fuese  escrito  en  fecha  posterior.  No  existe  el  original 
de  este  libro,  pero  sí  una  copia  preciosa  de  él  con  la  aprobación  del 
P.  Báñez,  declarándola  auténtica;  esta  copia  se  conserva  en  el  Convento 
de  Carmelitas  Descalzas,  de  Alba. 

dy  Las  Constituciones  primitivas  que  la  Santa  Fundadora  hizo  y  es- 
cribió, acabado  el  monasterio  de  San  José  y  que  se  observaron  en  los 
nuevos  conventos  de  la  Reforma.  Redactó  Santa  Teresa  estas  constitucio- 
nes hacia  el  año  de  1564.  Ha  desaparecido  el  original  que  se  conservaba 
en  el  archivo  general  de  San  Hermenegildo,  convento  de  Descalzos  en 
Madrid,  aunque  según  el  Sr.  Mora  en  su  declaración  para  la  beatificación 
de  la  Santa  se  conservaba  un  original  de  ellas  en  las  Dominicas  de  Oca- 
ña,  testificando  haberie  visto  allí. 


—  lOG  — 

7."  Las  relaciones  ó  cartas  extensas  en  que  la  Santa  comunicaba  á 
sus  confesores  el  intciior  de  su  alma. 

8.°  Algunos  avisos  que  daba  á  sus  Religiosas. 

9.^  Modo  de  visitar  los  Conventos  de  Religiosas. 

10.  Las  exclamaciones. 

1 1 .  Las  poesías. 

12.  Las  cartas. 

Enumerados  ya  todos  los  escritos  de  Santa  Teresa,  procede  pasar  á  la 
clasifición.  Suelen  los  biógrafos  de  la  Santa,  teniendo  presentes  las  mate- 
rias que  contienen,  dividirlos  en  historiales,  doctrinales  y  preceptivos,  aña- 
diendo después  las  poesías  y  las  cartas.  No  me  cabe  la  menor  duda  de  que 
esta  clasificación  está  muy  bien  fundada;  pero  para  el  fin  que  nos  propo- 
nemos, conceptuamos  más  á  propósito,  la  clasificación  por  su  volumen  é 
importancia;  y  bajo  este  aspecto,  pueden  y  deben  distribuirse  en  dos  gru- 
pos ó  secciones.  El  primero  le  constituyen  propiamente  los  libros  siguien- 
tes: 1."  La  Vida,  2.*^  El  Camino  de  perfección,  3.^  El  libro  de  las  Funda- 
ciones, 4.'^  El  Castillo  Interior  ó  Las  Moradas,  5.^^  Los  Conceptos  del  Amor 
de  Dios,  sobre  algunas  palabras  del  libro  de  los  Cantares,  6."  Las  Cons- 
tituciones. 

Estos  son  en  rigor  los  libros  de  Santa  Teresa.  Los  demás  escritos,  aun 
cuando  son  importantes,  como  lo  es  todo  lo  que  salió  de  su  pluma,  pero 
no  pueden  llamarse  propiamente  obras  ó  libros;  pues  muchos  de  ellos  no 
son  más  que  unas  páginas,  sin  que  puedan  llamarse  libro,  y  lo  mismo  debe 
decirse  de  las  Cartas. 

Las  Constituciones  primitivas  deberían  colocarse  en  este  segundo  gru- 
po; pues,  se  reducen  á  unos  pocos  párrafos  ó  capítulos  pequeños;  sin  em- 
bargo, dado  lo  que  significan  y  que  además  son  el  código  legislativo  en 
una  Orden  religiosa,  se  comprende  que  estas  leyes  ó  constituciones  tienen 
una  importancia  excepcional,  por  cuyo  motivo  las  agregamos  al  primer 
grupo. 

Hay  además  otra  razón,  atendido  el  fin  de  este  trabajo,  para  no  ocupar- 
nos en  él,  de  todos  estos  escritos,  que  se  han  enumerado  arriba,  y  es  que 
la  Santa  escribió  los  de  la  segunda  sección  sin  mandamiento  de  nadie,  si 
se  exceptúa  el  modo  de  visitar  los  Conventos,  que  no  es  más  que  un  ca- 


-  107  - 

pítulo,  y  se  debe  al  P.  Gracián;  lo  demás,  es  decir,  las  Relaciones,  los 
Avisos,  Exclamaciones,  Poesías  y  Cartas,  lo  escribió  la  Santa  sin  manda- 
miento ninguno;  y  por  lo  tanto,  al  tratar  de  examinar  la  parte  que  tuvie- 
ron los  Dominicos  en  las  obras  ó  libros  de  Santa  Teresa  de  Jesús,  se  ve 
que  es,  en  cierto  modo,  impertinente,  analizar  con  detención  su  contenido. 
Sin  embargo,  antes  de  empezar  el  estudio  histórico  que  pensamos 
hacer  sobre  cada  uno  de  sus  principales  libros,  daremos  una  idea  sucinta 
y  breve  de  los  restantes  escritos  de  la  Santa  y  sea  primeramente  sobre  las 
Relaciones. 

I 

Santa  Teresa  escribió  varias  relaciones  á  sus  confesores,  las  cuales, 
comunmente,  se  consideraban  como  cartas  extenr-.as  en  que  la  Santa  refe- 
ría lo  que  pasaba  ó  había  pasado  en  su  interior,  y  nombraba  muchas  ve- 
ces las  personas  con  quienes  habla  tratado  el  interior  de  su  alma  y  las 
mercedes  que  del  Señor  había  recibido;  así  que  pueden  considerarse  como 
una  continuación  ó  apéndices  á  su  Vida. 

El  Sr.  La  Fuente  las  ha  reunido,  y  con  ellas  ha  formado  un  libro  que 
titula:  Libro  de  las  Relaciones.  Son  estas  relaciones  cartas  (al  menos  al- 
gunas), y  entre  ellas  hay  dos  dirigidas  al  V.  P.  Fr.  Pedro  Ibáñez,  que  las 
comunicó  á  otros  letrados;  uno  de  ellos  el  P.  Mancio,  como  la  misma  Santa 
lo  dice  en  el  número  20  de  la  segunda  relación  por  estas  palabras:  «Esta 
relación,  que  no  es  de  mi  letra,  que  va  al  principio,  es,  que  la  di  yo  á  mi 
confesor,  y  él,  sin  quitar  ni  poner  cosa,  la  sacó  de  la  suya.  Era  muy  espi- 
ritual y  teólogo,  con  quien  trataba  todas  las  cosas  de  mi  alma,  y  él  las 
trató  con  otros  letrados:  entre  ellos  fué  el  P.  Mancio.  Ninguna  han  hallado, 
que  no  sea  conforme  á  la  Sagrada  Escritura.  Esto  me  hace  ya  estar  sose- 
gada, aunque  entiendo  he  menester  (mientras  Dios  me  llevare  por  este  ca- 
mino), no  me  fiar  de  mí  en  nada;  y  así  lo  he  hecho  siempre,  aunque  sien- 
to mucho.  Mire  vuesa  merced,  que  todo  esto  va  debajo  de  confesión,  como 
lo  supliqué  á  vuesa  merced». 

El  M.  R.  P.  Fr.  Antonio  de  San  José,  comentador  de  las  cartas  de  su 
Santa  Madre,  en  la  carta  número  12  del  tomo  4.",  confirma  esto  mismo  en 
las  siguientes  palabras:   «Escribió  la  Santa  esta  segunda  relación  de  su 


—  108- 

misma  letra,  que  se  conserva  original  con  la  antecedente  en  la  Villa  de 
Béjar.  imprimiéronla  el  limo.  Yepes  y  el  P.  Ribera,  en  las  vidas  que  escri- 
bieron de  nuestra  Santa.  (Yepes,  libro  3.°,  capítulo  XXVIl!;  Ribera,  li- 
bro 4.°,  capítulo  XXVI).  No  dicen  á  quién  se  escribió,  dejando  lugar  á 
duda,  y  opinión;  pero  hacemos  juicio  que  fué  á  su  confesor  el  P.  Fr.  Pedro 
Ibáñez,  por  lo  que  dice  la  Santa  al  número  veinte,  que  el  confesor  á  quien 
dio  esta  relación,  juntamente  con  la  pasada,  la  comunicó  con  el  padre 
maestro  Mancio,  que  fué  catedrático  de  Prima  en  la  Universidad  de  Sala- 
manca. Y  es  cierto  que  por  medio  del  presentado  Fr.  Pedro  Ibáñez,  comu- 
nicó la  Santa  su  oración,  y  su  vida  con  el  maestro  Mancio,  como  lo  dice 
el  Sr.  Obispo  de  Tarazona  en  el  prólogo  al  libro  de  su  Vida;  por  lo  cual 
nos  persuadimos,  que  si  bien  la  Santa  escribió  su  primera  relación  para 
el  glorioso  P.  San  Pedro  de  Alcántara,  después  se  las  entregó  ambas  al 
Padre  presentado  Fr.  Pedro  Ibáñez,  que  en  aquel  tiempo  era  su  confesor; 
así  se  concuerda  tal  cual  oposición,  que  á  la  primera  vista  se  represen- 
ta á  los  versados  en  nuestras  historias  sobre  el  sujeto,  ó  sujetos  á  quienes 
se  dirigieron  las  dos.» 

«Escribióse  ésta  un  año  después  de  la  pasada,  entrando  ya  el  de  1562, 
como  lo  afirma  nuestro  historiador.  Los  dos  referidos  (relaciones)  de  la 
Santa  notan  la  altura  de  perfección  á  que  subió  en  tan  breve  tiempo.» 

En  efecto:  hablando  el  Sr.  Yepes  de  los  grandes  letrados  con  quienes 
comunicó  su  espíritu  la  Santa  Madre,  enumera  á  muchos  de  la  Orden  de 
Santo  Domingo,  y  entre  ellos  al  V.  P.  Fr.  Pedro  Ibáñez,  y  añade  lo  siguien- 
te (1):  «Por  medio  de  este  Padre  comunicó  también  la  Santa  Madre  su 
oración  y  vida  con  el  P.  M.  Mancio,  catedrático  de  Prima  de  la  Universi- 
dad de  Salamanca,  y  sintió  lo  mismo  que  los  demás  que  la  conocieron.» 

En  confirmación  de  esto  mismo,  ó  sea,  que  dicha  relación  fué  dirigida 
al  P.  Fr.  Pedro  Ibáñez,  citaremos  otro  testimonio  que  no  es  de  menor  va- 
lia, y  es  el  del  autor  de  la  Mujer  Grande,  que  se  expresa  en  estos  tér- 
minos: 

«Comunicando  su  espíritu  á  un  confesor  suyo,  Fr.  Pedro  Ibáñez,  le  dice: 
«En  cosas  de  la  fe  me  hallo  con  muy  mayor  fortaleza.  Paréceme  que  con- 


(1)    Discurso  preliminar  á  la  Vi  Ja  de  Santa  Teresa. 


-109- 

tra  todos  los  luteranos  me  pondría  yo  á  hacerles  entender  su  yerro.  Siento 
mucho  la  perdición  de  tantas  almas,  y  veo  muchas  aprovechadas  por  mi 
medio >.  (Tomo  1.",  página  220). 

Lo  mismo  repite  en  la  página  239,  donde  dice:  *En  la  relación  que 
hizo  de  su  vida  á  otro  confesor,  Fr.  Pedro  Ibáñez,  dice:  «En  la  pobreza 
me  ha  hecho  Dios  merced,  porque  aun  lo  necesario  no  querria  tener  sino 
de  limosna,  y  ansí  deseo  estar  donde  no  se  coma  de  otra  cosa...  y  por  fin 
en  la  página  243  dice  así,  sobre  este  mismo  asunto:  *A  su  confesor  Fray 
Pedro  Ibáñez,  le  dice  que  le  parece  ya  no  vive  en  ella,  sino  quien  tiene 
dentro  y  la  gobierna,  que  anda  fuera  de  sí,  y  que  el  vivir  la  da  gran  pena». 
(La  Mujer  Grande,  páginas  arriba  citadas). 

Consta,  pues,  por  los  testimonios  aducidos  que  Santa  Teresa  comunicó 
con  el  P.  Pedro  Ibáñez.  tanto  la  primera  relación  que  antes  había  enviado 
á  San  Pedro  de  Alcántara,  como  esta  segunda  que  le  envió  á  él  directa- 
mente, y  luego  las  vio  el  P.  Maestro  Mancio. 

Otra  de  las  relaciones  es  al  P.  Rodrigo  Alvarez,  de  la  Compañía  de 
Jesús.  En  ella  manifiesta  en  primer  lugar  que  el  motivo  de  tratar  las  cosas 
de  su  alma  con  los  Padres  de  la  Orden  de  Santo  Domingo  es  el  ser  ellos 
grandes  letrados,  que  es  lo  que  la  Santa  buscaba,  y  menciona  hasta  nue- 
ve, con  quienes  había  comunicado  su  espíritu  y  recibido  de  todos  ellos  la 
competente  aprobación. 

Por  evitar  repeticiones  no  copiamos  aquí  las  palabras  textuales  de  la 
Santa,  que  ya  nos  son  conocidas;  pues  las  hemos  citado  en  la  primera 
parte,  al  señalar  las  épocas  ó  periodos  de  su  vida  en  que  Santa  Teresa 
tuvo  por  confesor  al  Dominico  P.  Vicente  Barrón. 


II 


Después  de  las  relaciones  siguen  los  avisos  ó  consejos,  que  como  fun- 
dadora dio  á  sus  monjas  para  el  mejor  y  más  exacto  cumplimiento  de  las 
Constituciones.  No  tienen  carácter  jurídico  ni  legislativo,  sino  más  bien 
son  de  carácter  ascético  y  familiar.  Indicaremos  algunos  de  ellos  por  vía  de 
ejemplo.  < Entre  muchos,  siempre  hablar  poco>.  «Hablar  á  todos  con  ale- 
gría moderada-,  <De  ninguna  cosa  hacer  burla-.  -Con  todos  sea  mansa  y 


-no- 
consigo  rigurosa».  «Con  el  examen  de  cada  noche  tenga  gran  cuidado», 
etcétera. 

Estos  sesenta  y  nueve  consejos  ó  avisos  andan  impresos  en  todas  las 
ediciones  de  las  obras  de  la  Santa,  cuando  son  completas,  como  sucede 
con  las  ediciones  del  Sr.  La  Fuente,  y  siguen  inmediatamente  al  libro  de 
las  Constituciones;  pues,  como  se  ha  indicado  anteriormente,  son  una  es- 
pecie de  consejos  que  ayudan  eficazmente  al  cumplimiento  de  aquellas. 


Escribió  también  la  Santa  un  precioso  tratadito  que  consta  de  un  sólo 
Capítulo,  y  le  tituló  *Modo  de  visitar  los  Conventos  de  Religiosas  Descaía 
zas  de  Nuestra  Señora  del  Carmen».  Le  escribió  poco  antes  de  morir  por 
mandado  del  P.  Gracián,  que  acababa  de  ser  nombrado  provincial  en  el 
capítulo  de  Separación  celebrado  en  Alcalá  de  Henares. 

Este  V.  P.  como  escribe  el  Sr.  La  Fuente,  (1)  fué  el  que  en  el  año  1581 
la  mandó,  como  provincial,  que  escribiese  algunas  advertencias  acerca  de 
la  ejecución  y  observancia  de  las  Constituciones,  (2)  puesto  que  en  lo  de 
monjas  podía  tener  ella  mejor  voto,  según  le  indicaba  en  su  curiosa  carta 
de  las  ocho  advertencias.  Acababa  de  formarse  la  provincia  aparte,  y  por 
tanto  iban  las  monjas  á  depender  de  los  provinciales  Descalzos. 

Todo  lo  que  dice  es  eminentemente  práctico,  y  dejando  á  un  lado 
las  teorías  y  cuestiones,  va  derecha  al  asunto  y  da  reglas  oportunísimas  de 
conducta,  formando  en  todo  el  espíritu  de  las  Constituciones. 

IV 

Al  hablar  la  Crónica  Carmelitana  (3)  de  las  *  Exclamaciones»,  dice  asi: 
*E1  P.  M.  Fr.  Luis  de  León  imprimió  también  al  final  de  las  Moradas  lo 
que  llamó  -Exclamaciones*  ó  meditaciones  del  alma  á  su  Dios,  escritas 
por  la  Santa  Madre  Teresa  de  Jesús  en  diferentes  días,  conforme  al  espíri- 


(1)  Prólogo  de  la  primera  edición  1861. 

(2)  Otros  opinan  que  fué  escrito  algunos  años  antes. 

(3)  Crónica  Carmelitana  Libro  5.^^  capítulo  XXXVIII. 


—  111  - 

tu  que  le  comunicaba  Nuestro  Señor,  después  de  haber  comulgado,  año  de 
1579.  Así  que  el  Padre  Maestro  sin  duda  tuvo  el  original.  Y  la  obra  cierto 
es  tal,  que  no  puede  negar  á  su  autor,  ni  fingir  otro,  porque  es  un  vivísi- 
mo y  perfectisimo  trasunto  de  aquella  alma  seráfica,  de  aquel  entendi- 
miento esclarecido,  de  aquel  corazón  abrasado,  de  aquella  discreción  rara 
y  de  aquel  decir  tan  agradable,  tan  puro,  tan  encendido,  que  en  un  punto 
hace  presa  en  las  almas  y  las  enciende;  y  son  sin  número  las  que  por  me- 
dio de  este  tratado,  han  abierto  los  ojos  á  la  luz  eterna*. 

La  misma  Santa  dice  en  la  décima  sexta  ó  última  exclamación,  el  mo- 
tivo de  esta  escritura:  «Muchas  cosas  más  pudiera  decir  en  esto.  Señor, 
para  darme  á  entender  que  no  me  entiendo:  mas  como  sé  que  las  enten- 
déis, ¿para  qué  hablo?  Para  que  cuando  veo  despierta  mi  miseria.  Dios 
mío,  y  ciega  mi  razón,  pueda  ver  si  la  hallo  aquí  en  esto  escrito  de  mi  mano: 
que  muchas  veces  me  veo,  mi  Dios,  tan  miserable  y  flaca  y  pusilánime, 
que  ando  á  buscar,  qué  se  hizo  vuestra  sierva,  la  que  ya  parecía  tenía  re- 
cibidas mercedes  de  Vos,  para  pelear  contra  las  tempestades  del  mundo. 
Que  no,  mi  Dios,  no,  no  más  confianza  en  cosa  que  yo  pueda  querer 
para  mí>. 

Son  estas  exclamaciones,  añade  con  mucha  razón  el  Sr.  l.a  Fuente  (1), 
unos  fervorosos  arrebatos  del  alma  hacia  Dios,  y  si  fuéramos  á  comparar 
los  pensamientos  culminantes  en  estas  exclamaciones  con  los  de  algunas 
poesías,  hallaríamos,  que  en  éstas  dice  en  verso  lo  que  en  las  exclamacio- 
nes ha  dicho  en  prosa.  Principia  la  exclamación  primera,  diciendo:  <¡0h 
vida,  vida!,  ¿cómo  puedes  sustentarte  ausente  de  tu  Vida?  Aquí  se  ve  el 
pensamiento  mismo  que  desenvuelve  tan  niagistralmente  en  su  primera, 
principal  y  mejor  poesía: 

"Vivo  sin  vivir  en  mí.' 

Porque  Santa  Teresa  fué  poetisa,  y  así,  últimamente,  diremos  algo  so- 
bre sus  poesías. 

V 

Que  Santa  Teresa  haya  sido  poetisa,  no  puede  ponerse  en  duda.  Ella 


(1)     Prólogo  a!  tomo  3.",  edición  1881. 


-112- 

misma  en  el  capítulo  XVI  de  su  Vida,  escribe  asi:  «Habíanse  aquí  muchas 
palabras  en  alabanza  de  Dios,  sin  concierto,  si  el  mismo  Señor  nos  las 
concierta,  al  menos  el  entendimiento  no  vale  aquí  nada.  «Oh,  válame 
Dios!  cuál  está  un  alma  cuando  está  ansí.  Todo  ella  querría  fuese  lenguas 
para  alabar  al  Señor.  Dice  mil  desatinos  santos,  atinando  siempre  á  con- 
tentar á  quien  la  tiene  ansí:  «Yo  sé  persona  que,  con  no  ser  docta,  le  acae- 
cía hacer  de  presto  coplas  muy  sentidas,  declarando  su  pena  bien;  no  he- 
chas de  su  entendimiento,  sino  que  para  gozar  más  la  gloria,  que  tan  sa- 
brosa pena  le  daba,  se  quejaba  de  ella  á  su  Dios.» 

Quién  era  esta  persona  que  no  era  poeta,  ya  se  deja  entender:  Era  la 
misma  Santa  Teresa,  y  era  verdadera  poetisa. 

En  el  libro  de  las  Relaciones  nos  refiere  ella  misma,  lo  que  le  sucedió 
en  Salamanca  cuando,  al  oír  á  una  novicia  cantar  una  coplita  alusiva  al 
amor  divino,  salió  fuera  de  sí,  en  tales  términos,  que  no  pudo  contener 
aquel  ímpetu  que  suspendía  y  arrebataba  su  espíritu.  Estando  en  estos  ím- 
petus, dice  el  V.  Sr.  Yepes,  hizo  la  Santa  unas  coplas,  nacidas  de  la  fuerza 
del  fuego,  que  en  sí  tenía,  significando  su  llaga  y  su  sentimiento,  que  por 
ser  muy  de  notar,  me  pareció  poner  aquí»: 

«Vivo  sin  vivir  en  mí, 
Y  tan  alta  gloria  espero. 
Que  muero  porque  no  muero.» 

Con  frecuencia  componía  otro  género  de  poesías,  conocidas  con  el 
nombre  de  Villancicos.  Acerca  de  este  género  de  poesía  pastoril,  dice  el 
P.  Ribera:  (1)  «Gustaba  de  que  sus  monjas  anduviesen  alegres  y  que  can- 
tasen en  las  fiestas  de  los  Santos,  é  hiciesen  coplas.  Mas  como  gustaba  de 
dar  ejemplo  en  todo,  hacíalas  ella  misma,  y  las  cantaba  en  unión  de  sus 
monjas,  sin  instrumento  ninguno  de  música,  sino  acompañándose  con  la 
mano,  dando  ligeras  y  suaves  palmadas  para  llevar  compás  y  hacer  cierta 
armoniosa  cadencia-.  Esto  dice  el  P.  Ribera,  solo  añadiremos  que,  en  San 
José  de  Avila,  se  conserva  un  tamboril  y  dos  silbatos  que  Santa  Teresa 
usaba  en  los  ratos  de  honesto  y  santo  solaz  con  sus  primitivas  hijas. 


(1)    Vida  de  Santa  Teresa,  libro  3.°,  capítulo  XXIII. 


113- 


VI 


Acerca  de  las  cartas  de  Santa  Teresa,  hay  que  decir  que  éstas  contie- 
nen la  vida  exterior  y  las  relaciones  que  por  necesidad  le  fué  preciso  tener 
con  el  mundo,  escribiendo  á  pontífices,  á  reyes,  á  prelados,  á  jueces,  á 
letrados,  para  que  la  dieran  consejo,  entender  en  los  intereses  de  los  con- 
ventos, defenderlos  de  las  persecuciones,  atender  á  los  lamentos  de  sus 
hermanos,  algunos  de  los  cuales  se  hallaban  en  la  indigencia,  y  con  sus 
luces  ayudar  á  sus  hijas,  sobre  todo  á  aquellas  de  quienes  era  prelada, 
para  la  buena  dirección  de  los  conventos.  Y  aunque  todos  los  escritos  son 
semejanza  natural  del  que  escribe;  pero  se  verifica  más  al  vivo  en  las  car- 
tas, porque  tienen  menos  de  arte.  Por  eso,  á  Santa  Teresa  se  la  conoce 
mejor  en  las  cartas,  que  en  ninguno  de  sus  escritos,  y  asi  dice,  y  dice  muy 
bien  el  V.  Palafox  (1):  <Que  aunque  todos  sus  escritos  están  llenos  de 
doctrina  del  cielo;  pero  no  puede  negarse  que  en  las  cartas  familiares  se 
derrama  más  el  alma  y  se  dibuja  con  mayor  propiedad  y  más  vivos  colo- 
res su  interior  y  exterior  que  no  en  los  dilatados  discursos:  y  como  quiera 
que  aquello  será  mejor  de  Santa  Teresa  en  que  se  descubra  más  á  si  mis- 
ma; por  eso,  sus  cartas  han  de  ser  de  gran  fruto  y  provecho...  Qué  celo  no 
descubre  en  ellas  del  bien  de  las  almas?  ¿Qué  prudencia  y  sabiduría  en  lo 
místico,  moral  y  político?  ¿Qué  eficacia  en  persuadir?  ¿Qué  claridad  en  ex- 
plicarse? ¿Qué  gracia  y  fuerza  secreta  al  cautivar  con  la  pluma  á  los  que 
enseña  con  la  erudición?* 

La  lástima  es  que  no  poseemos  quizá  ni  la  quinta  parte  de  las  muchas 
que  escribió.  Son  más  de  cuatrocientas  las  que  se  conservan,  pero  éstas 
son  por  decirlo  asi.  una  cifra  solamente  de  las  muchísimas  que  debió  es- 
cribir, no  tanto  por  los  múltiples  y  gravísimos  negocios  á  que  tuvo  que 
atender,  sino  también  porque  fué  la  Santa  tan  cortés,  que  se  dice  no  haber 
dejado  jamás  sin  contestar  una  carta.  Así  se  explican  ciertas  expresiones 
en  que  habla  -del  tormento  de  las  cartas-,  <de  la  baraúnda  de  cartas»,  «que 
la  tienen  molida  las  cartas»,  «que  por  contestar,  no  ha  podido  acostarse 
hasta  las  dos  de  la  madrugada-,  «que  se  hallaba  cargada  de  cartas»,  <sino 


(1)    Introducción  á  las  Cartas. 


-114- 

fuera  esta  multitud  de  cartas»,  «han  sido  estos  días  sin  cuento  las  cartas 
que  han  venido,  que  me  tienen  tonta>,  no  es  nada  las  cartas  que  allá  (en 
Sevilla)  tenía,  que  después  que  estoy  aquí  (en  Toledo),  es  cosa  terrible*, 
«si  estas  cartas  me  dejaran  >. 

Por  estas  expresiones  y  otras  que  omitimos,  se  comprende  que  debie- 
ron ser  muchísimas  las  cartas  que  Santa  Teresa  escribió  en  el  discurso  de 
su  vida  y  que  desgraciadamente  se  han  perdido.  ¿Dónde  están  las  que  sin 
duda  escribió  á  San  Juan  de  la  Cruz,  las  cuales  ciertamente  fueron  muchas 
y  ninguna  se  conserva? 

Y  limitándonos  solo  á  las  escritas  á  PP.  Dominicos:  ¿dónde  están  las 
muchísimas  que  escribió  al  P.  García  de  Toledo,  cuando  éste  se  hallaba 
en  las  Indias  y  por  conducto  del  cual  escribía  otras  muchas  cartas,  como 
dice  la  misma  Santa,  escribiendo  á  la  Priora  de  Sevilla:  «Dícenme  que  se 
viene  Fr.  García  de  Toledo,  á  quien  van  (las  cartas),  y  ansí  es  menester 
que  V.  R.  encomiende  ese  pliego  á  alguien  allá»? 

¿Dónde  las  que  escribió  á  este  mismo  Padre  desde  Burgos,  como  cons- 
ta por  Teresita,  cuya  declaración  hemos  ya  visto  al  tratar  de  este  V.  Padre? 

¿Dónde  están  las  que  escribió  al  P.  Visitador,  Pedro  Fernández,  Do- 
minico, con  quien  tuvo  una  correspondencia  continua,  á  !a  cual  se  refiere 
la  Santa  en  expresiones  como  éstas:  <ya  escribiré  al  P.  Visitador»,  «ya  he 
escrito  al  P.  Visitador >,  «escribo  al  P.  Visitador »;  que  se  encuentran  á  cada 
paso  en  sus  cartas? 

¿Dónde  las  escritas  al  P.  Comisario  y  Presidente  del  Capítulo  de  Se- 
paración en  Alcalá,  P.  Fr.  Juan  de  las  Cuevas,  de  quien  expresamente 
dice:  «así  lo  tengo  escrito  al  P.  Comisario»,  «en  cartas  que  he  escrito  á 
nuestro  P.  Comisario»? 

¿Dónde  están  las  escritas  á  su  gran  Director,  P.  Domingo  Báñez,  pues 
sólo  tenemos  cuatro,  siendo  así,  que  le  escribía  en  cuantos  negocios  gra- 
ves se  le  ofrecían,  y  sin  cuyo  parecer,  no  quería  nunca  obrar?  «¿Dónde 
está  la  carta  que  le  escribió  al  mismo  P.  Báñez,  sobre  el  Maestro  de  Novi- 
cios de  Pastrana?-  ¿Dónde  las  que  escribió  á  dicho  Padre,  cuando  se  ha- 
llaba en  Valladolid,  y  de  las  cuales  hace  mención  con  frecuencia,  al  escri- 
bir á  María  Bautista,  diciéndole:  he  escrito  á  Fr.  Domingo-,  ^ya  he  escri- 
to á  mi  Padre  (Fr.  Domingo)-? 


-115- 

¿Qué  de  las  cartas  al  célebre  P.  Medina  de  quien  la  Santa  escribe  asi 
á  María  Bautista?:  <si  por  dicha  el  P.  Medina  acudiera  por  allá,  haga  darle 
esa  carta  mía  que  piensa  estoy  enojada  con  él,  según  me  dijo  el  Provin- 
cial (de  los  Dominicos)  por  una  carta  que  me  escribió,  que  es  más  para 
darle  gracias,  que  para  enojo»  (1)  y  por  último,  ¿dónde  están  las  que 
escribió  á  San  Pió  V,  á  San  Luis  Beltrán  y  á  los  PP.  Ibáñez,  Chaves,  Bar- 
tolomé Aguilar  y  Yanguas?  ¿Y  las  escritas  á  Felipe  II,  dándole  avisos  muy 
secretos  é  importantes?  Todas  éstas  con  otras  muchas  más  han  desapareci- 
do, y  no  es  fácil  que  aparezcan  en  adelante.  La  primera  de  las  más  de  400 
que  se  conservan,  es  la  que  escribió  á  su  hermano  D.  Lorenzo,  que  se  en- 
contraba en  el  Perú,  y  está  fechada  en  Avila  el  31  de  Diciembre  de  1561,  es 
decir,  cuando  la  Santa  contaba  46  años  de  edad.  La  última,  es  al  capellán 
de  las  monjas  de  Alba  de  Tormes,  y  que  escribió  treinta  y  nueve  días  an- 
tes de  morir. 

Se  ve,  pues,  por  las  ligeras  indicaciones  que  preceden,  que  fué  creci- 
dísimo el  número  de  cartas  que  Santa  Teresa  escribió;  que  son  muy  pocas 
las  que  se  conservan  y  que  se  han  perdido  muchísimas.  Pérdida  verdade- 
ramente grande  á  juzgar  por  el  inestimable  valor  de  las  pocas  que  actual- 
mente se  consevan;  pues  en  ellas  es  donde  se  halla  retratada  de  cuerpo 
entero  la  gran  Teresa  de  Jesús.  Es  preciso  leerlas,  y  leerlas  muchas  veces 
para  apercibirse  de  los  tesoros  que  en  si  encierran.  Son  verdaderas  perlas 
orientales,  cuyo  valor  apenas  puede  apreciarse;  y  después  de  cuarenta  años 
gastados,  por  decirlo  así,  en  la  lectura  de  los  escritos  de  esta  mística  doc- 
tora, nos  á  trevemos  á  afirmar  que  sus  cartas  son  las  que  entre  ellos  se 
llevan  la  palma,  dudando  que  haya  otras,  si  exceptúan  las  canónicas  que 
puedan  compararse  á  ellas,  y  con  esta  manifestación  de  nuestro  juicio,  á 
la  vez  que  de  nuestro  entusiasmo  y  devoción,  damos  por  terminado  el  ca- 
pítulo sobre  los  escritos  de  Santa  Teresa  de  Jesús,  que  constituyen  el  se- 
gundo grupo  ó  sección  en  que  los  hemos  dividido. 


(1)  El  famoso  P.  Medina  que  en  un  principio  estuvo  algo  prevenido  con  la  Santa 
antes  de  tratarla,  fué  después  su  grande  amigo,  hizo  un  traslado  de  su  vida  para  la  Du- 
quesa de  Alba  y  desde  Salamanca  iba  todas  las  semanas  á  pie  á  Alba  para  confesar  á 
la  Santa  Madre. 


CAPÍTULO   II 
Del  libro  de  la  Vida  de  Santa  Teresa  de  |e$ú$. 

Después  de  la  ¡dea  sucinta  que  acabamos  de  dar  en  el  capítulo  prece- 
dente acerca  de  los  escritos  que  componen  el  segundo  grupo,  y  que  ya  en 
sí  mismos,  ya  atendido  nuestro  objeto,  son  de  menos  importancia,  viene  el 
punto  principal,  que  es,  examinar  con  toda  imparcialidad  la  parte  que  los 
hijos  de  Santo  Domingo  tuvieron  en  las  obras  ó  libros  que  forman  el  pri- 
mer grupo  ó  sección;  es  decir,  en  la  Vida,  Camino  de  Perfección,  libro  de 
las  Fundaciones,  el  libro  de  las  Moradas,  el  de  los  Conceptos  del  amor  de 
Dios  y  en  sus  Constituciones. 

Empezemos  por  el  libro  de  la  Vida,  al  que  Santa  Teresa  llamaba  el  li- 
bro de  las  Misericordias  de  Dios,  y  así  escribiendo  al  limo.  Sr.  D.  Pedro 
Castro,  Obispo  de  Segovia,  canónigo  que  había  sido  antes  de  esta  Cate- 
dral de  Avila,  á  quien  la  lectura  del  mismo  le  aprovechó  sobre  manera,  le 
decía:  (1)  ¡Qué  cosa  es  la  misericordia  de  Dios!  Que  mis  maldades  han 
hecho  bien  á  V.  M.  y  con  razón,  pues  me  ve  fuera  del  infierno,  que  ha  mu- 
cho que  tengo  bien  merecido;  y  ansí  intitulé  ese  libro  De  las  Misericordias 
de  Dios.  Est?  es  á  mi  juicio  el  libro  principal  de  Santa  Teresa  de  Jesús,  no 
solo  por  su  volumen  y  el  primero  en  el  orden  cronológico,  sino  más  bien 
porque  se  encuentra  en  él  como  en  germen  y  en  semilla  todo  cuanto  es- 
cribió después. 

Se  dice  de  Santo  Tomás,  y  se  dice  en  verdad,  que  cuanta  doctrina  en- 


(1)     La  Fuente,  Carta  3G1,  Edición  de  1881. 


—  118- 

señó  el  Santo  Doctor  en  sus  extensas  y  voluminosas  obras,  se  halla  sinte- 
tizada y  en  cierto  modo  compendiada  en  su  Suma  Teológica;  pues  una 
cosa  parecida  sucede  con  la  Vida  de  Santa  Teresa.  La  Suma  de  Santa  Te- 
resa de  Jesús,  es  el  libro  de  su  Vida,  no  donde  sintetiza  y  compendia  sus 
escritos  como  hizo  Santo  Tomás  con  los  suyos;  pues  el  libro  de  la  Vida 
fué  el  primero  que  escribió;  sino  donde  echó  por  decirlo  así,  los  cimientos 
y  casi  casi  nos  dijo  todo  lo  que  después  nos  enseñó  en  sus  restantes  es- 
critos, si  se  exceptúa,  como  es  claro,  la  parte  historial  que  se  halla  en  las 
Fundaciones.  No  es  nuestra  esta  apreciación,  pues,  como  hemos  de  ver  en 
su  lugar,  tanto  el  Camino  de  Peifección  como  el  libro  de  las  Moradas,  los 
escribió  en  cierto  modo  para  sustituir  el  libro  de  la  Vida,  con  la  única  dife- 
rencia que  en  este  su  primer  libro  nos  dice  con  admirable  candidez  y  sin- 
gular sencillez,  lo  que  después  escribió  de  un  modo  magistral  y  como 
consumada  Doctora  en  la  ciencia  de  los  Santos;  pero,  sin  que  esto  obste  á 
que  sea  la  misma  doctrina,  como  muy  bien  juzgó  y  dijo  el  docto  P.  Ri- 
bera (1). 

Con  grande  ingenuidad  y  no  menos  humildad  reconoce  esta  verdad  la 
misma  santa  escritora  en  su  prólogo  á  las  Moradas,  cuando  escribe:  «Bien 
creo  he  de  saber  decir  poco  más  que  lo  que  he  dicho  en  otras  cosas,  que 
me  han  mandado  escribir;  antes  temo  que  han  de  ser  casi  todas  las  mis- 
mas, porque  asi  como  los  pájaros  que  enseñan  á  hablar,  no  saben  más  de 
lo  que  les  muestran  ú  oyen,  y  esto  repiten  muchas  veces,  soy  yo  al  pie 
de  la  letra».  Por  eso  el  Sr.  La  Fuente,  entusiasta  como  pocos  de  esta  Mís- 
tica Doctora  y  conocedor  de  sus  obras,  hablando  de  este  libro  de  la  Vida, 
se  expresa  de  esta  manera  (2):  <E1  libro  de  la  Vida  es  esencialmente  his- 
tórico; pero  desde  el  capítulo  X  hasta  el  XXVII  intercala  en  él  la  Santa  un 


(1)  Esta  misma  doctrina  tiene  el  libro  de  las  Moradas,  más  por  orden,  y  con  más 
resolución  de  experiencia  por  haberse  escrito  quince  años  después;  pero  particular- 
mente lo  más  alto  de  ella,  que  es  lo  que  estaba  en  las  tres  Moradas  posteriores,  es 
todo  lo  que  en  si  vio  y  experimentó,  sino  que  en  la  Vida  habla  más  claramente  de  si, 
acá  más  encubiertamente  (a). 

(2)  La  Fuente,  Prólogo  á  las  Obras  ascéticas,  edición  de  1881. 


(a)    Libro  4.",  capítulo  VI. 


—  119  — 

tratado  de  oración  tan  completo,  que  pudiera  imprimirse  en  libro  aparte. 
Ella  misma  conoce  en  su  claro  talento,  que  ha  cortado  el  hilo  de  la  na- 
rración, pues  comienza  el  capítulo  XXVII  diciendo:  -Mucho  he  salido  del 
propósito».  Mas  aun  cuando  esos  capítulos  pudieran  formar  un  libro 
aparte  y  cortan  el  hilo  de  la  narración,  tienen  un  carácter  histórico  y  no 
es  posible  sacarlo  de  su  quicio,  ni  de  aquel  pasaje,  pues  en  medio  de 
su  doctrina  de  Teología  Mística,  tienen  mucho  de  biográficos.  Al  des- 
cribrir  la  Santa  esos  caminos  por  donde  van  subiendo  las  almas  puras 
desde  la  oración  vocal  y  mental  á  la  contemplación  y  sus  grados  superio- 
res habla  por  experiencia;  va  diciendo  cómo  subió  ella  y  refiere  candoro- 
samente lo  que  le  sucedió  en  cada  uno  de  ellos.  De  ahí  el  interés  palpi- 
tante que  inspiran:  es  la  mística  en  acción:  y  con  qué  candor,  con  qué 
gracia,  con  qué  animación!  Un  escritor  que  no  ha  recorrido  ese  camino, 
habla  de  oídas  y  con  frialdad.  Santa  Teresa,  á  quien  Dios  había  ¡do  ele- 
vando desde  lo  más  bajo  á  lo  más  alto,  desde  la  visión  terrorífica  del  ni- 
cho que  tenía  preparado  en  el  infierno  hasta  las  regiones  más  altas  del 
Empíreo,  quizá  como  á  San  Pablo  y  como  Dios  hablaba  á  Moysés  y  los 
antiguos  Patriarcas...  dice  con  gran  seguridad  y  aplomo  lo  que  sabe,  lo 
que  ha  visto,  lo  que  ha  sentido,  cual  viajero  que  describe  los  campos  y 
montes,  las  villas  y  ciudades  que  ha  recorrido,  á  diferencia  del  frío  narra- 
dor que  solo  conoce  la  geografía  por  los  libros  y  los  mapas  ó  por  narra- 
ción de  otros».  La  síntesis,  con  tanto  primor  y  galanura  expuesta  por 
este  docto  historiador,  coincide  al  pie  de  la  letra  con  la  del  P.  Ribera,  con- 
tenida en  estas  sencillas  palabras  (1):  *Y  es  cosa  maravillosa  que  como 
le  iba  escribiendo  (el  libro  de  la  Vida),  la  iba  Nuestro  Señor  poniendo  en 
aquella  oración  de  que  escribía».  Tiene  razón  este  venerable  Padre;  pues 
así  lo  testifica  á  cada  paso  la  Santa. 

Consultando  á  la  brevedad,  citaremos  solo,  en  prueba  de  ello,  un  pasa- 
je tomado  del  capitulo  XVI,  donde  explica  el  tercer  grado  de  oración  sobre- 
natural, y  dice  así:  -  Creo  que  por  la  humildad  que  Vuesa  Merced  (el  vene- 
rable P.  Fr.  Pedro  Ibáñez),  ha  tenido  en  quererse  ayudar  de  una  simpleza 
tan  grande  como  la  mia,  nic  dio  el  Señor  lioy,  acabando  de  comulgar  esta 


(1)     Libru  4.",  capítulo  VI. 


—  120  — 

oración,  sin  poder  ir  adelante,  y  me  puso  estas  comparaciones,  y  enseñó 
la  manera  de  decirlo,  y  lo  que  ha  de  hacer  aquí  el  alma;  que  cierto  yo  me 
espanté,  y  entendí  en  un  punto...*  «Quered  ahora.  Rey  mío,  suplícooslo 
yo,  que  pues  cuando  esto  escribo,  no  estoy  fuera  de  esta  santa  locura  ce- 
lestial por  vuestra  bondad  y  misericordia  que  tan  sin  merecimientos  míos 
me  hacéis  esta  merced,  que  lo  estén  todos  los  que  yo  tratare,  locos  de 
vuestro  amor;  ó  permitáis  que  no  trate  yo  con  nadie,  ú  ordenad.  Señor, 
cómo  no  tenga  ya  cuenta  en  cosa  del  mundo,  ó  sacadme  de  él.» 

Se  ve,  pues,  cómo  el  libro  de  la  ViddL  á  la  vez  que  es  historial,  es  ade- 
más un  tratado  el  más  completo  de  ascética  y  de  la  más  sublime  mística; 
es,  repitamos  la  gráfica  expresión  del  citado  historiador,  es  la  Mística  en 
acción.  Por  eso  el  mismo  señor  La  Fuente,  ocupándose  en  otro  lugar  de 
esta  misma  materia  expone  su  juicio  crítico  y  dice:  (1)  *E1  libro  de  la  Vida 
no  solamente  es  histórico  sino  también  ascético  y  doctrinal:  después  de 
referir  compendiosamente,  pero  de  una  manera  tan  sencilla  como  encan- 
tadora los  primeros  años  de  su  vida,  su  ingreso  en  la  Religión,  sus  enfer- 
medades, motivos  de  su  tibieza  y  retroceso  en  el  camino  de  la  perfección, 
comienza  á  tratar  del  modo  como  salió  de  aquel  estado. 

«De  pronto  interrumpe  la  narración  desde  el  capítulo  X,  y  comienza  á 
escribir  un  tratado  de  oración  y  altísima  contemplación,  en  el  cual  explica 
los  cuatro  grados  por  los  cuales  el  Señor  la  fué  elevando  desde  la  oración 
hasta  la  contemplación  y  en  doce  capítulos  admirables  da  un  tratado  útilí- 
simo de  ascética,  útil  para  las  almas  contemplativas  y  aún  más  útil  para 
sus  directores,  que  lo  han  considerado  siempre  como  el  Vademécum  más 
seguro  en  este  género  para  el  discernimiento  de  espíritus  y  su  mejor  di- 
rección». Aunque  en  cierto  sentido  puede  decirse  que  interrumpe  la  na- 
rración al  llegar  al  capítulo  X,  pero  en  rigor  no  la  interrumpe,  pues  va  des- 
cribiendo en  esos  admirables  capítulos  los  grados  de  oración  en  que  el 
Señor  la  iba  poniendo,  y  por  eso  el  mismo  Sr.  La  Fuente,  ocupándose  de 
este  punto,  escribía  en  el  prólogo  de  la  edición  de  1861:  «Santa  Teresa, 
desde  el  capítulo  X  hasta  el  XXVll  inclusive,  se  olvida  de  sí  misma  y  de 
su  biografía,  para  formar  un  tratado  completo  de  oración;  pero  digo  mal 


(1)    La  Fuente,  Prólogo  á  los  libros  Historiales,  Edición  de  1881. 


—  121  - 

que  se  olvida  de  si  misma;  pues,  aunque  no  se  nombra  en  ellos  y  al  pare- 
cer trunca  su  biografía,  los  grados  de  oración,  que  allí  va  refiriendo  suce- 
sivamente, son  los  mismos  en  que  Dios  la  iba  poniendo,  y  por  los  cuales 
iba  elevándola  por  escalones».  Por  cierto  que  nos  parecen  muy  atinadas 
estas  observaciones  del  docto  historiador. 

Por  lo  dicho  se  habrá  formado  idea  de  lo  que  significa  y  vale  lo  que  lla- 
mamos Vida  de  Santa  Teresa  escrita  por  ella  misma,  y  pasamos  á  exponer 
mi  principal  objeto,  que  es  averiguar  quién  haya  sido  el  que  la  mandó  es- 
cribir. Ella  misma  nos  dice  en  el  prólogo,  que  el  motivo  de  escribir  fué  la 
santa  obediencia,  en  los  siguientes  términos:  'A  quien  de  todo  corazón 
suplico  me  dé  gracia  para  con  toda  claridad  y  verdad  que  yo  haga  esta  re- 
lación, que  mis  confesores  me  mandan  (y  aún  el  Señor,  sé  yo,  lo  quiere 
muchos  dias),  y  que  sea  para  gloria  y  alabanza  suya>.  Y  hasta  en  cierto 
modo,  quiso  que  fuese  bajo  secreto  de  confesión  como  lo  significa  en  el 
capítulo  X,  por  las  siguientes  palabras:  -<  Yo  digo  lo  que  ha  pasado  por  mí, 
como  lo  mandan;  y  si  no  fuere  bien,  romperálo  á  quien  lo  envío,  que  sabrá 
mejor  entender  lo  que  va  mal,  que  yo,  A  quien  suplico  por  amor  del  Se- 
ñor, lo  que  he  dicho  hasta  aquí  de  mi  ruin  vida  y  pecados  lo  publiquen, 
desde  ahora  doy  licencia,  y  á  todos  mis  confesores,  que  ansí  lo  es  á  quien 
esto  va;  y  si  quieren  luego  en  mi  vida;  porque  no  engañe  más  al  mundo, 
que  piensan  hay  en  mí  algún  bien;  y  cierto  con  verdad  digo,  á  lo  que  ahora 
entiendo  de  mí,  que  me  darán  gran  consuelo.  Para  lo  de  aquí  adelante  di- 
jere, no  se  la  doy;  ni  quiero,  si  á  alguien  lo  mostraren,  digan  quién  es,  por 
quien  pasó,  ni  quién  lo  escribió,  que  por  ésto  no  me  nombro,  ni  á  nadie, 
sino  escribirlo  he  todo  lo  mejor  que  pueda  por  no  ser  conocida,  y  ansí  lo 
pido  por  amor  de  Dios.- 

Veamos,  pues,  en  el  presente  capítulo,  quién  fué  el  confesor  ó  confeso- 
res que  tal  obediencia  la  impusieron.  Como  este  libro  de  la  Vida  fué  el 
primero  que  escribió,  sucedió  con  él  una  cosa  parecida,  á  lo  que  aconte- 
ció cuando  fundó  el  primer  convento  de  su  Reforma,  es  decir,  que  tuvo 
muchos  y  muy  grandes  contradictores,  así  como  defensores.  Señalar  y 
nombrar  á  unos  y  otros,  será  el  objeto  del  capítulo  siguiente. 

Ante  todo  es  preciso  consignar  que  acerca  del  primer  punto  no  hay 
divergencia  ninguna  en  los  autores  que  sobre  él  han  escrito;  pues,  todos 


-122- 

testifican  unánimes  deberse  este  preciosísimo  libro  á  los  hijos  de  Santo 
Domingo.  En  la  imposibilidad  de  aducir  todos  esos  respetables  testimo- 
nios, citaremos  únicamente  dos,  no  tanto  para  probar  esa  afirmación  que 
no  necesita  pruebas,  pues  es  de  todos  admitida,  cuanto  para  ilustrar  tan 
importante  materia.  Sea  el  primero  el  testimonio  del  célebre  historiador 
D.  Vicente  de  La  Fuente  en  los  eruditos  prólogos  á  la  Vida  de  Sania  Te- 
resa. En  la  edición  de  1861  se  expresa  asi  (1):  «Corria  el  año  de  1561 
cuando  el  P.  Fr.  Pedro  Ibáñez,  Dominico,  confesor  de  Santa  Teresa,  suje- 
to sabio  y  virtuoso,  le  mandó  escribir  su  vida.  Principióla  en  Avila  y  la 
acabó  de  escribir  en  Toledo,  en  casa  de  Doña  Luisa  de  la  Cerda,  señora 
de  Malagón  y  hermana  del  Duque  de  Medinaceli,  hacia  Junio  de  1562  (2). 
Y  cuando  el  mismo  historiador  pasados  veinte  años,  ó  sea  en  1881  edi- 
taba de  nuevo  las  obras  de  la  mística  Doctora,  escribía:  *E1  libro  de 
la  Vida  Inferior  y  fundación  de  San  José,  se  lo  mandó  escribir  un  con- 
fesor fraile  Dominico,  y  continuar  otro  confesor,  también  Dominico».  Y 
poco  más  adelante:  «al  año  siguiente  (1563),  le  hizo  Fr.  García  de  Toledo, 
también  fraile  Dominico  y  confesor  de  Santa  Teresa,  continuar  aquel  libro, 
añadiendo  la  fundación  de  su  primer  convento  de  San  José  en  Avila»,  y 
concluye:  «Debemos,  pues,  el  libro  de  la  Vida  y  fundación  de  San  José  de 
Avila  á  Santo  Domingo.» 

El  segundo  testimonio,  sea  el  del  historiador  de  la  Reforma,  quien  ocu- 
pándose de  los  libros  de  su  Santa  Madre,  en  el  libro  5.",  capítulo  XXXVI, 
escribe  así:  «Esto  supuesto  pasemos  á  la  escritura  particular  del  libro  de 
la  Vida.  Dos  veces  lo  escribió  nuestra  Santa  Madre.  La  primera  vez,  antes 
de  fundar  el  convento  de  San  Josef  de  Avila,  cuando  ya  trataba  de  su  fun- 
dación. Mandóselo  escribir  el  P.  Presentado  Fr.  Pedro  Ibáñez  (3),  como 


(1)  La  Fuente,  prólogo  á  la  Vida. 

(2)  So  entiende  hasta  el  capitulo  XXXll,  pues  los  restantes  los  escribió  en  su  mo- 
nasterio de  San  José  de  Avila. 

(3)  La  primera  redacción  que  hizo  por  mandato  del  P.  Pedro  Ibáñez,  por  desgracia 
se  ha  perdido  sin  que  se  sepa  su  paradero;  de  modo  que  la  que  hoy  tenemos  y  se  llama 
'Vida  de  Sania  Teresa,  escr'ún  por  qWíí  misma*  es  la  que  escribió  por  mandato  del 
P.  García  de  Toledo.  Esta  segunda  redacción  la  hizo  la  Santa  en  1565  ó  15G6.  La  pri- 
mera la  hizo  en  1562. 


—  123  — 

testificó  el  P.  M.  Fr.  Domingo  Báñez  en  las  informaciones  sobre  la  canoni- 
zación, ambos  confesores  suyos,  contemporáneos  y  de  una  misma  Reli- 
gión, El  motivo  que  significó  á  la  Santa  el  P.  Presentado  fué,  para  examinar 
más  despacio,  y  conferir  los  sucesos  de  su  vida  y  caminos  de  su  espíritu 
con  personas  graves  de  su  Orden.  El  que  tuvo  el  siervo  de  Dios  como  sa- 


A  propósito  de  estas  diversas  redacciones,  nos  parece  oportuno  tratar  una  cuestión 
delicada,  relacionada  con  el  libro  de  la  Vida. 

Sabido  es  que  en  el  original  de  la  Vida  de  la  Santa,  capítulo  XXXVllI,  se  encuen- 
tra una  cláusula,  escrita  de  esta  manera:  De  la  Orden  de  este  Padre,  que  es  la  Com- 
pañía de  JesúS";  sin  embargo,  en  la  primera  edición  de  las  Obras  de  la  Santa  que  se 
hizo  en  Salamanca  en  1588  y  que  fué  dirigida  por  el  célebre  Agustino  Fr.  Luis  de  León, 
de  la  cual  tengo  un  ejemplar  á  la  vista,  se  omitieron  las  palabras  »que  es  la  Compañía 
de  Jesús»,  y  se  dice  así:  «De  los  de  cierta  Orden».  Las  ediciones  siguientes  se  hicieron 
conforme  á  la  primera  hasta  el  año  de  1627  en  que  se  restableció  el  texto  original,  y 
desde  entonces  han  continuado  conformándose  con  él.  Se  pregunta,  ¿por  qué  en  la  pri- 
mera edición  se  omitieron  las  palabras  ^que  es  de  la  Compañía  de  Jesús»?  ¿Por  qué  se 
alteró,  ó  por  mejor  decir,  se  adulteró  el  texto?  El  Sr.  La  Fuente,  en  una  nota  tratando 
el  punto  que  nos  ocupa,  dice  así:  «Resta  averiguar  el  autor  de  esta  superchería.  Los 
Carmelitas  descalzos  declinaron  la  responsabilidad,  y  con  razón;  pues  ellos  no  corrie- 
ron con  la  edición  de  Salamanca.  En  tal  caso  viene  aquella  sobre  Fr.  Luis  de  León;  y 
en  efecto,  á  él  se  le  ha  solido  culpar;  pero  como  él  no  tuvo  el  original  de  la  Vida  de 
Santa  Teresa,  sino  la  copia  sacada  por  el  P.  Medina,  Dominico,  para  la  duquesa  de 
Alba,  falta  saber  si  la  copia  era  conforme  al  original. 

«De  Fr.  Lus  de  León  no  se  sabe  que  fuera  enemigo  de  los  Jesuítas:  éstos  aún  no  se 
habían  ingerido  en  la  Universidad,  cuyas  cátedras  daban  pábulo  á  todas  aquellas  ren- 
cillas. El  P.  Medina  y  casi  todos  los  frailes  de  San  Esteban  de  Salamanca,  discípulos 
de  Melchor  Cano,  eran  desafectos  á  los  Jesuítas.  Con  todo,  yo  no  me  atrevo  á  culpar  á 
nadie.»  (a). 

Aunque  no  afirma,  como  se  ve,  el  Sr.  La  Fuente,  que  adulteraron  el  pasaje  aludido 
los  Dominicos,  pero  se  expresa  de  tal  modo  que  parece  sospechar  él  y  da  motivo  á  los 
que  lean  su  relato  para  sospechar  que  fueron  realmente  los  Dominicos  los  autores  de 
esta  superchería,  como  la  llama  el  Sr.  La  Fuente. 

Porque  si  según  él,  esta  prímera  edición  se  hizo  no  por  el  original,  sino  por  una  co- 
pia que  de  él  habia  sacado  para  la  duquesa  de  Alba  el  Dominico,  P.  Medina;  si  este 
Padre  y  todos  los  Dominicos  de  San  Esteban  de  Salamanca,  discípulos  de  Melchor 
Cano,  eran  desafectos  á  los  Jesuítas;  sí  por  otra  parte,  Fr.  Luis  de  León  no  era  enemi- 


(a)    Tomo  1."  Edición  de  1861,  página  118. 


-124- 

bio  y  prudente  fué,  para  que  tantas  maravillas,  y  raros  prodigios  de  la 
benignidad  divina  con  las  almas  puras,  tan  altas  noticias  del  tacto  místico, 
no  quedasen  en  olvido,  ni  con  menos  certidumbre  de  la  que  podía  dar 
la  misma  Santa,  humilde,  ilustrada,  y  sumamente  ajustada  á  la  verdad,  y 
tan  enseñada  de  Dios,  que  nadie  como  ella  podía  decirlo  tan  bien,  ni  con 


go  de  los  Jesuítas;  si  los  Padres  Carmelitas  no  tuvieron  responsabilidad  alguna  en  ello, 
viene  la  culpa  de  rechazo  al  dicho  padre  Medina,  quien  al  sacar  la  copia  para  la  du- 
quesa de  Alba  omitió  esas  palabras  y  fué  causa  de  que  Fr.  Luis  de  León,  que  editó  la 
Vida  por  esa  copia,  las  omitiese  también. 

Ni  con  decir  el  Sr.  La  Fuente  que  él  no  se  atreve  á  culpar  á  nadie,  desvirtúa  el  fun- 
damento que  da  para  sospechar  mal  del  Dominico  P.  Medina,  habiendo  dicho  antes  que, 
este  Padre,  como  todos  los  Dominicos  de  Salamanca,  eran  desafectos  á  los  Jesuítas. 

Insinuaciones  de  esta  especie  no  deben  hacerse  nunca  sin  fundamento  sólido.  Y 
¿cuál  es  la  base  en  que  apoya  sus  suspicacias  e!  Sr.  La  Fuente?  No  otra  que  la  gratuita 
é  injuriosa  afirmación  de  que  los  Dominicos  de  Salamanca,  especialmente  el  P.  Me- 
dina, eran  enemigos  de  los  Jesuítas,  y  todos  participaban  de  las  preocupaciones  de 
Melchor  Cano,  contra  esa  Orden  religiosa.  Todo  esto  por  soberanamente  gratuito  é 
injurioso  contra  aquella  religiosísima  casa,  no  puede  encontrar  acogida  en  ningún  áni- 
mo sereno  é  ímparcial:  quod  sic  ostendis,  incredulus  odi. 

Pero  supongamos  que  las  malignas  suspicacias  del  Sr.  La  Fuente  sean  verdaderas: 
no  bastan  ellas  para  salvar  la  dificultad:  es  preciso  darles  mayor  amplitud  y  extender 
la  malevolencia  de  los  Dominicos  hasta  la  misma  Santa  Teresa,  falseando  los  testimo- 
nios que  el  Espíritu  Santo  inspirara  á  su  pluma.  ¿Está  cierto  el  Sr.  La  Fuente  de  que 
Fr.  Luis  de  León  editó  la  Vida  de  Santa  Teiesa  por  la  copia  que  del  original  sacó 
Fr.  Bartolomé  de  Medina?  ¿Está  cierto  de  que  en  esa  copia  falta  el  testimonio  en  favor 
de  la  Compañía?  ¿Sabe  el  Sr.  La  Fuente  si  el  P.  Medina  sacó  alguna  copia  del  libro  de 
las  Moradas  para  que  por  ellas  pudiera  editar  Fr.  Luis  esta  obra?  Porque  también  aquí 
se  cometió  la  misma  supercliería,  suprimiendo  lo  que  en  el  original  se  lee  en  favor  de  la 
Compañía. 

Dice  así  el  original  del  libro  de  las  Moradas,  Moradas  quintas  capítulo  IV.  hacia  el 
medio  del  capítulo:  «Pues  las  que  avrá  perdido  el  demonio  por  Santo  Domingo  y  San 
F.co  y  otros  fundadores  de  órdenes  y  pierde  aora  por  el  P.e  Inacio  el  q.  fundó  la  com- 
pañía q.  todos  está  claro  como  lo  leemos  recibían  mercedes  semejantes  de  Dios  q.  fué 
esto  sino  que  se  esforzaron  á  no  perder  por  su  culpa  tan  divino  desposorio».  Y  que  esto 
sea  ciertamente  así,  me  consta  por  carta  nuiy  atenta  de  la  M.  R.  M.  Priora  del  Conven- 
to de  Carmelitíis  Descalzas  de  Sevilla,  donde  como  es  sabido,  se  conserva  el  origina' 
de  este  precioso  libro.  Dice  así.  la  carta:  <'J.  M.  J.  T, --Carmelitas  Descalzas,  Sevilla  24 


-125- 


palabras  tan  propias  de  la  materia.  Y  así  á  este  Venerable  Padre  debe  la 
Religión,  y  la  Iglesia  todo  el  tesoro  que  goza.  Y  cuando  considero  lo 
que  cada  uno  hizo  ayudando  y  sirviendo  á  la  Santa,  y  favoreciendo  á 
su  Religión,  no  sé  que  nadie  pueda  ganar  la  palma  á  este  Venerable 
Padre. 


Mayo  1909.— M.  R.  P.  Fr.  Felipe  Martín.  M.  R.  y  estimado  Padre:  Con  la  más  grata 
complacencia,  respondo  á  su  muy  apreciabie  del  22  y  accediendo  á  su  deseo,  copio  del 
original  de  las  Moradas  de  Nuestra  Madre  Santa  Teresa,  las  lineas  que  en  su  carta  me 
pide  y  son:  «Pues  las  que  avrá  perdido  el  demonio  por  Santo  Domingo  y  San  F.co  y 
otros  hmdadores  de  órdenes  y  pierde  aora  por  el  P.e  Inacio  el  q.  fundó  la  compañia  q. 
todos  está  claro  como  lo  leemos  recibian  mercedes  semejantes  de  Dios  q.  fué  esto  sino 
que  se  esforzaron  á  no  perder  por  su  culpa  tan  divino  desposorio.» 

«Está  copiado  directamente  del  mismo  original  sin  omitir  ni  añadir  ni  alterar  palabra 
alguna  y  casi  literalmente,  es  decir,  sin  añadir  ni  quitar  letra  en  lo  posible,  pues  usa  la 
Santa  de  muchas  abreviaturas  y  letras  que  no  es  posible  enteramente  imitar. 

«Quedando  en  el  gustoso  encargo  de  encomendar  á  V.  al  Señor,  le  ruega  lo  mismo 
en  favor  de  esta  Comunidad,  y  en  especial,  por  la  menor  de  todas  y  de  \\  h.  s.— Lo- 
renza del  S.  C.  de  Jesús— Pra.—  * 

Las  ediciones  que  se  han  hecho  de  este  libro,  exceptuando  la  primera,  se  hallan 
conformes  en  un  todo  con  el  original,  menos  en  algunas  variantes  de  ortografía  y  asi 
en  las  ediciones  del  Sr.  La  Fuente  se  encuentra  la  cláusula  de  este  modo:  «Pues  las 
habrá  perdido  el  demonio  por  Santo  Domingo,  y  San  Francisco,  y  otros  fundadores  de 
Ordenes,  y  pierde  ahora  por  el  P.  Ignacio  el  que  fundó  la  Compañía,  que  todos  está 
claro,  como  lo  leemos,  recibían  mercedes  semejantes  de  Dios.  ¿Qué  fué  ésto,  sino  que 
se  esforzaron  á  no  perder  por  su  culpa  tan  divino  desposorio?» 

Pero  no  sucede  así  con  la  primera  edición  que  hizo  Fr.  Luis  de  León  en  1589,  y  que 
tengo  á  la  vista;  pues  dice  de  esta  manera:  «Pues,  las  que  aura  perdido  el  demonio  por 
Santo  Domingo,  y  San  Francisco,  y  otros  fundadores  de  ordenes?  que  todos  estos, 
como  lo  leemos,  recibian  mercedes  semejantes  de  Dios.  Que  fue  esto,  sino  que  se  es- 
forcaron  á  no  perder  por  su  culpa  tan  divino  desposorio.» 

Como  se  ve  por  la  comparación  de  un  texto  con  otro,  es  decir,  del  texto  del  original 
y  las  ediciones  posteriores,  menos  la  primera,  por  un  lado,  y  por  otro  el  texto  de  la  pri- 
mera edición  dirigida  por  Fr.  Luis  de  León,  resulta  que  en  esta  primera  se  hallan  supri- 
midas las  palabras  «y  pierde  ahora  por  el  P.  Ignacio,  el  que  fundó  la  Compañía.» 

Un  poco  difícil  sería  explicar  esta  supresión  por  el  desafecto  de  los  Dominicos  á  los 
Jesuítas.  Nos  consta  ciertamente  que  Fr.  Luis  de  León  tuvo  á  la  vista  el  original  de  las 
Moradas  y  sin  embargo  están  suprimidas  esas  palabras,  sin  que  ni  el  P.  Medina,  ni 
ningún  dominico  interviniese  en  esta  supresión. 


-^126- 

«Dio  principio  á  escribir  este  libro  nuestra  Santa  Madre  en  Avila,  año 
1561:  no  se  sabe  el  mes,  ni  el  día.  Habiendo  ido  á  Toledo  á  petición  de 
Doña  Luisa  de  la  Cerda,  como  ya  queda  escrito,  la  prosiguió  y  acabó  en 
aquella  casa,  como  dice  esta  fecha  que  de  mano  de  la  Santa  se  lee  en  el 


Mas  volvamos  á  la  cláusula  suprimida  en  libro  de  la  Vida. 

Es  cierto  que  el  P.  Medina  sacó  una  copia  del  libro  de  la  Vida  de  Santa  Teresa 
para  la  duquesa  de  Alba,  pero  no  consta  que  haya  falseado  el  texto.  Aunque  en  un 
principio  estuvo  prevenido  por  lo  que  oía  decir  contra  ella,  fué  después  que  la  trató  su 
mayor  amigo  y  defensor,  é  iba  de  Salamanca  á  Alba  todas  las  semanas  á  confesarla,  y 
á  esa  copia  ó  traslado  alude  la  misma  Santa,  cuando  escribiendo  al  P.  Gracián  se  ex- 
presa así:  «parecíame  que  ese  libro,  que  dice  le  hizo  trasladar  el  P.  Medina,  es  el  gran- 
de mío.  Hágame  V.  P.  saber  lo  que  sabe  en  este  caso,  que  no  se  le  olvide,  porque  me 
holgaría  mucho,  que  ya  no  hay  otro,  sino  el  que  tienen  los  ángeles  (los  hiquisidores), 
porque  no  se  pierda»  (a). 

Consta  también  que  Fr.  Luis  de  León,  al  hacer  la  primera  edición,  tuvo  á  la  vista 
el  original  y  no  la  copia  del  dicho  P.  Medina.  Cae  por  lo  tanto  por  el  suelo  todo  el  fun- 
damento que  tenia  el  Sr.  La  Fuente,  y  no  debió  mencionar  siquiera  esa  copia  como 
cosa  impertinente  para  el  caso  de  explicar  la  supresión  de  las  palabras:  «que  es  de  la 
Compañía  de  Jesús».  Que  Fr.  Luis  tuvo  á  la  vista  el  original,  lo  certifican  el  P.  Gracián, 
el  P.  Bánez,  la  venerable  Ana  de  Jesús  y  el  mismo  Fr.  Luis  de  León.  Por  ese  motivo 
las  célebres  Carmelitas,  tantas  veces  citadas  sientan  como  inconcusa  esta  verdad  y  es- 
criben: «Lo  afirman  así  formalmente  el  P.  Gracián,  la  venerable  Ana  de  Jesús,  el  mismo 
Fr.  Luis  de  León  y  el  P.  Domingo  Báñez.  Es  verdad,  que  el  Sr.  La  Fuente  no  conoció 
cuando  publicó  los  escritos  de  Santa  Teresa,  la  declaración  de  Ana  de  Jesús,  pero  de- 
bieron bastarle  los  testimonios  del  P.  Gracián  y  de  Fr.  Luis  de  León  para  consignar 
que  la  primera  edición  se  hizo  por  el  original.  Por  eso,  aunque  es  digno  de  elogio,  por 
lo  que  trabajó  en  favor  de  Santa  Teresa,  pero  es  preciso  confesar  que  se  hallan  errores 
de  consideración  en  sus  introducciones  y  en  las  notas  á  las  obras  de  la  Santa  Ma- 
dre» (b). 

Por  último,  el  mismo  P.  Pons,  en  sus  notas  al  capítulo  XIV  del  libro  1."  de  la  Vida  de 
Santa  Teresa,  escrita  por  el  P.  Ribera,  al  ocuparse  en  este  asunto,  dice  así  en  la  pági- 
na 161:  «Creemos  que  no  puede  ya  dudarse  racionalmente  de  que  el  P.  M.  Fr.  Luis  de 
León,  y  no  otro,  fué  quien  hizo  aquel  cambio»,  es  decir,  el  que  suprimió  las  palabras 
«que  es  de  la  Compañía  de  Jesús».  Nada  resta  añadir  á  estas  palabras  formales  del 
erudito  P.  Jesuíta. 

(a)  Carta  5.",  La  Fuente,  Edición  18()1. 

(b)  Tumo  1.",  página  35. 


-127  - 

original:  Acabóse  este  libro  en  Junio  de  1562.  Volvió  después  desde  Toledo 
á  Avila,  fundó  su  primer  monasterio  en  Agosto  de  dicho  año,  día  de  San 
Bartolomé;  y  de  aquí  se  saca  que  ya  tenía  acabado  su  libro  cuando  lo  fun- 
dó Después  de  ésto,  el  P.  Fr.  García  de  Toledo,  persona  de  aventajados 
caudales  de  sangre,  talento  y  letras,  de  la  Sagrada  Orden  de  Santo  Domin- 
go, y  confesor  de  la  Santa:  considerando  que  en  la  primera  relación  falta- 
ba la  fundación  de  aquel  Convento  tan  digna  de  historia:  y  otros  muchos 
de  grande  importancia:  y  que  por  haber  sido  sin  distinción  de  capítulos  era 
menos  agradable:  con  la  autoridad  de  confesor  le  mandó  que  tornase  otra 
vez  á  escribir  su  vida,  supliendo  lo  que  faltaba.  Obedeció  la  Santa  con 
prontitud  y  con  repugnancia,  del  natural  oprimido  de  los  nuevos  cuidados 
y  asistencia  del  gobierno  de  aquel  nuevo  dechado  de  perfección*.  Hasta 
aquí  los  dos  célebres  historiadores  ó  biógrafos  de  la  Santa  Madre  Te- 
resa de  Jesús,  los  cuales,  como  se  acaba  de  ver,  confiesan,  y  así  lo  hacen 
todos,  que  este  libro  se  debe  á  los  VV.  PP.  Fr.  Pedro  Ibáñez  y  Fr.  García 
de  Toledo,  ó  sea,  á  Santo  Domingo,  como  dice  el  Sr.  La  Fuente  (1). 


(1)  Después  de  tan  graves  y  expresivos  testimonios,  y  otros  muchos  que  pudieran 
aducirse,  no  tienen  verdaderamente  explicación  las  palabras  del  Jesuíta  P.  Pons,  quien 
en  la  Introducción  á  la  Vida  de  Santa  Teresa,  por  el  P.  Ribera,  que  acaba  de  publicar, 
escribe  asi:  "¿Quién  la  impuso  (á  Santa  Teresa)  este  precepto  (de  escribir  la  Vida?) 
¿Cuándo  empezó  á  escribirla?  Lo  ignoramos».  No  lo  ignoramos;  lo  ignora  S.  Reveren- 
cia, P.  Pons;  pero  lo  sabe  todo  el  mundo,  y  no  en  duda,  sino  en  cierto.  Sabemos  cier- 
tamente que  el  que  la  impuso  este  precepto  ó  mandato  (no  el  que  la  dio  licencia,  como 
equivocadamente  dice  el  P.  Pons),  fué  el  P.  Fr.  Pedro  Ibáñez,  Dominico,  Lector  de  Sa- 
grada Teología  en  el  Convento  de  Santo  Tomás  de  Avila,  como  consta  de  los  prece- 
dentes testimonios. 

El  mismo  P.  Pons,  en  la  misma  introducción,  un  poco  más  adelante,  después  de  ci- 
tar las  palabras  del  Dominico  P.  Fr.  Domingo  Báñez,  en  que  asegura  que  el  libro  de  la 
Vida  le  escribió  Santa  Teresa  «con  licencia  de  sus  Confesores,  que  antes  habia  tenido, 
como  fué  un  Presentado  Dominico,  llamado  R.  P.  Ibáñez,  añade  el  P.  Pons:  «Ahora 
bien,  los  Confesores  que  antes  tuvo,  fueron  los  PP.  Prádanos,  Alvarez  y  Salazar,  de  la 
Compañía,  y  el  P.  Ibáñez,  Dominico».  Como  se  ve,  el  P.  Domingo  Báñez,  en  este  tes- 
timonio que  dio  en  Salamanca  en  1591  para  la  canonización  de  la  Santa,  no  sólo  dice 
que  Santa  Teresa  escribió  el  libro  de  la  Vida  con  licencia  de  sus  Confesores,  sino 
que  señala  y  nombra  entre  los  Confesores  que  habia  tenido  «al  Presentado  Dominico 
P.  Fr.  Pedro  Ibáñez.» 


-128- 

Las  célebres  Carmelitas  ya  citadas  en  el  prólogo  á  la  Vida  de  la  Santa 
se  expresan  en  estos  términos: 

«Entre  los  escritos  de  Santa  Teresa  de  Jesús,  la  obra  más  importante  y 
la  primera  en  el  orden  cronológico  es  el  Libro  de  su  Vida.  Este,  como  la 
mayor  parte  de  los  escritos  que  nos  dejó  Santa  Teresa,  fué  efecto  de  un 
acto  de  obediencia. 

El  fin  que  la  Santa  tuvo  al  escribir  su  Vida,  fué  dar  á  conocer  á  sus 
confesores  las  gracias  con  que  Dios  la  favorecía  y  el  grado  de  oración  en 
que  se  hallaba.  En  todo  el  curso  de  esta  obra  habla  dirigiéndose  á  religio- 
sos de  Santo  Domingo,  á  los  PP.  Pedro  Ibáñez,  Domingo  Báñez  y  García 
de  Toledo;  y  gran  número  de  pasajes  revelan  claramente  la  intimidad  toda 
sobrenatural  que  unía  á  la  Santa  con  estos  tres  hombres  eminentes,  en  los 
cuales  hallaba,  además  de  la  ciencia  teológica,  de  que  tan  ávida  fué  siem- 


Desde  luego  puede  afirmarse,  que  cualquiera  que  lea  al  Jesuíta  P.  Pons,  en  su  In- 
troducción, y  no  esté  en  antecedentes,  sacará  en  consecuencia,  que  lo  más  probable 
es,  que  el  que  mandó  escribir  á  Santa  Teresa  el  libro  de  su  Vida,  fué  un  Jesuíta.  Por- 
que, si  por  una  parte,  según  el  P.  Pons,  «se  ignora  quién  la  impuso  este  precepto»,  si 
según  el  mismo  Padre,  sólo  sabemos  que  Santa  Teresa  ¡o  escribió  con  la  licencia  de 
los  Confesores  que  antes  habia  tenido,  y  los  confesores  que  antes  había  tenido,  «fue- 
ron los  PP.  Prádanos,  Alvarez  y  Salazar,  de  la  Compañía,  y  el  P.  Pedro  Ibáñez,  Domi- 
nico»; resulta,  según  ésto,  que  de  cuatro  probabilidades,  sobre  quién  pudiera  ser  el 
Confesor  que  impuso  á  Santa  Teresa  el  precepto  de  escribir  su  Vida,  las  tres  son  en 
favor  de  los  PP.  jesuítas  y  sólo  una  en  favor  de  los  Dominicos.  Así  se  embrollan  las 
cosas  más  claras  y  patentes  de  la  historia. 

Lo  más  extraño  de  todo  en  el  P.  Pons  es,  que  después  de  haber  escrito  lo  que  aca- 
bamos de  ver  en  la  Introducción,  al  llegar  al  capitulo  XIII,  del  libro  primero,  se  expre- 
sa así  en  las  notas  de  la  página  156:  «No  hay  que  confundir  (dice),  á  este  Padre  (P.  Ibá- 
ñez), con  Fr.  Domingo  Báñez,  de  la  misma  Sagrada  Religión,  como  lo  hace  el  P  Anto- 
nio Touron  O.  P.  en  su  obra  Histoire  des  hommes  ilustres  de  l'Ordre  de  Saint  Domi- 
nique,  tomo  IV,  libro  XXXII".  Tuvo  el  P.  Ibáñez  la  feliz  idea  de  ordenar  á  Santa  Tere- 
sa que  escribiera  la  historia  de  su  Vida.  Principióla  en  Avila  en  1561  y  la  acabó  de  es- 
cribir en  Toledo,  en  casa  de  Doña  Luisa  de  la  Cerda,  hacia  Junio  de  1562.»  Y  más  ade- 
lante, en  otra  nota,  página  390,  viene  á  repetir  lo  mismo,  al  escribir:  «Empezó  la  Santa 
á  escribir  el  libro  de  la  Vida  en  1561,  por  orden  del  P.  Fr.  Pedro  Ibáñez,  Dominico,  y 
la  terminó  en  1562,  estando  en  Toledo.  En  esta  ciudad,  por  mandato  del  P.  García  de 
Toledo,  también  Dominico,  añadió  al  libro,  la  fundación  de  San  José  de  Avila.  Véase  la 


-129  — 

pre,  la  experiencia  personal  en  lo  que  se  refería  á  la  mistica  más  elevada.  > 
Como  se  ve,  no  sólo  confirman  todo  lo  que  hasta  aquí  llevamos  ex- 
puesto en  el  presente  capítulo,  sino  que  añaden  dos  cosas  en  que  convie- 
ne fijemos  nuestra  atención.  Ellas  nos  dicen,  y  con  razón,  que  en  esos 
hombres  eminentes  no  sólo  hallaba  la  Santa  los  conocimientos  teológicos, 
ó  sea,  que  eran  liombres  de  letras,  sino  que  encontró  también  en  ellos  la 
ciencia  experimental  de  la  mística  más  elevada,  que  era  grande  la  expe- 
riencia que  tenían  en  los  caminos  sobrenaturales  de  la  oración,  que  Dios 
comunica  á  algunas  almas  privilegiadas,  entre  las  cuales  deben  ser  conta- 
dos estos  venerables  religiosos;  con  lo  cual  se  confirma  más  y  más  cuanto 
apuntamos  en  la  primera  parte  al  ocuparnos  de  esta  importante  materia. 
Nombran  además  al  P.  Domingo  Báñez,  de  quien  nada  nos  han  dicho,  ni 
el  Sr.  La  Fuente,  ni  el  autor  de  la  Reforma  Carmelitana.  Esto  necesita  ex- 


Introducción».  ¿Quién  no  ve  en  estas  afirmaciones  la  más  patente  contradicción?  Repi- 
te dos  veces  en  las  notas  que  la  Santa  empezó  á  escribir  su  Vida  en  1561,  por  orden 
del  P.  Pedro  Ibáñez,  después  que  ha  afirmado  en  la  Introducción:  «que  ignoramos  quién 
la  impuso  el  precepto  de  escribir  y  la  fecha  en  que  empezó.  Nos  parece  excesivo  el 
aplomo  con  que  el  P.  Pons  trata  de  envolver  en  el  misterio  de  la  duda  un  punto  indis- 
cutible, estudiado  por  él  con  tanta  ligereza,  que  es  muy  dificil  salvarle  de  haber  incu- 
rrido en  contradicción  palmaria. 

También  encierran  no  pequeña  inexactitud  las  últimas  palabras  de  la  página  190, 
cuando  dice:  »En  esta  ciudad  (Toledo),  por  mandato  del  P.  Garcia  de  Toledo,  también 
Dominico,  añadió  al  libro  la  fundación  de  San  José  de  Avila'>.  Mucho  se  equivoca  el 
P.  Pons  al  afirmar  que  Santa  Teresa  añadió  en  Toledo  al  libro  de  la  Vida  la  fundación 
de  San  José  de  Avila.  Esta  fundación  es  cierto  que  la  escribió  por  mandato  del  Domi- 
nico P.  Garcia  de  Toledo;  pero  no  la  escribió  en  Toledo,  sino  en  Avila.  Santa  Teresa 
estuvo  en  Toledo  los  primeros  seis  meses  de  1562,  ó  sea,  hasta  últimos  de  Junio,  que 
llegó  á  Avila,  haciéndose  la  fundación  de  San  José  el  24  de  Agosto  de  este  mismo  año, 
y  como  es  claro,  no  pudo  escribirla  en  esos  seis  meses,  pues  aún  no  se  había  hecho  la 
fundación,  y  no  volvió  á  la  imperial  ciudad,  hasta  el  año  1568.  Para  esta  fecha,  hacia  ya 
tiempo  que  la  Santa  había  terminado  el  libro  de  la  Vida,  pues  según  todos  los  biógra- 
fos, al  salir  á  la  fundación  de  Medina  en  el  1567,  había  ya  escrito  además  el  Camino 
de  Perfección,  que  según  todos,  es  posterior  al  libro  de  la  Vida... 

Clin  razón,  pues,  el  ilustre  profesor  del  Colegio  de  Francia,  Mr.  Morel,  en  el  Biille- 
tin  Hispaniquc,  que  se  publica  en  Bordeaux,  acusa  al  P.  Pons  de  haber  escrito  con 
poca  preparación  y  sin  la  suficiente  critica. 

9 


-130- 

plicación.  Los  dos  autores  citados  se  ocupan  sólo  de  señalar  quiénes  fue- 
ron los  que  mandaron  á  Santa  Teresa  escribir  su  vida,  y  estos  ciertamen- 
te fueron  los  PP.  Pedro  Ibáñez  y  García  de  Toledo;  pero  estas  eruditas 
religiosas  pasan  más  adelante,  y  haciéndose  cargo  de  que  el  P,  Báñez  era 
conventual  y  lector  en  Santo  Tomás  de  Avila,  cuando  por  mandato  del 
P.  García  de  Toledo  escribía  la  Santa  por  segunda  vez  su  Vida;  y  no  sólo 
vivía  en  Santo  Tomás,  sino  que  era  además  por  aquel  tiempo,  confesor  de 
Santa  Teresa,  en  unión  del  P.  García  de  Toledo,  pues  la  misma  Santa  afir- 
ma que  tenia  en  aquella  época  dos  confesores,  y  los  dos,  grandes  letra- 
dos (1),  los  cuales  eran  estos  venerables  Padres:  se  explica  que  al  recibir 
en  Santo  Tomás  los  pliegos  que  desde  San  José,  enviaba  Santa  Teresa, 
los  dos  Padres  los  leyesen,  repasasen  y  consultasen  entre  sí,  sobre  puntos 
tan  elevados,  como  eran  los  que  la  Santa  trataba. 

Conoció  tan  á  fondo  este  libro  de  la  Vida,  el  P.  Báñez  y  tenía  tal  se- 
guridad sobre  la  doctrina  y  enseñanzas  que  encerraba,  que  según  su  pa- 
recer no  había  necesidad  de  consultar  con  nadie  sobre  este  punto  y  así  se 
lo  significó  en  diversas  ocasiones  á  la  misma  Santa  Madre.  Mas  ésta,  lle- 
vada de  su  profunda  humildad,  quiso  que  á  todo  trance  lo  leyese  y  diese 
su  parecer  el  Beato  Juan  de  Avila,  y  á  escondidas  y  sin  saber  nada  el  Pa- 
dre Báñez,  se  le  envió  por  conducto  de  Doña  Luisa  de  la  Cerda;  y  á  esto 
aludía  Santa  Teresa  cuando  escribiendo  á  dicha  señora,  la  decía  de  esta 
manera:  «Mire  V.  S.,  pues  le  encomendé  mi  alma,  que  me  la  envíe  con 
recaudo  lo  más  presto  que  pudiere,  y  que  no  vengan  sin  carta  de  aquel 
santo  hombre,  para  que  entendamos  su  parecer,  como  V.  S.  y  yo  trata- 
mos. Tamañita  estoy  cuando  ha  de  venir  el  presentado  Fr.  Domingo,  que 
me  dicen  ha  de  venir  por  acá  este  verano,  y  hallarme  ha  en  el  hurto:  por 
amor  de  Nuestro  Señor,  que  V.  S.  en  viéndole  aquel  santo,  me  le  envié, 
que  tiempo  le  quedará  á  V.  S.  para  que  le  veamos,  cuando  yo  torne  á  To- 
ledo. De  que  le  vea  Salazar,  si  no  es  mucha  oportunidad,  no  se  le  dé  nada, 
que  va  más  en  esto*  (2). 


(1)  Vida  de  la  Santa,  capitulo  XXXIX,  donde  escribe:  'Díjelo  á  mis  confesores  que 
tenía  entonces  dos  liartos  letrados  y  siervos  de  Dios.- 

(2)  Carta  5.",  La  hueiite,  edición  18G1. 


i 


-131  - 


Tienen,  pues,  más  que  sobrado  fundamento  al  nombrar  al  P.  Báñez 
como  á  persona  que  revisaba  en  unión  del  P.  García,  los  pliegos  según  la 
Santa  los  enviaba  de  su  convento  de  San  José,  por  más  que  no  el  P.  Bá- 
ñez, sino  el  P.  García,  era  el  que  se  los  mandaba  escribir  (1). 


Comentando  estas  palabras  de  su  Santa  Madre  el  P.  Antonio  de  San  José,  escribe: 
«El  P.  Fr.  Domingo  Báñez,  su  confesor,  estaba  ya  suficientemente  asegurado  de  él.  No 
quería  se  anduviese  en  más  pruebas.  Deseaba  se  aquietase  la  Santa,  pero  como  el  jus- 
to siempre  vive  con  recelo,  todavía  vivía  la  Santa  recelosa  de  sí  misma.  Agitada  de  su 
humildad,  y  deseosa  de  su  quietud,  envió  el  libro  á  el  M.  Avila,  como  á  varón  tan  doc- 
to y  espiritual.  Por  eso  segunda  vez  encarga  á  este  Señora,  que  se  lo  vuelva  antes  que 
su  confesor  vuelva  á  Avila:  "Tamañita  estoy,  dice,  cuand )  ha  de  venir  el  Presentado 
Fr.  Domingo  (que  me  dicen  ha  de  venir  por  acá  este  verano),  y  hallarme  ha  en  el  hur- 
to». Es  muy  propia  la  voz  tamañita,  pues  como  dice  el  Diccionario  español,  es  lo  mismc» 
que  temerosa  ó  amendrentada.  En  lo  cual  se  ve  la  propiedad  con  que  usaba  la  Santa 
la  lengua  castellana,  aunque  escribía  de  priesa».  (P.  Antonio  de  San  José,  tomo  2.",  car- 
ta 10,  página  73.  nota  número  7.)  Y  añade  el  autor  de  la  Reforma,  libro  5.",  capítulo  36. 
Aunque  los  referidos  PP.  de  la  Orden  de  Santo  Domingo,  Ibáñez,  Báñez  y  Toledo, 
vieron  y  aprobaron  la  primera  y  segunda  vez  esta  escritura  con  la  atención  y  rigor  que 
la  materia  pedía,  y  requería  su  reputación  en  caso  que  les  pidiesen  cuenta  de  su  apro- 
bación. La  Santa  acosada  de  su  misma  humildad  y  poca  satisfacción  de  sus  obras  no 
perdió  ocasión  de  asegurarse  más  y  más  de  lo  escrito.» 

(I)     Estos  Padres  examinaban  el  libro  de  la  Vida  y  conferenciaban  sobre  él  en  el 
convento  de  Santo  Tomás  por  los  años  de  1564  y  1565. 


CAPÍTULO    III 

Cos  IPIP.  Domingo  Báñez  y  l^ernando  del  Castillo,  y  la  Vida  de 
teresa  de  ¡esús,  ante  el  tribunal  de  la  iínquisición. 


Ya  se  ha  visto  qué  parte  tuvieron  los  hijos  de  Santo  Domingo  en  el 
libro  primero  y  principal  de  Santa  Teresa,  ó  sea  en  el  libro  de  su  vida. 

Los  nombres  de  los  VV.  PP.  Fr.  Pedro  Ibáñez,  Fr.  Domingo  Báñez  y 
Fr.  García  dj  Toledo,  serán  siempre  venerados  y  de  memoria  eterna  por 
la  eficacísima  parte  que  tuvieron  en  vencer  la  modestia  de  Teresa  de  Je- 
sús, haciéndola  trasladar  al  papel  las  misericordias  que  sin  medida  había 
recibido  del  Señor. 

Resta  ahora  historiar  las  persecuciones  por  que  pasó  este  libro,  del  cual, 
como  del  de  la  Imitación  Cristo  por  Kempis,  afirma  el  Cardenal  Gon- 
zález (1)  haber  sido  escrito  bajo  un  influjo  especial  del  espíritu  de  Dios. 

Para  hacer  la  relación  fiel  de  estas  persecuciones,  de  sus  perseguido- 
res y  defensores  que  constituye  la  materia  de  este  tercer  capítulo,  seguire- 
mos citando  las  palabras  de  los  mismos  historiadores  que  nos  han  servido 
para  ilustrar  el  capítulo  anterior;  porque  ellos  son  los  que  con  más  exten- 


(1)  La  Biblia  y  La  Ciencia,  Cap.  I,  párrafo  4.*' 
«De  cuatro  modos  puede  influir  Dios,  para  que  un  escritor  no  se  aparte  de  la  verdad: 
(a)  Por  medio  de  un  movimieuto  piadoso,  en  virtud  del  cual,  el  hombre  es  excitado 
por  Dios  de  una  manera  particular  para  escribir  cosas  espirituales  y  ascéticas,  encamina- 
das á  la  santificación  de  las  almas:  las  obras  de  Santa  Teresa  y  el  libro  de  la  Imitación 
de  Cristo,  pueden  considerarse  como  manifestaciones  de  este  movimiento  piadoso  y 
divino.» 


—  134  — 

sión  y  más  circunstanciadamente  nos  dan  cuenta  de  estos  importantes  su- 
cesos. Mas  para  actuarse  mejor  en  cuanto  digan,  conviene  recordar  antes 
que,  acabado  de  fundar  el  monasterio  de  Toledo,  en  Mayo  de  1569,  San- 
ta Teresa  se  fué  á  fundar  á  Pastrana;  pues  tenía  hacía  ya  tiempo  con- 
certada esa  fundación  con  la  Princesa  de  Eboli,  Doña  Ana  de  Mendoza. 
«Hallé  allá,  dice  la  Santa  en  el  capítulo  XVII  de  sus  Fundaciones,  á  la 
Princesa  y  al  Príncipe  Ruiz  Gómez  de  Silva,  (señores  de  aquella  villa), 
que  me  hicieron  muy  buen  acogimiento.  Estaría  allí  tres  meses,  adonde  se 
pasaron  hartos  trabajos,  por  pedirme  algunas  cosas  la  Princesa,  que  no 
convenían  á  nuestra  religión:  así  me  determiné  á  venir  de  allí  sin  fundar, 
antes  que  hacerlo.  Mas  el  Príncipe  Ruiz  Gómez  con  su  cordura  (que  lo 
era  mucho  y  llegado  á  razón),  hizo  á  su  mujer  que  se  allanase.  Fundados 
entrambos  monasterios,  uno  de  Frailes  y  otro  de  Monjas,  murió  el  Prínci- 
pe Ruiz  Gómez,  y  con  la  acelerada  pasión  de  su  muerte  entró  la  Princesa 
allí  monja.  Vínose  á  disgustar  con  la  Priora  y  con  todas,  de  tal  manera  que 
dejó  el  hábito  y  aun  después  de  dejado,  estando  ya  en  su  casa  le  daban 
enojo,  y  las  pobres  Monjas  con  tanta  inquietud  que  yo  procuré  se  quitase 
de  allí  el  monasterio,  fundándose  uno  en  Segovia».  Se  hizo  esto  por  pa- 
recer y  consejo  de  nuestros  VV.  PP.  Pedro  Fernández,  Hernando  del  Cas- 
tillo y  Domingo  Báñez,  como  se  dirá  en  otra  parte.  Después  de  estos  pre- 
liminares, oigamos  á  los  historiadores  ya  citados  la  relación  que  nos  ha- 
cen de  la  persecución  que  se  levantó  contra  el  libro  de  la  Vida. 

Y  sea  el  primero  el  autor  de  la  Crónica  Carmelitana,  quien  en  el  libro 
segundo,  capítulo  XXVIII  hace  historia  extensa  de  todo  lo  ocurrido  por 
las  siguientes  palabras:  -Partióse  la  Santa  para  la  villa  de  Pastrana:  fué 
muy  bien  recibida  de  los  Príncipes,  y  aposentáronla  en  una  pieza  de  Pa- 
lacio, retirada  de  la  comunicación,  en  tanto  que  se  componía  la  casa  que 
había  de  ser  monasterio.  Porque  la  Princesa  la  había  hecho  derribar,  y 
volver  á  hacer  algunas  cosas  de  nuevo,  con  que  se  pasaron  algunas  inco- 
modidades, por  la  estrechez  y  otros  descuidos  de  Palacio.  Mayores  fueron 
las  que  luego  comenzó  á  experimentar  con  la  Princesa.  Había  llevado  de 
Madrid  una  religiosa  Agustina  del  Convento  de  la  Humildad  de  Segovia, 
llamada  Doña  Catalina  Machuca,  con  intento  que  dejando  su  hábito,  to- 
mase el  de  descalza  Carmelita:  y  con  tanta  resolución,  que  mandaba  se 


-135- 

ejecutase  luego.  No  vino  en  ello  tan  presto  la  santa  fundadora,  previnien- 
do las  dificultades  de  estas  mudanzas,  y  falta  de  las  noticias  de  la  persona 
para  darle  su  hábito.  Era  esta  señora  tan  fuerte  en  sus  determinaciones, 
tan  agradada  de  sus  pareceres,  que  el  nó,  era  crimen  sin  perdón.  Bien 
echó  de  ver  el  sentimiento  la  santa  madre;  pero  parecióle  menor  daño  que 
el  que  podía  hacer  en  sus  hijas  aquella  monja  no  conocida.  Para  dar  al- 
guna salida  consultó  al  P.  Maestro  Fr.  Domingo  Báñez,  lo  que  debía  ha- 
cer, declarándole  las  causas  que  por  una  y  otra  parte  se  ofrecían.  Respon- 
dióle, hacía  muy  bien,  y  que  debía  guardar  entereza  en  no  abrir  la  puerta 
á  recibir  monjas  de  otra  Orden,  sin  muy  maduro  y  largo  examen,  por  lo 
que  la  experiencia  había  descubierto  en  semejantes  mudanzas.  Con  esta 
respuesta  del  P.  Báñez,  se  sosegaron  algo  la  Princesa  y  la  pretendiente, 
aunque  no  del  todo.  Porque  el  encuentro  de  voluntades,  mayormente  de 
Príncipes,  lo  menos  que  deja  son  sospechas. 

«Presto  se  ofreció  otra  ocasión  de  mayor  sentimiento  para  la  Santa  y 
sus  Religiosas.  Tuvo  la  Princesa  noticia  (no  se  sabe  cómo)  de  que  traía 
consigo  el  libro  que  había  escrito  de  su  Vida.  Dióle  tanto  apetito  (pasión 
propia  de  mujeres)  que  se  lo  pidió.  Como  la  Santa  con  discretas  y  humil- 
des excusas  lo  negase,  puso  por  intercesor  al  duque,  su  marido.  Resistió 
como  al  principio.  Pero  fueron  tantos  los  ruegos  del  uno  y  del  otro,  que 
se  hubo  de  rendir,  habiendo  primero  recibido  palabra  de  que  sólo  ellos  lo 
habían  de  leer:  advirtiéndoles  los  gravísimos  inconvenientes  que  de  lo 
contrario  se  podían  seguir.  Dentro  de  pocos  días  supo  la  Santa  que  anda- 
ba su  libro  entre  de  las  criadas;  ó  porque  alguna  lo  tomó,  ó  porque  la 
Princesa  se  olvidó  de  lo  que  había  ofrecido.  Fueron  grandes  las  risadas 
de  Palacio,  y  no  menos  las  mofas,  siendo  movedora  la  Princesa  por  no 
obedecida  en  la  monja  no  admitida.  Decían  ser  embelecos  las  revelacio- 
nes semejantes  á  los  de  Magdalena  de  la  Cruz.  Llegaron  á  tanto  las  bur- 
las que  pasaron  hasta  Madrid,  y  en  los  estrados  de  las  señoras  se  cele- 
braron los  gracejos  de  la  Princesa  contra  el  libro.  Y  este  fué  el  origen  de 
pedirlo  después  el  Inquisidor  General-. 

El  Sr.  La  Fuente  refiere  el  mismo  desmán,  como  la  Santa  le  llama  (1), 

(1)     La  Fuente,  relación  7.'',  número  20,  libro  de  las  Relaciones. 


—  136  — 

y  escribe  en  el  prólogo  ó  introducción  á  la  Vida  de  Santa  Teresa,  tomo  1.° 
edición  de  1861:  En  aquel  mismo  año  (1569)  á  9  de  Julio,  tomó  posesión 
Santa  Teresa  del  Monasterio  de  Pastrana,  después  de  haber  estado  algu- 
nos días  en  compañía  de  los  Príncipes  de  Eboli,  que  la  acogieron  con  gran 
benignidad.  Pero  el  genio  voluble  y  caprichoso  de  la  Princesa  causó  no 
pocos  disgustos  á  la  fundadora.  Uno  de  ellos  fué  la  persecución  que  le 
acarreó  por  el  libro  de  su  Vida.  La  Princesa  quiso  verlo:  las  de  Medina- 
celi  y  Alba  habían  disfrutado  de  aquel  libro;  ¿por  qué  no  lo  había  de  dis- 
frutar ella?  (1). 


(1)  Las  copias  que  cada  día  se  multiplicaban,  desagradaban  sobre  manera  al  P.  Bá- 
ñez,  porque  de  ese  modo  se  iban  publicando  cosas  que  debieran  estar  ocultas  y  secre- 
tas. Y  con  razón  se  alarmaba  por  ello  ese  respetable  religioso,  nos  dicen  las  Madres  Car- 
melitas; pues  esto  fué  el  motivo  y  ocasión  de  que  la  Princesa  de  Eboli  comprometiese 
á  la  Santa  á  que  la  diese  contra  su  voluntad  el  libro  de  la  Vida.  Sabía  la  dicha  Princesa 
que  le  leían  Doña  Luisa  de  la  Cerda,  Doña  María  de  Mendoza,  hermana  del  Obispo  de 
Palencia,  la  Duquesa  de  Alba,  Doña  María  Enríquez  y  su  nuera  Doña  María  de  Tole- 
do. Por  eso  el  P.  Báñez  dijo  en  su  declaración  en  Salamanca: 

«Ítem  digo:  que  en  cuanto  á  sus  libros,  del  uno  dellos  puedo  decir  que  es  donde 
ella  escribió  su  Vida  y  el  discurso  de  la  oración,  por  donde  Dios  la  había  llevado,  pre- 
tendiendo en  esto  que  sus  confesores  la  conociesen  y  enseñasen,  y  juntamente  aficio- 
nar á  la  virtud  á  los  que  leyesen  las  Miseí icordias  de  Dios,  que  con  ella  había  usado, 
siendo  tan  gran  pecadora  como  ella  confiesa  con  mucha  humildad. 

»Este  libro  ya  le  tenía  escrito  cuando  yo  la  comencé  á  tratar,  y  le  hizo  con  licencia 
de  sus  confesores,  que  antes  había  tenido,  como  fué  un  presentado  dominico,  llamado 
R.  P.  Ibáñez,  lector  de  Teología  de  Avila:  después  tornó  á  añadir  y  reformar  el  dicho 
libro,  el  cual  libro  yo  llevé  al  Santo  Oficio  de  la  Inquisición  en  Madrid,  y  después  me 
lo  volvió  el  inquisidor  D.  Francisco  de  Soto  y  Salazar,  para  que  lo  tornase  á  ver  y  di- 
jese mi  parecer,  y  le  torné  á  ver;  y  al  cabo  del  libro,  en  algunas  fojas  blancas,  dije  mi 
parecer  y  censura,  como  se  hallará  en  el  original,  escrito  de  mano  de  la  misma  madre 
Teresa  de  Jesús,  por  el  cual  dicen  se  ha  impreso  el  que  anda  en  público,  y  me  holgara 
harto  se  imprimiera  mí  censura,  para  que  se  entendiera  con  cuánto  recato  se  debe  pro- 
ceder en  santificar  á  los  vivos. 

"La  censura  fué,  en  sustancia,  que  por  el  dicho  libro  constaba  que  la  dicha  Teresa  de 
Jesús,  aunque  fuese  engañada,  no  era  engañadora;  pues  tan  de  veras  buscaba  luz  y  ma- 
nifestaba todos  sus  males  y  sus  bienes. 

»Lo  segundo  que  dije,  fué  que  no  convenía  que  ándase  en  público  este  libro,  mien- 


-137  — 

La  Duquesa  de  Alba  guardaba  el  libro  con  gran  reserva  y  lo  leía  en  su 
oratorio;  pero  la  de  Eboli  lo  tuvo  con  tal  indiscreción,  que  hasta  los 
pajes  y  dueñas  se  divertían  en  leerlo  y  hacían  gran  burla  entre  ellas  sobre 
las  revelaciones  de  la  monja.  Muerto  el  Príncipe  de  Eboli,  quiso  la  Prince- 
sa entrar  de  religiosa  en  su  Convento  de  Pastrana.  El  primer  día  tuvo  un 
fervor  violento;  al  segundo  mitigó  la  regla;  al  tercero  la  relajó,  y  principió 
á  tratar  con  seglares  dentro  de  la  clausura.  Era  además  tan  profunda  su 
humildad,  que  exigía  á  las  monjas  le  hablasen  de  rodillas:  además  porfia- 
ba se  admitiese  á  las  que  quisiera  proponer,  sobre  lo  cual  ya  había  alter- 
cado con  Santa  Teresa,  pues  proponía  algunas  que  no  convenían.  Santa 
Teresa  con  la  entereza  de  carácter  que  le  era  peculiar,  manifestó  á  la  de 
Eboli  que  iba  errada.  La  Princesa  alegó  que  el  Convento  era  suyo;  pero 
la  Santa  le  probó  que  las  monjas  no  lo  eran;  y  mandólas  salir  de  Pastra- 
na, las  hizo  trasladar  á  Segovia,  pues  en  verdad  valía  más  no  tener  Con- 
vento, que  tenerlo  malo.  Grande  debió  ser  el  despecho  de  la  altanera 
dama  y  favorita  de  Felipe   11   por  tal  desaire,  aunque  tan   merecido.   De 


tras  ella  viviese;  mas  que  se  guardase  en  el  Santo  Oficio,  hasta  ver  en  qué  paraba  esta 
mujer,  y  que  contra  mi  voluntad  se  hicieron  algunos  traslados  del  dicho  libro  por  haber 
venido  á  manos  del  obispo,  D.  Alvaro  de  Mendoza,  que  como  poderoso  y  perlado,  que 
habia  sido  de  la  dicha  Teresa  de  Jesús,  le  pudo  hacer  trasladar  y  dar  á  su  hermana 
Doña  Maria  de  Mendoza,  y  asi  algunos  hombres  curiosos  en  cosas  espirituales,  que 
hubieron  algunos  de  estos  traslados  á  Uís  manos,  los  trasladaron  de  nuevo,  y  uno  de 
ellos  tiene  la  duquesa  de  Alba,  Doña  Maria  Enriquez,  y  creo  que  vino  á  manos  de  su 
miera,  Doña  Maria  de  Toledo. 

•Todo  esto  tan  contra  mi  voluntad,  que  me  enojé  con  la  dicha  Teresa  de  Jesús,  aun- 
que entendía  que  no  tenia  ella  la  culpa,  sino  de  quien  ella  se  había  confiado;  y  dicién- 
dole  yo  que  quería  quemar  el  original  porque  no  convenia  que  escritos  de  mujeres  an- 
duviesen en  público,  me  respondió  ella,  que  lo  mirase  bien  y  lo  quemase  si  me  pare- 
ciese, en  lo  cual  conocí  su  gran  rendimiento  y  humildad,  y  lo  miré  con  atención,  y  no 
me  atreví  á  quemarle,  sino  remitile,  como  dicho  tengo  al  Santo  Oficio,  de  donde  resultó 
que  después  de  su  muerte  se  ha  impreso,  aunque  no  deja  de  tener  contradiciones  de 
algunas  gentes,  que  con  buen  celo  y  poca  experiencia  de  la  vida  espiritual,  calumnian 
algunas  cosas  que  no  entienden;  pero  á  otras  nmchas  personas  doctas  y  vulgares  les 
ha  parecido  muy  bien  y  les  hace  gran  provecho.  Declaración  del  P.  Domingo  Báñez». 
(La  Fuente,  tomo  6.",  página  174,  edición  de  1881.) 


-138- 

ahí  su  deseo  de  venganza  y  la  delación  del  libro  á  la  Inquisición.* 
Y  en  su  edición  de  1881  se  expresaba  en  esta  forma: 
•«La  Providencia  quiso  que  se  rompiese  toda  comunicación  entre  la  pura 
y  casta  virgen  de  Avila  y  la  viuda  de  Ruiz  Gómez,  é  indispuesta  con  mo- 
tivo de  no  haberse  ésta  doblegado  á  sus  caprichos,  orgullo  y  veleidades 
en  Pastrana,  delató  el  libro  á  la  Inquisición  de  Toledo»  (1). 

Tenemos,  pues  ya,  el  libro  de  la  Vida  en  el  tribunal  de  la  Inquisición 
y  delatada  la  Santa  Escritora  bajamente  por  personas  cortesanas  y  mal  in- 
tencionadas, convirtiendo,  ó  más  bien,  queriendo  convertir  aquel  santo 
Tribunal  en  Instrumento  de  su  venganza:  porque  la  Inquisición  era  enton- 
ces para  opiniones  religiosas,  lo  que  es  ahora  la  policía  para  las  opiniones 
políticas  en  épocas  de  revueltas;  Santa  Teresa  por  lo  tanto,  y  dejemos  otra 
vez  la  palabra  al  Sr.  La  Fuente:  «Santa  Teresa,  dice,  veíase  en  medio  de 
otra  persecución  tan  grave  ó  más  que  la  sufrida  en  Avila.  Luchaba  allí  (en 
Avila)  contra  el  Ayuntamiento  y  los  vecinos  de  su  patria,  contra  los  frailes 
de  su  pueblo  y  las  monjas  de  su  propio  Convento.  Mas  ahora  se  veía  per- 
seguida por  los  Carmelitas  Calzados  y  por  la  Princesa  de  Eboli,  que  ha- 
bía convertido  en  ira  y  despecho  su  altanera  protección,  y  casi  por  la  In- 
quisición de  Castilla  la  Nueva,  á  la  cual  habían  sido  denunciadas  la  escri- 
tora y  el  libro.» 

Tiene  razón  el  Sr.  La  Fuente  al  afirmar,  que  la  persecución  de  que  ha- 
blamos fué  tan  grave  ó  más  que  la  sufrida  en  Avila  al  tratar  de  fundar  su 
primer  monasterio:  pues  dando  cuenta  la  Santa  al  P.  Rodrigo  Alvarez  de 
lo  que  estaba  sufriendo  con  éste  denuncia  ó  desmán  como  ella  dice,  aña- 
de: ^Hame  sido  grande  tormento  y  cruz  y  me  cuesta  machas  lágrimas»  (2). 
No  se  lee  ni  es  verosímil  que  las  derramase  cuando  la  persecución  de  Avi- 
la (3),  y  por  lo  tanto,  no  creo,  sea  exajerado  el  decir  que  este  apuro  fué  el 

(1)  La  Princesa  de  Eboli,  deiuiiKiú  el  libro  diciendo  que  estaba  lleno  «de  visiones»- 
«de  revelaciones  y  de  doctrinas  peligrosas-  y  prevenía  á  los  Inquisidores  «que  se  die- 
sen priesa  á  recogerle  y  examinarle. - 

(2)  La  Fuente,  Relación  7/',  núni.  2<i;  libro  de  las  Relaciones. 

(3)  Tan  lejos  estuvo  de  turbarse  la  indita  Virgen  Teresa  de  Jesús  por  las  persecu- 
ciones que  sufrió  de  toda  la  ciudad  de  Avila  en  su  primera  fundación  que  como  ella 
misma  escribe  en  el  capitulo  XXXlll  de  su  Vida,  nadie  podía  persuadirse  de  la  paz  in- 


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iiiayor  du  cuantos  pasó  en  su  vida:  y  se  explica  que  asi  fuese  no  tanto  por 
la  delación  del  libro  á  este  Santo  Tribunal,  cuanto  por  el  peligro  que  con 
esta  delación  amenazaba  de  muerte  á  la  naciente  Descalcez.  Santa  Teresa 
comprendió  desde  luego  la  grandeza  del  peligro,  y  ahí  las  lágrimas  que  la 
costaba  el  desmán  de  la  Princesa. 

Santa  Teresa  supo,  hallándose  en  Veas  en  1575  la  denuncia  que  se 
había  hecho  de  su  libro,  y  afligida  suplicaba  al  Señor  remediase  este  des- 
mán, porque  comprendió  luego  que  si  incurría  en  la  indignación  de  los 
Inquisidores  y  de  Felipe  I!,  amenazaba  la  destrucción  de  su  Reforma. 

Antes  que  Santa  Teresa  supo  ya  el  P.  Báñez  la  delación  del  libro  al 
Santo  Tribunal.  Véase  lo  que  nos  dicen  las  ya  citadas  Madres  Carmelitas 
en  la  Introducción  á  la  Vida  de  su  Santa  Madre: 

-El  P.  Domingo  Báñez,  entonces  Regente  del  Colegio  de  San  Grego- 
rio de  Valladolid,  supo  probablemente  antes  que  la  Santa,  la  pérfida  de- 
nuncia que  se  había  hecho  al  Santo  Tribunal.  Inmediatamente  sobre  la 
marcha  se  resolvió  á  presentar  él  mismo  á  los  Inquisidores  el  libro  que 
había  sido  delatado  como  si  tuviera  peligrosas  doctrinas,  confiando  sin 
duda  poder  ampararle  con  la  protección  y  prestigio  de  su  nombre.  Antes 
de  entregarle  á  los  Inquisidores  creyó  prudente  poner  al  margen  algunas 


terior  en  que  se  hallaba.  Asi  nos  lo  dice  por  estas  palabras:  «Otras  veces  hacíame  Dios 
muy  gran  merced,  que  todo  esto  no  me  daba  inquietud...  y  esto  no  podía  nadie  creer 
(ni  aun  las  mismas  personas  de  oración  que  me  trataban),  sino  que  pensaban  estaba 
muy  penada  y  corrid¿i  y  aun  mi  mismo  Confesor  no  lo  acababa  de  creer'».  Esto  mismo 
se  deduce  de  todo  e¡  proceso  de  Canonización  llevado  á  cabo  en  esta  Ciudad.  Consta 
dicho  proceso  de  dos  grandes  volúmenes  en  folio.  Tiene  el  primer  volumen  próxima- 
mente unas  900  hojas  ó  folios,  y  el  segundo  cerca  de  500.  En  las  1 19  declaraciones  que 
abraza  el  proceso,  se  halla  consignado  con  toda  unanimidad  la  grande  paz,  quietud  y 
presencia  de  espíritu  en  que  se  mantuvo  siempre  la  Santa  Fundadora  durante  el  perio- 
do de  persecución  atroz  por  que  pasó  al  echar  los  cimientos  de  su  celebérrima  Ret\)r- 
ma  con  la  fundación  de  San  José.  Ya  que  hablamos  del  proceso,  no  está  de  más  el  ha- 
cer constar  también  otra  cosa  muy  notable  por  cierto,  y  es  que  apenas  hay  una  decUi- 
ración  en  todo  él  sin  que  aparezca  el  nombre  del  Dominico  P.  Fr.  Domingo  Báñez.  Su 
persona  y  su  nombre  juegan  casi  en  todas  las  declaraciones. 

Tal  fué  la  influencia  y  protección  que  prestó  siempre  á  Teresa  de  Jesús,  con  el  pres- 
tigio de  su  ciencia  y  decidido  tesón  en  defender  á  la  ilustre  Virgen  avilesa. 


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correcciones  y  adiciones.  Había  quizá  ya  este  Padre  hecho  algunas  expH- 
caciones  en  tiempos  anteriores  en  el  original  de  la  Santa,  pero  creemos  que 
las  más  importantes,  las  que  creyó  era  conveniente  hasta  poner  al  pie  de 
ellas  su  nombre  y  firma,  se  refieren,  según  nuestro  parecer,  á  esta  época. 
Con  respecto  á  la  nota  marginal  puesta  al  capítulo  XXXVI,  no  cabe  duda 
ninguna  y  al  mismo  tiempo  nos  consta  por  ella  la  fecha  fija  en  que  el  cé- 
lebre dominico  revisó  el  libro  antes  de  presentarle  al  Santo  Oficio.  En  efec- 
to; en  el  pasaje  de  este  capítulo  XXXVI  en  que  la  Santa  cuenta  «que  sólo 
un  presentado  de  la  Orden  de  S  nto  Domingo  salió  á  la  defensa  de  la 
fundación  del  monasterio  de  San  José  en  la  junta  magna  que  se  celebró  en 
Avila  para  deshacerle,  se  lee  al  margen,  de  letra  del  P.  Báñez:  -^^Esto  tuvo 
lugar  en  1562  á  fin  de  Agosto.  Yo  era  presentado  y  di  efectivamente  este 
parecer.  Fr.  Domingo  Báñez.  En  el  punto  (momento)  que  yo  escribo  esto, 
2  de  Mayo  de  1575,  esta  Madre  ha  fundado  ya  nueve  monasterios  donde 
hay  grande  regularidad  y  observancia».  El  P.  Báñez  firmó  también  la  nota 
que  se  encuentra  regularmente  al  fin  de  la  Vida  de  la  Santa  haciendo  ver 
que  la  fecha  que  pone  Santa  Teresa  diciendo:  «Acabóse  este  libro  en  Ju- 
nio de  1562-,  Se  entiende  de  la  primera  vez  que  le  escribió.  Es  muy  creí- 
ble también,  que  antes  de  entregarle  al  Santo  Oficio,  cre/ó  prudente  bo- 
rrar ó  tachar  en  los  títulos  ó  sumarios  de  los  capítulos  algunas  palabras  en 
que  la  Santa  parecía  alababa  la  doctrina  contenida  en  el  libro  de  su  Vida. 
Estas  tachas  se  ven  en  los  capítulos  XVI II  y  XX. > 

Para  comprender  y  darnos  cuenta,  tanto  de  esta  conducta  del  P.  Báñez, 
como  de  lo  mucho  que  debió  influir  delante  de!  Tribunal  el  ser  patrocina- 
do el  libro  de  la  Vida  por  un  hombre  del  prestigio  y  fama  que  este  Padre 
tenía  en  toda  España,  es  preciso  trasladarnos  a  aquella  época,  en  que  como 
dice  muy  bien  el  Sr.  La  Fuente  la  Inquisición  no  se  dormía,  y  en  Vallado- 
lid  y  en  otros  puntos  se  quemaban  monjas,  y  no  se  perdonaba  ni  á  los 
frailes  ni  Arzobispos.  Bien  actuados  en  lo  que  sucedía  entonces,  es  sola- 
mente como  se  puede  apreciar  todo  lo  que  significa  esta  conducta  del  Pa- 
dre Báñez,  y  cuanto  debió  valer  para  sacar  á  Santa  Teresa  de  este  apuro. 

Ahora  bien:  descrita  ya  la  persecución,  señalados  y  nombrados  los  po- 
derosos Principes  que  la  perseguían  y  la  hacían  derramar  muchas  lágrimas; 
procede  ahora  averiguar,  quiénes  fueron  los  que  defendieron  á  Teresa  de 


—  141- 

Jesús  en  este  tan  grande  apuro,  el  mayor  de  cuantos  padeció  en  su  vida. 
Los  graves  historiadores  ya  citados,  que  con  gran  imparcialidad  han  juz- 
gado estos  sucesos,  nos  servirán  para  conocer  por  sus  propios  nombres, 
á  esos  grandes  protectores,  á  esos  fieles  amigos,  que  como  tales,  jamás 
desampararon,  aun  en  medio  de  sus  más  terribles  tormentos  á  la  incom- 
parable Virgen,  á  la  gran  Teresa  de  Jesús. 

Oigamos  primero  al  Historiador  de  la  Reforma  (1),  quien  después  de 
referir  !a  delación  del  libro  al  Santo  Tribunal  de  la  Inquisición,  continúa 
de  esta  manera:  Hizo  el  Tribunal,  dice,  su  pesquisa  con  toda  diligencia  y 
con  la  circunspección  que  suele.  Entregó  el  libro  á  sus  calificadores  y  se- 
ñaló entre  los  demás  al  P.  M.  Fr.  Domingo  Báñez,  y  al  P.  M.  Fr.  Hernan- 
do del  Castillo,  Predicador  del  rey,  para  que  nunca  faltasen  Frailes  Domi- 
nicos al  amparo  de  la  Santa.* 

Después  de  bien  meditado  y  ponderado  lo  mucho  que  significan  las 
anteriores  palabras,  oigamos  ahora  al  célebre  historiador  de  nuestros  días, 
al  Sr.  La  Fuente,  que  con  vasta  erudición  y  grande  imparcialidad  trata  á 
fondo  la  cuestión.  Por  esta  razón,  y  porque  la  gravedad  del  asunto  lo  me- 
rece, vamos  á  trasladar  cuanto  sobre  él  escribe. 

Hemos  dicho  que  la  Inquisición  eligió  entre  todos  los  calificadores  ó 
consultores  á  dos  hijos  de  Santo  Domingo  para  que  censurasen  el  libro. 
Pues  bien:  el  Sr.  La  Fuente,  ocupándose  del  P.  Domingo  Báñez  y  de  la 
censura  que  dio  de  oficio  al  Santo  Tribunal  de  la  Inquisición  que  le  había 
confiado  comisión  tan  delicada,  dice  así  (2):  <E1  P.  Báñez  fué  por  segunda 
vez  su  apoyo  en  medio  de  tan  gran  apuro.  Su  censura  debió  de  influir 
mucho  á  favor  de  la  pobre  monja,  que  por  entonces  se  hallaba  en  Sevilla, 
Para  ello  veamos  el  carácter  personal  del  P.  Báñez  y  el  de  su  propio  es- 
crito.» 

«Era  el  P.  Báñez  un  Frayle  Dominico,  natural  de  Mondragón  (3),  aunque 
otros  le  hacen  de  Valladolid.  Por  espacio  de  cuarenta  años  explicó  Teo- 


(1)  Libro  5.",  capitulo  XXX VI. 

(2)  Aprobaciones  de  la  Vida,  edición  de  1801. 

(3)  Nació  el  P.  Báñez  en  Medina  del  Campo,  si  bien  sus  padres,  eran  (oriundos  de 
Mondragón. 


-142- 

logía  en  las  tres  Universidades  mayores  de  Castilla,  Alcalá,  Valladolid  y 
Salamanca.  En  ésta  fué  donde  logró  mayor  mérito,  llegando  á  ser  el  oráculo 
de  aquella  Universidad.  Escribió  cinco  tomos  de  Teología  sobre  la  de  San- 
to Tomás,  y  pasa  por  uno  de  sus  mejores  intérpretes.  En  sus  encuentros 
con  el  M.  Fr.  Luis  de  León,  favoreció  á  éste  por  lo  común,  siquiera  en  sus 
escritos  el  preso  de  Valladolid  no  siempre  le  haga  justicia:  la  melancolía, 
el  abandono  que  se  apoderan  de  un  pobre  preso,  le  hacen  suspicaz  é  in- 
justo, quisiera  que  todos  se  ocuparan  exclusivamente  de  su  negocio.  > 

«El  M.  Báñez  vivió  aún  más  que  Santa  Teresa,  pues  alcanzó  al  año  1604. 
Mostróse  siempre,  ó  al  menos  por  mucho  tiempo,  muy  receloso  de  las  co- 
sas de  la  monja  avilesa.  No  es  extraño:  sucedían  por  entonces  chascos 
muy  pesados.  En  Valladolid  quemaban  monjas  luteranas.  En  Lisboa  el  Ve- 
nerable Fr.  Luis  de  Granada  era  engañado  por  una  monja  hipócrita;  los 
pasteleros  se  aderezaban  de  reyes,  y  dentro  de  España,  y  aun  más  fuera 
de  ella,  no  se  daba  un  paso  sin  tropezar  con  hipócritas,  embusteros,  faná- 
ticos y  fabricantes  de  revelaciones,  milagros  y  reliquias  apócrifas,  apesar 
de  que  la  Inqnisición  no  se  dormía.  No  hay  más  que  leer  las  vidas  de  los 
Santos  de  aquella  época,  para  encontrar  noticias  de  alguna  embustera  des- 
cubierta por  ellos.  En  esta  suposición,  no  debe  parecer  extraño  que  el 
M.  Báñez  desconfiase  de  Santa  Teresa  antes  de  tratarla.  Esto  indica  su 
rectitud  y  buen  criterio.'^ 

«Echanse  de  ver  ambos  en  esta  censura  El  censor  distingue  en  ellas 
tres  cosas:  el  carácter  personal  de  la  escritora,  la  calidad  y  doctrina  del  li- 
bro, y  la  certeza  de  las  revelaciones.  Defiende  á  la  primera  y  vindica,  aplau- 
de la  segunda,  y  la  juzga  buena,  pero  con  respecto  á  las  últimas,  todavía 
suspende  el  juicio.  La  Iglesia  no  había  hablado,  y  por  tanto  tenía  derecho 
para  dudar.- 

«Aun  respecto  á  las  cualidades  personales  había  dudado  Báñez  por 
mucho  tiempo.  Esto  era  un  estímulo  para  Santa  Teresa,  que  en  la  direc- 
ción de  su  conciencia  prefería  los  censores  á  los  apologistas.  Desconfian- 
do de  sí  misma  en  su  profunda  humildad,  buscaba  á  los  que  sabía  censu- 
raban sus  cosas,  y  no  para  atraerlos  y  convertirlos  á  su  devoción,  sino 
más  bien  para  que  la  abatieran  y  avisaran  sus  defectos,  procediendo  con 
desconfianza  y  desengaño.  Luego  que  Báñez  trató  á  Santa  Teresa  coni- 


—  143  — 

prendió  que  alli  no  había  fraude  ni  dolo.  Por  ese  motivo,  aunque  en  1575 
suspendió  el  juicio  acerca  de  las  revelaciones  y  su  procedencia  divina, 
con  todo,  aseguraba  las  virtudes  personales  de  la  escritora  que  le  consta- 
ban á  ciencia  cierta:  ■  Siempre  he  procedido,  con  recato  en  la  examinación 
-de  esta  relación  decía  el  P.  Báñez  de  la  oración  y  vida  de  esta  religiosa, 
y  ninguno  ha  sido  más  incrédulo  que  yo  en  lo  que  toca  á  sus  visiones 
y  revelaciones,  aunque   no  en  lo  que  toca  á  la  virtud  y  buenos  deseos 
•  suyos,  porque  de  esto  tengo  gran  experiencia  de  su  verdad,  de  su  obe- 
diencia, penitencia,  paciencia  y  caridad  con  los  que  la  persiguen,  y  otras 
virtudes,  que  quien  quiera  que  la  trate,  verá  en  ella.  - 

Es  de  tal  importancia  el  documento  oficial,  en  que  el  P.  Báñez  defien- 
de la  doctrina  sentada  por  Santa  Teresa  en  el  libro  de  su  Vida,  que  bien 
merece  que  le  trascribamos  á  continuación: 

«Visto  he,  y  con  mucha  atención  este  libro  en  que  Teresa  de  Jesús, 
monja  Carmelita  y  fundadora  de  las  Descalzas  Carmelitas,  da  relación  lla- 
na de  todo  lo  que  por  su  alma  pasa,  á  fin  de  ser  enseñada  y  guiada  por 
sus  confesores,  y  en  todo  él  no  he  hallado  cosa  que  á  mi  juicio  sea  mala 
doctrina.  Antes  tiene  muchas  de  gran  edificación  y  aviso  para  personas 
que  tratan  de  oración.  Porque  su  mucha  experiencia  de  esta  religiosa  y  su 
discreción  y  humildad  en  haber  siempre  buscado  luz  y  letras  en  sus  con- 
fesores, la  hacen  acertar  á  decir  cosas  de  oración,  que  á  veces  los  muy  le- 
trados no  aciertan  asi  por  la  falta  de  experiencia.  Sola  una  cosa  hay  en 
este  libro  en  que  poder  reparar  y  con  razón  hasta  examinarla  muy  bien, 
y  es  que  tiene  muchas  revelaciones  y  visiones,  las  cuales  siempre  son  mu- 
cho de  temer,  especialmente  en  mujeres,  que  son  más  fáciles  en  creer  que 
son  de  Dios,  y  en  poner  en  ellas  la  santidad,  como  quiera  que  no  consista 
en  ellas.  Antes  se  han  de  tener  por  trabajos  peligrosos  para  los  que  pre- 
tenden perfección,  porque  acostumbra  Satanás  á  transformarse  en  Ángel 
de  luz,  y  engañar  las  almas  curiosas  y  poco  humildes,  como  en  nuestros 
tiempos  se  ha  visto,  mas  no  por  eso  hemos  de  hacer  regla  general  de  que 
todas  las  revelaciones  y  visiones  son  del  demonio.  Porque  á  ser  así,  no 
dijera  San  Pablo  que  Satanás  se  transfigura  en  Ángel  de  luz,  si  el  Ángel  de 
luz  no  nos  alumbrase  algunas  veces.  Santos  han  tenido  revelaciones  y 
Santas,  no  solamente  de  los  tiempos  antiguos,  más  aún  en  los  modernos. 


-144- 

como  fué  Santo  Domingo,  San  Francisco,  San  Vicente  Ferrer,  Santa  Cata- 
lina de  Sena,  Santa  Gertrudis  y  otros  muchos  que  se  podrían  contar,  y 
como  siempre  la  Iglesia  de  Dios  es  y  ha  de  ser  Santa  hasta  el  fin,  no  sólo 
porque  profesa  santidad,  sino  porque  hay  en  ella  justos  y  perfectos  en 
santidad,  no  es  razón  que  á  carga  cerrada  condenemos  y  atropellemos  las 
visiones  y  revelaciones,  pues  suelen  estar  acompañadas  de  mucha  virtud 
y  cristiandad.  Antes  conviene  seguir  el  dicho  del  Apóstol  en  el  C.  V  de  la 
1.^  á  los  Thesalonicenses:  Spiritum  nolite  extinguere.  Prophetias  nolite 
spernere  et  omnia  probate,  quod  bonum  est,  tenete.  Ab  omni  specie  mala  abs- 
tinete  vos.  Sobre  el  cual  lugar  quien  leyere  á  Santo  Tomás,  entenderá  con 
cuánta  diligencia  se  deben  examinar  los  que  en  la  Iglesia  de  Dios  descu- 
bren algún  don  particular,  que  puede  ser  para  utilidad  ó  daño  de  los  pró- 
ximos y  cuánta  atención  se  haya  de  tener  de  parte  de  los  examinadores 
para  no  extinguir  el  fervor  del  espíritu  de  Dios  en  los  buenos,  y  para  que 
otros  no  se  acobarden  en  los  ejercicios  de  la  vida  cristiana  perfecta.  Esta 
mujer,  á  lo  que  muestra  su  revelación,  aunque  ella  se  engañase  en  algo,  á 
lo  menos  no  es  engañadora,  porque  habla  tan  llanamente  bueno  y  malo,  y  con 
tanta  gana  de  acertar,  que  no  deja  dudar  de  su  buena  intención;  y  cuanto 
más  razón  hay  de  que  semejantes  espíritus  sean  examinados  por  haber 
visto  en  nuestros  tiempos,  gente  burladora,  so  color  de  virtud,  tanto  más 
conviene  amparar  á  los  que  con  el  color  parece  tiene  la  verdad  de  la  vir- 
tud. Porque  es  cosa  extraña  lo  que  se  huelga  la  gente  floja  y  mundana  de 
ver  desautorizados  á  los  que  llevan  especie  de  virtud.  Quejábase  Dios  an- 
tiguamente por  el  profeta  Ezequiel,  C.  13,  de  los  falsos  profetas,  queá  los 
justos  apretaban  y  á  los  pecadores  lisongeaban,  y  álceles.— Moerere  fecis- 
iis  cor  jiisti  mendaciter,  qucm  ego  non  contristavi:  et  cofortastis  manas  im- 
pii...  En  alguna  manera  se  puede  esto  decir  contra  los  que  espantan  las 
almas  que  van  por  el  camino  de  oración  y  perfección,  diciendo  que  son 
caminos  peligrosos  y  singularidades,  y  que  muchos  han  caído  en  errores 
yendo  por  este  camino,  y  que  lo  más  seguro  es  un  camino  llano  y  común 
y  carretero.  De  semejantes  palabras,  claro  está,  se  entristecen  los  que  quie- 
ren seguir  los  consejos  y  perfección  con  oración  contina,  cuanto  les  fuere 
posible,  y  con  muchos  ayunos  y  vigilias  y  disciplinas;  y  por  otra  parte  los 
flojos,  los  viciosos  se  animan  y  pierden  el  temor  de  Dios,  porque  tienen 


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por  más  seguro  su  camino,  y  este  es  el  engaño  que  llaman  camino  llano  y 
seguro  la  falta  del  conocimiento  y  consideración  de  los  despeñaderos  y 
peligros  por  do  caminamos  todos  en  este  mundo.  Como  quiera  que  no 
haya  otra  seguridad  sino,  conociendo  nuestros  cuotidianos  enemigos,  in- 
vocar humildemente  la  misericordia  de  Dios,  sino  queremos  ser  cautivos 
de  ellos.  Cuanto  más,  que  hay  almas  á  quien  Dios  aprieta  de  manera,  para 
que  entren  el  camino  de  perfección,  que  en  cesando  del  fervor,  no  pueden 
tener  medio,  sino  luego  dan  en  otro  extremo  de  pecados:  y  estas  tales  tie- 
nen extrema  necesidad  de  velar  y  orar  muy  contino,  y  en  fin,  á  nadie 
dejó  de  hacer  mal  la  tibieza.  Meta  cada  uno  la  mano  en  su  seno,  y  hallará 
ser  esto  verdad.  Creo  cierto,  que  si  algún  tiempo  sufre  Dios  á  los  tibios, 
que  es  por  las  oraciones  de  los  fervorosos,  que  de  contino  claman:  et  ne 
nos  inducas  in  tentafionem.  He  dicho  esto,  no  para  que  luego  canonicemos 
á  los  que  nos  parece  van  por  camino  de  contemplación;  que  este  es  otro 
extremo  del  mundo  y  solapada  persecución  de  la  virtud,  santificar  luego  á 
los  que  tienen  especie  de  ella.  Porque  á  ellos  les  dan  motivo  de  vanaglo- 
ria, y  á  la  virtud  no  hacen  mucha  honra,  antes  la  ponen  en  lugar  peligro- 
so; porque  cuando  los  que  fueron  tan  alabados  cayeron,  más  detrimento 
padece  el  honor  de  la  virtud,  que  si  nunca  fueran  ían  estimados;  y  así  ten- 
go por  tentación  del  demonio  estos  encarecimientos  de  la  santidad  de  los 
que  viven  en  este  mundo.  Que  tengamos  buena  opinión  de  los  siervos  de 
Dios,  muy  justo  es;  mas  siempre  los  miremos  como  gente  que  está  en  pe- 
ligro, por  buenos  que  sean,  y  que  el  ser  buenos  no  nos  es  manifiesto,  tan- 
to que  nos  podamos  segurar  aun  de  presente. 

» Considerando  yo  ser  así  verdad  lo  que  tengo  dicho:  siempre  he  proce- 
dido con  recato  en  la  examinación  de  esta  relación  de  la  oración  y  vida  de 
esta  religiosa,  y  ninguno  ha  sido  más  incrédulo  que  yo  en  lo  que  toca  á 
sus  visiones  y  revelaciones,  aunque  no  en  lo  que  toca  á  la  virtud  y  bue- 
nos deseos  suyos,  porque  de  esto  tengo  grande  experiencia  de  su  verdad, 
de  su  obediencia,  penitencia,  paciencia  y  caridad  con  los  que  la  persiguen, 
y  otras  virtudes,  que  quien  quiera  que  la  tratare,  verá  en  ella;  y  esto  es  lo 
que  se  puede  apreciar  como  más  cierta  señal  del  verdadero  amor  de  Dios 
que  las  visiones  y  revelaciones;  y  tampoco  menosprecio  sus  revelaciones 
y  visiones  y  arrobamientos,  antes  sospecho,  que  podrían  ser  de  Dios, 

10 


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como  en  otros  santos  lo  fueron,  mas  en  este  caso  siempre  es  más  seguro 
quedar  con  miedo  y  recato;  porque  en  habiendo  seguridad,  tiene  lugar  el 
diablo  de  hacer  sus  tiros,  y  lo  que  antes  era  quizá  de  Dios,  se  trocará  y 
será  del  demonio. 

Resuélveme  en  que  este  libro  no  está  para  que  se  comunique  á  quien 
quiera,  sino  á  hombres  doctos  y  de  experiencia  y  discreción  cristiana.  El 
está  muy  á  propósito  del  fin  para  que  se  escribió  que  fué  dar  noticia  esta 
religiosa  de  su  alma  á  los  que  la  han  de  guiar  para  no  ser  engañada.  De 
una  cosa  estoy  yo  bien  cierto,  cuanto  humanamente  puede  ser,  que  ella  no 
es  engañadora;  y  así  merece  su  claridad  que  todos  la  favorezcan  en  sus 
buenos  propósitos  y  buenas  obras.  Porque  de  trece  años  á  esta  parte,  ha 
hecho  hasta  una  docena,  creo,  son  los  monasterios  de  monjas  descalzas 
Carmelitas,  con  tanto  rigor  y  perfección  como  los  que  más,  de  que  darán 
buen  testimonio  los  que  los  han  visitado,  como  es  el  Provincial  Dominico, 
Maestro  en  Sagrada  Teología,  Fr.  Pedro  Fernández,  y  el  M.  Fr.  Hernando 
de  Castillo  y  otros  muchos.  Esto  es  lo  que  por  ahora  me  parece  acerca  de 
la  censura  de  este  libro,  sujetando  mi  parecer  al  de  la  Santa  Madre  Iglesia 
y  de  sus  ministros.  Fecha  en  el  Colegio  de  San  Gregorio  de  Valladolid  en 
siete  días  de  julio  de  1575  (1). 

«Se  ve,  pues,  continúa  el  Sr.  La  Fuente,  que  esta  censura  es  la  más  im- 


(1)  Para  conocer  el  valor  de  esta  aprobación  que  el  Sr.  La  Fuente  llama  notabilísi- 
ma, es  preciso  tener  muy  presente  la  época  en  que  el  P.  Báñez  la  dio.  La  extendió  y 
rubricó  de  su  mano  el  1575,  cuando  no  solo  estaba  en  litigio  la  santidad  de  Teresa  de 
Jesús,  y  revelaciones  de  su  Reforma,  sino  que  aun  públicamente  era  perseguida  de  los 
mismos  príncipes  de  la  tierra,  y  lo  que  es  más,  el  Nuncio  de  Su  Santidad  en  España 
decía  de  la  Virgen  avilesa,  «que  era  una  féniina  inquieta,  andariega  y  desobediente  á 
la  autoridad  legítima».  Por  eso  el  Sr.  La  Fuente  da  mucha  más  importancia  á  este  do- 
cumento del  P.  Báñez  que  al  prólogo  de  Fr.  Luis  de  León  á  las  Obras  de  Santa  Tere- 
sa; pues  el  célebre  Agustino  escribió  su  aprobación  en  1587,  es  decir,  muerta  ya  Santa 
Teresa,  cuando  ya  se  habían  desvanecido  todos  los  temores  y  sospechas  y  cuando  la  in- 
corrupción de  su  cuerpo  virginal,  con  otras  mil  maravillas  acreditaban  la  virtud  y  san- 
tidad de  tan  esclarecida  Virgen. 

Además  el  informe  del  Dominico  P.  Domingo  Báñez,  era  un  informe  oficial  que  pre- 
sentó al  Santo  Tribunal  de  la  Inquisición  que  le  había  comisionado  el  que  censurase 
esa  obra  que  conocemos  con  el  nombre  de  Vida  de  Santa  Teresa  de  Jesús. 


—  147  - 

portante  de  todas,  y  aun  más  que  la  del  mismo  Fr.  Luis  de  León,  pues  que 
este  principia  diciendo  que  no  conoció  á  la  Madre  Teresa  de  Jesús,  al  paso 
que  Báñez,  no  solamente  la  trató  personalmente,  sino  que  la  defendió 
cuando  todos  parecían  conjurados  contra  ella,  y  la  juzgó  con  gran  criterio, 
imparcialidad  y  rectitud.  Además,  la  censura  del  P.  Báñez  tenia  un  carác- 
ter oficial,  pues  la  dio  de  orden  de  la  Inquisición  de  Toledo,  y  va  en  tal 
concepto,  aun  hoy  dia.  unida  al  libro  mismo  original. 

•Porqué,  pues,  no  imprimirla,  como  se  imprimían  otras  muchas  menos 
importantes?... 

'Y  tratándose  de  un  sujeto  tan  insigne,  aludido  en  el  escrito  por  la 
misma  Santa  que  anotó  el  libro  mismo  original  y  pudo  poner  al  margen 
notas  comprobantes,  diciendo  á  manera  del  latino  cujus  pars  ego  magna 
fui,  ¿cómo  se  pudo  omitir  este  interesante  documento? 

>Por  mi  parte,  sin  rebajar  el  mérito  personal  de  los  demás  aprobantes, 
cuyos  testimonios  quedan  ya  consignados  en  los  artículos  preliminares  de 
este  tomo,  doy  el  primer  lugar  á  este  documento  por  el  mérito  y  el  interés 
histórico,  y  aun  lo  prefiero  al  mismo  de  Fr.  Luis  de  León,  con  quien  coinci- 
de en  varios  pensamientos.  Sería  curioso  el  compararlos.  Se  ve  en  ambos 
escritos  el  carácter  de  cada  uno  de  los  escritores  y  catedráticos  salaman- 
quinos; la  suavidad  poética  del  almibarado  agustino,  y  la  sencillez  y  natu- 
ralidad francota  del  teólogo  dominicano. 

'El  dictamen  del  M.  Báñez,  extendido  en  el  mismo  libro  original  de  la 
Santa,  y  formando  parte  de  él,  consta  de  tres  hojas  sin  foliar,  escritas  todas 
ellas  de  su  puño  y  letra,  por  cierto  muy  clara  y  buena.  Concluye  á  la  ter- 
cera hoja  vuelta,  donde  solamente  tiene  escrita  una  línea,  poniendo  allí  la 
fecha  y  su  propio  nombre,  apellido  y  rúbrica-. 

Este  original  se  encuentra  en  el  Monasterio  de  San  Lorenzo  del  Esco- 
rial, no  en  la  Biblioteca,  sino  en  el  Camarín  donde  se  guardan  las  reliquias, 
con  la  siguiente  portada:  -La  vida  de  la  Madre  Teresa  de  Jesús,  escrita  de 
su  misma  mano,  con  una  aprobación  del  P.  Maestro  Fr.  Domingo  Báñez, 
su  confesor  y  Catedrático  de  Prima  en  Salamanca".  Esta  aprobación  y 
censura,  dice  en  otra  parte  (1)  el  mismo  Sr.  La  Fuente,  es  inédita,  al  me- 


(1)     Aprobación  de  la  Vida,  toiiK»  1.",  Edición  1861. 


I 


—  148  — 

nos  yo  no  la  he  visto  impresa.  Es  lo  más  extraño  que  en  todas  las  edicio- 
nes, desde  las  de  Froppens  en  adelante,  se  venían  poniendo  una  multitud 
de  aprobaciones  de  las  Obras  de  Santa  Teresa,  en  verdad  harto  imperti- 
nentes, si  eran  para  aprobarlas  y  recomendarlas,  pues,  ya  la  Iglesia  las  te- 
nia no  solamente  aprobadas,  sino  también  altamente  recomendadas,  al 
declarar  el  culto  público  de  la  célebre  escritora,  y  la  inspiración  de  sus 
preciosos  escritos.  Pero  á  ninguno  se  le  ocurrió  el  copiar  é  imprimir  esta 
aprobación,  la  más  interesante  de  todas.  En  efecto,  el  P.  Báñez  conoció  á 
Santa  Teresa,  tanto  ó  más  que  los  PP.  Yepes  y  Ribera:  «trató  con  ella  an- 
tes de  que  su  reforma  saliera  de  los  confines  de  Avila,  y  la  protegió  deci- 
didamente en  sus  mayores  apuros.  Además,  esta  aprobación  era  notabilí- 
sima por  la  época  y  circunstancias  en  que  se  dio».  Y  concluye  el  Sr.  La 
Fuente  con  la  copia  literal  de  la  censura,  dada  por  el  P.  Báñez  y  fechada 
en  Valladolid  á  7  de  Julio  de  1575. 

Se  ha  dicho  arriba  que  fueron  comisionados  por  la  Santa  Inquisición 
para  examinar  el  libro  de  la  Vida  dos  hijos  de  Santo  Domingo,  ó  el  Padre 
Domingo  Báñez  y  el  P.  Fr.  Hernando  del  Castillo.  Acabamos  de  ver,  y  con 
alguna  detención  la  censura  dada  por  el  P.  Báñez,  y  lo  que  en  ella  favore- 
ció al  libro  y  á  la  santa  escritora.  Para  no  molestar  al  lector,  sólo  citaremos 
aquí  con  respecto  al  P.  Hernando  del  Castillo  las  palabras  de  la  Madre 
Isabel  de  Santo  Domingo,  una  de  las  hijas  más  queridas  de  Santa  Teresa 
de  Jesús.  Esta  V.  Religiosa  fué  llamada  á  declarar  como  testigo  en  las  in- 
formaciones que  para  la  canonización  de  la  Santa  Madre  se  hicieron  en 
Ávila  el  año  de  1610,  y  al  art.  55,  que  es  sobre  los  libros  de  Santa  Teresa 
dice  así:  que  así  mismo  sabe  que  el  dicho  P.  M.  Fr.  Hernando  del  Casti- 
llo, Religioso  de  la  Orden  de  los  Predicadores  y  Predicador  de  S.  M.  el 
Rey  Felipe  II,  vio  y  examinó  los  libros  de  la  Vida  de  la  dicha  Santa  Madre 
y  el  Camino  de  perfección  por  ella  escrito  por  comisión  del  ilustrísimo  y 
reverendísimo  Sr.  Cardenal  D.  Gaspar  de  Quiroga,  Arzobispo  que  fué  de 
Toledo,  Inquisidor  general  de  la  Santa  y  general  Inquisición  y  que  los 
aprobó  el  sobredicho  Padre;  lo  cual  sabe  por  habérselo  oido  decir  á  la 
dicha  Beata  Madre  y  á  los  PP.  Santander  de  la  Compañía  de  Jesús  y  á 
Fr.  Jerónimo  de  la  Madre  de  Dios  Visitador  Apostólico  y  religioso  de  esta 
Orden  y  como  consta  manifiestamente  por  la  aprobación  de  la  Santa  y  ge- 


—  !49  — 

neral  Inquisición  que  está  puesta  en  el  principio  de  los  dichos  libros  y  que 
así  mismo  vi(3  aquesta  declarante  que  el  dicho  P.  Fr.  Hernando  del  Cas- 
tillo en  habiendo  leído  y  aprobado  los  dos  libros,  quedó  muy  afecto  á  la 
dicha  Madre  y  á  toda  su  reformación. 

De  cuanto  se  ha  expuesto  hasta  aquí,  sobre  la  persecución  que  sufrió 
el  libro  que  nos  ocupa,  tenemos  que  los  dos  hijos  de  Santo  Domingo  in- 
formaron favorablemente  de  él  al  Tribunal  Santo  de  la  Inquisición  de  Es- 
paña á  donde  había  sido  delatado,  con  lo  cual  prestaron  un  inmenso  ser- 
vicio á  la  c:lebre  escritora,  que  con  ocasión  de  este  desmán  veía  en  gran 
peligro  su  naciente  y  prodigiosa  Reforma;  que  el  P.  M.  Fr.  Domingo  Bá- 
ñez  fué  quien  defendió  á  Santa  Teresa  en  esta  tan  grave  persecución  en 
que  todos  parecían  conjurados  contra  ella,  y  que  la  juzgó  con  gran  crite- 
rio, imparcialidad  y  rectitud;  que  su  censura  influyó  sobre  manera  para 
que  el  Santo  Tribunal  de  la  Inquisición  aprobase  y  canonizase  este  libro 
y  á  su  santa  escritora;  que  esta  censura  siendo  la  oficial,  la  más  intere- 
sante y  de  persona  tan  insigne  debiera  acompañar  siempre  á  todas  las  edi- 
ciones de  las  obras  de  Santa  Teresa  con  preferencia  á  cualquier  otro  docu- 
mento ó  aprobación,  incluso  el  prólogo  de  Fr.  Luis  de  León,  pues,  como 
dice  muy  bi.m  el  Sr.  La  Fuente,  tratándose  de  un  sujeto  tan  competente 
como  el  P.  Báñez,  aludido  en  el  escrito  por  la  misma  Santa,  que  anotó  el 
mismo  original  y  pudo  poner  al  margen  notas  comprobantes;  diciendo  lo 
del  latino  cujiis  pars  cgo  magna  fui,  nunca  se  pudo  ni  debió  omitir  tan  in- 
teresante documento. 

Concluyamos  este  modesto  trabajo  sobre  el  libro  más  importante  de 
Teresa  de  Jesús,  recopilando  en  breves  palabras  lo  que  hasta  aquí  hemos 
dicho,  tanto  en  éste  como  en  el  precedente  capítulo. 

El  libro,  pues,  de  la  Vida  de  Teresa  de  Jesús,  al  que  ella  llamaba  El 
Libro  de  las  Misericordias  del  Señor  y  que  en  cierto  modo,  pudiera  tam- 
bién llamarse  su  Suma,  pertenece  sin  contradicción  ninguna  á  los  hijos  de 
Santo  Domingo. 

El  V.  P.  Fr.  Pedro  Ibáñez  se  lo  mandó  escribir  por  primera  vez  y  con 
su  mandato,  además  del  inmenso  tesoro  que  proporcionó  á  la  Religión,  á 
la  Iglesia  y  á  las  letras  patrias,  venció  la  modestia  de  esta  incomparable 
mujer,  é  hizo  que  Santa  Teresa  perdiendo  de  hilar,  sea  hoy  y  lo  será  para 


—  150  — 

siempre  la  escritora  más  celestial  y  divina  que  han  conocido  los  siglos. 
El  P.  García  de  Toledo  se  lo  mandó  escribir  segunda  vez,  añadiendo, 
como  testifica  el  P.  Báñez,  muchas  mercedes  que  del  Señor  habia  recibido 
después,  y  mandóla  también  que  escribiese  la  fundación  de  su  primer  mo- 
nasterio, ó  sea  de  San  José  de  Ávila,  como  lo  hizo  la  Santa  añadiendo  des- 
de el  capítulo  XXXI  hasta  el  XL  inclusive;  y  es  muy  cierto,  como  afirma  el 
historiador  de  la  Reforma  Carmelitana,  que  el  P.  García  de  Toledo  al  man- 
dar á  Santa  Teresa  escribiese  la  fundación  de  San  José,  fué  con  este  man- 
dato, el  fundamento  de  que  escribiese  más  adelante  el  libro  de  las  Funda- 
ciones (1). 


(1)  Como  confirmación  de  lo  que  hemos  consignado  sobre  el  libro  de  la  Vida  y  la 
razón  convincente  que  tuvieron  las  célebres  Carmelitas  para  empezar  su  prólogo  con 
las  palabras  citadas  ya  anteriormente,  en  que  nos  dicen,  que  la  Doctora  Mística  se  di- 
rigía siempre  á  los  PP.  Ibííñez,  Báñez  y  García  de  Toledo,  moradores  entonces  del  co- 
legio de  Santo  Tomás  de  Avila,  al  escribirla  por  primera  vez  en  la  Encarnación,  y  más 
tarde  en  San  José,  plácenos  copiar  lo  que  el  Año  Teresiano  nos  dice  en  el  tomo  7.°, 
dia  7." 

«Inspiró  el  Señor  al  P.  Presentado  Fr.  Pedro  Ibáñez,  del  Orden  de  Predicadores,  y 
confesor  suyo,  el  que  se  lo  mandase.  Hizolo  este  sabio  Maestro,  totalmente  llevado  de 
aquel  interés  universal,  que  él  preveía  lograría  la  Iglesia,  si  se  hiciesen  patentes  aque- 
llas maravillas,  y  doctrinas  del  cielo  con  que  su  Magestad  la  tenia  ¡lustrada;  y  para  que 
el  mandato  no  estremeciese  á  su  humildad,  la  dio  á  entender  era  forzoso  para  no  errar 
en  el  gobierno  de  su  espíritu,  el  que  ella  formase  una  relación  de  su  Vida,  con  la  cual 
pudiese  con  mayor  examen  conferir  con  otros  sabios  de  su  orden  el  método  y  caminos 
por  donde  procedía. 

«Con  esta  mañosa  providencia  (á  quien  debe  el  nuindo  el  rico  tesoro  de  esta  Obra), 
la  redujo  á  escribirla,  y  la  formó  dos  veces.  Empezó  la  primera  en  el  año  de  1561,  y  la 
concluyó  en  el  de  1562,  antes  de  haber  fundado  su  primer  convento  de  San  José  de 
Avila;  pero  como  no  se  contenia  en  este  escrito  los  lances,  y  providencias  milagrosas) 
que  habían  ocurrido  en  la  fundación  de  aquel  convento,  ni  otras  noticias  dignísimas  de 
historia;  la  ordenó  después  el  R.  M,  Fr.  García  de  Toledo,  también  dominicano,  y  con- 
fesor suyo,  persona  de  circunstancias  relevantes  en  sangre,  letras  y  virtud,  que  volvie- 
se á  formarle  con  división  de  capítulos,  y  método  más  cómodo,  añadiendo  en  él  lo  per- 
teneciente á  la  referida  fundación,  y  cuanto  se  contiene  en  el  precioso  original,  que  hoy 
existe  en  el  Real  Monasterio  de  San  Lorennzo  del  Escorial.  Este  mandato  aprobaron, 
como  consta  de  las  informaciones  para  la  canonización  de  la  Síinta,  Fr.  Pedro  Ibáñez» 


—  151  — 

Delatado  el  libro  á  la  Inquisición  nuestros  VV.  PP.  Hernando  del  Cas- 
tillo y  Fr.  Domingo  Báñez,  elegidos  entre  todos  como  la  Crónica  dice,  le 
censuraron  y  aprobaron. 

Finalmente,  cuando  la  Santa  Madre  hallándose  en  Sevilla  derramaba 
muchas  lágrimas  por  el  desmán  ocurrido,  y  cuando  todos  á  porfía  estaban 
conjurados  contra  ella;  su  queridísimo  P.  Báñez,  siendo  Rector  de  San 
Gregorio  d:  Valladolid  la  defendía  contra  todos,  extendía,  firmaba  y  ru- 
bricaba todo  de  su  puño  y  letra,  la  censura  de  autoridad  sin  igual  y  que 
había  de  ectar  cosida  siempre  con  el  original  y  custodiada  con  él  como 
preciosa  reliquia.  ¡Pudieran  desear  más  los  hijos  de  Santo  Domingo  con 
respecto  á  este  tan  incomparable  tesoro;  con  respecto  al  libro  de  la  Vida 
de  Teresa  do  Jesús  escrito  por  ella  misma! 


que  coiiKj  acabamos  de  decir,  se  lu  mandó  escribirla  primera  vez,  y  el  doctísimo  Fray 
Domingo  Báñez,  que  comenzaba  por  entonces  el  magisterio  del  espirita  de  la  Santa, 
que  prosiguió  lo  que  su  vida.  Por  este  motivo,  como  se  echara  de  ver,  habla  en  aquel 
escrito  Nuestra  Doctora  Seráfica,  ya  con  muchos  confesores,  ya  con  uno  sólo,  y  repite 
varias  veces:  Los  que  me  han  mandado  esciibir  estO",  aludiendo  á  los  tres  grandes  do- 
minicos que  hemos  expresado».  Y  al  margen  hace  constar  que  «asi  lo  depone  la  M.  Ma- 
ría de  San  José,  hermana  del  P.  Gracíán,  en  las  informaciones  de  Consuegra.  Hállanse 
estos  originales  en  N.  Archivo  General  de  Madrid. 


capítulo    IV 


€1 IP,  Domingo  Báñez  y  el  "Gamino  de  IPeríección,, 


Pasemos  ya  al  libro  segundo  ó  sea  al  Camino  de  Perfección. 

Empieza  Santa  Teresa  su  pequeño  prólogo  á  este  libro,  diciendo:  Sa- 
biendo las  hermanas  de  este  Monasterio  de  San  José,  como  tenía  licencia 
del  P.  Presentado  Fr.  Domingo  Báñez  de  la  Orden  de  Santo  Domingo,  que 
al  presente  es  mi  confesor,  para  escribir  algunas  cosas  de  oración...  y  si 
fuere  mal  acertado  el  P.  Presentado  que  lo  ha  de  ver  primero,  lo  remedia- 
rá ó  quemará...» 

El  Sr.  La  Fuente  analiza  su  contenido  y  no  duda  en  afirmar  que  después 
del  libro  de  la  Vida,  el  Camino  de  Perfección,  es  el  más  conocido  y  mano- 
seado, y  luego  continúa  asi  (1): 

-Su  objeto  es  poner  algunos  remedios  para  tentaciones  de  Religiosas, 
como  lo  dice  en  el  prólogo  por  las  siguientes  palabras:  <  Pienso  poner  al- 
gunos remedios  para  algunas  tentaciones  menudas  que  pone  el  demonio 
(por  serlo  tanto,  por  ventura  no  hacen  caso  de  ellas)  y  otras  cosas,  como 
el  Señor  me  diere  á  entender.  Podrá  ser  aproveche  para  atinar  en  cosas 
menudas  más  que  los  letrados,  que  por  tener  otras  ocupaciones  más  im- 
portantes y  ser  varones  fuertes,  no  hacen  tanto  caso  de  cosas  que  en  si 
no  parecen  nada,  y  á  cosa  tan  flaca  como  somos  las  mujeres,  todo  nos  pue- 
de dañar;  porque  las  sutilezas  del  demonio  son  muchas  para  las  muy  en- 
cerradas, que  ven  son  menester  armas  nuevas  para  dañar.  Y  yo  como  ruin 


(1)    Prólogo  al  Camino  de  Perfección,  Edición  de  IROl. 


—  154  — 

heme  sabido  mal  defender,  y  así  querría  escarmentasen  mis  iiermanas 
en  mí.> 

Añade  después  el  mismo  historiador:  -Con  Todo,  si  eso  se  proponía, 
hizo  mucho  más.  Sucede  con  este  libro,  lo  que  con  Tomás  de  Kempis,  es- 
crito para  los  Religiosos,  verdaderos  ascet.is,  sirve  también  y  mucho  para 
los  mismos  seglares  que  vivimos  en  medio  del  tráfago  del  mundo.  Hay  en 
él  un  plan  completo,  pero  bien  puede  asegurarse  que  á  la  santa  escritora 
ni  le  pasó  esto  por  las  mientes  cuando  se  puso  á  escribirle.  Dios  le  formó 
por  ella  y  le  dio  hachos  el  plan  y  el  texto.  Comienza  la  Santa  por  la  hu- 
mildad y  la  pobreza,  pues  no  hay  como  ser  pobre  para  ser  humilde,  así 
cava  el  cimiento  de  la  perfección.  Luego  trata  de  la  oración,  pero  sin  de- 
jar de  la  mano  la  santa  humildad.  Se  ocupa  también  de  la  contemplación; 
pero  luego  corta  completamente  los  vuelos  de  su  espíritu;  y,  como  un 
ííguila  que  plegara  de  pronto  las  alas,  para  bajar  desde  las  nubes  al  suelo, 
se  abate  (por  decirlo  así),  á  mirar  por  las  almas  que  sólo  pueden  rastrear 
por  él  abriendo  apenas  sus  párpados  á  la  luz  del  Sol  de  justicia,  que  les 
alumbra,  pero  que  les  ofusca  si  quieren  mirarle  de  hito  en  hito.  Y  quien 
como  la  misma  santa  doctora  escribe  en  e!  capítulo  XXIV,  no  es  para 
pensar  en  Dios,  puede  ser  oraciones  largas  también  les  canse,  tampoco 
quiero  entrometerme  en  ellas,  sino  en  las  que  forzado  habremos  de  rezar, 
si  somos  cristianos,  que  es  el  Pater  Nostei  y  Ave  Maria.  Entra  pues,  á  tra- 
tar de  explicar  el  modo  de  unir  la  oración  mental  con  la  vocal,  cuando  se 
reza  el  "Padre  Nuestro»,  comentando  sus  palabras  una  á  una,  y  capítulo 
por  capítulo.» 

Sólo  añadiremos  que  consta  este  libro  de  42  capítulos,  según  suele  pu- 
blicarse, por  más  que  en  algunas  ediciones  se  haya  dividido  en  76.  Hay 
dos  originales,  uno  de  ellos  en  el  Escorial,  y  otro  en  el  Convento  de  Des- 
calzas de  Valladolid,  porque  la  Santa  le  escribió  también  dos  veces  como 
el  libro  de  la  Vida.  Lo  que  ahora  importa  es  saber  quién  se  lo  mandó  es- 
cribir. 

Oigamos  el  testimonio  unánime  de  los  biógrafos  de  Santa  Teresa.  El 
Sr.  Yepes  en  el  libro  3.",  capítulo  XVIIl,  página  168,  hablando  de  los  li- 
bros de  la  Santa,  dice  asi:  ^El  segundo  fué  el  Camino  de  Perfección:  el 
cual  escribió  siendo  Priora  de  San  Josef  de  Avila,  para  sus  Monjas,  por 


-155- 

orden  del  P.  M.  Ft.  ÜDmingo  Báñez,  que  entonces  era  su  confesor.  Esto 
fué  el  año  mismo  después  de  haber  acabado  el  libro  de  su  Vida.  Y  este 
libro  hizo  imprimir,  siendo  la  Madre  viva,  Don  Teutonio  de  Braganza,  Ar- 
zobispo de  Ebora.  > 

El  autor  de  la  Mujer  Grande,  tomo  1.",  en  el  día  17  de  Enero,  pági- 
na 65,  dice  asi:  «Se  sigue  (después  de  la  \/ida)  el  Camino  de  Perfección, 
que  compuso  la  Santa  á  instancia  del  R.  P.  Fr.  Domingo  Báñez,  su  confe- 
sor, para  instruir  en  las  virtudes  á  sus  monjas  y  en  la  oración,  explicando 
el  Padre  Nuestro,  cuyo  original  está  en  el  Escorial.  - 

El  P.  Ribera  en  el  libro  4.'*,  capitulo  6.",  páginas  346,  347  y  348,  des- 
pués de  decirnos  que  el  Camino  de  Perfección  es  más  para  todos,  porque 
trata  de  la  oración  desde  sus  principios,  hablando  primero  de  las  virtudes 
propias  de  la  religión,  que  son  para  ella  necesarias,  y  enseñando  cómo  se 
ha  de  orar  vocal  y  mentalmente,  y  de  la  contemplación  y  oración  de  quie- 
tud, y  después  yendo  por  el  Pafcr  Nosfer  con  meditaciones>,  añade  lue- 
go: «El  segundo  fué  el  Camino  de  Perfección  que  escñb'ió  siendo  allí  Prio- 
ra (en  San  José  de  Avila)  por  orden  del  P.  M.  Fr.  Domingo  Báñez,  que 
era  entonces  su  confesor,  en  ol  año  mismo  después  de  haber  acabado  el 
primero*,  ó  sea  el  libro  de  su  Vida. 

Pero  quien  da  un  acabado  y  copioso  testimonio  sobre  el  Camino  de 
Perfección,  es  el  gravísimo  autor  de  la  Crónica  Carmelitana,  tantas  veces 
citado,  testimonio  de  mayor  excepción,  porque  vio  y  examinó  no  solo  con 
detención,  sino  hasta  escrupulosamente  los  originales  de  este  tan  aprecia- 
do libro,  y  fué  casi  coetáneo  de  la  Santa;  pues  conoció  y  conversó,  como 
veremos  más  tarde,  con  nuestro  V.  P.  Yanguas,  confesor  que  fué  de  la 
Santa  Madre.  Este  R.  P.,  por  nombre  Fr.  Francisco  de  Santa  María,  en  el 
libro  5.",  capítulo  XXXVI,  página  881,  se  expresa  de  esta  manera:  <EI  se- 
gundo libro  que  nuestra  gran  doctora  escribió,  fué  el  intitulado  Camino 
de  Perfección:  en  que  declarando  la  oración  dominical  del  Paíer  Nosfer, 
enseña,  aclara,  facilita  y  exhorta  al  santo  ejercicio  de  la  oración  mental,  y 
dá  de  camino  soberanos  consejos  para  las  demás  virtudes.  Extrañando  yo 
algunas  palabras  de  las  que  se  dicen  en  la  primera  hoja,  y  lo  que  contie- 
nen, el  argumento  general,  y  la  protestación  de  la  fe;  cargué  la  atención  en 
el  original  de  este  libro,  y  hallé  que  empieza  por  estas  palabras  que  sirven 


-156- 

de  prólogo:  Sabiendo  las  hermanas  de  este  Monasterio  de  San  Josef  de 
Avila  como  tenía  licencia  del  P.  Presentado  Fr,  Domingo  Báñez,  de  la  or- 
den del  glorioso  Santo  Domingo,  que  al  presente  es  mi  confesor,  para  es- 
cribir algunas  cosas  de  oración  etc.» 

«El  lugar  donde  le  escribió  fué  el  Convento  de  San  Josef  de  Avila,  á 
petición  de  aquellas  Religiosas.  El  tiempo  no  está  averiguado.  Pero  afir- 
mando en  el  prólogo  la  Santa,  que  escribió  este  libro  pocos  días  después 
de  la  relación  de  su  vida;  puesto  que  se  expresa  de  esta  manera:  «Pocos 
días  há  me  mandaron  escribiese  cierta  relación  de  mi  vida,  á  donde  tam- 
bién traté  algunas  cosas  de  oración;  podrá  ser  no  quiera  mi  confesor  las 
veáis  por  ahora,  y  por  esto  pondré  aquí  alguna  cosa  de  lo  que  allí  va 
dicho  y  otras  que  también  me  parecen  necesarias»...  bien  se  deja  en 
tender  que  lo  comenzaría  á  los  postreros  meses  de  1563,  ó  primeros  de 
1564  porque  entonces  acabó  de  escribir  segunda  vez  su  Vida  (1).  Y  aun- 
que dice  que  le  escribió  con  licencia  del  P.  Presentado  Báñez:  en  otra 
parte  (2)  afirma  que  fué  con  mandato  suyo;  y  así  á  él  debe  la  Orden  este 
beneficio.  El  intento  del  P.  Báñez  fué  muy  prudente.  Consideró  que  en 
el  libro  de  la  Vida  hablaba  de  sí  la  Santa,  refiriendo  muchas  cosas  que 
redundaban  en  honor  suyo:  y  que  por  esto  no  convenía  anduviesen  pú- 
blicas siendo  ella  viva.  Por  no  privar  á  las  hermanas  de  la  doctrina  de 


(1)  Se  equivoca  el  autor  de  !a  Reforma  al  decir  que  la  Santa  Madre  acabó  de  escri- 
bir por  sejíuiida  vez  su  Vida  á  últimos  de  1562,  ó  primeros  del  b4;  pues  en  el  capítulo 
XXXVIII,  refiere  la  muerte  santa  que  tuvo  en  el  Convento  de  Tríanos  el  V.  P.  Fr.  Pe- 
dro Ibáñez,  y  ésta  sucedió  e!  año  de  1565,  y  por  lo  tanto  se  ve  claramente  que  la  Santa 
tuvo  que  escribirla  después  de  este  acaecimiento  y  en  1505  ó  1560  el  Camino  de  Per- 
fección. 

(2)  En  efecto;  en  la  Relación  al  P.  Rodr¡<ío,  hablando  en  tercera  persona  tlice  así: 
'^mandáronla  que  hiciese  otro  librillo  para  sus  hijas  (que  era  Priora)  á  donde  les  diese 
algunos  avisoS";  y  añade  el  Sr.  La  Fuente:  «Alude  al  libro  titulado:  Camino  de  Perfec- 
ción. Tomo  1.",  página  162,  edic  ón  de  1861.  Por  eso  el  mismo  historiador  en  el  Prólo- 
go, página  20,  después  de  decir:  «Escribiólo  accediendo  á  los  ruegos  de  las  monjas  y 
con  licencia  del  P.  Báñez,  su  confesor,  como  dice  en  el  preámbulo  del  libro»  añade: 
»Es  posible  que  fuera  algo  más  que  licencia,  y  que  al  P.  Báñez  le  rogara  lo  escribiese 
según  ella  era  humilde  y  obediente.» 


-157- 

oración  y  perfección  que  allí  daba,  le  mandó  escribiese  un  libro  tratando 
de  estas  materias,  como  persona  experimentada,  sin  decir  lo  que  le  había 
pasado  en  su  ejercicio,  para  que  desde  luego  pudiesen  sus  hijas  aprove- 
charse. Eligió  la  Santa  declarar  el  Padre  Nuestro,  de  la  manera  que  ella  lo 
meditaba,  tomando  de  sus  cláusulas  ocasión  para  la  doctrina  que  podía 
dar.' 

El  Camino  de  Perfección  fué  también  aprobado  por  el  P.  García  de  To- 
ledo, según  consta  de  una  nota  de  la  misma  pluma,  y  letra  de  la  Santa 
Doctora,  que  dice  así:  Tiene  este  libro  ciento  y  ochenta  y  tres  hojas:  está 
aprobado  y  visto  por  el  Padre  Frai  García  de  Toledo  de  la  Orden  de  San- 
to Domingo,  y  por  el  Doctor  Ortiz,  vecino  de  Toledo;  es  trasladado  de 
uno  que  yo  escribí  en  San  José  de  Avila,  que  vieron  los  que  digo,  y  hartos 
más;  y  por  ser  verdad  lo  firmo  de  mi  nombre. — Teresa  de  Jesús,  Carme- 
lita.» (1) 

Resulta,  pues,  como  se  acaba  de  ver  por  el  testimonio  unánime  de  los 
biógrafos  de  Santa  Teresa,  que  este  precioso  libro,  el  más  conocido  y  ma- 
noseado, después  del  libro  de  la  Vida,  según  expresión  del  Sr,  La  Fuente; 
ese  libro,  del  cual  dice  el  docto  P.  Ribera,  que  es  un  libro  para  todos,  lo 
mismo  para  religiosos  que  seglares;  se  debe  al  mandato  de  nuestro  célebre 
P.  Fr.  Domingo  Báñez,  y  que  se  escribió,  no  sólo  con  su  licencia,  sino 
por  su  mandato.  Repitamos  las  graves  palabras  del  autor  de  la  crónica 
Carmelitana:  «Y  aunque  dice  (la  Santa  en  el  prólogo)  que  lo  escribió  con 
licencia  del  Presentado  P.  Báñez,  en  otra  parte  afirma  que  fué  con  manda- 
to suyo  y  así  á  él  debe  la  Orden  este  beneficio  (2). 


(1)  La  Fuente,  Edición  de  1801,  Tomo  1.",  Prólogo. 

(2)  Recibe  aún  más  coiifirmacií'iii  lo  dicho  hasta  aquí  con  la  declaración  de  la  vene- 
rable Isabel  de  Santo  Domingo,  quien  en  el  proceso  de  canonización  de  la  Santa  en 
Avila  en  ItilO  dice  asi:  Al  cincuenta  y  cuatro  articulo  (que  es  sobre  los  libros),  dijo: 
«que  asi  mismo  sabe  por  habérselo  dicho  la  dicha  Santa,  y  sus  confesores  que  alguno 
ó  algunos  de  estos  libros  escribió  la  dicha  Santa  por  mandado  de  su  confesor  que  á  la 
sazón  era  Fr.  Domingo  B;íriez  y  Fr.  Garcia  de  Toledo,  religiosos  de  la  Orden  de  los 
Predicadores».  Esos  algunos  libros  que  dice  la  declarante  mandaron  escribir  á  la  Santa 
los  religiosos  de  ¡a  Orden  de  Predicadores  Fr.  Garcia  de  Toledo  y  Fr.  Domingo  Báñez, 
fueron  el  de  la  Vida  y  Camino  de  Perfección,  el  primero  por  mandato  del  P.  Garcia  de 


—  158  — 

Sintetizando  la  materia,  tenemos  que  Santa  Teresa  escribió  este  libro 
con  licencia  del  P.  Dominico  Báñez,  como  nos  dice  en  el  Prólogo,  y  no 
sólo  con  licencia,  sino  también  por  mandato  de  dicho  Padre,  como  ella 
misma  lo  consigna  en  una  de  sus  relaciones  y  eso  mismo  testifican  cuan- 
tos escribieron  acerca  de  los  libros  de  la  Santa;  y  que  por  lo  tanto,  á  él 
deben  la  Iglesia  y  ¡a  Religión  el  poseer  este  precioso  tesoro;  que  la  Santa 
le  entregó  á  dicho  Padre,  constituyéndole  arbitro  sobre  si  convenía  ó  no, 
que  le  leyesen  sus  hijas;  y  por  último,  que  los  RR.  PP.  Garcia  de  Toledo 
y  Hernando  del  Castillo,  hijos  preclaros  también  de  Santo  Domingo,  le 
examinaron  y  aprobaron  con  grande  afecto  á  la  doctrina  en  él  contenida  y 
á  su  celestial  escritora  (1). 

Para  que  el  fin  de  este  capitulo  corresponda  como  es  justo  al  princi- 


Toledo  como  ya  se  ha  probado  en  otra  parte,  y  el  segundo,  ó  sea  el  Camino  de  Perjec- 
ción  que  la  mandó  escribir  el  P.  M.  Báñez.  La  misma  venerable  Isabel  de  Santo  Do- 
mingo, en  su  declaración,  nos  ha  dicho,  como  el  libro  de  la  Vida  y  el  Camino  de  Per- 
fección fueron  examinados  por  el  P.  Fr.  Hernando  del  Castillo,  quien  los  recibió  para 
este  fin  del  Emnio.  Sr.  Cardenal  Quiroga,  Inquisidor  general. 

(1)  En  confirmación  de  lo  que  decimos  en  el  texto,  véase  lo  que  dice  el  autoriza- 
do autor  del  Año  Teresiano,  en  el  tomo  1°,  dia  7.°:  «El  segundo  libro,  tarea  preciosí- 
sima de  su  angélica  pluma,  ú  el  Camino  de  Perfección.  Escribióle  á  instancias  de  sus 
hijas,  y  mandato  del  P.  Presentado  Fr.  Domingo  Báñez  (á  quien  se  debe  esta  admira- 
ble joya),  en  el  convento  de  San  José  de  Avila,  pocos  dias  después  que  hubo  finalizado 
el  libro  de  su  Vida,  como  consta  del  prólogo.  El  intento  fué  ocasionado  por  considerar 
este  sabio  Maestro  la  gran  utilidad  que  redundaría  en  las  reUgiosas  hijas  de  la  Santa, 
si  éstas  lograsen  la  instrucción  de  aquellas  doctrinas  celestiales,  que  derramó  su  espí- 
ritu en  la  relación  del  libro  de  su  Vida,  y  como  aquel  escrito  en  que  se  contenían  sus 
acciones,  no  era  conveniente  el  que  se  publicase  estando  aún  viva,  resarció  este  em- 
barazo, ordenándola  formase  otro  tratado  en  que  pusiese  las  doctrinas,  sin  relación  á 
su  persona,  enseñando  todo  lo  conducente  á  la  vida  espiritual,  estado  religioso,  método 
de  oración,  y  ejercicio  de  todas  las  virtudes,  contrayéndolo  al  estilo  y  práctica  de  su 
símta  Reforma,  para  que  sus  hijas  viesen  el  camino  por  donde  debían  proceder,  sin  ex- 
travio ni  ladeos  al  término  fijo  de  la  perfección.  Así  lo  hizo,  y  escribió  dos  veces  este 
mismo  tratado,  como  sucedió  con  el  libro  de  su  Vida,  sin  que  conste  el  motivo  que 
ocasionó  esta  repetición;  pero  hallándose  actualmente  existentes  dos  originales,  ambos 
escritos  con  letra  de  la  Santa:  uno  en  el  Escorial,  y  otro  en  el  convento  de  imestras 
descalzas  Carmelitas  de  Valkidolid,  es  indudable  esta  circunstancia...* 


-  159  - 

pió,  habiéndole  empezado  con  las  palabras  de  la  Santa  en  su  bien  escrito 
prólogo,  le  terminaremos  también  con  otras  palabras  de  la  misma  celestial 
escritora,  quien  en  su  último  capítulo  nos  habla  de  esta  manera  (1):  *Su 
Majestad  me  perdone,  que  me  he  atrevido  á  hablar  en  cosas  tan  altas. 
Bien  sabe  que  no  me  atreviera  yo,  ni  mi  entendimiento  es  capaz  para  ello, 
si  su  Majestad  no  me  las  pusiera  delante.  Pues  hermanas,  ya  parece  no 
quiere  diga  más,  porque  no  sé,  que  aunque  pensé  ir  adelante,  pues  el  Se- 
ñor os  ha  enseñado  el  camino,  y  á  mí  que  en  el  libro  pusiese,  que  he  di- 
cho está  escrito  (2),  cómo  se  han  de  haber  llegadas  á  esta  fuente  de  agua 
viva,  y  que  siente  allí  el  alma,  y  cómo  la  harta  Dios,  y  la  quita  la  sed  de 
las  cosas  de  acá,  y  la  hace  que  crezca  en  las  cosas  del  servicio  de  Dios, 
que  para  los  que  hubieren  llegado  á  ella,  será  de  gran  provecho,  y  les  dará 
mucha  luz:  procuradle  que  el  P.  Fr.  Domingo  Báñez,  Presentado  de  la  Or- 
den de  Santo  Domingo  que,  como  he  dicho,  es  mi  confesor,  y  es  á  quien 
daré  este  (3),  le  tiene  (4):  si  éste  va  para  que  le  veáis,  y  os  le  da,  también 
os  dará  el  otro,  sino  toma  mi  voluntad,  que  con  la  obra  he  obedecido,  lo 
que  me  mandastes,  que  yo  me  doy  por  bien  pagada  del  trabajo  que  he 
tenido  en  escribir,  que  no  por  cierto  en  pensar  lo  que  había  de  decir,  en 
lo  que  el  Señor  me  ha  dado  á  entender  de  los  secretos  de  esta  oración 
evangelical,  que  me  ha  sido  de  gran  consuelo.  Sea  bendito  y  alabado  sin 
fin.  amen  Jesús  . 


(1)  Advertimos  que  las  palabras  siguientes  de  la  Santa  están  tomadas  del  origina] 
de  este  libro,  según  se  encuentra  en  el  Escorial,  y  por  cuyo  original  hizo  la  edición  de 
1861  el  Sr.  La  Fuente.  El  original  que  se  encuentra  en  el  convento  de  Carmelitas  Des- 
calzas de  Valladolid,  tiene  algunas  variantes,  por  más  que  los  dos  convienen  en  el  fondo. 

(2)  Se  refiere  al  libro  de  la  Vida. 

(3)  El  Camino  de  Perfección. 

(4)  El  libro  de  la  Vida.  De  cuyas  palabras  se  infiere  que  al  acabar  la  Santa  de  es- 
cribir su  Camino  de  Perfección,  se  hallaba  en  poder  del  P.  Báñez  el  libro  de  la  Vida, 
con  lo  cual  se  confirma  lo  que  hemos  dicho  en  el  capitulo  II,  es  decir,  que  aun  cuando 
no  el  P.  Báñez,  sino  el  P.  Garcia  de  Toledo,  habia  sido  el  que  mandó  escribir  á  Santa 
Teresa  por  segunda  vez  la  Vida,  pero  el  P.  Báñez,  que  vivia  entonces  en  Santo  To- 
más, leia  y  examinaba  este  libro  en  unión  del  P.  García  de  Toledo.  Por  eso  dice  á  sus 
hijas:  «si  éste  (el  Camino  de  Perfección)  va  para  que  le  veáis  y  os  l(»  da,  también  os 
dará  el  otro-  (el  libro  de  la  Vida). 


CAPÍTULO  V 
Cas  ''fundaciones,,  y  el  IP.  García  de  Coledo. 


Pasemos  ya  á  decir  algo  sobre  el  tercer  libro  de  Santa  Teresa,  el  de 
sus  Fundaciones.  Consta  de  31  capítulos,  y  contiene  la  historia  de  todas 
las  fundaciones,  exceptuando  la  primera,  que  fué  la  de  San  José  de  Avila. 
Comprende,  pues,  la  fundación  de  Medina,  Malagón,  Valladolid,  etc.,  etc., 
hasta  la  de  la  ciudad  de  Burgos,  última  que  llevó  á  cabo,  y  que  escribió 
en  esa  misma  ciudad,  dos  meses,  y  algunos  días  antes  de  ocurrir  su  precio- 
sísima muerte  en  Alba  de  Tormes,  á  donde  se  trasladó  desde  Medina  por 
orden  del  vicario  provincial  Fr.  Antonio  de  Jesús  (1).  Parecía  natural  que 
la  fundación  del  convento  de  San  José  formara  parte  de  ese  libro,  pero  la 
historia  de  esta  fundación  se  empezó  á  publicar  desde  la  primera  edición, 
hecha  en  Salamanca  el  1589,  juntamente  con  el  libro  de  la  Vida,  y  unida 
ha  continuado  en  las  posteriores  ediciones  (2).  Los  nueve  últimos  capítu- 


(1)  Este  V.  Padre,  verdadero  fundador  de  la  Reforma,  era  pariente  por  parte  de  su 
madre  de  San  Vicente  Ferrer.  Fué  natural  de  Requena,  profesó  la  Orden  Carmelitana, 
y  por  persuasión  de  Santa  Teresa,  abrazó  el  primero  la  descalcez  en  unión  de  San  Juan 
de  la  Cruz,  en  Duruelo.  Como  San  Juan  era  pequeño  de  estatura,  solia  decir  la  Santa  que 
«había  empezado  su  Reforma  con  fraile  y  medio.» 

(2)  Sin  embargo,  no  han  faltado  ediciones,  tanto  en  España,  como  en  Francia,  en 
que  el  libro  de  las  Fundaciones  empieza  por  la  fundación  de  San  José  de  Avila.  Así, 
en  la  edición  que  hicieron  los  PP.  Carmelitas  Calzados  en  Zaragoza  en  1623,  dividieron 
su  obra  en  cinco  libros.  El  primer  libro  contiene  la  fundación  de  San  José  de  Avila,  y 
los  cuatro  siguientes  abrazan  las  demás. 

11 


-  162  - 

los,  desde  el  XXXIl  al  XL,  los  consagra  la  Santa  á  su  primera  fundación. 

Es  importantísimo  también  este  libro  ó  historia  de  las  Fundaciones,  y 
como  dice  un  autor,  es  la  historia  mejor  escrita,  después  de  las  historias 
sagradas.  Pudiera  decirse  con  el  Sr.  La  Fuente,  que  este  libro,  en  cierto 
modo,  contiene  las  operaciones  ad  extra  de  Teresa  de  Jesús;  así  como  el 
de  la  Vida  (y  aun  podrían  entrar  con  la  Vida,  el  Camino  de  Perfección  y 
las  Moradas,  solo  que  en  éstos  habla  la  Santa  en  tercera  persona),  contie- 
ne las  operaciones  ad  intra.  Al  hablar  el  mismo  Sr.  La  Fuente  del  estilo  con 
que  está  escrito,  dice  así:  «En  cuanto  al  estilo  de  este  libro,  débese  notar 
que  es  más  correcto,  no  solamente  que  el  de  la  Vida  y  Camino  de  Perfec- 
ción, sino  que  todo  lo  demás  que  escribió,  y  según  va  adelantando,  se  ve 
lo  mucho  que  va  mejorando  en  el  modo  de  narrar,  en  la  soltura  de  escribir 
en  el  orden  y  enlace  de  las  ideas,  y  hasta  en  el  modo  de  redondear  los 
periodos.  El  trato  de  gentes,  la  mucha  correspondencia  epistolar,  y  con 
sujetos  de  alta  categoría,  los  viajes,  y  más  que  todo  el  progresivo  aumento 
de  dones  espirituales,  influían  precisamente  en  esta  mayor  corrección. > 

«Su  genio  alegre  y  jovial  se  retrata  más  en  este  libro  que  en  ningún 
otro,  pero  con  la  espontaneidad  y  naturalidad  propia  de  su  carácter  sen- 
cillo, candoroso  y  puro.  Los  epigramas  que  á  veces  salen  de  su  pluma,  a! 
describir  á  ciertas  personas,  ó  ridiculizar  algunas  impertinencias,  están  lle- 
nos de  agudeza,  pero  sin  malicia  alguna,  sin  intención  ni  aun  remota  de 
herirnilastimarlareputaciónajena>(l).  Escribiendo  al   P.   Gradan   le 


(1)     Prólogo  á  las  Fundaciones,  La  Fuente,  edición  de  1861. 

Entre  los  niuclios  dichos  agudos,  á  la  vez  que  inocentes,  de  que  usa  la  Santa  en  sus 
libros,  en  especial  en  este  de  las  Fundaciones,  merece  citarse  lo  que  escribió  en  el  capí- 
tulo XXIX,  hablando  de  nueve  Beatas  que  se  habían  reunido  en  Villanueva  de  la  Jara, 
esperando  á  que  la  Santa  fuese  á  fimdar  á  esa  Villa.  Describe  en  primer  lugar,  de  una 
manera  inimitable  y  graciosa,  la  vida  que  hacían  de  comunidad;  y  con  respecto  á  sus 
rezos  se  expresa  asi: 

<'E1  más  tiempo  rezaban  el  oficio  divino  con  un  poco  que  sabían  leer,  que  solo  una 
lee  bien,  y  no  con  breviarios  conformes:  unos  les  habían  dado  de  lo  viejo  Romano  al- 
gunos clérigos  como  no  se  aprovechaban  de  ellos,  otros  como  podían;  y  como  no  sa- 
bían leer,  estábanse  muchas  horas.  Esto  no  lo  rezaban  donde  de  fuera  las  oyesen:  Dios 
tomaría  su  intención  y  trabajo,  que  pocas  verdades  debían  decir." 


-  163- 

decía  (1):  «Las  fundaciones  (el  libro  de  las  Fundaciones)  van  ya  al  cabo  (2). 
Creo  se  ha  de  holgar  de  que  las  vea,  porque  es  cosa  sabrosa.  Mire  si  obe- 
dezco bien.  Cada  vez  pienso,  que  tengo  esta  virtud,  porque  de  burlas  que 
se  me  mande  una  cosa,  la  querría  hacer  de  veras,  y  lo  hago  de  mejor  gana, 
que  esto  de  estas  cartas,  que  me  mata  tanta  barabúnda.  No  sé  cómo  me 
ha  quedado  tiempo  para  lo  que  he  escrito >.  Esto  mismo  decía  á  su  gran 
amigo  el  Licenciado  Aguiar,  como  ella  le  llama,  médico  muy  devoto  suyo, 
y  que  no  sabía  separarse  de  ella  todo  el  tiempo  que  la  Santa  estuvo  en 
Burgos.  «Quejándome  yo  (dice  el  citado  Sr.  Aguiar  en  la  declaración  para 
la  canonización)  un  día  que,  ¿porque  no  bajaba  pronto  y  puntualmente 
para  asistir  y  dirigir  las  obras  del  nuevo  convento  que  se  estaban  hacien- 
do (y  la  razón  era  por  la  suavidad  que  yo  sentía  con  su  presencia),  me 
respondió:  *  Quiero  que  sepa  vuestra  merced  que  yo  también  escribo  mis 
necedades;  y  en  el  estilo  que  puedo  voy  ahora  escribiendo  lo  que  pasa  en 
esta  fundación,  que  es  memorable,  como  lo  he  hecho  en  todas  las  otras, 
porque  serán  cosas  de  mucho  gusto  algún  día,  y  aún  ahora,  voy  escribien- 
do la  merced,  que  vuestra  merced  nos  hace,  y  la  caridad  con  que  nos  tra- 
ta y  lo  que  le  debemos,  y  cierto  que  ni  come  ni  sosiega  en  su  casa  asis- 
tiendo aquí,  y  Dios  se  lo  ha  de  pagar    (3). 

Es  muy  para  notar  la  forma  en  que  se  expresa  Santa  Teresa  al  referir- 
se á  este,  su  libro,  sobre  todo  teniendo  en  cuenta  que  en  su  profunda  hu- 
mildad nunca  alabó  sus  celestiales  escritos;  al  contrario,  los  tenía  en  tan 
poca  estima  (no  en  cuanto  á  la  doctrina  en  ellos  contenida,  sino  en  cuan- 
to al  estilo),  que  á  su  manera  de  hablar  y  de  explicar  las  cosas,  la  llamaba 
desatino,  confesando  y  pregonando  á  cada  paso  su  torpeza:  y  así,  hablan- 
do con  el  V.  P.  Fr.  Pedro  Ibáñez,  en  el  capítulo  XI  de  su  Vida  le  decía  de 
esta  manera:  -  Y  podrá  ser  las  menos  veces  acierte  á  que  venga  bien  la 
comparación,  servirá  de  dar  recreación  á  V.  M.  de  ver  tanta  torpeza-;  y 


(1)  Carta  110,  edición  del  Sr.  La  Fuente  de  IHSl. 

(2)  Santa  Teresa  las  iba  escribiendo,  según  acababa  cada  una  de  estas  fundacio- 
nes, pensando  siempre  que  aquella  fuera  la  última,  pues  sentiase  ya  muy  débil  y  acha- 
cosa. 

(3)  Edición  del  Sr.  La  Fuente  de  L-'BI,  tomo  0.°,  página  205. 


I 


—  164  — 

un  poco  más  adelante:  -^Gustaré  de  que  se  ría,  si  le  parece  desatino  la  ma- 
nera de  declarar*;  y  otras  muchísimas  veces  se  expresa  del  mismo  modo: 
pero  no  sucede  lo  mismo,  cuando  se  trata  del  libro  las  Fundaciones  (1). 

Antes  de  pasar  á  averiguar  quién  haya  sido  el  confesor  ó  prelado,  por 
cuyo  mandato  escribiese  Santa  Teresa  este  libro  de  tan  sabrosa  lectura,  y 
donde  se  hallan  unidas  la  mística  con  la  historia  y  la  política,  conviene 
hacer  constar,  que  así  como  Dios  quería  que  escribiese  la  vida,  y  lo  hemos 
hecho  ver  por  lo  que  la  Santa  misma  escribió  en  el  prólogo,  así  también 
quiso  Dios  que  escribiese  la  historia  de  sus  fundaciones,  y  así  en  la  rela- 
ción 3.^  párrafo  2°  dice,  hablando  de  la  revelación  que  tuvo  en  San  José 
de  Malagón,  el  segundo  día  de  Cuaresma:  «Se  me  presentó  Nuestro  Señor 
Jesucristo  en  visión  imaginaria,  como  suele...  Díjome  que  no  era  ahora 
tiempo  de  descansar,  sino  que  me  diese  priesa  á  hacer  estas  casas...  que 
tomase  cuantas  me  diesen...  que  escribiese  la  fundación  de  estas  casas*.  Y 
en  carta  que  escribió  al  V.  P.  Gracián,  desde  Toledo,  el  año  1576,  le  de- 
cía: ^  Y  también  he  escrito  esas  boberías  que  ahí  verá.  Ahora  comenzaré  lo 
de  las  fundaciones  que  me  ha  dicho  José  (Jesucristo)  que  será  provecho 
de  muchas  almas  (2).  Pero  Santa  Teresa  en  empresas  de  este  género,  nun- 
ca se  atrevía  á  obrar,  por  su  profundísima  humildad  y  prudencia  consuma- 
da, mientras  el  confesor  ó  prelado  no  aprobasen  esas  hablas,  y  ellos  mis- 
mos como  vicegerentes  de  Dios,  se  lo  mandasen  é  intimasen  el  precepto 
por  medio  de  la  obediencia.  Así  sucedió  cuando  escribió  su  vida,  y  al  es- 
cribir ahora  el  libro  de  las  Fundaciones.  Debemos,  pues,  señalar  quién  ó 
quiénes  fueron  los  que  se  las  mandaron  escribir. 

Para  proceder,  no  sólo  con  claridad,  sino  también  con  justicia,  dando 
á  cada  uno  lo  que  es  suyo;  conviene  tener  presente,  que  el  libro  que  exa- 
minamos contiene  tres  partes  ó  secciones,  como  las  llama  el  historiador 


(1)  En  la  primera  edición  que  se  hizo  de  las  principales  obras  de  Santa  Teresa, 
bajo  la  dirección  de  Fr.  Luis  de  León,  no  se  editó  el  libro  de  las  Fundaciones,  sin  duda, 
teniendo  en  cuenta  que  por  entonces  vivían  aún  muchas  personas  á  quienes  la  Santa 
aludía  y  nombraba,  y  por  lo  tanto,  la  publicación  hubiera  podido  ofrecer  algún  incon- 
veniente. Salió  á  luz  por  primera  vez  en  Amberes  en  1630.  El  original  de  este  libro  se 
halla  también  en  el  Camarín  del  Escorial,  donde  fué  colocado  en  1592. 

(2)  Carta  102,  La  Fuente,  Edición  de  1881. 


-  165  — 

Sr.  La  Fuente  y  que  corresponden  á  tres  periodos  que  abraza.  Acabada  la 
primera  fundíición,  ó  sea  la  de  San  José  de  Avila,  el  año  1562,  cuya  histo- 
ria, como  ya  se  ha  dicho  se  halla  escrita  en  los  últimos  capítulos,  de  lo 
que  hoy  llamamos  Vicia  de  Santa  Teresa,  permaneció  la  insigne  Reforma- 
dora del  Carmelo,  en  ese  santo  Convento,  por  espacio  de  cinco  años,  de 
los  cuales  dice  ella:  ■^ Cinco  años  después  de  la  fundación  de  San  José  de 
Avila:  estuve  en  él,  que  á  lo  que  ahora  entiendo,  me  parece  serán  los  más 
descansados  de  mi  vida,  cuyo  sosiego  y  quietud  echa  harto  de  menos 
muchas  veces  mi  alma>  (1). 

Trascurridos  los  cinco  años  aunque  incompletos,  ó  sea  en  1567,  Santa 
Teresa  emprendió  la  fundación  de  Medina,  Malagón,  Valladolid,  Toledo, 
Pastrana,  Salamanca  y  Alba  de  Tormes,  cuyas  fundaciones  que  son  las 
comprendidas  en  el  primer  periodo,  se  las  mandó  escribir  el  P.  M.  Ripalda 
de  la  Compañía  de  Jesús  confesándose  con  él  en  Salamanca  el  año  1573. 
La  Santa  se  ausentó  luego  de  Salamanca  y  fundó  sus  Conventos  de  Sego- 
via.  Veas,  Sevilla  y  Caravaca,  y  á  su  vuelta  de  Andalucía,  el  año  1576, 
hallándose  en  la  ciudad  de  Toledo,  dice  la  crónica  Carmelitana,  libro  5.° 
capitulo  XXXVII,  el  P.  Fr.  Jerónimo  Gracián  que  era  entonces  visitador 
apostólico  de  Calzados  y  Descalzos,  nombrado  por  Monseñor  Hormaneto, 
Nuncio  de  Su  Santidad,  considerando  ser  en  daño  de  la  Orden  que  aque- 
lla obra,  el  libro  las  Fundaciones,  no  se  acabase,  aunque  la  Santa  Madre 
vencida  de  las  ocupaciones  y  enfermedades  se  excusaba,  la  animó  grande- 
mente y  mandó  la  prosiguief.e,  con  que  añadió  á  las  dichas,  otras  cuatro, 
Segovia,  Veas,  Sevilla  y  Caravaca,  y  acabólas  de  escribir  en  Toledo,  vís- 
pera de  San  Eugenio,  14  de  Noviembre  del  año  dicho  de  76.  Todo  lo  cual 
está  conforme  en  un  todo  con  lo  que  la  Santa  escribe  al  terminar  el  capí- 
tulo XXVII  de  este  libro,  y  es  justo  que  se  consigne  aquí:  -Comencé  á  es- 
cribir estas  fundaciones  por  mandado  del  P.  M.  Ripalda  de  la  Compañía 
de  Jesús,  como  dije  al  principio,  que  era  entonces  rector  del  Colegio  de 
Salamanca,  con  quien  yo  entonces  me  confesaba.  Estando  el  monasterio 
del  glorioso  San  Josef,  que  está  allí,  año  de  1573  escribí  algunas  de  ellas, 
y  con  las  muchas  ocupaciones  habíalas  dejado,  y  no  quería  pasar  adelan- 

(1)    Santa  Teresa,  libro  de  las  Fundaciones,  capítulo  I,  número  1.° 


—  166- 

te,  por  no  me  confesar  ya  con  el  dicho,  á  causa  de  estar  en  diferentes  par- 
tes, y  también  por  el  gran  trabajo  y  trabajos  que  me  cuesta  lo  que  he  es- 
crito, aunque  como  ha  sido  siempre  mandado  por  obediencia,  yo  los  doy 
por  bien  empleados:  estando  muy  determinada  á  esto,  me  mandó  el  P.  Co- 
misario apostólico  (que  es  ahora  el  M.  Fr.  Jerónimo  Gracián  de  la  Madre 
de  Dios)  que  las  acabase.  Diciéndole  yo  el  poco  lugar  que  tenía,  y  otras 
cosas  que  se  me  ofrecieron  (que  como  ruin  obediente  le  dije),  porque  tam- 
bién se  me  hacía  gran  cansancio  sobre  otros  que  tenía,  con  todo  me  mandó 
que,  poco  á  poco,  ó  como  pudiese,  las  acabase:  ansí  lo  he  hecho,  sujetán- 
dome en  todo  á  que  quiten  los  que  entienden  lo  que  es  mal  dicho.  Que  por 
ventura  lo  que  á  mi  me  parece  mejor  irá  mal.  Háse  acabado  hoy,  víspera  de 
San  Eugenio,  á  catorce  días  del  mes  de  Noviembre  de  1576,  en  el  monas- 
terio de  San  Josef  de  Toledo,  á  donde  ahora  estoy  por  mandado  del  P.  Co- 
misario apostólico  el  M.  Fr.  Jerónimo  Gracián  de  la  Madre  de  Dios,  á  quien 
ahora  tenemos  por  perlado  de  Descalzos  y  Descalzas  de  la  primitiva  regla, 
siendo  también  visitador  de  los  de  la  mitigada  de  la  Andalucía,  á  gloria  y 
honra  de  Nuestro  Señor  Jesucristo,  que  reina  y  reinará  para  siempre.  Amén. 

Tanto  por  las  palabras  de  la  crónica  como  por  las  de  Santa  Teresa,  se 
vé  con  evidente  claridad  que  estas  cuatro  fundaciones,  que  son  las  que 
corresponden  al  segundo  periodo,  las  escribió  por  mandato  del  P.  Fr.  Je- 
rónimo Gracián,  y  por  eso  la  misma  Santa  escribiendo  desde  Toledo  el 
año  76  á  su  hermano  D.  Lorenzo,  recien  llegado  á  Avila,  le  decía: 

«Bien  las  puede  leer  (las  Fundaciones  que  tenia  escritas)  y  sacar  de 
allí  un  papel  en  que  están  escritas  algunas  cosas  de  la  fundación  de  Alba. 
Envíemelo  vuestra  merced  con  esotros,  porque  el  P.  Visitador  me  ha  man- 
dado acabe  las  Fundaciones,  y  son  menester  esos  papeles  para  ver  lo  que 
he  dicho,  y  para  esa  de  Alba.  Harto  de  mal  se  me  hace;  porque  el  rato  que 
me  sobra,  quisiera  más  estarme  á  solas  y  descansar.  No  me  parece  que 
quiere  Dios.  Plega  á  El  se  sirva  de  ello>.  Continúa  después  la  Crónica  en 
ellugar  ya  citado  (1):  «Cuatro  años  pararon  las  Fundaciones,  por  la  si- 
guiente turbación  de  la  Orden.  Y  manifestándose  en  el  80  alguna  luz  de 
paz,  las  prosiguió  Nuestra  Santa  Madre  y  dejó  fundadas  de  su  mano  otras 

(1)     Libro  5.^  capitulo  XXXVI!. 


-167- 

cuatro:  Villanueva  de  la  Jara,  Falencia,  Soria  y  Burgos  y  escribiólas  por 
mandado  del  P.  Gracián,  en  aquella  ciudad-:  Estas  cuatro  fundaciones, 
que  son  las  últimas,  son  las  que  abraza  el  tercer  periodo. 

Me  he  detenido  algún  tanto  en  este  punto,  no  solo  por  aclararle,  sino 
principalmente,  como  ya  queda  indicado,  por  dar  á  cada  uno  lo  que  es 
suyo;  y  así,  recopilando  lo  dicho,  resulta  que  las  fundaciones  del  primer 
periodo,  ó  sea  hasta  el  año  73,  se  las  mandó  escribir  el  Jesuíta  P.  M.  Ri- 
palda.  Las  Fundaciones  del  segundo  y  tercero,  las  escribió  por  obedien- 
cia al  P.  M.  Gracián,  ya  como  visitador  apostólico  que  era  el  año  76,  ya 
como  primer  provincial  de  la  Reforma  que  era  el  año  82  cuando  la  Santa 
escribió  las  cuatro  últimas;  y  por  lo  tanto  á  él  se  le  deben.  De  todo  esto, 
se  infiere  la  muy  poca  exactitud  que  contienen  las  palabras  del  historia- 
dor La  Fuente,  cuando  en  el  prólogo  á  los  libros  historiales  de  la  Santa, 
es  decir,  á  los  libros  de  la  Vida  y  Fundaciones,  comparando  "los  hijos  de 
San  Ignacio  con  los  de  Santo  Domingo,  en  la  parte  que  unos  y  otros  tu- 
vieron en  estos  libros,  se  expresa  de  esta  manera  (1):  «El  libro  de  la 
Vida  interior  y  fundación  de  San  José,  se  lo  mandó  escribir  su  confesor, 
fraile  dominico,  y  continuar  otro  confesor  también  dominico:  el  de  la  Vida 
exterior  y  las  demás  fundaciones  se  lo  mandó  escribir  otro  confesor  Jesuí- 
ta»; y  un  poco  más  adelante  vuelve  á  repetir  lo  mismo:  < Debemos,  pues, 
dice  el  libro  de  la  Vida  y  fundación  de  San  José  de  Avila,  á  Santo  Domingo; 
el  de  la  Vida  exterior  y  fundaciones  siguientes,  á  San  Ignacio-.  Repetimos 
que  hay  poca  exactitud  en  las  anteriores  palabras  del  historiador  La  Fuen- 
te. Porque  es  muy  verdadero,  y  tan  cierto,  que  nadie  lo  pone  en  duda,  ni 
el  mismo  Sr.  La  Fuente,  que  el  libro  de  la  Vida  interior  y  fundación  de  San 
José,  se  lo  mandó  escribir  su  confesor,  fraile  dominico,  y  continuar  otro 
confesor  también  dominico,  y  por  lo  tanto  que  el  libro  de  la  Vida  y  funda- 
ción de  San  José,  se  debe  á  Santo  Domingo;  pero  no  lo  es  tanto  el  afirmar 
que  el  de  la  Vida  exterior  y  las  demás  fundaciones^'  se  los  mandase  escribir 
otro  confesor  Jesuíta,  ni  que  se  deba  el  de  la  --  Vida  exterior  y  fundaciones  si- 
guientes > ,  á  San  Ignacio;  pues  como  se  ha  demostrado  hasta  la  evidencia  con 
documentos  y  datos  irrecusables,  este  libro  de  la  Vida  exterior  y  fundacio- 


(1)     Edición  de  1881. 


—  168  — 

nes  siguientes,  como  le  llama  La  Fuente,  se  debe  en  parte  al  P.  Rlpalda, 
que  mandó  á  San  Teresa  escribir  las  fundaciones  de  Medina  y  las  demás 
hasta  la  de  Alba,  ó  sea  las  del  primer  periodo;  pero  se  debe  también  al 
P.  M.  Gracián  que  la  mandó  escribiese  las  restantes,  ó  sea  las  que  abrazan 
el  segundo  y  tercer  periodo. 

Pudiera  acaso,  en  cierto  modo,  salvarse  la  exactitud  de  esas  frases,  si 
al  menos  se  debiese  al  Jesuíta  Ripalda  lo  que  pudiéramos  llamar  iniciativa, 
ó  sea  la  primera  idea  de  que  Santa  Teresa,  asi  como  habia  escrito  la  Vida, 
escribiese  también  sus  fundaciones;  pero  ni  aun  en  esto,  le  corresponde 
este  mérito,  que  por  cierto,  no  es  pequeño:  esta  feliz  ocurrencia  se  debe 
en  toda  justicia  á  nuestro  P.  García  de  Toledo. 

Oigamos  á  Santa  Teresa  que  en  el  prólogo  á  dicho  libro  se  expresa  de 
esta  manera:  «Estando  en  San  Josef  de  Avila  año  de  mil  y  quinientos  y 
sesenta  y  dos,  que  fué  el  mesmo  que  se  fundó  este  monasterio  mesmo,  fui 
mandada  del  P.  Fr.  García  de  Toledo,  dominico,  que  al  presente  era  mi 
confesor,  que  escribiese  la  fundación  de  aquel  monasterio,  con  otras  mu- 
chas cosas,  que  quien  la  viere,  si  sale  á  luz,  verá.  Ahora  estando  en  Sala- 
manca, año  de  mil  y  quinientos  y  setenta  y  tres,  que  son  once  años  des- 
pués, confesándome  con  un  Padre  Rector  de  la  Compañía,  llamado  el 
maestro  Ripalda,  habiendo  visto  este  libro  de  la  primera  fundación,  le  pa- 
reció sería  servicio  de  nuestro  Señor,  que  escribiese  de  otros  siete  monas- 
terios, que  después  acá  por  la  bondad  de  nuestro  Señor  se  han  fundado, 
junto  con  el  principio  de  los  monasterios  de  los  PP.  Descalzos  de  esta 
primera  Orden,  y  ansí  me  lo  han  mandado.» 

De  las  anteriores  palabras,  lealmente  interpretadas,  se  desprende: 
1."  Que  la  idea  primera,  la  iniciativa  de  escribir  las  Fundaciones,  la  gran  Te- 
resa de  Jesús,  partió  del  P.  García  de  Toledo;  y  que  á  este  V.  P.  se  le  debe: 
«fui  mandada,  dice  la  Santa  Escritora,  del  P.  Fr.  García  de  Toledo,  domi- 
nico, que  al  presente  era  mi  confesor,  que  escribiese  la  fundación  de  aquel 
monasterio-.  2."  Que  la  causa  que  movió  al  P.  Ripalda  para  mandarla  es- 
cribir el  año  73  algunas  Fundaciones  que  para  entonces  tenía  hechas,  fué, 
el  haberie  parecido  bien  y  cosa  muy  acertada,  lo  que  había  escrito  por 
mandato  del  P.  García  de  Toledo,  sobre  la  fundación  de  San  José:  «Con- 
fesándome, dice  la  Santa,  con  un  P.  Rector  de  la  Compañía,  llamado  el 


—  169  — 

M.  Ripalda,  habiendo  visto  este  libro  de  la  primera  fundación,  le  pareció 
seria  servicio  de  Dios,  Nuestro  Señor,  que  escribiese  de  otros  siete  mo- 
nasterios que  después  íicá,  por  la  bondad  de  Nuestro  Señor,  se  han  fun- 
dado-. 3."  La  tercera  conclusión  que  naturalmente  y  sin  violencia  se  de- 
duce de  todo  lo  precedente,  por  más  que  á  alguno  quizá  le  parezca  una 
paradoja,  es  que  no  sólo  se  debe  á  Dominicos  el  que  Santa  Teresa  escri- 
biese su  Vicia  interior  y  la  fundación  de  San  José,  como  lo  confiesan  todos 
sus  biógrafos,  sin  excluir  al  Sr.  La  Fuente,  quien  lo  dice  y  lo  repite  á  cada 
paso;  sino  que  á  ellos  se  les  debe  en  cierto  modo  también,  y  no  al  P.  Ri- 
palda de  la  Compañía  de  Jesús,  el  que  la  Santa  escribiese  su  Vida  exterior, 
ó  la  historia  de  sus  fundaciones,  en  cuanto  al  mandarle  el  P.  Dominico, 
Fr.  García  de  Toledo,  escribir  el  año  65  la  primera  fundación,  ó  sea  la  de 
San  José,  puso,  digámoslo  asi,  el  fundamento  para  que  escribiese  más  tar- 
de la  historia  de  todas  las  fundaciones  que,  después  de  la  primera,  llevó 
á  cabo  en  los  años  restantes  de  su  vida.  Es  esta  una  conclusión,  que  como 
ya  se  indicó,  se  desprende  sin  violencia,  si  con  atención  se  examinan  y 
ponderan  todos  los  antecedentes,  y  la  que  deducirá  cualquiera  que  se  pro- 
ponga relatar  imparcialmente  la  historia  de  estos  sucesos  (1).  Por  eso,  el 


(1)  Este  mismo  pensamiento  y  sentir,  nuniifiesta  el  célebre  autor  del  Año  Tcrcsia- 
no  cuando  en  el  tomo  7.",  día  7.°,  al  enumerar  los  libros  de  su  Santa  Madre,  dice  así: 
«El  tercer  libro,  que  también  permanece  en  el  Escorial,  es  de  las  Fundaciones.  Débese 
esta  idea  al  R.  M.  Fr.  García  de  Toledo,  por  lo  perteneciente  á  la  primera  Fundación 
de  San  José  de  Avila.» 

Aún  no  lo  hemos  dicho  todo;  resta  añadir  que  aun  cuando  el  P.  Ripalda  mandó  á 
Santa  Teresa  en  1573  escribiese  las  fundaciones  que  hasta  entonces  había  efectuado, 
sin  embargo,  como  la  Santa  sólo  estuvo  de  paso  en  Salamanca,  pues  era  Priora  de  la 
Encarnación  de  Avila  en  aquellos  años,  y  sólo  fué  á  Salamanca  para  arreglar  el  negocio 
de  la  casa  ó  convento  de  sus  hijas,  de  ahí  que  trasladándose  luego  á  Ávila  y  Segovia, 
donde  fundó  en  1574,  dejó  de  confesarse,  como  es  claro,  con  el  P.  Ripalda,  que  residía 
en  Salamanca,  y  de  ahí  también,  que  aun  cuando  empezase  á  escribir  esas  fundaciones 
en  1573,  tuvo  que  interrumpir  ese  trabajo  por  las  muchas  ocupaciones  y  negocios 
que  tenia  entre  manos,  como  ella  misma  nos  lo  dice  en  el  capítulo  XXVll,  por  estas 
palabras:  " Comencé  á  escribir  estas  fundaciones  por  mandato  del  P.  M.  Ripalda,  de  la 
Compañía  de  Jesús,  como  dije  al  principio,  que  era  entonces  Rector  del  Colegio  de  Sa- 
lamanca, con  quien  yo  entonces  me  confesaba.  Estando  en  el  monasterio  del  glorioso 


—  170  — 

gran  historiador  de  la  Reforma,  actuándose  en  todo  lo  dicho,  cual  convie- 
ne á  un  escritor  que  escribe  con  rectitud  de  intención,  y  comentando  las 
palabras  precedentes  de  la  Santa,  sintetiza  con  grande  fidelidad  su  sentido, 
á  la  vez  que  el  pensamiento  de  su  Santa  Madre  y  escribe  con  grande  aplo- 
mo, las  palabras  que  contienen  esta  conclusión  tercera  y  dice:  <  Según  esto, 


San  José,  que  está  allí,  año  1573,  escribí  algunas  de  ellas,  y  con  las  muchas  ocupacio- 
nes habíalas  dejado,  y  no  quería  pasar  adelante,  por  no  me  confesar  ya  con  el  dicho, 
á  causa  de  estar  en  diferentes  partes,  y  también  por  el  gran  trabajo  y  trabajos,  que  me 
cuesta  la  que  he  escrito».  Cuando  en  1576  se  hallaba  en  Toledo,  de  su  vuelta  de  Sevi- 
lla, el  P.  Gracián,  que  era  Visitador  Apostólico,  la  mandó  que  las  escribiese  todas,  tan- 
to las  que  había  fundado  después  de  1573,  como  las  que  fundó  antes  de  esta  fecha. 

Se  equivocan,  pues,  tanto  los  Bolandos,  como  el  Sr.  La  Fuente,  cuando  nos  dicen 
que  la  Santa  escribió  en  Salamanca,  en  1573,  las  fundaciones  de  los  siete  conventos 
de  monjas  que  había  llevado  á  cabo  hasta  esa  fecha.  Y  que  esta  afirmación  de  tan  gra- 
ves historiadores,  no  puede  sostenerse,  se  ve  claro,  pues  al  historiar  la  Santa  la  fun- 
dación de  Valladolid,  nos  habla  de  la  entrada  en  aquel  convento  de  Casilda  de  Padilla, 
que  tuvo  lugar  en  1574.  En  los  capítulos  que  siguen  á  la  fundación  de  Valladolid,  cuen- 
ta también  la  traslación  de  las  monjas,  desde  Pastrana  a  Segovia,  de  la  ordenación  de 
Ambrosio  Mariano;  hechos  que  sucedieron  en  ese  mismo  año  de  1574,  la  fundación  del 
Convento  de  Duruelo,  que  se  hizo  en  1575,  y  aun  de  cosas  y  casos  que  tuvieron  lugar 
en  1576.  Es,  pues,  inadmisible,  que  escribiese  esas  fundaciones  y  capítulos  en  Sala- 
manca el  año  de  1573.  Por  eso  la  Santa  no  dice  que  las  escribió,  sino  que  las  comenzó 
á  escribir:  «Comencé,  dice,  á  escribir  estas  fundaciones,  por  mandato  del  P.  M.  Ripal- 
da»,  y  añade  que  las  había  dejado  y  que  ya  no  las  quería  continuar  por  no  confesarse 
con  dicho  Padre.  Los  dos  historiadores  contemporáneos  de  la  Santa  Madre,  Ribera  y 
Yepes  fueron  mucho  más  exactos,  cuando  solamente  dijeron  «que  la  Santa  comenzó  el 
libro  de  las  Fundaciones  en  Salamanca  en  1573,  cuando  ella  había  ya  fundado  siete  mo- 
nasterios.» 

Resulta,  pues,  de  los  datos  aducidos,  que  en  rigor  no  se  puede  decir  que  Santa  Te- 
resa escribiese  en  virtud  del  mandato  del  P.  Ripalda,  más  que  las  fundaciones  de  Me- 
dina y  Malagón,  pues  en  la  tercera,  que  es  la  de  Valladolid,  refiere  sucesos  acaecidos 
en  1574,  y  es  muy  verosímil,  que  sí  en  1576  el  P.  Gracián  no  la  hubiese  obligado  á  es- 
cribir lo  que  faltaba,  la  Santa  no  lo  hubiera  hecho.  Después  de  todo  lo  expuesto  apa- 
rece más  convincente  y  clara  la  inexactitud  del  Sr.  La  Fuente,  cuando  afirma  y  repite 
con  tanto  aplomo,  que  -el  de  la  Vida  exterior  y  de  las  demás  Fundaciones,  se  lo  mandó 
escribir  otro  confesor  Jesuíta^;  -debemos,  pues,  el  de  la  Vida  exterior  y  fundaciones 
siguientes,  á  San  Ignacio*.  Cnf.  /Euvres  de  Sainte  Tliérése,  vol.  III,  pág.  19. 


-  171  - 

el  primer  fundamento  de  escribir  Fundaciones,  fué  el  P.  M.  Fr.  García  de 
Toledo.  Y  parecióle  tan  bien,  esto  es,  tan  acertado,  al  P.  Ripalda  de  la 
Compañía  de  Jesús,  que  la  mandó  las  prosiguiese».  Sí:  al  P.  García  de 
Toledo  le  corresponde  la  gloria  de  que  Santa  Teresa  escribiese  esas  sa- 
brosas historias;  porque  él  fué,  repitamos  la  expresión  del  célebre  Carme- 
lita, el  primer  fundamento  de  que  la  Santa  escribiese  fundaciones.  La  histo- 
ria se  debe  escribir,  dando  á  cada  uno,  es  decir,  á  cada  instituto,  lo  que  le 
corresponde:  suum  caique. 


--*-- 


CAPÍTULO    VI 
ei  libro  de  las  'inoradas,,  y  el  Dominico  IP.  janguas. 

Pasemos  ya  al  libro  de  las  Moradas,  ó  al  Apocalipsis  de  Santa  Teresa, 
como  le  llama  el  Sr.  La  Fuente  (1):  <  pues  los  libros  de  esta  mística  Doc- 
tora, pueden,  al  decir  del  mismo  autor,  dividirse  á  la  manera  de  los  del 
Nuevo  Testamento,  en  históricos,  sapienciales,  las  epístolas  ó  cartas,  y 
este  de  las  Moradas  ó  Apocalipsis  de  la  Santa;  porque  sino  es  profético, 
como  el  del  evangelista  San  Juan,  es  en  cambio  tan  elevado,  sublime  y  de 
tan  recónditos  misterios,  que  aun  los  más  ejercitados  en  las  cosas  de  es- 
píritu, hallan  en  él,  no  sólo  qué  admirar,  sino  qué  adivinar,  siquiera  los 
superficiales  y  vulgares  lo  hallen  todo  llano  como  sucede  á  la  presunción 
petulante.» 

El  original  de  este  preciosísimo  libro  se  conserva  en  el  convento  de 
Carmelitas  Descalzas  de  Sevilla,  tal  cual  salió  de  las  manos  de  la  Santa 
Madre. 

Aunque  el  Sr.  Yepes  y  el  P.  Ribera  nos  dicen  que  le  escribió  por  man- 
dato del  Sr.  Velázquez,  prebendado  de  la  Santa  Iglesia  Primada,  y  después 
Obispo  de  Osma  y  Arzobispo  de  Santiago,  fundados  quizá  en  que  era  su 
confesor  y  empezó  su  escritura  en  aquella  ciudad,  el  día  de  la  Santísima 
Trinidad  del  año  1577,  como  ella  dice  en  el  prólogo;  pero  el  Sr.  La  Fuente 
y  antes  el  autor  de  la  Crónica  Carmelitana,  y  lo  mismo  el  autor  de  la  obra 


(1)    Prologo  al  libro  de  las  Moradas,  Edición  de  1881. 


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titulada  La  Mujer  Grande  afirman,  sin  duda  alguna,  que  le  escribió  por 
mandato  del  P.  Fr.  Jerónimo  de  la  Madre  de  Dios  Gracián,  que  era  enton- 
ces visitador  ó  comisario,  nombrado  por  el  Nuncio  de  su  Santidad  en  Ma- 
drid, Monseñor  Nicolás  Hormaneto,  gran  protector  de  la  Reforma,  aunque 
no  falta  quien  dice  que  este  libro  se  debe  también  á  los  ruegos  de  un  Pa- 
dre Dominico.  Consta  además  de  un  opúsculo  del  mismo  P.  Gracián,  que 
en  el  capítulo  V,  números  2."  y  3.^  dice  así  (1):  Persuadía  yo  á  la  Madre 
Teresa  estando  en  Toledo  con  mucha  importunación,  que  escribiese  el  li- 
bro que  después  escribió,  que  se  llama  Las  Moradas.  Ella  me  respondió: 
«¿Para  qué  quieren  que  escriba?  escriban  los  letrados  que  han  estudiado, 
que  yo  soy  una  tonta  y  no  sabré  lo  que  me  digo:  pondré  un  vocablo  por 
otro,  con  que  haré  daño.  Hartos  libros  hay  escritos  de  cosas  de  oración: 
por  amor  de  Dios,  que  me  dejen  hilar  mi  rueca,  y  seguir  mi  coro  y  oficios 
de  religión,  com.o  las  demás  hermanas,  que  no  soy  para  escribir,  ni  tengo 
salud  y  cabeza  para  ello,  etc.» 

«Convencíla  con  el  ejemplo  de  que  algunas  personas  suelen  sanar  de 
enfermedades,  más  fácilmente  con  las  recetas  sabidas  por  experiencia,  que 
con  la  medicina  de  Galeno,  Hipócrates  y  de  otros  libros  de  mucha  doctri- 
na; de  la  misma  manera  puede  acaecer  en  almas  que  siguen  oración  y  es- 
píritu, que  más  fácilmente  se  aprovechan  de  libros  espirituales,  escritos  de 
lo  que  se  sabe  por  experiencia,  que  no  de  lo  que  han  leído  y  estudiado  en 
doctores.  Porque  así  como  quien  ha  de  andar  un  camino  peligroso  y  lleno 
de  barrancos  y  malos  pasos,  más  le  aprovecha  la  luz  que  le  da  quien  le 
acaba  de  andar  y  ha  experimentado  lo  que  en  él  hay,  aunque  no  sepa  los 
nombres  propios,  como  sepa  decir  por  algunas  señas,  donde  está  el  peli- 
gro, que  no  la  luz,  y  noticia  que  le  da  el  que  lo  sabe  por  haberlo  leído  y 
por  sola  relación;  así  acaece  en  las  almas  que  siguen  el  camino  áspero  de 
la  oración.  Porque  como  estas  cosas  del  espíritu  sean  prácticas,  y  que  se 
ponen  por  obra,  mejor  las  declara  quien  tiene  la  experiencia,  que  no  quien 
tiene  sola  la  ciencia,  aunque  hable  en  propios  términos.- 

El  autor  de  la  Crónica  Carmelitana  no  sólo  dice  que  el  P.  Gracián  fué 
quien  se  le  mandó  escribir,  sino  que  expone  además  el  motivo  ó  causa 


(1)     Obras  de  Santa  Teresa  pur  la  Fuente,  tonio  ü.":  edición  del  81. 


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más  inmediata  que  tuvo  para  mandárselo,  ó  sea  el  hallarse  detenido  en  el 
Tribunal  de  la  Santa  Inquisición  el  libro  de  la  vida  que  años  antes  había 
la  Santa  escrito.  Dice  asi  el  citado  autor  (1): 

♦  Al  buen  juicio,  y  cuidadosa  diligencia  del  P.  Fr,  Jerónimo  Gracián  de- 
bemos este  tesoro.  Hallábase  en  Toledo  consolando  y  recibiendo  con- 
suelo de  la  Santa,  en  lo  más  riguroso  de  las  persecuciones.  Estando  con 
ella  tratando  de  materias  espirituales,  se  lamentó  de  que  el  libro  de  su  Vida 
donde  tantas  luces  y  avisos  se  hallaban  para  el  trato  de  oración,  estuviese 
asi  retirado  en  el  Tribunal  de  la  Inquisición.  Vínole  al  pensamiento  que  se 
podía  restaurar  tan  gran  pérdida,  si  la  Santa  escribiese  aquella  misma  doc- 
trina, no  por  modo  de  historia  suya,  sino  de  enseñanza,  sin  hacer  de  sí 
memoria,  sino  cuando  mucho  en  tercera  persona,  si  la  necesidad  de  la 
doctrina  lo  pidiese.  Agradado  del  pensamiento,  que  sin  duda  fué  del  cielo 
se  lo  propuso  á  la  Santa,  significándole  la  importancia,  y  animándola  con 
la  memoria  del  favor  de  Dios,  que  en  los  demás  libros  había  experimenta- 
do. Repugnaba  el  natural  por  las  causas  generales,  y  en  especial  por  un 
ruido  en  la  cabeza,  que  no  la  dejaba  atender.  De  nada  de  esto  se  dejó 
vencer  el  buen  Padre,  y  determinadamente  le  mandó  que  escribiese  este 
libro;  y  comiénzale  por  estas  palabras:  Pocas  cosas  que  me  ha  mandado 
la  obediencia  se  me  han  hecho  tan  dificultosas,  como  escribir  ahora  cosas 
de  oración.  Lo  uno  porque  no  me  parece  me  da  el  Señor  espíritu  para  ha- 
cerlo, ni  deseo:  lo  otro,  por  tener  la  cabeza  tres  meses  ha  con  ruido  y  fla- 
queza tan  grande,  que  á  los  negocios  forzosos  es'^ribo  con  pena.  Mas  en- 
tendiendo que  la  fuerza  de  la  obediencia  suele  allanar  cosas  que  parecen 
imposibles,  la  voluntad  se  determina  á  hacerlo  de  muy  buena  gana-.  Y  de- 
clarando el  tiempo  y  lugar  de  esta  escritura,  añade  lo  siguiente:  «Y  así  co- 
mienzo á  cumplirla  hoy  día  de  la  Santísima  Trinidad,  año  de  1577  en  este 
monasterio  de  San  Josef  del  Carmen  en  Toledo,  á  donde  al  presente  estoy.- 

Aunque  comenzó  este  libro  en  Toledo,  le  acabó  en  Avila,  víspera  de 
San  Andrés  del  mismo  año,  como  parece  por  el  fin  de  él  (2).  No  gastó  más 


(1)  Crónica  Carmelitana,  libro  5.",  capitulo  XXXVII. 

(2)  «Acabóse  de  escribir  en  el  monasterio  de  San  José  de  Ávila,  año  de  1577,  víspe- 
ra de  San  Andrés,  para  gloria  de  Dios,  que  vive  y  reina  por  siempre  jamás.  Amén.- 


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tiempo  en  libro  tan  grande  y  de  tanta  sabiduría  la  que  sobre  su  cuerpo 
traía  el  peso  de  intolerables  enfermedades  y  flaquezas:  y  sobre  su  alma  el 
de  los  congojosos  cuidados  del  gobierno  de  toda  la  Religión.» 

Hemos  querido  copiar  este  pasaje  tan  extenso  del  cronista  carmelitano, 
principalmente  para  confirmar  con  él  lo  que  anteriormente  hemos  indica- 
do, ó  sea,  que  el  libro  de  la  Vida  contiene,  no  sólo  como  en  semilla  y  en 
germen,  sino  aun  lo  que  pudiéramos  llamar  la  sustancia  de  lo  que  encierra 
el  libro  de  las  Moradas.  En  este  punto  no  pueden  estar  más  terminantes 
los  documentos.  Estaba,  dice  el  ya  citado  cronista,  el  libro  de  la  Vida,  re- 
tirado en  el  Tribunal  de  la  Santa  Inquisición,  y  vínole  al  pensamiento  al 
V.  P.  Gracián,  que  se  \iOÓ\^.  restaurar  aquella  pérdida,  si  la  Santa  escribie- 
se aquella  misma  doctrina,  no  por  medio  de  historia  suya,  sino  de  ense- 
ñanza, sin  hacer  de  si  memoria,  sino  cuando  mucho  en  tercera  persona,  si 
la  necesidad  de  la  doctrina  lo  pidiese.  El  mismo  juicio  formó  el  docto 
P.  Ribera,  primer  biógrafo  de  la  Santa,  quien  comparando  estos  dos  libros 
entre  sí,  escribe  de  esta  manera  en  el  libro  4."  capítulo  VI:  «El  libro  de  la 
Vida,  demás  de  la  historia,  que  es  muy  sabrosa,  trata  de  cosas  muy  espi- 
rituales, y  todo  es  lo  que  pasó  por  ella,  con  grandes  avisos  para  conocer 
lo  que  es  del  buen  espíritu  y  del  malo,  y  saberse  haber  bien  en  lo  del  bue- 
no, y  guardarse  de  los  engaños  del  malo.  Esta  misma  doctrina  tiene  el  li- 
bro de  las  Moradas,  mas  por  orden,  y  con  más  resolución  de  experiencia, 
por  haberse  escrito  quince  años  después;  pero  particularmente  lo  más  alto 
della,  que  es  lo  que  está  en  las  tres  Moradas  postreras,  es  todo  lo  que  en 
sí  vio  y  experimentó,  sino  que  en  la  Vida  habla  claramente  de  sí,  acá  más 
encubiertamente.» 

De  los  testimonios  que  acabamos  de  consignar,  se  desprende  clara- 
mente que  la  diferencia  entre  estos  dos  libros,  más  es  de  forma  que  de 
fondo.  Todas  las  diferencias  se  reducen  á  cuestión  de  estilo,  de  método, 
á  hablar  en  primera  ó  tercera  persona,  á  dar  mayor  ó  menor  amplitud  al 
desarrollo  de  ciertas  ideas. 

Todo  esto,  como  se  ve,  viene  á  dar  la  razón  á  los  que  no  consideran 
estas  dos  obras,  como  esencialmente  distintas,  y  opinan  que  la  Santa 
jamás  se  hubiera  determinado  á  escribir  la  segunda,  á  no  ser  por  el 
hecho  de   haber  recogido   la   primera,   el   Tribunal   de   la   Inquisición. 


-177- 

Sea  de  esto  lo  que  fuere,  resulta  que  descartada  la  parte  histórica  que 
constituye  el  carácter  esencial  del  libro  de  la  Vida,  el  argumento  doctrinal 
de  las  dos  obras  es  esencialmente  el  mismo  en  las  dos. 

De  este  hecho,  de  cuya  exactitud  podrá  convencerse  todo  el  que  haya 
pasado  la  vista  por  las  páginas  de  esos  inspirados  libros,  séanos  permiti- 
do notar  que  la  gloria  que  cabe  á  los  dominicos  PP.  Pedro  Ibáñez  y  Gar- 
cía de  Toledo,  por  haber  sido  los  verdaderos  inspiradores  del  libro  de  la 
Vida,  trasciende  á  esta  segunda  obra,  que  es  como  el  complemento  y  per- 
fección de  la  primera. 

No  es  esto  decir  que  el  libro  de  las  Moradas,  independientemente  de 
las  circunstancias  que  motivaron  su  redacción  por  separado,  no  haya  ve- 
nido á  llenar  una  necesidad  hondamente  sentida,  y  que  no  sea  acreedor  á 
nuestra  admiración  sin  límites,  y  á  los  elogios  que  se  le  han  prodigado  por 
la  alteza  de  doctrinas  que  expone  y  por  el  desembarazo  y  elegancia  de 
estilo  en  que  lo  hace.  Nosotros  somos  los  primeros  en  reconocer  esas  ex- 
celentes cualidades,  que  aquilatan  el  mérito  indiscutible  del  libro  de  las 
Moradas,  y  que  han  movido  á  un  tan  concienzudo  autor  como  el  Sr.  La 
Fuente,  á  aplicar  á  ese  libro  el  significativo  epíteto  de  Apocalipsis  de  San- 
ta Teresa,  pero  nos  ha  parecido  conveniente,  y  sobre  todo  justo,  llamar  la 
atención  sobre  la  parte  de  merecida  gloria  que,  por  las  razones  indicadas, 
puede  caber  á  los  Dominicos. 

La  misma  Santa,  con  su  agudo  ingenio,  no  pudo  dejar  de  comprender 
los  relevantes  méritos  y  las  ventajas  que  presenta  el  libro  de  las  Moradas 
sobre  el  de  la  Vida.  Apesar  de  haber  empezado  á  escribirle  muy  desanima- 
da y  con  pocas  esperanzas  de  poder  decir  nada  que  no  fuese  pura  repeti- 
ción de  lo  ya  dicho,  después  de  terminada  la  tarea,  siente  como  una  espe- 
cie de  santa  complacencia  por  la  obra  realizada.  Veamos  cómo  se  expresa 
la  Santa  en  su  encantador  estilo  sobre  cada  uno  de  estos  dos  extremos. 
En  el  prólogo  al  libro  de  las  Moradas,  dice  asi:  Bien  creo  he  de  saber 
decir  poco  más  que  lo  que  he  dicho,  en  otras  cosas,  que  me  han  mandado 
escribir;  antes  temo  que  han  de  ser  casi  todas  las  mismas,  porque  asi  como 
los  pájaros  que  enseñan  á  hablar,  no  saben  más  de  lo  que  les  muestran  ú 
oyen,  y  esto  repiten  muchas  veces,  soy  yo  al  pie  de  la  letra ".  Escribiendo 
desde  Avila  el  7  de  Diciembre,  ocho  días  después  de  terminado,  á  su  an- 


-178- 

tiguo  amigo  el  P.  Salazar,  de  la  Compañía  de  Jesús,  que  se  encontraba  en 
Granada,  le  decía  usando  de  ciertas  metáforas,  lo  que  sentía  de  uno  y  otro. 
«Sábese  cierto,  escribía  que  está  en  poder  del  mismo  (el  Inquisidor  Quiro- 
ga),  aquella  joya  (el  libro  de  la  Vida).  Si  viniese  el  Sr.  Carrillo  (P.  Sala- 
zar),  vería  otro  (el  libro  de  las  Moradas),  que  á  lo  que  se  puede  entender 
le  hace  muchas  ventajas;  porque  no  trata  de  cosa,  sino  de  lo  que  es  él,  y 
con  más  delicados  esmaltes  y  labores,  porque  dice  no  sabía  tanto  el  Pla- 
tero (Santa  Teresa)  que  lo  hizo  entonces  (el  libro  de  la  Vida)  y  el  oro  de 
más  subidos  quilates  (la  doctrina),  aunque  no  tan  al  descubierto  las  pie- 
dras (las  revelaciones  y  mercedes  espirituales  de  Dios)  como  acullá  (como 
en  el  libro  de  la  Vida). 

Por  estas  metáforas  de  Teresa  de  Jesús  con  tanta  propiedad  y  delica- 
deza usadas,  se  ve  que  el  libro  de  las  Moradas,  hace  sin  duda  ventaja  al 
libro  de  la  Vida;  por  ser  aquel  de  más  delicados  esmaltes,  y  el  oro  de  más 
subidos  quilates,  en  cuanto,  como  comenta  el  docto  P.  Ribera,  hay  más 
orden  y  más  resolución  de  experiencia;  y  en  cuanto  las  piedras,  ó  sea  la 
doctrina,  no  se  halla  tan  al  descubierto;  sino  más  encubiertamente  que 
acullá,  ó  sea  en  el  libro  de  la  Vida;  pero  siempre  será  cierto,  que  la  doc- 
trina es  la  misma;  «esta  misma  doctrina  contiene  el  libro  de  las  Moradas», 
dice  el  citado  Padre;  siempre  será  también  cierto,  que  este  libro  se  escribió 
para  restaurar  la  pérdida  del  libro  de  la  Vida,  y  que  en  él  se  halla  por  modo 
de  doctrina  y  enseñanza,  lo  que  se  halla  en  aquél  por  modo  de  historia 
suya,  como  afirma  el  autor  Carmelitano;  y  por  lo  tanto,  quedan  en  pie  las 
observaciones  hechas,  sobre  todo,  si  se  tiene  en  cuenta,  que  nunca  Santa 
Teresa  hubiera  escrito  el  libro  de  las  Moradas,  ni  al  P.  Gracián  le  hubiera 
siquiera  ocurrido  el  pensamiento  de  mandárselo  escribir,  si  antes,  y  con 
mucha  anticipación,  no  la  hubieran  obligado  á  escribir  la  Vida  nuestros  ve- 
nerables Padres;  de  todo  lo  cual  se  infiere  que  no  es  tan  insignificante  y 
pequeña  la  parte  que  por  solo  este  capítulo  corresponde  á  los  hijos  de  Do- 
mingo en  el  libro  titulado  las  Moradas,  ó  Castillo  Interior  de  Teresa  de 
Jesús. 

Pero  aún  tenemos  que  presentar  otro  título,  por  el  cual,  de  algún  modo, 
nos  pertenece  además  este  tan  precioso  libro.  El  historiador  de  la  Reforma, 
á  continuación  del  pasaje  ya  citado,  sigue  escribiendo  de  este  modo 


I 


-  179- 

(1):  <  Después  de  escrito  el  libro  de  las  Moradas,  lo  entregó  la  Santa  al  Pa- 
dre Maestro  Fr.  Jeriuiinio  Gracián,  su  prelado,  rogándole  lo  viese  también 
el  M.  Fr.  Diego  de  Yanguas,  de  la  Orden  de  Santo  Domingo,  su  confesor. 
Para  examinarlo  mejor,  hacían  sus  juntas  en  el  locutorio  de  Avila,  y  en 
presencia  de  la  Santa.  Si  encontraban  alguna  dificultad,  la  averiguaban 
muy  á  lo  escolástico,  alternando  los  oficios,  ó  de  Fiscales,  ó  de  Aboga- 
dos, ayudándose  de  lo  que  sus  discursos  y  libros  alcanzaban*  (2). 

Por  lo  dicho,  se  ve  que  Santa  Teresa  eligió  por  censor  de  su  gran  li- 


(1)  Crónica  Carmelitana,  libro  5.",  capítulo  XXXVI 1. 

(2)  En  un  ejemplar  de  la  Vida,  escrita  por  el  F.  Ribera,  pone  el  P.  Gracián  algunas 
notas  marginales,  y  en  una  de  ellas,  se  contienen  las  pí\iabras  siguientes:  «Mándela, 
dice,  que  escribiese  este  libro  de  las  Moradas,  diciéndola,  para  más  la  persuadir,  que 
lo  tratase  también  con  el  doctor  Velázquez,  que  la  confesaba  algunas  veces,  y  se  lo 
mandó.  Después  leímos  este  libro  en  presencia  del  P.  Fr.  Diego  Yanguas,  y  árguyén- 
dole  yo  muchas  cosas  de  él,  diciendo  ser  mal  sonantes,  y  el  P.  Fr.  Diego,  respondién- 
dome á  ellas,  y  ella  diciendo  que  las  quitásemos,  y  así  quitamos  algunas,  no  porque 
fuese  mala  la  doctrina,  sino  es  alta  y  dificultosa  de  entender  para  muchos,  porque  con 
el  celo  que  yo  la  quería,  procuraba  que  no  hubiese  cosa  en  sus  escritos  en  que  nadie 
tropezase." 

No  ha  faltado  alguien  que  con  poco  fundatnento  para  ello  haya  censurado  y  llevado 
á  mal  las  correcciones  de  que  nos  habla  el  P.  Gracián.  Es  preciso  tener  siempre  pre- 
sente el  tiempo  y  circunstancias  de  los  hechos  para  juzgar  con  acierto  sobre  ellos,  su- 
cediendo que  lo  mismo  que  en  un  tiempo  quizá  sea  impertinente,  ha  sido  en  otro  ne- 
cesario; tal  es  el  caso  que  nos  ocupa.  Estas  correcciones,  ó  más  bien  aclaraciones,  se 
hacían  en  una  época  en  que  por  una  parte  se  hilaba  muy  delgado  y  se  vigilaba  con  ex- 
tremo sobre  las  doctrinas  y  el  sentido  de  las  proposiciones.  El  P.  Gracián  estaba  en- 
tonces muy  escarmentado  con  lo  que  había  ocurrido  con  el  libro  de  la  Vida,  y  también 
lo  estaba  Santa  Teresa.  Por  este  motivo  rogó  la  Santa  encarecidamente  al  P.  Gracián, 
que  lo  viese  el  M.  Yanguas. 

Creemos  muy  oportuno  trasladar  aquí  las  atinadas  observaciones  del  célebre  Car- 
melita descalzo,  Fr.  Tomás  de  Aquíno,  quien,  ocupándose  de  este  asunto  en  unas  im- 
portantes advertencias  que  hizo  á  la  copia  que  sacó  del  libro  de  las  Moradas,  escribe 
asi:  «Nuestro  historiador  general  dice  en  el  lugar  ya  citado,  en  su  número  8,  que  con- 
cluida en  Avila  la  santa  obra,  la  entregó  la  Santa  á  nuestro  P.  Gracián,  por  cuya  obe- 
diencia la  había  hecho  para  que  la  examinase  y  corrigiese  con  el  P.  M.  Yanguas:  que 
lus  dos  se  juntaban  en  el  locutorio  con  la  Santa  Madre,  é  iban  con  mucho  espacio,  ma- 


—  180- 


bro,  al  M.  Fr.  Diego  Yanguas,  de  la  Orden  de  Santo  Domingo;  y  no  sólo 
le  eligió,  sino  que  se  lo  suplicó  al  P.  Gracián,  su  prelado,  como  cosa  en 
que  la  Santa  tenia  gran  interés  que  asi  fuese.  <Lo  entregó,  dice,  al  P.  Gra- 


durez  y  atención  leyendo,  examinando  y  controvertiendo  los  puntos  que  no  parecían 
tan  claros.  Sabemos  por  el  mesmo  historiador,  en  el  número  7,  que  estaba  el  libro  de  la 
Vida,  de  la  Santa  Madre,  que  la  misma  habia  escrito,  suspenso  y  detenido  por  el  Santo 
Oficio  de  la  Inquisición,  y  para  compensar  esta  pérdida,  le  mandó  el  P.  Gracián  á  la 
Santa  escribir  este  tratado,  y  con  ciertas  prevenciones  y  resguardos,  que  lo  pusiesen 
á  cubierto  de  semejante  desgracia,  y  para  lo  mismo  suplicó  al  pielado  encarecidamen- 
te lo  viese  también  el  P.  M.  Yanguas,  y  el  P.  Gracián  dispuso  aquellas  juntas.  En  ellas, 
pues,  concurriendo  hombres  tan  doctos,  espirituales  y  prudentes,  puestos  en  constitu- 
ción tan  crítica  y  tan  digna  de  atención,  ¿qué  mucho  es  que  borrasen  muchas  cosas, 
que  nos  parece  ahora  claro  no  lo  m.erecían?  ¿Qué  mucho  que  añadiesen  otras  que  nos 
parecen  impertinentes  y  poco  necesarias?  Si  puestos  en  aquellas  circunstancias  juzga- 
ríamos de  otru  modo,  ¿qué  mucho  lo  juzgasen  así  los  que  en  ellas  se  hallaban?  Cierta- 
mente considera.'ído  esto  me  maravillo  de  que  el  P.  Gracián  le  mandase  á  la  Santa  es- 
cribir, y  que  aprobase  con  el  otro  Padre  Maestro  toda  la  sustancia  del  escrito,  variadas 
tan  pocas  cosas.  En  todos  los  casos  dudosos  de  aquella  junta  contemplo  yo,  era  de  la 
Santa  Madre  el  voto  decisivo,  ya  por  la  mayor  inteligencia  y  más  alta  que  tenia  de  tan 
soberanas  materias,  ya  por  la  veneración  y  confianza  con  que  la  miraban  aquellos  ve- 
nerables Padres,  nmy  seguros  de  que  siendo  parte  ó  reo  en  aquella  causa,  aún  no  era 
arbitro  sospechoso.  En  todos  los  casos,  pues,  que  por  discordar  los  dos,  ó  titubear  am- 
bos en  la  decisión,  se  remitían  al  juicio  de  la  Santa,  seria  la  sentencia  de  su  humildad 
contra  el  inocente  escrito  y  se  decidía  borrar,  enmendar,  corregir  y  alterar,  siendo  mu- 
chas veces  preciso  hacerlo  por  contentar  á  la  humildísima  Santa,  y  otras  valerse  de  sus 
autoridades,  para  defender  la  cláusula  ó  el  término  en  cuestión.  El  mismo  Señor,  que 
le  inspiró  al  P.  Gracián  le  mandase  escribir  á  la  Santa  una  obra  tan  útil  á  la  Iglesia,  les 
dio  á  los  dos  fortaleza  para  mantener  lo  escrito,  y  acaso  no  la  tendríamos  en  aquellas 
circunstancias  los  que  ahora  lo  criticamos,  cuando  vemos  la  Autora  en  los  altares,  y 
sus  obras  aplaudidas  y  celebradas  en  toda  la  cristiandad.' 

Habla  luego  en  particular  de  las  adiciones  hechas  por  el  P.  Yanguas,  y  dice:  «Fuera 
de  estas  correcciones  y  adiciones  de  nuestro  venerable  Gracián,  tenemos  como  unas 
ocho  marginales  de  otra  letra,  que  conjeturamos  sea  del  P.  M.  Diego  de  Yanguas,  del 
Orden  de  Predicadores;  pues  constándonos  fueron  los  dos  solos  los  que  se  dedicaron 
á  corregir  la  nueva  obra  de  las  Moradas,  y  siendo  las  demás  notas  del  P.  Gracián,  no 
tenemos  otra  que  atribuirle,  sino  las  pocas  que  se  ven  no  son  del  compañero;  luego 
podemos  prudentemente  atribuírselas,  siendo,  tomo  son,  uniformes  de  una  misma 


-181  - 


cián,  su  prelado,  rogándole  que  lo  viese  también  el  M.  Fr.  Diego  de  Yan- 
guas,  de  la  Orden  de  Santo  Domingo,  su  confesor.» 

Muy  significativo  es  este  ruego  de  la  Santa,  y  de  mucha  honra  para  el 


mano,  de  letra  buena  de  cartapacio  y,  las  más,  citas  de  lugares  de  la  Sagrada  Escritu- 
ra, que  la  Santa  Madre  toca  y  cita  sin  poner  el  lugar.» 

En  efecto:  cuando  la  Santa  escribe  en  las  segundas  Moradas:  "Sea  varón  y  no  de 
los  que  se  echaban  á  beoer  de  bruces,  cuando  iban  á  la  batalla,  no  me  acuerdo  con 
quien.,.»;  añade  el  P.  Yanguas,  «con  Gedeón...  en  los  Jueces  capítulo  7.°,  versículo  5.°» 
En  esas  mismas  Moradas,  cuando  la  Santa  dice:  «Ninguno  subirá  á  mi  Padre»,  sustitu- 
ye subirá  el  P.  Yanguas  por  la  palabra  -  viene.  > 

En  las  terceras  Moradas,  capítulo  1.°:  «que  se  tenga  por  siervo  sin  provecho  como 
dice  San  Pablo  ó  Cristo»;  el  P.  Yanguas  evacuó  la  cita  señalando  el  capítulo  y  ver- 
sículo de  San  Lucas:  "servi  inútiles  sumus,,. 

No  se  limitó  el  P.  Yanguas  á  evacuar  algunas  citas,  dio  también  explicación  á  cier- 
tas expresiones,  y  así  en  las  Aíorarfos  quintas  cuando  escribe  Santa  Teresa:  «Y  está 
claro,  pues  dicen,  que  no  entiende  (el  demonio)  nuestro  pensamiento";  añade,  ó  más 
bien  explica  estas  palabras,  diciendo:  '<se  entiende  de  los  actos  de  entendimiento  y  vo- 
luntad, que  los  pensamientos  de  la  imaginación,  claramente  los  ve  el  demonio,  si  Dios 
no  le  ciega  en  aquel  punto».  Es  esta  doctrina  corriente,  según  Santo  Tomás,  y  así  en 
su  Suma  Teológica  1.",  Part.  quaest.  57,  artículo  4.°,  dice:  «Alio  modo  possunt  cognos- 
cí  cogitatíones,  prout  sunt  in  intellectu  et  affectiones,"  prout  sunt  in  volúntate.  Et  sic  so- 
lus  Deus  cogitatíones  cordium,  et  affectiones  voluntatum  potest  cognoscere ».  Y  en  la 
respuesta  ad  3."'"  de  ese  mismo  artículo  escribe  el  Santo  Doctor:  Quia  igítur  Angelí 
(síve  boní  sive  malí)  cognoscunt  res  corporales  et  dispositiones  earum,  possunt  per 
haec  cognoscere,  quod  est  in  appetitu  et  in  apprehensione  phantastica  brutorum  ani- 
malíum  et  etiam  hominum».  Por  todo  lo  cual  se  comprende  que  fué  muy  atinada  la  ex- 
plicación del  P.  Yanguas,  y  es  muy  probable  que  la  mística  Doctora  aluda  á  este  ve- 
nerable Padre,  cuando  nos  habla  en  las  cuartas  Moradas  de  un  letrado  que  la  deslindó 
bien  la  diferencia  y  distinción  de  la  imaginación  del  entendimiento. 

Aunque  sea  alargando  un  poco  la  nota,  nos  parece  conveniente  copiar  literalmente 
sus  palabras,  que  son  verdaderamente  encantadoras.  Dice  así:  Yo  he  andado  en  esto 
desta  baraúnda  de  pensamientos  bien  apretada  algunas  veces,  y  habrá  poco  más  de 
cuatro  años,  que  vine  á  entender  por  experiencia,  que  el  pensamiento,  ó  imaginación 
(porque  mejor  se  entienda)  no  es  el  entendimiento,  y  pregúntelo  á  un  letrado,  y  díjome 
que  era  íisí,  que  no  fué  para  mí  poco  contento;  porque  como  el  entendimiento  es  una  de 
las  potencias  del  alma,  hacíaseme  recia  cosa  estar  tan  tortolito  á  veces,  y  lo  ordinario 
vuela  el  pensamiento  de  presto,  que  solo  Dios  puede  atarle,  cuando  nos  ata  así,  de  ma- 


—  182- 

M.  Yanguas.  ó  más  bien,  para  la  Orden  de  Santo  Domingo;  porque  no  es 
de  extrañar  que  sujete  al  parecer  y  censura  del  V.  P.  Fr.  Pedro  Ibáñez  el 
libro  de  su  Vida,  que  él  mismo  le  había  mandado  escribir,  y  que  le  diga  (1): 
-No  sé,  si  acierto  á  decirlo.  Vuesa  merced  verá:  plega  al  Señor  acierte  á 
contentarle  siempre»  (2);  trompa  vuesa  merced  esto  que  he  dicho,  si  le  pa- 
reciere, y  tómelo  como  carta  para  sí,  y  perdóneme,  que  he  estado  muy  atre- 
vida >;  ni  que  diga  al  P.  García  de  Toledo  (3):  -  Y  ansí  pido  yo  á  V.  M.  por 
amor  de  Dios,  que  si  le  pareciere,  rompa  lo  demás  que  aquí  va  escrito,  lo 


ñera,  que  parece  que  estamos  en  alguna  manera  desatados  deste  cuerpo.  Yo  veía,  á 
mi  parecer,  las  potencias  del  alma  empleadas  en  Dios,  y  estar  recogidas  con  él,  y  por 
otra  parte,  el  pensamiento  alborotado,  traíame  tonta.» 

Terminamos  este  punto  con  las  graves  palabras  del  citado  P.  Fr.  Tonuís  de  Aquino: 
«De  qué  estima  deba  por  tanto  ser  esta  copia,  lo  habrán  de  determinar  los  juicios,  pon- 
deradores  del  mérito  de  la  santa  autora,  y  de  los  graves  calificadores,  que  en  su  santa 
compañía  perfeccionaron  el  santo  escrito  con  sus  luces  teológicas,  y  con  las  ¿isistencias 
soberanas  que,  no  sólo  están  prometidas  á  los  dos  ó  tres,  que  en  nombre  del  Señor,  y 
para  solicitar  su  honra  y  gloria,  convienen  y  consienten  entre  sí  (como  en  el  caso  pre- 
sente), sino  á  los  que  oyen  humildes  y  obedientes  á  sus  superiores,  prelados,  directo- 
res y  maestros,  que  oirán  en  ellos  al  mismo  Cristo,  como  nos  lo  prometió  su  Majestad. 
Ni  yo  le  rebajo  nada  del  alto  espíritu  y  asistencia  con  que  creo  piadosamente  escribió 
una  Santa  sin  letras  cosas  tan  subidas  de  la  teología  mística,  y  con  una  tan  admirable 
claridad,  por  haber  los  correctores  procedido  con  espíritu  humano  y  sabiduría  natural; 
porque  esto  no  nos  consta,  y  yo  al  contrario,  viendo  que  Dios  nos  manda  acudir  á  los 
superiores,  y  ministros  suyos,  creo  que  esto  no  es  sólo  para  ejercicio  de  la  humildad  y 
obediencia,  sino  también  para  lograr  los  aciertos,  y  queda  muy  seguro  en  manos  de  su 
providencia,  el  que  entonces  tendriin  los  superiores  iluminados  entonces  como  lo  fué 
el  inferior,  que  atendiendo  á  las  disposiciones  y  promesas  divinas,  se  pone  en  sus  ma- 
nos, como  en  la  de  dioses  visibles,  de  quien  reciben  luces. 

>»Ni  menos  tengo  por  no  dictadas  de  la  Santa  Madre  las  palabras  añadidas  en  esta 
copia  como  las  mismas  que  la  Santa  Madre  corrigió  de  su  mano  y  pluma,  porque  mo- 
vida á  esta  obra  por  obediencia,  y  rendida  gustosísima  á  la  corrección  que  le  dictaba 
la  obediencia,  y  hechas  estas  correcciones  con  su  asistencia  y  con  su  voluntad,  tan  su- 
yas son  como  si  las  hubiera  corregido  por  su  misma  santa  mano.» 

(1)  Capitulo  XI,  número  14,  Vida  de  Santa  Tciesa. 

(2)  Capitulo  XVI,  número  5,  Vida  de  Santa  Teresa. 

(3)  Capítulo  XXXVI,  número  15,  Vida  de  Santa  Teresa. 


—  183- 

que  toca  á  este  monasterio  Vuesa  merced  lo  guarde,  y  muerta  yo,  lo  dé  á 
las  hermanas*;  puesto  que  como  ella  escribe  en  otra  parte:  «Fui  mandada 
del  P.  García  de  Toledo  Dominico,  que  al  presente  era  mi  confesor,  que 
escribiese  !a  fundación  de  aquel  monasterio  con  otras  muchas  cosas,  que 
quien  la  viere,  si  sale  á  luz,  verá»;  ni  por  fin  es  de  extrañar  que  en  el  pró- 
logo al  Camino  de  Perfección  sujete  el  contenido  y  doctrina  de  este  libro 
al  juicio  del  presentado,  el  P.  Fr.  Domingo  Báñez,  y  escriba  de  esta  ma- 
nera: «Y  si  fuere  mal  acertado,  el  P.  Presentado,  que  lo  ha  de  ver  prime- 
ro, lo  remediará  ó  lo  quemará»,  una  vez  que  lo  escribió  con  su  licencia  y 
mandato;  mas  que  un  libro  escrito  por  obediencia  á  su  prelado,  y  prelado 
de  la  talla  y  dotes  relevantes  en  santidad  y  doctrina  como  el  V.  P.  Fr.  Je- 
rónimo de  la  Madre  de  Dios  Gracián,  no  quiera  que  salga  á  luz,  sin  que 
antes  le  censure  y  dé  su  aprobación  el  P.  Diego  Yanguas,  hijo  de  Santo 
Domingo;  esto  no  se  explica  fácilmente,  sino  se  tiene  presente  el  grande 
aprecio  y  estima,  que  la  Santa,  mientras  vivió,  tuvo  de  esta  Sagrada  Or- 
den y  de  sus  preclaros  hijos:  pues,  como  amiga  de  letras  y  de  letrados,  les 
halló  siempre  en  la  Orden  Dominicana;  y  por  eso  encargaba  con  interés  á 
sus  hijas,  se  aficionasen  á  ella.  Asi  consta  del  testimonio  solemne  que  el 
Jesuíta  V.  P.  Gil  González  (1),  confesor  de  la  Santa,  Visitador  que  fué  de 
la  Compañía  de  Jesús  y  Provincial  meritísimo  de  Castilla,  quien  en  las  in- 
formaciones que  se  hicieron  en  Madrid  para  la  canonización,  afirmó  con 
juramento  lo  siguiente:  También  sé  que  encargaba  mucho  la  santa  Madre 
á  sus  monjas,  y  en  sus  libros  lo  dice,  que  procurasen  tratar  con  gente  doc- 
ta y  de  muchas  letras,  y  por  esta  razón  las  aficionaba  á  la  religión  de  San- 
to Domingo,  por  la  seguridad  de  la  doctrina,  que  profesa  esta  sagrada  Re- 
ligión.» 

Por  algo  dijo  el  V.  Palafox  comentando  una  de  las  cartas  de  Teresa 
de  Jesús:  «Aprobación  es  insigne  de  la  Santa,  salir  bendita  y  acreditada 
con  la  censura  acendrada  y  pura  de  esa  sagrada  Religión  que  en  Materias 
de  Doctrina  y  de  Espíritu  no  sabe,  ni  quiere  (iba  á  decir  ni  puede)  disi- 
mular cosa  alguna;  porque  parece  que  no  le  deja  su  celo  libertad  para  lo 
malo.  • 


(1)     Obras  de  Santa  Teresa  por  el  Sr.  La  Fuente,  ttMiio  6.°,  edición  del  81. 


—  184  — 

Por  esta  seguridad  en  la  doctrina,  acudió  sin  duda  la  gran  Teresa  al 
sabio  Dominico  P.  Yanguas,  á  fin  de  que  censurase  y  aprobase,  si  le  pa- 
recía bien,  su  libro  de  las  Moradas. 

Los  deseos  de  la  Santa  fueron  plenamente  satisfechos,  y  á  presencia 
de  ella  misma,  fué  examinado  ese  misterioso  libro  por  hombres  tan  doctos 
como  Yanguas  y  Gracián,  quienes  no  sólo  no  encontraron  en  él  nada  cen- 
surable, sino  que  le  prodigaron  toda  clase  de  elogios. 

El  resultado  final,  y  como  consecuencia  legítima  que  se  deduce  clara- 
mente de  toda  esta  discusión,  es  que,  aun  en  el  libro  de  las  Moradas,  nos 
corresponde  gran  parte,  por  los  dos  títulos  que  acabo  de  presentar,  á  sa- 
ber: que  este  libro  se  escribió  para  restaurar  la  pérdida  del  de  la  Vida, 
mandado  escribir  por  hijos  de  Santo  Domingo;  y  también  por  haber  sido 
dicho  libro  censurado  y  aprobado  por  un  P.  Dominico,  á  ruego  y  petición 
de  Teresa  de  Jesús. 


-¥- 


1 


CAPÍTULO    Vil 

Cos  IPIP.  García  de  Coledo  y  Báñez,  y  el  libro  de 
''Conceptos  del  flmor  de  Dios,, 


Consta  este  libro  de  siete  capítulos  y  se  titula:  -  Conceptos  del  Amor  de 
Dios,  escritos  por  la  Santa  Madre  Teresa  de  Jesús,  sobre  algunas  palabras 
de  los  Cantares  de  Salomón.' 

Acerca  de  su  contenido,  el  Sr.  La  Fuente  en  el  prólogo,  edición  de 
1881,  después  de  decirnos  que  debe  contarse  entre  los  libros  didácticos 
de  la  Santa,  escribe  asi:  Después  de  hablar  de  la  importancia  y  alta  sig- 
nificación que  tienen  todas  las  palabras  de  los  Cantares,  aunque  parez- 
can bajas,  pasa  ya  desde  el  segundo  (capítulo)  á  dar  provechosa  ense- 
ñanza, demostrando  nada  menos  que  nueve  maneras,  que  hay  de  paz  (1) 
falsa,  amor  imperfecto  y  oración  engañosa.  Y  deshechos  los  errores  en  tal 
concepto,  pasa  á  tratar  por  contraposición  de  la  paz  verdadera  y  del  amor 
que  nace  de  la  oración  unitiva.  Trata  en  el  cuarto  de  la  oración  de  quie- 
tud, y  así  va  subiendo  en  los  capítulos  siguientes  á  tratar  de  la  suspensión 
y  arrobamiento,  y  concluye  en  el  séptimo,  describiendo  los  dos  conceptos 
del  amor  provechoso,  en  los  deseos  de  servir  á  Dios  y  el  afán  de  padecer 


(1)  Es  este  uno  de  los  capítulus,  entre  todos  los  escritos  de  la  Mística  Doctora, 
donde  nos  da  las  admirables  enseñanzas,  para  conocernos  á  nosotros  mismos  y  cono- 
cer los  ardides  del  demonio  que  se  transfigura  muchas  veces  en  Ángel  de  luz. 


—  186  — 

trabajos  por  su  amor.  Se  escribió  por  obediencia,,  como  la  misma  Santa 
lo  testifica  en  el  séptimo  y  último  capítulo,  por  estas  palabras:  -  Plega  al 
Señor  no  lo  haya  sido  (atrevimiento)  lo  que  he  dicho,  aunque  ha  sido  por 
obedecerá  quien  me  lo  mandón.  No  consta  quién  le  impuso  esta  obe- 
diencia, dónde  le  escribió,  ni  en  qué  tiempo.  Se  había  creído  que  su  es- 
critura tuvo  lugar  después  de  haber  escrito,  no  sólo  el  libro  de  la  Vida, 
como  es  evidente,  sino  aun  después  del  libro  de  las  Moradas,  ó  sea,  des- 
pués de  1577,  puesto  que  en  el  capítulo  IV,  tratando  de  la  oración  de 
quietud,  se  expresa  de  esta  manera:  '<Mucho  de  ella  tengo  escrito  en  dos 
libros  (que  si  el  Señor  es  servido,  veréis  después  que  me  muera)  y  muy 
menuda  y  largamente,  porque  veo  que  lo  habréis  menester,  y  ansí  aquí 
no  haré  más  que  tocarlo»  (1). 

El  Sr.  La  Fuente  opina,  por  el  contrario,  que  le  escribió  el  año  1567,  ó 
sea,  diez  años  antes  de  las  Moradas,  siendo  el  primero  en  sostener  esta 
opinión,  como  él  mismo  expresamente  lo  dice  por  estas  palabras  de  su 
prólogo  á  este  libro  en  la  edición  del  1851:  <Tal  es  la  serie  cronológica 
de  las  vicisitudes  de  este  libro.  En  ella  me  separo  de  la  opinión  de  los 
escritores  anteriores,  acerca  de  la  fecha  con  que  se  escribió  este  libro  y 
también  de  la  opinión  de  los  eruditos  autores  de  Acta  Sanctorum.» 

A  nuestro  juicio,  no  puede  sostenerse  ni  una  ni  otra  opinión;  no  la  pri- 
mera, puesto  que  la  aprobación  que  dio  el  P.  Domingo  Báñez  á  la  copia 
del  original,  y  que  traslaaaremos  aquí  muy  pronto,  está  fechada  el  año  lv575, 
y  es  cosa  cierta,  y  la  misma  Santa  lo  dice  en  el  prólogo  á  su  libro  de  las 
Moradas,  que  le  escribió  el  año  1577,  luego  tuvo  que  escribir  este  de  los 
Conceptos,  antes  que  el  de  las  Moradas. 

Tampoco  es  sostenible  la  nueva  opinión  del  Sr.  La  Fuente,  de  que  se 
escribió  el  año  1566  ó  1567,  hallándose  la  Santa  en  San  José  de  Avila.  Se 
conoce  que  este  docto  escritor  no  se  fijó  en  la  especie  de  prólogo  con  que 
Santa  Teresa  da  principio  á  este  su  libro,  y  que  empieza  así:  Viendo  yo 
las  misericordias  que  nuestro  Señor  hace  con  las  almas  que  trae  á  estos 
monasterios  que  su  Majestad  ha  servido  que  se  funden  de  la  primera  re- 


(1)    Estos  dos  libros  á  que  alude  en  este  pasaje  la  Santa,  suponían  los  que  seguían 
esa  opinión,  que  eran  el  libro  de  la  Vida  y  el  de  las  Moradas. 


-  187  - 

gla  de  nuestra  Señora  del  Carmelo...  Ha  como  dos  años  que  me  da  el  Se- 
ñor para  mi  propósito  á  entender  algo  del  sentido  de  algunas  palabras,  y 
paréceme  será  para  consolación  de  las  hermanas,  que  nuestro  Señor  lleva 
por  este  camino,  y  aun  para  la  mía,  que  algunas  veces  da  el  Señor  tanto 
á  entender,  que  yo  deseaba  que  no  se  me  olvidase,  mas  no  osaba  poner 
nada  por  escrito.  Ahora,  con  parecer  de  personas  á  quien  yo  estoy  obli- 
gada á  obedecer,  escribiré  alguna  cosa  de  lo  que  el  Señor  me  da  á  enten- 
der, que  se  encierra  en  palabras,  de  que  mi  alma  gusta,  para  este  camino 
de  oración,  por  donde  (como  he  dicho),  el  Señor  lleva  á  estas  hermanas 
de  estos  monasterios  y  las  mias>.  De  estas  palabras  de  la  Santa  Madre,  se 
infiere  que  cuando  empezó  la  escritura  de  este  libro,  llevaba  ya  fundados 
algunos  de  sus  monasterios;  luego  no  puede  el  año  1565  ó  1567,  que  sólo 
tenía  fundado  el  de  San  José  de  Avila,  y  antes  de  salir  á  fundar  el  de  Me- 
dina, que  fué  el  segundo,  como  afirma  el  Sr.  La  Fuente.  Por  estas  y  otras 
razones  que  omitimos,  nos  parece  insostenible  esa  nueva  opinión.  Es  sin 
duda  un  punto  oscuro,  pero  tenemos  por  más  probable,  se  escribió  hacia 
el  año  de  1574.  Sea  de  esto  lo  que  quiera,  pasemos  á  investigar  otro  pun- 
to importante,  á  la  vez  que  curioso,  sobre  el  mismo  libro. 

Es  cosa  cierta,  que  Santa  Teresa,  obedeciendo  á  su  confesor,  quemó 
lo  que  tenía  escrito  acerca  del  libro  de  los  Cantares;  y  que,  si  tenemos  hoy 
esos  siete  capítulos,  se  debe  esto,  á  que  una  religiosa  de  Alba  había  sa- 
cado furtivamente,  por  decirlo  así,  una  copia  de  esas  meditaciones,  como 
la  Santa  Madre  los  llama,  antes  que  los  quemase.  Hablando  un  respetable 
escritor  sobre  este  libro  de  la  Santa,  dice  así:  ^Eldelos  Conceptos  del  amor 
divino  ó  exposición  de  los  Cantares,  lo  debemos  al  P.  Báñez,  no  porque  él 
se  lo  mandara  escribir,  sino  porque  se  dio  prisa  á  recoger  la  copia  que  de 
él  había  hecho  una  religiosa  antes  que  la  Santa  Madre,  obedeciendo  á  su 
confesor,  quemara  uno  y  otro.  Consérvase  esta  copia,  salvada  por  el  Pa- 
dre Báñez,  en  el  monasterio  de  religiosas  carmelitas  de  Alba  de  Tormes. 
Lleva  dos  notas  del  mismo  Báñez,  una  de  las  cuales,  escrita  al  margen 
dice:  'Esta  es  una  consideración  de  Teresa  de  Jesús:  no  he  hallado  en  ella 
cosa  que  ofenda.  Fr.  Domingo  Báñez  >.  Otra  nota  puesta  al  fin  dice:  -Visto 
he  con  atención  estos  cuatro  cuadernillos  que  entre  todos  tienen  ocho  plie- 
gos y  medio;  y  no  he  hallado  cosa  que  sea  mala  doctrina,  sino  antes  bue- 


-18S- 

na  y  provechosa.  Fr.  Domingo  Báñez.  En  el  Colegio  de  San  Gregorio  de 
Valladolid,  á  10  de  Junio  de  1575  (1).> 

Quién  fuese  el  confesor  que  no  juzgó  prudente  el  que  una  mujer,  si- 
quiera fuera  como  Santa  Teresa,  escribiese  en  lengua  vulgar  explicaciones 
ó  comentarios  sobre  un  libro  de  la  naturaleza  y  condiciones  del  libro  de 
los  Cantares,  es  punto  bastante  oscuro.  Santa  Teresa  nunca  lo  quiso  de- 
clarar como  lo  afirma  el  P.  Ribera  cuando  rtice  en  el  libro  4.*^,  capítulo  VI: 
«De  manera  que,  aunque  la  Santa  contó  el  caso  al  P.  M.  Fr.  Jerónimo 
Gracián,  no  quiso  ni  aun  á  él  decírselo».  Y  el  mismo  P.  Gracián,  anotan- 
do la  Vida  de  Santa  Teresa,  escrita  por  el  P.  Ribera  sobre  las  palabras  ci- 
tadas, pone  una  escrita  de  su  mano,  en  que  dice:  < Nunca  ¡o  supe.* 

El  P.  Paulino  Alvarez,  en  su  obra  titulada  Santa  Teresa  y  el  P.  Báñez, 
ocupándose  de  este  punto  en  el  capitulo  II,  dice  así:  «Quién  haya  sido  el 
confesor  que  ésto  le  ordenó,  la  Santa  no  lo  dice:  algunos  afirman  que  fué 
el  P.  Yanguas,  ya  fuese  por  probar,  como  Dios  á  Abraham,  su  obediencia, 
creyendo  poder  estorbarlo  antes  de  que  ella  lo  pusiese  por  obra,  ya  por 
evitar  las  críticas  que  los  ánimos  preocupados  y  escarmentados  por  casos 
semejantes  harían  de  la  obra,  con  tormento  de  su  autora.  Pero  el  cronista 
de  la  Reforma  prueba  cronológicamente,  que  ni  el  P.  Yanguas  mandó  tal 
cosa,  ni  el  libro  se  quemó  en  Segovia,  donde  aquel  confesor  de  la  Santa 
residía-.  En  efecto,  el  cronista  Carmelitano,  en  el  libro  5.°,  cap.  XXXVIII, 
tratando  de  la  ocasión  con  que  se  perdió  este  libro,  escribe»: 

'A  esto  responde  el  P.  Fr.  Jerónimo  Gracián  en  el  prólogo  que  hizo 
á  este  tratado,  que  cierto  confesor,  juzgando  ser  cosa  peligrosa  que  las 
mujeres  entren  en  las  profundidades  de  aquel  libro,  se  lo  mandó  quemar: 

(1)  No  sólo  lleva  esas  notas  marginales  la  copia  de  Alba,  sino  además  contiene  al- 
gunas adiciones  del  mismo  P.  M.  Báñez.  No  quiso  Santa  Teresa  que  la  Duquesa  de 
Alba  leyese  ese  escrito  sin  que  antes  lo  revisase  y  aprobase  dicho  Padre,  como  no 
quiso  que  sus  hijas  leyesen  el  Camino  de  Perfección  sin  que  él  lo  aprobase,  y  éste  al 
revisarle,  hizo  lo  que  habia  hecho  con  el  libro  de  la  Vida;  es  decir,  dar  ciertas  explica- 
ciones y  sustituir  ciertas  palabras,  nc  porque  no  fuera  muy  católica  su  doctrina,  sino 
porque  los  tiempos  eran  duros,  recios  los  vientos  de  las  contradicciones,  recientes  y 
terminantes  las  prohibiciones,  flagrantes  los  abusos  y  muy  sonado  el  caso  y  aún  fra- 
caso de  Fr.  Luis  de  León,  como  dice  el  Sr.  La  Fuente. 


-  189  - 

y  ella  obedeciendo,  sacrificó  el  hijo  de  su  entendimiento  y  amor,  entre- 
gándole á  las  llamas;  y  que  lo  que  ahora  gozamos,  es  copiado  de  unas 
hojas  que  una  monja  había  trasladado  del  principio  de  este  libro:  con  que 
da  á  entender  que  no  le  tenemos  todo.  Un  escritor  moderno  de  los  nues- 
tros añade  que  el  confesor  que  esto  le  mandó,  fué  el  P.  Yanguas,  estando 
la  Santa  en  Segovia;  más  por  ejercitar  su  fe,  que  por  el  efecto;  y  cuando 
supo  el  suceso  lo  sintió.  No  me  persuado  del  grande  y  prudentísimo  jui- 
cio de  aquel  gran  varón,  á  quien  yo  conocí,  que  pusiese  á  peligro  un  libro 
como  éste,  porque  la  Santa  hiciese  un  acto  de  resignación,  sabiendo  su 
prontitud  en  obedecer  sin  discurso.  Y  cuando  lo  hiciese  porque  ella  mos- 
trase el  ánimo  determinado:  tengo  por  cierto  que  acudiría  á  detener  el  gol- 
pe, como  hizo  el  ángel  con  Abraham.  Y  lo  cierto  es  que  esto  no  pudo  su- 
ceder en  Segovia.  Porque  nuestra  Santa  Madre,  después  que  salió  de 
aquella  ciudad  el  año  de  74,  no  se  halla  que  estuviese  tan  de  asiento  en 
aquel  convento  que  pudiese  escribir  este  libro.» 

En  contra  de  estas  afirmaciones  del  cronista  Carmelitano  están  las  de- 
posiciones de  tres  religiosas  Descalzas,  una  de  ellas,  hermana  del  P.  Gra- 
dan, quienes  testifican  haber  oído  al  P.  Yanguas,  haber  sido  él,  el  que 
mandó,  ó  más  bien  aconsejó  á  la  Santa  Madre,  aunque  con  palabras  no 
muy  expresas,  lo  quemase  y  aseguraba  no  haber  él  pretendido  tanto  y 
sólo  probar  su  rendimiento  y  obediencia  de  aquella  alma  santa.  Añade 
una  de  estas  religiosas,  supo  haber  referido  en  un  pulpito  el  mismo  Padre 
Yanguas  el  suceso  con  ingenuidad  ponderando  la  heroica  obediencia  de 
la  Santa  Doctora.  Aunque  no  se  puede  poner  duda  en  la  veracidad  de  ta- 
les personas,  pero  sí  ofrece  dificultad  y  hasta  hay  motivo  para  dudar  mu- 
cho de  la  autenticidad  de  dichos  testimonios.  Y  en  verdad:  si  el  suceso 
fué  tan  notorio  y  público,  que  hasta  en  un  sermón  lo  predicó  el  P.  Yan- 
guas, cómo  es  que  personas  coetáneas  lo  ignoraron,  en  especial  el  Padre 
Gracián,  quien  aseguró  no  haberlo  sabido  nunca?  'Nunca  lo  supe».  Cómo 
se  explica  que  habiendo  censurado  el  P.  Yanguas  con  el  P.  Gracián  el  li- 
bro de  las  Moradas  en  el  locutorio  de  Avila,  ocasión  por  cierto  bien  opor- 
tuna para  que  dicho  P.  Yanguas  le  contase  lo  ocurrido,  éste  sin  embargo, 
nunca  supiese  nada?  Por  todo  lo  que  precede,  y  mucho  más  que  pudiera 
aducirse,  hay  que  confesar  lo  que  arriba  hemos  escrito,  es  á  saber,  que  el 


-190- 

punto  que  nos  ocupa  es  verdaderamente  un  punto  oscuro,  que  no  se  ha 
podido,  ni  es  fácil  pueda  aclararse  jamás. 

Añádase  á  todo  lo  dicho,  el  testimonio  de  Isabel  de  Santo  Domingo, 
quien  al  artículo  14,  en  el  proceso  de  canonización  de  Avila,  se  expresa 
asi:  «Asimismo  vio  esta  declarante  y  leyó  unos  cuadernos  de  un  libro 
compuesto  por  la  dicha  Santa  Madre,  sobre  los  Cantares  en  que  trataba 
sentidisimamente  de  la  comunicación  que  hay  entre  el  alma  y  Dios,  por  un 
modo  muy  superior  y  con  un  estilo  muy  propio  de  la  materia,  y  con  len- 
guaje muy  conforme  á  la  Sagrada  Escritura,  según  el  parecer  de  muchos  y 
muy  buenos  teólogos,  y  entre  otros  del  dicho  P.  Fr,  Diego  Yanguas  y  del 
P.  Fr.  Domingo  Báñez  y  de  otros  muchos  muy  doctos  y  espirituales.* 

Pero  aun  concedido  que  ese  confesor  fuese  el   P.  Yanguas,  ¿fué  por 
ventura  vituperable  su  conducta  en  esto?  El  Sr.  La  Fuente  se  ocupa  lar- 
gamente en  canonizar  su  modo  de  obrar  con  razones,  cuya  fuerza  no  de- 
jarán de  conocer  los  hombres  sabios.  Dice  asi,  el  erudito  y  sesudo  escri- 
tor en  su  introducción  á  este  libro:  ¿«Es  vituperable  la  conducta  del  Padre 
Yanguas  al  hacer  quemar  ese  tratado?  Era  á  fines  del  siglo  XVl.  El  Con- 
cilio de  Trento  se  habia  terminado,  y  con  él  las  esperanzas  de  traer  á  los 
protestantes  á  temperamento,  haciéndoles  desistir  de  sus  errores,  y  pre- 
tendida reforma.  Principiaban  éstos  su  propaganda  de  Biblias  adulteradas, 
introduciendo  á  vuelta  de  ellas  sus  errores,  y  con  sus  errores  las  subleva- 
ciones y  la  guerra  civil.  Llevados  de  su  espíritu  privado,  escribían  inter- 
pretando arbitrariamente  la  Sagrada  Escritura,  contra  la  mente  de  la  Iglesia 
y  la  enseñanza  de  la  tradición.  Roto  el  freno  de  la  autoridad  religiosa,  se 
pasaba  á  romper  el  de  la  autoridad  civil.  Los  que  en  Francia  habían  prin- 
cipiado por  cantar  los  salmos  de  Marot,  acababan  por  levantar  ejércitos  y 
dar  batallas  contra  su  Rey.  Así  es  que  no  solamente  el  Papa,  sino  también 
los  Príncipes  católicos,  se  veían  precisados  á  introducir  inusitad¿is  res- 
tricciones en  puntos,  sobre  los  cuales  se  gozaba  antes  de  completa  liber- 
tad. El  Concilio  de  Trento  había  incoado  esta  tendencia  restrictiva,  tan  ne- 
cesaria, principiando  los  trabajos  para  el  índice  expurgatorio,  y  prohibien- 
do la  libre  explicación  de  la  Sagrada  Escritura  y  sus  traducciones  en  lengua 
vulgar.  Hijas  de  la  necesidad  eran  estas  disposiciones  restrictivas:  el  abu- 
so de  la  libertad  trae  siempre  consigo  una  disminución  de  ella,  pues  para 


-191  - 

evitar  el  abuso,  preciso  es  limitar  el  uso  que  antes  era  discrecional.  La 
Iglesia  nunca  se  había  opuesto  á  la  versión  de  la  Sagrada  Escritura  en 
lengua  vulgar,  ni  había  restringido  su  lectura  á  los  fieles;  pero  cuando 
esta  libertad  se  convirtió  en  libertinaje  y  en  un  medio  de  abuso  y  propa- 
ganda, la  Iglesia  tuvo  que  prohibir  el  uno  y  limitar  el  otro.  Es  lo  mismo 
que  hacen  los  Gobiernos  en  épocas  de  crisis  y  revoluciones.  ¿Qué  cosa 
más  inocente  que  reunirse  cuatro  amigos?,  y  con  todo,  momentos  hay  en 
que  la  autoridad  militar  prohibe  hasta  la  formación  de  grupos  de  más  de 
tres  personas. 

'Mas  por  lo  que  hace  ai  libro  de  los  Cantares,  su  lectura  nunca  fué  li- 
bre en  la  Iglesia,  y  San  Jerónimo  dice,  que  no  se  permitía  á  los  jóvenes  el 
leerlo  hasta  que  tuvieran  treinta  años  de  edad.  Y  en  efecto,  este  cántico 
epitalámico  y  erótico,  es  muy  inconveniente  para  personas  de  pasiones 
vivas  y  de  piedad  escasa,  pudiendo  tomar  en  un  sentido  de  amor  lascivo 
y  profano,  lo  que  sólo  se  puede  entender  en  un  concepto  místico  elevado, 
y  respecto  del  amor  divino.  ¿Cómo  poner  en  manos  de  muchachos,  de  ig- 
norantes y  libertinos,  un  libro  que  principia  pidiendo  un  ósculo  y  hablan- 
do de  los  pechos?— Osculetur  me  ósculo  oris  sui,  quia  meliora  sunt  ubera 
tua  vino.  En  la  sublime  y  mística  explicación  de  estas  palabras  por  Santa 
Teresa  veremos,  que  nada  hay  en  ellas  que  no  sea  casto,  santo,  purísimo 
y  de  elevación  la  más  sublimg.  ¿Pero  se  halla  este  sentido  al  alcance  de 
todos?  ¿Lo  entenderán  así  las  doncellas  y  los  mancebos?  ¡Y  á  pesar  de 
eso  los  protestantes  reparten  este  libro  por  millones  entre  el  vulgo,  y  has- 
ta entre  los  salvajes,  y  sin  explicación  y  sin  advertencia  alguna! 

«Mas  la  Iglesia  católica,  por  razones  que  cualquiera  persona  prudente 
y  despreocupada,  comprende  fácilmente,  restringe  la  lectura  de  este  y  de 
otros  libros,  al  paso  que  prodiga  y  manda  prodigar  la  de  otros,  como  los 
Evangelios  y  las  Epístolas  de  los  Apóstoles;  pero  poniendo  aun  á  estos 
mismos  las  convenientes  notas,  que  aclaren  el  sentido  en  los  pasajes  difí- 
ciles y  oscuros.  Tal  es  la  conducta  de  la  Iglesia,  análoga  á  la  que  usa  un 
padre  prudente  con  sus  hijos,  no  permitiéndoles,  cuando  son  niños,  el 
uso  y  manejo  de  ciertos  libros,  que  luego  se  recomiendan  en  edad 
adulta. 

•Con  respecto  á  las  mujeres,  San  Pablo  encarga  que  callen  en  la  Iglesia, 


-  192  - 

lo  cual  se  entiende,  no  solamente  acerca  del  silencio  en  el  templo,  donde 
con  frecuencia  lo  interrumpen,  sino  también,  y  más  principalmente,  de  la 
conveniencia  de  que  se  abstengan  de  enseñar.  No  es  el  entendimiento  ni 
la  doctrina  lo  que  ni  en  la  familia  ni  en  la  sociedad  civil  se  reservan  á  la 
mujer:  la  voluntad  y  el  amor  son  las  que  más  bien  corresponden  á  ellas. 
Por  eso  la  Iglesia  reserva  exclusivamente  la  enseñanza,  hija  del  entendi- 
miento, para  el  hombre;  al  paso  que  reconoce  la  devoción,  hija  del  amor 
y  de  la  voluntad,  como  peculiar  del  sexo,  al  que  ella  misma  caracteriza  de 
devoto.  Mas  en  la  teología  mística,  hija  en  gran  parte  del  amor  y  del  afec- 
to, ha  tolerado  algunas  veces  que  escribiesen  mujeres  de  gran  santidad, 
en  las  que  reconocía  la  inspiración  divina. 

«Sentados  estos  precedentes,  y  dando  por  supuestas  otras  noticias  har- 
to vulgares,  y  que  no  pueden  desconocer  los  lectores  á  quienes  se  dedica 
esta  edición,  ¿cuál  era  el  estado  de  la  cuestión  cuando  Santa  Teresa  escri- 
bía estos  Conceptos  sobre  el  libro  de  los  Cantares?  Fr.  Luis  de  León  acaba- 
ba de  escribir  sus  comentarios  sobre  el  libro  de  los  Cantares,  á  petición  de 
una  monja  del  convento  de  Sancti  Spiritus  de  Salamanca,  que  era  de  ilus- 
tres comendadoras  del  Orden  de  Santiago.  Un  fraile,  que  solía  entrar  en  la 
celda  de  Fr.  Luis,  copió  este  escrito,  y  sabido  es  lo  que  por  este  motivo 
hubo  de  purgar  Fr.  Luis,  por  espacio  de  algunos  años,  en  las  cárceles  del 
Santo  Oficio  de  Valladolid.  Y  si  alguno  podíg  comentar  el  libro  de  los  Can- 
tares, ¿quién  más  á  propósito  para  ello  que  un  fraile  de  edad  provecta,  no- 
table por  su  piedad,  catedrático  de  Teología  en  la  Universidad  de  Salaman- 
ca, célebre  en  el  Orbe  católico,  por  su  saber  y  ortodoxia?  Y  si  con  su  cáte- 
dra, saber,  piedad,  reputación  y  fama,  Fr.  Luis  de  León  fué  conducido  al 
Santo  Oficio  por  comentar  los  Cantares  en  lengua  vulgar,  sin  publicarlos, 
y  solo  para  uso  particular,  ¿tendrá  nada  de  extraño  que  el  M.  Yanguas 
mandase  quemar  estos  escritos  á  la  Madre  Teresa,  y  que  al  verlos  Fr.  Luis 
de  León,  si  los  vio,  los  tocara  como  quien  se  quema,  y  se  guardara  muy 
bien  de  imprimirlos?  Téngase  en  cuenta,  que  si  el  P.  Gracián  se  atrevió  á 
imprimir  los  Conceptos  del  Amor  Divino,  lo  hizo  en  1612,  treinta  años  des- 
pués de  muerta  Santa  Teresa,  cuando  ya  estaba  para  ser  beatificada,  como 
lo  fué  dos  años  después,  y  los  publicaba  en  Bruselas,  donde  no  había  In- 
quisición: y  aun  así,  tan  luego  como  el  libro  llegó  á  España  y  se  imprimió 


I 


-193- 

aquí,  la  Inquisición  respetó  el  escrito  de  Santa  Teresa,  pero  prohibió  los 
escollos  del  P.  Gracián. 

«Se  dirá  contra  el  P.  Yanguas,  que  al  fin  Santa  Teresa  era  santa;  mas 
durante  la  vida,  nadie  es  santo,  en  la  acepción  rigurosa  de  la  palabra,  y 
nadie  tiene  derecho  á  ir  contra  las  prescripciones  de  la  Iglesia,  á  pretesto 
de  santidad;  ¿qué  sería  entonces  de  la  disciplina  eclesiástica?  Santa  Tere- 
sa obedecía  y  obraba  por  inspiración  divina;  pero  al  P.  Yanguas  no  le 
constaba  canónicamente  esta  inspiración,  por  eso  estuvo  en  su  derecho 
en  lo  que  aconsejó  (pues  no  mandó),  y  Santa  Teresa  estuvo  aún  mejor, 
en  su  habitual  humildad,  al  obedecer,  y  el  cielo  hizo  de  modo  que  no  se 
perdiera  el  libro  (1).  á  pesar  del  consejo  y  la  obediencia,  ambos  justos  y 
racionales,  aunque  contrarios  á  la  inspiración  en  la  apariencia  .  Esto  decía 
el  Sr.  La  Fuente,  en  su  edición  de  las  obras  de  Santa  Teresa  publicadas 
en  1861;  y  cuando  en  1881  las  editó  de  nuevo,  insistió  en  esto  mismo  di- 
ciendo: «Y  en  verdad  que  no  hay  que  culpar  al  P.  Yanguas  por  este  mo- 
tivo. Los  tiempos  eran  duros,  recios  los  vientos  de  las  contradicciones, 
recientes  y  terminantes  las  prohibiciones,  y  muy  justas,  flagrantes  los  abu- 
sos y  muy  sonado  el  caso,  y  aún  fracaso  de  Fr.  Luis  de  León,  llevado  á 
la  Inquisición  tres  años  antes  (1572)  por  haber  trabajado  en  versiones  y 
comentarios  de  los  Cantares  para  otra  monja  de  aquella  tierra.» 

En  vista  de  todo  lo  expuesto,  es  preciso  concluir  ser  muy  difícil  seña- 


(1)  La  Santa  conciuye  el  capitulo  Vil,  con  estas  palabras:  alargarme  más,  sería 
atrevimiento.  Plegué  al  Señor  no  lo  haya  sido  lo  que  he  dicho,  aunque  ha  sido  por  obe- 
decer á  quien  me  lo  ha  mandado.  Sírvase  su  Majestad  de  todo,  que  sí  algo  bueno  va 
aquí,  bien  creeréis  no  es  mío,  pues  ven  las  hermanas  que  están  conmigo  con  la  prisa 
que  lo  he  escrito,  por  las  muchas  ocupaciones.  Suplica  á  su  Majestad,  que  yo  lo  entien- 
da por  experiencia.  A  la  que  le  pareciere  que  tiene  algo  de  esto,  alabe  á  nuestro  Señor, 
y  pídale  esto  postrero,  porque  no  sea  para  si  sola  la  ganancia.  Plega  á  nuestro  Señor 
nos  tenga  de  su  mano,  y  enseñe  siempre  á  cumplir  su  voluntad.  Amén».  Por  la  forma 
en  que  termina  este  capitulo,  algunos  han  creído  que  Santa  Teresa  no  escribió  más 
sobre  el  libn»  de  los  Cantares,  que  estos  siete  capítulos  que  por  prtn'ídencia  especial, 
se  conservan:  otros  opinan  que  los  siete  capítulos  no  son  más  que  el  principio  de  lo 
que  escribió  y  lo  único  que  se  salvó.  Hay  razones  en  pro  y  en  contra,  que  no  es  del 
caso  exponer  aquí. 

\2 


-194  — 

lar  la  fecha  en  que  este  libro  se  escribió,  y  más  aún  determinar  qué  con- 
fesor fué  quien  se  le  mandó  quemar;  que  bien  ponderadas  las  sólidas  ra- 
zones del  docto  historiador  Sr.  La  Fuente,  fundadas  en  las  circunstancias 
de  lugar,  tiempo,  personas,  etc.,  no  puede  culparse  al  P.  Yanguas  ó  cual- 
quiera que  fuera  el  confesor  que  dio  tal  consejo  á  la  Santa  Madre;  sino 
que  tanto  el  consejo  como  la  obediencia  fueron  ambos,  justos  y  racionales, 
como  dice  el  historiador  citado;  y  por  último,  que  los  siete  preciosos  ca- 
pítulos que  hoy  tenemos,  se  los  debemos  en  cierto  modo  al  P.  Fr.  Domin- 
go Báñez,  que  se  apresuró  á  recoger  la  copia  sacada  por  la  religiosa  de 
Alba,  y  la  autorizó  con  su  misma  auténtica  firma,  siendo  Rector  de  San 
Gregorio  de  Valladolid;  por  donde  se  ve  que  los  hijos  de  Santo  Domingo 
tienen  también  su  parte  en  este  pequeño,  pero  importante  libro  de  Teresa 
de  Jesús. 


-■*- 


i^K 


CAPÍTULO    VIH 

Cos  IPIP.  Báñez,  Pedro  Fernández,  fuan  de  las  Guevas, 
y  las  Constituciones  de  Santa  Ceresa. 

Las  primitivas  constituciones  de  la  Santa  Reformadora,  fueron  escritas 
y  redactadas  por  ella  misma,  y  son  tan  obra  suya,  dice  el  Sr.  La  Fuente, 
como  el  libro  de  la  Vida,  el  Camino  de  Perfección,  y  todos  los  demás  que 
escribió  (1),  y  aunque  este  libro  es  pequeño  en  el  volumen,  pues  sólo 
contiene  unos  cuantos  capítulos  y  cortos,  pero  en  él  se  encuentra  el  prin- 
cipio vital  de  toda  la  Reforma,  y  merece  se  haga  un  estudio  sobre  él.  ha- 
ciendo resaltar  á  la  vez  la  intervención  que  los  hijos  de  Sannto  Domingo 
tuvieron  en  tan  importante  obra. 

Que  la  Santa  escribiese  y  redactase  nuevas  constituciones  adaptadas  á 
su  nueva  Reforma,  lo  testifican  unánimes  todos  sus  biógrafos,  como  Ribe- 
ra, Yepes,  etc.,  etc.,  y  no  sólo  lo  testifican,  sino  que  citan  el  Breve  de 
Pío  IV  autorizando  á  la  Santa  para  hacerlas,  fechado  el  1562,  en  que  se 
fundó  el  primer  convento  de  la  Reforma,  ó  sea  el  de  San  José  (2).  Las  vi- 
cisitudes por  que  pasaron  estas  constituciones,  viviendo  aún  Santa  Teresa, 

(1)  Tomo  1.",  página  252,  edición  de  1861. 

(2)  Hé  aquí  una  de  las  cláusulas  de  ese  Breve,  en  que  se  autoriza  á  Santa  Teresa 
para  hacer  Constituciones:  «Super  his  quoe  felix  regimem  et  gubernium  ejusdem  mo- 
nasterü  concerdent  qunecumque  statuta  et  ordinationes  licita  et  honesta,  et  juri  Canó- 
nico non  contraria,  condendi,  et  postquam  condita  et  ordinata  fuerint  illa  in  toto  vel  in 
parte,  justa  temporum  quoelitatem,  in  nielius  mutandi,  reformandi...  licentiam  et  libi-r.in 
facultatem  impertimur..  (La  Fuente,  edición  de  1861,  tomo  1.",  página  252.) 


—  196  - 

pueden  reducirse  á  tres:  1.^  Las  constituciones  que  la  Santa  hizo  inmedia- 
tamente después  de  fundar  su  primer  convento.  De  éstas,  dice  la  Crónica 
Carmelitana,  libro  1.",  capitulo  L:  «Comunicólas  con  el  P.  M.  Fr.  Domin- 
go Báñez,  á  la  sazón  su  confesor,  y  por  orden  suya  las  presentó  al  Ilus- 
trísimo  Sr.  D.  Alvaro  de  Mendoza,  obispo  de  Ávila  y  prelado  de  aquel 
convento,  para  que  con  su  aprobación  tuviesen  la  autoridad  que  merecían. 
Así  lo  confiesa  la  universal  y  uniforme  tradición  de  monjas  y  frailes,  as- 
estas constituciones  aprobadas,  no  sólo  por  el  obispo  de  Avila,  sino 
también  por  el  General  de  la  Orden  Fr.  Rosi  ó  Rúbeo,  que  visitó  á  la  San- 
ta en  San  José  el  año  de  1566,  y  lo  que  es  más,  por  Pío  IV,  las  llevaba  la 
Santa  Madre  á  todas  sus  fundaciones  y  las  implantaba  en  los  nuevos  con- 
ventos; y  por  eso,  en  el  capitulo  III  de  las  Fundaciones,  dice,  hablando  del 
convento  de  Medina:  <Las  monjas  iban  ganando  crédito  en  el  pueblo  y 
tomando  con  ellas  mucha  devoción,  y  á  mi  parecer,  con  razón...;  en  todo 
iban  con  la  manera  de  proceder  que  en  San  José  de  Avila,  por  ser  una 
misma  la  Regla  y  Constituciones.  ■ 

Esto  que  la  Santa  dice  del  convento  de  Medina,  que  iban  como  en  San 
José,  por  ser  una  misma  la  Regla  y  Constituciones,  se  verificaba  en  todos 
los  conventos  que  fundaba. 

Mas  el  año  de  1569,  el  Santo  Pontífice  Pío  V,  nombró  visitador  apos- 
tólico de  la  Orden  del  Carmen  en  Castilla,  al  M.  R.  P.  Fr.  Pedro  Fernán- 
dez, de  la  Orden  de  Santo  Domingo,  prior  que  era  del  convento  de  Do- 
minicos de  Talavera,  y  más  tarde,  provincial  de  la  provincia  de  España  y 
prior  del  celebérrimo  convento  de  San  Esteban  de  Salamanca,  dejando  en 
todos  los  puestos  tal  fama  de  virtud,  que  en  su  provincia  es  designado 
con  el  nombre  de  '  el  provincial  santo  - .  Este  fraile  Dominico,  de  gran  virtud 
y  saber,  como  dice  el  Sr.  La  Fuente  (1),  este  V.  P.,  á  quien  el  Carmelita 
Descalzo  Fr.  Antonio  de  San  José,  anotador  de  las  Cartas  de  su  Santa  Ma- 
dre, llama  con  justa  razón,  verdadero  padre  de  nuestra  Reforma,  empezó 
su  visita  revestido  de  toda  la  autoridad  de  la  Sede  Apostólica;  pues  como 
decía  Santa  Teresa  á  D.  Diego  Ortiz,  vecino  de  Toledo  (2):  -  Después  de 


(1)  Nota  á  la  carta  26. 

(2)  La  Fuente,  caria  26,  edició»  de  1881. 


-197- 

¡da  la  carta  de  nuestro  P.  General,  he  advertido  que  no  había  para  qué, 
porque  es  muy  más  firme  cualquiera  cosa  que  el  P.  Visitador  (P.  Pedro), 
hiciese,  porque  es  como  hacerlo  el  Pontífice,  que  ningún  general,  ni  Capí- 
tulo general,  lo  puede  deshacer.  El  es  muy  avisado  y  letrado  y  gustará 
V.  M.  tratar  con  él-;  y  escribiendo  á  Doña  María  de  Mendoza  (1):  «V.  S.  lo 
tratará  con  el  P.  Visitador  (P.  Pedro).  Suplico  á  V.  S.  le  muestre  mucho 
fivor  y  haga  la  merced  que  acostumbra  hacer  á  personas  semejantes;  por- 
que es  el  mayor  prelado  que  ahora  tenemos,  y  su  alma  debe  merecer  mu- 
cho delante  de  Dios>.  Empezó,  repetimos,  á  hacer  la  Visita  en  los  conven- 
tos de  la  naciente  Reforma,  ordenando  lo  que  parecía  prudente  para  el  buen 
régimen  y  gobierno  de  dichas  casas.  Mas  como  era  tan  cuerdo,  nada  dis- 
ponía sin  tratarlo  antes  con  la  Santa  Fundadora  y  de  acuerdo  con  ella;  y 
á  estas  actas  ú  ordenaciones  llama  el  Sr.  La  Fuente:  ^Constituciones  da- 
das por  Santa  Teresa,  de  acuerdo  con  el  P.  Pedro  Fernández»,  porque  en 
verdad,  los  dos  tenían  parte  en  ellas,  y  que  así  sucedió,  lo  consigna  ex- 
presamente la  Santa,  cuando  escribiendo  al  P.  Gracián,  poco  antes  de  ce- 
lebrarse el  Capítulo  de  Separación  en  Alcalá,  ó  sea  en  Febrero  de  1581,  le 
decía  entre  otras  cosas  (2);  en  nuestras  cosas  (en  las  de  las  monjas),  no 
hay  que  dar  parte  á  los  frailes,  ni  nunca  las  dio  el  P.  Pedro  Fernández. 
Entre  él  y  mí  pasó  el  concertar  las  Actas  que  puso,  y  nini^una  cosa  hacía 
sin  decírmelo:  ésto  le  debo».  Y  en  otra  carta  escrita  al  mismo  Padre  pocos 
días  después  de  la  anterior,  se  expresaba  de  esta  manera  (3):  *pues  nues- 
tras constituciones,  ó  lo  que  ordenare  para  nosotras  (las  monjas),  no  es 
menester  tratarlo  en  Capítulo,  ni  que  lo  entiendan  ellos  (los  frailes),  que 
solo  consigo  y  conmigo  lo  trató  el  P.  Pedro  Fernández  (que  haya  gloria)>. 
Tiene,  pues,  razón  el  ilustre  historiador,  al  distinguir  las  constituciones 
primitivas  de  éstas  que  llama  «Constituciones  dadas  por  Santa  Teresa,  de 
acuerdo  con  el  P.  Pedro  Fernández.» 

El  mismo  P.  Pedro,  como  Visitador,  hizo  actas  ó  Constituciones  sobre 
el  número  de  monjas  que  había  de  tener  cada  convento;  y  así,  escribiendo 


(1)  Carta  2.''  á  Üufia  María  de  Mendoza,  tumo  4." 

(2)  La  Fuente,  edición  de  1S81,  carta  325. 

(3)  La  Fuente  carta  329,  edición  de  188L 


-198- 

Santa  Teresa  á  María  Bautista,  priora  en  Valladolid,  le  decía:  «En  eso  de 
la  freila  no  hay  que  hablar,  pues  está  hecho:  mas  yo  le  digo  que  es  cosa 
bien  recia  tres  monjas,  como  dicen,  tener  tantas  freilas:  harto  sin  camino 
es.  Creo  se  habrá  de  procurar  con  el  padre  visitador,  haga  número,  como 
de  las  monjas. 

El  comentador  Fr.  Antonio  de  San  José,  añade:  «Tenían  cuatro  profe- 
sas, y  con  la  novicia  eran  cinco,  y  no  gustaba  la  Santa  de  tantas  freilas. 
Con  que  insinúa  la  providencia  de  que  el  padre  visitador  señalase  núme- 
ro fijo.  El  P.  Fr.  Pedro  Fernández,  que  lo  era,  en  las  actas  que  hizo  en 
Medina  del  Campo  á  2  de  Septiembre  de  71,  le  señaló  para  las  coristas, 
ordenando  que  en  los  conventos  que  vivían  de  limosna,  no  pasasen  de 
trece  ó  catorce,  ni  en  los  que  tenían  renta,  excediesen  de  veinte.  Esto  se 
entiende,  dice,  fuera  de  las  legas  que  se  tomen  para  los  oficios.  Con  que 
éstas  aún  no  tenían  determinado  número,  como  se  señaló  después,  man- 
dando que  en  ningún  convento  puedan  pasar  de  tres.  > 

De  otra  constitución  hecha  por  el  P.  Pedro,  nos  habla  la  Santa  en  una 
carta  que  escribía  á  una  religiosa  de  otra  Orden  que  pretendía  abrazar  la 
descalcez.  La  Santa  la  decía:  <*En  lo  principal  que  V.  M.  manda,  no  la  pue- 
do servir  en  ninguna  manera,  por  tener  Constitución  pedida  por  mí,  de  no 
tener  monja  de  otra  Orden  en  estas  Casas*;  y  añade  el  comentador:  «La 
Constitución  que  dice  la  Santa  haberse  hecho  á  petición  suya,  sería  una 
Acta  que  hizo  Fr.  Pedro  Fernández,  Comisario  Apostólico,  dándola  fuerza 
de  Constitución,  que  después  se  incorporó  entre  las  demás  leyes  estable- 
cidas en  Alcalá.  > 

El  P.  Gregorio  de  San  José,  Carmelita  descalzo  y  primer  Definidor  en 
Roma,  ha  publicado  tres  volúmenes  de  Cartas  de  su  Santa  Madre,  con 
algunos  otros  importantes  documentos;  entre  ellos,  una  circular  del  Padre 
M.,  Fr.  Jerónimo  Gracián,  Visitador  Apostólico  el  año  de  1576,  y  que  su- 
cedió en  este  cargo  al  P.  Pedro  Fernández,  y  en  ella  ordena  entre  otras 
cosas,  lo  siguiente:  -Así  mismo  guarden  todas  las  actas  y  Constituciones 
que  el  M.  R.  P.  Fr.  Pedro  Fernández,  Visitador  de  la  Orden  de  Nuestra 
Señora  del  Carmen  en  la  provincia  de  Castilla  les  puso.» 

Consta,  pues,  de  lo  expuesto,  la  intervención  del  dominico  P.  Pedro 
en  la  formación  -de  las  leyes  y  Constituciones  de  la  naciente  descalcez. 


-199  — 

La  tercera  vicisitud  ó  modificación  de  esas  constituciones,  tuvo  lugar 
en  el  «Capítulo  de  Separación  de  los  Descalzos,  donde  se  eligió  por  pro- 
vincial al  M.  R.  P.  Fr.  Jerónimo  Gracián.  Se  celebró  este  Capitulo  de  tan- 
ta trascendencia  para  la  Descalcez,  en  Alcalá  de  Henares,  el  4  de  Marzo 
de  1581. 

Lo  convocó  el  M.  R.  P.  Fr.  Juan  de  Cuevas,  prior  que  era  del  Conven- 
to de  Predicadores  en  Talavera.  Santa  Teresa  se  ocupa  en  el  libro  de  las 
Fundaciones  de  este  importante  suceso,  y  en  el  capítulo  XXIX,  dice:  «Es- 
tando en  Palencia  fué  Dios  servido,  se  hizo  el  apartamiento  de  los  Des- 
calzos y  Calzados,  haciendo  provincia  por  sí,  que  era  todo  lo  que  deseá- 
bamos para  nuestra  paz  y  sosiego...  Hízose  capítulo  en  Alcalá  por  man- 
dado de  un  reverendo  padre,  llamado  Fr.  Juan  de  la  Cuevas,  que  era  en- 
tonces prior  en  Talavera:  es  de  la  Orden  de  Santo  Domingo;  que  vino 
señalado  de  Roma  (por  Gregorio  XHI),  nombrado  por  su  Majestad,  per- 
sona muy  santa  y  cuerda,  como  era  menester  para  cosa  semejante.» 

El  Sr.  La  Fuente  añade  á  estas  palabras  de  la  Santa,  lo  siguiente:  «Ape- 
llidábase Fr.  Juan  Velázquez  de  las  Cuevas,  aunque  generalmente  se  le 
llamaba  Fr.  Juan  de  las  Cuevas,  con  su  apellido  materno.  Era  natural  de 
Coca,  y  fray  le  del  convento  de  San  Esteban  de  Salamanca.  En  1596  fué 
nombrado  Obispo  de  Avila,  y  murió  dos  años  después.» 

A  este  Capítulo  envió  Santa  Teresa  sus  memoriales  por  parecer  perso- 
na, como  ella  dice  con  mucha  gracia  en  carta  al  P.  Gracián  (1):  <He  escri- 
to á  V.  P.  por  dos  partes  y  enviado  mis  memoriales  por  parecer  persona  >. 
El  contenido  de  estos  importantes  memoriales,  se  ordenaba  á  que  en  el 
Capitulo  se  organizase  un  cuerpo  de  leyes  para  religiosos  y  religiosas, 
quitando,  añadiendo,  modificando  lo  que  hasta  allí  se  había  observado, 
según  que  el  presidente  ó  comisario  P.  Cuevas,  con  el  Capítulo,  creyeran 
conveniente.  Por  eso,  en  el  mes  de  Febrero  de  1581,  ó  sea  pocos  días  añ- 


il)   La  Fuente,  carta  325,  edción  1811. 

Quizá  no  sea  aventurad )  el  decir  que  Santa  Teresa,  al  usar  esta  frase,  «por  parecer 
persona»,  no  se  la  ocultó  lo  que  Santo  Tomás  enseña  sobre  lo  que  significa  ese  nom- 
bre cuando  escribe:  «Hoc  nomen  personae  impositum  estad  significandum  aliquos  dig- 
nitatem  habentes.  Unde  consueverunt  dici  persona;  in  Eclesiis,  qua;  iiabent  aiiquam 
dignitatem.  (1.'  P.  quíest.  29,  artículo  3.°,  ad  2.um) 


—  200- 

tes  de  celebrarse,  la  Santa  multiplicaba  sus  cartas  tanto  al  P.  Comisario 
Cuevas,  como  al  P.  Gracián.  Por  desgracia,  no  se  conserva  ninguna  de 
las  que  escribió  al  primero;  pero  por  las  que  tenemos  de  las  dirigidas  al 
P.  Gracián,  se  ve  las  observaciones  tan  oportunas  que  hacía,  porque  como 
le  escribe  (1):  en  esto  de  monjas,  puedo  tener  voto,  que  he  visto  muchas 
cosas  por  donde  se  vienen  á  destruir,  pareciendo  de  poco  momento»,  y 
como  añade  en  otra  parte:  conocía  muy  bien  los  reveses  de  las  muje- 
res, V  mire  que  no  somos  tan  fáciles  de  ser  conocidas  las  mujeres».  En 
confirmación  de  cuanto  acabamos  de  decir,  citaremos  algunos  pasajes  de 
sus  cartas  al  P.  Gracián  donde  la  Santa  pide  que  el  P.  Comisario  Apostóli- 
co, modifique  las  Constituciones  que  hablan  regido  hasta  allí,  al  tenor  de 
las  advertencias  que  ella  hacía,  y  así  escribe:  -  Habíaseme  olvidado  lo  que 
ahora  escribo  en  esa  carta  al  padre  comisario.  Vuestra  paternidad  la  lea, 
que  por  no  me  cansar  en  tornarlo  á  decir  aquí,  la  envío  abierta,  y  la  selle 
con  el  sello  que  parezca  al  mío,  y  se  la  dé...  Eso  de  tener  libertad  para 
que  nos  prediquen  de  otras  partes,  me  advirtió  la  Priora  de  Segovia,  y  yo 
por  otra  cosa  averiguada  lo  dejaba.  Mas  no  hemos  de  mirar,  mi  padre,  á 
los  que  ahora  viven,  sino  que  pueden  venir  personas  á  ser  prelados,  que 
en  esto  y  más  se  pongan.  Por  eso  vuestra  paternidad  nos  haga  caridad  de 
ayudar  mucho,  para  que  ésto  y  lo  que  ei  otro  día  escribí,  quede  muy  cla- 
ro y  llano  ante  el  padre  Comisario,  porque  á  no  lo  dejar  él,  se  había  de  pro- 
curar traer  á  Roma...  Yo  querría  que  si  puede  el  padre  Comisario  enmen- 
dar Constituciones,  y  poner  en  las  que  se  hiciesen  unas  bien  puestas, 
que  quitasen  y  pusiesen  lo  que  ahora  pedimos;  y  ésto  no  lo  hará  ninguno, 
si  V.  P.  y  el  P.  Nicolás  no  lo  toman  muy  á  pechos,  y  como  V.  P.  dice,  y 
creo  que  se  lo  escribí  á  V.  P.  en  mi  carta,  en  nuestras  cosas  no  hay  que 
dar  parte  á  los  frailes,  ni  nunca  la  dio  el  P.  Fr.  Pedro  Fernández.  Entre  él 
y  mí  pasó  el  concertar  las  actas  que  puso,  y  ninguna  cosa  hacía  sin  de- 
círmelo: esto  le  debo.  Si  se  pudieren  hacer  de  nuevo  Constituciones,  ó 
quitar,  advierta  vuestra  paternidad  en  lo  de  calzas  de  estopa  ó  sayal,  que 
no  se  señale  ni  diga  más  de  que  puedan  traer  calzas,  que  no  acaban  de 
traer  escrúpulos...  En  nuestras  Constituciones,  dice,  sean  de  pobreza,  y  no 


(l)     Carta  329,  edición  del  Sr.  La  Fuente  1881. 


-  201  — 

puedan  tener  renta.  Como  ya  veo  que  todas  llevan  camino  de  tenerlas, 
mire  si  será  bien  se  quite  ésto,  y  todo  lo  que  hablare  en  las  Constitucio- 
nes de  ésto,  porque  quien  las  viere  no  parezca  se  han  relajado  tan  presto; 
ó  diga  el  P.  Comisario,  que  pues  el  Concilio  da  licencia,  la  tengan^  (1). 

En  otra  carta  que  escribía  al  mismo  P.  Gracián  en  el  mismo  año  y  rnes 
de  Febrero,  le  decía:  *Sepa  que  quería  enviar  á  suplicar  al  padre  prior  y 
Comisario  que  hiciese  maestros  y  presentados  á  los  que  tenían  letras  para 
ello,  de  vuestras  reverencias;  porque  para  algunas  cosas  es  necesario,  y 
porque  no  tuviesen  que  ir  al  General;  y  como  vuestra  reverencia  dice  que 
no  trae  comisión,  sino  para  asistir  al  Capítulo  y  hacer  Constituciones,  lo 
he  dejadO'  (2). 

Y  por  cierto  que  el  P.  Cuevas  tomó  muy  en  cuenta  las  advertencias 
que  la  Santa  envió  en  sus  memoriales,  y  como  ella  escribe  después  de 
terminado  el  Capítulo,  se  hallaba  contenta  de  él,  y  alababa  á  Dios  porque 
lo  había  hecho  muy  bien,  y  dice  así  (3):  Mucho  alabo  á  Dios  sea  tan  bue- 
no como  vuestra  reverencia  me  dice,  y  lo  haya  hecho  tan  bien-. 

No  es  extraño,  por  lo  tanto,  que  el  Cronista  de  la  Reforma,  ocupándo- 
se en  el  libro  I.*",  capítulo  L  de  este  primer  Capítulo  provincial,  en  que  se 
llevó  á  cabo  la  separación,  diga  así:  Después  de  ejecutada  la  dicha  sepa- 
ración, hicieron  Constituciones  para  los  frailes.  Hiciéronlas  también  para 
las  monjas,  y  dice  el  título  de  ellas  así:  Constituciones  de  las  Monjas  Car- 
melitas Descalzas  de  la  primitiva  observancia.  Hechas  por  el  R.  P.  Fr.Juan 
de  las  Cuevas,  de  la  Orden  de  Santo  Domingo.  Comisario  Apostólico,  y 
por  el  Provincial  y  Definidores  de  la  dicha  Orden  de  Descalzos  Carmeli- 
tas, en  el  Capítulo  celebrado  en  Alcalá  de  Henares,  por  Marzo  de  mil  qui- 
nientos y  ochenta  y  uno. 

El  Sr.  La  Fuente  confirma  cuanto  se  acaba  de  decir  por  las  siguientes 
palabras  (4):  «Las  Constituciones  primitivas  de  Santa  Teresa,  juntamente 
con  las  convenidas  por  ella  con  el  P.  Fr.  Pedro  Fernández,  fueron  revisadas 


(1)  Carta  325,  La  hiieiite,  edición  18^1. 

(2)  Carta  329,  La  Fuente,  edición  18SL 

(3)  Carta  3:^2,  La  Fuente,  edición  de  188L 

(4)  Prólogo  á  las  Constituciones,  tomo  3.°,  página  12,  edición  de  1881. 


-202- 

en  el  Capítulo  que  celebraron  los  frailes  en  el  Convento  de  San  Cirilo  de 
Alcalá,  bajo  la  presidencia  del  P.  Fr.  Juan  de  las  Cuevas,  prior  del  con- 
vento de  San  Qinés  de  Talavera,  el  domingo  cuarto  de  Cuaresma  de  1581, 
siendo  dicho  prior  delegado  apostólico  para  formar  provincia  aparte  de 
los  conventos  de  Descalzos  que  ya  existían,  y  por  muerte  del  dicho  Padre 
Fr.  Pedro  Fernández,  antes  nombrado  por  la  Santa  Sede,  á  propuesta  del 
Rey.> 

El  mismo  historiador  añade  á  continuación,  que  el  P.  Gracián,  como 
provincial  recien  electo,  remitió  estas  Constituciones  á  Santa  Teresa, 
acompañándolas  de  la  siguiente  carta,  especie  de  prólogo  y  dedicatoria  á 
la  vez:  «A  la  muy  religiosa  Madre  Teresa  de  Jesús,  fundadora  de  los  mo- 
nasterios de  las  monjas  Carmelitas  descalzas. 

>Fr.  Jerónimo  Gracián  de  la  Madre  de  Dios,  provincial  de  la  provincia 
de  la  misma  orden,  gracia  y  consolación  en  el  Espíritu  Santo. 

»E1  principal  y  más  ordinario  consejo  que  siempre  he  oído  de  V.  R.  á 
sus  hijas,  es  que  nunca  se  les  caiga  de  las  manos  la  Ley  de  Dios,  la  Regla 
y  las  Constituciones  de  la  Orden  para  verlas  cada  día;  y  por  esta  causa, 
me  pareció  hacerlas  imprimir...  La  Regla  va  al  principio...  Y  luego  las  Cons- 
tituciones, las  cuales  van  divididas  en  veinte  capítulos,  y  llevan  la  misma 
orden  de  los  capítulos  de  la  Regla.  Distínguense  los  capítulos  en  pá- 
rrafos para  mayor  división  y  claridad,  porque  mejor  se  queden  en  la  me- 
moria. Fueron  sacadas  al  principio  de  las  Constituciones  antiguas  de  la 
Orden,  dadas  por  el  R.  P.  N.  Fr.  Juan  Baptista  Rúbeo  de  Rávena,  prior  ge- 
neral. Después  añadió  el  M.  R.  P.  Fr.  Pedro  Fernández,  Visitador  Apos- 
tólico de  esta  Orden,  por  nuestro  muy  Santo  P.  Pío  V,  algunas  actas,  y 
declaraba  algunas  constituciones,  y  también  yo  añadí  algo,  visitando  con 
comisión  apostólica  esta  congregación  de  los  carmelitas  descalzos  y  la 
provincia  de  los  Carmelitas  calzados  de  Andalucía.  Y  finalmente,  en  este 
nuestro  capítulo  provincial,  que  se  celebró  en  Alcalá,  nos  pareció  al  Muy 
R.  P.  Fr.  Juan  de  las  Cuevas,  que  presidía  en  él,  y  á  los  definidores  y  á 
mí,  que  convenía  juntar  todas  las  cartas  y  Constituciones  por  el  orden  que 
van,  declarando,  añadiendo  ó  quitando  algunas  cosas,  aunque  pocas,  que 
como  fué  el  primer  capítulo,  y  en  él  se  hicieron  leyes  para  los  frailes,  con- 
venía que  también  se  hicieran  las  leyes  de  las  monjas,  pues  se  dividió  la 


—  203- 

provincia  de  la  de  los  Calzados,  y  quedó  uno  el  gobierno  de  frailes  y 
monjas.» 

De  todo  lo  dicho  y  expuesto  hasta  aquí,  se  infiere  con  claridad  la  mu- 
cha parte  que  los  hijos  de  Santo  Domingo  tuvieron,  ya  en  las  Constitucio- 
nes primitivas,  en  cuanto  la  Santa  las  sujetó  al  examen  y  aprobación  del 
P.  M.  Báñez,  antes  de  presentarlas  á  D.  Alvaro  de  Mendoza  Obispo  de 
Avila,  ya  en  las  diversas  modificaciones  que  sufrieron  viviendo  aún  la 
misma  Santa;  pues  como  hemos  visto,  N.  V.  P.  Fr.  Pedro  Fernández,  vi- 
sitador apostólico,  nada  disponía  sino  de  acuerdo  con  la  Santa  Madre,  y 
últimamente  en  este  primer  Capitulo  de  la  Reforma,  convocado  y  presidi- 
do por  el  V.  P.  Fr.  Juan  de  las  Cuevas,  se  arregló  definitivamente  el  cuer- 
po de  legislación  por  el  cual  debía  gobernarse  toda  la  Descalcez. 

Si  se  quiere  aún  una  prueba,  que  pudiéramos  llamar  intrínseca,  de  la 
gran  intervención  de  los  Dominicos  en  la  legislación  de  la  Reforma,  véase 
en  el  siguiente  cuadro  comparativo  la  semejanza,  por  no  decir  identidad 
de  muchas  de  las  constituciones  de  una  y  otra  Religión  (1).  Y  téngase 


(1)  A  fin  de  que  resalte  más  la  fuerza  de  este  argumento,  es  preciso  dar  algunas 
nociones  sobre  las  Constituciones  llamadas  de  Santa  Teresa,  y  que  en  el  cuadro  se 
comparan  con  las  de  la  Orden  de  Santo  Domingo. 

Es  cierto  que  la  Santa,  al  fundar  su  convento  de  San  José  en  1562,  además  de  la 
Regla  primitiva  llamada  de  San  Alberto,  hizo  un  reglamento  para  el  buen  gobierno  del 
convento,  que  pasó  á  tener  valor  jurídico  de  leyes  ó  constituciones,  una  vez  que  fué 
aprobado  y  sancionado,  tanto  por  el  Obispo  de  Avila,  á  quien  el  monasterio  estaba  su- 
jeto, como  por  el  General  de  la  Orden,  y  aun  por  el  mismo  Papa  Pío  IV. 

Como  la  Santa  permaneció  en  su  recién  fundado  convento  sin  salir  de  él  por  espa- 
cio de  cinco  años,  durante  ese  periodo-  de  tiempo,  en  que,  como  hemos  visto,  escribió 
por  segunda  vez  su  Vida  y  el  Camino  de  Perfección,  redactó  también  las  Constitu- 
ciones. 

Todo  lo  que  la  Santa  escribía,  lo  enviaba  al  convento  de  Santo  Tomás,  á  los  Padres 
García  de  Toledo  y  Báñez,  que  fueron  sus  confesores  en  esos  cinco  años.  A  ellos  dos 
alude  en  el  capítulo  XXXIX  de  la  Vida,  cuando  escribe:  «Díjelo  á  mis  confesores,  que 
tenia  entonces  dos,  harto  letrados  y  siervos  de  Dios».  Por  eso  hemos  visto  cómo  la 
Crónica  de  la  Reforma,  hablando  de  esas  Constituciones,  dice:  «Comunicólas  con  el 
P.  M.  Fr.  Domingo  Báñez,  á  la  sazón  su  confesor,  y  por  orden  suya,  las  presentó  al 
limo.  Sr.  D.  Alvaro  de  Mendoza».  Estas  Constituciones,  revisadas  por  el  P.  Báñez,  y 


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presente  que  la  fuerza  de  esta  prueba,  consiste  en  que  la  Orden  de  Santo 
Domingo,  fundada  en  el  siglo  XIII,  es  trescientos  años  más  antigua  que  la 
Reforma  de  Santa  Teresa,  llevada  á  cabo  en  el  siglo  XVI.  Y  no  sólo  es 
tres  siglos  más  antigua  que  la  Reforma  ó  Descalcez,  sino  que  es  anterior 
á  la  prudente  mitigación  introducida  en  la  Regla  austerísima  de  los  Car- 
melitas que  tuvo  lugar  en  tiempo  de  Inocencio  IV,  ó  sea  el  año  de  1248. 
Sabida  cosa  es  que  los  Carmelitas  reunidos  en  congregación  general  su- 
plicaron á  este  gran  Pontífice,  moderase  algún  tanto  las  muchas  austerida- 
des que  tenían  y  que  les  imposibilitaban  para  cumplir  sus  ministerios 
evangélicos,  y  que  el  Papa  llamó  entonces  á  dos  célebres  Dominicos,  el 
Cardenal  Hugo  de  S.  Caro  y  á  Guillermo  Obispo  Antederense  confiándo- 
les  comisión  tan  delicada;  comisión  que  fué  con  gusto  aceptada  y  con  sa- 
tisfacción cumplida.  Sólo  teniendo  á  la  vista  todos  estos  antecedentes  y 
datos,  se  explica  la  grande  conformidad,  ó  mejor  dicho,  como  se  ha  indi- 
cado ya,  la  identidad  de  muchas  de  estds  constituciones,  según  lo  mani- 
fiesta el  siguiente  Cuadro: 


que  fueron  las  verdaderamente  primitivas  de  Santa  Teresa,  han  desaparecido,  pero 
afortunadamente,  se  conserva  un  fiel  traslado  de  ellas  en  el  convento  de  Carmelitas 
Descalzas  de  Alcalá  de  Henares,  fundado  también  en  1562  por  la  V.  María  de  Jesús, 
amiga  de  Santa  Teresa.  Tratando  este  punto  el  Sr.  La  Fuente,  en  un  prólogo  al  libro 
de  las  Constitiíciones,  escribe  así:  «Estuvo  en  aquel  convento  Santa  Teresa  varias  ve- 
ces, y  en  especial  el  año  de  1567,  por  espacio  de  dos  meses,  antes  de  pasar  á  las  fun- 
daciones de  Malagón  y  Valladolid,  para  arreglar  el  método  de  vida  en  aquel  monas- 
terio, que  conserva  varios  ■  acuerdos  y  tradiciones  relativas  á  su  estancia  en  él.  Dióle 
Santa  Teresa  entonces  kis  Constituciones  particulares  hechas  para  el  convento  de  San 
José,  tanto  más  adecuadas  para  él,  cuanto  que  el  de  la  Imagen  dependía  y  depende  del 
ordinario,  como  sucedía  entonces  con  el  de  San  José  de  Avila,  que  todavía  estaba  en- 
tonces sometido  al  obispo  de  aquella  ciudad. 

'La  autorización  dada  á  las  Constituciones  del  convento  de  la  Imagen  por  el  car- 
denal archiduque  Alberto,  arzobispo  de  Toledo,  dice  terminantemente  que  estas  Cons- 
tituciones habían  sido  dadas  á  las  monjas  de  la  Imagen  por  Santa  Teresa. 

*Díce  así:  «Alberto,  por  la  gracia  de  Dios,  cardenal  presbítero  de  la  santa  iglesia  de 
Roma,  del  título  de  Santa  Cruz  en  Hierusalem,  arzobispo  electo  de  la  santa  iglesia  de 
Toledo,  primado  de  las  Españas,  chanciller  mayor  de  Castilla,  archiduque  de  Austria, 
duque  de  Borgoña,  Stiría,  etc.  Por  cuanto  nos  consta  de  la  necesidad  que  hay  en  el 


-205  — 


Cuadro  comparativo  de  ¡as  constituciones  primitivas 
de  la  Reforma  ó  Descalcez  de  Santa  Teresa  de  Jesús,  con  las  cons- 
tituciones de  la  Orden  de  Santo  Domingo. 


Consíiluciones 

de  la 

Orden  de  Santo  Domingo. 

De  Leui  Culpa. 

1.''  Levis  culpa  est  si  quis,mox 
ut  signiim  factum  fuerit,  non  relic- 
tis  ómnibus  cuní  matura  festinatio- 
ne,  differat  se  praeparare,  ut  ad 
Ecclesiam  ordinate  et  composite, 
quando  debuerit  veniat. 

2."     Si  quis,  in  Choro,  male  le- 


Constituciones  prlmitiuas 

de  la  Reforma  ó  Descalcez 

de  Sania  Teresa  de  ¡lesiís. 

De  culpa  inedia  v  leve- 

1.''  Leve  culpa  es  si  alguna  con 
debida  festinación  ó  priesa,  luego 
como  fuere  hecha  señal,  difiera 
aparejarse  para  venir  al  coro  or- 
denada y  compuestamente  cuando 
debiere. 

2y    Si  alguna  comenzando  ya 


monasterio  de  la  Concepción  de  las  Descalzas  Carmelitas  de  nuestra  villa  de  Alcalá  de 
Henares,  que  son  de  nuestra  jurisdicción,  de  Constituciones  y  reglas  que  guarden,  y  por 
las  cuales  so  rijan  para  guardar  en  el  dicho  monasterio,  la  religión  y  orden  que  convie- 
ne á  la  salud  de  las  almas  y  buena  administración  de  la  priora  y  monjas  del  dicho  mo- 
níisterio,  por  la  presente  mandamos,  que  por  ahora  y  para  siempre  jamás  se  cumplan, 
guarden  y  obedezcan  las  Constituciones  y  reglas  que  se  siguen,  so  las  penas  en  ellas 
contenidas,  que  son  las  que  la  Madre  Teresa  de  Jesús,  fu  idadora  de  la  dicha  orden  de 
Descalzas  Carmelitas,  hizo  viviendo  pai  a  el  gobierno  de  ella,  que  son  del  tenor  si- 
guiente.> 

>E1  ejemplar  de  ellas  que  tengo  á  la  vista,  es  un  toinito  en  octavo,  impreso  en  1678. 
Tiene  273  páginas,  y  en  ellas  la  aprobación  del  archiduque  arzobispo  de  Toledo,  la  re- 
gla de  San  Alberto  y  las  Constituciones  primitivas  de  Santa  Teresa.'> 

El  cuadro  comparativo  que  en  el  texto  ponemos,  se  refiere  á  estas  Constituciones 
en  las  que  tanta  parte  tuvo  el  P.  Báñez,  sin  contar  lo  que  en  este  mismo  sentido,  y  años 
más  adelante,  hicieron  los  PP.  Pedro  Fernández  y  Juan  de  las  Cuevas,  según  acaba- 
mos de  decir,  y  en  época  anterior  la  intervención  de  los  dominicos  comisionados  por  el 
Papa  Inocencio  IV. 

En  todos  estos  datos  históricos  hallaremos  más  que  sobrados  motivos  de  analogía 
y  semejanza  entre  las  Constituciones  de  las  dos  Ordenes,  Carmelitana  y  Dominicana. 


-206- 


gendo  vel  cantando  offendens,  non 
statim  se  coram  ómnibus  humilia- 
verit. 

3.°  Si  liber  in  quo  legendum 
est  cujuscumque  neglectu  defuerit. 

4.°  Si  quis  lectionem  statuto 
tempore  non  proeviderit. 

5."  Si  quis  in  Choro  riserit,  ve! 
alios  ridere  fecerit... 

6/'  Si  quis  in  Ecciesia,  vel  in 
Dormitorio,  ve!  in  cellis,  aliquid 
inquietudinis  fecerit. 

7."     Si  quis,  divino  non  inten- 

tus  Officio,  vagis  ocuiis  et  motu 

irreligioso,  levitatem  mentis  osten- 

derit. 

De  6raví  Culpa. 

1.°  Gravis  culpa  est,  si  quis 
inhoneste,  in  audientia  soecula- 
rium,  cum  aliquo  contenderit... 

2.°  Si  quis  mendacíum  de  in- 
dustria dixisse  deprehensus  fuerit. 

3."    Si  quis  silentium  non  tene- 
re  in  consuetudinem  duxerit... 
De  Grauiori  Culpa. 

l.*^  Gravior  culpa  est,  si  quis, 
per  contumaciam  vel  manifestam 
rebelionem,  inobediens  Proelato 
suo  extiterit;  vel  cum  eo,  intus  vel 


el  oficio  entrare,  é  mal  leyere,  ó 
mal  cantare,  ó  se  ofendiere,  y  no 
se  humillare  luego  delante  de  to- 
das. 

3."  Si  alguna  por  negligencia 
le  faltare  el  Breviario  ó  libro  en 
que  ha  de  rezar. 

4."    Si  alguna  no  proveyerela 
lección  en  el  tiempo  que  está  ins- 
tituida para  ello. 

5."  Si  alguna  en  el  Coro  hicie- 
re reir  á  la  otra. 

6."  Si  alguna  en  el  Coro,  ó  en 
el  dormitorio,  ó  en  la  celda  hiciere 
alguna  inquietud  ó  ruido. 

7.'*  Si  alguna,  no  siendo  aten- 
ta al  oficio  divino  con  los  ojos  va- 
gos, demostrare  la  liviandad  de  la 

mente. 

De  grave  culpa. 

l.*^*  Grave  culpa  es,  si  alguna 
contendiere  inhonestamente  con 
otra. 

2."  Si  alguna  fuere  hallada  ha- 
ber dicho  mentira  por  su  industria 
falsamente. 

3.^'  Si  alguna  tiene  costumbre 
de  no  tener  silencio... 

De  más  graue  Culpa. 

1 ."  Más  grave  es  si  alguna  fue- 
re osada  á  contender  traviesa,  ó 
decir  descortesmente  alguna  cosa 
á  la  Madre  Priora  ó  á  la  Presi- 


—  207 


foris,  proterve  contendere  ausus 
fuerit. 
2."    Si  quis  percusor  fuerit 

3."  Si  prociamatus  convictus 
fuerit  sponte  surgat,  et  veniam  pe- 
tens,  sceleris  sui  immanitatem  la- 
mentabiliter  proferat;  et  denudatus 
(ut  dignam  recipiat  suis  meritis 
sententiam),  vapulet  quantum  pla- 
cuerlt  Proelato,  et  sit  omnium  no_ 
vissimus  in  Conventu:  ut  qui.  cul- 
pam  perpetrando,  non  erubuit 
membrum  diaboli  fieri,  ad  tempus, 
ut  resipiscat,  secuestretur  á  con- 
sortio  ovium  Christi. 


4.°  In  refectorio  quoque  ad 
communem  mensam  cum  coeteris 
non  sedebit.  sed  in  medio  refecto- 
rii  super  nudam  terram  comedat, 
et  providebitur  ei  seorsum  pañis 
grossior  et  potus  aquce. 

De  Dejunüs- 
1  /'  A  festo  autem  S.  Crucis  us- 
que  ad  Pascha.  continuum  tenebi- 
mus  jejunium,  et  Nona  dicta  co- 
medemus,  exceptis  Dominicis  die- 
bus. 


dente. 

2y  Si  alguna  maliciosamente 
iiiriere  á  la  hermana,  etc. 

3.^  Si  las  acusadas  de  seme- 
jantes culpas,  que  estas,  fueren 
convencidas,  y  luego  se  postraren 
demandando  piadosamente  per- 
dón, y  desnudas  las  espaldas,  por- 
que reciba  sentencia  digna  de  sus 
méritos,  reciba  una  disciplina, 
cuanto  á  la  Madre  Priora  le  pare- 
ciere, y  mandada  levantar  vaya  á 
la  celda  diputada  por  la  Madre 
Priora,  y  ninguna  sea  osada  á  jun- 
tarse á  ella,  ni  hablar,  ni  enviarla 
cosa  alguna,  porque  que  conozca 
que  apartada  ha  sido  del  conven- 
to, y  sea  privada  de  la  compañía 
de  los  Angeles. 

4."  En  el  refectorio  no  se  asien- 
te con  las  otras,  sino  en  medio  del 
refectorio  vestida  con  su  manto,  se 
asiente,  y  coma  pan  y  agua,  salvo 
si  por  misericordia  alguna  cosa  le 
sea  dada  por  mandado  de  la  Ma- 
dre Priora. 

De  los  avunos- 

1.°  Ayunaréis  todos  los  dias. 
excepto  los  Domingos,  desde  la 
misma  fiesta  de  la  Exaltación  de 
la  Cruz,  hasta  el  día  de  la  Resu- 
rreción  del  Señor. 


208 


De  Capitulo  Ouolidiano. 

In  Capitulo  vero,  Fratres  nisi 
duabus  de  causis,  no  loquantur: 
culpas  suas  vel  aliorum  dicendo 
sinipliciter,  et  Proelatis  suis  tantum 
ad  interrogata  respondendo. 


Del  Capítulo  de  Culpas. 

No  hablen  las  hermanas,  salvo 
por  dos  cosas  en  capítulo,  dicien- 
do sus  culpas  y  las  de  las  herma- 
nas simplemente,  y  respondiendo 
á  la  Presidenta  á  lo  que  le  fuere 
preguntado. 


No  creemos  necesario  aducir  otros  muchísimos  puntos  de  identidad  en- 
tre unas  y  otras  Constituciones:  bastan  los  que  se  han  presentado  para  con- 
vencerse cualquiera  de  que  los  Dominicos  sin  duda  alguna  intervinieron  en 
esa  legislación,  aun  cuando  no  constara  eso  mismo  por  la  historia  y  por 
los  documentos  y  pruebas  que  dejamos  consignados. 


^m)<fm\ 


CAPITULO    IX 
Conformidad  de  doctrina  entre  Santa  Ceresa  y  Santo  Comas. 


No  es  necesario  estar  muy  versado  en  las  obras  llenas  de  celestial  sa- 
biduría que  nos  legó  la  Santa  Madre  Teresa  de  Jesús,  para  persuadirse  de 
la  justicia  con  que  aparecen  ceñidas  sus  angelicales  sienes  con  las  insig- 
nias de  los  Santos  Doctores.  Los  sabios  á  porfía,  han  encomiado  sus  es- 
critos, y  la  Iglesia  los  considera  como  un  tesoro  recibido  de  la  sabiduría 
de  Dios  por  intermedio  de  esta  heroína. 

Sin  embargo,  acaso  no  todos  estén  en  condiciones  de  juzgar  con  co- 
nocimiento de  causa  de  la  intensidad  y  amplitud  de  la  ciencia,  que  aquila- 
ta las  inmortales  obras  de  nuestra  Santa,  y  por  eso  no  nos  pareció  fuera 
de  propósito,  hacer  un  ligero  ensayo  ó  cuadro  en  que  se  vea,  cómo  esta 
insigne  Doctora  echa  mano  de  todos  los  recursos,  y  estaba  perfectamente 
al  tanto,  de  las  conquistas  de  las  ciencias  más  extrañas  á  su  profesión. 

No  haremos  más  que  esbozar  la  materia,  porque  la  índole  del  libro  no 
permite  otra  cosa.  Aunque  no  descendamos  á  detalles,  que  nos  harían  in- 
terminables, diremos  lo  suficiente,  para  que  todos  se  convenzan,  de  que  no 
le  fué  extraño  ningún  ramo  de  los  humanos  conocimientos. 

A  dos  grandes  grupos  ó  categorías  se  pueden  éstos  reducir:  al  orden 
natural  ó  al  sobrenatural,  á  la  filosofía  ó  á  la  teología;  y  preciso  es  confe- 
sar, que  en  ambos  campos,  espigó  con  grande  fruto  y  competencia  la  mis- 
tica  doctora  abulense. 

Para  persuadirnos  de  lo  mucho  que  sobresalió  el  ingenio  de  nuestra 
Santa  en  todas  las  ciencias  filosóficas,  bástenos  recordar  que  Lebnitz,  ese 


-210- 

peregrino  talento  de  quien  se  ha  podido  con  justicia  afirmar,  que  llevaba 
todas  las  ciencias  de  frente,  no  tiene  inconveniente  en  confesar,  que  una 
de  las  principales  fuentes  de  su  doctrina,  fueron  los  escritos  de  Santa  Te- 
resa de  Jesús.  A  quien  no  ignora  que  este  respetabilísimo  sabio,  apesar  de 
haber  nacido  y  educádose  fuera  de  la  Iglesia  católica,  es  uno  de  los  pocos 
filósofos  dignos  de  figurar  al  lado  del  Ángel  de  las  Escuelas,  no  se  le  pue- 
de ocultar  el  alcance  de  semejante  testimonio.  No  estará,  sin  embargo, 
demás,  indicar,  siquiera  sea  á  grandes  rasgos,  algo  de  lo  mucho  que  esta 
escritora  celestial  nos  enseñó  en  esta  materia.  Ella  nos  habla  de  los  cielos, 
de  sus  movimientos  é  influencias  (1),  aunque  siguiendo  la  común  doctrina 
adoptada  en  las  escuelas  exceptúa  de  este  movimiento  el  cielo  empíreo  (2.) 
Ella  nos  habla  de  luz  (3),  primera  cualidad  de  los  cuerpos,  é  hizo  de 
ella  sagaces  observaciones  y  señala  las  inmensas  diferencias,  si  se  com- 
para con  la  luz  de  los  cuerpos  que  están  glorificados:  ella  nos  habla  de 
los  elementos,  ó  sean  los  principios  de  los  cuerpos  sublunares  y  analiza 
sagazmente  las  propiedades  de  ellos  en  especial  del  elemento  del  agua 
(4),  porque  sin  duda  es  el  principal  en  la  composición  de  todo  lo  corrup- 


(1)  «Se  me  quitó  el  deseo  de  escribir  á  V.  R.  y  ansi  no  lo  he  hecho  hasta  ahora, 
que  no  lo  puedo  excusar  y  es  en  día  de  luna  en  lleno,  que  he  sentido  la  noche  bien 
ruin  y  ansí  lo  está  la  cabeza.  Hasta  ahora  mejor  he  estado,  y  mañana  creo  (como  pase 
la  luna  se  acabará  esta  indisposición)».  Carta  al  P.  Gracián,  tomo  2.°,  pág.  310. 

(2)  «Ansí  con)o  dicen,  que  el  cielo  empíreo,  no  se  mueve  como  los  demás».  Mora- 
das 7.as  cap.  II,  n."  14. 

(3)  «Es  una  luz  tan  diferente  de  la  de  acá,  que  parece  una  cosa  tan  deslustrada  la 
claridad  del  sol  que  vemos».  Vida  cap.  XXVIII,  n.°  4.  «No  porque  se  le  representa  sol» 
ni  la  luz  es  como  la  del  sol,  parece,  en  fin,  luz  natural,  y  esta  otra  cosa  artificial.  Es  luz 
que  no  tiene  noche».  Ib.  n.°  5. 

(4)  «El  agua  tiene  tres  propiedades,  que  ahora  se  me  acuerda  que  me  hacen  al  caso, 
que  muchas  más  terna.  La  una  es,  que  enfría....»  Camino  de  Perfección,  cap.  XIX,  n.°  4. 
«Y  si  hay  gran  fuego,  con  ella  se  mata,  salvo  si  no  es  de  alquitrán,  que  se  enciende  más. 
¡Oh  válame  Dios,  que  maravillas  hay  en  este  encenderse  más  el  fuego  con  el  agua, 
cuando  es  fuego  fuerte,  poderoso  y  no  sujeto  á  los  elementos,  pues  éste  con  ser  su 
contrario  no  le  empece,  antes  le  hace  crecer!  Mucho  valiera  aquí  poder  hablar,  quien 
supiera  filosofía...»  Ib.  cap.  XIX,  n.°  4. 

«Que  no  me  hallo  cosa  más  apropósito  para  declarar  algunas  de  espíritu,  que  esto  de 


—  211  - 

tibie;  ella  nos  dice,  por  haberlo  oído  asi,  que  el  sol  coge  los  vapores  y  los 
sube,  formándose  así  las  nubes  (1):  ella  nos  habla  del  ámbar  (2)  y  sus 
virtudes;  del  magnetismo  (3)  y  sus  fenómenos;  de  las  plantas,  de  las  flo- 
res (4),  y  nos  describe  además  las  maravillosas  obras  de  las  abejas  y  del 
gusano  de  la  seda  (5),  pero  donde  se  excedió  á  si  misma,  y  lo  que  consti- 
tuirá para  siempre  un  monumento  eterno  que  acredite  su  sabiduría  es  el 
análisis  que  hace  del  hombre  y  sus  facultades. 

En  los  escritos  de  esta  iluminada  escritora  se  encuentran  las  bases 
de  una  perfecta  psicología  cristiana.  Empieza  por  sentar  y  repite  mil  ve- 
ces la  superioridad  del  hombre  con  respecto  á  la  mujer  (6)  consagrando 
después  muchas  páginas  para  ponderar  lo  que  significa,  ser  nuestra  alma 
hecha  á  imagen  de  Dios  (7).  Con  su  agudísimo  ingenio  conoció  lo  que 


agua,  y  es,  como  sé  poco,  y  el  ingenio  no  ayuda,  y  soy  tan  amiga  deste  elemento,  que 
le  he  mirado  con  más  advertencia  que  otras  cosas».  Moradas  4.as,  cap.  II,  n.°  3. 

(1)  «Coge  el  Señor  el  alma  (digamos  ahora,  á  manera  que  las  nubes  cogen  los  va- 
pores de  la  tierra)  y  levántala  toda  ella;  helo  oido  ansi  esto,  de  que  cogen  las  nubes 
los  vapores,  ó  el  sol,  y  sube  la  nube  al  cielo».  Vida  cap.  XX,  n."  2. 

(2)  «Y  tomaba  ya  por  sí  no  hacer  más,  que  hace  una  paja,  cuando  la  levanta  el  ám- 
bar (si  lo  habéis  mirado)-.  Moradas  6.as  cap.  V,  n."  1. 

(3)  Paréceme,  es  este  bullicio  de  estotras  dos  potencias,  como  el  que  tiene  una 
lenguecilla  destos  relojes  de  sol,  que  nunca  para;  mas  cuando  el  sol  de  justicia  quiere, 
hácelas  detener  .  Vida  cap.  XX,  n.°  14. 

(4)  'Aprovechábame  á  mí  también  ver  campos,  agua  flores:  en  estas  cosas  hallaba 
yo  memoria  del  Criador  .  Vida  cap.  IX,  n."  4. 

(5)  «¿Ni  con  qué  razones  pudiéramos  sacar,  que  una  cosa  tan  sin  razón  como  es  un 
gusano,  y  una  abeja,  sean  tan  diligentes  en  trabajar  para  nuestro  provecho,  y  con  tanta 
industria,  y  el  pobre  gusanillo  pierda  la  vida  en  la  demanda?  Para  un  rato  de  medita- 
ción basta  esto,  hermanas  •.  Moradas  5.as,  cap.  II,  n."  2. 

(6)  «Que  no  son  arrobamientos,  sino  alguna  flaqueza  natural,  que  puede  ser  á  per- 
sonas de  flaca  complexión  (como  somos  las  mujeres)  .  Moradas  4.a^,  capitulo  III,  nú- 
mero 2. 

(7)  «Baste  decir  su  Majestad,  que  es  hecha  á  su  imagen,  para  que  podamos  enten- 
der la  gran  dignidad  y  hermosura  del  ánima.  Moradas  l.as,  capítulo  I,  número  2.  Porque 
las  cosas  del  alma  siempre  se  han  de  considerar  con  plenitud,  y  anchura,  y  grandeza, 
pues  no  le  levantan  nada,  que  capaz  es  de  mucho  más  que  podremos  considerar.  Ídem 
capítulo  II.  número  8.  Mas  alabaremos  su  grandeza,  y  nos  esforzaremos  á  no  tener  en 


-212  — 

esta  frase  encierra,  ser  hecha  el  alma  á  imagen  de  Dios,  concluyendo  que 
cuanto  digamos  de  la  grandeza  del  alma,  todo  es  poco,  y  que  es  capaz  de 
todo  y  que  nada  la  levantamos.  Distingue  además  el  ánima  del  espíritu  (1), 
diciéndonos  que  este  es  lo  superior  de  aquella,  y  luego  pasa  á  analizar 
sus  facultades.  Nos  dice  que  estas  se  distinguen  del  alma,  ó  sea  de  su 
esencia  (2)  y  que  las  mismas  potencias  se  distinguen  entre  sí  (3)  como  es- 
tas también  de  sus  actos  (4).  Los  actos  de  estas  potencias,  con  ser  tan 
múltiples,  delicados  y  recónditos,  con  tal  primor  los  analiza  y  distingue 
que  el  Reverendísimo  Vallejo  (5),  maestro  y  doctísimo  religioso  Carmelita 
Calzado,  después  de  leer  las  obras  de  esta  Doctora,  cerrando  con  admi- 
ración el  libro,  exclamó  de  esta  manera:  «Cierto  que  entiendo  que  Santo 
Tomás  no  alcanzó  á  entender  tanto  de  precisión  de  actos  interiores  como 


poco  alma  con  quien  tanto  se  deleita  el  Señor,  pues  cada  una  de  nosotras  la  tiene,  sino 
que  como  no  la  preciamos  como  merece  criatura  hecha  á  la  imagen  de  Dios,  ansi  no 
entendemos  los  grandes  secretos  que  están  en  ella».  Moradas  7. as,  capitulo  I,  núme- 
ro 16. 

(1)  «Que  cierto  se  entiende  hay  diferencia  en  alguna  manera  muy  conocida  del  alma 
á  el  espíritu,  aunque  más  sea  todo  uno.  Conócese  una  división  tan  delicada  que  algu- 
nas veces  parece  obra  de  diferente  manera  lo  uno  del  otro».  Moradas  7.as,  capítulo  I, 
número  16. 

(2)  «También  me  parece,  que  el  alma  es  diferente,  cosa  de  las  potencias,  que  no  es 
todo  una  cosa».  Moradas  7. as,  capítulo  i,  número  17. 

(3)  «Vine  á  entender  por  experiencia,  que  el  pensamiento,  ó  imaginación  (porque 
mejor  se  entienda)  no  es  el  entendimiento,  y  pregúntelo  á  un  letrado,  y  dijome  que  era 
ansi,  que  no  fué  para  mí  poco  contento;  porque  como  el  entendimiento  es  una  de  las 
potencias  del  alma,  hacíaseme  recia  cosa  estar  tan  tortolito  á  veces».  Moradas  4.as,  ca- 
pitulo I:  número  8.  «También  me  parece  que,  como  la  voluntad  está  ya  encendida,  no 
quiere  esta  potencia  generosa  aprovecharse  de  otra  si  pudiese*.  Moradas  6.as,  capítu- 
lo VII,  número  6. 

(4)  "Pensaba  yo  ahora,  si  hay  alguna  diferencia  entre  la  voluntad  y  el  amor.  Y  paré- 
cerne  que  sí,  no  se  si  es  bebería:  paréceme  que  es  el  amor  como  una  saeta  que  envía 
la  voluntad»,  Conceptos,  capitulo  VI,  número  9. 

Sobre  estas  palabras  de  la  Santa,  escribe  el  Sr.  La  Fuente:  «No  solamente  no  es 
boberia,  sino  que  es  una  doctrina  filosófica  corriente,  y  muy  bien  explicada,  aun  en  lo 
humano.» 

(5)  La  Fuente,  tomo  VI. 


I 


-213  — 

esta  mujer'.  Léanse  sus  Exclamaciones,  y  en  elias  se  encontrará  el  análi- 
sis más  profundo  de  lo  que  es  y  debe  ser  el  libre  albedrio  en  el  hombre  (1): 
alli  se  encuentra  magistralmente  expuesta  la  ¡dea  de  la  verdadera  libertad, 
de  la  cual  abusan  tanto  los  charlatanes  de  nuestros  días,  que  no  penetrando 
en  qué  consiste  este  don  tan  precioso  que  Dios  comunicó  al  hombre  tras- 
tornan los  conceptos  y  deducen  consecuencias,  las  más  funestas  en  ma- 
teria la  más  delicada  de  la  filosofía  moral. 

Conoció  asimismo  los  principios  ó  apotegmas  filosóficos,  ^que  la  se- 
mejanza es  causa  del  amor  (2);  que  el  bien  en  cuanto  tal,  no  es  causa 
del  mal»  (3):  *que  nadie  puede  dar  lo  que   no  tiene-   (4)  y  otros  muy 


(1)  «¿Cómo  será  libre  el  que  del  Suinu  (Bien)  estuviere  ageno?  ¿qué  mayor  ni  más 
miserable  cautiverio  que  estar  el  alma  suelta  de  la  mano  de  su  Criador?  ¡Dichosos  los 
que  con  fuertes  grillos  y  cadenas  de  los  beneficios  de  la  misericordia  de  Dios,  se  vieren 
presos  é  inhabilitados  para  ser  poderosos  para  soltarse!...  ¡Oh  libre  albedrio  tan  esclavo 
de  tu  libertad  sino  vives  enclavado  con  el  temor  y  amor  de  quien  te  crió!  ¡Oh  cuándo 
será  aquel  dichoso  día  que  te  has  de  ver  ahogado  en  aquel  mar  infinito  de  la  suma 
verdad  donde  ya  no  serás  libre  para  pecar,  ni  lo  querrás  ser,  porque  estarás  seguro  de 
toda  miseria  naturalizado  con  la  vida  de  su  Dios.  El  es  bienaventurado  porque  se  co- 
noce y  ama  y  goza  de  si  mismo,  sin  ser  posible  otra  cosa;  no  tiene  ni  puede  tener,  ni 
fuera  perfección  de  Dios  poder  tener  libertad  para  olvidarse  de  sí  y  dejarse  de  amar. 
Entonces,  alma  mía,  entrarás  en  tu  descanso  cuando  te  entrañares  con  este  sumo  bien 
y  entendieres  lo  que  entiende,  y  amares  lo  que  ama  y  gozares  lo  que  goza.  Ya  que  vie- 
res perdida  tu  nmdablc  voluntad,  ya,  ya  no  más  mudanza,  porque  la  gr.icia  de  Dios  ha 
podido  tanto  que  te  ha  hecho  particionera  de  su  divina  naturaleza  con  tanta  perfección 
que  ya  no  puedas  ni  desees  poder  olvidarte  del  sumo  bien,  ni  dejar  de  gozarle  junto 
con  su  amor».  Exclamación  IG. 

(2)  «Y  si  Vos  aún  no  le  amáis,  porque  para  ser  verdadero  el  amor  y  que  dure  la 
amistad,  hánse  de  encontrar  las  condiciones  (ser  semejantes)  y  la  del  Señor  ya  se  sahe 
que  no  puede  tener  falta;  la  nuestra  es  ser  viciosa,  sensual,  ingrata,  no  podéis  acabar 
con  Vos  en  amarle  tanto  porque  no  es  de  nuestra  condición...  pasad  por  esta  pena  de 
estar  nuicho  (tiempo)  con  quien  es  tan  diferente  de  Vos".  Wí/o,  capitulo  VIII. 

(3)  -En  fin,  tenga  por  cieno  no  le  hará  daño  el  haberie  comenzado  (el  Camino  de  la 
Oración),  aunque  le  deje,  porgue  el  bien  nunca  hace  mal».  (Camino  de  Perfección,  capi- 
tulo XX.) 

(4)  'Está  claro  que  no  puede  uno  dar  lo  que  no  tiene  (Nemo  dat  quod  non  habet), 
sino  que  es  menester  tenerlo  primero  .  Fundaciones,  capítulo  V. 


—  214  — 

usados  del  Angélico  Doctor,  y  no  sólo  los  conoció,  sino  que  les  dio  el 
verdadero  sentido,  y  lo  que  es  más,  echó  mano  de  ellos  como  quien  los 
dominaba  y  penetraba,  para  explicar  los  puntos  más  oscuros  y  difíciles  de 
las  materias  que  trataba. 

Y  si  todo  ésto,  y  mucho  más  que  es  necesario  omitir,  sucedía  en  la 
parte  filosófica,  que  por  su  naturaleza  parece  no  tiene  relación  con  las  en- 
señanzas de  esta  mística  Doctora;  ¿qué  será  si  se  trata  de  la  Teología  en 
todas  sus  manifestaciones  y  especies?  Conoció  tanto  de  esta  principalísi- 
ma ciencia  y  tan  acorde  estuvo  en  sus  principios  y  conclusiones  con  el 
Ángel  de  las  Escuelas,  y  esto  en  materias  las  más  graves,  que  un  célebre 
Doctor,  de  la  Universidad  más  renombrada  de  Flandes,  sostuvo  con  gran- 
de aplauso  48  tesis  sobre  la  gracia,  la  justificación  y  el  mérito  apoyadas 
en  textos  literalmente  tomados  de  los  escritos  de  Teresa  de  Jesús  y  de 
Santo  Tomás  de  Aquino. 

No  entra  en  el  plan  de  esta  obra  desarrollar  cuestiones  de  tan  suma 
trascendencia,  pero  sí  indicaremos  siquiera  sea  por  alto  algunos  de  los 
puntos  de  contacto  y  donde  palpablemente  se  ve  la  uniformidad  de  las 
doctrinas  Teológicas  de  estos  dos  astros  de  primera  magnitud,  que  plugo 
á  Dios  enviar  para  enseñarnos  su  ley,  sus  preceptos,  su  testamento  y  sus 
juicios. 

Ella  nos  dice  cómo  los  bienaventurados  ven  á  Dios  y  todas  las  cosas 
en  Dios  (1):  que  Dios  es  la  primera  verdad  de  donde  proceden  todas  las 
verdades  y  el  primer  amor  de  donde  dimanan  todos  los  amores  (2);  vida 
de  todas  las  vidas  (3);  que  las  cosas  sobrenaturales  y  divinas,  se  entien- 


(1)  '<Estand()  una  vez  en  oración,  se  me  representó  muy  en  breve  como  se  ven  en 
Dios  todas  las  cosas,  y  como  las  tiene  todas  en  si...  Digamos  ser  la  Divinidad  como  un 
muy  claro  diamante...  y  que  todo  lo  que  hacemos  se  ve  en  este  diamante.  Vida,  capí- 
tulo XL,  número  7. 

(2)  'Esta  verdad,  que  digo  se  me  dio  á  entender,  es  en  si  mesma  verdad,  y  es  sin 
principio  ni  fin,  y  todas  las  demás  verdades  dependen  desta  Verdad,  como  todos  los 
demás  amores  deste  amor,  y  todas  las  demás  grandezas  desta  grandeza».  Vida,  capitu- 
lo XL,  número  3. 

(3)  -Si,  que  no  matáis  á  nadie,  Vida  de  todas  las  vidas  de  los  que  se  fian  de  vos». 
Ib.  capitulo  VIII,  número  4.» 


-215- 

den,  no  entendiendo  (1);  como  cada  uno  está  contento  en  el  lugar  que 
ocupa  (2);  y  como  se  entienden  los  bienaventurados  en  el  cielo  sin  ha- 
blarse (3);  que  el  demonio  nu  puede  penetrar  ni  entender  nuestro  pensa- 
miento porque  allí  no  hay  bullicio  (4);  porque  todos  poderes  son  por  las 
adefueras  (5),  ó  sea  con  las  potencias  sensitivas  que  el  demonio  siempre 
tiene  intención  mala  (6),  aunque  lo  que  dice  no  es  malo  muchas  ve- 
ces (7);  nos  habla  de  las  batallas  (8)  entre  los  Angeles  buenos  y  los  de- 


(1)  «Dijéronme,  y  no  se  quién,  que  lo  que  a'.Ií  podía  hacer  era  entender,  que  no  po- 
día entender  nada,  y  mirar  lo  no  nada  que  era  todo  en  comparación  de  aquello».  Vida, 
capítulos  XXXIX,  número  15. 

(2)  «Como  deben  ser  los  que  están  en  el  cielo,  que  como  no  han  visto  más  de  lo  que 
el  Señor  conforme  á  lo  que  merecen,  quiere  que  vean,  y  ven  sus  pocos  méritos,  cada 
uno  está  contento  con  el  lugar  en  que  está».  Vida,  capítulo  X,  número  3. 

(3)  «Paréceme  á  mí,  que  ansí  como  allá  (en  el  cielo)  sin  hablar  se  entienden  (lo  que 
yo  nunca  supe  cierto  es  ansí,  hasta  que  el  Señor  por  su  bondad  quiso  que  lo  viese,  y 
me  lo  mostró  en  un  arrobamiento)  ansí  es  acá,  que  se  entienden  Dios  y  el  alma,  con 
sólo  querer  su  Majestad  que  lo  entienda».  Vida,  capitulo  XXVII,  número?. 

(4)  "Y  paréceme  que  es  á  donde  el  demonio  se  puede  entrometer  menos,  por  estas 
razones,  si  ellas  no  son  buenas,  yo  me  debo  engañar.  Es  una  cosa  tan  de  espíritu  esta 
manera  de  visión  y  de  lenguaje,  que  ningún  bullicio  hay  en  las  potencias  ni  en  los  sen- 
tidos, á  mi  parecer,  por  donde  el  demonio  pueda  sacar  nada  >.  Vida,  capítulo  XXVII,  nú- 
mero 5.  «Y  está  claro,  pues  dicen,  que  no  entiende  nuestro  pensamiento».  Moradas d.'^^, 
capítulo  I,  número  6. 

(5)  «La  primera  (razón),  porque  jamás  el  demonio  debe  dar  pena  sabrosa  comu 
ésta:...  que  todos  sus  poderes  están  por  las  adefueras.  Moradas  6.as,  capítulo  II,  núme- 
ro 7.  El  no  temer  que  esta  merced  puede  contrahacer  el  demonio...  porque  como  está 
dicho,  no  tienen  que  ver  aquí  los  sentidos".  Moradas  7.as,  capítulo  III,  número  7. 

(6)  'Porque  de  muchas  maneras  entran  almas  aquí  unas  y  otras  con  buena  inten- 
ción; mas  como  el  demonio  siempre  la  tiene  tan  mala,  debe  tener  en  cada  una  (de  las 
Moradas)  muchas  legiones  de  demonios».  Moradas  l.as  capítulo  II,  número  13. 

(7)  Y  aunque  me  atormenta  (el  demonio)  hartas  veces,  como  adelante  diré,  es  una 
inquietud  que  no  se  sabe  entender  de  dónde  viene,  sino  que  parece  resiste  el  alma  y 
se  alborota,  y  aflige  sin  saber  de  qué;  porque  lo  que  él  dice  no  es  malo,  sino  bueno». 
Vida,  capítulo  XXV,  número  6. 

(8)  Estando  un  día  de  la  Trinidad  en  cierto  monasterio  en  el  coro,  y  en  arroba- 
miento, vi  una  gran  contienda  de  demonios  contra  ángeles.  Vida,  capítulo  XXXI,  nú- 
mero 4. 


—  216  — 

monios  y  añade  en  una  ocasión:  -Pudo  más  el  ángel  bueno  (1)  que  el 
malo:  ella  nos  habla  de  los  Ordenes  y  Jerarquías  angélicas  (2). 

La  forma  de  carne  que  algunas  veces  toma  el  demonio,  siempre  es  cosa 
contrahecha  (3)  que  los  demonios  nada  pueden  hacer  si  el  Señor  no  les 
da  licencia  (4);  que  no  hay  encerramiento  tan  encerrado,  á  donde  él  (el 
demonio)  no  pueda  entrar  (5);  que  los  demonios  están  en  todas  partes  (6); 
que  un  espíritu  siente  á  otro  (7)  abordando  así  las  sutilísimas  cuestiones; 
de  la  locución  é  iluminación  angélica,  propias  de  la  Teología  escolástica; 
que  el  quemarse  acá  no  tiene  comparación  con  el  fuego  de  allá  (8)  y  cuan 
diferente  es  el  padecer  del  alma  al  del  cuerpo  (9). 


(1)  -Pareceine  que  fueron  tres  veces  las  que  esto  me  acaeció,  y  en  fin,  pudo  más  el 
ángel  bueno  que  el  nuilO'.  Vida,  capítulo  XXXIV,  número  4. 

(2)  'El  rostro  tan  encendido  que  parecía  de  los  Ángeles  muy  subidos,  que  parece 
todos  se  abrasan:  deben  ser  los  que  llaman  Serafines,  que  los  nombres  no  me  los  di- 
cen, mas  bien  veo  que  en  el  cielo  hay  tanta  diferencia  de  unos  Ángeles  á  otros  y  de 
otros  á  otros  que  no  lo  sabría  decir».  Vida,  capítulo  XXIX,  número  11.  b. 

(3)  «Torna  la  forma  de  carne,  mas  no  puede  contrahacerla  con  la  gloria  que  cuando 
es  Dios,  Vida,  cap.  XXVIll,  n."  9. 

(4)  «Son  tantas  veces  las  que  estos  malditos  me  atormentan,  y  tan  poco  el  miedo 
que  yo  ya  les  hé  con  ver  que  no  se  pueden  menear,  si  el  Señor  no  les  dá  licencia». 
Vida,  cap  XXXI,  n."  3. 

(5)  Porque  no  hay  encerramiento  tan  encerrado  adonde  él  no  puede  entrar,  ni  de- 
sierto tan  apartado  adonde  deje  de  ir».  Moradas  5.as,  cap.  IV,  n."  7. 

(6)  «La  segunda  causa,  que  me  parece  causa  este  sinsabor,  es,  que  como  en  la  so- 
ledad hay  menos  ocasiones  de  ofender  al  Señor  (que  algunas,  como  en  todas  partes 
están  los  demonios,  y  nosotros  mismos,  no  pueden  faltar)».  Fundaciones,  cap.  V,  núme- 
ro 12.  b. 

(7)  <Pienso  si  siente  un  espíritu  á  otro»'.  Vida,  cap.  XXV,  n."  6.  b. 

(8)  *Y  el  quemarse  acá  es  muy  poco  en  comparación  de  este  fuego  de  allá».  Vida, 
cap.  XXXII,  n.''  2. 

(9)  "Por  esto  sacó  esta  persona  (la  Santa)  cuan  más  recios  van  los  sentimientos  de 
ella  (del  alma),  que  los  del  cuerpo,  y  se  le  representó  ser  de  esta  manera  los  que  pa- 
decen en  purgatorio,  que  no  les  impide  no  tener  cuerpo  para  dejar  de  padecer  mucho 
más,  que  todos  los  que  acá  teniéndole  padecen».  Vida,  cap.  XXXII.  «Yo  us  digo,  que 
será  imposible  dar  á  entender  cuan  sentible  cosa  es  el  padecer  del  alma,  y  cuan  dife- 
rente á  el  del  cuerpo,  si  no  se  pasa  por  ello.» 


—  217  — 

Nos  habla  de  la  niaiicha  que  en  el  alma  causa  el  pecado  niorta!  (1)  y 
hasta  hace  uso  del  mismo  ejemplo  de  que  usa  Santo  Tomás,  señalando  á 
la  vez  muy  gráficamente  la  diferencia  del  pecado  de  herejía:  de  la  conexión 
de  las  virtudes,  ó  sea,  que  ó  no  se  poseen  todas,  ó  si  se  tienen  que  se  ha- 
llan carcomidas  (2);  nos  repite  con  frecuencia  la  distinción  del  auxilio  ge- 
neral y  particular  (3),  que  pudiera  traducirse  sin  violencia  por  la  gracia 
suficiente  y  eficaz:  analiza  la  naturaleza  del  temor  ya  servil  (4)  ya  filial  y 
señala  sus  diferentes  efectos. 

Ella  nos  habla  en  muchas  ocasiones  del  misterio  augusto  de  la  Santí- 
sima Trinidad,  y  se  expresa  con  tanta  y  tan  maravillosa  exactitud,  como 


(1)  Diósenie  á  entender,  que  estar  un  alma  en  pecado  mortal  es  cubrirse  este  es- 
pejo de  gran  niebla  y  quedar  muy  negro,  y  ansí  no  se  puede  representar  ni  ver  este  Se- 
ñor, aunque  esté  siempre  presente  dándonos  el  ser;  y  que  los  herejes  es  como  si  el  es- 
pejo fuese  quebrado,  que  es  muy  peor  que  escurecido>.  Vida  cap.  XL,  n."  4. 

(2)  'Pues  créame,  crean  por  amor  del  Señor  á  esta  hormiguilla,  que  el  Señor  quiere 
que  hable,  que  si  no  quitan  esta  oruga,  que  ya  que  á  todo  el  árbol  no  dañe,  porque  al- 
gunas otras  virtudes  quedarán,  mas  todas  carcomidas.  No  es  árbol  hermoso,  sino  que 
él  no  medra,  ni  aún  deja  medrar  á  los  que  andan  cabe  él;  porque  la  fruta  que  da  de  buen 
ejemplo  no  es  nada  sana,  poco  durará.  Muchas  veces  lo  digo,  que  por  poco  que  sea  el 
punto  de  honra,  es  como  en  el  cantcj  de  órgano,  que  un  punto  ó  compás  que  se  yerre 
disuena  toda  la  música,  y  es  cosa  que  en  todas  partes  hace  harto  daño  al  alma,  mas 
en  este  camino  de  oración  es  pestilencia  .  Vida,  cap.  XXXI,  n."  9. 

Esto  me  daba  gran  pena,  y  ver  que  perdían  crédito  las  personas  que  me  ayudaban, 
y  el  mucho  trabajo  que  pasaban;  y  si  tuviera  alguna  fe  ninguna  alteración  tuviera,  sino 
que  faltar  alj^o  en  una  virtud,  basta  á  adormecerlas  todas^.  Vida,  cap.  XXXVI,  n."  8. 

(3)  Y  considerad,  que  éste,  y  muy  mayor,  tenían  algunos  santos,  que  cayeron  en 
graves  pecados;  y  no  tenemos  seguro  que  nos  dará  Dios  la  mano  para  salir  de  ellos,  y 
hacer  la  penitencia  que  ellos.  (Entiéndese  del  auxilio  particular).  Moradas  3.as,  cap.  I, 
n."  3.  Pt)rque  para  hartas  cosas  eran  menester  letras;  porque  aquí  viniera  bien  dar  á 
entender  qué  es  auxilio  general  ó  particular  que  hay  muchos  que  lo  ignoran;  y  como 
este  particular  quiere  el  Señor  aquí  que  casi  le  vea  el  alma  por  vista  de  ojos  (como  di- 
cen)». Vida,  cap.  XiV,  n."  4. 

(4)  'Echa  luego  el  temor  servil  del  alma,  y  pónele  el  filial  temor  nniy  más  crecido... 
porque  si  de  suyo  es  amorosa  y  agradecida,  más  la  hace  tornar  á  Dios  la  memoria  de 
la  merced  que  le  hizo,  que  todos  los  castigos  del  infierno  que  le  representan:  al  menos 
á  la  mía,  aunque  tan  ruin,  esto  le  acaecía».  Vida;  cap.  XV.  n.°  9. 


-218- 

lo  hace  el  Angélico  Doctor  en  su  Suma;  y  así  escribe:  «Podría  el  hijo  criar 
una  hormiga  sin  el  Padre?  No:  que  es  todo  un  poder...  ¿Podría  uno  amar 
al  Padre,  sin  querer  al  Hijo  y  al  Espíritu  Santo?  No:  porque  es  una  esen- 
cia* (1).  Y  si  las  afirmaciones  que  preceden  son  las  de  Santo  Tomás,  ¿qué 
diremos  de  su  teoría  sobre  las  visiones  (2)  sus  nombres,  su  gradación, 
sus  señales,  sus  efectos  y  en  cuál  de  ellas  cabe  más  la  intervención  del 
demonio  (3)  y  repite  muchas  veces  al  hablar  de  las  imaginarias  que  la 
imagen  de  Jesucristo  debe  ser  reverenciada,  aun  cuando  la  haya  pintado 
el  demonio  que  es  gran  pintor  (4),  porque  en  las  obras  de  arte,  como  pro- 
fundamente establece  el  Angélico  Doctor,  para  nada  influye  !a  bondad  ó 
malicia  del  artífice.  No  parece  sino  que  al  leer  á  Santa  Teresa  se  lee  á 
Santo  Tomás,  La  Santa  consagra  algunos  capítulos  en  sus  obras  para  ha- 
cer ver  cómo  nadie,  por  gigante  y  elevado  que  se  halle  en  la  contempla- 
ción, debe  prescindir  de  la  Humanidad  de  Nuestro  Señor  Jesucristo,  com- 
batiendo una  opinión  contraria  que  corría  en  su  tiempo,  y  que  era  soste- 
nida por  personas  de  autoridad  y  de  espíritu  (5).  ¿Y  qué  nos  dice  Santo 


(1)  Relación  5.%  La  Fuente,  edición  de  18  1,  tomo  1.",  página  514. 

(2)  'Acaece  estando  el  alma  descuidada  de  que  se  le  ha  de  hacer  esta  merced,  ni 
haber  jamás  pensado  merecerla,  que  siente  cabe  si  á  Jesucristo  nuestro  Señor,  aunque 
no  le  ve,  ni  con  los  ojos  del  cuerpo,  ni  del  alma.  Esta  llaman  visión  intelectual,  no  sé 
yo  por  qué».  Moradas  G.^i^,  capítulo  VIII,  número  2. 

(3)  «Ahora  vengamos  á  las  visiones  imaginarias,  que  dicen  que  son  adonde  puede 
meterse  el  demonio,  más  que  en  las  dichas;  y  asi  debe  ser.  ídem,  capítulo  IX,  núme- 
ro 1.  Esta  visión,  aunque  es  imaginaria,  nunca  la  vi  con  los  ojos  corporales,  ni  ninguna, 
sino  con  los  ojos  del  alma.  Dicen  los  que  lo  saben  mejor  que  yo,  que  es  más  perfecta 
la  pasada  que  ésta,  y  ésta  más  mucho  que  las  que  se  ven  con  los  ojos  corporales.  Esta 
dicen  que  es  la  más  baja,  y  a  donde  más  ilusiones  puede  hacer  el  demonio,  aunque  en- 
tonces no  podía  yo  entender  tal,  sino  que  deseaba,  ya  que  se  me  hacia  esta  merced, 
que  fuese  viéndola  con  los  ojos  corporales,  para  que  no  me  dijese  el  confesor  se  me 
antojaba».  Vida,  capítulo  XXVIII,  número  3. 

(4)  Que  como  decía  un  gran  letrado  (el  P.  Báñez),  que  el  demonio  es  gran  pintor, 
y  se  le  mostrase  muy  al  vivo  una  imagen  del  Señor,  que  no  le  pesaría,  para  con  ella 
avivar  la  devoción,  y  hacer  á  el  demonio  guerra  con  sus  mismas  maldades:  que  aunque 
un  pintor  sea  muy  malo,  no  por  eso  se  lia  de  dejar  de  reverenciar  la  imagen  que  hace» 
Moradas  6.as,  capítulo  IX,  número  7. 

(5)  Vida,  capítulo  XXII,  números  1,  2,  3  y  4. 


-219- 

Tomás  sobre  este  punto?  Léase  entre  otros  muchos  pasajes  del  Santo 
Doctor,  lo  que  escribe  acerca  de  la  devoción  y  sus  causas  en  su  suma 
Teológica  (1). 

Explicando  las  causas  de  la  devoción,  pronuncia,  entre  otras,  estas  for- 
males palabras.  <Et  ideo  quoe  pertinent  ad  luimanitatem  Christi  per  modum 
cujusdam  manuductionis,  máxime  devotionem  excitante,  y  lo  que  es  más 
de  notar,  !a  razón  en  que  se  funda,  es  la  que  dio  Santa  Teresa  después, 
cuando  escribió  asi:  «Es  gran  cosa,  mientras  vivimos  y  somos  humanos 
traerle  humano...  Nosotros  no  somos  ángeles,  sino  tenemos  cuerpo;  que- 
remos hacer  ángeles  estando  en  la  tierra...  es  desatino  (2). 

Al  hablar  del  arrobamiento  y  los  raptos  á  cada  paso  nos  dice:  *S¡  ésto, 
todo  pasa  estando  (el  alma)  en  el  cuerpo,  ó  no,  yo  no  lo  sabré  decir,  al 
menos  ni  juraría  que  está  en  el  cuerpo,  ni  tampoco  que  el  cuerpo  está  sin 
el  alma...»  Parece  verdaderamente  que  el  alma  se  separa  del  cuerpo  (3)  en 
lo  cual  no  hace  sino  repetir  lo  que  el  Santo  Doctor  escribe  al  ocuparse  en 
su  suma  del  rapto  que  tuvo  el  Apóstol  de  las  gentes  cuando  fué  llevado 
al  tercer  cielo. 

Cuando  trata  de  las  hablas  interiores  que  Dios  hace  alguna  vez  á  las 
almas,  escribe,  que  esas  palabras  no  las  dice  el  Señor  sino  algún  Ángel  y 
que  es  hablando  y  obrando,  y  que  estas  palabras  no  se  pasan  como  las  de 
los  hombres  por  graves  y  letrados  que  éstos  sean  (4). 

También  concuerda  con  Santo  Tomás  al  afirmar  que  la  sagrada  comu- 
nión causa  muchas  veces  la  salud  y  mejoria  de  los  cuerpos  (5);  así  como 

(1)  2."  2.»  q.  82,  articulo  3."  ad.  2.""' 

(2)  Vida,  capítulo  XXII,  números  5  y  ó. 

(3)  Moradas  (5.as,  capitulo  V,  números  9  y  14. 

(4)  «¡Oh,  Señor!  si  una  palabra  enviada  á  decir  con  un  paje  vuestro  (que  á  lo  que 
dicen,  al  menos  éstas  en  esta  Morada  no  las  dice  el  mismo  Señor,  sino  algún  ángel) 
tienen  tanta  fuerza,  etc  .  Moradas  O.^s^  capitulo  III,  número  6. 

«La  primera  y  más  verdadera  (señal  que  estas  palabras  son  de  Dios  es  el  poderlo  y 
señorío,  que  traen  consigo,  que  es  hablando  y  obrando.  Moradas  6.as,  capítulo  III,  nú- 
mero 4.  La  tercera  señal  es,  no  pasarse  estas  palabras  de  la  memoria...  como  le  pasan 
las  que  por  acá  entendemos;  digo,  que  oímos  de  los  hombres,  que  aunque  sean  muy 
graves  y  letrados,  no  las  tenemos  tan  esculpidas  en  la  memoria*.  Ib.  número  7. 

(5)  «¿Pensáis  que  no  es  mantenimiento,  aún  para  estos  cuerpos;  este  santísimo  man- 


-220  — 

confirma  la  opinión  del  mismo  Santo  Doctor,  con  lo  que  se  le  manifestó 
en  una  visión  de  la  edad  que  los  cuerpos  gloriosos  han  de  representar  en 
el  día  de  la  resurrección  general  que  ha  de  ser  la  de  Nuestro  Señor  Jesu- 
cristo (1). 

Finalmente,  para  que  aparezca  más  de  relieve  la  conformidad  de  doc- 
trina (2)  entre  Santo  Tomás  y  Santa  Teresa,  véase  el  siguiente  cuadro 
comparativo  sobre  algunos  puntos  importantes: 

jar  y  gran  medicina,  aún  para  los  males  corporales?  Yo  sé  que  lo  es,  y  conozco  una 
persona  de  grandes  enfermedades,  que  estando  muchas  veces  con  grandes  dolores, 
como  con  la  mano  se  le  quitaban,  y  quedaba  buena  del  todo.  Esto  muy  ordinario,  y  de 
males  muy  conocidos,  que  no  se  podían  fingir,  á  mi  parecer ».  Camino  de  Perfección,  ca- 
pítulo XXXIV,  número  5. 

(1)  «Estando  pidiendo  esto  al  Señor,  lo  mejor  que  yo  podía,  parecióme  salía  del  pro- 
fundo de  la  tierra  á  mi  lado  derecho,  y  víle  subir  al  cielo  con  grandísima  alegría.  El  era 
ya  bien  viejo,  mas  víle  de  edad  de  treinta  años,  y  aún  menos  me  pareció,  y  con  res- 
plandor en  el  rostro».  Vida,  capítulo  XXXVIII,  número  18. 

(2)  En  confirmación  de  lo  que  decimos  en  el  1exto,  añadimos  por  vía  de  nota  los 
testimonios  que  trae  el  Año  Teiesiano,  y  con  el  fin  de  conservarles  toda  su  fuerza  y 
elegancia,  ni  siquiera  nos  hemos  permitido  veiter  al  castellano  los  que  están  en  latín. 

Dice  pues,  así,  el  autor  citado  en  el  día  7  de  Marzo,  consagrado  al  Angélico  Doc- 
tor: «Ninguna  luz  de  aquellas,  que  difunde  el  Sol  refulgente  de  los  escritos  de  Tomás, 
tuvo  oposición  con  las  que  despide  el  Astro  brillante  de  Teresa.  Ambas  rutilantes  an- 
torchas (afirma  el  doctísimo  Ferré),  campean  en  la  Iglesia  con  íntima  concordia  en  la 
certeza  y  claridad;  á  cuyo  propósito,  nuestro  Colegio  de  Descalzos  de  la  Ciudad  de 
Genova,  formó  una  estampa,  donde  se  delineaban  dos  espejos,  que  recibiendo  luces  del 
Sol  Divino  de  Justicia,  las  conuinicaban  entre  sí  en  amigable  difusión,  con  este  lema, 
que  decía:  Fulgent  vicisim  eodcm:  en  cuyo  ejiigrafe  significaron  ingeniosos  ni'estros 
Carmelitas  la  unidad  de  conceptos,  que  inspiró  la  ciencia  del  Altísimo  en  los  escritos 
de  estos  Santos.» 

«Thomae  non  inveniebatur  in  toto  Orbe  Adjutor  similis  e  jus,  propterea  dedit  illí 
Christus  Adjutricem  simiiem  sibi,  similem  sanctitate,  similem  virginitate,  similem  doc- 
trina, haec  est  dignitate  Mater,  puritate  Virgo,  conditione  faemina,  luce  Stel'a,  Eccle- 
siae  decus,  forma  Virgínum,  Ntitrix,  et  Magistra,  ardore  Seraplñm,  splendore  Cheru- 
bim,  cordium  flamma,  mentium  lucerna,  Haec  est  ergo  Ad  jutrix  similis  Thomae.  Haec 
etiam  melius  quam  Eva,  vocabitur  Virago;  quoniam  de  viro  Angélico  sumpta  est.  Te- 
resiam  Thomam  respiciens  clamaí:  Dilectus  meus  mihi,  et  ego  illi.» 

«De  esta  semejanza  (como  productiva  del  amor  entre  los  sujetos  que  la  gozan)  nace 


—  221  — 


/."  Moción  general  y  particular. 


SANTA  TERESA  DE  JESÚS 
-  Y  considerad,  que  éste,  y  muy 
mayor,  tenían  algunos  santos,  que 
cayeron  en  graves  pecados;  y  no 
tenemos  seguro  que  nos  dará  Dios 
la  mano  para  salir  de  ellos,  y  hacer 
la  penitencia  que  e\\oS'>.( Entiénde- 
se del  auxilio  particular.)  Moradas 
terceras  cap.  I,  n."  3. 

«Porque  para  hartas  cosas  era 
menester  letras;  porque  aquí  vinie- 
ra bien  dar  á  entender  que  es  auxi- 
lio general  ó  particular,  que  hay 


SANTO  TOMÁS  DE  AQUINO 

«Dicendum,  quod  Deus  movet 
voluntatem  hominis  sicut  univer- 
sale  objectum  voluntatis  quod  est 
bonun  


Sed  tamen  interdum,  specialiter 
Deus  movet  aliquos  ad  aliquid  de- 
termínate volendum,  quod  est  bo- 
nun sicut  in  his,  quos  movet  per 


el  singular,  y  cariñoso  aprecio,  con  que  se  corresponden  los  dos  Santos.  El  del  Angéli- 
co Doctor,  no  puede  evidenciarse  con  obras  practicadas,  cuando  vivió  en  la  tierra,  por 
no  haber  alcanzado  los  días  de  la  Santa;  mas  desde  la  Gloria  hizo  demostración  de  su 
fineza  en  un  suceso  milagroso,  cuando  apareciéndose  á  una  estática  Virgen,  hija  de 
nuestra  Seráfica  Doctora,  dijo  el  Santo  Doctor:  Que  Santa  Teresa  era  gran  Santa;  y 
después  añadió:  Estad  contentos  de  tenerla  por  Madre.  El  de  Santa  Teresa  de  Jesús, 
para  bU  amantisimo  Doctor,  está  verificado  con  innumerables  argumentos,  que  se  pu- 
dieran referir,  siendo  entre  todos  de  especial  excepción  aquel  sagrado  anhelo,  con  que 
recurría  nuestra  Madre  á  los  hermanos  de  Tomás,  hijos  de  su  doctrina,  para  asegurar- 
se, é  instruirse  en  los  puntos  más  arduos  del  espíritu. - 

♦  Laudaris  doctrina  insigne  Orbis  lumen,  perfectionis  Magistram,  et  Thomae  lucis 
connubio  mérito  sociandam  Doctor  Doctrici,  Magistra  Magistro  jungatur;  Ángelus  Vir- 
gini  Virgo  viro  Angélico  adhaereat,  ut  sint  dúo  in  luce  una,  uno  spiritu  instructi,  quos 
Dei  nutu  sotiat  unus  spiritus  veritatis:::::  sunt  ergo  dúo  luminaria,  quae  mutuo  se  ju- 
vant,  dúo  (inquam)  luminaria  magna,  quae  condidit  Deus,  ut  sint  in  signa,  veluti  dúo 
mundi  portenta,  ut  sint  ín  firmamento  Coeli,  et  illuminent  terram;  quia  in  Christi  Eccle- 
sia,  jterque  velut  flos  pulcher  mundum  replet  odore,  uterque,  velut  Sol  clarus  Coelum 
ornat  splendore:  redolet  enim,  uterque  pura  virginitate,  uterque  rutilat  coelestis  doc- 
trincE  claritate.  Jungantur  ergo  Teresia  et  Thomas  pulchro  connubio  Solis,  et  Floris,  et 
quo-  Deus  ita  conjunxit  non  separet  homo. 


—  222  — 


muchos  que  lo  ignoran:  y  cómo 
este  particular  quiere  el  Señor  aquí 
que  casi  le  vea  el  alma  por  vista 
de  ojos  (como  dicen.)»  Vida,  cap. 
XIV,  n."  4. 


gratiam.»  (1.^  2.-'''^  q.  9.  art.  6."  ad 

3.""0 


2."  Conexión  de  las  virtudes. 


-^Pues  créame,  crean  por  amor 
del  Señor  á  esta  hormiguilla,  que 
el  Señor  quiere  que  hable,  que  si 
no  quita  esta  oruga,  que  ya  que  á 
todo  el  árbol  no  dañe,  porque  al- 
gunas otras  virtudes  quedarán,  mas 
todas  carcomidas.  No  es  árbol  her- 
moso, sino  que  él  no  medra,  ni 
aun  deja  medrar  á  los  que  andan 
cabe  él;  porque  la  fruta  que  da 
de  buen  ejemplo,  no  es  nada  sana, 
poco  durará.  Muchas  veces  lo  di- 
go, que  por  poco  que  sea  el  punto 
de  honra,  es  como  en  el  canto  de 
órgano  que  un  punto  ó  compás 
que  se  yerre  disuena  toda  la  músi- 
ca, y  es  cosa  que  en  todas  partes 
hace  harto  daño  al  alma,  mas  en 
este  camino  de  oración  es  pesti- 
lencia. Vida,  cap.  XXXI,  n.«  9. 

Esto  me  daba  gran  pena,  y  ver 
que  perdían  crédito  las  personas 
que  me  ayudaban  y  el  mucho  tra- 
bajo que  pasaban;  y  si  tuviera  al- 
guna fe  ninguna  alteración  tuviera, 


«Respondeodicendum  quodvir- 
tus  moralis  potest  accipi  vel  per- 
fecta vel  imperfecta:  imperfecta 
quidem  moralis  virtus,  ut  tempe- 
rantia  vel  fortitudo,  nihil  aliud  est 
quam  aliqua  inclinatio  in  nobis 
existéns  ad  opus  aliquod  de  gene- 
re bonorum  faciendum,  sive  talis 
inclinatio  sit  in  nobis  a  natura,  si- 
ve  ex  assuetudine.  Et  hoc  modo 
accipiendo  virtutes  morales  non 
sunt  conexae;  videmus  enim  ali- 
quem  ex  naturali  complexione, 
vel  ex  aliqua  consuetudine  esse 
promptum  ad  opera  liberalitatis, 
qui  tamen  non  est  promptus  ad 
opera  castitatis. 

Perfecta  autem  virtus  moralis  est 
habitus  inclinans  in  bonum  opus 
bene  agendum;  et  sic  accipiendo 
virtutes  morales  dicendum  est  eas 
conexas  esse,  ut  fere  ab  ómnibus 
ponitur.  (1''.  2.oe  q.  65.  art.  1.''  in 
corpore.) 


-223- 


sino  que  faltar  algo  en  una  virtud, 
basta  ú  adormecerlas  todas*.  Vida 
cap.  XXXVI,  n."  8. 


5.°  De  la  Eucaristía. 


«¿Pensáis  que  no  es  manteni- 
miento, aun  para  estos  cuerpos, 
este  santísimo  manjar  y  gran  me- 
dicina, aun  para  los  males  corpo- 
rales? Yo  se  que  lo  es,  y  conozco 
una  persona  de  grandes  enferme- 
dades, que  estando  muchas  veces 
con  grandes  dolores,  como  con  la 
mano  se  le  quitaban,  y  quedaba 
buena  del  todo.  Esto  muy  ordina- 
rio, y  de  males  muy  conocidos, 
que  no  se  podían  fingir  á  mi  pare- 
cer. Camino  de  Perfección  cap.  34, 
n.^'  5." 


-  Cum  hoc  sacramentum  (Eucha- 
ristiae)  ad  salutem  corporis  et  ani- 
mae  sumatur,  oportet  quod  sub 
specie  pañis  ad  significandam  sa- 
lutem animae  hoc  sacramentum 
perficiatur.»  (4  Sent.  Dist.  11  q.  2.^ 
a.  1."  quaestiunc.  1.'') 


4."  Las  potencias  se  distinguen  del  alma. 


«También  me  parece  que  el  al- 
ma es  diferente  cosa  de  las  poten- 
cias, que  no  es  todo  una  cosa». 
Moradas  7.^^  cap.  1."  n."  17. 


«Respondeo  dicendum  quod  im- 
possibile  est  dicere  quod  essentia 
animae  sit  ejus  potentia.  (1.^  p.  q. 
77.  art.  1.°)  Manifestum  est  ergo 
quod  ipsa  essentia  animae  non  est 
principium  immediatum  suarum 
operationum;  sed  operatur  median- 
tibus  principiis  accidentalibus;  un- 
de  potentiae  animae  non  sunt  ipsa 
essentia  animae,  sed  proprietates 
ejus-.  (QQ.  Disp.  de  anim.  a.  12.) 


-  224 


5.°  Las  potencias  del  alma  se  distinguen  entre  sí. 


«Respondeo  dicendum  quod  ne- 
cesse  est  poneré  plures  animae 
potentias...  Dicendum  quod  unius 
rei  est  unum  esse  substantiale,  sed 
possunt  esse  operationes  plures; 
et  ideo  est  una  essentia  animae, 
sed  potentiae  plures *.(1.^,  p.  q.  77. 
art.  2.°  in  corp.  et  ad  S."'") 


«Vine  á  entender  por  experien- 
cia, que  el  pensamiento  ó  imagi- 
nación (porque  mejor  se  entienda) 
no  es  el  entendimiento,  y  pregún- 
telo á  un  letrado  y  díjome  que  era 
ansi,  que  no  fué  para  mi  poco  con- 
tento; porque  como  el  entendi- 
miento es  una  de  las  potencias  del 
alma,  hacíaseme  recia  cosa  estar 
tan  tortolito  á  veces.  Moradas 
4.^^,  cap.  1,  n.^'  8.  También  me  pa- 
rece, que,  como  la  voluntad  está 
ya  encendida,  no  quiere  esta  po- 
tencia generosa  aprovecharse  de 
otra  si  pudiese.  Moradas  6.^^,  cap. 
VII,  n."  10. 


6".°  Las  potencias  se  distinguen  de  sus  actos. 


«Pensaba  yo  ahora,  si  hay  algu- 
na diferencia  entre  la  voluntad  y  el 
amor.  Y  paréceme  que  si,  no  sé  si 
es  boberia,  paréceme  que  es  el 
amor  como  una  saeta  que  envia  la 
voluntad.'  Concp.  cap.  VI,  n."  6. 


«Respondeo  dicendum  quod 
potentia,  secundum  illud  quod  est 
potentia  ordinatur  ad  actum.  Unde 
oportet  rationem  potentiae  accipi 
ex  actu  ad  quem  ordinatur;  et  per 
consequens  oportet  quod  ratio  po- 
tentiae diversificetur,  ut  diversifica- 
tur  ratio  actus.»  (1 .''  p.  q.  77 art.  3.«) 


7."  El  artífice  bueno  y  malo. 


Que  como  decía  un  gran  letra- 
do (el  P.  Báñez),  que  el  demonio 


Dicendum  quod  bonum  artis 
consideratur  non  in  ipso  artífice, 


—  225  — 


es  gran  pintor,  y  se  le  mostrase 
muy  al  vivo  una  imagen  del  Señor, 
que  no  le  pesaría,  para  con  ella 
avivar  la  devoción,  y  hacer  al  de- 
monio guerra  con  sus  mismas  mal- 
dades: que  aunque  un  pintor  sea 
muy  FTialo,  no  por  eso  se  ha  de  de- 
jar de  reverenciar  la  imagen  que 
hace.»  Moradas  d.^^  cap.  IX,  n."  10. 


sed  magis  in  ipso  artificiato;  cum 
ars  sit  ratio  recta  factibilium;  factio 
enim  in  exteriorem  materiam  tran- 
siens  non  est  perfectio  facientis, 
sed  facti,  sicut  motus  est  actus  mo- 
vilis...  et  ideo  ad  artem  non  requi- 
ritur  quod  artifex  bene  operetur 
sed  quod  bonum  opus  faciat.  (1.'' 
2.^'e  q,  57.  art.  5."  ad  I."'")  «Bonum 
artificialium  non  est  bonum  appe- 
titus  humani,  sed  bonum  ipsorum 
operum  artificialium;  et  ideo  ars 
non  praesupponit  appetitum  rec- 
tum.»  (Ib.  art.  4.^  in  corp.) 


5.°  De  la  Sacratísima  Humanidad  de  Nuestro  Señor  Jesucristo. 


'También  os  parecerá,  que  quien 
goza  de  cosas  tan  altas  no  tendrá 
meditación  en  los  misterios  de  la 
Sacratísima  Humanidad  de  Nues- 
tro Señor  Jesucristo,  porque  se 
ejercitará  ya  toda  en  amor.  Esto  es 
una  cosa  que  escribí  largo  en  otra 
parte,  y  aunque  me  han  contrade- 
cido  en  ella  y  dicho  que  lo  entien- 
do (porque  son  caminos  por  lleva 
Nuestro  Señor,  y  que  cuando  ya 
han  pasado  de  los  principios,  es 
mejor  tratar  con  cosas  de  la  divi- 
nidad y  huir  de  las  corpóreas)  á  mí 
no  me  harán  confesar  que  es  buen 
camino. 


Praeterea.  Si  contemplatio  esset 
propria,  et  per  se  devotionis  causa, 
oporteret,  quod  ea,  quae  sunt  altio- 
ris  contemplationis,  magis  devo- 
tionem  excitarent:  hujus  autem 
contrarium  apparet:  frequenter  enim 
major  devotio  excitatur  ex  consi- 
deratione  passionis  Christi,  etaliis 
misteriis  humanitatis  ipsius,  quam 
ex  consideratione  divinae  magni- 
tudinis;  ergo  comtemplatio  non  est 
propia  devotionis  causa. 

Respondeo  dicendum,  quod 
causa  devotionis  extrínseca  et 
principalis  Deus  est... 

Causa  autem  intrínseca  ex  parte 

15 


226  — 


Ya  puede  ser  que  me  engañe,  y 
que  digamos  todos  una  cosa:  mas 
vi  yo  que  me  quería  engañar  el 
demonio  por  ahi,  y  así  estoy  tan 
escarmentada,  que  pienso,  aunque 
lo  haya  diclio  más  veces,  decíroslo 
otra  vez  aquí,  porque  vais  en  esto 
con  mucha  advertencia;  y  mirad 
que  oso  decir,  que  no  creáis  á 
quien  os  dijere  otra  cosa. 

Yo  no  puedo  pensar  en  qué 
piensan;  porque  apartados  de  todo 
lo  corpóreo,  para  espíritus  angéli- 
cos, es  estar  siempre  abrasados  en 
amor,  que  no  para  los  que  vivimos 
en  cuerpo  mortal,  que  es  menester 
trate  y  piense  y  se  acompañe  de 
los  que  teniéndole,  hicieron  tan 
grandes  hazañas  por  Dios;  cuanto 
más  apartarse  de  industria  de  todo 
nuestro  bien  y  remedio  que  es  la 
Sacratísima  Humanidad  de  Nues- 
tro Señor  Jesucristo:  y  no  puedo 
creer  que  lo  hacen,  sino  que  se 
entienden,  y  así  harán  daño  á  sí  y 
á  los  otros.  Al  menos  yo  les  ase- 
guro, que  no  entren  á  estas  dos 
Moradas  postreras;  porque  si  pier- 
den la  guía,  que  es  el  buen  Jesús, 
no  acertarán  el  camino:  harto  será 
si  se  están  en  las  demás  con  segu- 
ridad. Porque  el  mismo  Señor  dice 


nostra,  oportet  quod  sit  meditatio 
seu  contemplatio.Dictum  est  enim, 
quod  devotio  est  quídam  volunta- 
tis  actus  ad  hoc  quod  homopromp- 
te  se  tradat  ad  divinum  obsequium. 
Omnis  autem  actus  voluntatis  ex 
aliqua  consideratione  procedit,  eo 
quod  bonum  intellectum  est  ob- 
jectum  voluntatis...  Et  ideo  necesse 
est  quod  meditatio  sit  devotionis 
causa,  inquantum  scilicet  homo 
per  meditationem  concipit,  quod 
se  tradat  divino  obsequio. 

«Ad  secundum  dicendum,  quod 
ea,  quae  sunt  divinitatis,  sunt  se- 
cundum se  máxime  excitantia  di- 
lectionem,  et  per  consequens  de- 
votipnem.  Sed  ex  debilítate  men- 
tís humanae  est,  quod  sicut  indi- 
get  manuductione  ad  cognitionem 
divinorum:  ita  ad  dilectionem  per 
aliqua  sensibilia  nobis  nota,  ínter 
quae  praecipuum  est  humanitas 
Christi,  secundum  quod  ín  Prsefa- 
tione  decítur:  Ut  dum  visibiliter 
Deum  cognoscimus,  per  hunc  in  in- 
visibilium  amorem  rapiamur.  Et 
ideo  ea  quae  pertinent  ad  Christi 
humanitatem  per  modum  cujusdam 
manuductíonis,  máxime  devotio- 
nem  evcitant:  cum  tamen  devotio 
principaliter  circa  ea,  quae  sunt 
divinitatis,    consistat».    (2.*'^    2.^^ 


-227 


que  es  camino:  también  dice  el  Se- 
ñor que  es  luz,  y  que  no  puede 
ninguno  ir  al  Padre  sino  por  El:  y 
quien  me  ve  á  Mí,  ve  á  mi  Padre  >. 
Moradas  6.^^,  capítulo  VII. 


quaest.    82    art.    3."    ad    2."'") 


9/  No  es  de  esencia  de!  libre  albedrío  el  poder  pecar. 


Él  (Dios)  es  bienaventurado 
porque  se  conoce  y  se  ama  y  se 
goza  de  sí  mismo,  sin  ser  posible 
otra  cosa;  no  tiene  ni  puede  tener 
ni  fuera  perfección  de  Dios  poder 
tener  libertad  para  olvidarse  de  sí 
y  dejarse  de  amar.  Entonces,  alma 
mía  entrarás  en  tu  descanso,  cuan- 
do te  entrares  en  este  sumo  bien  y 
entendieres  lo  queentiende,y  ama- 
res lo  que  ama,  y  gozares  lo  que 
goza.  (Exclamación  16.) 


Liberum  arbitrium  per  se  in  bo- 
num  ordinatum  est,  cum  bonum 
sit  objectum  voluntatis,  nec  in  ma- 
lum  tendat  nisi  propter  aliquem 
defectum  quem  apprehendit  ut  bo- 
num, cum  non  sit  voluntas  aut 
electio  nisi  boni  autapparentis  bo- 
ni.  Et  ideo  ubi  perfectissimum  est 
liberum  arbitrium,  ibi  in  malum 
tendere  non  potest,  quia  imperfec- 
tum  esse  non  potest.  (2.°  Sent. 
dist.  25  q.  1.a.  1.  ad  2."^) 


De  lo  dicho,  se  desprende  claramente  que  la  gran  Doctora  del  Carme- 
lo, no  se  ciñe  en  sus  magistrales  escritos  á  las  materias  místicas,  que  cons- 
tituían el  objeto  principal  de  su  inspirada  pluma,  sino  que  con  suma  des- 
treza supo  utilizar  para  su  fin.  todos  los  recursos  que  le  suministraban  las 
soluciones,  que  los  grandes  maestros  aportaron  á  los  más  recónditos  pro- 
blemas de  las  ciencias  sagradas  y  profanas. 


-■¥- 


CAPÍTULO    X 
Resumen  de  lo  contenido  en  esta  segunda  parte. 


Hemos  concluido  el  análisis  y  examen  de  los  principales  libros  de  la 
mística  Doctora,  Santa  Teresa  de  Jesús  (1):  y  de  este  análisis  resulta  que, 
el  gran  libro  de  su  Vida,  ó  sea  su  Suma;  que  ese  libro  histórico,  doctrinal, 
ascético  y  místico;  que  esa  especie  de  Vademécum;  que  esa  Mística  en  ac- 
ción, donde  bajo  secreto  de  confesión,  se  contienen  los  más  sublimes  ar- 
canos; que  esa  vida  intima,  y  podemos  decir  divina  de  la  seráfica  Virgen, 
se  debe,  por  testimonio  unánime  de  todos  los  biógrafos  de  la  Santa,  al 
V.  P.  Fr.  Pedro  Ibáñez;  y  que  á  ese  fraile  Dominico  son  deudores,  la  Re- 
ligión Carmelitana,  y  lo  que  es  más,  toda  la  Iglesia  Católica,  y  la  misma  li- 
teratura española,  de  poseer  este  tesoro;  y  que  la  misma  historia  de  la 
primera  fundación  de  San  José  de  Avila,  unida  al  libro  de  la  Vida,  se  debe 
también  á  otro  fraile  Dominico,  al  V.  P.  Fr.  Garcia  de  Toledo.  Que  delata- 
do ese  gran  libro  al  Tribunal  de  la  Inquisición  por  los  principes  y  poten- 


(1)  Como  luibrá  podido  observar  ti  lector,  nada  hemos  dicho  en  esta  segunda  parte 
dedicada  á  examinar  los  libros  de  la  mística  Doctora,  de  las  meditaciones  sobre  el  Pa- 
ter  noster,  que  se  editan  con  frecuencia  juntamente  con  sus  libros,  como  lo  ha  hecho 
la  librería  religiosa  de  Barcelona.  Hoy  es  corriente  la  opinión  de  que  esa  serie  de  me- 
ditaciones, aunque  en  sí  de  mucho  valor  y  estima,  no  es  obra  genuina  de  la  Santa  y  por 
ese  motivo,  para  nada  nos  hemos  ocupado  de  ellas.  Sólo  consignaremos,  siquiera  sea 
de  paso,  que  tanto  Quetif  como  Echard  aseguran  ser  el  autor  de  ellas  el  dominicano 
Giraldel,  Borgoñés  de  nación,  aduciendo  como  prueba  de  su  afirmación,  el  que  estas 
meditaciones  las  encontró  el  P.  Domingo  Rey  en  1612  en  poder  de  dicho  P.  Giraldel, 
Prior  que  era  en  esa  época  de  nuestro  convento  de  Predicadores  de  Tolosa. 


—  230- 

tados  del  mundo,  eligió  el  Santo  Tribunal  entre  todos  los  consultores, 
para  que  lo  examinasen,  á  dos  hijos  de  Santo  Domingo,  á  los  VV.  PP.  Her- 
nando del  Castillo  y  Domingo  Báñez,  hombres  llenos  de  ciencia  y  del  es- 
píritu de  Dios;  quienes  dieron  sobre  él  un  informe  favorable,  para  que  asi 
nunca  faltasen  frailes  Dominicos  al  amparo  de  la  Santa;  que  sobre  todo, 
el  P.  Báñez,  oráculo  por  entonces  de  la  Universidad  de  Salamanca,  con 
su  censura  oficial,  influyó  sobre  manera  en  el  Santo  Tribunal,  y  sacó  á 
Santa  Teresa  del  mayor  apuro,  del  tormento  y  de  la  cruz  en  que  se  halla- 
ba, derramando  muchas  lágrimas:  y  que  esa  censura,  cosida  como  está  al 
original,  debiera  ir  siempre  unida  á  este  precioso  libro,  con  preferencia  al 
mismo  prólogo  de  Fr.  Luis  de  León;  pues  el  P.  M.  Báñez,  en  expresión 
del  Sr.  La  Fuente,  pudo  muy  bien  decir  con  el  Poeta: 

Cujus  pars,  ego  magna  fui. 

En  cuanto  al  Camino  de  Perfección,  libro,  después  del  de  la  Vida,  el 
más  conocido  y  manoseado,  porque  es  libro  para  todos:  ese  Kempis,  es- 
crito para  los  religiosos,  verdaderos  ascetas;  pero  que  aprovecha  aún  mu- 
cho á  los  que  viven  en  el  tráfago  del  mundo:  ese  libro  ascético  y  místico 
á  !a  vez,  se  debe,  según  todos  los  biógrafos,  al  célebre  P.  Fr.  Domingo 
Báñez,  de  quien  no  solo  tenía  licencia  para  escribirle,  como  la  Santa  con- 
signa en  el  prólogo,  sino  mandato,  como  ella  misma  lo  afirma  en  la  rela- 
ción al  P.  Rodrigo  Alvarez,  de  la  Compañía  de  Jesús  y  lo  confirman  tam- 
bién los  historiadores,  La  Fuente  y  el  autor  de  la  Crónica  Carmelitana,  y 
lo  mismo  el  Año  Teresiano,  añadiendo  éstos,  que  á  este  V.  P.  debe  la  Or- 
den este  beneficio,  esa  preciosísima  joya. 

Con  respecto  al  libro  de  las  Fundaciones,  que  contiene  las  operaciones 
ad  extra  de  Santa  Teresa;  esa  historia,  la  mejor  escrita,  después  de  las  his- 
torias sagradas,  en  cuyo  estilo  se  excedió  en  cierto  modo  á  sí  misma  la  mís- 
tica escritora,  y  de  la  cual  ella  misma  profetizó  cuan  sabrosa  había  de  ser  al- 
gún día  su  lectura,  ya  hemos  dicho  que  comprende  tres  periodos,  sin  con- 
tar la  fundación  de  San  José,  cuya  historia  se  halla  en  el  libro  de  su  Vida. 
Las  del  primer  periodo  se  las  mandó  escribir  el  P.  Ripalda,  Jesuíta:  las  de- 
más, y  aun  parte  de  las  primeras,  el  P.  Gracián,  su  prelado,  pero  sin  per- 
der de  vista  las  tres  conclusiones  que  se  desprenden  de  las  palabras  de  la 
Santa  en  el  prólogo  á  este  libro,  á  saber:  I.*'  Que  la  iniciativa  de  escribir 


—  231  — 

Fundaciones  la  gran  Teresa  de  Jesús,  partió  del  Padre  García  de  Toledo: 
'fui  mandada  del  P.  García  de  Toledo,  Dominico,  que  escribiese  la  fun- 
dación de  aquel  Monasterio.  2/'  Que  la  causa  que  movió  al  P.  Ripalda 
para  mandarla  escribir  el  año  1573  algunas  fundaciones,  fué  el  haberle 
parecido  bien  y  muy  acertado  lo  que  había  escrito  por  mandato  del  Padre 
García  de  Toledo,  sobre  la  fundación  de  San  José:  «Confesándome  con  el 
P.  M.  Ripalda,  habiendo  visto  el  libro  de  la  primera  fundación,  le  pareció 
sería  servicio  de  Dios  (^ue  escribiese  de  otros  siete  monasterios.»  3.^  Que 
no  sólo  se  debe  á  los  Dominicos  que  Santa  Teresa  escribiese  su  Vida  in- 
terior, como  lo  afirman  sus  biógrafos,  sino  que  á  ellos  se  les  debe  en  cier- 
to modo  el  que  escribiese  también  su  Vida  exterior,  ó  sea  las  Fundacio- 
nes, Cuan  cierto  sea  todo  ésto,  se  comprenderá  fácilmente  con  sólo  recor- 
dar aquella  frase  del  Historiador  de  la  Reforma,  y  que  no  estará  demás 
repetir  aquí:  <  Según  ésto,  el  primer  fundamento  de  escribir  fundaciones  San- 
ta Teresa,  fué  el  P.  M.  Fr.  García  de  Toledo. > 

Sobre  el  libro  de  las  Moradas,  ó  sea  el  Apocalipsis  de  Teresa  de  Jesús, 
sólo  diremos,  que  conteniendo  la  misma  doctrina,  como  dice  el  P.  Ribera, 
que  el  libro  de  la  \/ida  y  habiendo  sido  escrito  para  reparar  la  falta  de  éste, 
que  estaba  detenido  en  la  Inquisición,  alguna  parte  corresponde  á  los  Domi- 
nicos que  fueron  quienes  la  mandaron  escribir  aquella;  y  sin  duda,  se  pue- 
de tener  por  cierto  que  jamás  hubiera  escrito  este  misterioso  libro  y  dicho 
en  tercera  persona  lo  que  había  enseñado  en  primera,  al  exponer  la  mística 
en  acción  en  el  libro  primero  de  su  Vida:  esto  sin  contar  el  empeño  que 
la  Santa  tuvo  en  que  el  V.  P.  Yanguas  le  examinase  por  la  seguridad  de 
la  doctrina  que  profesa  la  Religión  Sagrada  de  Santo  Domingo,  como  muy 
bien  testifica  el  célebre  P.  Gil  González,  de  la  Compañía  de  Jesús:  «Mu- 
cho honró  siempre  Santa  Teresa  á  los  grandes  letrados  de  la  Orden  del 
glorioso  Santo  Domingo-,  frase  muy  usada  de  ella;  mucho  encargó  á  sus 
hijas  que  los  honrasen  y  comunicasen  con  ellos,  como  asegura  el  citado 
Jesuíta  P.  Gil,  y  por  fin,  mucho  y  muy  en  alto  grado  honró  también  en 
esta  ocasión  al  V.  P.  Yanguas,  deseando  fuese  el  censor  de  su  gran  libro 
y  suplicándoselo  asi  á  su  prelade. 

Hemos  visto  también  que  es  punto  oscuro,  por  razones  que  hay  en 
pro  y  en  contra,  si  fué  ó  no  fué  el  P.  Yanguas  quien  ordenó  á  la  Santa 


-  232  - 

quemase  lo  que  había  escrito  sobre  el  santísimo  libro  de  los  Cantares,  y 
siguiendo  al  Sr.  La  Fuente  en  sus  atinadas  observaciones  sobre  este  pun- 
to, hemos  hecho  ver  la  prudencia  de  este  Padre,  ó  de  cualquiera  que  haya 
sido,  el  que  tal  cosa  mandase  á  la  Santa  por  los  tiempos  que  corrían  y  cir- 
cunstancias especiales  que  es  preciso  apreciar  para  fallar  con  acierto,  y  á 
la  vez  hemos  hecho  constar  como  el  P.  Báñez  autentizó  la  copia  que  la 
religiosa  ó  la  Duquesa  de  Alba  había  sacado,  legándonos  de  esa  manera 
los  preciosos  capítulos  que  hoy  poseemos. 

Por  último,  se  ha  visto  que  el  P.  Domingo  Báñez  tuvo  con  respecto  á 
las  Constituciones  primitivas  de  la  Santa  Fundadora,  la  misma  influencia 
que  tuvo  después  el  visitador  Apostólico  V.  P.  Fr.  Pedro  Fernández;  y  en 
el  capítulo  de  Separación  eí  V.  P.  Fr.  Juan  de  las  Cuevas,  como  Presidente 
de  aquella  tan  importante  asamblea,  y  por  si  esto  fuera  poco,  la  identidad 
de  muchas  de  las  Constituciones  primitivas  de  la  Santa  Fundadora  con  las 
de  la  Orden  Dominicana,  argumento  que  hemos  llamado  intrínseco;  todo 
lo  cual  prueba  clara  y  evidentemente  la  mucha  parte  que  los  hijos  de  Santo 
Domingo  tuvieron  en  su  redacción,  y  que  este  libro,  si  bien,  pequeño  en 
volumen,  pero  de  suma  importancia  y  significación,  por  contener  la  legis- 
lación de  la  Reforma,  es  obra  sí  de  Santa  Teresa,  pero  dirigida  y  ayudada 
en  ella  por  los  VV.  PP.  Fr.  Domingo  Báñez,  Fr.  Pedro  Fernández  y  Fr.  Juan 
de  las  Cuevas. 

No  creemos  por  lo  tanto  sea  exagerado  el  afirmar  que  Santa  Teresa, 
considerada  como  doctora  y  escritora,  pertenece  en  cierto  modo  á  los  Do- 
minicos. Por  eso  el  V.  Palafox  se  expresa  así  sobre  esta  materia  (1): 

<Para  el  examen  de  su  espíritu  en  puntos  de  Fe,  Gracia  y  Caridad, 
dice  en  otro  lugar  el  Venerable  Comentador  de  nuestra  Virgen:  Eligió  Te- 
resa á  los  de  Santo  Domingo:  y  como  quien  se  ha  de  graduar  de  Santa,  des- 
pués de  haber  cursado,  y  hecho  actos  en  diversas  Academias,  y  Universida- 
des, pasó  de  los  Místicos  á  los  Doctos  de  la  Religión  de  Santo  Domingo;  y 
no  parece  que  reposó  su  espíritu,  hasta  que  llegó  allí.  * 

No  queremos  repetir  aquí  cuál  fué  su  opinión  sobre  este  particular,  y 
el  aprecio  grande  que  hizo  siempre  de  las  letras. 

(1)    Año  Teresiano,  7  de  Marzo. 


-233- 

Ya  se  han  visto  en  otra  parte  algunos  de  los  pasajes,  entre  los  mu- 
chísimos con  que  á  cada  paso  tropieza  uno  en  sus  obras  y  en  todas  sus 
cartas:  ni  repetimos  tampoco  lo  que  en  especial  nos  ha  dicho  sobre  los 
grandes  letrados  Dominicos;  sin  embargo,  juzgamos  ha  de  ser  del  agrado 
del  lector,  saborear  ciertas  páginas  en  que  la  mística  Doctora  refiere  deta- 
lladamente lo  que  la  sucedió  con  algunos  de  ellos. 

«Acaecióme,  escribe  en  el  capítulo  XVlll,  á  mí  una  ignorancia  al  prin- 
cipio, que  no  sabía  que  estaba  Dios  en  todas  las  cosas,  y  como  me  pare- 
cía estar  tan  presente,  parecíame  imposible  dejar  de  creer  que  estaba  allí, 
no  podía,  por  parecerme  casi  claro  había  entendido  estar  allí  su  mesma 
presencia.  Los  que  no  tenían  letras  me  decían  que  estaba  sólo  por  gracia, 
yo  no  lo  podía  creer;  porque,  como  digo,  parecíame  estar  presente,  y  ansí 
andaba  con  pena.  Un  gran  letrado  de  la  Orden  del  glorioso  Patriarca  de 
Santo  Domingo  me  quitó  desta  duda;  que  me  dijo  estar  presente,  y  como 
se  comunicaba  con  nosotros,  que  me  consoló  harto.» 

En  el  capítulo  XXXI,  hablando  de  las  tentaciones  con  que  la  atormen- 
taba el  demonio  escribe  así:  *  Otras  veces  me  atormentaba  mucho,  y  aun 
ahora  me  atormenta,  ver  que  se  hace  mucho  caso  de  mí  (en  especial  per- 
sonas principales)  y  de  que  decían  mucho  bien:  en  esto  he  pasado  y  paso 
mucho.  Miro  luego  á  la  vida  de  Cristo  y  de  los  Santos,  y  paréceme  que 
voy  al  revés,  que  ellos  no  iban  sino  por  desprecio  é  injurias;  háceme  an- 
dar temerosa,  y  como  que  no  oso  alzar  la  cabeza,  ni  querría  parecer,  lo  que 
no  hago  cuando  tengo  persecuciones:  anda  el  alma  tan  señora,  aunque  el 
cuerpo  lo  siente,  y  por  otra  parte  ando  afligida,  que  yo  no  sé  cómo  ésto 
puede  ser;  mas  pasa  ansí,  que  entonces  parece  está  el  alma  en  su  reino, 
y  que  lo  trae  todo  debajo  de  los  pies.  Dábame  algunas  veces  y  duróme 
hartos  días,  y  parecía  virtud  y  humildad  por  una  parte,  y  ahora  veo  claro 
era  tentación.  Un  fraile  Dominico,  gran  letrado,  me  lo  declaró  bien>  (1). 


(1)  Repugnaba  mucho  el  Cardenal  Quiroga  que  su  sobriiui,  Doña  Elena  de  Quiro- 
ga,  viuda  y  con  familia,  abrazase  la  Descalcez;  pero  tenia  hecho  voto,  y  habia  algún 
confesor  que  la  inquietaba  para  que  luego  lo  cumpliese.  La  Santa  se  detenía  en  admi- 
tirla, ya  por  las  obligaciones  que  con  sus  hijos  tenia  dicha  Señora,  ya  por  no  incurrir 
en  la   indignación  del  Cardenal;  pero  como  estaba  por  medio  el  voto,  la  Santa  dudaba 


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En  el  precedente  capítulo  hemos  visto  también  la  conformidad  de  la 
doctrina  de  Santo  Tomás  y  Santa  Teresa,  ya  por  medio  de  un  pequeño 
ensayo  y  comparación  de  algunos  pasajes,  ya  aduciendo  el  testimonio  de 
gravísimos  autores  que  aseguran  esa  misma  identidad.  Porque  si  bien  la 
mística  Doctora  no  leyó  las  obras  de  Santo  Tomás,  ni  estudió  en  su  Suma, 
pero  comunicó  perennemente  con  los  que  eran  textos  vivos  de  esa  Suma; 
comunicó  con  Mancio,  Chaves  y  Medina,  Lectores  primarios  de  la  Uni- 
versidad Salmantina,  y  sobre  todo  con  Báñez,  oráculo  de  aquella  Univer- 
sidad; comunicó  con  Presentados,  Maestros  y  Regentes  de  la  Orden  de 
Santo  Domingo,  fidelísimos  intérpretes  y  discípulos  del  Angélico  Doctor, 
y  como  dice  el  autor  del  Año  Teresiano:  «Buscábalos,  en  fin,  como  á 
oráculos  de  la  sabiduría  y  la  verdad;  y  siendo  su  recurso  dirigido  á  este 
intento,  ya  se  advierte  constante,  que  en  cada  hijo  de  Domingo  buscaba 
Teresa  las  letras  y  ciencia  de  Tomás,  para  indicio  evidente  de  aquel  sa- 
grado afecto,  que  la  Seráfica  Doctora  profesó,  apasionada  al  Doctor  An- 
gélico. Una  es  su  doctrina,  una  la  enseñanza,  una  la  pureza,  una  la  santi- 
dad de  los  dos  Santos.* 

En  sus  comunicaciones  con  los  grandes  letrados  Dominicos  aprendió 
muchas  cosas  que  ignoraba,  según  ella  nos  confiesa  con  inimitable  candi- 
dez, añadiendo  además,  el  mucho  consuelo  que  la  causaba  el  oír  las  ex- 
plicaciones que  la  daban  los  hermanos  del  Angélico  Doctor;  porque  así  la 
sacaban  de  las  dudas  y  perplejidades  en  que  estaba. 

Los  VV.  y  antiquísimos  PP.  Descalzos,  fieles  imitadores  de  la  gratitud 
de  su  Santa  Madre,  bien  penetrados  y  actuados  de  cuanto  se  acaba  de 


de  lo  que  debia  hacer.  Hallándose  perpleja  en  este  caso,  lo  consultó  en  Soria  con  nues- 
tro P.  Alderete,  y  éste  contestó  lo  que  la  Santa  nos  dice:  «que  como  nosotras  no  la  qui- 
siéramos recibir,  queda  libre  del  voto,  porque  fué  de  entrar  en  esta  urden,  y  que  no 
está  obligada  á  más  que  á  pedirlo.  Diónie  mucho  consuelo,  que  yo  no  sabia  esto.  Está 
en  este  lugar,  á  donde  ha  estado  ocho  años  en  posesión  de  muy  santo  y  letrado  y  me 
lo  pareció».  Con  este  consejo  la  Santa  salió  del  apuro  en  que  se  hallaba;  porque  no  sa- 
bía, como  ella  dice,  que  no  queriéndola  recibir,  quedaba  Doña  Elena  libre  de!  voto.  Más 
tarde  esta  Señora,  dio  estado  á  sus  hijos,  v  cediendo  de  su  tesón,  el  Cardenal,  su  tio, 
entró  con  una  hija  en  el  convento  de  Descalzas  de  Medina,  y  vivieron  Madre  é  hija  con 
grande  ejemplo  de  santidad,  y  á  la  vez  con  mucho  contento  del  Enimo.  Sr.  Cardenal. 


—  235- 

aducir,  lo  sintetizaron  de  una  manera  sensible,  gráfica  é  imperecedera, 
cuando  en  la  Capilla  donde  nació  esta  singular  mujer,  colocaron  al  lado 
del  Evangelio  y  con  preferencia  á  todas  las  Ordenes  religiosas,  una 
preciosa  pintura  donde  se  halla  un  grupo  de  Dominicos,  representando 
la  Orden  de  Santo  Domingo,  como  la  que  más  ayudó  á  la  Seráfica  Ma- 
dre en  las  proezas  que  para  siempre  inmortalizarán  su  nombre.  Este  cua- 
dro, además  de  significar  (por  el  lugar  que  ocupa  entre  los  cuatro  que 
allí  se  hallan  (1)  la  palma  que  los  Dominicos  se  llevaron  en  ayudar  á 
Teresa  de  Jesús,  tiene  un  letrero,  que  en  cuatro  palabras  encierra  todo 
lo  dicho,  y  lo  canoniza  diciendo  así:  -Dabo  tibi  Spiritum  Sapientiae». 
Yo  te  daré,  dice,  el  Señor,  el  espíritu  de  sabiduría-.  ¡Cuánto  dicen,  cuán- 
to significan  estas  breves  palabras  dirigidas  por  el  Señor  á  Teresa  de  Je- 


(1)  Se  hallan  estos  grandes  cuadros  simétricamente  colocados  en  la  Capilla  natal  y 
representan  las  cuatro  Ordenes  religiosas  que  mayor  auxilio  prestaron  á  la  Santa 
Madre,  ya  como  persona  particular,  ya  como  Doctora  y  Reformadora.  Son  estas  Orde- 
nes, la  del  glorioso  Santo  Domingo  de  Guzmán,  que  ocupa  el  primer  lugar  al  lado  del 
Evangelio;  la  Compañía  del  ínclito  San  Ignacio  que  está  enfrente  y  al  lado  de  la  Epís- 
tola, ocupa  el  segundo;  sigue  la  de  San  Francisco,  y  por  último  la  Orden  Carmelitana. 
En  cada  pintura  ó  cuadro  aparece  un  grupo  de  religiosos  de  la  Orden  que  representa, 
y  en  medio  se  destaca  la  simpática  figura  de  la  Mística  Doctora,  á  quien  el  Señor  in- 
funde el  espíritu  que  caracteriza  á  cada  uno  de  los  institutos  religiosos  referidos.  Como 
hemos  indicado,  la  Orden  de  Santo  Domingo  lleva  el  lema:  "Dabo  tibi  spiritum  sapien- 
tiae.  La  de  San  Ignacio:  Dabo  tibi  spiritum  religionis.  La  de  San  Francisco:  Dabo  tibi 
spiritum  fiumilitatis.  Y  la  Carmelitana:  Dabo  tibi  spiritum  devotionis. 

Cualquiera  que  conozca  la  historia  de  estas  sagradas  Religiones  y  el  papel  que  de- 
sempeñaron cerca  de  la  seráfica  Virgen  Teresa  de  Jesús,  podrá  apreciar  como  se  me- 
rece el  tino  y  buen  sentido  que  presidió  á  la  colocación  de  esos  lemas.  Acababa  de  ser 
fundada  la  Compañía,  y  estaba  la  observancia  de  sus  reglas  religiosas  en  su  primer 
fervor:  la  humildad  por  antonomasia  corresponde  á  San  Francisco  y  sus  hijos;  el  espíri- 
tu y  vocación  de  la  Orden  Carmelitana  es  espíritu  de  oración  v  de  ermitaños,  y  de  esa 
casta  vienen,  según  frase  de  Teresa  de  Jesús;  así  como  la  sabiduría,  personificada  en 
el  Ángel  de  las  Escuelas,  ha  estado  vinculada,  por  decirlo  así,  á  la  Orden  de  Santo  To- 
más desde  su  nacimiento,  de  tal  modo,  que  como  testifica  el  célebre  Jesuíta  P.  Suárez: 
«Satis  etiam  probavit  eventus,  ut  ex  eo  ordine,  tamquam  ex  Trojano  equo,  vel  potius 
arce  ínstructissima  ad  destructíonem  munítionum,  ut  Paulus  loquitur,  ab  Ecclesia  hos- 
tibus  oppositarum,  prodierint  strenui  propugnatores,  fideí,  quam  vel  editis  libris  illus- 


-  236  — 

SUS,  que  se  halla  representada  en  el  cuadro  en  medio  de  los  grandes  le- 
trados Dominicos,  por  cuyo  conducto  la  comunicó  Dios  ese  don,  ese  es- 
píritu de  sabiduría  no  humana,  sino  celestial  y  divina!  ¡Cuánto,  repetimos, 
nos  enseñan  esas  tan  misteriosas  palabras!  Ellas  nos  dicen  que  aunque  el 
Señor  fué  su  principal  maestro,  como  ella  candorosamente  lo  confirma  en 
muchísimos  pasajes  de  sus  obras,  en  especial  en  el  libro  de  la  Vida;  pero 
mucho  aprendió  también  oyendo  y  comunicando  con  los  más  grandes  sa- 
bios y  letrados  que  vivían  en  su  tiempo.  No  ha  habido  mujer  más  amiga 
de  conversar  con  letrados  que  la  gran  Teresa  de  Jesús  (1). 

Por  último:  ¿Quién  venció  la  gran  modestia  de  Teresa  de  Jesús,  é  hizo 
dar  el  primer  paso,  por  decirlo  así,  en  la  carrera  de  escritora?  ¿Quién  la 
colocó  en  esta  categoría?  ¿Quién  hizo  (para  usar  sus  mismas  palabras)  que 


trem  fecerunt.  ínter  quos  Stus.  Tlioiiias,  tamquam  ínter  reliqna  minora  lumina  fulgen- 
tissimum  astrum,  longe  lateque  coruscat.  Vel  ab  ea  deerantes  revocaverint;  vel  certe 
in  pertinaces  á  Sede  apostólica  inquisitores  delegati  animadverterunt;  quan  denique 
nobili  martyrio  fuerint  testati.  Sed  piget  omnium  catalogan  texere,  cum  facile  constare 
possint  ex  ipsius  Ordinis  nionunientis;  imo,  et  constare  quot  et  quales  prodierint  Eccle- 
siae  Praelati;  Sacri,  ut  vocant,  Palatii  Magistri;  Monarcharum  Hispaniae  Coníessarii. 
Quot  in  celeberrimis  Academiis  professores  primarii  ut  facile  credas  omnia  haec  jure 
pene  haereditario  huic  illustri  Ordini  obvenisse;  adeo  ut  per  anuos  non  paucos  rari  fue- 
rint In  República  litteraria  alicujus  nominis  viri  in  doctrina  Sacra  conspicul,  quin  Domi- 
nicanae  Familiae  non  essent  alumnl».— De  Religione  Tomo  IV,  Tract.  IX.  De  varietate 
religionum,  libro  2.°,  capítulo  VI.» 

(1)  En  la  relación  que  la  Santa  dirigió  á  nuestro  P.  Fr.  Pedro  Ibáñez  en  1562,  le  de- 
cía entre  otras  cosas,  dándole  cuenta  del  interior  de  su  espíritu:  «Deseo  grandísimo, 
más  que  suelo,  siento  en  mi  que  tenga  Dios,  personas  que  con  todo  desasimiento  le 
sirvan,  y  que  en  nada  de  lo  de  acá  se  detengan,  como  veo  es  todo  burla,  en  especial  Le- 
trados, que  como  veo  las  grandes  necesidades  de  la  Iglesia  (que  éstas  me  afligen  tanto, 
parece  cosa  de  burla  tener  por  otra  cosa  pena)  y  ansí  no  hago  sino  encomendarlos  á 
Dios;  porque  veo  yo  haría  más  provecho  una  persona  del  todo  perfecta,  con  herbor  ver- 
dadero de  amor  de  Dios,  que  nuichas  con  tibieza*.  Y  afiade  el  comentador:  «Fué  Santa 
Teresa  la  Santa  de  los  Doctos,  la  Santa  de  los  Sabios,  la  Santa  de  los  Letrados,  la  San- 
ta de  los  Maestros.  Por  eso,  apenas  hay  Maestro,  Letrado,  Sabio  ni  Docto,  que  no 
adolezca  tiernamente  en  su  afectuosa  devoción.  No  sin  misterio  juntó  la  Iglesia  en  su 
Oficio  la  devoción  con  el  maglsteri():-Coí'/í's//.s  ejiís  docti  inac  pábulo  nntriamur,  et  piae 
devotionis,  erudiamur  affectu.» 


-237- 

siendo  mujer,  y  la  mas  ruin  entre  todos  los  nacidos,  no  se  la  eayeran  las 
alas  y  que  perdiese  de  hilar  para  meterse  á  escritora?  ¿Nó  fué  el  V.  P.  Fray 
Pedro  Ibáñez,  quien  al  decir  de  la  Crónica  Carmelitana,  anteviendo  como 
gran  letrado,  los  inmensos  frutos  que  se  habían  de  seguir  á  la  Religión  y 
á  la  Iglesia,  la  mandó,  el  primero  entre  todos  sus  confesores  y  direc- 
tores que  tomase  la  pluma  y  escribiese  las  soberanas  mercedes  que 
del  Señor  recibía?  Sólo  ésta  circunstancia,  el  haber  empezado  Santa  Te- 
resa á  escribir  por  insinuación  y  mandato  de  un  hijo  de  Santo  Domingo, 
bastaría  por  sí  solo,  para  que  nos  perteneciese  bajo  el  glorioso  y  singular 
título  de  doctora  y  escritora.  Muy  bien  sabemos  todos  por  experiencia,  lo 
que  cuesta  el  romper,  el  empezar  á  escribir,  sobre  todo  si  el  que  escribe 
para  el  público  es  una  mujer,  y  mujer  que  se  tiene  por  la  más  ruin  entre 
todos  los  nacidos. 

Es  preciso,  pues,  convenir  en  que  Santa  Teresa,  como  doctora  y  escri- 
tora pertenece  á  la  Orden  de  Santo  Domingo  con  tanto  ó  mejor  título  que 
como  Santa  v  reformadora. 


-■^- 


^B 


Tercera  Parte 


INFLUENCIA  QUE  LOS  DOMINICOS   TUVIERON 

EN  M  61iflNDI05fl  OBRA  DE  hñ  "REFORIVIfl  CBRMEblTfiNfl,, 

REALÍZAHA   POR 

SANTA     TERESA     DE    JESÚS 


CAPÍTULO    FRIA\ERO 
€1  Convento  de  San  ¡osé  de  Avila  y  el  \?,  IPedro  líbáñez. 

Uno  de  los  timbres  de  gloria  que  más  enaltecen  al  Colegio  de  Domini- 
cos de  Santo  Tomás  de  Avila  (1),  es  sin  duda  el  haber  contado  entre  sus 


(1)  El  fundador  del  Convento  de  Santo  Tomás  de  Avila,  por  los  años  de  1480  y  si- 
guientes, fué  D.  Hernán  Núñez  Arnalt,  tesorero  de  los  Reyes  Católicos,  aunque  con  la 
cooperación  de  los  mismos  Reyes,  del  P.  Fr.  Tomás  de  Torquemada  y  de  Doña  María 
Dávila,  esposa  de  D.  Hernán. 

El  edificio,  tal  como  quedó  el  3  de  Agosto  del  añ  >  de  1493,  día  en  que  terminaron 
las  obras,  empezadas  el  1 1  de  Abrí!  del  año  de  1482,  era  verdaderamente  regio,  uno  de 
los  más  grandiosos  que  nos  legó  aquella  dichosa  edad  de  los  Reyes  Católicos,  y  que 
por  gran  beneficio  de  la  Divina  Providencia  nos  ha  sido  conservado  entre  tantos  como 
hemos  visto  perecer  en  los  aciagos  tiempos  que  alcanzamos. 


-240- 

miembros  á  hombres  que,  penetrados  del  espíritu  de  Dios,  conocieron  por 
una  especie  de  intuición  la  inmensa  transcendencia  que  tendría  en  el  por- 
venir de  la  sociedad  y  de  la  Iglesia  la  obra  colosal  de  la  Reforma  que  por 
los  años  de  15t)l  y  62,  emprendió  la  Virgen  Avilesa,  ó  sea  Santa  Teresa 
de  Jesús.  Por  algo  ha  dicho  la  Iglesia  en  el  Oficio  de  esta  Seráfica  Vir- 
gen: «DivaTeresia  tantum  opus  (Reformationis)  perfecit  subsidio  Prae- 
dicatorum  adjuta,  quibus  plurimis  doctrina  et  sanctitate  praeclaris  usa  est 
a  confessionibus,  consiliis  spiritualique  regimine*.  «Santa  Teresa  llevó  á 
cabo  la  obra  tan  grande  de  la  Reforma,  ayudada  de  los  Hermanos  Predi- 
cadores, muchos  de  los  cuales,  célebres  todos  por  su  doctrina  y  santidad, 
fueron  sus  confesores,  consejeros  y  directores  (1). 

Por  eso,  en  la  fundación  de  San  José  de  esta  Ciudad,  fundación  que 
justamente  se  llama  y  es  la  cuna  de  la  Reforma,  desde  luego  se  pusieron 
á  su  lado  dos  grandes  hombres,  dos  hijos  de  Santo  Domingo  de  Guzmán, 
religiosos  que  habitaban  por  entonces  en  los  venerandos  claustros  de  este 
histórico  Colegio. 

¿Quiénes  fueron  estos  VV.  PP.  que  así  penetraron  el  alcance  de  la  in- 
mortal Reforma  Carmelitana?  Estos  nombres  se  hallan  escritos,  para  no 


Demás  de  la  Iglesia,  que  es  suntuosísima,  precioso  ejemplar  del  estilo  gótico  más 
florido,  constaba  el  edificio  de  tres  partes:  Convento,  Universidad  y  Palacio  real,  cons- 
truido por  los  Reyes  Católicos  para  su  vivienda  en  las  temporadas  que  habían  de  pasar 
en  la  ciudad  de  Avila. 

La  Universidad  no  se  fundó  al  mismo  tiempo  que  el  Convento,  sino  algo  después, 
en  1504,  cuando  la  Reina  Dcfia  Isabel,  en  la  visita  que  hizo  el  M.  R.  P.  M.  general  de 
la  Orden,  Fr.  Vicente  Bandelo,  le  manifestó  el  deseo  de  que  se  erigiese  en  Santo  To- 
más un  estudio  general  ó  universidad  para  los  religiosos  de  la  Orden  no  más,  siquiera 
más  adelante  concurrieran  á  él  algunos  escolares  de  fuera,  que  bajaban  de  Avila  á  oir  las 
lecciones  de  los  maestros. 

De  esta  Universidad  salieron  hombres  afamados  en  todo  género  de  doctrinas,  entre 
ellos  el  celebérrimo  Jovellanos. 

Por  este  Convento  pasaron  y  en  él  hicieron  morada  más  ó  menos  duradera  gran 
parte  de  los  varones  más  ¡lustres  que  tuvo  la  religión  de  Santo  Domingo  en  la  provin- 
cia de  Castilla. 
(1)      Breviario  O.  P.  en  la  festividad  de  Santa  Teresa. 


-  241  — 

borrarse  jamás,  en  las  crónicas  de  Santo  Domingo  y  del  Carmen,  y  son 
Fr.  Pedro  Ibáñez  y  Fr.  Domingo  Bañez. 

En  dos  distintos  capítulos  expondremos  la  intervención  que  tuvieron 
en  la  fundación  de  este  primer  monasterio  cada  uno  de  estos  VV.  PP.,  y 
sea  el  primero  el  P.  Fr.  Pedro  Ibáñez,  del  cual  afirma  la  misma  Santa  Te- 
resa, que  era  «el  mayor  letrado  que  había  entonces  en  la  Ciudad  y  pocos 
más  en  su  Orden  .  Al  final  del  capítulo  veremos  las  mercedes  singulares 
que  recibió  del  Señor,  este  hijo  de  Santo  Domingo;  examinemos  ahora  lo 
que  ayudó  y  el  apoyo  que  halló  en  él  Santa  Teresa  en  el  año  de  1561, 
cuando  por  primera  vez  salió  de  la  Encarnación  para  ejecutar  la  comisión 
que  el  Señor  la  confiara  de  reformar  la  antiquísima  Orden  del  Carmelo. 

Veinticinco  años  (1)  había  vivido  Santa  Teresa  de  conventual  en  el 
monasterio  de  la  Encarnación  de  esta  ciudad,  uno  de  los  santuarios  más 
venerandos  del  orbe  católico,  como  le  llama  el  Sr.  La  Fuente  (2);  porque 
en  él  recibió  Teresa  de  Jesús  los  más  insignes  favores,  no  siendo  el  me- 
nor el  de  su  misteriosa  transverberación  con  otros  mil  y  mil  de  que  ella 
misma,  con  inimitable  candidez,  nos  da  cuenta  en  su  vida,  de  tal  modo, 
que  pudo  muy  bien  afirmar  un  célebre  Carmelita,  que  la  corte  celestial 
había  habitado  toda  en  este  santo  convento,  y  con  razón,  porque  Jesús 
de  Teresa  vivió  en  la  Encarnación  largos  años  con  Teresa  de  Jesús,  y 
como  la  Santa  dice  con  grande  agudeza  (aunque  á  otro  propósito),  en  su 
Camino  de  Perfección:    Adonde  está  el  Rey,  está  la  Corte-  (3). 

Oigamos  ahora  á  la  misma  Santa  Teresa  de  Jesús,  que  nos  refiere  lo 
que  sucedió  después  de  estos  veinticinco  años.  -Estando  un  día  en  ora- 
ción, dice,  me  hallé  en  un  punto  sin  saber  cómo,  que  me  parecía  estar 
metida  en  el  infierno.  Entendí  que  quería  el  Señor  que  viese  el  lugar  que 
los  demonios  allá  me  tenían  aparejado-  (4).  Describe  después  lo  terrible 

(1)  Esto  se  entiende  siguiendo  la  opinión  de  que  Santa  Teresa  tomó  el  hábito  en 
1535,  porque  si  le  tomó  el  1533,  como  opinan  algunos,  serían  veintisiete  años  ios  trans- 
curridos hasta  la  fecha  que  nos  ocupa. 

(2)  Guia  del  Sr.  La  Fuente  sobre  la  peregrinación  de  Santa  Teresa  en  su  último 
Centenario. 

(3)  Camino  de  Perfección,  capitulo  XXVIII,  número  1  y  siguientes. 

(4)  Vida  de  la  Santa,  capitulo  XXXII,  número  I  y  siguientes. 

]« 


-242- 

del  lugar  y  de  las  penas  y  luego  continúa  así:  «Yo  no  sé  cómo  ello  fué; 
yo  quedé  tan  espantada  y  aun  lo  estoy  ahora  escribiendo,  con  que  ha  casi 
seis  años,  que  me  parece  el  calor  natural  me  falta  de  temor...  No  sosega- 
ba mi  espíritu,  pensaba  qué  podía  hacer  por  Dios,  y  pensé  que  lo  primero 
era  seguir  el  llamamiento  que  su  Majestad  me  había  hecho  á  la  Religión, 
guardando  mi  Regla  con  la  mayor  perfección  que  pudiese,  porque  en  la 
casa  donde  vivía  no  estaba  fundada  en  su  primer  rigor  la  Regla  sino  guar- 
dábase con  bula  de  relajación  (1)  «Ofrecióse  estando  con  una  persona 
(era  Doña  María  de  Ocampo,  sobrina  de  la  Santa,  que  estaba  de  educan- 
da  en  la  Encarnación)  (2),  decirme  á  mi  y  á  otras  (entre  estas  otras  era  la 
principal  Doña  Guiomar  de  Ulloa,  viuda  y  amiga  fidelísima  de  Santa  Te- 
resa), si  seríamos  para  ser  monjas  de  la  manera  de  las  Descalzas  (d.í  San 
Francisco),  que  aun  era  posible  hacer  un  Monasterio...  y  concertamos  de 
encomendarlo  mucho  á  Dios. 

^Habiendo  un  día  comulgado,  mandóme  mucho  su  Majestad  lo  procu- 


(1)  Se  refiere  á  la  BuIíí  de  mitigación  dada  por  Eugenio  IV  en  1431,  aunque  ya  ha- 
bía sido  mitigada  también  la  Regla  carmelitana  en  época  anterior,  ó  sea  en  el  siglo  Xlll, 
por  Inocencio  IV,  quien  comisionó  para  tan  delicado  cargo  á  los  Dominicos,  Cardenal 
Hugo  de  Santo  Caro  y  Guillermo,  Obispo  Antederense. 

(2)  Era  esta  una  sobrina  de  la  Santa,  hija  de  uno  de  aquellos  primos  hermanos  de 
que  ella  nos  habla  en  el  capitulo  II  de  su  Vida,  y  nieta  de  D.  Francisco  Cepeda,  tio 
carnal  de  Santa  Teresa,  quien  la  volvió  á  casa  de  sus  padres,  cuando  en  compañía  de 
su  hermano  Rodrigo  se  dirigieran  al  África,  para  ser  descabezados  por  Cristo.  Abrazó 
después  la  Descalcez,  y  fué  por  muchos  años  priora  en  Valladolid.  Santa  Teresa  la  tra- 
tó siempre  con  muchísima  confianza,  y  decía  de  ella  que  era  una  urguillas  por  la  ha- 
bilidad que  tenia  en  especial  para  los  negocios  económicos  del  convento.  Estuvo  siem- 
pre en  íntimas  relaciones  con  nuestros  Padres,  en  especial  con  el  P.  Bííñez,  que  la  diri- 
gía en  todo,  así  que  viviendo  éste- en  Vallado! id  decía  la  Santa  á  su  sobrina:  «Estando 
ahí  Fr.  Domingo,  ¿qué  falta  puedo  yo  hacer?  Sintió  también  que  nuestro  P.  Medina 
no  la  escribiese  con  frecuencia  y  llegó  á  enfadarse  algo  porque  no  contestaba  á  sus  car- 
tas, y  hasta  quiso  no  volver  á  escribirle,  lo  cual  reprendió  la  Santa  con  nuicha  gracia 
diciendo  «se  dejase  de  esas  damerías. 

En  su  muerte  mereció  esta  religiosa  que  se  hallasen  á  su  cabecera  los  piadosísimos 
Reyes  D.  Felipe  III  y  Doña  Margarita,  pidiéndola  favores  del  cielo  para  sus  hijos  y 
reinos. 


—  243- 

rase  con  todas  mis  fuerzas,  haciéndome  grandes  piomesas  de  que  no  se 
dejaría  de  hacer  el  monasterio,  y  que  se  serviría  mucho  en  el,  y  que 
se  llamase  San  José,  y  que  á  la  una  puerta  nos  guardaría  él,  y  Muestra 
Señora  á  la  otra,  y  que  Cristo  andarla  con  nosotras,  y  que  sería  una  es- 
trella que  diese  de  sí  gran  resplandor;  y  que  aunque  las  religiones  estaban 
relajadas,  que  no  pensase  se  servía  poco  en  ellas:  ¿que  qué  sería  del  mun- 
do si  no  fuese  por  los  religiosos?  Que  dijese  á  mi  confesor  (1)  esto  que 
mandaba,  y  que  le  rogaba  él  que  no  fuese  contra  ello  ni  me  lo  estorbase. 
Era  esta  visión  con  tan  grandes  afectos,  y  de  tal  manera  esta  habla  que  me 
hacia  el  Señor,  que  yo  no  podía  dudar  que  era  él.  Yo  sentí  grandísima 
pena,  porque  en  parte  se  me  representaron  los  grandes  desasosiegos  y 
trabajos  que  me  había  de  costar;  y  como  estaba  tan  contentísima  en  aque- 
lla casa,  que  aunque  antes  lo  trataba,  no  era  con  tanta  dLterminaci(3n  ni 
certidumbre  que  sería.  Aquí  parecía  se  me  ponía  premio,  y  como  veía  co- 
menzaba cosa  de  gran  desasosiego,  estaba  en  duda  de  lo  que  haría,  mas 
fueron  muchas  veces  las  que  el  Señor  me  tornó  á  hablar  de  ello,  ponién- 
dome delante  tantas  causas  y  razones,  que  yo  veía  ser  claras  y  que  era  su 
voluntad,  que  ya  no  osé  hacer  otra  cosa  sino  decirlo  á  mi  confesor,  y  dile 
por  escrito  todo  lo  que  pasaba.  El  no  osó  determinadamente  decirme  que 
lo  dejase,  mas  veía  que  no  llevaba  camino  conforme  á  razón  natural,  por 
haber  poquísima  y  casi  ninguna  posibilidad  en  mi  compañera,  que  era  la 
que  lo  habla  de  hacer.  Dijome  que  lo  tratase  con  mi  Perlado,  y  que  lo  que 
él  hiciese,  eso  hiciese  yo:  yo  no  trataba  estas  visiones  con  el  Perlado,  sino 
aquella  señora  trató  con  él  que  quería  hacer  este  monasterio,  y  el  Provin- 
cial (2)  vino  muy  bien  en  ello,  que  es  amigo  de  toda  religión,  y  dióle  todo 
el  favor  que  fué  menester,  y  díjole  que  él  admitiría  la  casa:  trataron  de  la 
renta  que  había  de  tener,  y  nunca  queríamos  fuesen  más  de  trece  por  mu- 
chas causas. 

Analicemos  algunas  de  las  precedentes  palabras  de  Santa  Teresa.  Esta 
comunica  al  P.  .Mvarez  su  proyecto  y  además  las  revelaciones  que  sobre 

(1)  El  Jesuíta  P.  Baltasar  Alvarez. 

(2)  Fray  Ángel  de  Salazar,  hombre  prudentisinin  y  que  favoreció  mucho  andando  el 
tiempo  á  la  Descalcez,  apesar  de  ser  Calzado. 


—  244  — 

él  ha  recibido  del  cielo,  intimándole  al  mismo  tiempo  el  mandamiento  del 
Señor,  y  que  el  mismo  Señor  le  rogaba  que  no  lo  estorbase:  <Que  dijese 
á  su  confesor  esto  que  me  mandaba  y  que  le  rogaba  él  que  no  fuese  con- 
tra ello  ni  me  lo  estorbase».  ¿Cuál  fué  el  dictamen  del  P.  Alvarez?  «El  no 
osó  determinadamente  decirme  que  lo  dejase,  mas  veía  que  no  llevaba  ca- 
mino... por  haber  poquísima  y  casi  ninguna  posibilidad  en  mi  compañe- 
ra... (1)  Díjome  que  lo  tratase  con  mi  Prelado,  y  que  lo  que  él  hiciese,  eso 
hiciese  yo.> 

Hablando  el  autor  de  la  Reforma  sobre  esta  entrevista  de  la  Santa  con 
su  confesor  el  P.  Alvarez  dice  así: 

«Por  estos  mandatos  y  ruegos  no  se  atrevió  el  confesor  P.  Alvarez  á 
contradecirlo.  Pero  como  su  prudencia  humana  le  detenía  (2),  porque  no 
veía  renta  bastante,  tenía  por  muy  desacertada  la  resolución  y  descamina- 
da. Para  salir  de  esta  perplejidad  aconsejó  á  su  discípula  consultase  con 
el  Provincial  ó  para  dar  más  autoridad  y  firmeza  á  la  obra,  ó  para  impedir- 
la por  este  medio,  no  atreviéndose  á  hacerlo  por  sí  mismo>  (3). 

Debió  de  ser  esto  segundo,  es  decir,  que  la  mandó  el  confesor  P.  Al- 
varez, lo  consultase  con  su  Provincial  para  que  éste  lo  impidiese:  y  el 
fundamento  para  dar  esta  interpretación,  es  el  billete  que  la  escribió  des- 

(1)  Doña  Guiomar  de  Ulloa. 

(2)  Téngase  muy  presente  que  cuando  el  autor  de  la  Crónica  nos  dice  que  la  pru- 
dencia humana  detenía  al  P.  Alvarez,  no  se  debe  ésto  entender  de  aquella  prudencia 
de  la  cual  nos  habla  el  Evangelio  por  estas  palabras:  «Filii  hijus  soeculi  prudentiores 
sunt  in  generatione  sua,  etc.»  Esta  no  es,  ni  puede  ser  virtud;  la  prudencia  del  P.  Bal- 
tasar Alvarez,  era  verdadera  prudencia  y  verdadera  virtud,  pero  no  alcanzaba  á  lo  he- 
roico que  requería  el  caso  ó  punto  de  que  se  trata. 

Santo  Tomás  distingue  muy  bien  los  dones  del  Espíritu  Santo,  no  sólo  de  las  vir- 
tudes adquiridas,  como  es  evidente  y  claro;  sino  aun  de  las  virtudes  sobrenaturales  é 
infusas,  en  cuanto  que  los  dones  disponen  al  hombre  para  recibir  la  moción  de  Dios  y 
seguir  los  instintos  divinos.  «Similiter  autem,  dice  el  Santo  Doctor,  donum,  prout  dis- 
tinguitur  á  virtute  infusa,  potest  dici  id,  quod  datur  in  ordine  ad  motionem  ipsius,  quia 
scilicet  facit  hominem  bene  sequentem  suos  instintus' ,  y  añade  en  el  mismo  artículo: 
«dona  perficiunt  hominem  ad  altiores  actus,  quam  sint  actus  virtutum».  (1."  2.oe 
quaest.  61.*art.  1.°) 

(3)  Crónica  Carmelitana,  Libro  1.",  capítulo  XXXVI,  número  2. 


I 


-245- 

pués  que  mudó  d3  parecer  el  Provincial  y  no  quiso  admitir  el  monasterio, 
en  el  cjal  billete  decía  á  la  Santa:  «que  ya  vería  que  era  todo  sueño  en  lo 
que  había  sucedido,  que  se  enmendase  de  ahí  adelante  en  no  querer  sa- 
lir con  nida  ni  hablar  más  di  ello»,  lo  cual  manifi^^sta  que  él  nunca  lo  ha- 
bía aprobado  como  la  Crónica  Cjrrmlitana  lo  afirma  por  estas  palabras: 
'Y  conij  él  (P.  Baltasar  Alvarez)  por  su  dictamen  propio  nunca  la  había 
favorecido;  viéndola  ahora  desfavorecida  del  Provincial  la  escribió  el  di- 
cho billete  >  (1.) 

Del  mismo  parecer  es  el  autor  del  Año  Teresiano,  es  decir,  que  el  Pa- 
dre Alvarez  no  aprobó  el  proyecto,  como  veremos  después. 

Obedeciendo  Santa  Teresa  al  consejo  del  confesor  propuso  al  Provin- 
cial el  intento,  y  éste  vino  muy  bien  en  ello  como  ya  nos  ha  dicho  la  San- 
ta, pero  añade:  No  se  hubo  comenzado  á  saber  por  el  lugar,  cuando  no 
se  podía  escribir  en  breve  la  gran  persecución  que  vino  sobre  nosotras,  los 
dichos,  las  risas,  el  decir  que  era  disbarate;  á  mí,  que  bien  me  estaba  en 
mi  monasterio,  á  la  mi  compañera  tanta  persecución,  que  la  traían  fatiga- 
da. Yo  no  sabía  que  me  hacer,  en  parte  me  parecía  que  tenían  razón.  Es- 
tando ansí  muy  fatigada  encomendándome  á  Dios,  comenzó  su  Majestad 
á  consolarme  y  á  animarme:  dijome  que  aquí  vería  lo  que  habían  pasado 
los  santos  que  habían  fundado  las  religiones,  que  muchas  más  persecucio- 
nes tenía  por  pasar  de  las  que  yo  podía  pensar,  que  no  se  nos  diese  nada. 
Decíame  algunas  cosas  que  dijese  á  mi  compañera,  y  lo  que  más  me  es- 
pantaba yo,  es  que  luego  quedábamos  consoladas  de  lo  pasado  y  con  áni- 
mo para  resistir  á  todos;  y  es  ansí,  que  gente  de  oración  y  todo,  en  fin,  el 
lugar  no  había  casi  persona,  que  entonces  no  fuese  contra  nosotras  y  le 
pareciese  grandísimo  disbarate.  •  (2) 

«Entonces,  dice  el  P.  Ribera  (3),  vánse  las  dos  á  Santo  Tomás,  monas- 
terio principal  de  la  Orden  del  glorioso  Santo  Domingo  y  hablan  al  Padre 
Presentado  (4)  Fr.  Pedro  Ibáñez,  hombre  de  muchas  letras  y  de  mucha 

(1)  Crónica  Carmelitana,  Libro  1.°,  capitulo  37,  número  8. 

(2)  Vid.  cap.  XXXII. 

(3)  P.  Ribera,  libro  1.°,  capitulo  XIII. 

(4)  El  titulo  de  Presentado  en  la  Orden  de  Santo  Domingo,  equivale  al  de  Licen- 
ciado en  Teología. 


—  246  — 

religión-;  «porque  en  todo  el  lugar,  continúa  Santa  Teresa  (1),  no  teníamos 
quien  nos  quisiese  dar  parecer,  y  ansí  decían  que  sólo  era  por  nuestras 
cabezas.  Dio  esta  señora  cuenta  de  la  renta  á  este  santo  varón,  con  harto 
deseo  de  que  nos  ayudase,  porque  era  el  mayor  letrado  que  había  enton- 
ces en  la  ciudad  y  pocos  más  en  su  Orden.  Yo  le  dije  todo  lo  que  pensá- 
bamos hacer;  y  algunas  causas:  no  le  dije  cosa  de  revelación  ninguna,  sino 
las  razones  naturales  que  me  movían.  El  nos  dijo  que  le  diésemos  de  tér- 
mino ocho  días  para  responder  y  que  si  estábamos  determinadas  á  hacer 
lo  que  él  dijese. 

"Yo  le  dije  que  sí,  mas  aunque  yo  esto  decía  (y  me  parece  lo  hiciera) 
nunca  jamás  se  me  quitaba  una  seguridad  de  que  se  había  de  hacer.  Mi 
compañera  tenía  más  fe,  nunca  ella  por  cosa  que  la  dijesen  se  determina- 
ba á  dejarlo:  yo  (aunque  como  digo  me  parecía  imposible  dejarse  de  ha- 
cer) de  tal  manera  creo  ser  verdadera  la  revelación,  como  no  vaya  contra 
lo  que  está  en  la  Sagrada  Escritura  ó  contra  las  leyes  de  la  Iglesia,  que 
somos  obligados  á  hacer,  porque  aunque  á  mí  verdaderamente  me  parecía 
era  de  Dios,  si  aquel  letrado  me  dijera  que  no  lo  podíamos  hacer  sin  ofen- 
derle, y  que  íbamos  contra  conciencia,  parecióme  luego  me  apartara  de 
ello  y  buscara  otro  medio;  mas  á  mí  no  me  daba  el  Señor  sino  éste.- 

Decíame  después  este  siervo  de  Dios  que  lo  había  tomado  á  cargo  con 
toda  determinación  de  poner  mucho  en  que  nos  apartásemos  de  hacerlo 
(porque  ya  había  venido  á  su  noticia  el  clamor  del  pueblo  y  también  le 
perecía  desatino  como  á  todos  y  en  sabiendo  habíamos  ido  á  él,  le  envió 
á  avisar  un  caballero  que  mirase  lo  que  hacía,  que  no  nos  ayudase);  pero 
que  comenzando  á  mirar  lo  que  nos  había  de  responder  y  á  pensar  en  el 
negocio  y  el  intento  que  llevábamos,  y  manera  de  concierto  y  religión,  se 
le  asentó  ser  muy  en  servicio  de  Dios  y  que  no  Imhía  de  dejar  de  hacerse;  y 
ansí  nos  respondió  nos  diésemos  prisa  ú  concluirlo,  y  dijo  la  manera  y  tra- 
za que  se  había  de  tener,  y  aunque  la  hacienda  era  poca,  que  algo  se  había 
de  fiar  de  Dios,  que  quien  lo  contradijese  fuese  á  él  que  él  respondería  y 
ansí  siempre  nos  ayudó,  como  después  diré. 

•  Y  con  esto  fuimos  muy  consoladas,  y  con  que  algunas  personas  san- 


(1)     Vida,  capítulo  XXXII,  número  8. 


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tas  q.ie  nos  soiían  ser  contrarias,  estaban  ya  más  aplacadas,  y  algunas  nos 
ayjdaban:  entre  ellas  era  el  caballero  santo  (1)  de  quien  ya  he  hecho  men- 
ción, que  (como  lo  es  y  li  pareció  llevaba  camino  de  tanta  perfección  por 
ser  todo  nuestro  fundamento  en  oración)  aunque  los  medios  le  parecían 
muy  dificultosos  y  sin  camino,  rendia  su  parecer  á  que  podía  ser  cosa  de 
Dios,  que  el  mesmo  Señor  le  debía  mover,  y  ansí  hizo  al  maestro,  que  es 
el  clérigo  siervo  de  Dios  (2)  que  dije  que  había  hablado  primero,  que  es 
espejo  de  todo  el  lugar,  como  persona  que  le  tiene  Dios  en  él  para  reme- 
dio y  aprovechamiento  de  muchas  almas,  y  ya  venía  en  ayudarme  en  el 
negocio.» 

Leyendo  con  atención  el  precedente  pasaje,  no  podrá  menos  de  admi- 
rar el  lector  la  actitud  en  que  desde  un  principio  se  coloca  el  dominico 
P.  Ibáñez.  ^Se  le  asentó  (dice  la  Santa),  ser  muy  en  servicio  de  Dios...  y 
ansí  nos  respondió  nos  diésemos  prisa  á  concluirlo,  y  dijo  la  manera  y 
traza  que  se  había  de  tener,  y  que  aunque  la  hacienda  era  poca,  que  algo 
se  había  de  fiar  de  Dios,  que  quien  lo  contradijese  fuese  á  él,  que  él  res- 
pondería-. Y  téngase  muy  en  cuenta  que  Santa  Teresa  nada  le  dijo  de  las 
revelaciones  que  había  tenido  ni  los  mandatos  del  Señor;  todo  lo  cual  ha- 
bía manifestado  al  P.  Alvarez,  y  sin  embargo,  ¡qué  distinta  la  resolución 
de  uno  y  otro!  El  P.  Alvarez,  aun  con  las  revelaciones  y  mandatos  del  Se- 
ñor no  lo  aprueba:  el  P.  Ibáñez,  sin  saber  nada  de  estos  mandatos  del  Se- 
ñor, no  sólo  ¡o  aprueba  y  dice  ser  cosa  de  Dios,  sino  que  se  compromete 
á  defender  el  proyecto  de  Santa  Teresa  contra  quien  lo  contradiga:  al  Pa- 
dre Baltasar  le  parece  que  no  lleva  camino  por  la  poca  posibilidad:  el  Pa- 
dre Ibáñez  discurre  de  otro  modo,  y  dice  que  aunque  la  hacienda  es  poca, 
algo  hay  que  fiar  de  Dios,  y  responde  y  habla  de  esta  manera,  sin  cono- 
cimiento alguno  de  las  revelaciones:  -  no  le  dije  cosa  de  revelación  nin- 
guna, sino  las  razones  naturales  que  me  movieron  (3).   Esta  es  una  cir- 

(1)  Francisco  Salcedo.  Este  santo  caballero,  después  de  haber  vivido  algún  tiempo 
en  el  estado  de  matrimonio,  al  enviudar,  se  ordenó  de  Sacerdote.  Según  los  manuscri- 
tos del  convento  de  San  José,  asistió  durante  muchos  años  á  las  aulas  de  Teología  de 
este  Colegio. 

(2)  El  Maestro  Gaspar  Daza. 

(3)  «Tiró  las  primeras  lineas  para  forjar  la  planta  de  su  primer  convento,  y  a  pocos 


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cunstancia  digna  de  toda  ponderación  y  que  acredita  la  singular  perspica- 
cia del  P.  Ibáñez,  en  asunto  tan  delicado  (1). 

Con  este  parecer  del  P.  Ibáñez,  persona  tan  respetable  en  Avila  por  su 
virtud  y  su  ciencia,  algunos  de  los  que  lo  contradecían  se  aplacaron;  en- 
tre ellos  el  caballero  Salcedo  y  el  M.  Daza.  Pero  el  alboroto  de  la  ciudad 
continuaba,  y  á  todo  esto  se  añadió  el  alboroto  en  el  monasterio  de  la 
Encarnación  donde  era  profesa  Santa  Teresa,  y  llegó  esto  á  tanto  que  el 
Provincial  mudó  de  parecer  y  no  quiso  admitir  el  nuevo  monasterio  y  fun- 
dación. <Fueron  (dice  Santa  Teresa)  tantos  los  dichos  y  el  alboroto  de 
mi  mesmo  monasterio,  que  al  Provincial  le  pareció  recio  ponerse  contra 
todos,  y  ansí  mudó  el  parecer  y  no  lo  quiso  admitir:  dijo  que  la  renta  no 
era  segura,  y  que  era  poca,  y  que  era  mucha  la  contradición,  y  en  todo 


pasos  Ilubiera  parado  este  propósito,  si  la  Divina  Majestad  no  hubiese  aprontado  á  otro 
P.  Dominico,  que  !e  diese  curso,  espiritu  y  vigor.  Fué  este  grande  hombre  el  Reveren- 
dísimo Maestro  Fray  Pedro  Ibáñez,,  Lector  dei  Colegio  de  Santo  Tomás  de  Avila,  quien 
en  aquella  ocasión,  en  que  toda  la  Ciudad  juzgaba  delirio,  ilusión  y  ligereza  mujeril  la 
idea  del  nuevo  monasterio,  fué  bascado  de  la  misma  Santa,  y  de  aquella  Señora,  que 
la  acompañaba  en  este  intento,  para  que  decidiese  lo  que  se  debía  ejecutar-.  (Año  Te- 
resiano,  tomo  9.",  mes  de  Septiembre.) 

(1)  El  P.  Ribera  en  el  libro  1.°,  capítulo  13,  al  referir  como  Santa  Teresa  y  Doña 
Guiomar  bajaron  al  convento  de  Santo  Tomás  á  consultar  con  el  Dominico  P.  Ibáñez, 
indica  que  la  causa  de  ello  fué  por  no  malquistar  á  los  Padres  de  la  Compañía  con  los 
vecinos  de  Avila  de  quienes  necesitaban,  por  ser  aquellos  muy  pobres.  Santa  Teresa 
dice  expresamente,  que  bajaron,  porque  en  todo  el  lugar  no  teníamos  quien  nos  qui- 
siese dar  parecer»,  es  decir,  quien  aprobase  el  proyecto,  y  «porque  (el  Dominico  Padre 
Ibáñez)  era  el  rnayor  letrado  que  entonces  había  en  el  lugar  y  pocos  más  en  su  Orden.» 

La  causa  que  señala  el  P.  Ribera  dá  por  supuesto  que  los  Jesuítas  estaban  dispues- 
tos á  defender  y  apoyar  el  intento  de  la  Santa;  pero  que  no  acudieron  á  ellos  por  no 
malquistarlos  con  la  ciudad  que  estaba  revuelta  al  saber  lo  que  la  Santa  intentaba.  A 
nuestro  juicio  esa  suposición  del  P.  Ribera  no  tiene  fundamento  alguno,  pues  en  pri- 
mer lugar  el  P.  Alvarez,  según  expresión  del  mismo  P.  Ribera,  -no  quiso  decir  clara- 
mente á  la  Santa  que  lo  dejase,  aunque  le  parecía  era  cosa  que  no  llevaba  camino»  y 
esto  se  vio  claro  cuando  al  saber  que  el  Provincial  no  quiso  admitir  el  monasterio,  la 
escribió  «que  ya  veía  era  todo  sueño  y  que  se  enmendase  en  adelante.» 

Un  sujeto  que  piensa  de  esta  manera,  no  se  halla  en  disposición  de  apoyar  y  menos 
de  defender  á  nadie.  Añádase  á  esto  que  el  Rector  que  entonces  era  de  la  Compañía 


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parece  tenía  razón,  y  en  fin  lo  dejó  y  no  lo  quiso  admitir.  Nosotras,  que 
ya  parecía  teníamos  recibidos  los  primeros  golpes,  diónos  muy  gran  pena; 
en  especial  me  la  dio  á  mí  de  ver  al  Provincial  contrario,  que  con  querer- 
lo él,  tenía  yo  disculpa  con  todos.  A  la  mi  compañera  ya  no  la  querían 
absolver  si  no  lo  dejaba;  porque  decían  era  obligada  á  quitar  el  escán- 
dalo.- 

<Como  él  (P.  Provincial)  no  lo  quiso  admitir,  mi  confesor  me  mandó 
no  entendiese  más  en  ello;  con  que  sabe  el  Señor  los  grandes  trabajos  y 
aflicciones  que  hasta  traerlo  á  aquel  estado  me  había  costado.  Como  se 
dejó  y  quedó  ansí,  confirmóse  más  que  era  un  disbarate  de  mujeres,  y  á 
crecer  la  murmuración  sobre  mí,  con  haberlo  mandado  hasta  entonces  mi 
Provincial.  Estaba  muy  malquista  en  todo  mi  monasterio  (1),  porque  que- 


en  Avila,  el  P.  Diunisio  Vázquez  «nu  estaba  biüii  en  este  negocio  .  como  asegura  el 
mismo  biógrafo  en  el  capitulo  siguiente:  es  decir,  no  lo  aprobaba;  y  como  ellos  (los  Je- 
suítas) no  se  osan  bullir  en  expresión  de  la  Santa  sin  el  permiso  del  Superior,  se  com- 
prende en  que  cuerda  se  hallaban  tanto  el  P.  Alvarez  como  el  Rector.  Este  lo  desapro- 
baba; el  P.  Alvarez  además  de  no  poderse  bullir,  eri  un  joven  de  25  años,  de  carácter 
tímido  y  encogido,  en  un  periodo  de  su  vida  de  grande  turbación  y  oscuridad  interior, 
según  testifican  los  Bolandos,  todo  lo  cual  prueba  evidentemente  que  no  se  hallaban 
los  Padres  de  la  Compañía  en  disposición  de  defendc  á  Santa  Teresa,  y  que  es  muy 
cierto  que  no  había  en  toda  la  ciudad,  como  ella  escribe,  ni  jesuíta,  ni  nadie  que  apro- 
base su  proyecto. 

Es  más:  creemos  que  aún  después  de  haber  sucedido  el  P.  Salazar  en  el  cargo  de 
Rector  al  P.  Vázquez,  no  se  hallaban  los  Padres  de  la  Compañía  con  decisión  para 
defenderá  Santa  Teresa;  pues  se  necesitaron  am^ínazas  del  Señor,  según  afirma  la  mis- 
ma Santa,  para  que  no  se  opusiesen.  Y  sí  se  desea  otra  prueba  más,  la  tenemos  con- 
cluyente  en  lo  que  sucedió  á  los  pocos  días  de  fundarse  el  monasterio.  Se  reunieron 
de  todas  las  Órdenes  religiosas,  dos  letrados,  junto  con  el  Cabildo  y  proceres  de  la 
ciudad,  y  en  esa  reunión  ó  junta,  sólo  un  P.  Dominico  defendió  á  Santa  Teresa,  como 
lo  veremos  en  el  capítulo  siguiente.  ¿Cómo  no  la  def?nd¡eron  entonces  los  Jesuítas, 
presentándose  una  ocasión  tan  propicia?  A  nuestro  juicio  y  expresando  sencillamente  lo 
que  sentimos,  decimos  que  no  la  defendieron,  porque  no  se  hallaban  plenamente  conven- 
cidos de  que  esa  era  la  voluntad  de  Dios,  ni  de  que  entraba  en  los  planes  de  la  Provi- 
dencia divina  el  proyecto  de  la  Reforma.  Este  es  nuestro  sentir  después  de  analizar 
con  detención  y  concienzudamente  e!  contexto  de  la  Santa  sobre  este  punto  concreto. 

(1)     Convento  de  la  Encarnación. 


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ría  hacer  monasterio  más  encerrado;  dacían  que  las  afrentaba,  que  allí  po- 
día también  servir  á  Dios,  pues  había  otras  mejores  que  yo,  que  no  tenía 
amor  á  la  casa,  que  míjor  era  procurar  reata  para  ella  que  para  otra  parte. 
Unas  decían  que  me  echasen  en  la  cárcel,  otras  (bien  pocas)  tornaban  algo 
por  mí;  yo  bien  veía  que  en  muchas  cosas  tenían  razón,  y  algunas  veces 
dábales  descuento,  aunque  como  no  había  de  decir  lo  principal,  que  era 
mandármelo  el  Señor,  no  sabía  qué  hacer,  y  ansí  callaba.» 

Cuando  se  volvió  atrás  ó  mudó  de  parecer  el  Provincial,  y  supo  esto 
el  confesor  P.  Alvarez,  no  sólo  la  mandó  «que  no  entendiese  más  en  ello» 
sino  que  la  escribió  un  billete  en  que  la  decía  entre  otras  cosas  «que  ya 
veía  que  era  todo  sueño  en  lo  que  había  sucedido,  que  me  enmendase  de 
ahí  adelante  en  no  querer  salir  con  nada,  ni  hablar  más  de  ello,  pues  vela 
el  escándalo  que  había  sucedido*.  Este  billete  fué  la  causa  del  mayor  tra- 
bajo y  pena  que  la  Santa  padeció  en  todo  este  negocio  de  la  fundación  de 
su  primer  monasterio,  y  fué  necesario  que  el  Señor  la  consolase.  Oigámos- 
la á  ella  misma:  Lo  que  mucho  me  fatigó  fué  una  vez  que  mi  confesor, 
como  si  yo  hubiera  hecho  cosa  contra  su  voluntad  (también  debía  el  Se- 
ñor, querer  que  de  aquella  parte,  que  más  me  había  de  doler,  no  me  de- 
jare de  venir  trabajo;  y  ansí  en  esta  multitud  de  persecuciones,  que  á  mí 
me  parece  había  de  venir  del  el  consuelo),  me  escribió  que  ya  vería  que 
era  todo  sueño  en  lo  que  había  sucedido,  que  me  enmendase  de  ahí  ade- 
lante en  no  querer  salir  con  nada  ni  hablar  más  de  ello,  pues  veía  el  es- 
cándalo que  había  sucedido,  y  ot  as  cosas  todas  para  dar  pena.  Esto  me 
la  dio  mayor  que  todo  junto,  pareciéndome  si  había  sido  yo  ocasión  y  te- 
nido culpa  en  que  se  ofendiese;  y  que  si  estas  visiones  eran  ilusiones,  que 
toda  la  oración  que  tenía  era  engaño  y  que  yo  andaba  muy  engañada  y 
perdida.  Apretóme  ésto  en  tanto  extremo,  que  estaba  toda  turbada  y  con 
grandísima  aflicción;  mas  el  Señor  (que  nunca  me  faltó  en  todos  estos 
trabajos  que  he  contado,  hartas  veces  me  consolaba  y  esforzaba,  que  no 
hay  para  qué  lo  decir  aquí),  me  dijo  entonces,  que  no  me  fatigase,  que  yo 
había  mucho  servido  á  Dios  y  no  ofendídole  en  aquel  negocio,  que  hicie- 
se lo  que  me  mandaba  el  confesor  en  callar  por  entonces,  hasta  que  fuese 
tiempo  de  tornar  á  ello.> 

Al  decir  el  P.  Alvarez  que  ya  veía  ser  todo  sueño  y  que  se  enmenda- 


-251- 

se  en  adelante,  se  ve  que  ti  nunca  aprobó  el  intento  d¿l  monasterio,  y  está 
en  su  punto  el  autor  de  la  Reforma  cuando  escribe:  -Y  como  él  (P.  Balta- 
sar Alvarez)  por  su  dictamen  propio  nunca  lo  había  favorecido:  viéndola 
ahora  desfavorecida  del  Provincial  la  escribió  el  dicho  billete-  (1.) 

Pero  oigamos  al  autor  del  Año  Teresiano,  quien  tocando  este  punto  el 
día  7  de  Febrero,  dice  así: 

-Sufribles  parecieran  tantas  fatigas  interiores,  si  el  Señor  no  se  valiera 
de  exterior  y  sensible  mano  para  apretar  las  cuerdas  del  tormento  en  que 
gemía  su  tristeza. 

Eligió,  pues,  su  Majestad  la  de  su  confesor,  que  por  más  apta  para 
mitigar  su  desconsuelo,  se  trasformó  más  rígida,  dando  mayor  cuerpo  á 
sus  congojas.  Fué  este  ilustre  varón  el  espiritualisimo,  y  venerable  Padre 
Baltasar  de  Alvarez,  de  la  Compañía  de  Jesús,  que  en  todos  estos  lances 
no  habla  expresado  su  sentir  favoreciendo  al  monasterio;  y  al  ver  la  fun- 
dación tan  decaída,  escribió  á  la  Santa,  vituperando  el  hecho,  expresando, 
que  ya  conocería  en  la  experiencia  de!  combate  no  llevaban  camino  sus 
ideas;  que  era  temeridad  ir  contra  el  torrente  de  tan  sabios  dictámenes;  y 
en  fin,  que  para  obviar  tantos  disturbios,  estaba  obligado  á  prevenirla, 
con  fuerza  de  inandato.  el  que  desistiese  de  su  tema-.  (Año  Teresiano, 
tomo  2.") 

En  medio  de  este  alboroto  de  la  ciudad  y  del  convento  de  la  Encarna- 
ción, en  presencia  de  la  timidez  del  Provincial  y  su  mudanza  en  no  que- 
rer ya  admitir  el  monasterio,  y  cuando  el  jesuíta  P.  Alvarez  afligií)  tanto  á 
la  Santa,  diciéndola  que  era  sueño,  que  se  enmendase  en  adelante  y  man- 
dándola que  callase  y  no  hablase  más  en  ello,  ¿qué  pensaba?  ¿qué  hacía 
el  Dominico  P.  Ibáñez?  Oigamos  otra  vez  más  á  Santa  Teresa,  que  nos 
dice:  «El  sant(j  varón  Dominico  no  dejaba  de  tener  portan  cierto  como  yo 
que  se  había  de  hacer,  y  como  yo  no  quería  entender  en  ello  por  no  ir 
contra  la  obediencia  de  mi  co;ifesor,  negociábalo  él  con  mi  compañera,  y 
escribían  á  Roma  y  daban  trazas  ■.  ¡Quién  podrá  leer  sin  asombro  estas 
palabras  de  la  Seráfica  Virgen!  Se  alborota  la  ciudad,  se  conceptúa  loca  á 
la  Santa  y  digna  de  meterla  en  una  cárcel,  se  niega  el  Provincial  á  admitir 


(1)     Crónica  Caimclitunn.  Libro  1.".  capítulo  XXXVll,  número  H. 


~  252  - 

el  monasterio,  el  confesor  la  prohibe  hablar  en  adelan'e  más  de  tal  asunto 
y  la  dice  que  se  enmiende,  y  entonces  el  P.  Ibáíiez  tiene  por  cierto  que  se 
ha  de  hacer  el  monasterio,  y  como  la  Santa  nada  podia  negociar  por  no 
faltar  á  la  obediencia  al  confesor,  el  P.  Ibáñez  negocia  y  escribe  á  Roma 
áfin  de  sujetar  el  convento  al  Ordinario,  ya  que  el  Provincial  se  negaba  á 
recibirle. 

Añade  el  Año  Teresiano  en  el  lugar  citado:  •<No  cesaron  por  eso  las 
(diligencias)  de  su  compañera,  y  del  Presentado  Dominico,  quien  sin  la 
menor  duda  estaba  persuadido,  intentaba  el  Señor,  aquella  obra.  Este  con- 
cepto, y  su  celosa  actividad  le  servían  de  estímulo  para  no  dejarla  de  la 
mano.  Escribió  á  Roma  acerca  del  intento,  haciendo  otros  oficios,  que  no 
poco  sirvieron,  para  salir  bien  de  los  ahogos,  que  iremos  historiando».  Y 
en  el  día  treinta  de  Septiembre,  dice  así:  <Ya  tenemos  aquí,  después  de 
frustrados  muchísimos  afanes  para  la  fundación  del  monasterio,  restaurada 
la  idea  por  un  Religioso  Dominico,  y  en  él  un  castillo  roquero  para  defen- 
derle, y  llevar  adelante  su  prosecución.  Fuera  muy  largo  el  historiar  todos 
los  obstáculos  que  impedían  su  fábrica;  baste  decir,  que  el  Provincial  re- 
tractó la  licencia  que  había  ofrecido  para  esta  grande  obra;  que  todos  la 
graduaron  de  locura;  que  cesó  totalmente  por  entonces;  y  lo  que  es  mucho 
más  para  martirio  de  la  Santa,  fué  el  reprenderla  el  confesor...  -No  parece 
que  puede  figurarse  estado  más  adusto,  ni  mayor  imposibilidad,  que  aque- 
lla en  que  se  vio  en  este  lance  el  principio  de  nuestra  Descalcez;  mas 
como  el  Señor  ocultaba  su  fuerza,  y  restauración  en  el  patrocinio  de  San- 
to Domingo  de  Guzmán,  mantuvo  á  su  hijo  el  Presentado  Ibáñez  en  tan 
firme  constancia,  para  restablecer  lo  que  había  caido;  que  estable  en  su  pri- 
mer propósito,  enardeció  el  ánimo  para  seguir  la  idea,  recurriendo  á  Roma 
y  á  cuantos  arbitrios  eran  conducentes  para  asegurarlo. 

*En  este  lance  se  conoce  cuan  á  las  claras  quiso  dar  á  entender  la 
Majestad  Divina,  cómo  el  influjo  principal  para  la  erección  de  la  Reforma 
del  Carmelo  le  fiaba  el  Señor  á  Santo  Domingo  dé  Guzmán,  por  medio  de 
sus  hijos.' 

Para  apreciar  todo  lo  que  significaba  esa  actitud  del  P.  Ibáñez,  es  pre- 
ciso repetir,  que  nada  sabía  durante  este  periodo  de  las  revelaciones  de  la 
Santa,  y  que  ese  dictamen,  ese  mantenerse  como  un  castillo  en  su  prime- 


-253- 

ra  resolución,  era  solo  por  las  razones  naturales  que  la  Santa  le  había  ma- 
nifestado, para  llevar  adelante  su  intento. 

«Yo  le  dije  todo  lo  que  pensábamos  hacer,  y  algunas  causas;  no  le  dije 
cosa  de  revelación  ninguna,  sino  las  razones  naturales  que  me  movían, 
porque  no  quería  yo  nos  diese  parecer  sino  conforme  á  ellaS'. 

Ahora  veremos  qué  juicio  formó  también  en  el  primer  momento  que  la 
Santa  le  comunicó  todas  las  mercedes  y  revelaciones  que  del  Señor  había 
recibido.  Continúa  Santa  Teresa  de  esta  manera: 

<Aquí  me  enseñó  el  Señor  el  grandísimo  bien,  que  es  pasar  trabajos  y 
persecuciones  por  él;  porque  fué  tanto  el  acrecentamiento  que  vi  en  mi 
alma  de  amor  de  Dios  y  otras  muchas  cosas,  que  yo  me  espantaba;  y  ésto 
me  hace  no  poder  dejar  de  desear  trabajos,  y  las  otras  personas  pensaban 
que  yo  estaba  muy  corrida,  y  si  estuviera  si  el  Señor  no  me  favoreciera  en 
tanto  extremo  con  merced  tan  grande.  Entonces  me  comenzaron  los  gran- 
des ímpetus  de  amor  de  Dios  que  tengo  dicho,  y  mayores  arrobamientos, 
aunque  yo  callaba  y  no  decía  á  nadie  estas  ganancias.  El  Santo  varón  do- 
minico no  dejaba  de  tener  por  tan  cierto  como  yo  que  se  había  de  hacer, 
y  cómo  yo  no  quería  entender  en  ello  por  no  ir  contra  la  voluntad  de  mi 
confesor,  negociábalo  él  con  mi  compañera,  y  escribían  á  Roma  y  daban 
trazas.  También  comenzó  aquí  el  demonio  de  una  persona  en  otra  á  pro- 
curar se  entendiese  había  yo  visto  alguna  revelación  en  el  negocio,  é  iban 
á  mi  con  mucho  miedo  á  decirme,  que  andaban  los  tiempos  recios  y  que 
podía  ser  me  levantasen  algo  y  fuesen  á  los  Inquisidores.  A  mi  me  cayó 
esto  en  gracia  y  me  hizo  reír  (porque  en  este  caso  jamás  yo  temí,  que  sa- 
bía bien  de  mí  que  en  cosa  de  la  fe  contra  la  menor  ceremonia  de  la  Iglesia, 
que  alguien  yo  viese  iba  por  ella  ó  por  cualquier  verdad  de  la  Sagrada  Es- 
critura, me  pornía  yo  á  mil  muertes)  y  dije  que  de  eso  no  temiesen,  que  har- 
to mal  sería  para  mi  alma,  si  en  ella  hubiese  cosa  que  fuese  de  suerte  yo 
temiese  la  Inquisión;  que  si  pensase  había  para  qué,  yo  me  la  iría  á  bus- 
car, y  que  si  era  levantado,  que  el  Señor  me  libraría  y  quedaría  con  ganan- 
cia. Y  trátelo  con  este  padre  mío  Dominico  (1)  (que  como  digo  era  tan  le- 
trado que  podía  bien  asegurar  con  lo  que  él  me  dijese)  y  díjele  entonces  to- 


(1)     Vida  de  la  Santa,  capitulo  XXXIH,  número  3. 


-254- 

das  las  visiones  y  las  grandes  mercedes  que  el  Señor  me  hacía  y  supliquéle 
lo  mirase  bien  y  me  dijese  si  había  algo  contra  la  Sagrada  Escritura  y  lo  que 
de  todo  sentía.  El  me  aseguró  mucho  y  á  mi  parecer  le  hizo  provecho:  por- 
que aunque  él  era  muy  bueno,  de  allí  adelante  se  dio  mucho  más  á  la  ora- 
ción y  se  apartó  á  un  monasterio  de  su  Orden,  donde  hay  mucha  soledad 
para  poder  ejercitarse  en  esto,  á  donde  estuvo  más  de  dos  años;  y  sacóle 
de  allí  la  obediencia  (quj  él  sintiu  harto)  porque  le  hubieron  menester 
como  era  persona  tal.  Y  yo  en  parte  sentí  mucho  cuando  se  fué  (aunque 
no  se  lo  estorbé),  por  la  gran  falta  que  me  hacía;  mas  entendí  su  ganancia, 
porque  estando  con  harta  pena  de  su  ida,  me  dijo  el  S?ñor  que  me  conso- 
lara y  no  la  tuviese,  que  bien  guiado  iba.  Vino  tan  aprovechada  su  alma 
di  allí,  y  tan  adelante  en  aprovechamiento  de  espíritu,  que  me  dijo  cuando 
vino,  que  por  ninguna  cosa  quisiera  haber  dejado  de  ir  allí.  Y  yo  también 
podía  decir  lo  mesmo,  porque  lo  que  antes  me  aseguraba  y  consolaba  con 
solas  sus  letras,  ya  lo  hacía  también  con  la  experiencia  de  espíritu,  que 
tenía  harta  de  cosas  sobrenaturales;  y  trájole  Dios  á  tiempo  que  vio  su  Ma- 
jestad había  de  ser  menester  para  ayudar  á  su  obra  de  este  monasterio, 
que  quería  su  Majestad  se  hiciese  (1.) 

Fijemos  nuestra  atención  en  algunas  de  las  palabras  precedentes  de 
la  Mística  Doctora.  Por  primera  vez,  y  después  de  todo  lo  que  ha  prece- 
dido, manifiesta  la  Santa  sus  revelaciones  al  P.  Ibáñez,  y  éste,  sin  más 
examen  que  la  candida  y  sencilla  relación  hecha  por  Santa  Teresa,  las 
aprueba,  y  ve  en  ellas  el  dedo  de  Dios,  y  no  sólo  las  aprueba,  sino  que 
le  sirven  para  correr  como  gigante  en  los  caminos  de  la  santidad.  ¿Quién 
no  ve  también  el  dedo  de  Dios  en  esta  conducta  del  P.  Ibáñez?  ¿Quién 
no  ve  en  él  aquella  gracia  gratis  data,  que  el  apóstol  llama  discreción  ó 
discernimiento  de  espíritus?  ¿Quién  no  ve  que  el  P.  Ibáñez,  en  todos  es- 
tos negocios  es  gobernado,  no  según  las  reglas  comunes  de  las  virtudes, 
aun  cuando  sean  las  infusas:  sino  bajo  la  moción  extraordinaria  y  alta  de 


(1)  En  este  tiempo  recibió  Santa  Teresa  en  esta  Iglesia  de  Santo  Tomás  de  Avila 
la  merced  grande  de  oue  hemos  hecho  mención  en  el  capitnio  II,  de  la  primera  parte 
de  esta  obra.  Estando  en  estos  niesmos  días  (el  de  Nuestra  Señora  de  la  Asunción)  en 
un  monasterio  de  la  Orden  del  glorioso  Santo  Domingo... > 


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los  dones  del  divino  espíritu?  Léanse,  entr'j  otros,  los  capítulos  XXVlI, 
XXVIII  y  XXIX  de  su  Vida,  y  se  verán  los  terribles  martirios  que  la  San- 
ta padeció,  por  no  hallar  quién  entendiese  su  espíritu.  Llega  ahora  el  Pa- 
dre ibáñez,  y  al  instante  define  que  es  espíritu  de  Dios  el  que  la  guia. 

Mas  continuemos  exponiendo  todo  el  proceso  y  trámites  por  que  tuvo 
que  pasar  hasta  terminar  la  fundación  de  su  primer  monasterio. 

Al  fin  de  este  tiempo,  habiéndose  ido  de  aquí  el  Rector  que  estaba 
en  la  Compañía  de  Jesús  (1),  trajo  su  Majestad  aquí  otro  muy  espiritual; 
fuéme  á  ver  este  Rector...  (2);  consoléme  mucho:  desde  á  poco  que  le  trata- 

(1)  Entiéndese  taniliién  que  los  miedos  y  recatos  y  apreturas,  más  procedian  del 
Rector  que  entonces  gobernaba  que  del  confesor  (P.  lialtasar  Alvarez);  si  bien  él  no 
era  puco  estorbo  >.  (Clónica  Carmelitana,  libro  1  ",  capitulo  XXXVIil,  número  3.) 

(2)  Este  Rector  de  la  Compañía,  fué  el  V.  í^.  üaspar  Salazar,  uno  de  los  hombres 
más  espirituales  que  tuvo  la  Compania  en  sus  principios.  Profesó  en  dicho  instituto 
por  el  año  de  1552.  Desempeñó  más  tarde  el  cargo  de  Rector  en  San  Gil  de  Ávila,  y 
contrajo  entonces  muy  estrecha  amistad  con  nuestra  Santa  que  duró  toda  la  vida.  In- 
tentó más  tarde  pasar  á  la  Descalcez,  con  cuyo  motivo  se  cruzaron  cartas  y  contesta- 
ciones muy  agrias  entre  el  P.Juan  Suárez,  Provincial  entonces  de  la  Compañía  en  Cas- 
tilla y  la  Seráfica  Virgen  Santa  Teresa.  Era  ésta  tan  amiga  de  claridad  y  llaneza  que 
se  perdía  por  ella:  «una  claridad  y  llaneza,  escribe  (a),  perlas  que  soy  perdida»,  y  como 
creyó  faltaba  ésta  en  las  cartas  del  Provincial  Jesuíta,  sufrió  mucho  y  asi  escribiendo  al 
P.  Gonzalo,  Rector  de  la  Compañía  en  Avila,  le  decía  (b):  «Jesús.— Sea  con  V.  R.  el 
Espíritu  Santo.  Yo  he  tornado  á  leer  la  carta  del  P.  Provincial  más  de  dos  veces  y 
siempre  halo  en  ella  tan  poca  llaneza  para  conmigo,  y  tan  certificado  lo  que  no  me  ha 
pasado  por  pensamiento,  que  no  se  espante  su  Paternidad  que  me  diese  pena.  En  otra 
carta  al  P.  Gracián  se  queja  de  esta  misma  falta  en  el  Provincial  Jesuíta,  y  así  le  dice 
con  cierta  ironía  (c):  «Mire  vuestra  Paternidad  qué  sencillez».  Y  por  fin  le  decía  al  Pa- 
dre Gracián:  «Ahí  envío  á  vuestra  Paternidad  una  carta  que  me  escribió  el  Provincial 
de  la  Compañía  sobre  el  negocio  de  Carrillo  (P.  Salazar),  que  me  disgustó  harto,  tanto 
que  quisiera  responderle  peor  de  lo  que  le  respondí,  porque  sé  que  le  había  dicho  que 
yo  no  había  sido  en  esta  mudanza,  como  es  verdad,  que  cuando  lo  supe  me  dio  harta 
pena,  como  á  vuestra  Paternidad  escribí,  y  con  gran  deseo  de  que  no  fuese  adelante. 
Le  escribí  una  carta  cuan  encarecidamente  pude,  como  en  esa  que  respondo  al  Provin- 

(a)  La  Fuente,  edición  1881,  Carta  90. 
(h)  La  Fuente,  edición  1881,  Caria  184. 
(c)     La  Fuente,  edición  1381,  Carta  185. 


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ba,  comenzó  el  Señor  á  tornarme  á  apretar,  que  tornase  á  tratar  el  negocio 
del  monasterio  y  que  dijece  á  mi  confesor  y  á  este  Rector  muchas  razones 
y  cosas  pa''"a  que  no  lo  estorbasen,  y  algunas  los  hacían  temer >  (1).  Co- 
mentando la  Crónica  Carmelitana  estas  palabras,  dice  así  (2):  «Según  esto 
amenazas  se  mezclaban  entre  los  mandatos.  No  se  fiaba  el  Señor  de  la 
corta  cortesía  humana  y  servíase  del  temor  para  que  no  lo  impidiesen>. 
«Porque  este  Rector,  continúa  Santa  Teresa,  nunca  dudó  en  que  era  espí- 
ritu de  Dios,  porque  con  mucho  estudio  y  cuidado  miraba  todos  los  efec- 
tos. En  fin,  de  muchas  cosas  no  se  osaron  á  atrever  á  estorbármelo  (3): 
tornó  mi  confesor  á  darme  licencia  que  pusiese  en  ello  todo  lo  que  pudie- 
se. Concertamos  se  tratase  con  todo  secreto  y  ansí  procuré  que  una  her- 
mana mía  comprase  la  casa  y  la  labrase  como  que  era  para  si...  porque  yo 
traía  gran  cuenta  en  no  hacer  cosa  contra  la  obediencia,  mas  sabía,  que  si 
lo  decía  á  mis  Prelados,  era  todo  perdido  como  la  vez  pasada  (4).  Por 
mucho  cuidado  que  yo  traía  (5)  para  que  no  se  entendiese  mucho  en  al- 
gunas personas;  unas  lo  creían  y  otras  no.  Yo  temía  que  venido  el  Provin- 
cial (á  Avila)  si  algo  le  dijesen  de  ello  me  había  de  mandar  no  entender  en 
ello,  y  luego  era  todo  cesado*.  «Como  en  esta  casa  (6)  que  se  hizo  el  mo- 


cial  se  lo  juro:  que  están  de  suerte  que  me  pareció,  sino  era  con  tanto  encarecimiento, 
no  lo  creerían,  é  importa  mucho  lo  crean  por  eso  de  las  revelaciones  que  dice,  no  pien- 
sen que  por  esa  vía  le  he  persuadido,  pues  es  tan  gran  mentira».  Desistió  por  fin  de  su 
empeño  el  P.  Salazar  al  ver  el  sesgo  que  tomaba  el  negocio  y  murió  santamente  en 
la  Compañía  de  1593  á  los  61  años  de  su  edad. 

(1)  Vida  de  la  Santa,  capitulo  XXXIII,  número  5. 

(2)  Crónica  Carmelitana,  libro  1.",  capitulo  XXX VIH,  número  3. 

(3)  Aunque  el  P.  Rector  entendió  era  espíritu  de  Dios,  según  el  testimonio  de  la 
Santa,  sin  embargo,  diciendo  ella  misma  "que  algunas  cosas  que  de  parte  de  Dios  decía 
al  confesor  y  al  Rector  los  hacía  ^emer,  y  en  fin,  de  muchas  cosas  no  se  osaron  atrever 
á  estorbárselo  ,  con  lo  cual  sin  duda  se  da  á  entender,  que  no  solo  el  confesor  P.  Al- 
varez,  sino  aun  el  mismo  P.  Rector  se  oponía  á  que  la  obra  del  monasterio  se  llevase 
adelante.  Por  eso  dice  muy  bien  la  Crónica  Carmelitana  que  el  Señor  mezclaba  ame- 
nazas con  ios  mandatos  y  se  servía  del  temor  para  que  no  lo  estorbasen. 

(4)  Cuando  el  Provincia!  mudó  de  parecer  y  no  admitió  el  monasterio.  Vida,  capi- 
tulo XXXllI,  número  6. 

Í5)     Vida,  capitulo  XXXIV,  número  1. 
(6)     Vida,  capitulo  XX XVI,  número  3. 


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nasterio  era  en  la  que  estaba  mi  cuñado  (1)  (que  como  he  dicho  la  habia 
él  comprado  por  disimular  mejor  el  negocio),  con  licencia  estaba  yo  en 
ella  y  no  hacia  cosa  que  no  fuese  con  parecer  de  letrados...  y  guardándome 
lo  supiesen  mis  Prelados,  me  decian  lo  podía  hacer,  porque  por  muy  poca 
imperfección  que  me  dijeran  era,  mil  monasterios  me  parece  dejara,  cuan- 
to más  uno  .  No  vino  el  Provincial  á  Avila,  antes  ignorando  lo  que  aquí 
sucedía  la  envió  un  precepto  de  obediencia  á  fin  de  que  se  trasladase  á 
Toledo  para  consolar  á  la  duquesa  de  Medinaceli,  Doña  Luisa  de  la  Cer- 
da, estuvo  allí  poco  más  de  medio  año  (2),  al  cabo  del  cual  el  Provincial 


(1)  D.Jiuin  de  Ovalle  casado  con  Doña  Juana,  hermana  de  Santa  Teresa,  quienes 
se  trasladaron  temporalmente  á  petición  de  la  Sania  desde  Alba,  donde  residían  á  Avi- 
la, á  fin  de  disimular  la  compra  y  arreglo  de  la  casa  que  se  destinaba  para  convento. 
Figuraba  al  frente  de  las  obras  que  se  hacian  D.  Juan,  pero  quien  las  dirigía  secreta- 
mente era  Santa  Teresa. 

(2)  Durante  esta  estancia  de  Santa  Teresa  en  Toledo,  tuvo  lugar  en  la  Iglesia  de 
Dominicos  de  San  Pedro  Mártir,  el  suceso  maravilloso  del  P.  García  de  Toledo,  del 
cual  hemos  hablado  en  el  capitulo  IV  de  la  primera  parte. 

En  ese  niisn  ^  tiempo  que  la  Santa  vivió  en  Toledo  el  15(32,  en  el  Palacio  de  Doña 
Luisa  de  la  Cerda,  se  encontró  alli  con  una  beata  que,  como  Santa  Teresa  escribe: 
•  con  no  saber  leer  !a  dijo  que  la  Regla  carmelitana,  antes  de  la  relajación  ó  mitigación 
no  permitía  tener  piopio  (renta)  cosa  que  ella  ignoraba  con  tanto  haber  andado  leyen- 
do las  Constituciones."  Era  esta  Beata  la  V.  Ana  de  Jesús,  natural  de  Granada. 

Había  estado  casada,  y  habiendo  enviudado,  fundó  en  Alcalá  de  Henares,  el  1563, 
un  convento  de  Carmelitas  Descalzas,  llamado  de  la  Imagen,  y  allí  mismo  murió  en 
olor  de  santidad  en  1580. 

Aunque  Santa  Teresa,  siguiendo  su  espíritu  y  los  grandes  deseos  que  Dios  la  daba 
de  pobreza,  hubiera  querido  establecer  sobre  ella  su  Reforma,  es  lo  cierto  que  condes- 
cendiendo con  la  humana  flaqueza,  cuando  por  primera  vez  propuso  su  intento  de  fun- 
dar el  convento  de  San  José  á  su  confesor,  ai  Jesuíta  P.  Alvarez,  y  después  al  dominico 
P.  Ibáñez,  propuso  su  proyecto  bajo  la  base  de  que  tuviera  renta.  Así  se  explica  la 
contestación  del  jesuíta  P.  Alvarez;  "que  no  llevaba  camino  conforme  á  razón  natural, 
por  haber  poquísima  y  casi  ninguna  probabilidad  de  renta  en  su  compañera-'  (Doña 
Guiomar):  y  en  el  capituio  XXXII,  al  referir  la  consulta  con  el  donnnico  P.  Pedro  Ibá- 
ñez: «Dio,  dice  esta  señora  (Doña  Guiomar),  relación  de  todo  y  cuenta  de  la  renta  que 
tenía  de  su  mayorazgo».  Por  todo  lo  cual,  y  más  aún  por  las  palabras  del  P.  Ibáñez, 
cuando  dijo:   -que  aunque  la  hacienda  era  poca,  que  algo  se  había  de  fiar  de  Dios, 

17 


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la  alzó  el  precepto  de  obediencia  dándole  licencia  para  venirse  ó  estarse, 
como  ella  más  quisiese.  Pero  el  Señor  la  dijo:  «En  ninguna  manera,  hija, 
dejes  de  ir:  ve  con  ánimo  y  sea  luego».  «^Partida  (1)  de  aquella  ciudad, 
dice  la  Santa,  venía  muy  contenta  por  el  camino.  La  noche  misma  que 


que  quien  lo  contradijese  que  fuese  á  él,  que  él  responderla»,  se  ve  claramente  que  el 
primer  intento  de  Santa  Teresa,  era  fundar  con  renta. 

Tan  corriente  es  esto,  que  empieza  el  primer  capítulo  del  Camino  de  Perfección,  por 
estas  palabras:  «Al  principio  que  se  comenzó  este  monasterio  á  fundar,  por  las  causas 
que  en  el  libro  que  digo  tengo  escrito,  están  dichas,  con  algunas  grandezas  del  Señor, 
en  que  dio  á  entender  se  había  mucho  de  servir  en  esta  casa,  no  era  mi  intención  hu- 
biese tanta  aspereza  en  lo  exterior,  ni  que  fuese  sin  renta,  antes  quisiera  hubiera  posi- 
bilidad para  que  no  faltara  nada.  En  fin,  como  flaca  y  ruin,  aunque  algunos  buenos  in- 
tentos llevaba  más  que  mi  regalo».  Cuando  ahora  Santa  Teresa  comunicó  en  Toledo 
con  esta  Beata,  terciaria  del  Carmen,  mudó  de  parecer,  y  se  decidió  á  fundar  su  primer 
convento,  no  con  renta,  sino  en  pobreza.  El  P.  Pedro  Ibáñez,  á  quien  la  Santa  consul- 
tó, se  opuso  á  este  nuevo  parecer,  y  'e  escribió  dos  pliegos  de  contradición  y  Teolo- 
gía, al  cual  respondió  Santa  Teresa  con  mucha  gracia,  diciendo:  «que  para  no  seguir  los 
consejos  de  Cristo,  que  no  quería  aprovecharse  de  Teología,  ni  con  sus  letras  le  hicie- 
se en  este  caso  merced».  Poco  después,  también  cambió  de  parecer  dicho  V.  P.  Ibáñez, 
ó  más  bien  como  la  Santa  escribe  en  el  número  1."  «También  volvió  el  Señor  el  corazón 
del  Presentado  digo  el  religioso  dominico»,  y  entonces  con  este  parecer,  y  sobre 
todo  el  de  San  Pedro  de  Alcántara,  gran  maestro  de  la  pobreza,  llevó  la  Santa  adelan- 
te su  plan,  é  hizo  su  primera  fundación  de  San  José  de  Avila  bajo  la  más  estrecha 
pobreza. 

«Pasados  algunos  años,  escribe  el  P.  Ribera,  nuidó  Santa  Teresa  de  parecer,  no 
por  su  voluntad,  sino  porque  personas  muy  letradas  y  espirituales  hicieron  grande  ins- 
tancia en  que  le  mudase,  y  particulaunente  el  P.  M.  Fr.  Domingo  Báñez,  diciéndola  que 
pues  al  Santo  Concilio  Tridentino  había  parecido  cosa  conveniente  tener  renta  los  mo- 
nasterios, y  especialmente  era  más  menester  ésto  en  monasterios  de  monjas,  no  qui- 
siese ella  saber  más  que  el  Concilio,  á  quien  alumbra  el  Espíritu  Santo.  También  se 
entiende  (aunque  de  ésto  no  estoy  del  todo  cierto)  que  la  mandó  nuestro  Señor  se  lle- 
gase al  parecer  de  estos  siervos,  y  ella  lo  hizo  así,  como  quien  en  todo  obedecía  á 
Dios  y  á  sus  ministros,  y  no  se  casaba  con  su  propio  juicio.  No  hubo  en  esto  contra- 
dición ninguna  en  las  revelaciones  que  tuvo,  antes  fué  gran  providencia  de  Dios  man- 
dar primero  lo  uno  y  después  lo  otro.    (Librt)  2.",  capitulo  III.) 

(1)     De  Toledo  para  Avila.  Este  viaje  le  hizo  la  Santa  á  principios  de  Julio  de  15fi2. 
Vida  de  la  Santa,  capítulo  XXXVI,  número  0. 


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llegué  á  esta  tierra  (á  Avila),  llegó  nuestro  despacho  para  el  monasterio  y 
Breve  de  Roma  (1).  que  yo  me  espanté  y  se  espantaron  los  que  sabían  la 
prisa  qui  me  había  dado  el  Señor  á  la  venida,  cuando  supieron  la  gran  ne- 
cesidad que  había  de  ello  y  á  la  coyuntura  que  el  Señor  me  traía;  porque 
hallé  aquí  al  Obispo  y  al  Santo  Fr.  Pedro  de  Alcántara  y  á  otro  caballero 
muy  siervo  de  Dios.- 

<No  faltó,  dice  la  Crónica  Carmelitana  (2),  el  P.  Presentado  Fr.  Pedro 
ibáñez,  Dominico,  y  acabaron  con  el  Obispo  admitiese  el  monasterio». 
«Todo  se  hizo  (3),  continúa  Santa  Teresa,  debajo  de  gran  secreto,  porque 
á  no  ser  ansí,  no  sé  si  se  pudiera  hacer  nada,  según  el  pueblo  estaba  mal 
con  ello.  Ordenó  el  Señor  que  estuviese  malo  un  cuñado  mío  y  su  mujer 
no  aquí  y  en  tanta  necesidad,  que  me  dieron  licencia  para  estar  con  él  (4), 
y  con  esta  ocasión  no  se  entendió  nada,  aunque  en  algunas  personas  no 
dejaba  de  sospecharse  algo,  mas  aun  no  lo  creían...  Pasé  harto  trabajo  en 
procurar  con  unos  y  con  otros  que  se  admitiese  (el  monasterio)  y  con  el 
enfermo  y  con  los  oficiales  para  que  se  acabase  la  casa  á  mucha  prisa,  para 
que  tuviese  forma  de  monasterio,  que  faltaba  mucho  de  acabarse...  Pues 
todu  concertado,  fué  el  Señor  servido  que  el  día  de  San  Bartolomé  toma- 
ran el  hábito  algunas  (cuatro)  y  se  puso  el  Santísimo  Sacramento:  con  toda 
autoridad  y  fuerza  quedó  hecho  nuestro  monasterio  del  glorioso  Padre 
Ntro.  San  José,  año  de  1562  (5.) 


(1)  Este  Breve  fué  el  que  negoció  en  Roma  nuestro  P.  Fr.  Pedro  Ibáñez,  cuando  el 
Provincial  Carmelitano  se  negó  á  admitir  el  monasterio,  y  el  Jesuíta  P.  Alvarez  mandó 
á  Santa  Teresa  que  no  entendiese  ni  hablase  más  sobre  la  fundación  de  San  José  de 
Avila. 

(2)  Libro  l.°,  capitulo  XLll. 

(3)  Vida  de  la  Santa,  capitulo  XXXVI. 

(4)  No  se  prometía  clausura  en  el  monasterio  de  la  Encarnación,  y  por  eso  pudo 
Santa  Teresa  salir  á  casa  de  su  cuñado. 

(5)  Dio  los  hábitos  y  puso  el  Santisimo  Sacramento  el  Maestro  Daza,  pariente  de 
Santo  Domingo  por  parte  de  su  Santa  Madre  la  Beata  Juana  de  Aza  ó  Daza,  según  lo 
testificó  él  mismo,  á  quien  comisionó  el  Sr.  Obispo  D.  Alvaro  de  Mendoza,  gran  pro- 
tector de  Teresa  de  Jesús.  Todos  los  años  el  día  de  San  Bartolomé  asiste  y  va  el  Ca- 
bildo Catedral  en  procesión  á  la  iglesia  de  San  José,  donde  celebra  una  misa  s  )lemne 


—  260- 

■Pues  queriendo  descansar  (1)  después  de  comer  un  poco  (porque  en 
toda  la  noche  no  había  sosegado  ni  en  otras  algunas...  y  todos  los  días 
bien  cansada)  como  se  había  sabido  en  mi  monasterio  y  en  la  ciudad  lo 
que  se  había  hecho,  había  en  él  mucho  alboroto...  Luego  la  Prelada  me 
envió  á  mandar  que  á  la  hora  me  fuese  allá  (2).  Yo,  en  viendo  su  manda- 
miento, dejo  mis  monjas  harto  penadas  y  voyme  luego  con  tener  creído  me 
habían  de  echar  en  la  cárcel»  (3.) 

Estuvo  la  Santa  Madre  en  la  Encarnación  desde  el  24  de  Agosto  hasta 
Diciembre  sin  que  pudiese  recabar  licencia  del  Provincial  Fr.  Ángel  Sala- 
zar  para  que  volviese  á  San  José.  Las  MM.  Francesas  afirman  que  no  se 
trasladó  definitivamente  hasta  la  Cuaresma  de  1563. 

Por  este  tiempo,  ó  sea  pocos  días  después  del  24  de  Agosto,  fiesta  de 
San  Bartolomé,  fecha  memorable  para  la  Descalcez,  tuvo  lugar  una  junta 
magna  de  todas  las  Autoridades  y  personas  respetables  de  esta  ciudad, 
con  el  fin  de  deshacer  el  monasterio  que  acababa  de  fundarse.  Al  hablar  del 
P,  Domingo  Báñez  describiremos  detalladamente  todo  lo  ocurrido  en  ella; 
sólo  se  consignará  aquí  lo  que  sobre  este  particular  nos  dice  la  Crónica  de 
la  Reforma,  con  estas  significativas  palabras  (4):  <  El  P.  Presentado  Fr.  Pe- 
dro Ibáñez  no  parece  haberse  hallado  en  esta  junta;  pues  de  su  celo,  esti- 
ma de  la  Santa  y  de  la  fundación,  no  esperáramos  menos  resistencia  que 
la  del  P.  M.  Báñez. 

En  efecto:  no  se  hallaba  entonces  en  Avila,^pero  vino  poco  después  de 
celebrada  la  junta,  ó  mejor  dicho,  como  se  expresa  el  P.  Ribera  (5),  4e 
trajo  Dios...  para  aplacar  los  corazones  de  muchos,  como  lo  hizo,  por  la 
grande  opinión  que  se  tenía  de  sus  letras  y  santidad,  orillando  la  última 


con  sermón,  alusivo  á  este  grande  acontecimiento,  honrando  de  este  modo  la  memoria 
de  la  indita  Virgen  Aviiesa. 

(1)  Vida,  capítulo  XXXVI,  número  6. 

(2)  La  Priora  de  la  Encarnación,  que  era  Doña  María  de  Luna. 

(3)  Según  tradición  del  convento  de  la  Encarnación,  la  Santa  estuvo  realmente  al- 
gunas horas  de  la  tarde  del  día  24  de  Agosto  en  la  cárcel  del  monasterio,  que  es  una 
celda  sin  ventana. 

(4)  Crónica  Carmelitana,  libro  1.",  capítulo  XLV,  número  4. 

(5)  P.  Ribera,  libro  2.",  capítulo  V. 


-261  — 

dificultad  de  parte  de  la  ciudad  que  el  Corregidor  oponía,  confundido  ya 
por  el  discurso  del  P.  M.  Báñez  .  Llevaba  á  mal  el  Corregidor,  dice  la 
Crónica  Carmelitana  (1).  no  salir  con  algo  y  porfiaba  en  la  renta;  vino  á 
buen  tiempo  el  P.  lb¿iñez  y  como  persona  de  tanta  autoridad  y  letras  valió 
con  él  y  con  los  Regidores  para  que  no  porfiasen,  con  que  poco  á  poco 
fué  sosegándose  la  tempestad.  - 

Ya  no  faltaba  más  para  coronar  la  obra,  sino  que  la  Santa  Madre  vi- 
niese de  la  Encarnación  á  San  José,  pero  parecía  cosa  imposible  en  expre- 
sión de  la  Santa  conseguir  del  Provincial  tal  licencia.  Vencer  estos  impo- 
sibles estaba  reservado  al  bendito  P.  Ibáñez.  Así  consta  de  la'  Crónica 
Carmelitana,  que  en  el  libro  1.",  capítulo  XLVII,  número  1,  dice  así:  <  Vien- 
do ya  la  Santa  los  vientos  en  su  favor,  procuró  por  medio  del  Presentado 
Fr.  Pedro  Ibáñez  la  licencia  del  Provincial. > 

Pero  oigamos  á  la  misma  Santa  Teresa  que  nos  lo  cuenta  de  esta  ma- 
nera: Pues  aplacada  ya  algo  la  ciudad  dióse  tan  buena  maña  el  P.  Pre- 
sentado Dominico  que  nos  ayudaba,  aunque  no  estaba  presente,  mas  ha- 
bíale traído  el  Señor  á  un  tiempo,  que  nos  hizo  harto  bien,  y  pareció  ha- 
berle su  Majestad  para  sólo  este  fin  traído,  que  me  dijo  él  después,  que 
no  había  tenido  para  qué  venir,  sino  que  acaso  lo  había  sabido.  Estuvo  lo 
que  fué  menester;  tornado  á  ir  procuró  por  algunas  vías  que  nos  diese  li- 
cencia Ntro.  P.  Provincial  para  venir  yo  á  esta  casa  con  otras  algunas 
conmigo  (que  parecía  casi  imposible  darla  tan  en  breve...)  Fué  grandísimo 
consuelo  para  mí  el  día  que  vinimos  (2).  Estando  haciendo  oración  en  la 
iglesia,  antes  que  entrase  en  el  monasterio  estando  casi  en  arrobamiento, 
vi  á  Cristo  que  con  grande  amor  me  pareció  me  recibía  y  me  ponía 

(1)  Crónica  Carmelitana,  libro  1.",  capitulo  IVL,  número  3. 

(2)  Es  tradición  que  ai  venir  la  Santa  definitivamente,  en  Diciembre  de  1562,  ó  á 
mitad  de  cuaresma  del  año  siguiente,  como  opinan  otros,  de  la  Encarnación  á  su  con- 
vento de  San  José,  visitó  la  Virgen  de  la  Soterraña,  en  San  Vicente,  se  descalzó  y  llegó 
descalza  al  convento  de  San  José.  En  esta  parroquia  se  celebraba  todos  los  años  una 
fiesta  conmemorativa  de  esta  despedida,  según  afirma  el  Sr.  Carramolino  y  el  P.  Grego- 
rio de  Santa  Salomé,  pero  desde  la  exclaustración  en  1836  se  viene  omitiendo  este  re- 
cuerdo piadoso.  Seria  de  desear  se  reanudase  y  renovase  esa  fiesta  y  es  de  esperar  que 
asi  se  haga. 


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una  corona  y  agradecíame  lo  que  había  hecho  por  su  Madre.* 
Tenemos  pues  ya  á  Santa  Teresa  en  su  nuevo  monasterio,  vencidas' 
como  se  ha  visto,  tan  grandes  dificultades  por  nuestro  P.  Fr.  Pedro  Ibá- 
ñez,  y  en  la  Iglesia  de  San  José,  antes  de  entrar  en  el  monasterio,  recibe 
una  corona  en  premio  de  lo  que  había  trabajado. 

Echemos  ahora  una  mirada  sintética,  y  analicemos  con  la  debida  aten- 
ción los  textos  y  las  palabras  de  Santa  Teresa,  citados  hasta  aquí,  para 
deducir  de  ellos  la  influencia  suprema  que  tuvo  nuestro  P.  Fr.  Pedro  Ibá- 
flez  en  la  fundación  de  este  primer  monasterio  de  San  José  de  Ávila  y  por 
ende  en  toda  la  obra  de  la  Reforma  Carmelitana,  y  sin  duda  alguna  vere- 
mos que  su  influencia  fué  verdaderamente  grande.  Porque  cuando  nadie 
las  quería  dar  parecer  en  la  ciudad,  ni  las  querían  absolver;  cuando  el  mis- 
mo confesor  se  halló  perplejo  y  tímido,  á  pesar  de  que  el  Señor  le  rogaba 
no  impidiese  el  monasterio,  ¿qué  opinaba  el  P.  Ibáñez?  Ya  se  ha  visto  lo 
que  Santa  Teresa  nos  dice:  repitamos  sus  palabras:  «Se  le  asentó  ser  muy 
en  servicio  de  Dios  y  que  no  había  de  dejar  de  liacerse  y  ansí  nos  respon- 
dió, que  nos  diésemos  prisa  á  concluirlo  y  dijo  la  manera  y  traza  que  se 
había  de  tener  en  comprar  la  casa,  y  aunque  la  hacienda  era  poca,  que 
algo  se  había  de  fiar  de  Dios,  y  que  quien  lo  contradijese,  que  fuese  á  él,  que 
él  respondería  y  ansí  siempre  nos  ayudó»  (1). 

Cuando  el  Provincial  mudó  de  parecer  y  no  quiso  ya  admitir  el  mo- 
nasterio, cuando  el  mismo  confesor,  el  citado  P.  Alvarez,  la  escribió  y  la 


(1)  Hemos  visto  anteriormente,  que  al  decir  de  la  Crónica  Carmelitana,  la  pruden- 
cia liuinaiia  detenia  al  P.  Alvarez,  porque  no  "\tin  renta  bastante '>;  ahora  vemos  al  Pa- 
dre Ibáñez  que  dice:  que  auuque  la  hacienda  era  poca,  algo  se  habia  de  fiar  de  Dios  >. 
Los  dos,  ya  se  ha  indicado,  juzgaban  bien;  el  P.  Alvarez,  por  la  virtud  de  la  prudencia, 
que  no  alcanza  á  lo  heroico  y  extraordinario:  el  P.  Ibáñez,  por  el  don  de  Consejo  con 
el  cual  el  Espíritu  Santo  instruye  é  ilumina  para  el  acierto  en  estos  casos  extraordina- 
rios, perfeccionando  la  misma  virtud  infusa  de  la  prudencia.  Tal  interpretación  sobre  la 
conducta  tan  distinta  de  estos  VV.  Padres,  coincide  con  la  que  dio  el  V.  Palafox,  ocu- 
pándose de  este  mismo  suceso.  Escribe  así:  "Yo  confieso  que  no  me  admiro  que  el  Pa- 
dre Baltasar  Alvarez  tuviese  por  imposible  empresa  tan  ardua;  porque  para  eso  habia 
infinitas  razones.  Ni  tampoco,  que  le  pareciese  posible  ;í  un  varón  docto  y  espiritual 
como  el  P.  M.  Fr.  Pedro  Ibáñez,  porque  pudo  r3ios  darle  luz  de  que  seria  posible». 
Tomo  1.",  Carta  15. 


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decía,  que  ya  veía  que  era  todo  sueno,  que  se  enmendase  en  adelante  en 
no  querer  salir  con  n¿ida  ni  hablar  más  de  ello;  palabras  que  fatigaron  más 
que  todo  á  la  Santa  Madre,  porque,  como  ella  misma  escribe,  si  estas  vi- 
siones eran  sueño  é  ilusiones...  toda  su  oración  era  un  sueño  y  andaba 
muy  engañada  y  perdida»;  cuando  todo  esto  sucedía,  ¿qué  opinaba  el 
bendito  P.  Ibáñez?  Oigamos  á  Santa  Teresa  que  nos  lo  dice:  El  santo 
varón  Dominico  no  dejaba  de  tener  por  tan  cierto  como  yo.  que  se  Imbía  de 
hacer;  y  como  yo  no  quería  entender  en  ello  por  no  ir  contra  la  obediencia 
de  mi  Confesor,  negociábalo  él  con  mi  compañera  y  escribían  ú  Roma  y  da- 
ban trazas»...  Es  decir,  que  cuando  Santa  Teresa  nada  hacía  y  ni  aún  ha- 
blar de  ello  podía,  por  no  faltar  á  la  obediencia  al  confesor  P.  Alvarez,  en- 
tonces el  P.  Ibáñez  negociaba  y  conseguía  del  Papa  Paulo  IV,  el  Breve 
para  erigir  el  monasterio  de  San  José,  exento  de  la  jurisdicción  del  Pro- 
vincial, para  que  así,  éste  no  lo  pudiese  impedir,  sujetándolo  á  la  juris- 
dicción del  Obispo  de  la  Diócesis,  con  lo  cual  está  explicada  ya  la  impor- 
tancia de  aquellas  negociaciones  con  Roma  de  que  se  habló  al  principio.  Y 
no  se  pierda  de  vista,  porque  esto  es,  á  nuestro  juicio,  lo  que  más  engrande- 
ce y  magnifica  al  P.  Ibáñez,  que  todo  esto  lo  hacía  antes  que  la  Santa  Ma- 
dre le  hubiese  aún  dado  cuenta  de  sus  visiones,  revelaciones  y  mandatos 
del  Señor;  visiones,  revelaciones  y  mandatos  que  desde  un  principio  había 
la  Santa  comunicado  á  su  confesor  P.  Alvarez,  sin  que  por  eso,  éste  atina- 
se en  el  negocio;  antes  las  había  calificado  de  ilusiones  y  de  sueños. 

Últimamente,  cuando  atemorizaban  á  la  Santa  Madre,  mejor  dicho,  tra- 
taban de  atemorizarla  (porque  ella  se  rió  de  esta  ocurrencia),  con  la  Inqui- 
sición y  con  los  Inquisidores,  porque  se  empezó  á  entender  había  habido 
alguna  revelación  en  el  negocio:  ¿cuál  fué  la  conducta  de  nuestro  P.  Ibáñez? 
Trátelo,  dice  la  bendita  Santa,  trátelo  con  este  Padre  mío  Dominico,  que 
como  digo,  era  tan  letrado,  que  podía  bien  asegurar  con  lo  que  él  me  dijese, 
y  díjele  entonces  (fué  la  primera  vez  que  le  comunicó  las  c(jsas  sobrenatu- 
rales de  su  alma),  todas  las  visiones  y  las  grandes  mercedes  que  el  Señor 
me  hacía...  y  supliquéle  lo  mirase  bien...  y  me  dijese  lo  que  de  ello  sentía  . 
Y  ¿qué  la  dijo?  Él  me  asegur(')  mucho,  continúa  la  Santa  Madre,  y  á  mi 
parecer  le  hi/o  provecho,  porque  se  dio  muciio  más  á  la  oración  ;  es  de- 
cir, que  ii probó  aquellas  visiones  y  las  tuvo¡por  visiones  celestiales  y  di- 


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vinas,  las  mismas  que  el  confesor  tenía  por  sueños  é  ilusiones;  aprobó 
aquellas  visiones  por  las  cuales  la  quisieron  conjurar  (1):  pues  cinco  sier- 
vos de  Dios  de  esta  ciudad  de  Ávila,  entre  ellos  el  confesor,  todos  se  de- 
terminaban, después  de  bien  meditado,  en  creer  que  era  demonio,  man- 
dándola diese  higas  (2)  esto  es  que  se  burlase  del  Señor  que  se  le  apare- 


(1)  «Veíase  obligada  á  comunicar  estas  visiones  al  confesor  y  lo  que  había  de  ser 
luz  para  el  confesor  y  demás  amigos  se  convertía  en  tinieblas,  atribuyendo  á  soberbia 
y  bachillería  todo  cuanto  en  su  defensa  la  Santa  decía...  Llegó  á  tanto  que  la  quisieron 
conjurar».  Crónica  Carmelitana,  libro  1.°,  capítulo  XXVI.  número  1. 

(2)  "Andando  entre  estas  espinas,  aconteció  confesarse  una  vez  (que  no  pudo  con 
el  P.  Alvarez,  con  otro  Padre  de  la  misma  casa  de  San  Gil),  algo  espantadizo,  y  al  pri- 
mer examen  decretó  ser  demonio  el  que  la  hablaba,  y  se  la  aparecía.  Mandóle  que  sino 
le  era  posible  resistir  á  la  visión  se  armase  de  la  cruz,  santiguándose;  y  para  arredrar 
más  de  si  al  demonio  le  hiciese  las  señales  afrentosas  que  llaman  higas»  Crónica  Car- 
melitana, libro  1.",  capítulo  XXVI,  número  2. 

Esto  mismo  nos  dice  la  Santa  en  el  capítulo  XXIX,  números  4  y  5. 

«Como  las  visiones  fueron  creciendo,  uno  de  ellos  que  antes  me  ayudaba  (que  era 
con  quien  me  confesaba  algunas  veces  que  no  podía  el  ministro)  comenzó  á  decir  que 
claro  era  demonio.  Mandábame  que  no  había  medio  sino  resistir,  que  siempre  me  san- 
tiguase, cuando  alguna  visión  viese,  y  diese  higas  y  que  tuviese  por  cierto  era  demo- 
nio». Tanto  por  estas  palabras  de  Santa  Teresa  como  por  las  de  la  Crónica  Carmelita- 
na arriba  citadas,  se  ve  claramente  que  no  fué  el  P.  Baltasar  Alvarez  el  que  tan  gran- 
dísima pena  causó  á  la  Santa  con  el  terrible  tormento  de  las  higas,  sino  otro  Padre  de 
la  Compañía  ó  sea  el  P.  Fernando  Alvarez  del  Águila.  Por  lo  demás  el  P.  Alvarez,  como 
la  Santa  dice  capítulo  XXVIII,  número  12,  «era  muy  discreto  y  de  gran  humildad  y 
esta  humildad  tan  grande  me  acarreó  á  mi  hartos  trabajos  porque,  con  ser  de  mucha 
oración  y  letrado  no  se  fiaba  de  sí».  <'Por  otra  parte,  como  el  Rector  antecesor  inme- 
diato en  el  Colegio  de  la  Compañía,  al  P.  Salazar,  no  estaba  bien  (dice  el  P.  Ribera  en 
el  libro  1.",  capítulo  XIV),  en  este  negocio  de  la  fundación  del  Monasterio,  debíale  de 
ir  (al  P.  Baltasar)  algo  á  la  mano»,  lo  cual  confirma  la  Santa  por  e.  'as  palabras;  «por- 
que como  el  que  me  confesaba  tenía  Superior,  y  ellos  (los  de  la  Coiupañía)  tienen  esta 
virtud  en  extremo  de  no  se  bullir  sino  conforme  á  la  voluntad  de  s;  mayor,  aunque  é' 
entendía  bien  mi  espíritu  no  se  osaba  en  algunas  cosas  determinar  (capítulo  XXXIII 
número  4).  Cuan  imprudente  é  indiscreto  fué  el  mandato  de  las  higas,  nos  lo  explica  la 
misma  Santa  en  el  capitulo  VIH,  lu'mieros  3  y  4  de  su  libro  de  las  Fundaciones  por  es- 
tas palabras.  Yo  sé  de  una  persona  que  trajeron  harto  apretada  los  confesores  por  co- 
sas semejantes  (de  visiones),  y  harto  tenía  (cuando  veía  la  imagen  de  Dios  en  alguna 


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cía  y  le  hablaba.  Y  no  sólo  las  aprobó  nuestro  benditísimo  P.  Ibáñez,  sino 
que  de  esta  primera  comunicación  que  la  Santa  Madre  le  hizo  sobre  las 
mercedes  que  del  Señor  recibía,  se  sirvió  él  para  darse  á  la  oración  y  po- 
derla asegurar  y  consolar,  no  ya  sólo  con  las  letras  sino  también  con  la 
experiencia  de  espíritu  que  tenía  harta  de  cosas  sobrenaturales,  como  la 
Santa  nos  dice:  y  sobre  todo,  de  aquí  tomó  ocasión  para  mandarla  que 
escribiese  su  vida,  'anteviendo,  dice  la  Crónica  Carmelitana,  como  gran 
Letrado  el  inmenso  fruto  que  había  de  dar  á  la  Iglesia:  por  lo  cual,  con- 
cluye la  misma  Crónica,  toda  nuestra  Religión  y  la  Iglesia  (pudiendo  tam- 
bién añadirse  la  literatura  española),  deben  á  este  gran  Padre  el  beneficio 
que  de  su  consejo  y  mandato  recibieron  en  aqueste  celestial  escrito». 

A  todo  esto  añádase  el  erudito  tratado  que  escribió  para  probar  que  era 
de  Dios  el  espíritu  de  la  Santa  y  lo  que  el  siervo  de  Dios  hizo  á  fin  de  que 
el  Obispo  de  la  Diócesis,  D.  Alvaro  de  Mendoza,  admitiese  el  monasterio 
sin  renta;  la  parte  eficaz  que  tuvo  en  acabar  de  aplacar  al  Corregidor  y 
Regidores;  y  finalmente  cómo  coronó  la  obra  con  la  maña  que  se  dio  para 
alcanzar  lo  que  parecía  imposible,  en  expresión  de  la  Santa,  esto  es,  para 
alcanzar  la  licencia  del  Provincial  para  que  ella  se  trasladase  definitiva- 
mente de  la  Encarnación  al  nuevo  Convento  de  San  José,  y  no  podremos 
menos  de  confesar  con  la  Crónica  de  San  Esteban,  que  en  las  terribles  y 
gravísimas  contradicciones  que  tuvo  esta  obra  heroica  de  la  Reforma,  quien 
más  esforzó  á  la  Santa,  fué  el  Santo  Fr.  Pedro  Ibáñez  y  a  él  como  á  autor 
se  le  deben  dar  lar  gracias  de  todo.  Debemos  confesar  que  encierran  mu- 


visión),  que  saiiti<;iiarse  y  dar  liigas,  porque  se  lo  mandaban  asi.  Después,  tratando  con 
un  gran  letrado  Dominico,  el  M.  Fr.  Domingo  Báñez,  le  dijo  que  era  mal  hecho  que 
ninguna  persona  hiciese  esto;  porque  adonde  quiera  que  veamos  la  imagen  de  nuestro 
Señor  es  bien  reverenciarla,  aunque  el  demonio  la  haya  pintado,  porque  él  es  gran 
pintor,  y  antes  nos  hace  buena  obra,  queriéndonos  hacer  mal,  .si  nos  pinta  un  crucifijo 
ú  otra  tan  al  vivo,  que  la  deje  esculpida  en  nuestro  corazón.  Cuadróme  mucho  esta  ra- 
zón, porque  cuando  vemos  una  imagen  muy  buena,  aunque  supiésemos  la  ha  pintado 
un  mal  hombre,  no  dejariamos  de  estimar  la  imagen,  ni  haríamos  caso  del  pintor  para 
quitarnos  la  devoción;  porque  el  bien  ó  el  mal  no  está  en  la  visión,  sino  en  quien  la  ve 
y  no  se  aprovecha  con  humildad  de  ella,  que  si  ésta  hay,  ningún  daño  podrá  hacer, 
aunque  sea  demonio,  y  si  no  la  hay,  aunque  sea  de  Dios,  no  hará  provecho». 


—  266- 

cha  verdad  las  graves  palabras  del  Historiador  General  de  la  Reforma  que 
dice  (1):  <  Cuando  considero  lo  que  cada  uno  hizo  ayudando  y  sirviendo  á 
la  Santa  Madre  y  favoreciendo  su  Religión  no  sé  que  nadie  pueda  ganar  la 
palma  al  V.  P.  Presentado  Fr.  Pedro  Ibáñez».  No  es  posible  realzar  más 
el  mérito  del  P.  Fr.  Pedro  Ibáñez  con  respecto  al  apoyo  que  prestó  á  San- 
ta Teresa  de  Jesús  y  su  Reforma  en  la  fundación  de  su  primer  Monaste- 
rio (2).  Sería  supérfluo  todo  lo  que  se  añadiese  á  las  palabras  precedentes 
de  la  Crónica  Carmelitana. 

Murió  siendo  Prior  en  el  convento  de  Santa  Maria  la  Real  de  Tríanos, 
el  año  1565,  tres  después  de  la  fundación  del  monasterio  de  San  José,  ha- 
biendo vivido  solo  25  años  en  la  Religión,  circunstancia  que  realza  sin 
duda  alguna  su  mérito.  No  entró  en  el  purgatorio,  según  el  testimonio  y 
revelación  de  Santa  Teresa,  que  asi  lo  consigna  en  el  capítulo  XXXVIII  de 
su  Vida,  número  23  (3). 

No  se  contentó  la  mística  escritora  con  decirnos  que  el  bendito  Padre 
Fr.  Pedro  Ibáñez  no  entró  en  el  purgatorio,  sino  que  el  Señor  la  dio  á  co- 
nocer con  celestiales  visiones,  el  premio  que  en  el  cielo  recibió  por  los  ser- 
vicios prestados  en  la  fundación  de  este  primer  monasterio.  Citaremos  tex- 
tualmente la  palabras  de  Teresa  de  Jesús  en  ese  mismo  capítulo  XXXVIII, 
y  con  ellas  terminará  nuestro  humilde  trabajo  sobre  este  hijo  de  Santo  Do- 
mingo cuya  influencia  no  ha  sido  de  todos  conocida. 


(1)  Libro  5.",  capitulo  XXXVl,  número  2. 

(2)  Al  fin  de  esta  obra  pondremos  la  biografía  de  este  V.  P.  Dominico.  Por  ahora 
nos.  limitaremos  á  decir  que  el  P.  Fr.  Pedro  Ibáñez,  que  tanto  ayudó  á  Santa  Teresa  en 
la  fundación  de  su  primer  monasterio,  fué  natural  de  Calahorra  (Provincia  de  Logroño). 
Sus  padres  fueron  D.  Diego  ibáñez  y  Doña  María  Díaz.  Profesó  el  año  de  1540  en  San 
Esteban  de  Salamanca,  en  manos  de  Fr.  Domingo  Soto,  confesor  del  Emperador  Car- 
los V.  Fué  hombre  docto,  Lect(jr  de  Teología  en  este  Colegio  de  Santo  Tomás  de  Avi- 
la, y  más  tarde  Regente  y  Rector  de  San  Gregorio  de  Vallaiiolitl.  (Asi  consta  en  la  His- 
toria del  Convento  de  San  Esteban  de  Salamanca,  escrita  por  el  P.  Alonso  Fernández, 
libro  1.",  capítulo  XL). 

(3)  Santa  Teresa,  estando  en  el  convento  de  San  José,  tuvo  revelación  de  la  nuierte 
de  este  V.  Padre,  con  todas  sus  circunstancias,  y  se  lo  manifestó  al  P.  García  de  Tole- 
do, que  era  entonces  su  confesor.  Este  averiguó  después  que  todo  había  sucedido, 
hasta  en  los  menores  detalles,  según  la  Santa  se  lo  había  referido. 


—  267  — 

Dice  así  Santa  Teresa:  «Otra  vez  vi  estar  á  Nuestra  Señora  poniendo 
una  capa  muy  blanca  al  Presentado  de  la  Orden  de  Santo  Domingo  (Pa- 
dre Pedro  Ibáñez),  de  quien  he  tratado  algunas  veces.  Díjome  que  por  el 
servicio  que  había  hecho  en  ayudar  á  que  se  hiciese  esta  casa,  le  daba 
aquel  manto  en  señal  de  que  guardaría  su  alma  con  limpieza  de  ahí  ade- 
lante y  que  no  caería  en  pecado  mortal.  Yo  tengo  por  cierto  que  así  fué, 
porque  desde  ha  pocos  años  murió,  y  su  muerte  y  lo  que  vivió,  fué  con 
tanta  penitencia,  la  vida  y  la  muerte  con  tanta  santidad,  que  á  cuanto  se 
puede  entender,  no  hay  que  poner  duda.  Díjome  un  fraile,  que  había  esta- 
do á  su  muerte,  que  antes  que  expirase  le  dijo,  cómo  estaba  con  él  Santo 
Tomás. 

'Murió  con  gran  gozo  y  deseo  de  salir  de  este  destierro.  Después  me 
ha  aparecido  algunas  veces  con  muy  gran  gloria,  y  díchome  algunas  co- 
sas: Tenía  tanta  oración,  que  cuando  murió,  que  con  la  gran  flaqueza  la 
quisiera  excusar,  no  podía,  porque  tenía  muchos  arrobamientos.  Escribió- 
me poco  antes  que  muriese  qué  medio  tendría,  porque  como  acababa  de 
decir  misa  se  quedaba  con  arrobamiento  mucho  rato  sin  poderlo  excusar. 
Dióle  Dios  al  fin  el  premio  de  lo  mucho  que  le  había  servido  en  toda  su 
vida.  • 

Al  terminar  el  presente  capítulo  en  que  nos  parece  haber  suficiente- 
mente demostrado  la  influencia  suprema  que  tuvo  en  la  fundación  de  San 
José  de  Avila,  piedra  angular  de  la  celebérrima  Reforma  de  Santa  Teresa, 
el  Dominico  P.  Fr.  Pedro  Ibáñez,  plácenos  estampar  aquí  la  carta  de  con- 
testación que  el  Dominico  San  Luis  Beltrán  escribió  desde  Valencia  á  la 
Santa  Madre  Teresa  de  Jesús  en  1560.  De  esta  carta  hablan  todos  los  his- 
toriadores y  biógrafos  de  la  Santa.  Dice  así: 

•Madre  Teresa,  recibí  vuestra  carta.  Y  porque  el  negocio  sobre  que 
me  pedís  pareceres  tan  del  servicio  del  Señor,  he  querido  encomendárse- 
lo en  mis  pobres  oraciones  y  Síicrificios,  y  esta  ha  sido  la  causa  de  haber 
tardado  en  responderos.  Ahora  digo  en  nombre  del  mismo  Señor,  que  os 
animéis  para  tan  grande  empresa,  que  él  os  ayudará  y  favorecerá.  Y  de  su 
parte  os  certifico  que  no  pasarán  cincuenta  años,  que  vuestra  Religión  no 
sea  una  de  las  más  ilustres  que  haya  en  la  Iglesia  de  Dios.  El  cual  os 
guarde,  etc.  En  Valencia.  Fr.  Luis  Beltrán. '> 


-  268  - 

Comentándola  el  autor  de  la  Reforma  Carmelitana  el  M.  R.  P.  Fr.  Fran- 
cisco de  Santa  María  dice  así:  Por  asegurarse  más  (nuestra  Santa  Madre), 
sabiendo  que  en  Valencia  resplandecía  el  santo  P.  Fr.  Luis  Beltrán  de  la 
Orden  de  Santo  Domingo  (decorado  ya  con  la  honra  de  Beatificado)  y  que 
era  mucha  la  opinión  de  santidad  y  prudencia  que  del  tenía  toda  España; 
le  consultó  de  nuevo,  diciéndole  con  llaneza  todo  lo  que  hasta  allí  le  ha- 
bla pasado  con  Dios,  y  con  su  confesor.  Así  lo  testifica  el  M.  Fr.  Vicente 
Justiniano  en  las  Adiciones  que  hizo  á  la  vida  del  santo  P.  Fr.  Luis. 

'<Gran  ponderación  pide  esta  respuesta.  Asi  porque  el  santo  habla  en 
nombre  de  Dios,  y  certifica  lo  que  dice,  como  porque  profetiza.  Cosa  que 
no  se  resolviera  á  hacer  sin  tener  expreso  mandato  y  certidumbre  del  Se- 
ñor: y  el  suceso  ha  confirmado  la  verdad  de  la  profecía.  Porque  el  año  de 
mil  y  seiscientos  y  once,  cuando  se  cumplieron  los  cincuenta  de  la  Refor- 
ma, estaba  ya  extendida  no  sólo  por  España,  Italia,  Francia,  Flandes,  Po- 
lonia, Indias  Orientales  y  Occidentales;  sino  recibida  con  opinión  y  fama 
de  gran  perfección,  así  de  los  pueblos  como  de  las  Cabezas  y  Príncipes 
que  los  gobiernan.  Y  el  año  de  seiscientos  y  ocho  se  despacharon  Letras 
Remisoriales,  y  el  Rótulo  para  la  canonización  de  la  misma  Santa,  á  quien 
esta  profecía  se  escribió.  Tan  verdadera  y  cierta  como  esto  fué.» 

De  modo  que  si  el  espíritu  de  la  Santa  Madre  no  tuviera  á  favor  de  su 
verdad,  y  la  Reforma  por  ella  emprendida  y  llevada  á  feliz  término,  no  tu- 
viera á  favor  de  su  inspiración  otro  testimonio  que  el  de  este  santísimo 
varón,  él  fuera,  por  sí  sólo  fehaciente  y  decisivo,  pues  fué  siempre  este 
austerísimo  Santo,  enemigo  mortal  de  veleidades  mujeriles;  su  humildad 
llegó  hasta  lo  incomprensible,  y  estaba  entonces,  cuando  esta  respuesta 
dio,  en  el  periodo  de  santidad  consumada. 


CAPITULO    II 

€1  convento  de  San  ¡osé  de  Ávila  y  el  IP.  Ifíaestro 
f  r.  Domingo  Báñez. 


Si  fué  grande  la  influencia  del  P.  Pedro  Ibáñez  en  la  fundación  del  pri- 
mer monasterio  de  la  Reforma,  como  se  ha  podido  ver  en  el  capítulo  an- 
terior, no  fué  menos  eficaz  la  intervención  del  célebre  P.  Domingo  Báñez 
que  vivía  también  por  aquella  época  en  este  convento  de  Santo  Tom.ás 
de  Ávila,  y  más  tarde  llegó  á  ser  el  oráculo,  y,  por  decirlo  así,  el  alma  de 
la  Universidad  Salmantina. 

No  se  trata  aquí,  y  conviene  se  tenga  esto  muy  presente,  de  exponer 
todo  cuanto  el  P.  Domingo  Báñez  trabajó  en  favor  de  Santa  Teresa  de  Je- 
sús y  su  Reforma;  pues,  como  ya  hemos  visto  y  lo  observaremos  en  todo 
el  discurso  de  esta  obra,  el  P.  Domingo  Báñez  fué  el  hombre  que  Dios 
destinó  en  su  amorosa  providencia  para  sostén,  apoyo  y  mentor  de  la  ín- 
clita Teresa  de  Jesús. 

Basta  apuntar  que  en,  opinión  del  Sr.  La  Fuente,  el  P.  Domingo  Báñez, 
fué  el  director  más  querido  de  Santa  Teresa,  después  del  P.  Gracián;  aun- 
que pudiera  haber  exceptuado  además  á  San  Juan  de  la  Cruz:  los  dos  Car- 
melitas Descalzos  y  Padres  de  la  Descalcez. 

Dice  asi  el  Sr.  La  Fuente:  «Me  parece  indudable,  que  después  del  Pa- 
dre Gracián,  el  Director  que  más  apreció  Santa  Teresa,  fué  el  P.  Báñez. 


—  270  — 


Creo  que  á  él  aiude,  cuando  dice  (1):  «en  especial  el  uno  á  quien  tengo 
gran  voluntad  me  hacía  terrible  resistencia  (2)>.  En  efecto,  el  P.  Báñezfué 
el  Director  de  quien  la  Santa  vivía  encantada  y  santamente  enamorada. 
«No  hay  que  espantarse,  dice  Santa  Teresa,  de  cosa  que  se  haga  por  amor 
de  Dios,  pues  tanto  puede  el  de  Fr.  Domingo,  que  lo  que  le  parece  bien, 
me  parece  bien,  y  lo  que  quiere,  quiero;  y  no  se  en  qué  ha  de  parar  este 
encantamiento^  (3).  No  se  trata,  pues,  al  presente  más  que  de  hacer  ver  lo 


(1)  Se  expresó  así  Santa  Teresa,  en  el  momento  de  hacer  el  voto  de  obediencia  al 
P.  Gracián  en  Écija,  yendo  á  fundar  á  Sevilla  (Relación  6.^) 

(2)  Nota  4/  á  la  carta  71,  edición  de  1881. 

(3)  Comentando  el  V.  Palafox  las  palabras  citadas  de  Santa  Teresa,  dice  así:  «Fué 
este  gran  Maestro  (el  P.  Báñez)  é  insigne  varón  Catedrático  de  Prima  de  Teología  de 
Salamanca;  y  sus  escritos  dicen  la  profundidad  de  sus  letras,  y  su  opinión,  y  la  Carta 
de  la  Santa,  la  de  su  espíritu  y  santidad. 

«Este  grave  Religioso  fué  el  primero  que  defendió  en  Avila,  en  oposición  de  todos 
los  Religiosos  y  seglares  de  aquella  Ciudad,  la  primera  Casa  de  Descalzas,  que  es  el 
Convento  de  San  Joseph,  que  fundó  la  Santa:  y  con  una  docta  plática,  que  trae  la  Cró- 
nica, contuvo  él  sólo  la  resolución  de  echar  por  el  suelo  el  Convento,  por  no  haberse 
hecho  con  el  consentimiento  de  toda  la  Ciudad. 

Aquí  se  conoce,  que  esta  Santa  Reforma  se  debe  en  gran  parte,  sino  en  todo,  en 
sus  santos  principios,  á  la  ilustre  Religión  de  Santo  Domingo,  que  con  aquel  espirílu 
soberano,  que  la  comunica  Dios,  conoció  desde  luego,  cuan  crecido  fruto  se  esperaba 
á  la  Iglesia,  de  que  este  árbol  creciese  y  se  lograse,  y  no  lo  cortase  por  el  tronco  im- 
próvidamente la  segur  de  la  contradición. 

«Este  mismo  Padre,  siendo  su  Confesor,  ordenó  á  la  Santa  que  escribiese  el  Tratado 
admirable  del  Camino  de  la  Perfección,  y  á  él  le  debemos  aquella  enseñanza  del 
Cielíj,  en  la  cual,  no  sólo  se  lee,  sino  que  se  ve,  y  se  recibe,  y  aprende  la  perfección 
del  Tratado,  solo  con  leer  el  Tratado  de  la  Perfección. 

«Santa  Teresa  fué  tan  devota  de  esta  Religión  doctísima,  que  decía  con  harta  gracia, 
hablando  de  sí:  "Yo  soy  la  Dominica  in  Passione,  para  decir  que  era  Dominica,  é  Hija 
de  esta  Orden  de  todo  su  corazón,  y  con  pasión  grandísima:  equívoco  muy  propio  de 
su  agudeza  y  gracia. 

«Y  no  me  admiro,  porque  ¿quién  no  ha  de  amar,  y  ser,  no  solo  la  Dominica  in  Pas- 
sione, sino  todas  las  Dominicas  del  año,  venerando  á  una  Religión,  que  es  muralla  fir- 
mísima, y  Maestra  universal  de  la  Fé;  fiscal  constante  en  defensa  de  las  Católicas  ver- 
dades contra  los  Herejes,  luz  de  la  Teología  Escolástica,  y  Dogmática;  fuente  de  toda 
buena  ciencia  Moral,  que  desnuda,  santa,  y  desasida  de  todo  humano  interés,  comunica 


—  271  — 

que  este  Padre  ayudó  y  cuánta  fué  su  influencia  con  respecto  al  primer 
monasterio  de  la  Reforma,  ó  sea  el  de  San  José  de  Avila. 

Ya  se  ha  visto  que  el  24  de  Agosto  de  1562,  fiesta  del  apóstol  San 
Bartolomé,  se  dieron  los  primeros  hábitos  y  quedó  fundado  con  grande 
autoridad  el  monasterio  de  San  José. 

Como  se  había  fundado  con  tanta  contradición,  á  los  pocos  días  tuvo 
lugar  en  Avila  una  junta  magna  en  la  que  tomó  parte  y  parte  muy  decisi- 
va el  P.  M.  Báñez,  y  éste  es  el  único  hecho  que  he  de  citar  con  respecto 
á  este  venerable  Padre.  Lo  que  pasó  en  esta  junta  nos  lo  describe  la  San- 
ta con  las  siguientes  palabras:  -  Desde  á  dos  ó  tres  días  (1),  juntáronse  al- 
gunos de  los  Regidores  y  Corregidor  y  del  Cabildo  y  todos  juntos  dijeron 
que  en  ninguna  manera  se  había  de  consentir,  que  venía  conocido  daño  á 
la  República  y  que  hablan  de  quitar  el  Santísimo  Sacramento  y  que  en 
ninguna  manera  sufrirían  pasase  adelante.  Hicieron  juntar  todas  las  Órde- 
nes para  que  digan  su  parecer,  de  cada  una  dos  letrados.  Unos  callaban, 
otros  condenaban;  en  fin,  concluyeron  que  luego  se  deshiciese.  Sólo  (2) 
un  Presentado  de  la  Orden  de  Santo  Domingo  dijo  que  no  era  cosa  que  así 
se  había  de  deshacer:  que  St'  mirase  bien,  que  tiempo  había  para  ello,  que 
esto  era  cosa  del  Obispo  ó  cosas  de  este  arte,  que  hizo  harto  provecho; 
porque  según  la  furia,  fué  dicha  no  lo  poner  luego  por  obra.  - 


repetidos  rayos  de  enseñanza  y  doctrina  á  las  almas?  Yo  confieso,  que  abstrayendo, 
que  Santo  Domingo,  aquel  Apóstol  de  España,  fué  Prebendado  de  la  Santa  Iglesia  de 
Osma,  que  estoy  indignamente  sirviendo,  solo  por  !o  que  le  parecen  sus  Hijos  al  San- 
to, deben  ser  amados,  inutados  y  reverenciados  .  Carta  44,  edición  de  18-íl,  del  Sr.  La 
Fuente. 

(1)  Vida  de  Santa  Teresa,  capítulo  XXX VI,  núniero  8. 

(2)  Repetimos  ahora  lo  indicado  anteriormente  si  los  PP.  jesuítas,  como  supone 
gratuitamente  el  P.  Ribera,  hubieran  aprobado  y  canonizado  la  primera  fundación  de 
Santa  Teresa  durante  este  periodo  de  revolución  y  alboroto,  por  qué  no  levantaron  la 
voz  en  esta  ocasión  en  favor  de  elln  siendo  asi  que  se  hallaron  presentes  en  la  Junta  y 
no  había  por  qué  tener  efiipacho  pues  eran  llamados  todos  los  asistentes  para  que 
Mbre  y  espontáneamente  dieran  su  parecer.  ¿Cómo  se  explica,  según  esa  suposición, 
que  solo  un  Presentado  de  la  Orden  de  Santo  Domingo  protestase  contra  los  atrope- 
llos que  quería  realizar  el  Sr.  CorregidorV 


-272- 

Hablando  el  P.  Ribera  (1)  sobre  este  mismo  punto,  nos  dice:  La  con- 
clusión de  todo  esto  y  la  resolución  de  estas  consultas  fué,  que  venía  mu- 
cho daño  á  la  ciudad  de  aquel  monasterio  y  que  no  se  habla  de  consentir, 
sino  que  se  quitase  el  Santísimo  Sacramento  y  se  deshiciese.  Eran  las  ve- 
ras con  que  todos  tomaban  esto,  tan  grandes,  que  hicieran  lo  que  habían 
dicho,  sino  saliera  el  P.  M.  Fr.  Domingo  Báñez,  de  la  Orden  de  Santo 
Domingo,  Catedrático  que  es  ahora  de  Prima  de  Teología  en  la  Universi- 
dad de  Salamanca.» 

Quien  nos  refiere  detalladamente  todo  lo  ocurrido  en  Avila  en  esta 
ocasión,  el  alboroto  de  la  ciudad,  cuando  sus  vecinos  vieron  levantado  el 
nuevo  monasterio,  es  el  autor  de  la  Reforma  Carmelitana  por  estas  pala- 
bras (2):  «Es  un  pueblo  alborotado,  un  monstruo  tal,  que  nunca  la  natu- 
raleza lo  crió  tan  disforme,  de  tantas  cabezas  y  almas.  De  aquí  nace  ser 
arrebatado,  vario,  sin  consejo,  sin  prudencia.  Obra  acaso,  muévese  livia- 
namente, olvidase  del  bien  recibido,  no  considera  el  que  recibe.  Es  una 
junta  de  los  delirios  de  muchos,  de  las  pasiones  de  todos.  Predominan  en 
él  todos  los  afectos:  y  así  á  varias  partes  es  arrebatado;  y  no  teniendo  fin 
determinado  de  sus  consejos,  de  todos  es  inquietado.  Es  una  mar  á  quien 
no  solo  tumban  los  vientos,  sino  calidades  ocultas:  y  cuando  está  en  cal- 
ma, de  repente  se  embrabece  sin  saber  la  causa,  hasta  querer  tragarse  los 
montes.  Bien  se  vio  esto  en  la  Ciudad  de  Ávila.  Porque  aun  sosegada  ya 
la  turbación  del  Convento  de  la  Encarnación,  aplacada  la  Priora  y  Monjas, 
satisfecho  el  Provincial;  era  la  alteración  del  pueblo  tan  terrible  contra  el 
nuevo  monasterio,  como  si  se  viera  rodeado  de  enemigos,  ó  de  algún  fue- 
go que  lo  quería  abrasar.  Por  lo  cual,  fuera  de  lo  mucho  que  se  decía,  y 
murmuraba  con  injuriosa  soltura,  determinaron  los  Magistrados,  pasados 
dos  días  de  hacer  Cabildo,  para  deshacer  el  monasterio.  En  él  determina- 
ron, que  luego  se  desbaratase,  y  como  cosa  perniciosa  y  hecha  sin  funda- 
mento por  antojo  de  una  mujer,  se  disipase.  Fué  á  ejecutar  este  decreto 
el  Corregidor,  y  dijo  muy  airado  á  las  cuatro  novicias,  que  se  saliesen  lue- 
go, donde  no,  que  les  derribaría  las  puertas,  y  las  sacaría  por  fuerza,  y 


(1)  P.  Ribera,  libro  1.",  c.ipitiilo  IV. 

(2)  Crónica  Carmelitana,  libro  1.",  capítulo  XLV. 


-  273  — 


haría  consumir  el  Santísimo  Sacramento.  Respondieron  con  gran  valor  y 
esfuerzo  del  cielo,  que  entonces  saldrían  cuando  se  lo  mandase  quien  allí 
las  había  encerrado.  Que  Prelado  tenían  que  era  el  Obispo:  y  que  el  Co- 
rregidor no  tenía.autoridad,  y  miraría  lo  que  debía  hacer,  antes  de  derribar 
las  puertas,  y  quitar  el  Santísimo  Sacramento:  porque  había  en  la  tierra 
Rey,  y  en  el  cielo  estaba  Dios.  Tuvieron  estas  pocas  palabras  tal  eficacia, 
que  quebrantaron  la  furia  del  Corregidor  y  volviendo  sobre  sí  no  se  atre- 
vió á  pasar  adelante,  pareciéndole  mejor  medio,  no  llevar  este  negocio 
por  fuerza,  sino  por  justicia. 

'El  día  siguiente  volvió  á  hacer  otra  junta  muy  grave,  convocando  de- 
más de  los  Regidores  de  la  ciudad  á  todos  los  Conventos,  asistiendo  de 
cada  uno  dos  Religiosos  graves  y  doctos,  para  que  con  parecer  de  todos 
el  monasterio  se  deshiciese.'  Habló  entonces  el  Sr.  Corregidor,  y  dijo  de 
esta  manera: 

«Habiéndonos  aquí  juntado,  Ilustres  Caballeros  y  Padres  Muy  Reve- 
rendos, para  una  cosa  que  sin  parecer  de  tantos  hombres  graves,  se  pudie- 
ra íácilmente  determinar,  por  ser  fácil  de  conocer  su  conveniencia;  pero  la 
satisfacción  que  de  todos  tengo,  me  ha  hecho  valer  de  este  medio  para  que 
mis  acciones,  acreditadas  de  personas  de  tan  grande  estimación,  no  parez- 
can arrojadas  ó  livianas,  y  tengan  en  sí  mayor  fuerza  cuanto  fueren  más 
bien  recibidas  de  los  presentes.  Notoria  es  á  todos  la  novedad  que  en  esta 
ciudad  amaneció  el  otro  día  hecho  un  Convento  de  Descalzas  Carmelitas. 
Y  basta  haber  dicho  novedad,  para  que  se  entienda  cuan  dañosa  y  abo- 
rrecible sea.  La  turbación  que  causa  en  una  república,  los  ánimos  que  con- 
mueve, las  lenguas  que  despierta,  las  murmuraciones  que  fomenta,  las  in- 
quietudes que  engendra  (porque  no  permite  asiento  ni  sosiego  en  la  re- 
pública, ni  deja  envejecerse  las  buenas  costumbres  y  establecimientos) 
¿quién  lo  ignora?  Y  siendo  general  esto  á  todas  las  novedades,  la  presen- 
te es  tanto  más  dañosa,  cuanto  trae  color  y  capa  de  mayor  piedad.  Porque 
dejado  que  multiplicar  Conventos  y  Religiones,  no  todas  las  veces  au- 
menta el  provecho  y  bien  común;  en  esta  ciudad  no  sólo  es  conveniente, 
sino  forzosa  necesidad  impedir  nuevas  fundaciones.  Porque  aunque  es  de 
las  más  nobles  de  España,  no  es  de  las  más  ricas,  y  está  suficientemente 
proveída  de  todos  los  Conventos  de  varones  y  mujeres  que  prudentemen- 


18 


—  274  - 

te  se  pueden  desear.  Y  así  no  es  justo  que  la  devoción  de  algunas  cargue 
á  la  ciudad  de  lo  que  no  puede  llevar.  Cuando  el  nuevo  monasterio  entra- 
ra con  dotación  de  renta  muy  bien  puesta,  corrían  parte  de  los  inconve- 
nientes representados,  pues  al  fin  lo  que  se  da  á  un  Convento  se  quita  al 
resto  de  la  ciudad,  se  enajena  para  siempre,  se  usurpa  al  uso  común  y  he- 
rencia de  los  ciudadanos.  ¿Qué  será  fundándose  este  Convento  sin  renta, 
sin  dotación,  y  con  presupuesto  de  nunca  tenerla?  Esto,  Señores,  es  echar- 
nos una  forzosa  alcabala,  quitarnos  de  la  bolsa  el  dinero,  y  el  manjar  de 
la  boca.  ¿Qué  corazón  podrá  sufrir,  ver  perecer  de  hambre  á  unas  pobres 
siervas  de  Dios?  ¿No  es  fuerza  quitarlo  á  nuestros  hijos,  para  repartir  con 
ellas?  Demás  de  esto,  si  la  ciudad  es  la  cabeza  de  todos  los  vecinos,  y  los 
Conventos  son  miembros  suyos,  ¿cómo  se  fundó  sin  su  orden?  ¿Qué  Go- 
bierno sufre  semejantes  resoluciones?  Si  no  se  permiten  otras  menores, 
¿por  qué  éste  tan  grande?  Y  ¿qué  sabemos,  señores,  si  esta  fundación  es 
algún  embuste,  ó  engaño  del  demonio?  Dicen  que  esta  Religiosa  tiene  re- 
velaciones, y  espíritu  muy  particular.  Eso  mismo  me  hace  temer,  y  debe 
hacer  reparar  al  más  cuerdo:  pues  en  estos  tiempos  habemos  visto  enga- 
ños é  ilusiones  de  mujeres,  y  en  todas  ha  sido  peligroso  aplaudir  á  las 
novedades  á  que  son  inclinadas.  No  pongo  dolo  en  el  espíritu  de  esta  Re- 
ligiosa, que  no  corre  eso  por  mi  cuenta;  pero  quisiera  poner  cautela  en  los 
ánimos  prudentes  para  no  admitir  novedades,  para  no  multiplicar  Conven- 
tos, para  no  consentir  que  se  hagan  sin  orden  y  consulta  de  la  ciudad;  y 
para  que  se  sepa  pertenecer  á  ella  examinar  por  medio  de  personas  graves 
si  es  servicio  del  Señor  ó  no.  Yo  estoy  en  esta  sentencia,  y  espero  será 
aprobada  de  tantas  letras,  y  experiencia  como  aquí  se  han  juntado.» 

Hasta  aquí  el  discurso  del  Corregidor. 

«Oyeron  al  Corregidor,  continúa  la  Crónica,  con  grande  atención  y  to- 
dos los  más  aprob^iron  á  bulto  sus  razones  sin  examinarlas.  Otros,  ó  du- 
dosos, ó  contrarios  al  parecer  suyo,  callaban  no  atreviéndose  á  defender 
públicamente  la  verdad;  enfermedad  muy  ordinaria  de  las  Comunidades, 
donde  de  ordinario  se  antepone  el  bien  propio  al  común,  en  los  que  más 
obligados  están  á  defenderle,  y  que  de  él  recibieron  autoridad  para  hacer- 
lo. Vino  entre  tantos,  con  celo  de  Dios  y  libertad  cristiana,  uno  que  fué  el 
P.  Maestro  Fr.  Domingo  Báñez,  Lector  de  Teología  en  el  Convento  de 


—  275- 


Santo  Tomás,  después  Catedrático  de  Prima  en  Salamanca  (hijo  en  fin  de 
Santo  Domingo),  opuesto  al  Corregidor  y  dijo  así:> 
Discurso  del  P.  Domingo  Báñez: 

< Temeridad  parece  oponerme  yo  á  tantos  y  tan  graves,  y  á  razonamien- 
to tan  bien  pensado.  Pero  si  la  conciencia  propia  asegura  y  obliga  más 
que  las  ajenas  en  las  consultas  libres  como  es  ésta,  no  podré  dejar  de  pro- 
poner lo  que  me  dicta  en  favor  del  nuevo  monasterio  de  Carmelitas  Des- 
calzas. Será  por  lo  menos  libre  de  pasión  mi  testimonio;  porque  hasta  aho- 
ra ni  he  hablado,  ni  conozco  la  Fundadora,(l)  ni  tratado  en  alguna  manera 
de  su  fundación.  Nueva  es  ésta,  yo  lo  confieso:  y  como  tal  ha  causado  los 
efectos  que  suele  la  novedad  en  el  vulgo.  Pero  no  por  esto  debe  causar- 
los en  los  consejos  graves  y  prudentes,  pues  no  toda  novedad  es  repren- 
sible. ¿Fundáronse  de  otra  suerte  las  demás  religiones?  Las  Reformas  que 
cada  dia  vemos,  y  vieron  nuestros  predecesores,  ¿no  salieron  á  luz,  cuan- 
do menos  se  pensaba?  La  misma  Iglesia  Cristiana  ¿no  fué  de  nuevo  refor- 
mada por  Cristo?  Nada  por  cierto  en  ella  se  pudiera  aumentar  por  exce- 
lente que  fuese,  si  todos  nos  rindiéramos  al  pusilánime  temor  de  la  nove- 
dad. Lo  que  se  introduce  para  mayor  gloria  de  Dios  y  reformación  de  las 
costumbres,  no  debe  llamarse  novedad  ó  invención,  sino  renovación  de 
la  virtud,  siempre  anciana.  Y  sino  son  nuevos  los  árboles  cuando  se  vis- 
ten en  la  primavera,  ni  el  sol  cuando  nace  cada  dia;  ¿por  qué  será  repren- 
sible novedad  en  las  Religiones  el  renovarse?  ¿Cuál  es  más  reprensible 
en  ellas:  perder  de  su  antiguo  resplandor,  ó  recobrarle?  Si  no  nos  espanta 
lo  primero,  ¿por  qué  nos  escandaliza  lo  segundo?  Aquello,  Señores,  es 
novedad  reprensible,  que  se  opone  á  la  virtud  y  mayor  servicio  de  Dios. 
El  Convento  de  Carmelitas,  recién  fundado,  es  reformación  de  su  antiguo 
instituto,  es  restauración  de  lo  perdido,  en  grande  aumento  de  aquella 
Santa  Religión,  y  edificación  del  pueblo  cristiano.  Y  así.  por  esta  parte, 
antes  debe  ser  favorecido  este  Convento,  y  principalmente  de  las  Cabezas 


(1)  Muchü  abona  y  realza  el  discurso  del  P.  Báñez  el  no  conocer  por  entonces  á  la 
Santa  Fundadora,  pues  así  es  exent.,  de  la  tacha  que  suele  encontrarse  aún  en  hom- 
bres de  mucho  sexo  y  gravedad,  por  dejarse  llevar  con  frecuencia  de  los  caprichos  y  ve- 
leidades de  mujercillas  de  poco  fondo  y  virtud. 


-276  — 

de  las  Repúblicas  católicas,  á  quien  pertenece  fomentar  tan  loables  asun- 
tos. iOjalá  que  muchos  la  imitasen!  ¡Oh  cuánta  alabanza  mereciera  Avila, 
y  todos  nuestros  Reinos,  y  toda  la  Iglesia,  si  fuésemos  en  pos  de  esta  va- 
lerosa Virgen!  No  apruebo  yo  la  sobrada  multiplicación  de  Religiones, 
Pero  no  es  fácil  determinar  cuál  lo  sea.  Porque  donde  si  los  hombres  va- 
nos y  viciosos,  por  mucho  que  se  multipliquen,  no  son  tenidos  por  sobra- 
dos; ¿por  qué  se  han  de  tener  y  peseguir  por  tales  los  que  siguen  el  ban-' 
do  de  la  virtud?  Están  las  ciudades  llenas  de  gente  perdida;  hierven  esas 
calles  de  hombres  vagabundos,  insolentes  y  haraganes;  de  mozuelos  y 
mujercillas  entregados  al  vicio;  y  nada  de  esto  se  tiene  por  sobrado,  ni 
hay  quien  cuide  de  remediarlo,  ¿y  sólo  cuatro  monjitas  metidas  en  un  rin- 
cón, en  un  agujero,  encomendándose  á  Dios,  se  tiene  por  grave  daño  y  car- 
go intolerable  de  la  República?  ¿Esto  inquieta  y  alborota  una  ciudad,  y 
hace  juntas  para  su  reparo?  ¿Qué  es  esto,  señores;  á  qué  nos  juntamos 
aquí?  ¿Qué  ejércitos  de  enemigos  baten  esos  muros?  ¿Qué  fuego  abrasa 
la  ciudad?  ¿Qué  pestilencia  la  consume?  ¿Qué  hambre  la  aflige?  ¿Qué 
ruina  la  amenaza?  ¿Solas  cuatro  monjitas  descalzas,  pobres,  quietas  y 
virtuosas,  son  motivo  de  tanta  conmoción  en  Avila?  Déseme  licencia  para 
decir,  que  me  parece  menos  autoridad  de  ciudad  tan  grave,  hacer  por  tan 
ligera  causa  junta  y  convocación  tan  solemne.  Confieso  que  me  parece 
bien  no  se  haga  esta  fundación  sin  renta  (1);  no  tanto  por  la  carga  que  de 
aquí  resulta  á  la  ciudad,  que  es  muy  leve,  cuanto  por  la  descoinodidad  de 
las  mismas  Religiosas,  que  encerradas  y  sin  provisión  segura,  han  de  pa- 
decer necesidad.  No  puedo  negar  pertenecer  á  la  Providencia  de  las  ciu- 
dades prevenir  los  daños  que  se  le  pueden  seguir:  pero  eso  se  entiende 
en  las  causas  seglares.  Las  que  derechamente  son  eclesiásticas,  al  Obispo 
pertenece  examinarlas;  y  si  con  orden  suyo  se  fundan  Conventos,  suyo  es 


(1)  Como  se  ve  el  P.  Báñez  no  era  partidario  de  que  se  fundase  sin  renta.  En  este 
punto  hay  que  confesar  que  San  Pedro  de  Alcántara  fué  quien  aprobó  decididamente 
esta  idea  y  consiguió  que  D.  Alvaro  de  Mendoza  admitiese  el  monasterio  sin  tener 
renta,  todo  lo  cual  sintetiza  Santa  Teresa  cuando  en  el  capitulo  XXXVI  escribe  *y  el 
aprobarlo  este  Santo  viejo,  y  poner  niuclio  con  unos  y  con  otros  en  que  nos  ayudasen, 
fué  el  que  lo  hizo  todo.» 


—  277- 

el  proveerlos.  Este  nuevo,  con  noticia  y  consulta  del  Obispo  se  hizo;  y  lo 
que  más  es,  con  Breve  especial  de  la  Sede  Apostólica.  Y  así  del  todo  está 
fuera  de  la  jurisdicción  seglar.  Yo.  finalmente,  Señores  y  Padres  nuestros, 
de  ninguna  manera  vengo  en  que  el  monasterio  se  deshaga  por  orden  de 
la  ciudad;  sino  que  si  alguna  cosa  hubiere  contra  él,  y  conviniera  desha- 
cerle, se  trate  y  consulte  con  el  Señor  Obispo,  á  quien  pertenece  como 
el  hacerlo»  (1). 

«No  admiró  poco,  concluye  la  Crónica,  á  los  circunstantes  ver  el  celo 
y  santa  libertad  con  que  uno  solo  se  opuso  á  tantos.  Y  como  la  verdad 
tenga  tanta  fuerza,  aunque  no  apagó  luego  la  saña  del  Corregidor,  y  de 
los  demás  que  habían  hecho  valentía  de  no  ser  vencidos,  pudo  detener  la 
furia.  Y  así  no  se  atrevieron  á  deshacer  el  Convento  sin  mirarlo  mejor.- 

En   verdad  que  no  puede  menos  de  admirarse  la  elocuencia  y  soli- 


(1)  El  P.  Báñez  como  buen  cántabro  ó  más  bien  descendiente  de  cántabros 
tuvo  siempre  valor  y  fortaleza  para  manifestar  francamente  lo  que  exigían  los  intereses 
de  Dios  y  de  las  almas,  aunque  para  ello  fuese  necesario  oponerse  á  los  príncipes  y 
grandes  de  la  tierra.  «El  nombre  y  autoridad  de  los  grandes  de  la  tierra,  (dicen  las 
RR.  MM.  Carmelitas  Descalzas  de  París),  (a)  le  importaban  muy  poco  (á  este  Padre) 
cuando  se  atravesaban  los  intereses  de  las  almas  consagradas  á  Dios.*  Bien  convin- 
cente es  la  prueba  de  lo  que  estamos  diciendo  la  conducta  que  observó  en  el  caso  que 
nos  ocupa.  Sólo  el  P.  Báñez  se  atrevió  á  levantar  su  voz  haciendo  frente  á  los  planes 
del  Corregidor,  quien  en  el  modo  y  giro  de  discurrir  simpatizaba  bastante  con  las  ideas 
y  programas  de  nuestros  liberales.  Esta  casta  siempre  ha  existido  y  siempre  existirá 
para  ejercicio  de  los  buenos.. 

No  discurría  como  el  Corregidor  Santa  Teresa,  ni  los  nniy  nobles  ciudadanos  de  la 
ciudad  de  Palencia.  Escribe  la  Santa  Fundadora  en  el  capitulo  XXIX  del  libro  de 
las  Fundaciones:  «Yo  no  quería  dejar  de  decir  muchos  loores  de  la  caridad  que  hallé 
en  Palencia,  en  particular  y  en  general.  Es  verdad  que  me  parecía  cosa  de  la  primiti- 
va Iglesia  (al  menos  no  muy  usada  ahora  en  el  mundo)  ver  que  no  llevábamos  renta, 
y  que  nos  habían  de  dar  de  comer,  y  no  solo  no  defenderlo  (impedirlo),  sino  decir  que 
les  hacia  Dios  merced  grandísima.  Y  si  se  mirase  con  luz,  decían  verdad:  porque,  aun" 
que  no  sea  sino  haber  otra  iglesia  á  donde  está  el  Santisiiiio  Sacramento  más,  es 
mucha.  - 

No  discurrían  tampoco   coinn  el    Corregidor  S;ii)t;i  Tiil-s,i    y  los  habitantes  de  la 


(a)     Oluvrca  completes.  Volumen  3.  página  230. 


—  278  — 

dez  de  razones,  á  la  vez  que  la  sagacidad  con  que  rebate  uno  por  uno  los 
fundamentos  aparentes  que  tenía  el  Corregidor  para  destruir  el  nuevo  mo- 
nasterio. Con  justicia,  pues,  pudo  decir  el  P.  Báñez  en  las  informaciones 
que  se  hicieron  en  Salamanca  para  la  canonización  de  la  Santa:  «En  la 
primera  fundación  tuvo  grandes  contradicciones,  así  de  toda  la  ciudad  de 
Avila  como  de  las  Religiones,  y  entonces  sólo  á  mí  me  tuvo  de  su  parte 
sin  haberla  hasta  entonces  conocido  ni  visto;  solamente  por  ver  que  ella 
no  había  errado  ni  en  la  intención  ni  en  los  medios,  pues  lo  había  ejecuta- 
do por  orden  de  la  Sede  Apostólica.*  «Hasta  aquí,  dice  la  Crónica  Carme- 
litana (1),  el  P.  M.  Báñez,  cuya  agradecida  y  venerable  memoria  no  con- 


inclita  ciudad  de  Burgos:  «Siempre  había  yo  oído,  (escribe  Santa  Teresa  en  el  capítulo 
31  del  mismo  übro),  loar  la  caridad  de  esta  ciudad  (Burgos),  mas  no  pensé  llegaba  á 
tanto.  Unos  favorecían  á  unos,  otros  á  otros;  mas  el  arzobispo  miraba  por  todos  los 
inconvenientes  que  podía  haber,  y  lo  defendía,  pareciéndole  era  hacer  agravio  á  las 
Órdenes  de  pobreza,  que  no  se  podían  mantener;  y  quiza  acudían  á  él  los  mismos  ó  lo 
inventaba  el  demonio,  para  quitar  el  gran  bien  que  hace  Dios  á  donde  trae  muchos 
monasterios,  porque  poderoso  es  para  mantener  los  muchos,  como  los  pocos.» 

No  fué  esta  sola  la  ocasión  en  que  el  P.  Domingo  Báñez  manifestó  su  valor  é  inte- 
gridad de  carácter  en  presencia  de  los  proceres  y  magnates  de  la  tierra.  Léanse  los 
capítulos  X  y  XI  de  las  Fundaciones  y  allí  veremos  como  defiende  en  Valladolid  la 
vocación  de  la  célebre  Casilda  de  Padilla,  hija  de  los  adelantados  de  Castilla  contra 
los  caprichos  y  atropellos  de  tan  prepotente  familia.  Véase  cómo  alaba  su  conducta 
Santa  Teresa:  «Esto  era  por  la  mañana,  hubiéronse  de  quedar  hasta  la  tarde,  y  envia- 
ron á  llamar  á  su  confesor,  y  al  Padre  maestro  Fr.  Domingo,  que  lo  era  mió,  de  quien 
hice  al  principio  mención,  aunque  yo  no  estaba  entonces  aquí.  Este  Padre  entendió 
luego,  que  era  espíritu  del  Señor,  y  la  ayudó  mucho,  pasando  harto  con  sus  deudos 
(ansí  habían  de  hacer  todos  los  que  le  pretenden  servir,  cuando  ven  un  alma  llamada 
de  Dios,  no  mirar  tanto  las  prudencias  humanas)  prometiéndola  de  ayudarla,  para  que 
tornase  otro  día." 

Por  último,  cuando  la  Princesa  de  Eboli,  que  era  en  aquellos  días  una  potencia  en 
España,  quiso  que  á  todo  trance  se  admitiese  en  el  convento  de  Descalzas  de  Pastrana 
á  la  monja  Agustina  (Machuca)  de  que  ya  hemos  hecho  mención  en  otra  parte,  el 
Padre  Báñez  escribió  á  Santa  Teresa  que  de  ningún  modo  accediese  á  los  caprichos 
de  tan  veleidosa  Princesa.  Estos  hechos  y  otros  parecidos,  revelan  la  virtud  y  el  ca- 
rácter del  gran  Dominico  P.  Domingo  Báñez. 
(1)     Crónica  Carmelitana,  libro  1.",  capítulo  XLV,  número  4. 


-  279  - 

sumirán  las  edades  por  venir  en  la  Orden,  por  el  gran  favor  que  entonces 
nos  hizo.» 

Tuvo  lugar  esta  junta  ó  consistorio  á  fines  de  Agosto,  y  por  lo  tanto,  á 
muy  pocos  días  de  fundado  el  monasterio.  Nos  consta  auténticamente  y 
con  toda  certeza  este  dato  tan  curioso  é  importante  por  la  autoridad  del 
mismo  P.  Al.  Báñez.  En  efecto,  cuando  el  libro  de  la  Vida  fué  delatado  al 
Tribunal  de  la  Inquisición,  el  P.  Báñez,  como  ya  hemos  indicado  en  otro 
lugar,  puso  algunas  notas  al  margen  y  una  de  ellas  corresponde  al  capítu- 
lo XXXVI,  donde  la  Santa  escribe:  «que  solo  un  Presentado  de  la  Orden 
de  Santo  Domingo  salió  á  su  defensa-;  cuyas  palabras  hemos  arriba  lite- 
ralmente copiado.  Pues  bien,  esas  palabras  de  la  Santa  -que  solo  un  Pre- 
sentado de  la  Orden  de  Santo  Domingo,  etc.,  etc.  ,  se  hallan  anotadas 
por  el  P.  Báñez,  quien  dice  al  margen:  Esto  tuvo  lugar  en  1562  á  fin  de 
Agosto.  Yo  era  Presentado  y  di  efectivamente  este  parecer.  Fr.  Domingo 
Báñez.  En  el  punto  que  yo  escribo  esto,  2  de  Mayo  de  1575,  esta  Madre 
ha  fundado  ya  nueve  monasterios,  donde  hay  grande  regularidad  y  obser- 
vancia.- 

Por  lo  que  se  acaba  de  exponer  se  comprenderá  muy  bien  cuan  deci- 
siva fué,  con  sólo  este  hecho,  la  intervención  del  P.  M.  Báñez;  pues,  sin 
duda  alguna,  el  monasterio  de  San  José,  recién  fundado,  se  hubiera  al 
punto  deshecho,  á  no  ser  por  el  ánimo,  sabiduría  y  elocuencia  del  Padre 
M.  Báñez. 

Recapitulando  en  breves  palabras  todo  lo  dicho  hasta  aquí  acerca  de 
la  influencia  de  los  PP.  Fr.  Pedro  Ibáñez  y  Fr.  Domingo  Báñez  en  la  fun- 
dación del  primer  monasterio  de  la  Reforma,  ó  sea,  de  San  José  de  Avila, 
resulta  ser  muy  cierto  que  el  P.  Fr.  Pedro  Ibáñez  apoyó  siempre  la  funda- 
ción; y  siempre  nos  ayudó,  escribe  Santa  Teresa;  y  que  el  P.  Domingo  Bá- 
ñez la  defendió  contra  todos  poniendo  en  juego  su  elocuencia  y  el  gran 
vigor  de  sus  contundentes  raciocinios,  y  que  después  de  Dios,  á  estos 
dos  PP.  Dominicos  se  debe  la  fundación  de  este  primer  monasterio,  Cuna 
y  como  piedra  angular  de  la  inmortal  Reforma  de  Teresa  de  Jesús  (1.) 


(1)     Véase  lo  que  á  este  propósito,  dice  un  manuscrito   antiguo,  conservado  en  el 
archivo  de  este  nuestro  colegio  de  Santo  Tomás,  al  hablar  de  los   servicios  prestados 


-  280  - 

Concluiremos  el  capítulo  presente  relativo  como  el  anterior  á  la  funda- 
ción del  primer  monasterio  de  la  Reforma  con  las  palabras  grandemente 
significativas  del  autor  del  Año  Teresiano,  quien  en  el  día  30  de  Septiem- 
bre, escribe  así: 

«De  lo  dicho  hasta  aquí  se  prueba  claramente  el  patrocinio  singular, 
que  logró  ia  Santa  de  los  venerables  profesores  de  esta  esclarecida  Reli- 
gión; pues  el  primer  intento  que  ideó  nuestra  Descalcez  en  la  fundación 
de  San  José  de  Avila,  fué  fortalecido  con  las  oraciones,  apoyo  y  dicta- 
men de  San  Luis  Beltrán;  su  principio,  progreso,  fin  y  segura  estabilidad 
fué  caminando  con  admirable  providencia  sobre  los  hombros  y  diligencias 
oportunas  de  los  venerabilísimos  Maestros  Fray  Pedro  Ibáñez  y  Fray  Do- 


por  esta  Universidad:  «Y  si  no  digalo  la  gloriosa  Santa  Teresa,  que  hallándose  en  los 
mayores  desconsuelos  que  puede  padecer  un  alma,  ya  en  lo  tocante  á  la  quietud  de  su 
conciencia,  y  ya  en  la  grave  contradicción  que  padeció  en  la  erección  de  su  Reforma, 
confiesa  la  Santa  que  halló  en  dicha  Universidad  y  Convento  al  P.  Presentado  Fr.  Pe- 
dro Ibíiñez,  que  á  la  sazón  era  Regente,  que  la  resolvió  sus  mayores  dudas,  y  la  alentó 
y  animó  grandemente,  para  que  emprendiese  la  Reforma  dicha,  no  obstante  la  contra- 
dicción que  le  hicieron,  y  el  mandato  que  tenía  de  su  confesor  el  P.  Baltasar  Alvarez 
de  la  Compañía  de  Jesús  para  que  desistiese  de  ella,  como  lo  confiesa  la  Santa  en  el 
capítulo  XXXllI  de  su  vida;  y  las  crónicas  de  su  orden,  donde  tratan  de  la  fundación  del 
convento  del  Señor  S.  Joseph  de  la  ciudad  de  Avila,  que  fué  el  primero  de  Monjas  de 
su  Reforma,  aseguran  que  halló  la  Santa  en  dicho  P.  Regente  Fr.  Pedro  Ibáñez  luz, 
resolución,  magisterio,  procurador  y  agente;  pues  cuando  la  Santa  no  hacia  diligencia 
alguna  para  vencer  las  grandes  dificultades  de  su  Reforma  por  no  faltar  en  el  menor 
punto  al  dicho  P.  Baltasar  Alvarez  en  la  obediencia,  dicho  P.  Regente  escribía  á  Roma 
sin  omitir  diligencia  ni  perdonar  trabajo,  hasta  salir,  como  salió  con  el  auxilio  de  Dios 
con  la  empresa,  de  que  dá  fiel  testimonio  en  el  cap.  XXXIll  citado  de  la  Santa.» 

Con  respecto  al  P.  Domingo  Báñez,  he  aquí  lo  que  dice  el  mencionado  manuscrito 
«Otro  caso  sucedió  á  esta  gloriosa  Santa  bien  arduo  en  el  año  d^l  Señor  de  1562,  y 
fué  el  averse  juntado  en  público  Consistorio  pleno  toda  la  ciudad  de  Avila,  y  convo- 
cado todos  los  theologos  y  juristas  con  ánimo  de  determinar  sí  se  había  ó  no  derribar 
dicho  convento  de  Monjas  del  Señor  S.  Joseph,  con  que  había  principiado  la  Santa  su 
Reforma  en  dicha  ciudad,  y  aviendo  sido  todo  el  Consistorio  tie  dictamen  que  se  debía 
demoler,  solo  el  dictamen  del  P.  Regente  del  Real  convento  y  Universidad  de  Santo 
Thomas  Fr.  Do.mingo  Báñez  bastó  para  suspender  dicho  decreto,  y  para  persuadir  á 
todo  aquel  grave  Consistorio  á  que  no  se  ejecutase  cosa  semejante.» 


-281  — 

mingo  Báñez;  de  suerte,  que  aunque  no  faltaron  otros  medios  de  algunas 
personas  exemplares,  que  cooperaron  á  esta  obra,  los  de  la  Religión  Do- 
minicana fueron  tan  patentes  y  eficaces,  que  quiso  la  Majestad  divina  dar 
á  conocer  era  la  Reforma  del  Carmelo  asunto  propisimo  de  aquel  sobe- 
rano Patriarca.  Todos  estos  auxilios  aprontaba  este  Santo  en  premio  de 
aquella  amorosa  devoción  que  le  profesaba  Santa  Teresa  de  Jesús,  aun 
antes  de  hacerla  la  promesa,  que  hoy  hemos  referido.  -  Y  por  lo  que  hace 
al  P.  Báñez  en  particular,  de  quien  nos  hemos  ocupado  en  el  presente  ca- 
pítulo, escribe  así: 

<Si  se  hubiesen  de  historiar  con  cabal  noticia  todos  los  favores,  y  asis- 
tencias que  el  gran  Patriarca  Santo  Domingo  dispensó  desde  el  Cielo 
á  Santa  Teresa  de  Jesús,  y  toda  su  Reforma  por  medio  de  este  ilustre 
hijo  Fr.  Domingo  Báñez,  sería  muy  prolija  esta  relación.  Este  grande 
hombre,  desde  el  día  en  que  sin  conocerla  defendió  con  celo  sagrado  la 
fundación  primera  del  Convento  de  Avila,  como  ya  se  dijo,  asistió  á  la 
Santa  con  una  fineza  inexplicable  todos  los  días  de  su  vida.  Fué  confesor 
suyo  seis  años  seguidos,  y  siempre  la  trataba  por  cartas  en  cuantos  asun- 
tos eran  importantes  para  gozar  su  dirección,  en  la  que  se  mantuvo  lo  que 
duró  su  vida.» 


-^- 


CAPITULO    111 
fundación  del  Convento  de  IHedina  y  el  IP.  Domingo  Báñez. 

Fundado  el  primer  convento  de  la  Reforma  con  tanta  contradicción,  á  la 
vez  que  con  tan  eficaz  protección  de  nuestros  Padres,  Fr.  Pedro  Ibáñez  y 
Fr.  Domingo  Báñez,  como  hemos  visto  en  los  dos  capítulos  precedentes, 
y  habiéndose  ya  trasladado  la  Santa  Fundadora  de  su  antiguo  convento 
de  la  Encarnación  por  la  buena  maña  del  P.  ibáñez  á  su  nuevo  convento 
de  San  José  (1),  ésta  permaneció  en  esa  santa  morada  sin  salir  de  ella  y 

guardando  la  más  rigurosa  clausura  por  espacio  de  cinco  años.  Asi  nos 
lo  testifica  ella  misma  por  estas  formales  palabras  (2):  ^  Cinco  años  des- 
pués de  la  fundación  de  San  José  de  Avila;  estuve  en  él,  que  á  lo  que  ahora 
entiendo,  me  parece  serán  los  más  descansados  de  mi  vida,  cuyo  sosiego 
y  quietud  echa  harto  menos  muchas  veces  mi  alma.-  Durante  estos  cinco 
años,  los  más  tranquilos  de  su  vida  tuvo  por  confesores  á  los  dominicos 
Fr.  Domingo  Báñez  y  Fr.  García  de  Toledo,  y  es  sabido  de  todos  y  ya 
lo  hemos  indicado  en  otra  parte,  que  en  estos  cinco  años  escribió  el  Ca- 
mino de  Perfección,  y  la  fundación  de  su  monasterio  de  San  José  de  Avila, 
y  en  el  prólogo  al  Camino  de  Perfección,  dice  así:  -  Sabiendo  las  hermanas 
de  este  monasterio  de  San  José  de  Avila,  cómo  tenía  licencia  del  P.  Pre- 
sentado Fr.  Domingo  Báñez.  de  la  Orden  del  glorioso  Santo  Domingo 


(1)  Ya  se  ha   dichu  que  su  traslación   definitiva  fué  á  principios  déla   Cuaresma 
de  15G3. 

(2)  Fundaciones,  capitulo  1. 


—  284  — 

(que  al  presente  es  mi  confesor)  para  escribir  algunas  cosas  de  oración...»: 
y  lo  mismo  testifica  con  respecto  al  P.  García  de  Toledo  en  el  prólogo  á 
las  Fundaciones  por  estas  palabras:  -Estando  en  San  José  de  Avila  año 
de  1562,  que  fué  el  mesmo  que  se  fundó  este  mesmo  monasterio,  fui  man- 
dada del  P.  Fr.  García  de  Toledo,  dominico,  que  al  presente  era  mi  con- 
fesor, que  escribiese  la  fundación  de  aquel  monasterio,  con  otras  muchas 
cosas,  que  quien  la  viere  (si  sale  á  luzj  verá -.  Lo  mismo  testifica  con  res- 
pecto al  P.  Domingo  Báñez,  cuando  en  la  relación  al  P.  Rodrigo,  escribe: 
«Con  el  P.  M,  Fr.  Domingo  Báñez  que  ahora  está  en  Valladolid  por  Re- 
gente en  el  Colegio  de  San  Gregorio,  me  confesé  seis  años  y  siempre  tra- 
taba con  él  por  cartas,  cuando  se  ofrecía  algo»,  refiriéndose  al  decir  seis 
años  principalmente  á  esos  cinco  que  vivió  en  San  José  de  Avila. 

Grandes  fueron  las  mercedes  que  en  este  tiempo  recibió  del  Señor:  éste 
se  complacía  en  revelarle  los  más  ocultos  secretos  y  en  oír  sus  peticiones;  y 
así  en  el  capítulo  XXXIX  de  su  Vida  nos  dice:  «Estaba  una  vez  con  gran- 
dísima pena,  porque  sabía  que  una  persona,  á  quien  yo  tenía  mucha  obli- 
gación, quería  hacer  una  cosa  harto  contra  Dios  y  su  honra,  y  estaba  ya 
muy  determinada  á  ello.  Era  tanta  mi  fatiga,  que  no  sabía  qué  remedio 
hacer  para  que  lo  dejase,  y  aún  parecía  que  no  le  había.  Supliqué  á  Dios 
muy  de  corazón  que  le  pusiese,  mas  hasta  verlo  no  podía  aliviarse  mi 
pena.  Fuime,  estando  ansí,  á  una  ermita  bien  apartada  (que  las  hay  en  este 
monasterio),  y  estando  en  una,  á  donde  está  Cristo  á  la  columna,  suplicán- 
dole me  hiciese  esta  merced,  oí  que  hablaba  una  voz  muy  suave,  como 
metida  en  un  silbo.  Yo  me  espelucé  toda,  que  me  hizo  temor,  y  quisiera  en- 
tender lo  que  me  decía;  mas  no  pude,  que  pasó  muy  en  breve.  Pasado  mi 
temor,  que  fué  presto,  quedé  con  un  sosiego  y  gozo,  y  deleite  interior,  que 
yo  me  espanté,  que  sólo  oír  una  voz  (que  esto  oílo  con  los  oídos  corpora- 
les) y  sin  entender  palabra,  hiciese  tanta  operación  en  el  alma.  En  esto  vi, 
que  se  había  de  hacer  lo  que  pedía,  y  ansí  fué,  que  se  me  quitó  del  todo 
la  pena,  en  cosa  que  aún  no  era  (como  si  lo  viera  hecho)  como  fué  des- 
pués. Díjelo  á  mis  confesores,  que  tenia  entonces  dos,  harto  letrados  y  sier- 
vos de  Dios-  (1). 

(1)     Estos  eran  los  Padres  L)( mingo  Báñez  y  (Jaicia  de  Toledo. 


-235  — 

Los  éxtasis  y  arrobamientos  se  sucedían  á  cada  paso.  Isabel  de  Santo 
Domingo  que  vivía  por  este  tiempo  en  San  José,  dice:  *  Otras  veces  le 
daba  el  Señor  más  grandes  ansias  de  verlo  y  de  verse  desatada  de  ¡a 
cárcel  este  cuerpo  que  parece  le  ponían  en  extremo  de  acabar  la  vida.  Y 
asi  parece  que  en  otro  modo  la  sacaba  de  sí  este  deseo,  con  una  ansia, 
que  toda,  exterior  é  interiormente,  la  apretaba,  que  parecía  arrancarse  el 
alma.  Procuraba  irse  á  lo  más  sólo  de  la  casa,  cuando  así  estaba,  porque 
esta  pena  trae  este  deseo.  Mas  yo  entendí  una  vez  della,  que  estaba  apre- 
tada en  tal  punto,  que  se  temió  se  le  había  de  acabar  allí  la  vida  sin  que 
la  viese  nadie;  y  estaba  en  una  hermita  y  era  de  noche  y  sin  luz.  Yo  la 
había  sentido  salir  del  coro;  y  habíame  ido  en  su  mira;  y  como  después 
me  estuviese  escuchándola,  entendí  lo  que  era  por  lo  de  otras  veces  tenía 
noticia.  Y  así  entré  donde  estaba  y  me  llegué  á  ella  á  oscuras,  que  no  osé 
llevar  luz  porque  temí  darle  pena.  Y  aunque  me  decía  que  me  fuese  y  la 
dejase;  no  osé  hacerlo,  porque  le  toqué  las  manos  y  las  tenía  enclavijadas 
y  frías  como  de  muerta.  Dióme  tanta  pena,  que  sin  mirar  lo  que  hacía  co- 
mencé á  reñirla,  y  á  decirla  que  mirase  lo  que  hacía,  que  también  podía 
haber  peligro  en  aquello  y  morirse  con  aquella  pena;  y  que  se  mataría  así 
y  á  nosotras;  y  que  el  demonio  se  holgaría  de  cortarle  los  pasos  en  el  ser- 
vicio de  Dios,  y  que  era  desatino  tomar  ella  tanta  pena  por  ver  á  su  Ma- 
jestad hasta  que  El  quisiese  y  lo  ordenase.  Ella,  con  una  mansedumbre  de 
un  ángel,  me  respondía:  Calle,  boba,  y  piensa  que  está  en  mi  mano?  Yo  me 
daba  tanta  priesa  en  darle  mis  consejos,  que,  aunque  necios,  la  divertí 
algo,  para  que  estuviese  para  irse  al  coro,  que  nos  fuimos  á  Maitines.  Y 
después  fuimos  las  dos  al  confesor  con  este  pleito,  que  era  el  Padre  Maes- 
tro Fray  Domingo  Báñez;  y  yo  la  acusaba  y  decía  le  mandase  que  no  fue- 
se lejos  ni  á  solas  en  tales  tiempos  y  que  la  había  visto  como  fuera  de  sí  en 
las  ansias  que  tenía >'  (1). 

■No  se  cansaba,  añade,  el  limo.  Yepes  (2)  de  pedir  á  nuestro  Señor, 
que  no  le  hiciese  semejantes  mercedes  en  público,  y  así  contaba  el  Padre 

(1 )  Vida  de  Isabel  de  Santo  Domingo  pt)r  D.  Miguel  Bautista  Lanuza.  Libro  2.°,  capí- 
tulo XXV. 

(2)  Libro  1.",  capitulo  XV. 


-286- 

Maestro  Báñez,  que  como  una  vez,  acabando  de  comulgar,  y  estando  en 
una  gran  publicidad,  se  fuese  á  levantar  el  cuerpo  de  la  tierra,  ella  se  asió 
fuertemente  á  una  reja  de  la  Iglesia,  y  muy  afligida  decía  á  Dios:  Señor,  por 
una  cosa  que  tan  poco  importa,  como  es  dejar  yo  de  recibir  esta  merced,  no 
permitáis  que  una  mujer  tan  ruin  como  yo  sea  tenida  por  buena.  Otras  veces 
se  asia  á  las  esteras  del  Coro,  y  las  levantaba  hacia  arriba,  y  así  tenía 
prevenidas  á  sus  compañeras;  que  cuando  sintiesen  algo  de  esto  en  público 
la  tirasen  fuertemente  de  la  ropa  para  no  ser  sentida»  (1). 

Además  de  estos  regalos  divinos  la  Santa  se  deleitaba  viviendo  en  me- 
dio de  almas  tan  santas  como  eran  sus  primitivas  hijas  de  San  José.  «Yo 
me  estaba  deleitando,  escribe  en  el  capítulo  1  de  sus  Fundaciones  entre 
almas  tan  santas  y  limpias  á  donde  sólo  era  su  cuidado  de  servir  y  alabar  á 
Dios».  Cuenta  después  los  edificantes  ejemplos  de  virtud,  en  especial  de 
obediencia,  y  luego  continúa:  «Pues,  estando  esta  miserable  entre  estas 
almas  de  ángeles,  que  á  mí  no  me  parecían  otra  cosa,  porque  ninguna  fal- 
ta, aunque  fuese  interior,  me  encubrían,  y  las  mercedes  y  grandes  deseos 
y  desasimiento  que  el  Señor  les  daba,  eran  grandísimas;  su  consuelo  era 
su  soledad,  y  así  me  certificaban,  que  jamás  de  estar  solas  se  hartaban,  y 
así  tenían  por  tormento  que  las  viniesen  á  ver,  aunque  fuesen  hermanos. 
La  que  más  lugar  tenía  de  estarse  en  una  ermita,  se  tenía  por  más  dicho- 
sa. Considerando  yo  el  gran  valor  de  estas  almas,  y  el  ánimo  que  Dios 
las  daba  para  padecer  y  servirle,  no  cierto  de  mujeres,  muchas  veces  me 
parecía  que  era  para  algún  gran  fin  las  riquezas  que  el  Señor  ponía  en 
ellas;  no  porque  me  pasase  por  pensamiento  lo  que  después  ha  sido,  por- 
que entonces  parecía  cosa  imposible,  por  no  haber  principio  para  poderse 
imaginar,  puesto  que  mis  deseos,  mientras  más  el  tiempo  iba  adelante,  eran 
muy  más  crecidos  de  ser  alguna  parte  para  bien  de  algún  alma;  y  muchas 
veces  me  parecía,  como  quien  tiene  un  gran  tesoro  guardado  y-desea  que 
todos  gocen  de  él,  y  le  atan  las  manos  para  distribuirle:  así  me  parecía  es- 
taba   mi    alma,   porque  las   mercedes   que   el   Señor  en   aquellos  años 


(1)  Por  este  tiempo  tuvo  también  lugar  la  dispensa  ó  conmutación  del  voto  que  el 
P.  García  de  Toledo  hizo  á  la  Santa  Madre,  como  confesor  que  era  suyo,  según  ya  lo 
hemos  expuesto  en  el  capitulo  IV  de  la  primera  parte,  al  tratar  de  este  R.  Padre. 


-287- 

la   luKÍa  eran   muy  grandes,  y  todo  me  parecía  mal  empleado  en  mí. 

'En  la  virtud  de  la  obediencia,  de  quien  yo  soy  muy  devota,  aunque 
no  sabia  tenerla,  hasta  que  estas  siervas  de  Dios  me  enseñaron,  para  no 
ignorar,  si  yo  tuviera  virtud,  pudiera  decir  muchas  cosas  que  allí  en  ellas 
vi.  Una  se  me  ofrece  ahora,  y  es:  que  estando  un  día  en  refectorio,  diéron- 
nos  raciones  de  cogombro:  á  mí  cupo  una  delgada,  y  por  de  dentro  podri- 
da. Llamé  con  disimulación  á  una  hermana  de  las  de  mejor  entendimiento 
y  talentos  que  allí  había  para  probar  su  obediencia,  y  díjela  que  fuese  á 
sembrar  aquel  cogombro  á  un  hortecillo  que  teníamos.  Ella  me  preguntó, 
¿si  le  había  de  poner  alto  ó  tendido?  Yo  le  dije  que  tendido.  Ella  fué  y 
púsole,  sin  venir  á  su  pensamiento  que  era  imposible  dejarse  de  secar, 
sino  que  el  ser  por  obediencia  le  cegó  la  razón  natural,  para  creer  era  muy 
acertado  (1).  Acaecíame  encomendar  á  una  seis  ó  siete  oficios  contrarios,  y 
callando  tomarlos,  pareciéndole  posible  hacerlos  todos.  > 

«Servía  al  Señor  con  mis  pobres  oraciones  siempre,  y  yo  procuraba  con 
las  Hermanas  que  hiciesen  lo  mismo,  y  se  aficionasen  al  bien  de  las  almas 
y  al  aumento  de  su  Iglesia,  y  á  quien  trataba  con  ellas,  siempre  se  edifi- 
caban, y  en  esto  embebía  mis  grandes  deseos.- 

En  este  tiempo  llegó  á  España  y  á  Avila  el  General  de  la  Orden  (1).  «Yo 
procuré,  dice  en  el  capítulo  II,  fuese  á  San  José,  y  el  Obispo  tuvo  por  bien 
se  le  hiciese  toda  la  cabida  que  á  su  misma  persona.  Yo  le  di  cuenta  con 
toda  verdad  y  llaneza,  porque  es  mi  inclinación  tratar  así  con  los  prela- 
dos, suceda  lo  que  sucediere,  pues  están  en  lugar  de  Dios,  y  con  los  con- 
fesores lo  mismo:  y  si  esto  no  hiciese,  no  me  parecería  tenía  seguridad  mi 
alma,  y  así  le  di  cuenta  della,  y  casi  de  toda  mi  vida,  aunque  es  harto 
ruin:  él  me  consoló  mucho,  y  aseguró  que  no  me  mandaría  salir  de  allí. 
Alegróse  de  ver  la  manera  de  vivir,  y  un  retrato,  aunque  imperfecto,  del 


(1)  Aún  se  conserva  por  tradición  la  memoria  del  sitio  en  que  esta  angelical  novi- 
cia, que  lo  era,  Sor  María  Bautista,  cegando  su  natural  razón  ejecutó  este  acto  heroico 
de  obediencia. 

(2)  Juan  Bautista  Rosi  ó  Rúbeo,  varón  de  grandes  virtudes,  quien  amó  tiernamente 
á  Santa  Teresa.  Gozaba  este  Santo  General  de  hablar  de  ella  y  se  deleitaba  en  lla- 
marla «la  mia  figlia.* 


-288  — 

principio  de  nuestra  Orden,  y  como  la  regla  primera  se  guardaba  en  todo 
rigor,  porque  en  toda  la  Orden  no  se  guardaba  en  ningún  monasterio,  sino 
la  mitigada;  y  con  la  voluntad  que  tenía  de  que  fuese  muy  adelante  este 
principio,  dióme  muy  cumplidas  patentes  (1)  para  que  se  hiciesen  más  mo- 
nasterios, con  censuras  para  que  ningún  provincial  me  pudiese  ir  á  la 
mano.  Yo  no  se  las  pedí,  puesto  que  entendió  de  mi  manera  de  proceder 
en  la  oración,  que  eran  los  deseos  grandes  de  ser  parte,  para  que  algún 
alma  se  llegase  más  á  Dios.» 

Con  las  patentes  que  tenía  del  General,  pensó  entonces  en  una  segun- 
da fundación,  y  escogió  á  Medina  del  Campo,  ciudad  entonces  rica  y  pia- 
dosa; pero  se  necesitaba  la  licencia  del  Abad. 

A  este  fin  envió  á  Julián  Dávila  (2):  «á  esto  fué,  dice,  un  clérigo  muy 


(1)  El  P.  Báñez  dice  en  su  declaración  de  Salamanca  para  la  canonización  de  la 
Santa  «que  la  mando  hiciese,  la  dicha  Madre  Teresa  de  Jesús,  tantos  monasterios,  como 
pelos  tenía  en  la  cabeza.» 

(2)  El  V.  Julián  üávila  fué  natural  de  esta  ciudad  y  capellán  á  la  vez  que  confesor 
por  muchos  años  del  convento  de  San  José:  compañero  inseparable  de  la  Santa  en  sus 
trabajos  y  en  sus  peregrinaciones.  Andaban  tan  unidos  sus  nombres  y  su  fama,  que 
como  él  testifica,  corría  un  refrán  por  la  comarca  «que  preguntando  que  qué  se  sonaba 
en  Avila,  respondían  que  Teresa  de  Jesús  y  Julián  Dávila.» 

Era  teólogo,  según  escribe  Santa  Teresa  en  su  fundación  de  Sevilla,  y  hombre  de 
gran  santidad  y  virtud.  Sin  embargo,  no  tuvo  como  confesor  la  discreción  suficiente 
para  la  dirección  de  las  religiosas  de  San  José;  y  asi  escribiendo  la  Santa  al  P.  Gracián, 
decía,  (a)  «Espantada  estoy  de  lo  que  hace  el  demonio,  y  tiene  casi  toda  la  culpa  el 
confesor,  con  ser  tan  bueno;  mas  siempre  ha  dado  en  que  coman  todas  carne,  y  esta 
era  una  de  las  peticiones  que  pedían.  ¡Mire  qué  vida!  Harta  pena  me  ha  dado  ver 
cuan  estragada  está  aquella  casa,  y  que  ha  de  ser  trabajo  tornarlo  á  ser,  con  haber  muy 
buenas  monjas.» 

En  otra  carta  de  fecha  posterior  al  mismo  P.  Gracian,  ocupándose  la  Santa  de  la  mala 
dirección  de  Julián  Dávila  y  estragos  que  causaba  en  su  primer  convento,  pronunció 
esta  sentencia:  «Dios  me  libre  de  confesores  de  muchos  años».  Dice  así  (b);  ¡Oh  mi 
padre,  qué  desabrido  anda  Julián!  A  la  Mariana  no  está  para  negársele  cada  día  que  le 


(a)  Tomo  5.",  carta  326. 

(b)  Tomo  5."  Carta  355 


-289- 

slervo  de  Dios  y  bien  desasido  de  todas  las  cosas  del  mundo  y  de  mucha 
oración.  Como  la  fundación  habla  de  ser  sin  renta,  no  era  fácil  el  obtener 
la  licencia,  y  sobre  todo  sin  el  informe  de  personas  graves  de  la  Ciudad; 
con  cuyo  objeto  convocó  el  Abad  una  junta  que  diese  su  parecer  sobre 
el  caso.  Asistió  á  ella  el  P.  Domingo  Báñez,  como  persona  de  tanta  autori- 
dad é  hijo  de  la  ciudad  de  Medina. 

Aunque  en  la  junta  hubo  oposición,  hasta  llegará  desmandarse  alguno 
hablando  mal  de  la  Santa  Fundadora,  el  P.  Báñez  que  tanto  la  conocía, 
como  confesor  que  era  suyo,  y  que  había  presenciado  loque  habla  sucedido 
en  la  fundación  de  San  José  de  Avila,  y  había  sido  en  ella  su  defensor  y 
patrono,  la  defendió  también  en  esta  ocasión,  y  dijo:  *quién  era  la  Madre 
Teresa  de  Jesús  y  afeó  las  palabras  que  se  dijeron  contra  ella,  con  lo  cual 
el  Abad  dio  la  licencia  que  para  la  nueva  fundación  se  pedía>.  Véase  lo  que 
dice  el  autor  de  la  Crónica  de  la  Reforma:  «No  quiso  el  Abad  (1)  dar  la  li- 
cencia sin  información  de  conveniencia  y  consulta  de  personas  graves. 
Una  se  fué  de  lengua  en  deshonor  de  la  Santa:  y  el  P.  M.  Fr.  Domingo  Bá- 
ñez que  se  halló  presente,  dijo  con  graves  palabras  quién  era  la  Madre 
Teresa,  y  cómo  se  debía  hablar  della:  con  que  se  despachó  la  licencia-  (2). 

Aunque  la  Santa  tenía  ya  licencia  del  Abad  y  del  pueblo,  para  fundar 
en  Medina,  y  estaba  además  cargada  de  patentes  y  de  buenos  deseos, 
pero  se  encontraba  sin  ninguna  posibilidad  para  ponerlo  por  obra.  No 
desfalleció,  sin  embargo,  su  ánimo  más  que  de  mujer  y  confiada  en  Dios 
sale  de  Avila  para  realizar  su  obra.  Veamos  cómo  ella  misma  describe  esta 
salida  (3):  <Pues  ya  que  tenía  la  licencia,  no  tenía  casa  ni  blanca  (4)  para 


quiere,  sino  para  rojearle  con  él.  Todo  es  santo;  mas  Dios  me  libre  de  confesores  de 
muchos  años.  Ventura  será  si  esto  se  acaba  de  desarraigar.  ¿Qué  hiciera  si  no  fueran 
tan  buenas  almas?» 

(1)  Muchas  ciudades  de  España  en  el  siglo  XVI  tenían  el  privilegio  de  ser  gober- 
nadas por  un  Abad.  Medina  del  Campo  era  una  de  ellas,  y  la  misma  ciudad  le  nom- 
braba como  á  todos  los  oficiales  eclesiásticos  y  civiles.  Por  ese  motivo  lleva  en  su  anti- 
quísimo escudo  esta  divisa  ó  lema:  «Ni  del  Papa  beneficio,  ni  del  Rey  oficio.» 

(2)  Libro  2.°,  capítulo  V,  número  4. 

(3)  Fundaciones,  capituh»  III. 

(4)  En  tiempo  de  Santa  Teresa  dos  ó  tres  blancas  valían  un  maravedí. 

19 


■ 


—  290  — 

comprarla:  pues  crédito  para  fiarme,  en  nada.  Si  el  Señor  no  le  diera,  ¿cómo 
le  había  de  tener  una  romera  (1)  como  yo?  Proveyó  el  Señor  que  una  don- 
cella ipuy  virtuosa,  para  quien  no  había  habido  lugar  en  San  José  que  en- 
trase, sabiendo  se  hacía  otra  casa,  me  vino  á  rogar  la  tomase  en  ella.  Esta 
tenía  unas  blanquillas,  harto  poco,  que  no  eran  para  comprar  casa,  sino 
para  alquilarla;  y  así  procuramos  una  de  alquiler,  y  para  ayuda  al  camino. 
Sin  más  arrimo  que  éste,  salimos  de  Avila  dos  monjas  de  San  José  y  yo, 
y  cuatro  de  la  Encarnación  (2),  que  es  el  monasterio  de  la  regla  mitigada, 
á  donde  yo  estaba  antes  que  se  fundase  San  José,  con  nuestro  P.  Capellán 
Julián  Dávila. 

«Cuando  en  la  ciudad  se  supo  hubo  mucha  murmuración:  unos  decían 
que  yo  estaba  loca;  otros  esperaban  el  fin  de  aquel  desatino;  el  Obispo 
(según  después  me  ha  dicho)  le  parecía  muy  grande,  aunque  entonces  no 
me  lo  dio  á  entender  ni  quiso  estorbarme,  porque  me  tenía  mucho  amor,  y 
no  me  dar  pena;  mis  amigos  harto  me  habían  dicho,  mas  yo  hacía  poco 
caso  de  ello;  porque  me  parecía  tan  fácil  lo  que  ellos  tenían  por  dudoso, 
que  no  podía  persuadirme  á  que  había  de  dejar  de  suceder  bien.» 

Añade  el  autor  de  la  Reforma:  «No  fué  tan  secreta  su  salida,  que  no  se 
supiese  en  Avila.  Conmovióse  general  murmuración  en  toda  la  ciudad:  y 
el  juicio  humano  combatido  de  los  vientos  de  sus  discursos,  naufragó.  De- 
cían unos  de  la  Santa,  que  no  tenía  juicio;  otros  que  era  amiga  de  andar, 
y  de  pasearse:  otros  esperaban  en  qué  había  de  parar  tan  gran  desatino... 
El  Obispo  era  el  que  más  lo  sentía,  así  por  carecer  de  su  presencia,  con 
que  se  consolaba,  y  aprovechaba;  como  porque  le  parecía  no  llevar  cami- 
no. Pero  por  la  grande  opinión  que  de  la  Santa  tenía  la  dejó»  (3). 

Detengámonos  un  poco  en  analizar  este  pasaje  de  la  Santa  y  veremos 
lo  que  naturalmente  se  infiere  de  su  contenido. 

(1)  Mujer  que  anda  en  romerías  ó  peregrinaciones. 

(2)  De  las  cuatro  de  la  Encarnación,  dos  eran  primas  hermanas  de  la  Santa  é  hijas 
de  Don  Francisco  Sánchez  de  Cepeda.  Se  llamaban  Inés  y  Ana  de  Tapia. 

De  las  dos  religiosas  de  San  José,  una  de  ellas  era  Doña  María  de  Ocampo,  sobrina 
de  la  Santa,  á  quien  ya  conocemos,  que  se  llamó  en  la  religión  Maria  Bautista,  y  vivió 
más  adelante  muchos  años  en  Valladolid  siendo  Priora. 

(3)  Libro  2.",  capítulo  V. 


—  291  — 

Era  Santa  Teresa  una  Virgen  prudentísima  muy  mirada  en  el  obrar  y 
hasta  tímida  (1)  en  sus  pareceres  como  ella  lo  testifica  en  muchas  ocasio- 
nes. ¿Con  qué  apoyo,  pues,  con  qué  parecer  contó  para  empezar  con  tan- 
to ánimo  la  fundación  que  nos  ocupa?  Que  lo  hiciera  sin  consultar  es  un 
absurdo  que  no  se  puede  suponer  en  una  Virgen  que  «fué  principalmente 
alabada  de  no  hacer  cosa  sin  tener  aprobación  primero  de  los  más  graves 
y  doctos  hombres  del  reino  y  en  especial  de  los  Padres  de  Santo  Domin- 
go» (2.) 

Y  si  consultó  este  tan  grave  negocio,  como  es  evidente  que  lo  hizo, 
según  era  grande  su  prudencia,  ¿con  quién  ó  á  quién  hizo  esta  consulta? 
¿Fué  con  sus  compatriotas  de  Avila?  Pero  estos  decían  que  estaba  loca  y 
esperaban  el  fin  de  aquel  desatino.  ¿Fué  con  sus  grandes  amigos  Salcedo, 
Daza  y  Aranda?  Pero  estos  le  habían  dicho  harto  para  que  no  hiciese  tal 
cosa;  mas  ella  hizo  poco  caso  de  ellos.  ¿Lo  consultó  con  su  Prelado,  que 
lo  era  el  Obispo  de  Avila?  Pero  á  éste  le  parecía  también  un  grande  desa- 
tino. ¿Con  quién,  pues,  lo  consultó,  y  quiénes  únicamente  aprobaron  su 
resolución?  Fueron  los  hijos  de  Santo  Domingo;  fueron  sus  dos  confeso- 
res; fueron  los  FP.  Domingo  Báñez  y  García  de  Toledo;  que  por  aquel 
tiempo  dirigían  su  espíritu,  como  lo  hemos  hecho  constar  en  un  principio, 

(1)  Escribiendo  al  P.  Ordoñez  de  la  Cumpañía  y  hablando  de  una  carta  que  el 
dominico  y  visitador  P.  Pedro  habla  escrito  al  P.  Báñez  dándole  las  veces  para  que  en 
unión  con  Santa  Teresa  determinase  lo  que  convendría  hacer  acerca  de  un  Colegio  de 
doncellas  que  se  trataba  de  fundar  en  Medina,  le  decia:  «hame  dado  más  cuidado,  en 
especial  después  que  vi  hoy  la  carta  del  padre  visitador,  que  lo  remite  al  padre  maestro 
fray  Domingo,  y  á  mí;  y  escríbele  una  carta,  en  que  para  esto  nos  da  sus  veces,  porque 
soy  tímida  en  cosa  que  yo  he  de  tener  algún  voto;  luego  me  parece  lo  he  de  errar 
todo.    (Carta  33). 

(2)  «A  la  segunda  pregunta  dijo  que  á  personas  muy  graves  en  letras  y  en  religión 
con  quien  la  Santa  Madre  trató,  oyó  este  testigo  nmchas  veces  y  movió  pláticas,  sabe 
de  cierto  de  ellos  que  era  mujer  de  heroicas  virtudes  y  de  rara  santidad  y  en  particular 
la  alababan  de  estas  tres  grandes  virtudes,  la  una  fué  que  jamás  hacía  cosa  sin  tener 
aprobación  primen»  de  los  más  graves  y  doctos  hombres  del  reino  y  en  especial  de  los 
padres  de  Santo  Domingo  de  los  cuales  oyó  este  testigo  estar  muy  pagados  de  su 
modo  de  proceder  que  era  muy  conforme  á  la  perfección  evangélica  .  (Declaración  del 
P.  Alarcón,  Lector  de  Teología  en  Santo  Tomás,  proceso  de  Avila.) 


i 


-292- 

Ya  dijimos  también  que  al  P.  Báñez  no  sólo  no  le  parecía  desatino  el 
proyecto  que  la  Santa  tenia  de  hacer  en  Medina  su  segunda  fundación, 
sino  que  debido  á  la  defensa  que  este  Padre  hizo  de  la  Seráfica  Madre,  el 
Abad,  dio  la  licencia  que  para  ese  fin  se  pedía:  por  donde  se  nos  da  bien 
á  entender  que  aprobaba  muy  de  grado  la  fundación  intentada.  Pero  aún 
tenemos  que  añadir  otro  dato  mucho  más  significativo,  y  que  de  una  ma- 
nera decisiva  prueba  la  eficaz  intervención  que  el  P.  Báñez  tuvo  en  esta 
fundación. 

Salió  Santa  Teresa  de  Avila  el  13  de  Agosto  con  dirección  á  Medina, 
porque  su  intento  era  que  el  día  15,  día  de  la  Asunción  de  la  Virgen  se 
hiciese  la  fundación.  Mas  al  llegar  á  Arévalo,  supo  que  los  Agustinos  se 
oponían  á  sus  intentos  y  que  forzado  había  de  haber  pleito.  El  P.  Báñez, 
que  por  casualidad,  ó  más  bien,  por  providencia  divina,  estaba  en  Arévalo, 
se  comprometió  á  concluir  pronto  y  ea  paz  el  negocio  y  resistencia  de  los 
PP.  Agustinos.  Todo  lo  ocurrido  en  este  caso  nos  lo  refiere  la  Santa  en  el 
capítulo  III  de  sus  Fundaciones,  por  estas  palabras:  «Pues  llegando  la  pri- 
mera jornada  ya  noche,  y  cansadas  por  el  mal  aparejo  que  llevábamos, 
yendo  á  entrar  por  Arévalo,  salió  un  clérigo  nuestro  amigo,  que  nos  tenía 
una  posada  en  casa  de  unas  devotas  mujeres,  y  díjome  en  secreto  cómo 
no  teníamos  casa,  porque  estaba  cerca  de  un  monasterio  de  Agustinos  y 
que  ellos  resistían  que  no  entrásemos  ahí,  y  que  forzado  había  de  haber 
pleito.  ¡Oh  válame  Dios!  Cuando  Vos,  Señor,  queréis  dar  ánimo,  ¡qué  poco 
hacen  todas  las  contradicciones;  Antes  parece  me  animó,  pareciéndome, 
pues,  ya  se  comenzaba  á  alborotar  el  demonio,  que  se  había  de  servir  el 
Señor  de  aquel  monasterio.  Con  todo,  le  dije  que  callase,  por  no  alboro- 
tar á  las  compañeras,  en  especial  á  las  dos  de  la  Encarnación  (1),  que  las 
demás  por  cualquier  trabajo  pasarán  por  mí.  La  una  destas  dos  era  supe- 
riora  entonces  de  allí,  y  defendiéronle  mucho  la  salida,  entrambas  de  bue- 
nos deudos,  y  venían  contra  su  voluntad,  porque  á  todas  les  parecía  dis- 
parate, y  después  vi  yo  que  les  sobraba  razón,  que  cuando  el  Señor  es 


(1)  Aunque  ha  diclio  antes  que  cíe  la  Encarnación  eran  cuatro  las  religiosas  que  la 
acompañaban,  pero  sin  duda  en  dos  de  ellas  tenía  menos  confianza;  y  por  eso  dice 
ahora  que  las  dos  de  la  Encarnación. 


—  203  — 

servido  yo  fundé  una  casa  destas,  parécenie  que  ninguna  cosa  admite  mi 
pensamiento,  que  me  parezca  bastante  para  dejarlo  de  poner  por  obra, 
hasta  después  de  hecho:  entonces  se  ponen  juntas  las  dificultades,  como 
después  se  verá. 

Llegando  á  la  posada,  supe  que  estaba  en  el  lugar  un  fraile  dominico, 
muy  gran  siervo  de  Dios,  con  quien  yo  me  había  confesado  en  el  tiempo  que 
había  estado  en  San  José.  Porque  en  aquella  fundación  traté  mucho  de  su 
virtud,  aquí  no  diré  más  del  nombre,  que  es  el  maestro  Fray  Domingo  Bá- 
ñez:  tiene  muchas  letras  y  discreción,  por  cuyo  parecer  yo  me  gobernaba, 
y  al  suyo  no  era  tan  dificultoso,  como  en  todos  los  que  iba  á  hacer;  porque 
quien  más  conoce  de  Dios,  más  fácil  se  le  hacen  sus  obras,  y  de  algunas 
mercedes,  que  sabía  su  Majestad  me  hacia,  y  por  lo  que  había  visto  en  la 
fundación  de  San  José,  todo  le  parecía  muy  posible.  Dióme  gran  consuelo 
cuando  le  vi;  porque  con  su  parecer  todo  me  parecía  iría  acertado  (1).  Pues 
venido  allí,  díjele  muy  en  secreto  lo  que  pasaba:  á  él  le  pareció  que  presto 
podríamos  concluir  el  negocio  de  los  Agustinos;  mas  á  mí  hádaseme  recia 
cosa  cualquiera  tardanza  por  no  saber  qué  hacer  de  tantas  monjas,  y  así 
pasamos  todas  con  cuidado  aquella  noche,  que  luego  lo  dijeron  en  la  po- 
sada á  todos». 

Mucho  nos  dice  Santa  Teresa  con  las  palabras  que  acabamos  de  trans- 
cribir. Magnífico  elogio  contienen  de  lo  que  era  para  Santa  Teresa  el  Pa- 
dre Báñez.  -Era,  dice,  hombre  de  muchas  letras  y  discreción,  por  cuyo 
parecer  ella  se  gobernaba»:  no  le  pareció  había  dificultad  en  la  fundación 
que  se  proyectaba  y  las  demás  que  se  habían  de  hacer  en  adelante;  en  lo 
cual  profetizó  ó  por  lo  menos  presintió  los  destinos  que  el  Señor  tenía  for- 

(1)  Son  dignas  de  observación  estas  palabras  de  la  Santa,  que  asegura  que  *con  el 
parecer  del  P.  Báñez  tudo  iría  acertado.  >  Era  el  P.  Báñez,  hombre  que  pasó  toda  su 
vida  en  las  escuelas  de  la  Orden:  su  elemento  eran  las  letras,  en  ias  cuales  se  liabia 
criado  desde  joven:  y  sujetos  de  esta  especie  no  suelen,  por  lo  común,  ser  los  más 
cuerdos  y  atinados  cuando  se  trata  de  negocios  y  empresas  que  con  frecuencia  acae- 
cen en  la  vida;  sin  embargo,  por  estas  palabras  de  la  Santa  y  por  lo  prudente  que  siem- 
pre estuvo  en  aconsejarla,  coni<t  ya  hemos  visto,  y  se  verá  en  adelante,  se  conoce  que 
juntó  lo  uno  con  lo  otro,  es  decir,  lo  teórico  con  lo  práctico,  lo  cual  confirma  una  vez 
el  conocido  apotegma  de  que  «no  hay  regla  sin  excepción.» 


—  294  — 

mados  acerca  de  esta  incomparable  mujer;  y  la  razón  de  todo  esto  era 
porque  quien  más  conoce  de  Dios,  más  fáciles  se  le  hacen  sus  obras;  y  el 
P.  Báñez,  como  confesor,  conocía  las  grandes  mercedes  que  Dios  había 
hecho  á  Teresa  de  Jesús.  Había  presenciado  las  maravillas  que  habían 
acaecido  en  la  fundación  de  Avila;  había  palpado  como  con  la  mano  la 
intervención  soberana  del  espíritu  de  Dios,  y  de  ahí  que  todo  se  le  hiciera 
fácil;  porque  ¿voliintati  ejus  qiiis  resista?  Por  eso  desde  luego  se  compro- 
metió á  arreglar  el  negocio  de  los  padres  Agustinos;  y  Santa  Teresa  á  su 
vez  descansó  y  recibió  gran  consuelo  por  la  presencia  del  P.  Báñez  en 
Arévalo  y  en  ocasión  tan  recia  como  era  aquella:  porque  desde  luego  se 
la  asentó  que  con  su  parecer  todo  había  de  ir  acertado.  En  efecto;  no  se 
equivocó,  y  todo  fué  acertado;  pues  como  escribe  el  limo.  Yepes  «el  Padre 
Báñez,  confesor  y  amigo  grande  de  la  Santa  se  le  ofreció  á  alcanzar  el  be- 
neplácito de  los  padres  Agustinos;  y  de  tal  manera  se  hubo  en  este  ne- 
gocio, que  el  día  siguiente,  día  de  la  Asunción  de  la  Virgen,  se  dijo  al 
amanecer  la  primera  misa  en  aquella  Iglesia,  que  por  tan  pequeña  y  pobre 
la  comparaba  la  Santa  con  el  portal  de  Belén. 

Santa  Teresa  deseaba  la  mayor  brevedad  en  el  negocio,  porque  estaba 
escarmentada  de  lo  sucedido  en  Avila,  y  se  lograron  sus  deseos;  pues 
como  ella  misma  añade.  «En  esto  mesmo  vino  (convino)  el  P.  Maestro 
Fr.  Domingo».  Sabroso  sería  por  demás  al  lector  si  encontrase  aquí  trans- 
crita la  descripción  que  la  Santa  Fundadora  hace  de  su  entrada  el  día  14 
á  las  doce  de  la  noche  en  la  ciudad  de  Medina  y  del  afán  con  que  em- 
plearon lo  restante  de  ella  en  aderezar  la  Iglesia  y  la  gracia  con  que  escri- 
be: «Fué  harta  misericordia  del  Señor,  que  aquella  hora  encerraban  toros 
para  correr  otro  día,  no  nos  topar  alguno»;  y  otros  episodios  de  este  géne- 
ro; pero  se  alargaría  demasiado  este  capítulo. 

Concluyamos,  pues,  recapitulando  lo  que  hasta  aquí  se  ha  dicho  y  que 
concierne  al  objeto  de  este  estudio.  El  P.  Báñez,  como  hijo  de  la  ciudad 
de  Medina  y  por  el  conocimiento  grande  que  tenía  de  quién  era  la  Madre 
Teresa  de  Jesús  al  defenderla  en  la  junta,  influyó  eficazmente  para  que  el 
Abad  otorgase  la  licencia;  y  por  eso  dice  la  Crónica:  «con  que  el  Abad  des- 
pachó la  licencia*.  Santa  Teresa  emprendió  esta  fundación  por  consejo  y 
parecer  de  sus  dos  confesores  Fr.  García  de  Toledo  y  el  P.  Domingo  Bá- 


-295  — 

ñez:  pues  no  lo  hizo  sin  consulta:  y  en  Avila  hasta  sus  amigos  y  el  mismo 
Señor  Obispo  consideraban  su  proyecto  como  un  gran  desatino.  (1)  El 
Año  Teresiano  en  el  dia  30  de  Septiembre  confirma  cuanto  acabamos  de 
decir  sobre  el  P.  Báñez  con  estas  palabras:  Tuvo  gran  parte  en  la  funda- 
ción de  Medina  del  Campo  que  fué  la  segunda  que  ejecutó  la  Santa,  asis- 
tiéndola y  confortándola  en  Arévalo;  y  después  en  Medina  en  cierto  con- 
greso que  se  hizo  sobre  esta  fundación,  donde  sus  razones  rebatieron  todos 
los  obstáculos  y  siniestros  informes,  que  detenían  al  Sr.  Abad  para  dar  la 
licencia. 

Finalmente  acabamos  de  manifestar  la  actitud  del  P.  Báñez  con  res- 
pecto á  la  oposición  que  hacían  á  la  fundación  los  padres  de  la  Orden 
Agustiniana,  el  consuelo  grande  que  la  Santa  recibió  con  su  presencia  en 
Arévalo,  porque  con  su  consejo  había  de  salir  con  acierto  en  el  negocio 
como  de  hecho  salió;  de  lo  cual  se  deduce  de  una  manera  evidente,  que 
el  P.  Báñez  influyó  eficazmente  en  la  fundación  de  Medina,  que  es  lo  que 
intentábamos  manifestar  y  probar  en  el  presente  capítulo. 


(1)  Plácenos  consignar  que  los  padres  de  la  Conipiíñia  ayudaron  nniclio  á  la  Santa 
en  esta  fundación;  en  especial  el  V.  P.  Baltasar  Alvarez,  Rector  que  era  el  año  de  15ü7 
del  Colegio  de  Medina.  En  esta  ocasión,  ó  mejor  dicho,  por  este  tiempo  ya  no  se  ha- 
llaba perplejo  como  sucedió  en  la  fundación  de  Avila.  Estaba  convencidisimo  de  que 
Santa  Teresa  habla  recibido  del  cielo  una  misión  providencial  y  la  apoyó  y  ayudó  en 
Medina  y  siempre  que  necesitó  de  su  dirección  y  amparo.  Santa  Teresa  no  vacila  en 
llamarle  Santo. 

Conviene  también  hacer  constar  que  este  sabio  y  virtuoso  jesuíta  cursó  algunos  años 
de  su  carrera  en  este  Colegio-Universidad  de  Santo  Tomás  de  Avila. 


CAPITULO    IV 

fundaciones  de  Ifíalagón,  üalladolid  y  Coledo,  y  los  IPIP.  Báñez, 

Castillo  y  Barrón. 

I 

FUNDACIÓN    DE    MALAGÓN 

Fundado  el  monasterio  de  Medina,  fué  importunada  la  Santa  por  Doña 
Luisa  de  la  Cerda,  duquesa  de  Medinaceli,  en  cuya  casa  había  estado  el 
año  1562  por  espacio  de  medio  año,  para  que  fundase  un  monasterio 
en  una  villa  suya  llamada  Malagón.  Salió  pues  Santa  Teresa  de  Medina  en 
Noviembre,  y  pasando  por  Madrid  se  detuvo  algún  tiempo  en  Alcalá  de 
Henares,  donde  se  hallaba  la  beata  de  quien  hace  mención  en  el  capitulo 
XXXV  de  su  Vida{\). 

Había  esta  bendita  mujer,  terciaria  de  Nuestra  Señora  del  Carmen,  fun- 


(1)  A  estii  época  deben  referirse  las  dus  graciosas  anécdotas  siguientes.  Hospedá- 
base la  Madre  en  el  convento  de  franciscanas  descalzas  de  Ntra.  Sra.  de  los  Angeles 
y  allí  acudieron  curiosas  gran  número  de  Señoras  nobles,  ansiosas  de  ver,  como  ellas 
decian,  á  la  Santa.  Pero  ésta  frustrando  con  delicadeza  suma  sus  CiUculos,  cambiados 
los  primeros  saludos  de  buena  crianza  exclamó:  ¡qué  buenas  calles  tiene  Madrid!  y  á 
este  tenor  continuó  hablando  de  cosas  indiferentes. 

De  aquel  Convento  pasó  ;'i  otro  de  la  misma  reforma,  aimque  de  fundación  anterior, 
llamado  las  Descalzas  Reales.  Quince  días  se  detuvo  allí;  y  al  partirse,  tanto  las  Reli- 
giosas como  su  Abadesa,  Juana  de  la  Cruz,  parienta  próxima  de  San  Francisco  de  Borja, 
exclamaron:    ¡sea  Dios  bendito!  que  nos  ha  permitido  ver  una  Santa  á  quien  todas  po- 


I 


-298- 

dado  en  Alcalá  un  monasterio  con  el  título  de  la  Imagen,  en  virtud  de 
breves  y  despachos  que  había  traído  de  Roma;  pero  como  mujer  que  ha- 
bía sido  casada,  y  sin  conocer  la  vida  regular  y  de  convento,  rogó  á  la 
Santa  Madre  permaneciese  en  aquel  su  monasterio  á  fin  de  enseñarles  el 
modo  de  proceder  en  las  observancias  monásticas.  Accedió  la  Santa  á  ello 
y  no  sólo  enseñó  á  la  V.  M.  de  Jesús  (que  así  se  llamaba  esta  bendita  mu- 
jer) y  á  sus  hijas  con  ejemplo,  sino  que  como  añade  la  Crónica  Carmeli- 
tana (1):  Dióles  las  Constituciones  que  para  el  convento  de  Avila  hizo, 
donde  estaba  el  modo  que  se  había  de  guardar  en  todas  las  acciones  mo- 
násticas- (2).  Quisieran  las  religiosas  que  Santa  Teresa  continuase  por 


demos  imitar.  Come,  duerme,  habla  como  nosotras:  nada  hay  en  ella  que  huela  á  afec- 
tación-. 

En  esta  ocasión  sucedió  también  lo  que  nos  refiere  Sor  Petronila  Bautista,  religiosa 
descalza  en  San  José,  cuyo  testimonio  dice  así: 

A!  artículo  80  dijo:  «que  ansimismo  el  Señor  dotó  á  la  dicha  Santa  Madre  Teresa 
de  jesús  de  muchas  gracias,  haciéndola  su  arcaduz. 

Unas  veces  para  que  amenazase  de  parte  de  Dios  á  algunas  y  otras  para  que  los 
agradeciese  los  servicios  que  le  hacían  y  sucedió  que  una  vez  el  Señor,  la  dijo:  -Tere- 
sa, di  al  Rey— que  era  Don  Felipe  II— que  se  acuerde  del  Rey  Saúl,  lo  cual  regatea- 
ba de  decir  la  Santa,  y  sus  confesores  que  eran  en  aquella  sazón  Fr.  García  de  Toledo 
y  Fr.  Domingo  Báñez,  Dominicos,  varones  muy  doctos  y  de  ejemplar  vida,  la  dijeron 
que  lo  dijese,  y  ansí  la  Santa  Madre  lo  hubo  de  obedecer,  y  por  intercesión  de  la 
Princesa  Doña  Juana,  hermana  del  dicho  Rey  D.  Felipe  II,  se  lo  dijo,  lo  cual  su  Majes- 
tad el  Rey  D.  Felipe,  lo  tomó  como  tan  católico  Rey,  y  desde  allí  estimó  en  mucho  á 
la  Santa  Madre  y  la  enviaba  á  decir  que  le  encomendase  á  Dios  y  se  escribieron  nui- 
chas  veces  el  uno  al  otro  con  nuicha  llaneza  y  la  Santa  le  llamaba  mí  amigo  al  Rey,  el 
cual  la  ayudó  y  socorrió  con  todo  favor  á  la  Santa  Madre  en  los  trabajos  y  contradic- 
ciones que  tuvo  cuando  la  división  de  esta  Orden,  aunque  sus  Superiores  y  el  Reve- 
rendísimo Nuncio,  no  bien  informados  de  la  verdad  y  s;intídad  y  buen  celo  de  la  síerva 
de  Dios,  la  eran  contrarios,  porque  el  Rey  tenía  ya  gran  aprobación  y  conocimiento  de 
las  virtudes  y  santidad  y  buen  celo  de  la  síerva  de  Dios '.  (Proceso  de  Avila.) 

(1)  Libro  2."  capítulo  X. 

(2)  El  parangón  que  hicimos  en  hi  segunda  parte  entro  las  Constituciones  de  la 
Orden  de  Santo  Domingo  y  la  Reforma  de  Santa  Teresa  se  refiere  á  estas  del  convento 
de  la  Imagen  de  Alcalá,  que  son  las  primitivas  que  hizo  Santa  Teresa  en  San  José  de 
Avila  y  que  implantaba  en  los  iiuevos  Conventos. 


—  299- 

niás  tiempo  en  su  compañííi  por  el  grande  aprovechamiento  que  experi- 
mentaban en  su  espíritu.  La  Santa,  que  nada  obraba  sin  el  consejo  de  le- 
trados, acudió  á  su  confesor  el  P.  M.  Báñez:  Y  habiendo,  dice  la  Crónica 
Carmelitana,  consultado  con  el  P.  M.  Fr.  Domingo  Báñez,  que  entonces 
se  hallaba  allí  en  la  fundación  del  Colegio  de  Santo  Tomás,  de  su  orden, 
oyó  de  él  sería  mejor  proseguir  las  fundaciones  propias  que  detenerse  más 
en  la  agena.  - 

Se  decidió,  pues,  á  dejar  aquel  convento  de  la  Imagen  y  trasladóse  á 
Malagón  para  la  fundación  tan  deseada  de  Doña  Luisa  de  la  Cerda.  Pero 
tropezaba  con  el  grande  inconveniente  para  ella,  como  era  el  que  tuviese 
renta,  sin  la  cual  no  era  posible  fundar,  por  ser  el  lugar  muy  pobre.  En- 
tonces, dice  la  Crónica  Ca'-niclitana  (1):  «Consultó  en  Alcalá  á  diferentes 
letrados  lo  que  debía  hacer,  y  en  especial  al  P.  M.  Báñez,  confesor  suyo 
muy  estimado.  El  le  respondió,  que  supuesto  que  el  Concilio  Tridentino 
daba  licencia  á  todas  las  religiones  para  que  pudiesen  gozar  de  renta,  y 
que  en  pueblo  pequeño  no  se  podía  pasar  de  otra  manera,  no  era  justo 
dejar  fundación  de  tanto  provecho  y  servicio  del  Señor,  por  su  devoción. 
Con  esto  (dice  la  Santa  tratando  de  su  fundación)  se  juntaron  las  muchas 
importunaciones  de  esta  señora,  por  donde  no  pude  hacer  menos  de  ad- 
mitirla. > 

Lo  mismo  nos  testifica  el  Sr.  Yepes  por  las  siguientes  palabras  (2): 
«Trató  este  negocio  con  algunos  letrados,  especialmente  con  el  P.  M.  Fray 
Domingo  Báñez,  Catedrático  de  Prima  de  la  Universidad  de  Salamanca, 
que  fué  muchos  años  su  confesor  y  refugio,  y  él  la  aconsejó  no  reparase 
en  la  renta,  que  pues  el  concilio  Tridentino  daba  licencia  para  poderla  te- 
ner, no  era  justo  se  dejase  por  eso  de  hacer  un  monasterio,  donde  tanto 
el  Señor  se  podía  servir.  Ella,  como  siempre  se  gobernaba  por  parecer  de 
letrados,  rindió  el  suyo,  aunque  de  mala  gana,  porque  como  verdadera 
adoradora  de  la  santa  pobreza,  jamás  se  podía  consolar  en  tener  renta.  Ad- 
mitió la  fundación,  y  partió  para  Toledo,  que  era  donde  Doña  Luisa  de  la 
Cerda  la  esperaba,  y  de  allí  habían  de  ir  las  dos  juntas  á  la  fundación. 


(1)  Libro  2."  capítulo  XI. 

(2)  Vida  de  Santa  Teresa,  libro  2."  capitulo  XVIIl. 


—  300- 

Idéntico  es  el  testimonio  del  biógrafo  P.  Ribera,  y  finalmente  la  misma 
santa  escritora,  al  referir  la  fundación  que  nos  ocupa,  dice  así:  «Tratado 
con  letrados  y  confesor  mió  (P.  Báñez),  me  dijeron  que  hacía  mal,  pues 
el  Santo  Concilio  daba  licencia  de  tenerla,  que  no  se  había  de  dejar  de  ha- 
cer un  monasterio,  á  donde  se  podía  tanto  el  Señor  servir,  por  mi  opi- 
nión.» 

Día  de  Ramos  de  1568  quedó  fundado  este  monasterio.  Fué  muy  acer- 
tado el  parecer  del  padre  Báñez  de  que  era  agradable  á  Dios  fundase  sus 
monasterios  con  renta  cuando  no  fuese  posible  otra  cosa,  como  se  la  ma- 
nifestó el  Señor  en  una  visión  que  la  Santa  tuvo  en  ese  mismo  convento, 
de  Malagón  y  que  refiere  ella  por  las  siguientes  palabras:  (1)  «Acabando 
de  comulgar,  segundo  día  de  Cuaresma,  en  San  José  de  Malagón,  se  me 
presentó  Nuestro  Señor  Jesucristo  en  visión  imaginaria  como  suele...  Díjo- 
me  que  no  le  hubiese  lástima  por  aquellas  heridas,  sino  por  las  muchas 
que  ahora  le  daban.  Yo  le  dije  que  qué  podía  hacer  para  remedio  de  esto, 
que  determinada  estaba  á  todo.  Díjonie  que  no  era  ahora  tiempo  de  des- 
cansar, sino  que  me  diese  priesa  á  hacer  estas  casas,  que  con  las  almas 
de  ellas  tenía  Él  descanso,  que  tomase  cuantas  me  diesen,  porque  había 
muchas  que  por  no  tener  adonde  no  le  servían,  y  que  las  que  hiciese  en  lu- 
gares pequeños  fuese  como  esta  que  tanto  podían  merecet  con  deseo  de  hacer 
lo  que  en  otias  ...  Paréceme  que  estaría  allí  aún  no  dos  meses,  porque  mi 
espíritu  daba  priesa  para  que  fuese  á  fundar  la  casa  (el  Convento)  de  Va- 
lladolid  .  La  causa  de  esta  priesa  que  la  ponía  el  Señor,  como  ella  misma 
escribe  en  el  capítulo  X;  era  porque  no  había  de  salir  del  Purgatorio  el 
mancebo  D.  Bernardino,  quien  le  había  dado  casa  para  fundar  en  Valla- 
dolid  hasta  decirse  la  primera  misa. 

Vino  desde  Malagón  á  Valiadolid  pasando  por  Escalona  como  la  Santa 
escribe  á  doña  Luisa  de  la  Cerda  (2).  Voyme  por  Escalona,  que  está  allí 
la  Marquesa  (3)  y  envió  aquí  por  mí.  Yo  le  dije  que  V.  S.  me  hacía  tanta 
merced,  que  yo  no  habla  menester  que  ella  me  la  hiciese,  que  me  iría  por 

(1)  Santa  Teresa.  Relación  3." 

(2)  1.a  l-iieiitc,  carta  3:";  edición  1801. 

(3)  Marquesa  de  Villana  y  Escalona. 


I 


—  301  - 

allí.  Estaré  medio  día  no  más,  sí  puedo,  y  esto  porque  me  lo  ha  enviado  á 
mandar  Fr.  García  (dominico)  que  se  lo  prometió,  y  no  se  rodea  nada>.  A 
estas  palabas  de  su  santa  madre,  añade  el  comentador  P.  Antonio  de  San 
José,  lo  siguiente:  En  el  número  octavo  dice,  hacía  su  camino  por  Esca- 
lona, que  es  un  lugar  cerca  de  Segovía,  y  no  se  rodea  mucho  para  Avila. 
Bien  derecha  iba  la  que  caminaba  por  obediencia.  Esta  se  la  intimó  Fray 
García  de  Toledo  (dominico),  que  aun  parece  estaba  en  Avila,  donde  fué 
Maestro  de  Novicios. 

II 

FUi\DAC!ÓN    DE    VALLADOLID 

*Entré  en  Valladolid,  continúa  Santa  Teresa  (1)  día  de  San  Lorenzo,  y 
llegando  el  día  de  Nuestra  Señora  de  la  Asunción,  que  es  á  quince  de 
Agosto,  año  de  mil  y  quinientos  y  sesenta  y  ocho,  se  tomó  posesión  de 
este  monasterio*.  En  este  día,  ó  sea  el  de  la  fundación  de  su  convento  de 
Valladolid,  predicó  el  sermón  inaugural,  según  nos  dice  la  Historia,  el  elo- 
cuentísimo P.  Dominico  Fr.  Hernando  del  Castillo,  predicador  de  S.  M.  y 
gran  historiador  de  la  Orden  de  Santo  Domingo. 

Honraron  también  los  dominicos  á  Santa  Teresa  y  á  su  Reforma  cuando 
se  hizo  á  los  pocos  meses  la  traslación  de  la  comunidad  ó  convento  de  la 
casa  que  dio  á  Santa  Teresa  D.  Bernardino  de  Mendoza  dentro  de  la  ciu- 
dad. Esta  traslación  se  hizo  el  3  de  Febrero  de  1569,  estando  Santa  Teresa 

presente. 

Se  hizo  con  gran  solemnidad,  «asistiendo,  escriben  las  RR.  MM.  Car- 
melitas de  París,  D.  Alonso  de  Mendoza,  Obispo  de  Avila  y  hermano  de 
los  fundadores,  la  comunidad  de  Carmelitas  de  la  observancia  (Calzados) 
los  religiosos  de  la  Orden  de  Santo  Domingo  y  toda  la  alta  sociedad  de 
la  ciudad'.  (Tomo  3."  página  153).  (2). 

Hablando  la  Santa  en  el  capítulo  II  de  la  hija  del  Adelantado  de  Cas- 


(1)  Fundaciones,  capítulo  X. 

(2)  Se  hizo  la  fundación  el  15  de  Agosto  de  ISCiS,  pero  cayeron  pronto  la^  religión. is 
enfermas  por  ser  mal  san(»  el  lugar,  como  la  Santa  lo  dice  al  liablar  de  esta  fundación,  y 
por  eso  iuibieron  de  trasladarse  a!  Febrero  siguiente  de  15(3'J. 


-302- 

tilla,  Doña  Casilda  de  Padilla,  que  entró  luego  en  este  monasterio,  después 
de  vencer  grandísimas  dificultades  de  parte  de  su  familia,  dice  así:  «Esto 
era  por  la  mañana:  hubiéronse  de  quedar  hasta  la  tarde,  y  enviaron  á  lla- 
mar á  su  confesor  y  al  padre  maestro  fray  Domingo,  que  lo  era  mío,  domi- 
nico, de  quien  hice  al  principio  mención,  aunque  yo  no  estaba  entonces 
aquí.  Este  padre  entendió  luego  que  era  espíritu  del  Señor,  y  la  ayudó  mucho, 
pasando  harto  con  sus  deudos,  (así  habían  de  hacer  todos  los  que  le  pre- 
tenden servir,  cuando  ven  un  alma  llamada  de  Dios,  no  mirar  tanto  las 
prudencias  humanas),  prometiéndola  de  ayudarla  para  que  tornase  otro 
día. 

El  P.  Báñez,  no  sólo  defendió  á  Casilda  de  Padilla  para  que  tomase  el 
hábito  de  Descalza,  contra  los  caprichos  de  su  familia,  sino  que  además 
obtuvo  un  Breve  de  Roma  para  que  con  dispensa  de  edad  hiciese  su  pro- 
fesión: y  á  esto  alude  Santa  Teresa,  cuando  escribiendo  al  P.  Gracián,  le 
dice:  «Hoy  me  han  traído  esas  (cartas)  de  Valladolid,  dícenme  que  ha  ve- 
nido de  Roma  para  que  haga  profesión  Casilda...  Ya  dirían  á  V.  P.  ó  se  lo 
dirían  á  quien  dio  la  relación  (el  informe),  que  el  uno  fué  Fr.  Domingo.» 

El  Año  leresiano  en  el  día  30  de  Septiembre  hablando  de  esta  funda- 
ción de  Valladolid  y  de  lo  que  sirvió  siempre  el  P.  Báñez  á  Santa  Teresa 
y  á  su  Reforma,  dice  así:  «En  Valladolid  se  manifestó  igualmente  activo,  y 
vigilante  á  favor  de  la  Santa,  y  sus  hijas,  acerca  de  la  vocación,  y  entrada 
en  la  Orden  de  Doña  Casilda  de  Padilla,  Hija  de  los  Adelantados  Mayo- 
res de  Castilla  y  heredera  de  su  Estado;  debiéndose  á  la  dirección  de 
este  grave  Maestro  el  éxito  feliz  de  esta  dependencia.  El  reclutaba  monjas 
para  poblar  nuestros  monasterios,  sin  perdonar  afán  en  cuanto  se  orde- 
naba al  obsequio  de  la  maestra  celestial,  y  amparo  de  nuestra  Descalcez». 

Como  hemos  de  ver  más  adelante  en  las  cartas  de  Santa  Teresa,  en 
especial  las  que  escribió  á  su  sobrina  María  Bautista,  Priora  que  fué  mu- 
chos años,  el  P.  Báñez  se  le  debe  considerar  como  el  director  nato,  como 
vicario  de  este  convento  de  Descalzas  de  Valladolid  durante  el  tiempo  que 
este  reverendo  Padre  vivió  allí  como  Lector  y  Regente  del  Colegio  de  San 
Gregorio,  y  así  escribiendo  la  Santa  á  su  sobrina  la  decía  en  una  ocasión: 
"Adonde  está  el  P.  M.  (Fr.  Domingo),  ¿qué  falta  puedo  yo  hacer?> 

En  Valladolid  la  ayudaron  también  con  sus  letras  y  prudente  dirección, 


—  303- 

los  Maestros  Osma  y  Orellana.  los  Regentes  Diego  Suarez,  Felipe  Me- 
neses  y  Diego  Alvarez,  más  tarde  Obispo  de  una  ciudad  de  Italia;  y  tantos 
y  tantos  sujetos  eminentes  como  se  sucedieron,  ya  en  el  célebre  convento 
de  San  Pablo,  ya  en  el  Colegio  magno  de  San  Gregorio,  donde  brillaron 
los  mejores  ingenios  que  la  Orden  de  Santo  Domingo  tuvo  en  España  en 
los  días  que  vivió  esta  Santa  Madre.  Por  eso  dicen  muy  bien  las  Carme- 
litas de  París:  'que  tanto  en  el  convento  de  San  Pablo  como  en  el  Cole- 
gio de  San  Gregorio  encontró  Santa  Teresa  confesores  y  consejeros  de 
una  ciencia  y  virtud  poco  comunes*  (Tomo  3.°  página  148.) 

Sobre  un  sermón  que  este  padre  dominico  predicó  en  la  Iglesia  del 
nuevo  convento  de  Descalzas,  y  el  cual  oyó  Santa  Teresa,  hace  mención 
la  misma  Santa  en  una  carta  á  la  lima,  señora  doña  Ana  Enriquez,  cuando 
la  dice:  (1)  Este  día  de  Santo  Tomé,  hizo  aquí  el  P.  Fr.  Domingo  un 
sermón,  á  donde  puso  en  tal  término  los  trabajos,  que  yo  quisiera  haber 
tenido  muchos:  y  aún  que  me  los  dé  el  Señor  en  lo  porvenir.  En  extremo 
me  han  contentado  sus  sermones.  Tiénenle  elegido  por  prior:  no  se  sabe 
si  lo  confirmarán.  Anda  tan  ocupado,  que  le  gozado  harto  poco  >. 

La  Crónica  Carmelitana  hablando  de  la  gran  observancia  y  fervor  de 
las  religiosas  de  esta  casa,  escribe  de  esta  manera:  (2)  < Muchos  testimo- 
nios en  abono  de  la  observancia  y  religión  desta  casa  pudiéramos  aquí 
traer:  y  los  principales  (que  son  del  cielo)  referiremos  en  el  capitulo  siguien- 
te, pero  basta  de  los  de  la  tierra  uno  muy  grave,  que  fué  el  dicho  del  Pa- 
dre fray  Pedro  Fernández  de  la  Orden  de  Santo  Domingo,  Comisario  y 
Visitador  Apostólico  de  la  de  Nuestra  Señora  del  Carmen,  antes  que  se 
hiciese  la  separación  de  la  Descalcez.  El  cual  habiendo  visitado  este  Con- 
vento se  hacía  lenguas  en  alabanza  de  la  gran  perfección  que  había  hallado 
en  él  y  entre  otras  cosas  que  refería  y  advirtió,  era  que  en  el  tiempo  que 
duró  el  Capítulo  de  visita,  y  advertencias  del.  no  vio  que  religiosa  alguna 
alzase  jamás  los  ojos,  ni  menease  pie  ni  mano,  ni  escupiese;  sino  que 
todas  estaban  inmobles  y  como  muertas:  tai  era  y  tan  grande  su  compos- 
tura y  mortificación  -. 


(1)  Tditk)  1.",  Carta  12. 

(2)  Libro  2.",  capitulo  XVII. 


-  304  — 
III 

FUNDACIÓN    DE    TOLEDO 

Expuesta  la  intervención  que  tuvieron  los  Dominicos  en  la  fundación 
de  los  conventos  de  Malagón  y  Valladolid,  expondremos  la  que  tuvieron 
en  el  convento  de  Toledo. 

El  21  de  Febrero  de  1569  salió  de  Valladolid  Santa  Teresa,  y,  habiendo 
visitado  á  sus  hijas  de  Medina,  pasó  á  Duruelo,  donde  los  dos  primitivos 
padres  de  la  Descalcez,  V.  Fr.  Juan  de  la  Cruz  y  el  V.  P.  Fr.  Antonio  He- 
redia,  acababan  de  fundar  el  primer  convento  de  Religiosos  Descalzos, 
edificando  á  los  pueblos  con  su  vida  angelical. 

Mucho  gozó  la  Santa  al  ver  tan  buenos  principios;  pero,  sin  detenerse, 
pasando  por  Avila  y  Medina,  llegó  á  Toledo  el  24  de  Marzo  de  este  mis- 
mo año  de  1569. 

En  el  capítulo  XV  del  libro  de  las  Fundaciones,  cuenta  la  Santa  mucho 
de  lo  ocurrido  en  esta  fundación,  digno  por  cierto  de  ser  leído,  por  la  gra- 
cia con  que  la  Santa  escritora  lo  refiere.  El  ofrecimiento  que  hizo  de  sí  y  de 
su  persona  el  pobre  é  infeliz  Andrada...,  los  dos  jergones  y  una  manta,  jun- 
to con  no  tener  una  seroja  de  leña  para  asar  una  sardina...  aquel  ir  á  boca 
de  noche  con  una  campanilla  para  tomar  la  posesión,  de  las  que  se  tañen 
para  alzar...,  aquel  levantarse  de  la  cama  despavoridas  las  mujeres...  aquel 
estar  las  monjas  mustias,  con  otras  muchísimas  historias  que  la.  Santa  re- 
fiere en  ese  capítulo,  hacen  de  él  uno  de  los  de  más  amena  lectura  de 
cuantos  nos  dejó  la  Santa  escritora  en  el  incomparable  libro  de  sus  Funda- 
ciones. Y  sólo  diremos  con  la  Crónica  Carmelitana,  que,  cuando  esto  su- 
cedía, era  gobernador  del  Arzobispado  D.  Gómez  Tello  Girón  (1).  El  y  su 
consejo  fabricaron  tantas  dificultades,  que  se  resolvieron  á  negarla.  A  lo 
cual  ayudaban  no  poco  ciertos  émulos  de  la  Descalcez,  que  de  secreto 
atizaban.  Ya  eran  pasados  dos  meses,  y  cada  día  hallaban  más  cerrada  la 
puerta  los  que  por  la  Santa  negociaban.  Habiéndolo  encomendado  á  Nues- 
tro Señor,  se  fué  á  una  iglesia  acompañada  de  Isabel  de  Santo  Domingo, 


(1)     Libro  2.",  capitulo  XXIIL 


-305  — 

cercana  á  la  casa  del  gobernador,  y  envióle  á  suplicar  le  diese  audiencia.» 

Santa  Teresa  refiere  la  entrevista  con  el  gobernador  por  estas  palabras: 
*y  asi  me  determiné  de  hablar  al  gobernador,  y  fuíme  á  una  iglesia  que 
está  junto  con  su  casa,  y  enviéle  á  suplicar  que  tuviese  por  bien  de  ha- 
blarme. Habia  ya  más  de  dos  meses  que  andaba  en  procurarlo  y  cada  dia 
era  peor.  Como  me  vi  con  él  díjele:  »Que  era  recia  cosa,  que  hubiese  mu- 
jeres que  querían  vivir  en  tanta  perfección  y  encerramiento,  y  que  los  que 
no  pasaban  nada  de  esto,  sino  que  estaban  en  regalos,  quisiesen  estorbar 
obras  de  tanto  servicio  de  Nuestro  Señor.  «- 

-Estas  y  otras  hartas  cosas  le  dije  con  una  determinación  grande  que 
me  daba  el  Señor.  De  manera  le  movió  el  corazón,  que,  antes  que  me  qui- 
tase de  con  él,  me  dio  la  licencia.  > 

El  14  de  Mayo,  dia  de  San  Bonifacio,  tomó  posesión  con  fe  y  auto  de 
escribano  y  dedicóse  el  convento  á  honor  del  glorioso  patriarca  San  José. 
El  Jesuíta  V.  P.  Ribera  refiere  en  el  capitulo  XIV  del  libro  segundo  el 
apuro  que  la  Santa  pasó,  por  las  siguientes  palabras:  Los  oidores  del  con- 
sejo del  Arzobispo,  cuando  vieron  hecho  el  monasterio,  para  quien  nunca 
hablan  querido  dar  licencia,  enojáronse  en  extremo,  y  como  no  estaba  alli 
el  gobernador,  porque  se  le  había  ofrecido  cierto  camino  después  de  haber 
dado  la  licencia;  estaban  muy  bravos  y  decían  que  estaban  espantados  del 
atrevimiento  de  una  mujercilla,  que  contra  su  voluntad  les  hubiese  hecho 
un  monasterio  y  hacían  grandes  amenazas. 

<Pero  el  P.  Fr.  Vicente  Barrón,  de  la  Orden  de  Santo  Domingo,  que  la 
conocía  mucho  y  había  hablado  de  esta  fundación  con  el  gobernador,  te- 
nía algunas  noticias  de  lo  de  la  licencia,  y  habló  á  algunos  del  cabildo. 
Con  esto  y  con  los  buenos  intercesores,  y  con  estar  ya  el  negocio  hecho, 
se  allanaron  los  oidores».  Ya  se  ha  hablado  bastante  en  otra  parte  de  este 
V.  P.  Dominico,  que  fué  el  confesor  del  padre  de  Santa  Teresa,  el  mismo 
que  hizo  volver  á  ésta  al  ejercicio  santo  de  la  oración  y  quien  recibió  por 
las  oraciones  de  la  Santa  extraordinarias  mercedes  del  Señor. 

Como  síntesis  de  todo  lo  expuesto  en  este  cuarto  capitulo,  resulta  que 
los  Dominicos  influyeron  en  estas  tres  fundaciones,  ya  mandando  el  Pa- 
dre Báñez  á  Santa  Teresa  que  abandonase  cuanto  antes  el  convento  de  la 
Imagen  de  Alcalá  y  prosiguiese  las  fundaciones,  como  quien  comprendía 

20 


-306  — 

que  la  Santa  había  recibido  esta  misión  de  Dios  y  que  toda  su  reforma  era 
obra  de  su  espíritu;  ya  deshaciendo  también  las  dificultades  conque  la 
Santa  tropezaba  en  no  querer  renta  para  sus  conventos. 

En  Valladolid  honró  á  Santa  Teresa  y  su  reforma  el  célebre  predicador 
de  su  Majestad,  el  Dominico  P.  Hernando  del  Castillo,  predicando  el  ser- 
món el  día  de  la  toma  de  posesión  y  los  Dominicos  PP.  Báñez  y  Pedro 
Fernández  apoyan  con  su  prestigio  y  autoridad  de  sus  palabras  esta  nue- 
va fundación. 

Por  último,  cuando  los  del  consejo  del  Arzobispo  de  Toledo  estaban 
muy  bravos  contra  Santa  Teresa  y  la  enviaban  excomuniones,  el  dominico 
P.  Barrón  les  amansa,  é  infórmales  de  quién  era  Santa  Teresa,  por  tenerla 
tan  conocida  desde  su  niñez,  levantante  la  excomunión  y  queda  la  Santa 
en  posesión  pacífica  de  su  nuevo  monasterio. 

Santa  Teresa  consagra  el  capítulo  siguiente,  ó  sea  el  XVI,  á  elogiar  las 
grandes  virtudes  de  las  religiosas  que  profesaron  luego  en  este  convento 
de  Toledo,  en  especial,  cuenta  la  muerte  .envidiable  y  santa  que  tuvo  una 
de  ellas,  y  después  de  decirnos  la  paz  y  alegría  con  que  morían  sus  hijas  y 
las  muchas  mercedes  que  Dios  las  hacía  en  aquella  hora,  cotejadas  con 
las  sutilezas  y  engaños  que  padecen  los  mundanos  al  morir,  tentándolos 
el  demonio,  nos  cuenta  el  caso  sig.riente: 

«Una  cosa  se  me  ofrece  ahora  que  os  quiero  decir;  pues  conocí  á  la 
persona  que  era  casi  deudo  de  deudos  mios.  Era  gran  jugador  y  había, 
aprendido  algunas  letras,  que  por  éstas  le  quiso  el  demonio  comenzar  á 
engañar  con  hacerle  creer  que  la  enmienda  á  la  hora  de  la  muerte  no  valía 
nada.  Tenía  esto  tan  fijo,  que  en  ninguna  manera  podían  con  él  que  se 
confesase,  ni  bastaba  cosa,  y  estaba  el  pobre  en  extremo  afligido  y  arre- 
pentido de  su  mala  vida;  mas  decía  que  para  qué  se  había  de  confesar,  que 
veía  que  estaba  condenado.  Un  fraile  dominico  que  era  su  confesor  y  le- 
trado, no  hacía  sino  arguirle;  mas  el  demonio  le  enseñaba  tantas  sutilezas 
que  no  bastaba.  Estuvo  así  algunos  días,  que  el  confesor  no  sabía  que  se 
hacer,  y  debíale  de  encomendar  harto  al  Señor  él  y  otros,  pues  tuvo  mise- 
ricordia de  él.  Apretándole  ya  el  mal  mucho,  que  era  el  dolor  de  costado, 
tornó  allá  el  confesor,  y  debía  de  llevar  pensadas  más  cosas  con  que  le 
argüir,  y  aprovechara  poco  si  el  Señor  no  hubiera  piedad  de  él  para  ablan- 


-307  — 

darle  el  corazón;  y  como  le  comenzó  á  hablar  y  á  darle  razones,  sentóse 
sobre  la  cama  como  si  no  tuviera  mal  y  díjole:  ¿Que,  en  fin,  decís  que  me 
puede  aprovechar  mi  confesión?  Pues  yo  la  quiero  hacer,  é  hizo  llamar  un 
escribano  ó  notario,  que  de  esto  no  me  acuerdo,  é  hizo  un  juramento  muy 
solemne  de  no  jugar  más  y  de  enmendar  su  vida  y  que  lo  tomasen  por  tes- 
timonio, y  confesóse  muy  bien,  y  recibió  los  Santos  Sacramentos  con  tal 
devoción,  que,  á  lo  que  se  puede  entender  según  nuestra  fe  se  salvó.  - 


■•*- 


^^^^1)^:^^^ 


CAPITULO    V 

San  Fio  ü.  nombra  visitadores  Apostólicos  de  la  orden  del  Carmen 

á  los  Rvdos.  IPIP.  Dominicos 

ir.  IPedro  Fernández  y  fv.  francisco  Uargas, 


Hemos  visto  en  los  capítulos  precedentes  cómo  los  dominicos  Fr.  Pe- 
dro Ibáñez  y  Fr.  Domingo  Báñez  ayudaron  á  la  seráfica  Virgen  Santa  Te- 
resa de  Jesús  en  su  primera  fundación  de  San  José  de  Avila;  cómo  hicieron 
esto  mismo  en  las  de  Medina,  Malagón,  Valladolid.y  Toledo,  el  citado 
P.  Báñez,  García  de  Toledo,  Vicente  Barrón  y  Hernando  del  Castillo.  Co- 
rrespondía ahora,  siguiendo  con  rigor  el  orden  cronológico,  tratar  de  las 
fundaciones  tanto  de  Descalzas  como  de  Descalzos;  las  cuales  tuvieron 
lugar  en  Julio  de  1569.  Pero  nos  parece  conveniente  interponer  antes  un 
capítulo  en  que  demos  á  conocer  á  dos  reverendos  padres  de  la  Orden  de 
Santo  Domingo,  que  fueron  nombrados  por  el  dominico  San  Pío  V,  Visi- 
tadores de  la  Orden  del  Carmen,  los  cuales  no  ya  sólo  como  personas 
particulares,  como  amigos  y  devotos  de  la  Santa  la  ayudaron  en  su  em- 
presa, sino  también,  y  mucho  más  como  vicegerentes  y  representantes  del 
santo  Pontífice  Pío  V.  La  Bula  se  expidió  en  Roma  el  20  de  Agosto  de  1569 
con  facultades  amplias,  no  sólo  para  ordenar  cuanto  creyesen  conveniente 
al  buen  gobierno  de  las  Provincias  que  les  eran  encomendadas,  sino  tam- 
bién para  comisionar  ó  subdelegar  en  otros  sujetos  ya  de  la  Orden  de 


—  310  — 

Santo  Domingo,  ya  de  la  del  Carmen,  como  en  realidad  lo  hicieron  en  di- 
versas ocasiones,  según  lo  hemos  de  observar  más  adelante.  (1) 

No  es  nuestra  intención  exponer  en  este  capítulo  cuanto  estos  Visita- 
dores hicieron  en  favor  de  la  Descalcez,  revestidos  como  estaban,  de  la 
autoridad  suprema  de  la  Sede  Apostólica  y  destinados  por  Dios  para  am- 
parar á  esa  incomparable  mujer  y  su  gigantesea  obra  en  los  asuntos  de  más 
trascendencia,  y  que  pudieran  llamarse  de  vida  ó  muerte  para  la  Descalcez: 
baste  decir  por  ahora,  que  su  influencia  en  este  caso  fué  suprema,  defen- 
diendo muchas  veces  á  Teresa  y  su  Reforma  contra  las  potestades  del  siglo 
adversantibus  plerumque  scsculi  principibus,  como  nos  dice  la  Iglesia.  Sólo 
se  trata  de  dar  á  conocer  el  nombramiento  de  las  personas  designadas  para 
tan  delicado  cargo;  y  sobre  todo  nos  importa  conocer  á  ese  pontífice  santo, 
á  ese  hijo  de,  Santo  Domingo  que  por  inspiración  del  cielo  tomó  una  me- 
dida de  transcendencia  tal,  que  sin  ella,  no  hubiera  podido  consolidarse  la 
obra  de  la  descalcez;  y  toda  la  perfección  que  en  ella  se  profesaba  hubiera 
ido  por  el  suelo,  para  usar  las  mismas  frases  de  Teresa  de  Jesús.  Por  eso 
nos  dice  la  Iglesia  «Diva  Teresia  a  Sancto  Pió  V  singulariter  protecta  est 
San  Pío  V  amparó  de  una  manera  especial  á  Santa  Teresa  de  Jesús.  (2) 

El  cronista  de  la  Reforma  empieza  el  capítulo  XXXVIII  del  libro  4.°  por 
estas  palabras:  <- Señala  Pío  V  visitadores  de  la  Sagrada  Orden  de  Predi- 
cadores á  la  del  Carmen  y  con  su  favor  comienza  á  dilatarse  la  Descalcez»: 
y  después  de  decirnos  con  cuánto  celo  los  felicísimos  Reyes  Católicos 
intentaron  la  reforma  de  las  Ordenes  Religiosas,  pero  sobre  todo  el  celo- 
sísimo Rey  Felipe  II,  quien  jamás  alzó  la  mano  de  limpiar  los  espejos  don- 
de los  pueblos  se  miran,  fijando  su  atención  en  la  Sagrada  Orden  del  Car- 
men cuya  historia  está  escribiendo,  dice  así:  «Uno  de  los  sucesos  de  más 
importancia  y  digno  de  mucha  atención  es  el  de  los  visitadores  que  Pío  V 
dio  de  su  Orden  de  Predicadores  á  la  del  Carmen.  Porque  fueron  los  que 
mucho  favorecieron  y  honraron  nuestra  Descalcez,  que  con  el  favor  de  su 
Orden  había  comenzado,  y  por  cuyo  parecer  y  mandato  ella  comenzó  á 
dilatarse. 


(1)  P.  Antonio  de  San  José.  Tomo  3."  carta  59. 

(2)  Breviario  Ordinis  Prcedicatorum  15  Octobris. 


-  311  - 

Ya  queda  dicho  arriba  cómo  el  Reverendísimo  Fr.  Juan  Bautista  Rúbeo 
de  Rávena,  á  instancia  de  Felipe  II,  pasó  de  Italia  á  España  á  visitar  su 
Orden  y  reformarla. 

Viendo  el  prudente  Rey  que  el  fruto  no  había  correspondido  á  las  es- 
peranzas, hizo  nuevas  diligencias  con  el  Santísimo  Padre  Pío  V,  para  que 
diese  nuevas  órdenes  en  la  visita  del  Carmen. 

Accediendo  á  esto  el  Santísimo  Padre,  mandó  que  la  Orden  del  Carmen 
íuese  visitada  y  reformada  por  la  de  Santo  Domingo.  Señaló  para  la  de 
Castilla  al  R.  P.  M.  Fr.  Pedro  Fernández,  prior  que  al  presente  era  de  su 
convento  de  Talavera  de  la  Reina,  en  quien  letras  y  santidad  concurrían. 
Despachóle  un  Breve  en  que  le  daba  sus  veces  pontificales,  con  comisión 
amplia  de  cuatro  años  para  todo  lo  que  le  pareciese  conveniente  en  orden 
á  la  reforma;  y  facultad  de  sustituir  su  comisión  en  el  religioso  que  fuese 
á  propósito,  estando  él  ocupado  ó  impedido.  Otro  semejante  Breve  des- 
pachó al  R.  P.  M.  Fr.  Francisco  de  Vargas  de  la  misma  Orden  de  Santo 
Domingo,  prior  de  San  Pablo  de  Córdoba,  adornado  de  la  prudencia,  le- 
tras y  religión  que  tan  grande  asunto  pedía  (1). 

Nada  nos  dice  el  historiador  de  la  Reforma  sobre  la  influencia  que 
pudo  tener  Santa  Teresa  en  el  nombramiento  de  los  visitadores.  Consta 
sin  embargo,  que  la  Santa  Madre  estuvo  en  comunicación  con  el  pontííí- 


(I)  Escribiendo  la  Santa  á  su  sobrina  María  Bautista,  Priora  en  Valladolid,  la  decía: 
'Harta  falta  nos  es  estar  el  P.  Visitador  tan  lejos,  que  hay  negocios,  que  aunque  más 
sea,  creo  le  habré  de  enviar  mensagero,  que  no  basta  el  Perlado  que  es,  ó  para  lo  que 
es.  Séalo  él  muchos  años».  (Tomo  4.°,  Carta  19). 

«Comentando  el  P.  Antonio  de  San  José  estas  palabras  de  su  Santa  Madre,  dice  así: 
«Para  cuya  inteligencia  se  ha  de  notar  lo  segundo,  que  el  P.  Visitador  Apostólico  Fray 
Pedro  Fernández,  cometió  sus  veces  al  P.  Bánez,  para  el  gobierno  de  Descalzas  y  Des- 
calzos; en  fin,  le  hizo  su  Prelado  por  sustitución  de  su  Comisión,  que  le  podía  hacer, 
según  la  Bula,  original  de  San  Pío  V,  que  poco  ha  se  ha  hallado  en  nuestras  religiosas 
de  Toledo,  con  data  de  20  de  Agosto  de  15G9,  de  cuyo  hallazgo  darían  giHtiK.is  ilhrj- 
cias  nuestros  historiadores  primitivos,  pues  se  lastimaban  de  su  falta. 

«Pues  ésta  es  la  causa,  porque  prosiguiendo,  dice  la  Santa  la  será  preciso  acudir  ai 
principal  Visitador,  que  era  el  P.  Fernández,  porque  ocurrían  negocios  en  que  Báñez, 
como  era  sustituto,  no  la  podía  subvenir.  Que  no  basta,  dice,  el  Perlado  que  es,  ó  para 
lo  que  es.» 


—  312  — 

ce  dominico  y  bien  sabida  es  la  eficacia  que  para  todo  y  para  todos  tenían 
las  cartas  de  Teresa  de  Jesús.  La  Madre  Isabel  de  Santo  Domingo,  una  de 
la  piedras  angulares  de  la  nueva  reforma,  nos  habla  en  la  declaración  que 
prestó  en  Avila  en  1610  para  la  canonización  de  la  Santa  Fundadora,  de 
esas  cartas  «escritas,  dice,  con  una  prudencia  del  cielo,  y  esto  vi  por  ex- 
periencia algunas  veces  en  unas  cartas  que  me  dejó  que  la  Santa  escribió 
á  Nuestro  muy  Santo  Padre  Pío  V,  las  cuales  iban  llenas  de  tanto  espíri- 
tu, y  escritas  con  tanta  prudencia  y  humildad,  que  el  Espíritu  Santo  pare- 
cía haberlas  dictado>.  Es,  pues,  indudable  que  Santa  Teresa  influyó  gran- 
demente en  el  ánimo  del  Pontífice  que  tanto  la  ayudó  en  sus  empresas. 

Ya  que  este  Santo  Pontífice  fué  quien  tomó  medida  de  tanta  trascen- 
dencia para  la  Descalcez,  justo  es  estampar  aquí  el  juicio  crítico  sobre  este 
hijo  de  Santo  Domingo,  según  se  halla  en  una  bien  escrita  memoria  sobre 
la  influencia  de  la  Orden  Dominicana  en  la  Obra  de  la  Reforma  y  que 
obtuvo  el  correspondiente  premio.  Dice  así: 

«Fué  San  Pío  V,  uno  de  los  mayores  Papas  que  han  florecido  en  la 
Iglesia  de  Dios,  por  su  espíritu  evangélico,  altamente  celoso  y  reformador; 
Papa  digno  émulo  y  competidor  de  Gregorio  Vil,  Inocencio  III,  Alejandro 
III  y  Bonifacio  VIII,  es,  sin  duda,  Pío  V,  el  gran  Papa  de  los  Dominicos, 
el  último  de  los  sucesores  de  San  Pedro,  á  quien  la  Iglesia  haya  tributado 
los  honores  supremos  de  la  canonización.  ¡Loor  y  prez  inmortal  cupo  á  la 


Exponiendo  el  mismo  P.  Antonio  de  San  José  la  Carta  19  del  tomo  4.",  dice  al  ha- 
blar del  P.  Antonio  Heredia  ó  de  Jesús:  «Y  antes  le  delegó  algunas  visitas  el  de  Sala- 
manca, esto  es  el  P.  Fr.  Pedro  Fernández,  Prior  actual  de  San  Esteban,  cuando  fué  Vi- 
sitador, y  se  ven  sus  aprobaciones  en  los  libros  de  cuentas  de  la  Encarnación  de  Avila, 
donde  ix  9  de  Octubre  de  74,  firma:  Fr.  Antonio  de  Jesús,  Vicario  Provincial.» 

Las  MM.  Carmelitas  de  Paris,  afirman  expresamente  que  «el  P.  Pedro  Fernández 
delegó  en  el  P.  Baltasar  de  Jesús,  carmelita  descalzo,  parte  de  su  autoridad  sobre  los 
descalzos  de  Castilla,  haciéndole  su  Vicario  Provincial.  El  P.  Visitador  de  Andalucía, 
Fr.  Francisco  Vargas,  añaden  le  nombró  su  delegado  en  Andalucía  en  1573  y  luego  al 
P.  Gracián».  (Volumen  3.",  página  232). 

Finalmente  sé  dio  el  caso  de  que  á  petición  de  la  misma  Santa  Teresa  el  Visitador 
P.  Pedro  delegó  su  autoridad  sobre  el  P.  Medina  nombrándole  Prelado  de  la  Santa 
Madre. 


-313- 

Orden  de  Santo  Domingo,  en  contar  entre  sus  miembros  á  tan  meritísimo 
Pontífice,  ya  desde  la  temprana  edacj  de  los  catorce  años! 

»Pio  V  fué  grande,  no  sólo  por  su  piedad,  por  su  austeridad  y  por  el 
heroísmo  de  sus  virtudes;  sino  por  las  obras  que  acometió  durante  su  glo- 
rioso pontificado.  Todos  los  paises  experimentaron  los  efectos  de  su  pa- 
ternal solicitud:  luchó  denonadamente  contra  los  protestantes  que  invadían 
la  Iglesia,  con  los  Turcos  que  amenazaban  anegar  en  fuego  y  sangre  á 
Europa,  y  contra  la  relajación  de  costumbres,  cuya  reforma  llevó  á  cabo 
con  inflexible  fortaleza.  Ocupóse  en  la  rehabilitación  cristiana  de  las  artes, 
en  la  disciplina  eclesiástica  y  en  establecer  la  unidad  litúrgica,  sin  que 
nada  se  escapase  á  su  vigilancia  pastoral.  Por  eso  un  grande  historiador 
ha  podido  llamarle  el  mayor  Papa  que  gobernó  la  Iglesia  desde  Inocencio  111 
á  nuestros  días.  Fué,  por  fin,  este  gran  Pontífice,  restaurador  de  la  disci- 
plina eclesiástica,  reformador  de  las  Religiones,  triunfador  de  los  Turcos  y 
común  ejemplo  de  todas  las  naciones  y  estados. 

»Pío  V,  pues,  simpatizó  también,  como  no  podía  menos  de  suceder,  con 
Santa  Teresa  y  con  su  Reforma;  y  apenas  tuvo  noticia  de  tal  mujer  y  de 
tal  empresa,  vio  complacidísimo,  que  los  Dominicos,  sus  queridos  herma- 
nos de  hábito,  amaran  y  protegieran  de  tal  suerte  á  la  una  y  á  la  otra,  y 
comprendió  al  punto  que  era  deber  suyo  ofrecer  notorias  muestras  de  su 
aprobación  y  beneplácito,  y  facilitar  y  promover  por  su  parte  el  mayor 
auge  y  esplendor  de  la  citada  Reforma  que  tan  fértil  en  sazonados  frutos 
del  espíritu  se  mostraba  á  sus  ojos,  los  cuales  sólo  codiciaban  ver  la  her- 
mosura y  brillo  de  la  virtud  en  las  almas  redimidas  con  la  sangre  de  Cristo, 
y  muy  particularmente  en  las  consagradas  de  un  modo  especial  al  amor 
y  servicio  del  Hombre-Dios  en  los  institutos  religiosos  y  monásticos. 

>Así,  acariciando  esos  deseos,  nombró  de  la  misma  Orden  de  Predica- 
dores, dos  visitadores  apostólicos  que  fueron  amparo  y  sostén  de  la  na- 
ciente Reforma,  y  centinelas  de  la  observancia  regular,  según  el  espíritu 
de  la  Santa  Reformadora  del  Carmelo. 

Tiene  razón  el  ilustrado  autor  en  llamar  á  los  visitadores  apostólicos, 
amparo  y  sostén  de  la  Reforma,  y  centinelas  de  la  observancia  regular: 
pues  como  escribía  Santa  Teresa  á  don  Teutón io,  Arzobispo  de  Braganza, 
quien  deseaba  fuese  la  Santa  á  fundar  á  Portugal,  le  decía:  «Allá  (en  Por- 


—  314- 

tugal)  no  habiendo  nada  de  esto,  sujetos  á  los  del  paño,  presto  irá  la  pre- 
feccián  por  el  suelo,  como  por  acá  comenzaban  á  hacernos  gran  daño,  si 
no  vinieran  los  comisarios  apostólicos.»  ¡Gloria,  pues,  á  este  inmortal  Pon- 
tífice, á  este  hijo  del  gran  Domingo  que  con  tanta  providencia  impidió 
fuese  la  perfección  por  el  suelo  en  una  Orden  de  tanta  veneración  como  la 
Orden  del  Carmen. 

No  contento  el  gran  Pontífice  con  haber  en  vida  ayudado  tanto  á  la 
Santa  Reformadora,  quiso  además  en  su  muerte  despedirse  también  de  ella. 
Así  consta  de  la  declaración  de  la  V.  Ana  de  Jesús,  quien  en  el  proceso 
de  la  canonización  afirmó  con  juramento  haber  sabido  de  su  boca,  que 
el  Santo  Pontífice  la  visitó  de  camino  para  el  cielo  (1);  muestra  grande  del 
amor  que  la  tenía  y  de  lo  que  pensaba  favorecerla  en  la  propagación  de 
su  Reforma. 

El  autor  de  la  Mujer  grande,  en  el  día  7  de  Octubre  nos  cuenta  este  mis- 
mo suceso,  añadiendo  algunas  circunstancias,  por  cuyo  motivo  aducimos 
su  testimonio,  que  dice  así:  El  Mafeo,  en  la  vida  de  S.  Pío  V,  dice,  que 
cuando  éste  murió  á  primeros  de  Mayo  de  1572,  Santa  Teresa  comenzó  á 
llorar  amargamente,  y  preguntada  por  la  causa  dijo:  <  ¿No  tengo  de  llorar,  pues 
ha  muerto  el  Padre  universal  de  la  Iglesia?»  No  sería  extraño  que  habien- 
do tenido  la  Santa  aviso  sobrenatural  de  la  muerte  de  este  Pontífice,  llo- 
rase, no  solo  por  haber  perdido  la  Iglesia  tan  buen  pastor,  sino  también 
porque  se  le  manifestaría  la  terrible  tempestad  que  se  fraguaba  contra  su 
Reforma.  Y  quizá  por  lo  mismo  en  la  deposición  que  hizo  la  Venerable 
Ana  de  Jesús  en  la  canonización  de  esta  Santa,  dice  que  luego  <  que  muri(') 
S.  Pío  V,  se  apareció  á  Teresa  y  la  ofreció  su  protección  animándola  á 
seguir  sus  fundaciones,  y  así  se  vio  el  mucho  favor  que  recibió  siempre 
de  los  comisarios  apostólicos  dominicos  y  otros  confesores  suyos.» 

'< Cumplió,  pues,  añade  el  citado  autor,  Santo  Domingo  la  palabra  que 


(1)  Aún  se  conserva  en  el  venerando  Convento  de  la  Encarnación  de  Avila  la  reli- 
giosa tradición  del  lugar  donde  la  Santa  se  hallaba  en  oración,  cuando  se  le  apareció 
el  inmortal  Pontifice  á  primeros  de  Mayo  de  1572.  El  que  esto  escribe  ha  tenido  la  gran 
dicha  de  visitar  y  venerar  este  lugar  sagrado,  que  con  gran  respeto  enseñan  las  Reli- 
giosas, moradoras  de  tan  célebre  Santuario. 


—  sis- 
en la  cueva  de  Segovia  dio  á  la  Santa  Madre  Teresa  de  Jesús  de  favorecer 
su  Reforma,  no  sólo  con  los  confesores  dominicos  que  la  Santa  tuvo,  sino 
también  con  los  visitadores  apostólicos  que  parece  fueron  enviados  de 
Dios  para  este  fin:  pues  sin  ellos  no  parecía  posible  tal  propagación,  ni 
menos  que  los  observantes  lo  permitieran:  y  en  fin,  se  ve  que  en  las  contra- 
dicciones suscitadas  poco  después  de  esto,  siempre  tuvo  la  Santa  á  los  Do- 
minicos de  su  parte. 

Hablando  el  Año  Teresiano  de  lo  mucho  que  podía  esperarla  seráfica 
Virgen  Teresa  de  Jesús  de  la  intercesión  en  la  presencia  de  Dios  del  San- 
to Pontífice  Pío  V,  después  de  su  muerte,  dice  así  el  día  1."  de  Mayo 
'Funda  esta  esperanza  el  aíecto  amoroso,  que  durante  su  vida  profesó  á 
Teresa  y  toda  su  Reforma;  y  la  fineza  singular,  con  que  después  de  muer- 
to la  visitó  glorioso  antes  de  irse  al  cielo,  como  lo  dice  nuestra  Historia,  y 
el  Rmo.  P.  Presentado  Fr.  Antonio  de  Lorea,  en  la  que  escribió  de  este 
Santísimo  Pontífice,  donde  pone  estas  cláusulas:  «La  gloriosa  Virgen  San- 
'ta  Teresa  de  Jesús,  gloria  de  nuestra  España,  lustre  del  Carmelo,  y  gran 
-maestra  de  la  perfección  cristiana,  tuvo  una  maravillosa  visión  de  la  feli- 
cidad del  Bienaventurado  Pío,  como  refiere  el  P.  Fr.  Francisco  de  Santa 
•María  en  las  Crónicas  de  su  Orden. 

«El  efecto  que  causó  la  muerte  del  Santísimo  Pío  en  Santa  Teresa  nues- 
tra Madre,  fué  deshacerla  el  corazón  en  vivos  sentimientos,  por  considerar 
la  suma  falta  que  hacía  en  la  Iglesia  su  persona.  Así  lo  afirman  los  Audito- 
res de  la  Sagrada  Rota;  y  más  difusamente  el  escritor  Dominicano  en  el  lu- 
gar que  queda  referido  donde  dice.  *FI  compendio  de  la  Vida  de  la  Seráfica 
•Madre,  recopilada  de  los  escritos  de  Don  Alonso  de  Manzanedo,  Patriar- 
»ca  de  Jerusalen  y  Decano  de  la  Sacra  Rota  en  el  capítulo  309,  dice 
>estas  palabras:  'No  podía  la  Santa  contenerse  de  llorar  amargamente  la 
►  muerte  del  gran  Pontífice  Pío  V,  y  del  P.Juan  de  Avila  (1)  por  las  calami- 
*dades,  que  amenazaban  á  la  Iglesia,  por  su  muerte,  y  falta  de  su  asisten- 
'Cia.  Aunque  estaba  cierta,  y  se  le  había  revelado  la  gloria  que  gozaba  con 
'los  bienaventurados,  debida  á  sus  méritos;  habiéndole  aparecido  el  Santo 


(1)     El  í'.  JiKín  de  Avila  lia  merecido,  p(ir  sus  heroicas  virtudes,  los  honores  de  los 
altares. 


—  316- 

»Pontífice,  después  de  su  muerte,  antes  de  ir  á  recibir  la  corona  merecida 
«certificándola  de  nuevo  en  el  amor  que  la  tenía,  y  la  estimación  y  apre- 
>ció  en  que  siempre  tuvo  su  Reformación,  Fundaciones,  y  Monasterios.  De 
«donde  se  infiere  cuánto  debió  la  Santa  y  su  Orden  á  la  de  Predicadores, 
»ya  por  medio  de  Santo  Domingo,  nuestro  Padre,  de  San  Luis  Beltrán,  de 
«San  Pío  V,  y  otros  insignes  Varones  de  esta  Sagrada  Religión. > 

Las  célebres  Carmelitas  de  París,  tratando  algo  de  lo  que  fué  el  P.  Pe- 
dro para  la  descalcez  como  visitador  apostólico,  escriben  así  (1):  El  P.  Pe- 
dro Fernández  de  Orellana  «hombre  de  santísima  vida,  de  mucho  saber  y 
prudencia*  según  el  testimonio  de  la  Santa  (2)  fué  religioso  de  la  Orden 
de  Santo  Domingo.  Ejerció  el  cargo  de  Provincial  tan  cumplidamente  y  con 
tan  feliz  éxito  que  le  quedó  el  nombre  del  Santo  Provincial.  Por  este  tiem- 
po era  Prior  del  Convento  de  Talavera  de  la  Reina. 

Según  el  testimonio  del  P.  Báñez  era  grande  amigo  de  las  Reglas,  en 
extremo  cincunspecto  y  nada  fácil  en  admitir  dones  sobrenaturales  ex- 
traordinarios. Una  Bula  de  S.  Pío  V  de  fecha  20  Agosto  de  1569  le  había 
confiado  el  trabajar  en  la  Reforma  del  Carmen  en  la  Provincia  de  Castilla, 
al  tiempo  que  el  P.  Francisco  de  Vargas  (dominico  también)  recibía  la 
misma  comisión  para  la  Provincia  de  Andalucía.  En  sus  visitas,  el  P.  Pe- 
dro Fernández  caminaba  á  pié,  acompañado  de  un  religioso  en  forma  hu- 
milde y  austera.  Llevaba  delante  una  humilde  cabalgadura  y  sobre  ella  su 
bagaje.  Cuando  llegaba  á  Convento  de  Religiosos  seguía  la  vida  de  Comu- 
nidad, ayunando,  asistiendo  al  Coro,  guardando  el  silencio  de  Regla  y 
dando  en  todo  ejemplo  de  la  más  exacta  regularidad.  Jamás  entraba  dentro 
de  los  Conventos  de  Religiosas,  contentándose  con  escucharlas  á  la  reja. 
Concluidas  las  exhortaciones  y  advertencias  necesarias  luego,  sin  deten- 
ción, se  retiraba.  El  año  1571,  y  en  el  Convento  de  San  José  de  Avila,  fué 
cuando  tuvo  ocasión  de  hablar  por  primera  vez  á  Santa  Teresa. 

Aunque  profundamente  edificado  del  tenor  de  vida  de  los  Conventos 
de  Descalzas  que  había  visitado  en  cumplimiento  de  su  cargo,  guardó  no 
obstante  gran  reserva— ó  si  se  quiere  severidad— con  la  fundadora;  con- 

(1)  CEvres  completes.  Volumen  3."  pá.ü;¡ii;i  275. 

(2)  Fundaciones,  capítulo  XXVIII. 


-317- 

ducta  que  no  hizo  sino  aumentar  en  ella  la  confianza  que  tenía  en  las  luces 
del  visitador.  No  tardó  éste  en  dejarse  ganar  de  la  admiración  y  de  él  es  el 
siguiente  elogio,  considerable  sobre  toda  ponderación  en  sus  labios:  «Te- 
resa de  Jesús  y  sus  monjas  han  mostrado  al  niundo  que  las  mujeres  son 
capaces  de  conseguir  la  perfección  evangélica>. 

El  fué  quien  el  mismo  año  1571  nombró  á  Santa  Teresa  Priora  de  la 
Encarnación,  haciendo  la  aceptasen  en  dicha  casa  á  despecho  de  todas  las 
oposiciones.  Su  celo  y  su  prudencia  le  merecieron  la  estima,  el  reconoci- 
miento y  el  afecto  de  la  Reforma  entera. 

El  Soberano  Pontífice  Gregorio  XIII  lo  nombró  para  presidir  el  Capí- 
tulo de  separación  de  provincia;  pero  cuando  llegó  el  Breve  á  España  el 
santo  religioso  se  hallaba  agonizando  (1).  Murió  en  el  Convento  de  Sa- 
lamanca, siendo  Prior  de  allí,  el  22  de  Noviembre  de  1580.» 

Sobre  el  P.  Visitador  de  la  provincia  de  Andalucía  sólo  diremos  que  lo 
fué  el  muy  Reverendo  P.  Fr.  Francisco  Vargas  religiosísimo  fraile  dominico, 
prior  en  Córdoba,  después  en  Granada  y  últimamente  Provincial  de  nues- 
tra celebérrima  Provincia  de  Andalucía,  hombre,  dice  la  Crónica,  adornado 
de  la  prudencia,  letras  y  religión  que  tan  grande  asunto  pedia,  el  cual  tra- 
bajó infatigable  en  Andalucía,  cuya  provincia  le  estaba  encomendada,  pro- 
pagando la  Reforma  y  cimentándola  en  el  espíritu  de  la  antigua  Orden  del 
Carmelo. 

De  este  venerable  Padre  escogido  por  Dios  y  por  su  Vicario  en  la  tie- 
rra para  tan  singular  empresa,  podemos  decir  no  sólo  que  ayudó  ala  Des- 
calcez, sino  que  él  fué  quien  la  implantó  en  la  provincia  de  Andalucía. 

Y  es  de  notar  que  así  como  el  visitador  de  Castilla  ayudó  principal- 
mente á  la  Santa  en  la  fundación  de  los  conventos  de  Religiosas,  aunque 
á  él  se  debe  también  la  licencia  para  el  convento  de  religiosos  de  Alto- 
mira,  y  sobre  todo  del  célebre  Colegio  de  San  Cirilo  de  Alcalá,  así  el 
visitador  de  Andalucía,  P.  Fr.  Francisco  Vargas,  intervino  eficazmente, 
y  de   una  manera  especial  en   la  propagación  de  los  Religiosos  Des- 


(1)  "Llegué  á  Salamanca  con  el  Breve  y  cartas  del  Rey  á  tiempo  que  Fr.  Pedro 
Fernández  estaba  en  el  agonía  de  la  muerte.  Llevóselo  Dios,  no  se  pudo  ejecutar  el 
Breve».  V.  P.  Gracián.  Peregrinaciones,  diálogo  S.'',  pag.  45. 


-318  — 

calzos   en   aquella  provincia  y   reino,   como.se   verá  muy  pronto. 

Con  justa  razón  se  queja  amargamente  el  autor  de  una  Memoria,  pre- 
miada en  cierta  lid  literaria,  de  que  muchos  de  los  biógrafos  de  Santa  Te- 
resa, lo  mismo  que  algunos  de  los  historiadores  de  la  Reforma  apenas  se 
fijen  en  esta  gran  figura  que  se  destaca  de  una  manera  tan  patente,  no  ya 
sólo  en  la  propagación,  sino,  lo  que  es  más  de  admirar,  en  la  misma  im- 
plantación ó  principios  de  la  Descalcez  en  la  provincia  de  Andalucía;  pues 
como  veremos  el  P.  Vargas  puede  y  debe  con  justicia  llamarse  el  funda- 
dor del  primer  convento  de  Religiosos  Descalzos  en  la  citada  Provincia. 

El  Año  Teresiano  en  el  día  30  de  Septiembre,  dice  así:  «Establecido 
el  primer  Convento  de  nuestra  Reforma  con  la  ayuda  de  estos  Venerables 
Religiosos,  pasó  la  Santa  Fundadora  á  dilatar  la  Orden  con  nuevas  fun- 
daciones de  Frailes,  y  de  Monjas,  cooperando  á  todas  ó  las  más  el  mismo 
brazo  de  esta  Religión  Santísima.  Entre  las  muchas  señas,  que  dio  la  pro- 
videncia Omnipotente  para  manifestar  corría  nuestra  Orden  á  cuenta  del 
amparo,  y  auxilio  de  Santo  Domingo  de  Guzmán,  es  singularísima  la  de 
haber  nombrado  la  Santidad  de  Pío  V,  dos  Comisarios  Apostólicos  de  la 
Familia  de  los  Predicadores  para  gobernar  á  la  del  Carmen,  que  entonces 
constaba  de  Calzados  y  Descalzos.» 

«Fueron  estos  Reverendísimos  Maestros  Fray  Pedro  Fernández,  actual 
Prior  entonces  del  convento  de  Talavera  de  la  Reyna,  y  Fray  Francisco 
de  Vargas,  que  lo  era  asimismo  de  San  Pablo  de  Córdoba.  Al  primero  se 
le  confirió  el  mando  para  la  Provincia  de  Castilla,  y  al  segundo  para  la  de 
Andalucía;  y  éste,  que  era  el  Maestro  Vargas,  siempre  inclinadísimo  á  fa- 
vorecer á  los  Descalzos,  sustituyó  después  su  comisión  en  nuestro  Vene- 
rable Gracián. 

-El  Maestro  Fernández  se  mostró  tan  Padre  de  nuestra  Descalcez  como 
lo  indica  nuestro  Historiador  cuando  refiere  la  visita  que  hizo  á  la  Comu- 
nidad de  nuestro  Convento  de  Pastrana.» 

Creemos  haber  apuntado  lo  suficiente  para  formar  ¡dea  de  la  significa- 
ción é  importancia  para  la  Descalcez  de  los  dos  Visitadores  Apostólicos 
tomados  de  la  Orden  de  Santo  Domingo,  y  cuyo  nombramiento  le  hizo  un 
Pontífice  santo  é  hijo  también  preclarísimo  del  mejor  de  los  Guzmanes.  El 
fervor  con  que  empezaron  estos  dos  grandes  religiosos  á  desempeñar  su 


-310- 

altü  y  delicado  cargo,  lo  iremos  manifestando  en  los  siguientes  capítulos 
de  la  obra,  pudiendo  desde  luego  asegurar  que  no  hubieran  trabajado  con 
más  celo  y  tesón,  si  se  les  hubiera  encomendado  la  Reforma  de  su  propia 
Orden.  Llegó  á  tanto  el  interés  que  se  tomaron,  que  no  sólo  cada  uno 
trabajaba  por  promover  la  dilatación  y  observancia  de  las  Provincias  que 
se  les  hablan  encomendado,  sino  que  se  entendían  entre  si  para  trasladar 
de  una  provincia  á  otra  los  sujetos,  que  de  común  acuerdo,  juzgaban  los 
más  aptos  para  conseguir  la  propagación  y  consolidación  de  la  Reforma. 
Tenían  un  solo  fin,  que  era  ayudar,  cuanto  de  su  parte  estaba,  á  la  seráfi- 
ca Madre  y  su  Reforma;  y  este  único  fin  era  la  regla  de  todas  sus  deter- 
minaciones. Santa  Teresa  comprendió,  como  era  natural,  toda  la  transcen- 
dencia de  tales  Visitadores,  sobre  todo  para  defenderse  de  las  persecucio- 
nes que  le  venían  de  parte  de  los  Calzados;  y  por  eso,  como  hemos  hecho 
ver  con  testimonios  auténticos,  ella  misma  influyó  con  sus  cartas  al  Pon- 
tífice Pío  V,  en  que  éste  los  nombrase;  y  en  diversas  y  múltiples  ocasio- 
nes da  testimonio  de  la  influencia  que  tuvieron  en  el  porvenir  y  prospe- 
ridad de  la  Reforma,  elogiando  sin  cesar  al  P.  Pedro  Fernández,  fundador 
en  Castilla,  con  quien  ella  comunicaba  á  cada  paso,  de  palabra  y  por  es- 
crito en  los  múltiples  negocios  que  ocurrían  todos  los  días  al  empezar  la 
Reforma. 


-^- 


C  A  PÍTU  LO    VI 

fundaciones  de  Carmelitas  Descalzos  y  Descalzas 

en  IPastrana,  y  los  IPiP.  l/icente  Barrón, 

l^ernando  del  Castillo  y  IPedro  fernández. 


Después  de  haber  dado  á  conocer  en  el  capítulo  anterior  el  nombra- 
miento de  los  Visitadores  Apostólicos,  lo  cual  era  necesario  para  la  inte- 
ligencia de  los  sucesos  que  siguen,  continuaremos  la  historia  de  las  funda- 
ciones, según  el  orden  cronológico. 

«Acabadas,  dice  la  Crónica  Carmelitana  (1),  las  dificultades  que  se  ha- 
blan ofrecido  en  la  Fundación  de  San  José  de  Toledo,  puesto  el  Santísimo 
Sacramento  en  la  nueva  Iglesia,  dispuesta  la  clausura  con  tornos,  rejas  y 
lo  demás;  se  hallaba  la  Santa  Reformadora,  víspera  del  Espíritu  Santo,  tan 
consolada  esperando  gozar  de  quietud  en  fiesta  tan  célebre,  que  estando 
en  el  refectorio  apenas  podía  comer,  anegada  en  el  gozo  interior  y  satis- 
facción delalma.  Llegó  á  esta  ocasión  la  portera,  diciéndole  aguardaba  en 
e!  torno  un  Caballero,  criado  de  Doña  Ana  de  Mendoza,  Princesa  de  Ebo- 
li,  mujer  del  Príncipe  Rui-Gómez  de  Silva,  que  con  prudencia,  discre- 
ción y  valor,  supo  subir  por  los  peligrosos  escalones  de  Palacio,  á  la  pri- 
vanza de  Felipe  II,  y  ser  su  Camarero  mayor.  Tenían  estos  Príncipes  gran 
noticia  de  la  Santa  por  la  que  el  General  Rúbeo  les  había  dado  en  Madrid: 
y  creció  con  la  fama  de  los  monasterios  que  fundaba  de  tanta  recolección 


(1)     Librü2.",  capitulo  XXVIl. 


I 


—  322  — 

y  santidad.  Movidos  de  esto  habian  tratado  con  ella  de  una  fundación  en 
su  villa  de  Pastrana,  que  poco  antes  habían  comprado. 

*No  habiendo  pensado  la  Santa  seria  esto  tan  presto,  le  causó  pena  la 
priesa  que  la  daban,  diciendo  la  Princesa  en  sus  cartas,  que  ella  y  su  ma- 
rido la  aguardaban  en  Pastrana,  y  que  no  iban  á  otra  cosa.  Desamparar  el 
Convento  recien  fundado  con  tantas  dificultades,  sin  acabar  de  asentar  en 
él  la  reforma  y  observancia  que  pretendía,  se  le  hizo  tan  duro,  que  no 
atendiendo  á  que  perdía  mucho  perdiendo  el  favor  de  Rui-Gómez,  que 
para  tantas  cosas  había  menester,  respondió  al  criado  resueltamente,  que 
no  pensaba  ir,  que  por  cartas  daría  cuenta  de  sí  á  los  Príncipes.  El  criado 
prudente  le  advirtió  cuanto  perdía  enojándoles,  cuan  peligroso  es  no  ha- 
cer en  todo  su  voluntad,  cuan  desabridos  quedarían  no  habiendo  salido 
de  Madrid  para  otra  cosa,  cuan  desairados  en  Palacio,  no  efectuando  lo 
que  de  allí  les  sacó. 

^Reparando  la  Santa  en  ésto,  dijo  al  criado  que  fuese  á  comer,  que  ella 
entre  tanto  vería  lo  que  convenía.  Fuese  al  Santísimo  Sacramento  á  supli- 
carle le  diese  acierto  y  luz  para  responder  á  la  Princesa,  no  yendo,  para 
que  quedase  satisfecha  y  sabrosa:  y  díjole  el  Señor:  Hija,  no  dejes  de  ir, 
que  á  más  vas  que  á  esa  fundación:  lleva  la  Regla  y  Constituciones.  Oído 
ésto  se  fué  al  Confesor,  y  sin  decirle  lo  que  había  pasado  con  el  Señor,  le 
consultó  la  duda.  Alumbrado  de  su  Majestad,  le  aconsejó  se  partiese  á 
Pastrana,  y  no  perdiese  la  ocasión  de  ganar  aquellos  F-*ríncipes.>' 

La  Santa  Fundadora  escribe  en  el  capítulo  XVII  lo  ocurrido  en  este 
caso  por  las  siguientes  palabras: 

«Pues  habiendo,  luego  que  se  fundó  la  casa  de  Toledo,  desde  á  quin- 
ce días  víspera  de  Pascua  de  Espíritu  Santo,  de  acomodar  la  iglesia,  y 
poner  redes  y  cosas,  que  había  habido  harto  que  hacer;  porque,  como 
he  dicho,  casi  un  año  estuvimos  en  esta  casa,  y  cansada  aquellos  días  de 
andar  con  oficiales,  habíase  acabado  todo.  Aquella  mañana,  sentándonos 
en  refectorio  á  comer,  me  dio  tan  grande  consuelo  de  ver  que  ya  no  tenía 
qué  hacer  y  que  aquella  Pascua  podía  gozarme  con  nuestro  Señor  algún 
rato,  que  casi  no  podía  comer,  según  se  sentía  mi  alma  regalada. 

>'No  merecí  mucho  este  consuelo,  porque,  estando  en  ésto,  me  vienen 
á  decir  que  está  allí  un  criado  de  la  Princesa  Eboli,  mujer  de  Ruy-Gómez, 


-323  — 

de  Silva:  yo  fui  allá,  y  era  que  enviaba  por  mi,  porque  habia  mucho  que 
estaba  tratado  entre  ella  y  mi,  de  fundar  un  monasterio  en  Pastrana;  yo  no 
pensé  que  fuera  tan  presto.  A  mí  me  dio  pena,  porque  tan  recién  fundado 
el  monasterio  y  con  contradición,  era  mucho  peligro  dejarle,  y  así  me  de- 
terminé luego  á  no  ir,  y  se  lo  dije.  El  dijome  que  no  se  sufría,  porque  la 
princesa  estaba  ya  allá,  y  no  iba  á  otra  cosa,  que  era  hacerla  afrenta.  Con 
todo  eso,  no  me  pasaba  por  el  pensamiento  de  ir,  y  así  le  dije  que  se  fue- 
se á  comer,  y  que  yo  escribiría  á  la  princesa,  y  se  iría.  El  era  hombre  muy 
honrado,  y,  aunque  se  le  hacia  de  mal,  como  yo  le  dije  las  razones  que 
había,  pasaba  por  ello. 

«Las  monjas,  que  para  estar  en  el  monasterio  acababan  de  venir,  en 
ninguna  manera  veían  cómo  se  poder  dejar  tan  presto  aquella  casa.  Fuíme 
delante  del  Santisimo  Sacramento  para  pedir  al  Señor  que  escribiese  de 
suerte,  que  no  se  enojase,  porque  nos  estaba  muy  mal  á  causa  de  comen- 
zar entonces  los  frailes,  y  para  todo  era  bueno  tener  el  favor  de  Ruy  Gó- 
mez, que  tanta  cibida  tenía  con  el  rey  y  con  t(jdos,  aunque  esto  no  me 
acuerdo  si  se  me  acordaba,  mas  bien  sé  que  no  la  quería  disgustar.  Estan- 
do en  ésto;  fuéme  dicho  de  parte  de  nuestro  Señor:  — Qwí'  no  dejase  ir,  que 
á  más  iba  que  ú  aquella  fundación,  y  que  llevase  la  regla  y  constituciones. 

•Yo,  como  esto  entendí,  aunque  veía  grandes  razones  para  no  ir,  no 
osé  sino  hacer  lo  que  solía  en  semejantes  cosas,  que  era  regirme  por  el 
consejo  del  confesor:'  y  así  le  envié  á  llamar,  sin  decirle  lo  que  había  en- 
tendido en  la  oración,  porque  con  esto  quedo  más  satisfecha  siempre,  sino 
suplicando  al  Señor  les  dé  luz.  conforme  á  lo  que  naturalmente  pueden 
conocer,  y  su  Majestad,  cuando  quiere  se  haga  una  cosa,  se  lo  pone  en 
corazón. 

»Esto  me  ha  acaecido  muchas  veces:  así  fué  en  esto,  que  mirándolo 
todo  le  pareció  fuese,  y  con  esto  me  determiné  á  ir.  Salí  de  Toledo  se- 
gundo día  de  Pascua  de  Espíritu  Santo:  era  el  camino  por  Madrid,  y  fui- 
monos  á  posar  mis  compañeras  y  yo  á  un  monasterio  de  Franciscas  con 
una  señora,  que  le  hizo,  y  estaba  en  él,  llamada  Doña  Leonor  Mascare- 
ñas,  aya  que  fué  del  Rey,  muy  sierva  de  nuestro  Señor,  adonde  yo  habia 
posado  otras  veces,  por  algunas  ocasiones  que  se  habían  ofrecido  pasar 
por  allí,  y  siempre  me  hacia  mucha  merced. 


—  324  — 

Las  palabras  de  la  Santa  que  acabamos  de  citar,  se  prestan  á  que  ha- 
gamos sobre  ellas,  siquiera  sea  de  paso,  una  oportuna  reflexión. 

Las  fundaciones  de  religiosos  y  religiosas  Descalzas  de  Pastrana,  ma- 
teria de  este  capítulo,  se  deben  en  primer  lugar  á  Dios  nuestro  Señor,  no 
sólo  en  cuanto  todo  está  sujeto  á  su  providencia  divina,  sin  la  cual  y  fue- 
ra de  la  cual,  nadie  obra  ni  puede  obrar,  sino  también  á  una  providencia 
especial,  ó  mejor  dicho,  á  un  mandato  expreso  de  su  soberana  Majestad; 
pues  como  la  Santa  escribe  y  lo  acabamos  de  ver:  «Fuéseme  dicho  de 
parte  de  nuestro  Señor  que  no  dejase  de  ir,  que  á  más  iba  que  á  aquella 
fundación  y  que  llevase  la  regla  y  las  constituciones*.  Santa  Teresa,  se- 
gún su  costumbre,  nunca  ejecutaba  estos  mandatos  divinos  sin  la  inter- 
vención de  los  ministros  visibles  de  Dios;  conducta  que  por  sí  sola  basta 
para  canonizar  el  buen  espíritu  de  esta  seráfica  Madre  y  Maestra  consu- 
mada en  la  ciencia  de  Jos  santos.  ¡Ojalá  que  su  ejemplo  enseñase  á  tantas 
y  tantas  almas  que  caen  en  los  mayores  desatinos  y  yerros  de  trascenden- 
cia por  no  obrar  conforme  á  lo  que  la  seráfica  Doctora  nos  dejó  á  cada 
paso  repetido  en  sus  inmortales  obras  y  sobre  todo  practicado  por  sí  mis- 
ma en  todas  las  ocasiones. 

El  caso  que  nos  ocupa,  prueba  todo  lo  que  acabamos  de  afirmar.  Ha- 
bía recibido  el  mandato  del  Señor;  sin  embargo,  llama  á  su  confesor,  que 
lo  era  entonces  en  Toledo  el  Dominico  Fr.  Vicente  Barrón,  como  lo  testi- 
fican las  RR.  MM.  Carmelitas  de  París,  tantas  veces  citadas  (1).  Nada  le 
dijo  de  lo  que  el  Señor  la  había  mandado,  porque  de  ese  modo  quedaba 
siempre  más  tranquila:  le  envié  á  llamar,  escribe,  sin  decirle  lo  que  había 
entendido  en  la  oración,  porque  con  esto  quedo  más  satisfecha  siempre; 
sino  suplicando  al  Señor  les  dé  luz,  conforme  á  lo  que  naturalmente  pue- 
dan conocer,  y  su  Majestad  cuando  quiere  se  haga  una  cosa  se  lo  pone 
en  el  corazón:  esto  me  ha  acaecido  muchas  veces.-  ansí  fué  en  esto,  que 
mirándolo  todo,  le  pareció  fuese,  y  con  esto  me  determine  á  ir».  No  es  ex- 
traño que  el  P.  Barrón  aconsejase  así  á  la  Santa  Fundadora;  él  la  conocía 
y  la  había  tratado  por  muchos  años,  antes  de  la  ocasión  presente,  como 
la  Santa  lo  afirma,  y  ya  hemos  hecho  ver  detenidamente  en  la  primera  par- 


(1)     Oeuvres  Completes,  tomo  3.",  página  222. 


-325- 

te;  él  conocía  perfectamente  la  misión  extraordinaria  á  que  esta  Virgen 
singular  estaba  destinada  en  los  planes  de  la  providencia:  quizá  presintió 
y  barruntó  la  orden  mandato  que  tenía  del  Señor,  aunque  la  Santa  calló 
esta  circunstancia;  porque  sabía  que  la  vida  y  empresas  de  Teresa  de  Je- 
sús eran  reguladas,  no  según  el  curso  común,  sino  por  vías  extraordina- 
rias, de  que  Dios  se  vale  para  la  manifestación  de  su  gloria;  y  por  eso 
^mirándolo  todo  le  pareció  fuese»  á  fundar  á  Pastrana. 

Salió  de  Toledo  segundo  día  de  Pascua  del  Espíritu  Santo,  en  el  coche 
que  la  Princesa  le  había  enviado. 

Pasando  la  Santa  por  Madrid,  redujo  á  Ambrosio,  Mariano  y  á  Juan  de 
la  Miseria  (1)  á  que  tomasen  en  Pastrana  el  hábito  de  Descalzos,  y  llegan- 
do á  esta  Villa  fueron  todos  bien  recibidos  de  los  Príncipes.  El  9  de  Julio 
quedó  fundado  el  Monasterio  de  Monjas  y  el  13  el  de  Religiosos.  Ya  se  ha 
dicho  los  disgustos  que  la  Princesa  con  sus  veleidades  y  caprichos  causó 
á  la  Santa  Fundadora,  y  como  nuestro  P.  Báñez,  su  consultor  nato,  y 


(1)  Fr.  Juan  de  la  Miseria,  viene  á  ser  entre  los  Carmelitas  Descalzos,  lo  que  Fray 
Junípero  entre  los  Franciscanos:  Este  fué  el  concepto  que  de  él  tuvo  Santa  Teresa, 
añadiendo:  <que  era  muy  siervo  de  Dios,  y  muy  simple  en  las  cosas  del  mundo».  Lla- 
mábase Ju¿m  Narduch  y  era  italiano,  natural  de  una  aldea  de  los  Abruzos.  Tomó  en  su 
patria  el  hábito  de  los  Menores  Descalzos,  que  se  vieron  precisados  á  despedirle  á 
causa  de  las  molestias  que  causaba  á  los  religiosos  con  las  vejaciones  de  que  era  ob- 
jeto por  parte  del  diablo.  Entonces  le  pareció  oir  una  voz  que  le  llamaba  á  España,  y 
fué  en  peregrinación  á  Compostela.  Por  algún  tiempo  anduvo  viajando  de  una  parte 
para  otra.  En  Falencia  trabajó  en  un  taller  de  escultura.  Después  se  retiró  á  la  vida 
eremítica  en  las  proximidades  de  Jaén,  pero  al  saber  que  entre  los  ermitaños  del  Tar- 
dón, desierto  cerca  de  Sevilla,  se  encontraba  el  P.  Mariano,  á  quien  liabia  conocido  y 
servido  en  Italia,  se  determinó  á  visitarle,  quedándose,  al  fin,  en  su  compañia.  Al  cabo 
de  algún  tiempo  y  sin  decir  nada,  se  volvió  á  su  retiro  de  Jaén.  Al  ser  llamado  á  Aran- 
juez  el  P.  Mariano,  por  Felipe  II,  que  queria  servirse  de  él  para  canalizar  el  Guadal- 
quivir desde  Sevilla  á  Córdoba,  supo  dar  con  su  escondite  y  consiguió  llevarlo  consi- 
go. Como  la  estancia  en  la  corte  fué  más  larga  de  lo  que  pensaban,  á  Fr.  Juan  de  la 
Miseria  le  entraron  ganas  de  aprender  pintura,  y  se  consiguió  que  entrara  de  aprendiz 
en  los  talleres  del  famoso  pintor  Alfonso  Sánchez  Coello,  donde  estuvo  trabajando  más 
de  un  año,  sin  abandonar  por  eso  los  ejercicios  de  la  oración  y  penitencia.  Doña  Leo- 
nor Mascareñas  le  llevó  consigo  á  Madrid  y  le  encomendó  algunos  trabajos.  Despa- 


-326- 

grande  amigo  la  alentó  á  que  de  ningún  modo  admitiese  en  su  nuevo  Con- 
vento á  la  Religiosa  Agustina  de  Segovia,  D/'  Catalina  Machuca. 

Con  respecto  al  nuevo  Convento  de  Frailes  Descalzos,  fué  tal  su  fervor 
en  la  oración,  penitencia,  silencio  y  obediencia,  que  pudieran  muy  bien 
compararse  estos  primeros  hijos  de  Santa  Teresa  con  los  antiguos  monjes 
de  la  Tebaida.  En  prueba  de  ello,  copiaremos  lo  que  nos  dice  la  Crónica 
Carmelitana  (1).  Tratando  sobre  este  punto.  Dice  asi:  *De  este  género  su- 
cedieron tantos  y  tan  raros  ejemplos,  que  por  no  exponerlos  al  flaco  jui- 
cio de  algunos,  los  callo,  Pero  no  puedo  (callar)  un  dicho  del  insigne  pre- 
dicador del  Rey  Felipe  II  y  estimado  historiador  de  su  Orden  de  Predica- 
dores, el  P.  M.  Fr.  Hernando  del  Castillo,  ornamento  honorífico  de  su 
Religión,  y  de  la  ciudad  de  Granada,  cuyo  hijo  fué.  Habia  comenzado  á 
escribir  la  historia  tan  celebrada  en  su  Orden,  y  para  ver  en  obra  lo  que 
leía  en  los  papeles  de  ella,  sabiendo  cuanto  mejor  se  copia  del  natural  que 
del  arte,  y  habiendo  entendido  por  relación  del  Príncipe  Rui  Gómez  cuánto 


chados  los  negocios  que  habían  retenido  en  la  corte  al  P.  Mariano,  fué  á  juntarse  con 
Fr.  Juan,  precisamente  cuando  Santa  Teresa  volvía  de  Toledo.  Enterados  los  dos  de  la 
Regla  que  trataba  de  implantar  la  Santa,  se  decidieron  á  abrazarla  y  poco  después  re- 
cibían el  hábito  de  conversos  en  Pastrana,  y  al  año  profesaron.  Fr.  Juan  de  la  Miseria 
se  distinguió  siempre  no  menos  por  su  simplicidad  evangélica,  que  por  su  ardiente 
amor  al  Santísimo  Sacramento  y  á  la  Santísima  Virgen,  á  la  cual  solía  llamar  su  palo' 
ma.  A  él  se  debe  el  retrato  de  Santa  Teresa  que  hizo  en  Sevilla  en  1576,  tomándolo  del 
natural.  Durante  la  persecución  levantada  contra  la  Reforma  por  los  Carmelitas  Calza- 
dos, Fr.  Juan  se  acobardó,  se  salió  de  ella  y  se  dirigió  á  Roma,  donde  abrazó  la  Regla 
mitigada.  No  satisfecho  de  su  tuieva  profesión,  obtuvo  indulto  pontificio  para  abrazar 
la  regla  de  los  Franciscanos  descalzos,  y  al  poco  solicitó  volver  á  la  Descalcez  carme- 
litana; pero  los  PP.  de  la  provincia  de  España,  se  resistían  á  admitirle  si  antes  no  se 
sujetaba  á  las  penas  correspondientes,  y  es  fama  que  Santa  Teresa  intervino  en  su  fa- 
vor desde  el  cielo.  Obtuvo  por  fin  Fr.  Juan  un  nuevo  indulto  apostólico  y  volvió  á  la 
Reforma,  muriendo  santamente  en  Madrid  en  1616,  á  los  noventa  años.  (Cnf.  CEuvres 
completes  de  Sainte  Térésie  de  Jésus,  tomo  3.",  página  225).  Refiérese  que  al  ver  San- 
ta Teresa  el  trabajo  que  había  hecho  Fr.  Juan  de  la  Miseria,  le  dijo  con  su  natural  don- 
aire: «Dios  te  lo  perdone,  Fr.  Juan,  que  me  has  hecno  padecer  aquí  lo  que  Dios  sabe,  y 
al  cabo  me  has  pintado  fea  y  legañosa.» 
(1)     Libro  2.",  capítulo  XXXIl. 


—  327  — 

del  espíritu  de  Antonio  y  de  Pacomio,  entre  ios  cerros  helados  de  Pas- 
trana  habían  encendido  el  fuego  de  Egipto,  fué  á  verlos.  Consideró  muy 
despacio  sus  acciones,  en  Coro,  celdas,  refectorio,  oficinas,  y  en  toda  la 
casa.  Volvió  á  Madrid  taii  admirado,  que  preguntándole  el  Príncipe  qué  le 
parecía  de  sus  Religiosos  de  Pastrana?  respondió:  Señor,  á  los  ojos  de  la 
carne,  locos;  á  los  ojos  de  la  Fe,  Angeles  y  ministros  de  fuego  en  cuerpos 
fantásticos:  para  que  podamos  los  flacos  ver  algo  de  espíritu  en  ellos  encen- 
dido.» 

«Habiendo  recibido  su  comisión  el  P.  Visitador  de  Castilla,  comenzó  la 
visita  por  Pastrana,  así  para  dilatar  su  camino  con  aquella  nueva  planta  en 
que  tanta  parte  tenía  su  Orden,  como  para  acudir  á  facilitar  los  deseos  de 
algunos  Padres  graves  de  la  observancia,  que  querían  gozar  de  ella,  y  eran 
impedidos  de  otros.  Entró  con  un  compañero  de  su  hábito,  ambos  á  pié  y 
un  jumentillo  delante  que  servia  de  llevar  las  capas.  Causó  grande  edifi- 
cación así  á  seglares  como  á  frailes,  y  tuvieron  por  buen  agüero  de  la  visi- 
ta esta  humildad  y  mansedumbre  (1). 


(1)  Poco  después  de  la  fundación  del  convento  de  religiosos  de  Pastrana  ocurrió 
un  suceso  que  estimamos  oportuno  consignar  aquí,  por  la  intervención  que  en  él 
tuvo  el  P.  Báñez.  He  aquí  cómo  lo  refiere  la  Crónica  en  el  capítulo  L  del  libro  2.°: 
«Mientras  N.  V.  P.  Fr.  Juan  de  la  Cruz  asentaba  en  el  Colegio  de  Alcalá  la  obser- 
vancia primitiva,  y  la  hermanaba  con  los  ejercicios  de  estudio,  haciendo  un  apostó- 
lico mixto;  y  nuestra  Santa  Madre  en  Avila  reformaba  el  convento  de  la  Encarnación; 
prosiguió  su  oficio  de  Maestro  de  Novicios  de  Pastrana  el  P.  Fr.  Ángel  de  San 
Gabriel,  á  cuyo  fervor  y  aliento  pareció  poco  todo  lo  que  en  aquella  casa  hacían 
profesos  y  novicios,  viéndose  con  la  mano  que  N.  V.  P.  Fr.  Juan  de  la  Cruz  le  dejó 
en  el  Noviciado,  y  á  lo  que  se  entiende,  ya  profeso.  Fué  notable  el  trasiego  que  en 
él  hizo  de  costumbres  y  observancias.  Quería  que  todos  pasasen  por  un  rasero:  no 
hallaba  diferencia  ni  de  edades  ni  fuerzas.  En  el  rigor  y  aspereza  puso  todo  su 
conato,  y  en  su  estima  y  alabanza  era  preferido,  no  el  de  mayor  talento,  ni  el  de  ma- 
yor espíritu,  sino  el  de  mayores  rigores.  Introdujo  que  los  Religiosos,  novicios  ó 
profesos,  fuesen  á  enseñar  la  doctrina  á  los  pueblos  con  las  ceremonias  que  lo  ha- 
cían los  que  profesan  reglas  desobligadas  al  retiro.  Las  mortificaciones  extraordi- 
narias dentro  del  convento,  y  las  públicas  para  los  pueblos,  eran  llenas  de  novedad, 
y  aquella  escogía  por  mejor  que  más  espantaba.  Y  eran  tantas  que  presto  perdieron 
la  admiración  y  se  trocaron  en  risa  y  llegaron  á  mofa.  Quería  que  los  frailes  fuesen 


328  — 


«Preguntáronle  cómo  iba  de  aquella  suerte  un  hombre  de  su  autoridad 
y  años?  Y  respondió:  Que  quien  venía  á  visitar  á  santos,  no  había  de  ca- 


á  los  entierros,  contra  lo  que  la  Descalcez  desde  el  principio  había  practicado:  y 
desdiciendo  del  espíritu  propio  de  la  Regla,  echaba  sin  cuenta  los  Religiosos  de 
casa  á  buscar  almas.  Y  como  era  fuerte  de  condición,  y  tenaz  en  sus  propósitos  al- 
canzaba de  los  Prelados  con  inquietud,  lo  que  no  podía  con  paz. 

«Viendo  los  Superiores  lo  que  pasaba,  juzgaron  por  mayor  necesidad  el  sosiego 
de  la  casa  de  Pastrana  y  remedio  de  sus  principiantes  que  la  instrucción  del  Colegio 
de  Alcalá,  lleno  ya  de  provectos,  y  ordenaron  que  volviese  á  Pastrana  N.  Venera- 
ble P.  á  poner  orden.  Hízosc  así  muy  á  los  principios  del  año  72,  y  redujo  á  su  primer 
concierto  así  el  Noviciado  como  todo  el  Convento:  quitando  todo  lo  que  el  buen 
Padre  había  introducido,  y  quitóle  el  oficio,  considerando  que  su  condición  no  tenía 
otra  enmienda.  Mucho  sintió  el  dicho  Maestro  de  Novicios  ver  malogradas  sus 
trazas,  desacreditados  sus  pensamientos,  y  estrechada  su  devoción.  Y  no  penetran- 
do bien  el  consejo  del  experimentado  y  Venerable  Padre  porque  fiaba  más  del  propio 
que  del  ageno;  quedó  mortificadisimo.  viendo  que  ni  le  dejaban  mortificarse  ni  mor- 
tificar. Y  á  título  de  mayor  perfección  desacreditaba  lo  hecho  y  á  quien  lo  hizo. 
Apeló  en  fin  á  N.  M.  Santa  Teresa,  á  quien  todos  respetaban  y  miraban  como  á 
fundadora.  Escribióle  una  carta  refiriendo  todo  el  caso  muy  por  menudo,  y  las  razo- 
nes que  había  tenido  para  asentar  así  la  doctrina  monástica  y  mortificaciones  pú- 
blicas. Aprobó  la  Santa  el  consejo  de  N.  V.  Padre  por  más  conforme  á  la  Regla  y  más 
quitado  de  ocasión  de  distracción.  Pero  como  la  grande  humildad  no  le  dejase  fiar 
de  su  propio  parecer,  para  responder  al  Maestro  de  Novicios  con  más  fundamento 
quiso  consultar  al  P.  M.  Fr.  Domingo  Báñez,  de  cuya  prudencia  y  religión  no  fiaba 
menos  que  de  sus  grandes  letras.  Escribióla  desde  la  Encarnación  de  Avila;  donde 
se  hallaba,  á  Salamanca,  y  envióle  la  carta  del  Maestro  de  Novicios;  y  él  respondió 
desde  Salamanca  la  carta  siguiente,  sacada  del  original  que  tengo  en  mi  poder: 

«Muy  Reverenda  Madre  mía,  mi  Señora  Teresa  de  Jesús. 

«Jesús  sea  con  V.  m.  Quisiera  hallarme  desocupado  para  muy  despacio  respon- 
der lo  que  siento  acerca  de  la  carta  del  Padre  Maestro  de  Novicios  de  Pastrana. 
Pero  al  fin  su  buen  celo  y  deseo  merece  que  no  me  excuse  del  todo,  aunque  sea 
con  alguna  falta  de  mi  oficio,  y  obediencia  en  que  estoy  ocupado.  Bien  sabe 
V.  m.  que  aunque  yo  soy  ruin,  me  huelgo  que  los  otros  sean  buenos  y  perfectos,  y 
que  para  ayudar  á  ios  que  siguen  perfección  con  mis  palabras,  y  defender  mis  ejer- 
cicios no  suelo  ser  corto,  y  que  he  padecido  algunas  mortificaciones,  y  aun  obras 
ruines,  por  favorecer  lo  que  lleva  especie  de  virtud;  y  no  estoy  arrepentido,  sino 
de  no  haber  sufrido  más,  y  de  no  haber  purificado  mi  intención  en  semejantes  ne- 


329- 


minar  como  profano.  Llegado  al  nuevo  monasterio  de  San  Pedro,  fué  reci- 
bido con  gozo  y  veneración,  y  siguió  en  toda  la  vida  común  de  los  Des- 


godos;  porque  sospecho  he  seguido  mi  inclinación,  é  ingenio  más  que  el  celo  pru- 
dente del  espíritu  de  Dios:  que  este  nuestro  natural  es  muy  inclinado  al  propio 
amor  y  parecer,  aun  en  las  cosas  de  virtud;  y  después  de  comenzadala  buena  obra 
por  Dios  acontece  proseguirla  por  nos,  y  por  llevar  adelante  lo  que  nuestro  pare- 
cer trazó  al  principio,  aunque  con  buen  celo. 

No  tengo  yo  por  menor,  sino  por  mayor  la  ignorancia  de  los  que  con  celo  de  vir- 
tud pecan  que  la  que  tienen  otros  por  pasión,  y  ruines  obras  claras,  l^orque  si 
aquellos  caen,  son  menos  corregibles;  porque  han  asentado  en  su  corazón,  que  quien 
ios  contradice  persigue  la  virtud  ó  tiene  poca  experiencia  de  cosas  de  espíritu  ó 
envidia,  ó  semejantes  faltas  para  no  recibir  corrección  de  nadie.  Y  lo  peor  es  que  se 
finge  que  son  perseguidos  por  la  virtud  y  no  entienden  que  no,  sino  por  su  ignoran- 
cia, y  paréceles  que  ya  son  algo,  pues  son  perseguidos  por  la  virtud;  y  secretamente 
se  cria  en  el  centro  del  corazón  un  idolillo  de  su  propia  estima  que  aunque  á  ratos 
parece  se  humillan  en  sus  pensamientos  y  palabras,  pero  bien  mirado,  son  humilla- 
ciones hechas,  no  ante  la  Majestad  de  Dios,  con  sumo  temor  de  ofenderle,  sino  ante 
el  secreto  y  disimulado  ídolo  de  su  propia  estima.  Vístese  el  amor  propio  de  vestido 
virtuoso,  y  luego  quiere  ser  adorado  de  si  mismo,  y  de  todo  el  nuindo.  Y  si  alguno 
no  adora  su  estatua,  luego  se  juzga  ser  perseguido  de  la  virtud,  de  manera  que 
hacen  regla  de  virtud  sus  trazas  y  sus  obras. 

«Este  Padre  Maestro  de  Novicios  que  parece  hombre  de  buen  celo  y  de  buenos 
deseos;  pues  quiere  luz,  no  es  de  razón  negársela.  Désela  Jesucristo  y  enséñele  la 
suma  de  la  perfección.  Discite  a  me,  qiiia  mifis  sum  et  humiíis  corde.  Un  corazón 
manso  y  humilde  está  tan  colgado  de  la  misericordia  de  Dios,  conociendo  el  abismo 
de  su  propia  miseria  que  parece  que  le  sobra  el  aire  que  respira,  y  la  tierra  que 
pisx  para  lo  que  él  merece,  y  está  temblando  de  la  justicia  de  Dios,  sospechando 
siempre  que  hay  en  sí  faltas  por  donde  le  ofendió.  «Mucho  valen  para  ganar  esta 
humildad  los  ejercicios  y  mortificaciones  exteriores;  mas  han  de  ser  con  prudencia 
de-Dios  y  ésta  consiste  en  la  obediencia  de  lo  que  está  escrito,  como  el  Salvador 
se  humilló  y  caminó  obedeciendo  á  lo  escrito.  No  es  mortificación  prudente  que  el 
fraile  que  ha  profesado  tanto  recogimiento  como  es  el  de  la  primera  Regla,  salga  á 
peregrinar  sin  otra  necesidad.  Ni  es  manera  de  criar  novicios,  en  mortificaciones 
de  libertad,  pues  su  profesión  ha  d':i  ser  recogimiento.  Querer  imitar  en  esto  á  los 
Padres  de  la  Compañía  es  hacer  otra  Religión,  que  no  es  del  Carmen.  Ellos  no  tie- 
nen hábito  señalado,  su  profesión  no  es  de  recogimiento  ni  de  silencio,  ni  ayunos, 
ni  Coro  perpetuo;  han  de  andar  familiares  entre  el  pueblo,  enseñando  la  doctrina 


330 


calzos.  Como  era  tiempo  de  Cuaresma,  y  hervía  el  fervor  de  los  ejercicios 
que  entonces  se  hacian,  tan  esforzadamente  los  siguió,  asi  por  el  ejemplo, 


cristiana;  no  es  mucho  se  ejerciten  en  eso.  El  fraile  y  monje  no  tiene  necesidad  de 
buscar  ejercicios  ajenos:  siga  su  profesión  y  calle:  que  sin  que  el  mundo  vea  sus 
mortificaciones,  será  santo.  Muy  prestos  me  parecen  estos  celos  de  edificar  al  pró- 
jimo. Lo  que  dicen  de  San  Francisco  que  lo  tenían  por  loco,  y  se  desnudó  y  vistió 
como  pobrísimo,  yo  lo  adoro,  porque  fué  de  ímpetu  de  Espíritu  Santo,  y  querer 
imitar  esos  hechos  raros  sin  aquel  ímpetu,  es  cosa  de  farsa. 

«San  Francisco  no  tenía  entonces  hábito  ni  orden,  ni  profesión  al  contrario:  hizo 
lo  que  en  él  era  prudencia.  Si  dice  ese  Padre  que  siente  que  hay  espíritu  para  ha- 
cer esos  ejercicios,  querría  yo  lo  experimentase  en  otros  ejercicios  más  canoni- 
zados. Ayunen  como  los  Santos,  velen  como  ellos.  No  podrían.  Y  tienen  razón,  por- 
que no  tienen  tanto  espíritu  como  tuvieron;  pues  crean  cierto  que  cuando  el  alma 
ha  de  salir  á  ejercicios  de  tanto  extremo  con  espíritu  de  Dios,  que  primero  han  de 
tener  espíritu  de  sí  en  los  ejercicios  de  ayuno,  vigilia  y  oración.  No  me  conténtalo 
que  dice  ese  Padre,  que  le  tomará  melancolía  si  le  niegan  lo  que  quiere.  Muy  re- 
suelto está  para  ser  como  dice  tan  nuevo  y  sin  experiencia.  Si  busca  mortificacio- 
nes, ésta  lo  es  de  veras,  creer  que  se  engaña.  V.  m.  le  consuele  y  aconseje  que  haga 
su  obediencia,  y  calle,  que  treinta  aiios  y  más  calló  el  Señor  y  dos  predicó.  No  deje 
V."m.  de  enviarle  esta  carta  y  rogarle  agradezca  mi  deseo  de  servir  á  su  buen  celo. 
Y  Nuestro  Señor  nos  dé  á  todos  luz  de  su  gracia  y  guarde  á  V.  m.  en  ella.  De  San 
Esteban  de  Salamanca,  á  23  de  Abril  de  1572.  Siervo  de  V.  m.  en  Cristo,  Fray  Do- 
mingo Báñez». 

Después  de  esta  carta  del  P.  Báñez,  concluye  la  Crónica  el  capítulo  L,  con  estas 
palabras:  «Cuando  el  Padre  Maestro  Báñez  no  hubiera  alcanzado  la  estimación  que 
con  todos  tiene  por  sus  doctos  libros;  esta  carta  le  diera  mucha,  descubriendo  en 
él  gran  capacidad,  mucha  prudencia,  atenta  especulación  de  los  afectos  humanos, 
aventajada  discreción  en  las  materias,  y  con  las  personas  á  quien  escribe.  De  la 
fecha,  en  22  de  Abril,  se  puede  colegir  que  ya  e!  Maestro  era  removido  de  Pastrana 
y  la  mejora  de  aquel  Convento  iba  muy  adelante  con  la  doctrina  del  gran  Padre 
Fray  Juan  de  la  Cruz.  Pt^rque  pocos  días  después  le  hallamos  en  Avila  en  compa- 
ñía de  Fray  Germán  de  Santo  Matía  ejerciendo  el  oficio  de  confesor  en  el  Conven- 
to de  la  Encarnación,  donde  Nuestra  Santa  Madre  era  Priora.  Por  serlo,  atendien- 
do al  bien  de  aquellas  Religiosas  pidió  al  Padre  Visitador  de  Castilla,  á  nuestro 
venerable  Padre  para  confesor;  y  el  crecido  aumento  en  toda  virtud  mostró  el 
acierto  de  esta  elección.» 

A  las  precedentes  palabras,  con  las  cuales,  el  autor  de  la  Crónica  de  la  Reforma 


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como  por  el  provecho,  que  no  quiso  quedar  atrás.  Ayunaba  á  pan  y  agua, 
asistía  al  Coro,  guardaba  silencio,  y  en  todo  quiso  ser  uno  de  los  restau- 
radores del  antiguo  fervor  profético. 

Pasados  algunos  días  propuso  en  el  Capítulo  conventual  y  declaró  su 
comisión.  Dijo  que  aunque  conforme  á  ella  no  estaban  los  Descalzos  obli- 
gados á  darle  la  obediencia;  porque  solamente  se  enderezaba  á  los  Calza- 
dos: que  traía  orden  del  Nuncio  para  que  se  la  diesen,  si  les  pareciese  que 
les  estaba  bien.  Y  que  el  Rey  gustaría  de  ello  para  fines  santos,  útiles  á  toda 
la  Religión  y  convenientes  á  los  Descalzos.  Trataron  entre  sí  los  Religiosos 
de  aquel  convento,  lo  que  convenía  hacer.  Y  habiendo  conferido  cuan  bien 
les  estaba  ser  gobernados  por  persona  tan  grave,  cuánta  ocasión  tenían  de 
estenderse  por  su  medio,  cuánto  amparo  si  hubiese  contradicciones,  cuanto 
ganaban  dando  gusto  al  Rey,  resolvieron  todos  en  darle  luego  la  obe- 
diencia. Y  lo  mismo  hicieron  á  su  ejemplo  las  Monjas.  Las  diferencias,  y 
disidencias  que  entre  Descalzos  y  Observantes  poco  antes  habían  descu- 
bierto el  rostro,  por  los  muchos  que  de  la  mitigación  pasaban  á  la  Descal- 
cez, tomaron  con  esta  acción  más  cuerpo,  y  fueron  poco  á  poco  creciendo 
tanto,  que  duraron  sin  hallarse  medio  para  concertarlos,  hasta  que  se  tomó 
el  medio  de  la  separación. 

'Los  pocos  días  que  en  San  Pedro  estuvo  el  Padre  Visitador  después 
de  haber  recibido  la  obediencia  de  los  Religiosos,  los  gastó  en  su  benefi- 
cio. Exhortaba  á  la  Comunidad  á  la  perseverancia  en  lo  comenzado,  propo- 
niéndoles el  gran  servicio  que  á  la  Iglesia  hacían,  el  colmado  fruto  de  su  Re- 
ligión, y  el  crecido  agrado  del  Señor.  Y  para  que  las  virtudes  creciesen,  las 


elogia  al  célebre  P.  Báñez  y  su  carta  á  Ternsa  de  Jesús,  sólo  añadiremos  que  todo 
esto  prueba  uua  vez  más  como  el  consultor  nato  en  todos  los  casos  y  circunstancias 
graves  en  que  la  Santa  Madre  necesitaba  de  luces,  era  el  M.  Báñez,  á  quien  siem- 
pre recurría  de  palabra  ó  por  escrito,  pidiendo  su  parecer  y  bien  persuadida  de  que 
la  resolución  había  de  ser  acertada.  El  caso  presente  reviste  un  carácter  especial 
pues  la  controversia  y  encuentro  no  eran  con  personas  extrañas  á  la  Descalcez,  sino 
entre  los  mismos  Descalzos,  por  donde  se  nos  dá  á  entender  que  el  P.  Domingo  Bá- 
ñez, no  solo  fué  siempre  quien  defendió  á  la  Santa  Madre  y  su  Reforma  contra  los 
atropellos  que  ocurrían  de  parte  de  los  extraños,  sino  que  era  además  el  arbitro 
eti  las  cuestiones  domésticas  y  que  pudiéramos  llamar  de  familia. 


-332- 

alababa.  A  los  particulares  exhortaba  en  su  celda,  y  alumbraba  según  la  ne- 
cesidad de  cada  uno.  A  cierto  novicio  muy  fervoroso  traía  muy  de  vencida 
el  demonio  para  que  dejase  el  hábito,  proponiéndole  que  en  otra  Orden 
se  guardaba  más  rigor,  y  podría  fácilmente  conseguir  la  perfección. 

»Comunicó  su  pensamiento  con  el  Visitador.  Díjole  ser  declarada  tenta- 
ción, para  sacarle  una  vez  de  la  Religión,  y  ponerle  después  nuevos  y 
grandes  obstáculos  para  no  entrar  en  otra.  Y  entre  otras  cosas  en  remedio 
del  inquieto  pensamiento  le  dijo:  En  todo  cuanto  yo  he  visto  y  leído,  no 
alcanzo  que  en  toda  la  Iglesia  de  Dios  haya  monasterio,  donde  mayor  ri- 
gor y  perfección  se  guarde  que  en  éste.  Sosegóse  con  esto  el  novicio, 
profesó,  y  después  repetía  estas  palabras  agradeciendo  el  beneficio  que 
este  sabio  Padre  le  hizo. 

» Visitó  también  el  Convento  de  las  Monjas  Descalzas  de  aquella  Villa, 
con  no  menor  consuelo  y  admiración  (1).  En  la  visita  de  él,  y  de  los  demás, 


(1)  Este  convento  permaneció  hasta  Abril  de  1574,  en  que  se  trasladaron  las  mon- 
jas á  Segovia,  según  la  Crónica  Carmelitana  en  el  libro  3.°,  capítulo  XXVIII,  que  dice 
así:  «Quien  oyere  traslación  de  Convento  de  Monjas  hecho  por  tan  grandes  Príncipes 
como  los  Duques  de  Pastrana,  y  tan  aficionados  bienhechores  de  la  nueva  Reforma,  y 
de  un  pueblo  donde  había  frailes  Descalzos  de  la  Orden  íde  cuya  doctrina  las  Monjas 
mucho  se  aprovechaban),  á  Segovia,  donde  ni  había  fundador,  ni  Religiosos  Carmelitas 
Descalzos;  con  razón  deseará  saber  las  causas,  que  á  tan  prudente  gobernadora  mo- 
vieron á  hacer  lo  que  sin  ellas,  la  prudencia  condenaba.  Por  esto,  y  porque  no  sabién- 
dolas, unos  censurarán  el  hecho  en  favor  de  los  Señores  contra  la  Santa;  otros  celando 
su  honor,  imaginarán  más  de  lo  que  fué,  en  desdoro  de  aquellos  Principes,  diré  lo  que 
en  buenos  originales  hallo  escrito. 

»Ya  queda  referido  en  el  capítulo  XXVI  de  este  tercero  libro,  cómo  la  Duquesa  de 
Pastrana  viendo  muerto  al  Duque,  con  repentina  resolución  se  vistió  el  hábito  de  mon- 
ja, y  salió  de  Madrid  para  su  Viüa.  Llegando  á  ella  el  P.  Fr.  Baltasar  de  Jesús,  que  se 
adelantó  al  carro  en  que  la  Princesa  iba,  porque  no  quiso  coche  en  representación  de 
tristeza:  aquella  misma  noche,  á  las  dos  de  la  mañana,  llamó  al  Convento  de  las  reli- 
giosas. Bajó  la  Madre  Isabel  de  Santo  Domíiigo,  que  lo  gobernaba,  y  habiendo  oído 
del  P.  Prior  cómo  traía  á  la  Princesa  á  ser  Monja,  porque  la  muerte  de  su  marido  le 
había  quitado  la  vida  del  siglo:  y  que  ya  traía  el  hábito  puesto,  y  mostraba  en  sus  pa- 
labras y  hechos  cumplida  renunciación:  que  sería  para  mucho  bien  y  crédito  de  la  plan- 
ta nueva  de  la  Orden;  con  espíritu  prudente  dijo:  ¿Lm  Princesa  Monja?  Yo  doy  la  casa 


-333  — 
así  de  Monjas  como  de  Frailes,  guardó  tanta  prudencia,  y  recato,  que  nunca 

por  deshecha.  Llamó  luego  á  las  Monjas,  compusieron  la  casa,  previnieron  dos  camas, 
una  para  la  Princesa,  y  otra  para  su  Madre,  que  llegaron  á  las  ocho  del  día.  Mudáron- 
le el  hábito;  porque  el  que  tomó  de  Mariano;  ni  era  á  propósito,  ni  tan  limpio  como  con- 
venia. Descansó  algún  tiempo,  y  mostrando  presto  su  resuelta  voluntad,  quiso  que  lue- 
go se  les  diese  el  hábito  á  dos  doncellas  que  llevaba,  pagándoles  con  un  poco  de  sa- 
yal los  salarios  de  largos  años.  Respondiendo  la  Priora,  que  era  necesaria  licencia  de' 
Prelado,  dijo  con  mucho  enfado:  «¿Qué  tienen  que  ver  en  mi  convento  los  frailes?  De- 
tuvo la  ejecución  la  Madre  Priora  hasta  consultar  al  P.  Prior,  no  sin  sentimiento  de  la 
Princesa.  Habiendo  conferido  lo  que  convenía,  se  resolvieron  de  darles  el  hábito.  Hizo- 
se  en  el  locutorio,  poniéndose  la  Princesa  en  medio  de  las  dos,  para  que  también  le 
alcanzasen  las  bendiciones.  Lleváronla  después  á  comer  carne  con  su  madre  en  una 
pieza  á  parte.  Despreció  aquel  servicio.  Fuese  al  refectorio,  y  dejando  el  lugar  cercano 
á  la  Priora  que  le  tenían  prevenido,  tomó  uno  de  los  ínfimos,  sin  rendirse  ni  á  ruegos 
ni  á  exhortaciones,  conservando  superioridad  en  lugar  inferior. 

•  Considerando  la  Priora  que  voluntad  tan  entera  había  de  ser  ocasión  de  muchos 
disgustos;  consultó  con  la  Princesa  su  madre,  que  sería  acertado  que  aquella  señora 
tomase  alguna  parte  de  la  casa  donde  pudiese  vivir  con  sus  criadas  y  ser  visitada  de 
los  seglares,  con  puerta  que  entrase  á  la  clausura,  cuando  gustase,  y  no  otra  persona 
seglar.  Pareció  á  todos  bien  el  consejo:  á  ella  mal,  porque  no  había  sido  suyo,  y  que- 
dóse en  el  Convento  como  estaba.  El  día  siguiente,  habiendo  enterrado  al  Príncipe,  y 
cumplido  con  las  exequias,  la  llegaron  á  visitar  el  Obispo  de  Segorbe,  y  otras  personas 
de  calidad  que  allí  se  hallaron.  Dijole  la  Madre  Isabel  que  las  hablase  por  la  reja  de  la 
Iglesia:  mas  ella  no  quiso  sino  que  entrasen  en  la  clausura;  é  hizo  en  esto  tanto  esfuer- 
zo á  pesar  de  los  Religiosos,  Religiosas  y  seglares  que  la  visitaban,  que  se  abrieron 
las  puertas  del  convento,  y  entraron  con  los  señores  muchos  criados,  atropellando  los 
decretos  del  Concilio,  las  órdenes  de  la  Santa  Madre,  el  retiro  y  silencio  de  las  Reli- 
giosas, y  todo  buen  gobierno.  Porque  no  piensan  los  señores  que  lo  son  si  sirven  á  las 
leyes.  No  contenta  con  ésto,  instó  en  que  le  había  de  dar  dos  criados  seglares:  y  ofre- 
ciéndole la  Madre  Priora  que  ella  y  todas  la  servirían  y  en  especial  las  dos  Novicias 
que  la  habían  servido  en  el  siglo;  de  nada  se  contentó,  pareciéndole  que  le  ponían  leyes. 

•  Escribió  la  Madre  Isabel  á  nuestra  Madre  Santa  Teresa  la  muerte  del  Príncipe,  la 
determinación  de  la  Princesa  y  los  primeros  lances  que  con  ella  le  habían  pasado:  Es- 
cribió la  Santa  una  carta  á  la  viuda  Monja,  cual  de  su  condición,  se  podía  esperar.  El 
poco  gusto  causó  desestimación,  y  esto  le  daba  en  rostro,  sin  permitir  que  en  nada  le 
fuesen  á  la  mano.  La  Madre  Isabel  y  dos  Religiosas  de  las  más  antiguas  le  dijeron  que 
si  de  aquella  manera  había  de  proceder,  entendiese  que  la  Santa  Fundadora  las  había 
de  sacar  de  allí  y  llevar  á  donde  pudiesen  guardar  sus  leyes,  superiores  en  su  estima  á 


-334  — 
quiso  entrar  dentro  de  la  clausura  de  las  Religiosas,  contentándose  con  la 


todas  las  grandezas  del  mundo.  Enojóse  de  suerte,  que  cogiendo  sus  criadas  se  fué  á 
unas  ermitas  que  había  en  la  huerta,  y  allí  se  estuvo  sin  que  las  Religiosas  la  tratasen,  por 
estar  fuera  de  clausura.  Enviáronle  empero  las  dos  Novicias  para  que  le  asistiesen  por 
no  ser  entonces  tan  comprendidas  en  las  leyes  del  claustro.  Alli  abrió  una  puerta  á  la 
calle,  donde  admitía  toda  comunicación,  templado  en  gran  parte  el  dolor  de  la  muerte 
del  marido.  Cesó  con  esto  la  obra  de  la  Iglesia  y  Convento,  y  la  limosna  que  Rui-Gó- 
mez había  dejado  para  el  sustento,  con  que  comenzaban  á  padecer  mucha  necesidad. 

»Vino  á  Pastrana  este  año  de  setenta  y  cuatro  la  Madre  Doña  Catalina  de  Cardona. 
Túvola  consigo  la  Princesa  algunos  días,  por  la  grande  veneración  que  de  su  virtud  tenía 
y  dándole  una  noche  de  los  Reyes  deseo  de  oír  los  Maitines  en  el  Coro  con  las  Reli- 
giosas, volviendo  de  ellos  le  dijo  con  mucha  sencillez:  Piincesa,  mira  lo  que  haces  con 
estas  Monjas,  no  enojes  á  Dios;  que  yo  estuve  en  sus  Maitines,  y  vi  que  estaban  Ange- 
les entre  ellas  que  las  guardan  con  espadas  desenvainadas.  Dióle  esto  algún  temor. 
Salióse  de  la  ermita  á  una  casa  seglar  cercana,  donde  acomodó  su  Oratorio,  y  estaba  re- 
cogida sin  ver  á  las  Monjas,  con  hábito  de  Monja.  Confesábala  el  P.  Prior,  y  procuraba 
con  prudencia  sobrellevar  aquella  tan  entera  voluntad,  esperando  lo  que  Dios  haría  de 
ella,  cierto  ya  que  no  llevaba  camino  de  religión.  Estas  cosas  que  en  tan  gran  Señora 
ni  eran  pecados,  ni  parecían  grandes  á  los  ojos  de  los  que  la  habían  visto  en  tanta  al- 
tura, venerada  de  la  Corte,  y  celebrada  del  Rey;  antes  hallaban  qué  estimar  por  haber- 
se reducido  á  tanta  estrechura  y  tasa;  para  unas  pobres  Descalzas  donde  la  igualdad, 
el  silencio,  el  rendimiento,  la  humildad,  la  penitencia,  el  Coro  eran  joyas  más  pre- 
ciosas que  lo  que  todo  el  mundo  estinur,  pedían  á  toda  priesa  el  remedio  de  los  daños 
que  ya  se  sentían  de  presente,  y  de  futuro  temían  con  tan  díi.Vjso  ejemplo  para  los  de- 
más Conventos  de  la  Reforma. 

»Llegando  la  noticia  de  todo  á  la  Santa  Fundadora,  trató  con  los  Padres  Fr.  Án- 
gel de  Salazar,  provincial  del  Carmen;  Fr.  Pedro  Fernández,  visitador;  Fr.  Domingo 
Báñez  y  Fr.  Hernando  del  Castillo  del  remedio.  Porque  aunque  la  falta  de  lo  temporal 
la  tenía  librada  en  la  paciencia  y  mortificación  de  sus  hijas:  la  de  lo  espiritual  le  era  de 
gran  peso.  Decretaron  que  el  medio  único  era  sacar  las  Monjas  de  Pastrana,  acordando 
que  primero  se  hablase  á  la  Princesa,  y  se  le  pidiese  mandase  á  sus  criados  acudiesen 
al  convento  con  el  sustento  necesario,  como  estaba  asentado.  Fué  con  la  legacía  el 
P.  Fr.  Hernando  del  Castillo  por  la  mucha  cabida  que  con  el  Príncipe  Rui-Gómez  ha- 
bía tenido.  Halló  á  la  Princesa  tan  desazonada  y  tan  desamorada  con  las  Monjas,  que 
se  echaba  de  ver  deseaba  verse  descargada  de  ellas,  y  aun  lo  significó  por  palabras 
no  muy  confusas.  Dio  luego  aviso  al  Visitador  de  quien  pendía  el  remedio.  Por  hacerlo 
con  más  acuerdo  envió  de  nuevo  al  P.  Provincial  á  Pastrana,  para  que  juntamente  con 
el  P.  Fr.  Hernando  que  allí  estaba  resolviesen  el  caso.  Estaba  ya  en  Palacio  la  Prin- 


-335- 


relación  que  le  daban  de  ella,  y  de  todo  lo  demás  que  preguntaba.  Tomaba 
él  solo  las  cuentas,  sin  que  las  viese  su  compañero,  por  si  hallaba  en  ellas 


cesa  cansada  de  la  ermita,  y  por  no  dar  audiencia  fingió  enfermedad:  y  los  criados  lla- 
namente descubrian  el  intento  de  su  ama.  Sabido  de  la  Santa  que  estaba  en  Salaman- 
ca, escribió  á  la  Priora  lo  que  debía  de  hacer.  Y  aunque  ella  y  las  Religiosas  le  mani- 
festaban el  gusto  que  tenían  de  padecer,  porque  aquella  casa  no  se  perdiese;  les  res- 
pondió, que  ya  no  había  remedio,  porque  los  Prelados  juzgaban  otra  cosa,  y  que  poco  á 
poco  se  preparasen  para  cuando  las  avisase  de  Segovia,  á  donde  se  partía. 

«Previno  prudentemente  la  Madre  Isabel  todo  lo  necesario,  y  en  primer  lugar  envió 
á  llamar  al  Corregidor  de  la  Villa  muy  su  aficionado,  á  un  Escribano  y  al  P.  Fr.  Gabriel 
de  la  Asunción,  Vicario  de  nuestro  Convento  por  ausencia  del  Prior.  Rogó  al  Corregi- 
dor, que  para  cierto  intento  del  servicio  de  Dios  recibiese  en  su  poder  todas  las  joyas 
y  alajas  que  la  Princesa  había  dado:  y  con  el  libro  del  recibo  de  ellas  en  la  mano  las 
fué  entregando  sin  que  faltase  alguna.  Hecha  la  entrega,  recibió  carta  de  ella  con  firma 
del  Corregidor  y  fe  del  Escribano.  Corrió  la  fama  que  las  Monjas  se  querían  ir.  Salió 
voz  de  Palacio  de  gran  sentimiento  de  la  Princesa  y  envióles  á  decir  con  el  Corregi- 
dor que  les  pondría  guardas.  Estaba  ya  todo  dispuesto  y  consumido  el  Santísimo  Sa- 
cramento; y  respondió  la  Priora  que  ya  era  tarde.  Rindióse  la  Princesa  con  condición 
que  las  Monjas  se  llevasen  las  dos  Novicias  criadcs  suyas,  á  quien  habían  dado  el  há- 
bito. Respondieron  que  á  la  una  que  era  pobre,  llamada  Ana  de  la  Encarnación  que 
adelante  fué  Religiosa  de  mucho  nombre  la  llevarían  de  buena  gana:  á  la  otra  que  te- 
nia muy  bien  con  que  remediarse,  su  Excelencia  la  acomodase  como  fuese  servida.  Lle- 
garon de  Segovia  enviados  por  nuestra  Santa  Madre,  el  P.  Julián  Dávila  y  Antonio 
Gaitán,  con  los  cuales  y  el  P.  Fr.  Gabriel  de  la  Asunción,  se  hizo  el  viaje  con  la  decen- 
cia y  religión  que  acostumbraban,  yendo  las  Religiosas  y  la  ropa  en  carros  que  de  se- 
creto previnieron.  Tuvieron  al  pasar  un  río  tragada  la  muerte,  y  de  ella  las  libraron  las 
oraciones  de  la  Priora,  y  las  de  su  Madre  Santa  Teresa,  que  en  aquel  mismo  punto  dijo 
á  las  Monjas  de  Segovia:  Hermanas,  encomienden  á  Dios  á  las  que  vienen  de  Pastra- 
na.  Entraron  en  Segovia  trece  Religiosas.  Recibiólas  la  Santa,  aunque  estaba  con  la 
cuartana,  con  increíble  gozo,  y  especialmente  á  la  Priora  por  la  grande  estima  que  de 
ella  hacía.  Entrególe  luego  el  Convento  para  que  lo  criase  á  los  pechos  de  su  doctrina: 
y  fueron  tales  sus  ejemplos  que  fortalecieron  á  muchas  para  ser  después  ilustres  Pre- 
ladas en  otras  fundaciones.  Y  por  esto  la  Religión  la  conservo  en  aquel  Convento  hasta 
el  año  de  mil  quinientos  ochenta  y  ocho  que  salió  á  fundar  el  de  Zaragoza.» 

Séanos  permitido  llamar  la  atención  sobre  algunas  cláusu'as  del  minucioso  relato 
de  la  Crónica:  «Llegando,  dice,  la  noticia  de  todo  á  !a  Santa  Fundadora,  trató  con  los 
PP.  Fr.  Ángel  de  Salazar,  Provincial  del  Carmen,  Fr.  Pedro  Fernández,  Visitador  Apos- 


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alguna  cosa  que  le  disonase,  y  entonces  á  solas  se  la  advertía  á  la  Prio- 
ra  (1). 


tólico,  Fr.  Domingo  Báñez  y  Fr.  Hernando  del  Castillo  del  Remedio».  Cinco  respetabi- 
lísimas personas  tratando  en  consejo  sobre  lo  que  convenía  hacer  en  este  caso  urgente 
y  relativo  á  la  Reforma,  y  de  los  cinco  son  tres  gravísimos  hijos  de  Santo  Domingo,  y 
si  bien  oficiosamente  el  alma  en  todos  estos  negocios  era  la  Santa  Madre,  pero  quien 
oficialmente  presidió  este  consejo,  fué  el  visitador  P.  Pedro,  y  él  determina  que  el 
P.  Castillo  vaya  hablar  á  la  Princesa  de  Eboli,  y  más  tarde,  que  vaya  también  el  Pro- 
vincial Carmelita,  y  por  último  él  es  el  que  decreta  que  se  abandone  el  convento  de 
Pastrana,  y  las  monjas  se  trasladen  á  Segovia,  como  lo  testifica  la  Santa  cuando  escri- 
bía: «Yo  procuré  por  cuantas  vías  pude,  suplicando  á  los  prelados,  que  quitasen  de 
alli  el  monasterio».  Y  bien  sabemos  que  el  Prelado  superior  era  el  P.  Pedro  Fernández 
por  su  carácter  de  Visitador  Apostólico.  Y  aun  eso  de  suplicarlo  no  lo  hizo  !a  Santa 
por  su  propio  parecer.  «Yo  por  sólo  el  mío,  añade,  no  me  atreviera,  sino  por  el  parecer 
de  personas  de  letras  y  santidad»:  es  decir,  por  consejo  del  P.  Báñez  y  del  P.  Castillo. 
(Fundaciones,  capítulo  XVII). 

¿Quién  no  ve  en  todos  estos  negocios  á  ¡os  Dominicos  ocupados  y  preocupados  de 
la  Reforma  de  Teresa,  cual  si  fueran  negocios  Je  su  Orden?  ¿Qué  mayor  interés  toma- 
ran, sí  se  tratara  de  asuntos  concernientes  á  la  Orden  de  Santo  Domingo,  de  la  cual 
eran  miembros,  y  á  la  cual  honraban  en  aquellos  días,  y  la  honran  aún  ahora  con  el 
prestigio  de  su  santidad  y  letras?  Creemos  que  cualquiera  que  considere  estos  sucesos 
con  imparcialidad  y  buen  sentido,  no  podrá  menos  de  reconocer  y  confesar  que,  en  vis- 
ta de  tales  datos,  es  evidente  haber  confiado  Dios  en  su  alta  providencia  á  la  Orden  de 
Santo  Domingo  la  realización  de  los  planes  y  designios  que  tenía  ab  ceterno  concebi- 
dos sobre  lo  que  en  la  historia  se  conoce  con  el  nombre  de  la  Reforma  del  Carmen,  ó 
Reforma  de  Teresa  de  Jesús. 

En  efecto;  antes  de  celebrar  el  consejo  ó  consulta  de  que  hemos  hecho  mención,  ya 
había  escrito  Santa  Teresa  al  P.  Báñez,  pidiéndole  su  parecer  y  consejo  y  pintándole 
la  cautividad  en  que  se  hallaban  sus  hijas  de  Pastrana.  He  aquí  sus  palabras:  «He  gran 
lástima  á  las  de  Pastrana;  aunque  se  ha  ido  á  su  casa  la  Princesa,  están  como  cautivas; 
cosa  que  fué  ahora  el  Prior  de  Atocha  allá  y  no  las  osó  ver.  Ya  está  también  mal  con 
los  Frailes,  y  no  hallo  porque  se  ha  de  sufrir  aquella  servidumbre».  Carta  37,  edición 
de  1861.  La  Fuente).  Por  desgracia  no  poseemos  la  contestación  del  P.  Báñez,  que  de- 
cidió á  Santa  Teresa  á  reunir  la  junta  de  tan  respetables  personas. 

(1)  No  conocía  aún  entonces  el  P.  Pedro  Fernández  á  la  Santa  Madre,  Teresa  de 
Jesús,  mas  que  por  referencias  del  P.  M.  Báñez  y  otros  Padres  graves  de  la  Orden  que 
'a  habían  tratado,  y  al  hacer  ahora  la  visita  canónica,  como  Visitador  Apostólico  del 


—  337  — 

» Hacía  las  visitas  con  grande  brevedad,  porque  los  seglares,  de  la  de- 
tención no  hiciesen  argumento  de  mayor  necesidad  de  la  que  el  convento 
tenía. 

«Dejaba  así  á  Frailes  como  á  Monjas  excelentes  advertencias,  exhor- 
tándoles al  silencio,  al  retiro  de  seglares,  á  la  oración,  y  á  todo  aquello  que 
camina  y  facilita  el  trato  inierior  con  Dios.  Ordenó  que  el  trabajo  de  ma- 
nos (que  entonces  se  usaba  más)  no  se  hiciese  tarea  ni  grangería,  ni  pasase 
del  tiempo,  ni  tasa,  que  la  razón  pedía  para  evitar  la  ociosidad.  Después 
de  haber  dado  estas  sabias  y  provechosas  advertencias,  salió  de  Pastrana 
prosiguiendo  su  comisión.  Llegando  á  Madrid  dijo  tanto  al  Príncipe  Rui- 
Gómez,  á  todo  el  Palacio,  al  Nuncio  de  su  Santidad:  y  finalmente  al  Pru- 
dente Rey,  que  á  todos  los  llenó  de  esperanzas  de  grandes  cosas  para  lo 
futuro.  No  por  lo  dicho  quitaba  el  prudente  visitador  al  Provincial  de  la 
Observancia,  el  gobierno  ordinario,  así  de  Descalzos  como  de  Calzados.  Y 
solamente  usaba  de  su  comisión  cuando  la  necesidad  pedia  no  se  pertur- 
base el  beneficio  común». 

Ya  dejamos  consignado  en  anteriores  notas,  cuanto  trabajaron  los  Pa- 
dres Báñez,  Castillo  y  Pedro  Fernández,  para  procuiar  la  paz  y  bienestar 
de  este  convento  de  Pastrana.  También  hemos  manifestado  cómo  el  céle- 


convento  de  Descalzas  en  Pastrana,  preguntó  á  la  Priora,  que  lo  era  la  V.  Isabel  de 
Santo  Domingo,  hija  muy  predilecta  de  la  Santa,  que  qué  modo  debía  de  tener  en  tra- 
tar con  ella  y  cómo  debía  conducirse.  La  V.  Isabel  le  contestó  lo  que  nos  dice  en  las 
informaciones  de  Avila,  y  que  á  continuación  copiamos:  «Al  articulo  setenta  y  uno  (so- 
bre la  virtud  de  la  verdad  ó  veracidad),  dijo:...  y  ansí  estando  la  declarante  por  Priora 
en  el  Convento  de  Pastrana  y  deseando  saber  de  ella  el  P.  Fr.  Pedro  Fernández,  de  la 
Orden  de  Santo  Domingo,  Comisario  Apostólico  desta  reformación  en  la  Provincia  de 
Castilla,  qué  modo  tendría  en  tratar  con  la  Santa  Madre,  esta  declarante  le  respondió 
que  no  tenia  que  cuidar  de  buscar  otro  modo  para  tratar  con  ella  que  solamente  la  ver- 
dad, porque  era  una  mujer  amicisima  de  ella  y  muy  deseosa  de  tratarla  en  todo  tiempo 
y  con  todas  las  personas,  lo  cual  halló  tan  cumplid;imente  este  Padre  Comisario  en  la 
Beata  Madre  que,  hablando  con  esta  declarante,  después  de  algunos  días  y  tratando 
de  la  Santa  Madre  la  llamaba  ^Teresa  de  la  gran  cabeza»,  y  decía  otras  palabras  de 
gran  alabanza  suya  y  encarecimiento  de  su  prudencia  y  santidad,  muy  satisfecho  de  ha_ 
ber  hallado  en  ella  todo  lo  que  esta- declarante  le  había  dicho.» 

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bre  P.  Barrón  asistido  sin  duda,  de  luces  muy  especiales  del  cielo,  intima 
á  Santa  Teresa  después  de  mirarlo  todo,  que  dejando  el  Convento  de  To- 
ledo se  traslade  á  la  Villa  de  Pastrana  y  realice  así  los  planes  que  Dios 
tenia  sobre  ella;  y  cómo  la  intervención  divina  se  palpaba  en  todas  sus 
empresas,  en  cuestión  de  cinco  dias  aparecen  fundados  de  repente  dos 

conventos. 

Desde  luego  se  comprende  también  el  efecto  que  debieron  producir  en 
el  ánimo  de  todos  los  cortesanos,  del  Nuncio  y  del  mismo  Rey  Felipe  11 
los  testimonios  de  personas  tan  graves  por  su  virtud  y  su  ciencia  en  favor 
de  la  naciente  Reforma  y  en  ocasión  que  la  combatían  y  hacían  cruel  gue- 
rra personas  también  de  respeto  y  aun  consagradas  á  Dios,  como  eran 
muchos  de  los  Carmelitas  Calzados  á  quienes  ofendían  y  daban  en  rostro 
la  pobreza,  mortificación  y  penitencia  de  la  nueva  Descalcez. 

Téngase  presente,  para  apreciar  el  valor  de  estos  testimonios,  la  alta 
estima  que  tenía  Felipe  II  y  toda  la  corte  de  España  de  estos  Padres.  Los 
dos  habían  sido  teólogos  en  el  Concilio  de  Trento;  y  por  lo  que  hace  al 
P.  Hernando  del  Castillo,  además  de  ser  predicador  de  su  Majestad  el  Rey, 
éste  le  envió  de  Embajador  á  Portugal,  y  nunca  disponía  nada  grave  en 
sus  estados  y  reinos  sin  el  parecer  y  consejo  de  este  Padre. 

Por  otra  parte,  ¿qué  efecto  no  debió  de  producir  en  los  Descalzos  y 
Descalzas  el  ejemplo  de  austeridad  y  penitencia  del  Visitador  Apostólico? 
¿Qué  consejos  y  ordenaciones  les  dio  tan  á  propósito  para  llevar  adelante 
y  continuar  en  el  fervor  comenzado?  No  se  puede,  por  lo  tanto,  poner  en 
duda,  que  estas  dos  fundaciones  de  Pastrana  se  efectuaron,  gracias  á  la 
dirección  y  consejo  del  P.  Vicente  Barrón,  y  debieron  en  gran  parte  su 
consolidación  á  los  hijos  de  Santo  Domingo;  al  P.  Fr.  Domingo  Báñez, 
que  sostuvo  á  la  Santa  contra  los  caprichos  de  la  voluble  Princesa  de  Ébo- 
li,  á  los  PP.  Castillo  y  Fernández,  que  canonizaron  la  conducta  de  las  Des- 
calzas ante  el  mismo  Rey  y  toda  la  Corte,  y  en  especial  al  P.  Pedro  Fer- 
nández, que  edificó  con  sus  ejemplos  de  santidad  y  animó  con  sus  exhor- 
taciones y  consejos  á  aquellos  fervorosos  religiosos  que  habían  de  ser  en 
los  tiempos  venideros  las  piedras  angulares  de  toda  la  Descalcez. 

-*- 


CAPÍTULO    Vil 


fundación  del  Golegio  de  San  Giririlo  y  el  IP.  IPedro  Fernández. 

Aunque  muy  por  alto  y  á  grandes  rasgos,  porque  así  corresponde  á  la 
índole  de  este  trabajo,  hemos  hisioriado  en  el  capítulo  anterior  la  fundación 
del  Convento  de  Descalzas  en  Pastrana.  Se  indicó  también  como  Ambro- 
sio Mariano  (1)  y  Juan  de  la  Miseria  fueron  persuadidos  por  Santa  Teresa 


(1)  En  el  precedente  capítulo  dimos  algunos  datos  biográficos  acerca  del  famoso  y 
simpático  Fr.  Juan  de  la  Miseria.  Estamparemos  en  éste  la  biografía  del  P.  Mariano,  es- 
crita por  Santa  Teresa  en  e!  capitulo  XVU  de  sus  Fundaciones.  Dice  así: 

«Y  antes  que  pase  adelante  quiero  decir  lo  que  sé  de  este  Padre,  llamado  Mariano 
de  San  Benito.  Era  de  nación  italiana,  doctor,  y  de  muy  gran  ingenio  y  habilidad. 

Estando  con  la  reina  de  Polonia,  que  era  el  gobierno  de  toda  su  casa,  nunca  se  ha- 
biendo inclinado  á  casar,  sino  tenia  una  encomienda  de  San  Juan  llamóle  nuestro  Señor 
á  dejarlo  todo,  para  mejor  procurar  su  salvación.  Después  de  haber  pasado  algunos  tra- 
bajos, que  le  levantaron  había  sido  en  una  muerte  de  ;m  hombre,  y  le  tuvieron  dos 
años  en  la  cárcel,  adonde  no  quiso  letrado,  ni  que  nadie  volviese  por  él,  sino  Dios  y  su 
justicia,  habiendo  testigos  que  decían,  que  él  los  había  llamado  pi>ra  que  le  matasen, 
casi  como  á  los  viejos  de  Santa  Susana,  acaeció,  que  preguntando  á  cada  uno  á  donde 
estaba  entonces,  el  uno  dijo  que  sentado  sobre  una  cama,  el  otro  dijo,  que  á  una  ven- 
tana: en  fin  vinieron  á  confesar  como  lo  levantaban,  y  él  me  certificaba,  que  le  habían 
costado  hartos  dineros  librarlos  para  que  no  los  castigasen  y  que  el  mismo  que  le  ha- 
cia la  guerra  había  venido  á  sus  manos,  que  hiciese  cierta  información  Cíjutra  él,  y  que 
por  el  mismo  caso  había  puesto  cuanto  había  podido  por  no  le  hacer  daño. 

Estas  y  otras  virtudes,  que  es  hombre  limpio  y  casto,  enemigo  de  tratar  con  muje- 
res, debía  de  merecer  con  nuestro  Señor  que  le  diese  luz  de  lo  que  era  el  mundo,  para 
procurar  apartarse  de  él,  y  así  comenzó  á  pensar  en  qué  Orden  tomaría,  é  intentando 


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al  pasar  ésta  por  Madrid  viniendo  de  Toledo  á  Pastrana  para  que  abra- 
zasen la  Descalcez.  Durante  la  permanencia  de  Santa  Teresa,  arreglando 
todo  lo  concerniente  á  las  dos  fundaciones,  tomaron  los  dos  el  hábito  de 
Descalzos.  La  Santa  se  halló  presente,  y  lo  que  es  más,  ella  misma  les  pre- 
paró el  santo  hábito.  <Yo,  (1)  dice,  les  aderecé  los  hábitos  y  capas  y  hacia 
todo  lo  que  podia  para  que  ellos  tomasen  el  hábito». 

Regresó  luego  la  Santa  á  Toledo,  donde  vivió  de  asiento,  aunque  ha- 
ciendo algunas  excursiones  y  visitas  á  los  conventos  que  ya  tenia  funda- 
dos; y  al  cumplirse  el  año  del  noviciado  de  Fr.  Mariano  y  Fr.  Juan,  quiso 
asistir  la  Santa  Madre  á  la  profesión  de  estos  sus  queridísimos  hijos. 

Hallándose  la  Santa  en  Pastrana  en  esta  ocasión,  pensó  en  fundar  un 
Colegio  de  estudios  para  la  nueva  Reforma.  Ya  hemos  dado  á  conocer  en 
otra  parte  lo  amiguísima  que  fué  siempre  Santa  Teresa  de  las  letras  y  le- 
trados, y  desde  luego  comprendió  que  era  preciso  llenar  el  vacío  que  había 
en  su  naciente  Reforma,  creando  en  ella  un  Colegio-Universidad,  donde 


las  unas  y  las  otras,  en  todas  debía  de  hallar  inconvenientes  para  su  condición,  según 
me  dijo.  Supo  que,  cerca  de  Sevilla  estaban  juntos  unos  ermitaños  en  un  desierto,  que 
llamaban  el  Tardón,  teniendo  un  hombre  muy  Santo  por  mayor,  que  llamaban  el  Padre 
Mateo:  tenía  aparte  cada  uno  su  celda,  sin  decir  oficio  divino;  sino  un  oratorio  á  donde 
se  juntaban  á  Misa,  ni  tenían  renta,  ni  querían  recibir  limosna  ni  la  recibían,  sino  de  la 
labor  de  sus  manos  se  mantenían,  y  cada  uno  comía  por  sí,  harto  pobremente.  Pareció- 
me, cuando  lo  oí,  eí  retrato  de  nuestros  santos  padres.  En  esta  manera  de  vivir  estuvo 
ocho  años. 

Como  vino  el  Santo  Concilio  de  Trento,  y  como  mandaron  reducir  á  las  Ordenes  los 
ermitaños,  el  quería  ir  á  Roma  á  pedir  licencia  para  que  los  dejasen  estar  así,  y  este 
intento  tenía  cuando  yo  le  hablé.  Pues  como  me  dijo  la  manera  de  su  vida,  yo  le  mos- 
tré nuestra  regla  primitiva,  y  le  dije  que  sin  tanto  trabajo  podía  guardar  todo  aquello 
pues  era  lo  mismo,  en  especial  del  vivir  de  la  labor  de  sus  manos,  que  era  á  lo  que  é| 
mucho  se  inclinaba,  diciéndome  que  estaba  el  mundo  perdido  de  codicia,  y  que  esto 
hacía  en  no  tener  en  nada  á  los  religiosos.  Como  yo  estaba  en  lo  mismo,  en  esto 
presto  nos  concertamos,  y  aún  en  todo;  que  dándole  yo  razones  de  lo  nuicho  que  po- 
día servir  á  Dios  en  este  hábito,  me  dijo  que  pensaría  en  ello  aquella  noche.  Ya  yo  le  vi 
casi  determinado,  y  entendí  que  lo  que  yo  había  entendido  en  la  oración,  que  iba  á  más 
que  al  monasterio  de  las  monjas,  era  aquello.  Dióme  grandísimo  contento,  pareciendo 
se  había  mucho  de  servir  el  Señor  si  él  entraba  en  la  Orden. 

(1)     Fundaciones,  capítulo  XVII. 


-341  - 

dedicados  al  estudio  dia  y  noche  los  nuevos  profesos  pudiesen  adquirir 
aquellos  conocimientos  y  letras  porque  ella  se  privaba. 

Pero  tropezaban  ella  y  los  Padres  con  quienes  consultó  tan  grave 
asunto. en  Pastrana,  con  una  dificultad  insuperable,  que  era  no  tener  licen- 
cia del  General,  más  que  para  fundar  dos  conventos,  y  estos  ya  estaban 
fundados  en  Pastrana  y  en  Mancera. 

El  General  habia  encontrado  contradicción  en  la  Orden  ó  provincia  de 
Castilla,  y  no  se  atrevió  á  conceder  el  permiso  más  que  para  dos  conventos 
de  religiosos,  si  bien  podía  fundar  por  parte  del  santo  General  tantos  con- 
ventos de  Monjas  como  pelos  tenía  la  Santa  en  su  cabeza.  El  Provincial  de 
Castilla  (1)  no  estaba  tampoco  en  disposición  de  darla,  por  las  mismas  difi- 
cultades que  detuvieron  en  esto  al  General.  ¿Qué  hacer,  pues,  en  este  apu- 
ro? La  Santa  que  hallaba  recurso  para  vencer  las  mayores  dificultades  y 
obstáculos,  pensó  que  esta  licencia  podía  darla  el  nuevo  visitador  apos- 
tólico el  P.  Pedro  Fernández,  quien  como  ella  escribe  en  otra  parte  tenía 
más  facultades,  no  sólo  que  el  Provincial,  sino  aún  más  que  el  mismo  Ge- 


Su  Majestad  que  lo  quería,  le  movió  de  manera  aquella  noche,  que  otro  día  me  llamó 
ya  muy  determinado,  y  aún  espantado  de  verse  mudado  tan  presto,  en  especial  por  una 
mujer  (que  aún  ahora  algunas  veces  me  lo  dice)  como  si  fuera  eso  la  causa,  sino  el  Se- 
ñor que  puede  mudar  los  corazones.  Grandes  son  sus  juicios,  que  habiendo  andado 
tantos  años  sin  saber  á  qué  se  determinar  de  estado  (porque  el  que  entonces  tenía,  no 
lo  era,  que  no  hacían  votos,  ni  cosa  que  les  obligase,  sino  estarse  allí  retirados)  y  que 
tan  presto  le  moviese  Dios  y  le  diese  á  entender  lo  mucho  que  le  había  de  servir  en  este 
estado,  y  que  su  Majestad  le  había  menester  para  llevar  adelante  lo  que  estaba  comen- 
zado, que  ha  ayudado  mucho,  y  hasta  ahora  le  cuesta  muchos  trabajos,  y  costará  más 
hasta  que  se  asiente,  según  se  puede  entender  de  las  contradicciones  que  ahora  tiene 
esta  primera  regla;  porque  por  su  habilidad,  ingenio  y  buena  vida,  tiene  cabida  con  mu- 
chas personas,  que  nos  favorecen  y  amparan».  Y  concluye  con  estas  palabras:  «El  (Padre 
Baltasar)  dio  el  hábito  al  P.  Mariano,  y  á  su  compañero,  para  legos  entrambos,  que  tam- 
poco el  P.  Mariano  quiso  ser  de  misa,  sino  entrar  para  ser  el  menor  de  todos,  ni  yo  lo 
pude  acabar  con  él.  Después,  por  mandado  de  nuestro  reverendísimo  padre  general,  se 
ordenó  de  misa». 

(1)  Era  este  provincial  Fr.  Alonso  González,  á  quien  describe  Santa  Teresa  con  las 
siguientes  gráficas  palabras:  «Era  viejo  y  harto  buena  cosa  y  sin  malicia».  (Fundacio- 
nes, capitulo  XIII). 


I 


—  342- 

neral  y  el  Capítulo;  porque  como  ella  añade,  es  como  si  lo  hiciese  el  Pon- 
tífice. 

Feliz  idea,  feliz  plan,  el  que  concibió;  pues  todo  se  cum.plió  según  ella 
deseaba.  El  P.  Pedro  amaba  tiernamente  á  la  Santa  Fundadora,  aunque  per- 
sonalmente aún  no  la  conocía;  amaba  á  los  nuevos  Descalzos  que  acaba- 
ba de  visitar  canónicamente  en  Pastrana,  y  cuyas  virtudes  y  santidad  ha- 
bía testificado  en  presencia  del  Nuncio,  del  Rey  y  de  su  corte:  era  amador 
de  las  letras,  y  conocía  cuánto  prestigio  dan  éstas  á  un  instituto  religioso; 
todo  lo  cual  hizo  que  este  venerable  Padre  concediese  la  licencia  y  la  con- 
cediese con  gusto. 

Cuanto  acabamos  de  exponer,  se  halla  consignado,  tanto  en  la  Cróni- 
ca de  la  Reforma,  como  en  la  Mujer  Grande.  Empieza  la  primera  el  capi- 
tulo XLIII  del  libro  2P,  de  esta  manera:  <Por  el  mes  de  Julio  deste  año  de 
setenta,  se  hallaba  San  Pedro  de  Pastrana,  ilustrado  y  consolado  con  la 
presencia  de  nuestra  Madre  Santa  Teresa,  que  había  venido  á  la  profesión 
de  los  dos  primeros  hijos,  Fr.  Ambrosio  Mariano  y  Fr.  Juan  de  la  Miseria. 
Ella  también  se  recreaba  de  verlos,  juntamente  con  otros  que  en  la  Reli- 
gión f  jeron  después  grandes  luceros:  unos  que  de  la  Observancia  habían 
pasado:  otros  que  del  siglo  vinieron.  Entre  los  de  la  Observancia  eran 
insignes  el  P.  Prior  Fr.  Baltasar  de  Jesús  Nieto,  hijo  de  la  provincia  de 
Andalucía,  ya  profeso;  y  el  P.  Fr.  Francisco  de  la  Concepción,  novicio: 
aquél  en  el  pulpito  y  prudencia:  éste  en  santidad  y  penitencia.  Y  hacíales 
compañía  Fr.  Pedro  de  los  Apóstoles  y  Fr.  Pedro  de  San  Jerónimo,  na- 
tural de  Zaragoza,  con  otros.  Entre  los  del  siglo  había  tres  novicios,  que 
adelante  fueron  grandes  Maestros  del  espíritu  y  gobierno,  Fr.  Gabriel  de 
la  Asunción,  Fr.  Agustín  de  los  Reyes,  Fr.  Ángel  de  San  Gabriel^...  -Entre 
todos  se  trataba  de  fundar  en  Alcalá  un  Colegio,  por  la  necesidad  de  letras, 
y  por  la  comodidad  de  ganar  sujetos  de  importancia.  Era  para  esto  grande 
embargo  haberse  acabado  la  licencia  del  Reverendísimo,  con  los  dos  con- 
ventos de  Mancera  y  Pastrana,  ya  fundados.  Del  P.  Provincial,  aunque 
tenía  prendas  de  amor,  no  la  podían  esperar:  porque  contra  la  limitación 
del  General,  no  la  había  de  conceder.  Y  porque  comenzaban  ya  á  sentirse 
entre  los  graves  de  la  Observancia  vivos  sentimientos  de  los  Descalzos, 
porque  les  llevaban  los  sujetos  más  lucidos:  y  porque  les  daba  en  rostro 


-  343  - 

el  apellido  de  Reformados  y  Primitivos,  pareciéndoles  era  mengua  de  su 
Religión:  y  derramaban  ya  quejas  entre  los  seglares,  desto  y  de  otras  co- 
sas que  la  emulación  sabe  fraguar.  Tentaron  el  ánimo  del  visitador,  para 
que  usando  de  su  potestad  les  diese  licencia  para  esta  fundación;  y  dióla 
con  gusto  persuadido  de  la  importancia». 

Y  en  el  día  16  de  Septiembre  nos  dice  La  Mujer  Grande:  •^Con  el  favor 
de  la  Santa,  pues,  se  fundó  el  Colegio  de  Alcalá  ál."  de  Noviembre  de  1570 
porque  como  ya  había  tantos  novicios  en  Duruelo  y  Pastrana,  era  preciso 
que  tuvieran  casa  donde  estudiar,  y  hubiera  Universidad,  pues  acudían 
todos  á  ella.  La  dificultad  era  grande  por  dos  partes.  Primera,  porque  la 
Santa  no  tenía  licencia  para  fundar  más  conventos  de  frailes  que  los  dos 
ya  fundados  y  el  General  y  los  Calzados,  resentidos  de  que  se  iban  muchos 
y  muy  buenos  á  la  Reforma,  no  pensaban  en  dar  más  licencias.  A  esto 
ocurrió  la  Santa  acudiendo  el  visitador  apostólico,  que  con  las  facultades 
que  tenía  podía  dar  la  licencia,  y  la  dio,  porque  tenía  mucho  amor  á  la 
Santa  y  á  los  de  Pastrana,  que  ya  había  visitado,  y  aquí  se  vio  la  Provi- 
dencia divina  en  haberse  sujetado  los  Descalzos  y  Descalzas  á  la  visita, 
aunque  no  tenían  obligación  ni  estaban  comprendidos  en  el  Breve >. 

Restaba  aún  otra  dificultad  que  vencer,  y  era  la  falta  de  renta,  la  ca- 
rencia de  dinero  necesario  para  una  fundación  de  este  género.  Dios  pro- 
veyó, como  era  de  esperar,  y  la  Santa  encontró  todo  lo  que  deseaba  en  el 
Príncipe  Ruiz  Gómez. 

Este  se  había  informado  muy  bien  de  nuestro  P.  Castillo,  á  quien  hon- 
raba con  su  amistad  y  afecto;  le  habían  grandemente  impresionado  las  pa- 
labras de  tan  grave  religioso,  que  preguntado  por  el  Príncipe,  qué  le  pare- 
cía de  sus  frailes  de  Pastrana;  le  contestó  como  ya  lo  hemos  dicho:  -Se- 
ñor, á  los  ojos  de  la  carne,  locos;  á  los  de  la  fé,  Angeles».  Por  eso  cuando 
en  esta  ocasión  la  Santa  acudió  al  Príncipe  suplicándole  que  sufragase 
los  gastos  para  la  fundación  del  Colegio,  accedió  generosamente  á  tan 
justa  petición.  -Vino  en  esta  ocasión  á  Pastrana  el  Principe  Ruíz  Gómez, 
y  si  mucho  había  entendido  por  relación  de  sus  frailes,  más  halló  el  he- 
cho, y  mucho  más  se  prometía  en  la  esperanza  viendo  sujetos  tales  y 
tantos,  y  algunos  tan  aventajados  que  se  podía  esperar  dellos  una  nueva 
Reforma.  Consultaron  con  él  su  deseo  de  fundar  en  Alcalá,  y  su  falta  de 


—  344  - 

dinero,  Remedióla  su  generosidad,  y  ofreció  de  presente  para  comprar  la 
casa  una  buena  cantidad,  y  en  lo  futuro  dejar  renta  para  el  sustento  de 
diez  y  ocho  Colegiales;  con  que  justamente  ganó  el  título  de  Padre  desta 
familia,  que  ella  muy  de  voluntad  le  dá»  (1). 

Lo  mismo  nos  dice  La  Mujer  Grande  en  el  lugar  ya  citado:  *Pero  fal- 
taba más,  que  era  la  renta  para  mantener  los  Coristas  estudiantes.  Para 
esto  habló  (la  Santa)  al  Príncipe  Ruíz  Gómez,  que  aú  i  vivía,  y  éste  contri- 
buyó con  mucho  dinero  para  comprar  casa  en  Alcalá,  y  dio  renta  para  diez 
y  ocho  estudiantes». 

Llegada  la  licencia  del  visitador  P.  Pedro,  se  procedió  á  la  compra  de 
la  casa  que  había  de  servir  de  Colegio;  se  nombró  primer  Rector  al  extá- 
tico San  Juan  de  la  Cruz,  que  edificó  aquella  Universidad  con  el  esplendor 
de  sus  virtudes:  y  para  coronar  la  obra  de  Teresa  de  Jesús,  el  Señor  la  dio 
un  varón  poderoso  en  obras  y  palabras;  un  gran  predicador  del  cual  dice 
así  la  Crónica:  <  Comenzó  luego  á  predicar  el  P.  Baltasar  de  Jesús,  con  tan 
gran  espíritu,  con  tan  poderosa  elocuencia,  que  asombró  á  la  Universidad... 
Traía  á  las  Escuelas  y  á  los  seglares  tras  sí,  no  menos  con  el  hábito  nuevo, 
y  penitente  vida  que  representaba  á  uno  de  los  antiguos  Anacoretas;  que 
con  la  fuerza  de  su  lengua.  Y  en  las  conversaciones  públicas  y  secretas, 
era  la  común  materia  el  Descalzo,  el  Penitente,  el  Predicador  apostólico, 
el  nuevo  Profeta  del  Carmelo.  A  pocos  meses  demás  de  la  mucha  refor- 
mación que  en  todo  el  pueblo  causó,  llenó  los  conventos  de  Frailes,  y  al 
de  Pastrana  enriqueció  de  Novicios:  algunos  dellos  graduados,  y  casi  to- 
dos sujetos  muy  lucidos. 

Fué  este  el  primer  lugar  insigne  en  que  nuestra  Reforma  salió  á  luz,  y 
el  primer  teatro  público,  donde  el  nuevo  Carmelo  comenzó  á  representar 
la  vida  apostólica,  y  profética,  y  á  seguir  la  estrecha  senda  del  Cielo,  el 
desprecio  del  mundo,  la  voluntaria  pobreza,  la  vida  de  los  Angeles  trasla- 
dada en  hombres;  y  así  fué  uno  de  los  notables  espectáculos  que  han  visto 
nuestros  siglos*. 

A  estas  palabras  de  la  C/ó/z/ca  únicamente  añadiremos,  *que  no  sólo 


(1)     Crónica  Carmelitana,  libro  2.°,  capitulo  XLIll. 


—  345  — 

fué  este  Colegio  el  primer  Colegio  de  Estudios  que  tuvo  la  Descalcez, 
donde  se  formaron  sabios,  como  el  autor  ó  autores  del  Curso  Complutense 
tan  conocido  y  alabado  en  la  República  de  las  Letras,  sino  que  este  Cole- 
gio fué  la  cuna  donde  tuvo  principio  esd  falange  de  hombres  eminentes 
en  las  ciencias  filosóficas  y  teológicas,  tanto  dogmáticas  como  morales,  que 
tanto  prestigio  y  fama  han  dado  á  la  Reforma  Carmelitana. 

En  efecto:  la  obra  monumental  conocida  con  el  nombre  de  los  Salma- 
ticenses  irá  siempre  unida  á  la  fundación  de  este  Colegio  de  Alcalá,  de  don- 
de arranca  las  casta  de  teólogos,  que  teniendo  por  preceptor  y  maestro  al 
Angélico  Doctor,  han  asombrado  al  mundo  sabio,  que  siempre  cita  con 
respeto  las  gravísimas  sentencias  de  estos  ilustres  hijos  de  la  gran  Teresa 
de  Jesús.  Honor,  bendición  y  gloria  también  al  inmortal  P.  Pedro  Fernán- 
dez, quien  como  amaba  tanto  ú  la  Santa,  dio  con  gusto  la  licencia  para  su 
fundación,  persuadido  de  la  importancia,  para  usar  las  mismas  frases  de 
las  Crónicas  Carmelitanas. 

Aún  nos  resta  presentar  otro  título,  por  el  cual  la  Descalcez  debe  eterna 
gratitud  al  P.  Pedro  Fernández,  en  cuanto  este  varón  santo,  al  visitar  el 
nuevo  Colegio  de  Estudios,  animó  con  sus  palabras  y  ejemplos  á  aque- 
llos recien  profesos  fervorosos  estudiantes,  á  que  continuasen  en  el  camino 
emprendido  de  penitencia  y  austeridad  nunca  vistas.  No  se  dejó  llevar  este 
varón  de  Dios,  este  gigante  en  la  virtud  de  lo  que  acaso  á  muchos  menos 
adelantados  en  los  caminos  de  Dios  les  hubiera  parecido  exceso  de  mor- 
tificación y  penitencia  incompatible  con  el  estudio  y  la  asistencia  á  las 
aulas,  antes  bien,  les  confortó  y  animó  á  continuar  en  el  camino  empezado 
apoyando  su  dictamen,  no  en  razones  de  la  carne  y  de  la  prudencia  hu- 
mana; que  no  está  sujeta  á  ley.  que  es  enemiga  de  Dios,  sino  en  razones 
propias  del  espíritu  divino. 

Veamos  lo  que  nos  dice  sobre  este  punto  la  Crónica:  ^ Llegando  el 
Padre  Maestro  Fray  Pedro  Fernández  visitador  deste  Colegio,  y  parecién- 
dole  al  compañero  que  más  era  cárcel,  ó  casa  de  los  ejercicios  de  San 
Juan  Clímaco,  que  Colegio  de  Estudios;  le  rogó  que  moderase  las  peni- 
tencias. Pero  él  con  un  celo  apostólico,  antes  les  exhortó  á  que  las  conti- 
nuasen. Y  cuando  se  despidió  dellos,  significando  lo  que  se  había  conso- 
lado de  ver  tan  gran  fervor  de  virtud  entre  las  letras,  les  dijo  que  no 


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aflojasen  por  los  estadios  en  el  rigor  y  buen  ejemplo;  que  aunque  muriesen 
en  la  demanda,  más  habrían  predicado  con  eso,  que  rompiendo  después 
muchos  pulpitos  por  el  camino  ordinario.  Y  mayor  servicio  harían  á  la 
Iglesia:  para  que  en  tiempo  que  estaba  el  mundo  tan  lleno  de  letras,  y  tan 
vacio  de  obras  de  penitencia;  viesen  en  ellos  una  semejanza  de  la  primi- 
tiva Iglesia,  y  de  la  predicación  Apostólica,  que  movía  más  con  obras  que 
con  las  palabras:  razones  todas  de  tan  gran  Maestro  de  virtud  y  letras.  Y 
recibiéronlas  de  tal  manera  aquellos  primitivos  estudiantes,  que  las  dejaron 
como  vinculadas,  y  en  herencia  fija  á  sus  sucesores.  Porque  siempre  ha- 
bemos  visto  y  vemos  resplandecer  en  este  Colegio  el  fervor,  virtudes,  y 
perfección  de  los  antiguos,  y  observadas  las  costumbres,  leyes,  y  cere- 
monias de  un  estrechísimo  Noviciado,  en  medio  del  bullicio  y  ocupaciones 
de  los  estudios,  de  que  soy  testigo.  Consérvelo  el  Señor  siempre*  (1). 

Y  si  porque  con  su  licencia  se  fundó  este  Colegio,  esta  primera  casa 
de  Estudios  de  la  naciente  Reforma  es  digno  el  P.  Pedro  Fernández  de 
eterna  é  imperecedera  memoria,  ¿cuánto  más  lo  es  por  haber  confirmado 
con  sus  palabras  y  ejemplos  en  los  caminos  de  la  penitencia  y  santidad, 
tan  olvidadas  por  lo  común  en  aquellos  que  se  dedican  á  las  letras,  á 
aquel  tierno  plantel  de  la  naciente  Reforma?  No  en  vano  mereció  este  ve- 
nerable Padre  el  dictado  de  Provincial  Santo  con  que  le  honró  la  Orden 
de  Santo  Domingo.  Conocía  sin  duda  el  gran  escollo  que  han  sido  los  es- 
tudios ó  más  bien  el  desordenado  deseo  de  saber,  á  muchos  que,  llevados 
de  este  apetito,  han  abandonado  las  prácticas  de  la  mortificación  y  peni- 
tencia. Esto  hizo  escribir  á  nuestro  venerable  Granada,  hablando  en  el 
Tratado  de  la  Oración  sobre  esta  materia:  <Dícesc  que  en  el  estrecho  de  Ma- 
gallanes de  tres  navios  se  perdió  uno,  mas  en  éste  de  que  hablamos  de  ciento 
apenas  se  escapa  uno,  ¡Cuántos  estudiantes  tiene  hoy  el  mundo,  y  qué  po- 
cos discípulos  tiene  Cristo!» 


(1)     Libro  2.",  capitulo  XLIU. 


■     CAPÍTULO    VIII 

fundaciones  de  Salamanca  y  de  fllba,  y  los  IPIP.  Fernández 
y  Domingo  Báñez. -Otros  sucesos. 


FUNDACIÓN    DE    SALAMANCA 


Siguiendo  la  Cronología  del  Sr.  La  Fuente,  Santa  Teresa  en  1570.  vís- 
pera de  la  festividad  de  todos  los  Santos,  invitada  por  el  P.  Martín  Gu- 
tiérrez de  la  Compañía  de  Jesús,  (I)  fué  á  Salamanca,  fundando  a'.li  su 
convento  de  Descalzas;  de  modo  que  en  un  mismo  año  y  acaso  en  el 
mismo  día  se  efectuaron  las  fundaciones  del  colegio  de  Descalzos  de  Al- 
calá y  esta  de  Salamanca  y  entró  en  las  dos  Universidades,  más  insignes 
de  España,  según  la  expresión  de  uno  de  los  Biógrafos  de  la  Santa. 

En  los  capítulos  XVIII  y  XIX  de  sus  Fundaciones  se  ocupa  la  Santa 
Escritora  de  este  convento  de  Salamanca  y  da  Consejos  de  consumada 


(1)  Como  lio  entra  en  el  plan  de  esta  obra  el  consignar  lo  que  los  demás  institutos 
relÍRinsos,  en  especial  la  Conipañia  de  Jesús,  hicieron  en  pro  de  Santa  Teresa,  no  nos 
detenemos  en  exponer  detalladamente  su  intervención  y  ayuda;  sin  embargo,  no  pode- 
mos menos  de  manifestar  que  en  esta  fundación  de  Salamanca  los  Padres  Jesuítas  tu- 
vieron también  mucha  parte.  Recuérdese  la  frase  de  nuestro  capitulo  preliminar,  en 
que  dimos  el  nombre  de  milicias  ambulantes  á  los  religiosos  jesuítas  y  dominicos  por 
hallarse  siempre  dispuestos  á  secundar  los  planes  que  Dios  tenia  sobre  Santa  Teresa 
y  su  Reforma. 


I 


—  348  — 

prudencia  á  las  prioras  para  el  buen  gobierno  y  dirección  de  los  conven- 
tos. No  puedo  omitir  uno  que  los  abraza  todos:  'Siempre,  dice,  os  infor- 
mad. Hijas,  de  quien  tenga  letras,  que  en  éstas  hallaréis  el  camino. 

Esto  han  menester  mucho  las  Preladas,  si  quieren  hacer  bien  su  oficio, 
confesarse  con  letrados,  y  si  no  harán  hartos  borrones,  pensando  que  es 
santidad,  y  aun  procurar  que  sus  monjas  se  confiesen  con  quien  tenga 
letras.»  Allí  nos  cuenta  también  el  miedo  de  su  compañera  á  la  cual  no  se 
le  quitaba  del  pensamiento  los  estudiantes,  el  doblar  de  las  campanas  (1) 
por  ser  noche  de  las  ánimas,  junto  con  la  descripción  del  buen  Nicolás 
Gutiérrez  (2)  y  del  caballero,  cuya  era  la  casa,  que  vino  tan  bravo...  con 
otras  muchas  historias  tan  delicadamente  escritas  que  prueban  una  vez 
más  la  afirmación  del  Sr.  La  Fuente,  cuando  dice,  que  la  Santa  Escritora 
se  excedió  á  si  misma  en  la  corrección  y  estilo  de  éste  su  libro  de  las 
Fundaciones. 

Nada  nos  dice  Santa  Teresa  de  la  intervención  del  P.  Pedro  Fernán- 
dez en  esta  fundación  de  Salamanca  ni  en  la  siguiente  de  Alba;  pero  es 
indudable  que  estas  dos  fundaciones  como  las  siguientes  de  Segovia  y 
Veas,  se  hicieron  con  su  licencia;  pues  habiendo  sido  nombrado  Visitador 
en  Agosto  de  1569,  la  Santa  no  sólo  no  podía  fundar  ninguna  casa  sin  su 
autorización,  pero  ni  aun  trasladarse  de  un  punto  á  otro,  sin  la  venia  del 
que  era  su  prelado  como  ella  misma  lo  testifica,  y  lo  veremos  muy  pronto 
en  los  diversos  sucesos  y  ocasiones  que  ocurrieron. 

Santa  Teresa  aunque  había  recibido  licencia  del  General  de  la  Orden 
Carmelitana  para  fundar  tantos  conventos  de  monjas  como  pelos  tenía  en 
la  cabeza;  pero  una  vez  nombrado  el  Dominico  P.  Pedro  Fernández,  Vi- 
sitador Apostólico,  como  la  autoridad  de  éste  era  la  misma  del  Pontífice, 
la  Santa  nada  podía  hacer  sin  su  licencia  y  permiso,  ni  detenerse  en  los 


(1)  María  del  Sino.  Sacramento  (María  Suarez)  de  más  edad  que  Santa  Teresa.  Es 
graciosa  la  contestación  de  la  Santa,  cuando  María  Suarez  la  dijo:  Madre,  estoy  pen- 
sando si  ahora  me  muriera  yo  aquí,  ¿qué  iiaría  Vos  sola?  yo  la  dije:  «Hermana,  do  que 
eso  sea,  pensaré  lo  que  he  de  hacer;  ahora  déjeme  dormir». 

(2)  Tenía  seis  hijas  religiosas  en  la  Encarnación  de  Avila,  las  cuales  abrazaron  des- 
pués la  Descalcez  de  Santa  Teresa. 


—  349- 

conventos  más  del  tiempo  señalado  y  así,  escribiendo  á  D.  Alvaro  de  Men- 
doza solicita  la  licencia  del  P.  Pedro  para  detenerse  algún  dia  en  Avila  y 
dice:  «Suplico  á  V.  S.  me  mande  avisar  si  se  recaudó  la  licencia  del  Padre 
Visitador  para  estar  en  San  Joseph  algún  dia:  la  Priora  me  lo  escribirá...» 
y  añade  el  anotador:  -En  la  posdata  solicita  licencia  del  P.  Visitador  que 
era  el  P.  Fernández  para  estar  algún  dia  en  su  primogénito  convento  de 
San  José,  ó  pensando  hacer  viaje  por  Avila  á  Segovia,  ó  queriendo  con- 
cluir presto  la  Fundación  de  Segovia,  y  deseando  antes  de  encerrarse  en 
la  Encarnación  ver  y  consolar  á  sus  hijas  primitivas.  Acaso  cansada  de 
tantos  besamanos  y  Señorías  que  son  muy  gravosas,  deseaba  descansar 
en  la  quietud,  sencillez  y  lisura  de  sus  hijas  •  (1). 

Al  P.  Pedro  alude  la  Santa  cuando  en  el  capítulo  XIX  tratando  de  esta 
fundación  de  Salamanca  escribe  así:  «Estuvo  el  monasterio  en  esta  casa 
cerca  de  tres  años,  y  aun  no  me  acuerdo  si  cuatro,  que  había  poca  memo- 
ria de  él;  porque  me  mandaron  ir  á  la  Encarnación  de  Avila,  que  nunca, 
hasta  dejar  casa  propia  recogida  y  acomodada  á  mi  querer,  dejara  ningún 
monasterio,  ni  lo  he  dejado,  que  en  esto  me  hacía  Dios  mucha  merced, 
que  en  el  trabajo  gustaba  ser  la  primera,  y  todas  las  cosas  para  su  des- 
canso y  acomodamiento  procuraba  hasta  las  muy  menudas,  como  si  toda 
mi  vida  hubiera  de  vivir  en  aquella  casa;  y  así  me  daba  gran  alegría  cuan- 
do quedaban  muy  bien*.  Y  un  poco  más  adelante  añade: 

<Pues  visto  el  prelado  su  perfección,  y  el  trabajo  que  pasaban,  movido 
de  lástima  me  mandó  venir  de  la  Encarnación:  ellas  se  habían  ya  concer- 
tado con  un  caballero  de  allí,  que  les  diese  una,  sino  que  era  tal,  que  fué 
menester  gastar  más  de  mil  ducados  para  entrar  en  ella.  Era  de  mayoraz- 
go, y  él  quedó  que  nos  dejaría  para  pasar  en  ella,  aunque  no  fuese  traida 
la  licencia  del  Rey,  y  que  bien  podíamos  subir  paredes.  Yo  procuré  que  el 
P.  Julián  Dávila,  que  es  el  que  he  dicho  andaba  conmigo  en  estas  funda- 
ciones, y  había  ido  conmigo,  me  acompañase,  y  vimos  la  casa,  para  decir 
lo  que  se  había  de  hacer,  que  la  experiencia  hacía  que  entendiese  yo  bien 
de  estas  cosas    (2). 


(1)  P.  Antonio  de  San  José,  tomo  4.°,  Carta  0." 

(2)  Santa  Teresa  que  en  todas  partes  salió  triunfante  y  victoriosa,  no  pudo,  sin  em- 


—  350  — 

Como  documento  concerniente  á  este  convento  de  Descalzas  de  Sala- 
manca pondremos  á  continuación  la  patente  del  P.  Pedro  Fernández,  en 
virtud  de  la  cual,  Santa  Teresa  fué  asignada  para  siempre  como  conven- 
tual de  esta  casa,  y  antes  daremos  á  conocer  la  profesión  que  hizo  de  la 
primitiva  Regla  sin  mitigación  alguna  y  su  aceptación  por  el  P.  Pedro 
Fernández. 

Los  documentos  son  como  sigue: 
Digo  yo  Teresa  de  Jesús,  monja  de  Nuestra  Señora  del  Carmen,  pro- 
fesa en  la  Encarnación  de  Avila  y  ahora  de  presente  estoy  en  San  Josef  de 
Ávila,  á  donde  se  guarda  la  primera  Regla  y  hasta  ahora  yo  la  he  guarda- 
do aquí,  con  licencia  de  nuestro  Rdvmo.  P.  general  Fr.  Juan  Bautista,  y 
también  me  la  dio  para  que  aunque  me  mandasen  los  prelados  tornar  á  la 
Encarnación  allí  la  guardase,  es  mi  voluntad  guardarla  toda  mi  vida,  y  ansí 
lo  prometo,  y  renuncio  todos  los  breves,  que  hayan  dado  todos  los  Pon- 
tífices para  la  mitigación  de  la  primera  Regla,  que  con  el  favor  de  nuestro 
Señor  la  pienso  y  prometo  guardar  hasta  la  muerte,  y  porque  es  verdad  lo 
firmo  de  mi  nombre.  Hecha  á  Xlll  dias  del  mes  de  Julio,  año  de  MDLXXI. 
Teresa  de  Jesús.» 

<Yo  Fr.  Pedro  Fernández,  comisario  apostólico  en  la  provincia  de  Cas- 
tilla de  la  Orden  del  Carmen,  acepto  la  dicha  renunciación  á  petición  de  la 
dicha  madre,  como  perlado  della  y  la  quito  de  la  conventualidad  de  la  En- 
carnación, y  hago  conventual  de  los  conventos  de  la  primera  Regla  y  agora 


bargo  conseguir  en  Salamanca  casa  para  sus  hijas,  á  pesar  de  hacer  ex  projeso  tres 
viajes  con  ese  objeto;  y  se  fué  al  cielo,  dejándolas,  no  en  casa  propia,  sino  alquilada. 
Por  eso  solía  decir  con  donaire:  «que  lo  sucedido  en  Salamanca  la  quitaba  la  vanaglo- 
ria que  la  podía  venir  de  las  demás  fundaciones».  Mucho  la  hizo  padecer  allí  D.  Pedro 
de  la  Vanda  con  su  carácter  versátil,  y  por  eso  escribiendo  á  los  fundadores  de  To- 
ledo, alaba  mucho  su  formalidail  contraponiéndola  á  la  falta  de  cl!a  en  el  caballero 
Vanda  de  Salamanca,  y  le  dice  á  D.  Diego  ürtiz  y  á  D.  Alonso  Ramea  ciudadanos  de 
Toledo:  *0h  Señor,  qué  de  veces  me  acuerdo  de  vuestra  merced  en  los  conciertos  que 
se  me  ofrecen  por  acá  (en  Salamanca)  y  echadoles  bendiciones,  porque  era  hecho  lo 
que  una  vez  decían  vuestras  mercetles,  aunque  fuese  de  burla  .  O.  Pedro  de  la  Vanda 
era  un  hombre  sumamente  voluble,  sem'in  lo  ilescribe  nuiy  .iíi'<'ti'^';""t-'"b'  al  historiar  la 
fundación  de  Salamanca. 


-351  - 

la  asigno  y  hago  conventual  del  monasterio  de  Descalzas  de  Salamanca  y 
por  qualquier  via  que  acabe  el  oficio  de  priora  de  la  Encarnación  que  el 
presente  tiene,  la  revoco  del  dicho  monasterio  de  Salamanca  y  durante  el 
dicho  oficio  también  quiero  que  en  cuanto  á  la  conventualidad  pertenezca 
al  dicho  monasterio  de  Salamanca  aunque  por  esto  no  le  quito  el  oficio  de 
priora  de  la  Encarnación  que  bien  lo  puede  ser  con  pertenecer  su  conven- 
tualidad cá  Salamanca,  y  si  acaso  en  la  Orden  del  Carmen  hay  ley  en  con- 
trario, por  esta  vez  yo  la  revoco  y  de  mi  autoridad  uso  la  dicha,  fecho  en 
m.''  (Medina)  á  seis  de  Octubre  de  mili  y  quinyentos  y  setenta  y  un  años, 
Fr.  Pedro  Fernández,  comisario  apostólico-  (1). 

Hablando  el  P.  Antonio  de  San  José,  anotador  de  las  cartas  de  la  San- 
ta sobre  esta  disposición  del  P.  Pedro  en  que  hace  á  Santa  Teresa  con- 
ventual de  Salamanca,  dice  asi:  -Discretísimo  estuvo  este  gran  Dominico 
en  señalar  á  la  Santa  la  conventualidad  de  Salamanca;  porque  solo  en  las 
Universidades  debia  asistir  esta  insigne  Doctora*  (2). 

Tan  acertada  se  creyó  esta  asignación  del  P.  Pedro  Fernández  decla- 
rando á  Santa  Teresa  para  siempre  conventual  de  San  José  en  Salamanca 
y  tanto  respeto  se  la  tuvo,  que  cuando  en  1576  siendo  Comisario  Apos- 
tólico el  P.  Gracián  la  mandó  arreglar  ciertos  asuntos  del  convento  de  Ma- 
lagón  y  que  después  se  trasladase  á  concluir  su  priorato  en  Avila,  añadía 
en  la  patente:  Y  acabado  vaya  á  la  casa  de  San  José  de  Salamanca,  donde 
es  conventual,  por  el  M.  R.  P.  Fr.  Pedro  Fernández,  visitador  apostólico. 
En  fe  de  lo  cual  di  ésta,  firmada  de  mi  nombre,  fecha  á  6  de  Mayo  de  1576. 
Fr.  Gerónimo  Gracián    (3). 

Como  se  ve  Santa  Teresa  desde  la  asignación  del  P.  Pedro,  fué  siem- 
pre y  murió  siendo  conventual  de  Salamanca.  Feliz  idea,  pues  la  más 
amante  de  las  letras  y  letrados  convenía  que  de  jure,  digámoslo  así,  vi- 
viese siempre  alternando  y  en  comunicación  con  los  grandes  sabios  que 
honraban  con  su  ciencia  á  Salamanca  y  á  España;  allí  desahogó  su  es- 
píritu, consultando  su  oración  y  las  mercedes  tan   extraordinarias  que  el 


(1)  Sr.  La  Fiientf,  toiiK»  2.",  página  522,  edición  1   <il. 

(2)  Nota  12."  á  la  Carta  7!t."  del  tomo  2." 

(3)  At'w  Ter estaño  O  de  Mayo. 


-352- 

Señor  la  hacía,  con  Mancio,  y  con  Medina,  Lectores  primarios  de  aquella 
Universidad,  y  sobre  todo  con  Báñez,  para  quien  la  Santa  pidió  á  Dios  la 
cátedra  de  prima  en  aquella  universidad.  Nos  consta  este  dato  por  el  Pa- 
dre Fr.  Antonio  de  San  José. 

Escribiendo  la  Santa  á  la  lima.  Doña  María  Enríquez,  la  dice:  «¿Qué  le 
le  parece  á  Vm.,  que  honradamente  salió  Fr.  Domingo  Báñez  con  su  cá- 
tedra?, plega  á  Dios  le  guarde,  pues  ya  poco  más  me  ha  quedado:  trabajo 
no  le  faltará  en  ella,  que  honra  harto  costosa  es.» 

Comentando  dicho  P.  estas  palabras,  dice  asi:  «En  el  número  cuarto  dá 
á  entender  el  decoroso  empeño  con  que  lució  el  P.  M.  Báñez  en  la  promo- 
ción á  su  cátedra.  Siendo  sobre  Dominico,  docto  y  noble  cántabro,  no  le 
correspondía  desempeño  menos  honrado:  Fué  ésto  la  cátedra  de  Prima  á 
que  subió  desde  la  de  Durango,  por  muerte  de  Fr.  Bartolomé  de  Medina, 
y  había  tomado  posesión  de  ella  á  21  de  Febrero  inmediato,  según  consta 
de  papeles  del  gravísimo  convento  de  Salamanca. 

El  Sr.  Yepes  dice  en  una  relación  que  se  presentó  en  las  informacio- 
nes de  la  Santa,  que  estando  ella  en  Toledo,  cuando  llevó  Báñez  una  de 
las  cátedras,  le  di]o  á  él  mismo:  No  he  pedido  en  mi  vida  á  nuestro  Señor 
cosa  tempoi al  para  nadie,  sino  que  dé  la  cátedra  á  este  Padre.* 

II 

FUNDACIÓN     DE     ALBA 

Empieza  la  santa  escritora  el  capítulo  XX  de  sus  Fundaciones  por  estas 
palabras:  «No  había  dos  meses  que  se  había  tomado  la  posesión,  el  día  de 
todos  los  Santos  en  la  casa  de  Salamanca,  cuando  de  parte  del  contador 
del  Duque  de  Alba  y  de  su  mujer  fui  importunada,  que  en  aquella  villa 
hiciese  una  fundación  y  monasterio,  y  no  lo  había  mucha  gana,  á  causa 
que  por  ser  lugar  pequeño;  era  menester  que  tuviese  renta;  que  mi  incli- 
nación era  á  que  ninguna  tuviese.  El  P.  M.  Fr.  Domingo  Báñez;  que  era  mi 
confesor,  de  quien  traté  al  principio  de  las  Fundaciones,  y  acertó  á  estaren 
Salamanca,  me  riñó  y  dijo,  que  pues  el  Concilio  daba  licencia  para  tener 
renta,  que  no  sería  bien  dejarse  de  hacer  un  monasterio  por  eso;  que  yo  no 


-353- 

lo  entendía,  que,  ninguna  cosa  hacía  para  ser  las  monjas  pobres  y  muy 
perfectas». 

Los  biógrafos  Yepes  y  Ribera  nos  íiablan  de  lo  que  influyó  en  el  ánimo 
de  la  Santa  esta  indicación  del  P.  M.  Báñez  á  quien  llaman,  y  con  razón 
su  antiguo  confesor  y  grande  amigo.  (1)  En  lo  restante  del  capítulo  se  en- 
tretiene la  Santa  en  escribir  la  biografía  de  los  fundadores  Francisco  Ve- 
lázquez  y  Teresa  de  Laiz,  en  especial  cuenta  cosas  muy  curiosas  y  ex- 
traordinarias sobre  el  nacimiento  de  esta. 


(1)  He  aquí  los  testimonios  de  Ribera  y  Yepes.  Dice  así  el  primero  en  el  libro  2", 
capítulo  XVII:  No  había  dos  meses  que  había  fundado  en  Salamanca,  cuando  la  torna- 
ron á  importunar  que  volviese  á  Alba.  No  gustaba  ella  mucho  de  ir  á  esta  fundación,  por 
ser  Alba  pequeño  lugar  y  no  poder  el  monasterio  dejar  de  tener  renta.  Pero  el  padre 
M.  Fr.  Domingo  Báñez,  que  entonces  estaba  en  Salamanca  y  la  confesaba,  la  contra- 
dijo eso  mucho,  como  otras  veces  lo  había  hecho,  diciendo:  que  no  convenía  dejarse 
de  hacer  por  eso  e'.  monasterio,  y  que  aunque  tuviese  renta  no  estorbaría  en  nada  para 
ser  las  monjas  pobres  y  perfsctas.  Con  esta  respuesta  se  determin  j  á  fundarle». 

Lo  mismo  escribe  el  limo.  Yepes  en  el  libro  2."  capítulo  XXIV;  «No  gustaba  mucho 
la  Santa  de  esta  fundación,  por  ser  Alba  pequeño  lugar,  y  por  esta  razón  era  necesario 
que  el  monasterio  tuviese  renta,  que  era  lo  que  la  Madre  rehusaba  nnicho;  pero  el 
P.  M.  Fr.  Domingo  Báñaz,  confesor  antiguo  suyo,  que  entonces  estaba  en  Salamanca, 
la  persuadió  que  de  ninguna  manera  lo  dejase  de  hacer,  diciendo  que  aunque  tuviese 
renta  el  monasterio,  no  estorbaría  nada  para  que  las  monjas  fuesen  pobres  y  perfectas 
y  como  la  Santa  era  tan  obediente,  se  determinó  fundarle,  viendo  que  no  era  posible 
sustentarse  allí  de  limosnas». 

Añadamos,  por  último,  las  palabras  de  la  Crónica  de  la  Reforma,  que  confirman  lo  di- 
cho en  el  libro  2.°,  capitulo  XVI:  Hacía  reparar  á  la  Santa  en  esta  fundación  lo  que  en 
otras;  ser  lugar  pequeño  para  vivir  sin  renta,  y  ella  tan  fuertemente  inclinada  á  estado 
de  pobreza  estrecha,  no  sólo  en  particular,  mas  también  en  común.  Dio  cuenta  de  ello 
al  P.  M.  Fr.  Domingo  Báñez,  que  se  hallaba  en  Salamanca,  y  era  su  confesor,  y  él  la 
persuadió  á  que  no  reparase  en  aquello,  diciendo  que  cuando  el  Concilio  de  Trento  con- 
cedió renta  á  las  monjas  no  pretendiendo  con  esto  quitarles  la  perfección,  sino  aumen- 
társela; con  lo  cual  se  determinó  á  fundar  este  convento". 

No  está  demás  que  consignemos,  aunque  sea  de  paso,  que  un  fraile  francisco,  hom- 
bre de  letras  y  calidad,  cuyo  nombre  no  sabemos,  ni  la  Santa  lo  expresa,  influyó  con 
Francisco  Velázquez  y  Teresa  Laiz,  fundadores  de  este  convento  de  Alba,  para  que  se 
llevase  á  cabo  dicha  fundación,  contra  los  ardides  del  demonio,  que  intentaba  impedirla. 


-354- 

III 

OTROS     SUCESOS 

Por  este  tiempo  tuvieron  lugar  ciertos  sucesos,  cuya  relación  dice  bien 
con  el  fin  de  este  trabajo. 

Habían  conseguido  los  condes  de  Monte  Rey,  que  al  volver  Santa  Te- 
resa de  su  íundación  de  Alba  á  Salamanca,  se  pudiese  detener  algunos 
días  en  su  palacio.  La  Santa;  siempre  obediente  y  amiga  de  complacer, 
«porque  en  esto  de  dar  contento  á  otros  he  tenido  extremo  >,  se  hospedó 
en  dicho  palacio  con  gran  edificación  y  ejemplo  de  los  condes.  Tenían  és- 
tos en  aquella  ocasión  una  hija  tan  enferma  que,  de  un  momento  á  otro, 
temían  la  muerte  de  la  niña.  Rogaron  á  la  Santa  Madre,  supjicase  al  Señor 
les  concediese  la  salud  y  vida  de  la  hija.  La  Santa  se  retiró  á  su  aposento 
y  fueron  tan  eficaces  sus  súplicas  y  oraciones,  que  se  le  aparecieron  el 
glorioso  Santo  Domingo,  y  Santa  Catalina  de  Sena,  y  la  avisaron  cómo 
Dios  le  había  concedido  la  vida  de  aquella  niña,  y  que  era  gusto  suyo 
trajese  un  año  el  santo  hábito  de  su  Orden.  Llamó  la  Santa  al  P.  M.  Bá- 
ñez,  que  era  su  confesor,  y  revelóle  todo  el  secreto  para  que  se  lo  dijese 
á  los  condes:  tanta  como  ésta  era  su  modestia.  Sanó  la  niña,  trajo  un  año 
el  hábito  de  Santo  Domingo  en  servicio  del  Señor,  que  de  tan  pocas  co- 
sas hechas  por  su  amor  se  satisface:  y  adelante  fué  mujer  del  conde  de 
Olivares,  de  las  insignes  en  valor  de  España,  y  madre  del  que  ahora  lo 
es,  y  duque  de  San  Lucar.  No  sería  de  extrañar  que  en  esta  aparición  de 
la  insigne  terciaria  dominica,  á  la  mística  Doctora,  Teresa  de  Jesús,  la 
hiciese  otras  mercedes  mayores  que  la  que  la  Crónica  indica,  toda  vez  que 
nos  consta  por  un  testigo  para  las  informaciones  en  la  canonización  de 
Santa  Teresa,  haber  asegurado  ésta,  «que  después  de  Dios,  debía  á  Santa 
Catalina  muy  singularmente  la  dirección  y  progresos  de  su  alma  en  el  ca- 
mino del  cielo.  Por  cierto  que  debe  considerarse  esta  afirmación  de  la 
mística  Doctora,  como  una  prueba  sin  igual  de  que  la  Orden  de  Santo 
Domingo,  influyó  eficacísimamente  en  la  perfección  moral  y  en  la  santidad 
de  Teresa  de  Jesús  (1). 


(1)     Santa  Teresa,  no  sólo  trataba  eila  de  imitar  la  extraordinaria  Santidad  de  Ca- 


-  ^=55  — 

Siempre  profesó  la  Santa  una  tierna  devoción  al  patriarca  Santo  Domin- 
go (1)  y  á  su  ínclita  hija,  la  celebérrima  Virgen  de  Sena,  y  así,  según  nos 
consta  de  la  declaración  de  Teresita  en  Avila,  para  la  canonización  de  su 
Santa  Tía.  en  la  huerta  de  su  primer  convento  de  San  José  de  Avila,  edi- 
ficó una  ermita  á  estos  sus  dos  protectores  y  en  su  Breviario,  como  nos 
dice  el  P.  Ribera,  llevaba  una  lista  de  los  Santos  especiales  abogados,  en- 
tre los  que  aparecen  los  nombres  de  Domingo  y  Catalina  de  Sena. 

Terminadas  las  fundaciones  de  Salamanca  y  de  Alba,  Santa  Teresa  se 
trasladó  á  su  convento  de  Medina.  Quería  el  provincial  Calzado  que  en 
este  convento  se  eligiese  por  priora  á  Teresa  de  Quesada.  Se  oponían  á 
esta  resolución  del  provincial,  Santa  Teresa  y  sus  monjas,  y  eligieron  á  la 
M.  Inés  de  Jesús.  Resentido  el  provincial,  y  teniendo  por  atrevimiento  esta 
entereza,  mandó  que  inmediatamente  se  trasladasen  á  Avila  la  M.  Inés  y 
Santa  Teresa,  y  puso  con  su  autoridad  de  provincial,  por  priora  á  Teresa 
de  Quesada.  Obedeció  sin  réplica  la  Santa,  y  de  noche,  en  dos  jumenti- 
llos,  salieron  de  Medina  y  llegando  á  Avila,  fué  recibida  con  grande  ale- 
gría por  sus  hijas  en  el  convento  de  San  José. 

Aquí  se  hallaba  la  Santa  Madre  cuando  entró  en  Avila  el  Dominico 


talina  de  Sena,  sino  que  se  la  proponía  como  modelo  á  sus  hijas,  y  así,  escribiendo  á 
la  Priora  de  Sevilla,  1579,  la  decía: 

»No  quieran,  hijas  mías,  perder  lo  que  han  ganado  este  tiempo:  acuérdense  de  San- 
ta Catalina  de  Sena,  lo  que  hizo  con  la  que  la  había  levantado  que  era  mala  mujer, 
y  temamos,  temamos,  hermanas  mías...  (La  Fuente,  Caita  23G.  edición  de  1861. 
tomo  2.") 

(1)  Sor  Petronila  Bautista,  religiosa  en  San  José  de  Avila,  testifica  también  que  la 
Santa  Madre  era  muy  devota  de  nuestro  P.  Santo  Domingo:  -é  imitando,  dice,  al  dicho 
P.  Santo  Domingo  era  muy  devota  la  Santa  Madre  de  las  Colaciones  de  Casiano  y  Pa- 
dres del  desierto,  y  ansí  cuanto  esta  declarante  estuvo  con  el. a,  la  Santa  Madre  la 
mandaba  cada  día  que  leyese  dos  ó  tres  vidas  de  aquellos  Santos  por  no  tener  ella 
siempre  lugar  por  sus  justas  y  santas  ocupaciones  y  que  á  las  noches  se  las  refiriese 
esta  declarante  y  ansí  lo  hacía  deseando  la  Santa  Mare  que  en  desto  y  en  todas  las 
demás  virtudes  sus  hijas  imitasen  á  los  Santos...' 

Es  sabido  por  las  historias  de  la  orden  de  Santo  Domingo  que  este  Santo  fimdador 
leía  con  suma  frecuencia  las  colaciones  de  Casiano.  Collationes  Casianí  assidue  pervol- 
vebat. 


I 


-356- 

M.  R.  P.  Fr.  Pedro  Fernández,  que  como  Visitador  Apostólico,  iba  visitan- 
do los  conventos  de  la  Orden  Carmelitana  en  la  provincia  de  Castilla.  Te- 
nía este  V.  Padre  grandes  deseos  de  conocer  á  la  Santa  Madre;  porque, 
aunque  se  hablan  escrito  muchas  veces,  para  pedir  y  conceder  las  licen- 
cias necesarias,  con  las  cuales  se  fundaron  tanto  el  colegio  de  Descalzos 
de  Alcalá,  como  los  conventos  de  Salamanca  y  Alba  y  para  otros  asuntos 
pero  nunca  la  había  visto  ni  conocido  personalmente. 

La  conocía  en  sus  hijos  y  en  sus  hijas  á  quienes  había  visitado,  y  por 
cierto  que  Isabel  de  Santo  Domingo,  priora  del  convento  de  Pastrana,  nos 
refiere  como  ya  se  ha  dicho  antes  la  preguntó  el  P.  Pedro  con  qué  modo 
y  en  qué  forma  convenia  tratar  con  Santa  Teresa.  La  V.  Isabel  contestó, 
como  lo  testifica  en  su  declaración  para  la  canonización,  «que  no  buscase 
otro  modo  para  tratar  con  ella  más  que  la  verdad,  porque  era  amicísima 
de  esta  virtud  y  deseosa  de  tratarla  en  todo  tiempo  y  con  todas  las  per- 
sonas, y  añade  en  la  misma  declaración,  que  pasados  algunos  años  la 
manifestó  el  P.  Pedro  lo  satisfecho  que  estaba  de  haber  encontrado  en  la 
santa  fundadora  todo  cuanto  la  V.  Isabel  le  había  referido  de  ella. 

Había  también  oido  contar  cosas  muy  extraordinarias  sobre  Santa  Te- 
resa á  los  PP.  de  su  Orden,  en  especial  al  P.  Mtro.  Báñez;  pero  cuando 
ahora  la  habló  por  primera  vez  en  Avila,  formó  tal  concepto  de  ella  que  le 
parecía  muy  corto  el  que  los  demás  tenían;  y  con  ser  hombre  de  gran  va- 
lor, prudencia  y  santidad,  pero  de  pocos  encarecimientos,  como  lo  testi- 
fica el  célebre  P.  Ribera,  solía  decir:  <Que  Teresa  era  una  gran  mujer  y 
que  había  mostrado  al  mundo,  cómo  era  posible  vivir  las  mujeres  guar- 
dando la  perfección  evangélica  en  su  más  subido  punto»  (1);  y  así  añade 
el  mismo  biógrafo: 

(1)  Tan  prendado  quedó  el  P.  Pedro  Fernández,  después  de  esta  entrevista  del  es- 
píritu de  Santa  Teresa,  que  visitando  sus  conventos  siendo  Provincia!  de  España,  en 
los  Capítulos  conventuales  exhortaba  á  sus  frailes  á  la  perfección,  proponiendo  el 
ejemplo  de  Teresa  de  Jesús.  Así  lo  testifica  el  P.  Alonso  Carbajal  en  su  declaración  en 
el  proceso  de  Avila,  y  lo  mismo  el  M.  I^áñez  en  su  declaración  en  el  Proceso  de  Sala- 
manca. He  aquí  sus  declaraciones: 

«Al  artículo  17,  dijo:  que  sabe  que  la  dicha  Santa  Madre,  deseosa  de  no  ser  en- 
gañada del  demonio,  comunicó  su  espíritu,  oración  é  llamamiento  de  nuestro  Señor 


-357- 

» Estimábala  tanto,  que  estando  ciertas  personas  graves  delante  de  él 
murmurando  de  ella,  les  dijo  con  muchas  veras:  Eso  no  tengo  yo  de  sufrir, 
que  se  diga  mal  de  una  persona  tan  buena:  y  si  esa  conversación  pasa 
adelante,  yo  me  iré  de  aquí-  (1).  Tal  era  la  estimación  y  aprecio  que  este 
V.  P.  tenía  de  Santa  Teresa,  antes  y  sobre  todo  después  que  la  conoció  en 
el  convento  de  San  José  de  Avila. 

Después  de  esta  entrevista  entre  Santa  Teresa  y  el  P.  Pedro,  pasó  éste 
á  Medina  y  visitando  el  convento  de  Descalzas,  supo  el  atropello  que  el 
provincial  Calzado  había  hecho  y  encontró  además  muy  inquietas  á  las 
monjas  por  el  gobierno  de  la  priora.  Reunió  á  las  Madres  y  éstas  eligieron 
por  priora  á  Santa  Teresa  y  volviendo  el  P.  Pedro  á  Avila,  mandó  á  ésta 
(lue  dejando  el  convento  de  San  José  se  trasladase  á  ejercer  el  oficio  de 
priora  en  el  convento  de  Medina.  Así  lo  hizo  la  Santa,  y  con  su  presencia 
cesaron  por  completo  las  inquietudes  de  las  Religiosas,  y  con  esta  medida 
reparó  el  P.  Pedro  la  injuria  y  el  atropello  que  contra  Santa  Teresa  había 
cometido  el  provincial  Calzado.  Muy  poco  tiempo  estuvo  Santa  Teresa  en 
Medina,  porque  como  veremos  en  el  capítulo  siguiente,  á  los  tres  meses 
fué  nombrada  por  el  mismo  P.  Pedro  priora  del  convento  de  la  Encarna- 
ción de  Avila. 

Compendiando  en  pocas  palabras  cuanto  llevamos  expuesto  en  el  pre- 
sente capítulo,  resulta  que  las  fundaciones  de  los  conventos  de  Salamanca 


con  imiclias  personas  jíraves  é  doctas  de  la  Orden  de  Santo  Domingo  é  nombrada- 
mente con  el  P.  M.  Fr.  Domingo  Báñez,  catedrático  de  prima  de  la  Universidad  de  Sala- 
manca é  con  el  P.  M.  Fr.  Pedro  Fernández,  Comisario  Apostólico,  de  toda  la  Orden 
de  Carmelitas  é  con  el  P.  M.  Fr.  Diego  de  Yanguas,  Regente  del  Colegio  de  San  Gre- 
gorio de  Valladolid,  todas  personas  de  gran  cuenta  en  letras  y  espiritii  de  la  Orden 
do  Santo  Domingo,  de  los  cuales  sabe  este  testigo  haber  sido  aprobado  el  espíritu  de 
la  Santa  Madre  é  conocidamente  bueno,  seguro  é  de  Dios:  Todo  lo  cual  sabe  por  ha- 
berlo así  oído  decir  común  é  públicamente  en  su  religión  é  más  en  particular  al  sobre- 
dicho P.  Fr.  Pedro  Fernández  á  quien  algunas  veces  en  los  capítulos  conventuales  oyó 
decir  mucho  bien  de  la  Santa  Madre  Teresa  é  de  la  reformación  que  había  hecho,  y  á 
otras  personas  ha  oído  decir  lo  mesmo».  (Declaración  del  P.  Alonso  Carbajal,  Prior  de 
Santo  Tomás.  Proceso  de  Avila). 
(1)     Libro  3.",  capítulo  1. 


-358- 

y  Alba,  se  hicieron  con  la  licencia  del  dominico  y  visitador,  el  P.  Pedro 
Fernández;  que  el  P.  Báñez  convenció  y  animó  á  Santa  Teresa  á  llevar 
adelante  la  fundación  de  Alba,  porque  el  tener  ó  no  tener  renta  nada  in- 
fluía en  la  perfección  de  las  religiosas  y  así,  como  la  Santa  escribe,  la  riñó 
por  esto  diciéndola  que  ella  no  lo  entendía,  con  lo  cual  la  Santa  mudó  de 
parecer  y  en  adelante  ya  fundó  con  renta  sus  conventos,  siempre  que  las 
circunstancias  lo  pedían,  como  sucedió  en  Soria  y  también  en  Veas;  todo  lo 
cual,  si  se  estudia  con  reflexión  este  punto,  se  debe  al  Dominico  P.  Báñez, 
cuyo  modo  de  pensar  la  Santa  respetaba  de  tal  modo,  que  tenía  siempre 
por  acertado  cuanto  hiciese  por  el  parecer  de  este  R.  Padre. 

Hemos  visto  además  la  tierna  devoción  que  tuvo  á  Santo  Domingo  y 
á  la  ilustre  Dominica,  la  Virgen  de  Sena,  de  quien  recibió  tan  insignes  fa- 
vores que  atribuía  á  ella  después  de  Dios  la  perfección  de  su  vida;  lo  cual 
prueba  que  no  sólo  los  Dominicos  que  vivían  en  la  tierra  la  ayudaban, 
sino  que  también  la  favorecían  y  ayudaban  desde  el  cielo. 

Por  último;  luego  que  la  conoció  el  Visitador  Apostólico,  el  V.  P.  Pe- 
dro Fernández  la  alabó  siempre,  salió  por  ella  delante  de  quienes  la  criti- 
caban y  la  defendió  contra  los  atropellos  del  provincial,  Carmelita  Calzado 

Pudiera  añadirse  aquí,  ya  que  hemos  hecho  mención  del  convento  de 
Medina  para  que  se  manifieste  más  y  más  la  intervención  de  los  Domini- 
cos en  todos  los  negocios  de  la  Descalcez,  lo  que  sucedió  algunos  años 


«Fiaba  mucho  de  la  intercesión  de  los  Santos,  especialmente  de  San  José  y  de 
Santo  Domingo,  del  cual  me  dijo  se  le  habla  aparecido  en  la  oración  y  dichole  que  se 
esforzase,  que  él  le  ayudaría,  y  después  de  algunos  años  vi  por  experiencia  lo  que  el 
Santo  le  prometió  por  ministerio  de  sus  hijos;  porque  un  Maestro  llamado  Fr.  Pedro 
Fernández,  Provincia'  de  la  Provincia  de  España,  de  la  Orden  de  Santo  Domingo,  hom- 
bre de  gran  vida  y  penitencia,  vino  á  ser  Visita Jor  de  toda  la  Orden  del  Carmen,  y  en 
particular  ayudó  á  los  Descalzos  y  Descalzas  en  España,  y  ayudó  en  particular  á  la 
Madre  Teresa  de  Jeíús,  y  siendo  hombre  nuiy  legal  y  recatadísimo  de  falsos  espíritus, 
tratando  á  la  dicha  Teresa  de  Jesús,  á  quien,  con  más  miedo  que  yo,  comenzó  á  exa- 
minar, y  al  fin  se  venció  y  me  dijo  que  al  fin  Teresa  de  Jesús  era  nuijer  de  bien,  que  en 
boca  del  dicho  Maestro  era  gran  encarecimiento.  Y  m;is  dijo:  que  la  dicha  Teresa  de 
Jesús  y  sus  monjas  hablan  dado  á  entender  al  mundo  ser  posible  que  mujeres  puedan 
seguir  la  perfección  evangélica.  (Declaración  del  P.  Báñez.  Proceso  de  Salamanca). 


-359- 

después  de  estos  acontecimientos.  Entró  religiosa  una  sobrina  de!  Carde- 
nal Quiroga  y  dejó  una  cuantiosa  hacienda  para  la  fundación  de  un  cole- 
gio de  doncellas  en  Medina,  cuyo  patronato  había  de  pertenecer  á  la  prio- 
ra pro  temporc  del  convento  de  Descalzas.  La  ejecución  la  confió  al  Visi- 
tador Apostólico  P.  Pedro  Fernández,  /  éste  delegó  sus  veces  en  Santa 
Teresa  y  el  P.  Báñez,  como  lo  escribe  la  Santa  al  P.  Ordóñez,  diciéndole: 
■Ei  P.  Visitador  (P.  Pedro)  lo  remite  al  P.  Al  Fr.  Domingo  Báñez  y  á 
mi.  y  escribile  al  P.  Báñez  una  carta  en  que  para  esto  noj  da  sus  ve- 
ces >.  Santa  Teresa  deseaba  además  que  otro  de  los  vocales  fuese  el  prior 
pro /e/7z/7(?re  de  los  Dominicos  de  Medina,  y  así  escribe:  <Si  lo  quisiese 
hacer  el  prior  de  San  Andrés,  no  sería  malo*  (1). 

Se  ve,  pues,  que  los  Dominicos  servían  en  todo  á  Santa  Teresa  y  ésta 
acudía  con  plenísima  confianza  á  ellos  en  los  múltiples  negocios  y  asun- 
tos que  la  ocurrían. 


V'.»        U..    I   UL.U'J,    L^'/.U  ó  ,,   Cdiciull    1«Ó1. 


CAPÍTULO     IX 

Santa  Cercsa  e$  nombrada  priora  del  convento  de  la  £ncarnación 
por  el  visitador  dominico,  IP.  IPedro  f  ernández. 


«Habiendo  visitado,  dice  el  autor  de  la  Crónica  Carmelitana  (1),  el 
P.  M.  Fr.  Pedro  Fernández,  los  conventos  de  Medina  del  Campo,  se  vol- 
vió á  visitar  el  grande  de  Avila  de  la  Observancia  (2),  donde  nuestra  San- 
ta Madre  tomó  el  hábito.  Lo  que  de  la  visita  resultó,  fué  experimentar  la 
gran  necesidad  que  tenia  aquel  monasterio  de  quien  lo  amparase,  así  en 
lo  temporal  como  en  lo  espiritual;  porque  en  todo  se  iba  acabando.  La 
causa  era  que  á  las  monjas  no  les  daban  el  sustento  necesario,  ni  tenían 
de  qué,  y  ellas  estaban  ya  determinadas  de  pedir  licencia  á  sus  superio- 
res para  irse  á  casa  de  sus  deudos  que  las  sustentasen:  que  por  ser  tanta 
la  necesidad  y  el  número  de  las  religiosas  tan  grande,  que  pasaban  de 
ochenta  (3),  era  mucha  la  costa.  Y  de  aquí  nacía  haber  muchas  ocasiones 


(1)  Libro  2.",  capitulo  XLIX. 

(2)  De  la  Observancia  eran  las  Carmelitas  Calzadas.  Otras  veces  se  les  da  á  los 
Carmelitas  el  nombre  de  los  del  Paño  ,  por  la  materia  de  los  hábitos  que  no  eran  de 
jerf^a  como  los  de  los  Descalzos. 

(3)  No  se  sabe  á  punto  fijo  el  número  de  monjas  que  había  en  la  Encarnación  en 
esta  época.  Se  sabe  de  cierto  que  eran  muchas;  pero  no  es  fácil  averiguar  si  eran  100, 
160  ú  80  monjas,  como  dice  este  autor.  Santa  Teresa,  escribiendo  á  una  religiosa  de 
otra  Orden,  la  decia:  -Antes  que  fuesen  comenzados  estos  monasterios,  estuve  veinte 
y  cinco  años  en  uno,  donde  había  ciento  y  ochenta  monjas».  (La  Fuente,  Carta,  312, 
edición  1881). 


-  362  - 

para  que  se  faltase  en  el  recogimiento,  y  en  otras  observancias  sustancia- 
les de  la  Religión,  y  se  siguiesen  otros  daños  mayores.  ¿Quién  puso  leyes 
á  la  necesidad?  Parecíale  al  Visitador  que  ninguna  persona  se  podia  hallar 
que  con  tanta  satisfacción  acudiese  al  remedio  y  llenase  aquel  vacio  como 
la  Madre  Teresa  de  Jesús.  Y  así  consultándolo  primero  con  los  Definido- 
res del  Capítulo  de  los  Padres  del  Carmen;  con  sus  votos  y  con  autoridad 
que  él  tenía,  hizo  á  la  Santa  Madre  priora  del  monasterio  de  la  Encarna- 
ción, para  que  con  su  presencia  y  ejemplo,  y  juntamente  con  su  grande 
prudencia  y  espíritu,  lo  remediase  y  ajustase  (1). 

«Sintió  mucho  la  Santa  esta  elección,  así  por  la  gran  quietud  y  sosiego 
de  que  gozaba  en  sus  monasterios  de  Descalzas,  como  por  la  gran  nece- 
sidad que  todos  ellos  tenían  de  ella.  Porque  no  sólo  dependían  de  sus 
consejos  y  cartas,  sino  que  muchas  veces  clamaban  por  su  prudencia,  y 
más  en  tiempo  de  tantas  contradicciones  y  persecuciones.  Y  no  le  daba 
menos  pena  el  amor  que  tenía  á  sus  monjas,  las  cuales  como  las  que  te- 
nían conocida  tal  Madre  habían  de  quedar  huérfanas  y  desconsoladas.  A 
todo  esto  se  añadía  la  gran  contradicción  que  la  Santa  Madre  tenía  con 
oficios  y  prelacias  (2)  y  más  donde  había  de  templar  tantas  contradiccio- 


(1)  Lo  niisnio  dice  el  autor  de  la  Mujer  Grande  en  el  día  13  de  Septiembre:  «Como 
el  Visitador  apostpiico,  dominico,  Fr.  Pedro  Fernández,  había  hecho  tan  alto  concepto 
de  Santa  Teresa,  y  estando  en  Avila  visitase  el  convento  de  Carmelitas  Calzadas  de 
la  Encarnación  (donde  estuvo  primero  monja  Santa  Teresa),  lo  haló  casi  enteramente 
perdido  en  lo  temporal  y  espiritual,  pues  faltando  el  alimento  debia  entrar  la  disipación 
para  buscar  qué  comer.  Esto  nacía  de  que  las  mejores  se  habían  pasado  á  la  Descal- 
cez, y  era  un  número  exorbitante,  y  con  esto  podían  gobernarse  mal.  Consultó  el  Visi- 
tador con  los  padres  carmelitas  calzados  sobre  el  medio  de  poner  en  orden  el  conven- 
to de  la  Encarnación,  y  buscar  una  priora  que  ias  gobernase  bien  y  con  prudencia.  No 
se  halló  otra  que  hacer  priora  á  Santa  Teresa,  y  así  tuvo  que  salir  de  Medina,  aunque 
con  harto  sentimiento  de  dejar  sus  monjas,  y  éstas  en  perderla.» 

(2)  Sieinpre  tuvo  la  Santa  grande  repugnancia  á  las  prelacias  y  oficios,  como  ella  lo 
testifica  en  el  capítulo  XXXV  de  su  Vida.  Aim  no  había  emprendido  la  Reforma,  y 
como  había  de  haber  elección  en  la  Encarnación  y  temiese  fuese  elegida  Priora,  escri" 
bia:  «En  este  (tiempo)  había  de  haber  elección  en  mi  monasterio,  y  avisáronme  que 
muchas  querían  darme  aquel  cuidado  de  Perlada;  que  para  mi  sólo  pensarlo  era  tan 
grande  toriuento,  que  cualquier  martirio  m¿  determinaba  á  pasar  por  Dios  con  facilí- 


-  363  - 

nes,  y  donde  las  costumbres  iban  de  caida,  y  las  buenas  leyes  que  en  su 
tiempo  se  guardaban  estaban  sin  vigor.  Estos  temores  la  detenían  sin  que 
osase  arrojarse  á  tan  evidente  peligro,  hasta  que  Nuestro  Señor  (como 
quien  había  puesto  las  manos  en  este  negocio)  declaró  su  voluntad.  Qui- 
tóle las  dificultades  y  temores,  como  ella  dejó  escrito  por  estas  palabras 
en  las  adiciones  de  su  Vida:  -Estando  yo  un  día  después  de  la  Octava  de 
la  Visitación  encomendando  ú  Dios  un  hermano  mío  en  una  ermita  del 
Monte  Carmelo  ( 1 )  dije  al  Señor,  no  sé  si  en  mi  pensamiento  (porque  está 
este  mi  hermano  á  donde  tiene  peligro  su  salvación.)  Si  yo  viera,  Señor,  un 
hermano  vuestro  en  este  peligro,  qué  hiciera  por  remedia/ le?  Parecíame  á 
mi  que  no  me  quedara  cosa  que  pudiera  por  hacer.  Díjome  el  Señor.  Oh 
hija,  hija,  hermanas  mías  son  estas  de  la  Encarnación,  y  te  detienes.  Pues 
ten  ánimo:  mira  que  lo  quiero  yo,  y  no  es  tan  dificultoso  como  te  parece;  y 
por  donde  piensas  perderán  estotras  casas,  ganarán  ¡o  uno  y  lo  otro:  no  re- 
sistas que  es  grande  mi  poder*. 

*  Estas  palabras  que  el  Señor  le  dijo  allanaron  todas  las  dificultades,  y 
obedeció  sin  réplica  á  lo  que  el  Visitador  le  mandaba,  determinada  á  mo- 
rir antes  de  volver  atrás  de  lo  que  entendía  era  la  voluntad  de  Dios.  Salió 
de  Medina  donde  era  priora,  por  nombramiento  del  mismo  P.  Pedro,  para 
Avila  (2). 


dad,  á  éste  en  ningún  arte  me  podía  persuadir;  porque  dejado  el  trabajo  grande,  por 
ser  muy  muchas  y  otras  causas,  de  que  yo  nunca  fui  amiga,  ni  de  ningún  oficio,  antes 
siempre  los  habia  rehusado,  parecíame  gran  peligro  para  la  conciencia,  y  ansí  alabé  á 
Dios  de  no  me  hallar  allá.  Escribí  á  mis  amigas  para  que  no  me  diesen  voto. 

Estando  muy  contenta  de  no  me  hallar  en  aquel  ruido,  dijome  el  Señor,  que  en  nin- 
guna manera  deje  de  ir,  que  pues  deseo  cruz,  que  buena  se  me  apareja,  que  no  la  des- 
eche, que  vaya  con  ánimo,  que  él  me  ayudará,  y  que  me  fuese  luego.  Yo  me  fatigué  mu- 
cho, y  no  hacia  sino  llorar,  porque  pensé  que  era  la  cruz  ser  Perlada,  y  como  digo,  no 
podía  persuadirme  á  que  estaba  bien  á  mi  alma  en  ninguna  manera,  ni  yo  hallaba  tér- 
minos para  ello».  La  cruz  que  la  esperaba  no  era  el  ser  Preada,  sino  que  estaba  lle- 
gando de  Roma  el  Breve  para  la  fundación  de  San  José,  y  ya  sabemos  lo  que  padeció 
en  esta  fundación;  y  á  esto  se  referia  el  Señor,  cuando  la  dijo:  que  buena  cruz  se  la 
aparejaba  . 

(1)  Esta  ermita  se  encuentra  en  la  huerta  del  convento  de  San  José  de  Avila, 

(2)  «Al  treinta  y  ocho  articulo,  dijo:  -que  lo  que  sabe  es  que  vacó  el  oficio  de  Prio- 


—  364  - 

«Entrando  en  Avila  se  fué  á  su  convento  de  San  José,  así  por  ver  á 
sus  hijas,  como  por  no  entrar  de  repente  en  la  Encarnación. 

«Sabida  en  la  Encarnación  la  elección  en  Priora  de  nuestra  Santa  Ma- 
dre, hecha  por  el  visitador,  causó  en  las  monjas  grande  inquietud  y  albo- 
roto; así  por  haberse  hecho  sin  sus  votos  y  consentimiento,  como  por  pa- 
recerías que  las  había  de  estrechar  al  modo  del  monasterio  de  San  José: 
vida  que  ellas  no  habían  profesado,  ni  pensaban  admitir.  Y  así  se  determi- 
naron á  no  recibirla  por  prelada,  y  hacer  en  este  caso  toda  la  resistencia 
que  sus  fuerzas  alcanzasen.  Y  para  salir  mejor  con  su  intento  habían  invo- 
cado en  su  favor  muchos  caballeros  de  la  ciudad  de  Avila.  No  se  escondía 
nada  de  esto  á  la  Santa,  ni  otras  cosas  que  después  sucedieron.  Pero 
como  iba  determinada  á  padecer,  y  esperaba  (como  el  Señor  se  lo  había 
dicho)  ver  el  fruto  de  sus  trabajos  en  el  remedio  de  aquel  convento,  ani- 
móse varonilmente  fiada  de  Dios  y  de  la  obediencia  para  acometer  esta 
empresa.  Fué  al  monasterio  donde  la  estaban  esperando,  más  con  ánimo  de 
injuriarla,  que  de  obedecerla.  Y  así  temiendo  esto  el  visitador,  para  que 
fuese  recibida  como  convenía  de  las  monjas,  ordenó  que  llevase  en  su 
compañía  al  Padre  Provincial  de  la  Orden,  y  á  otro  compañero  suyo,  y  así 
se  hizo.  (1) 

«Llegando  al  monasterio  de  la  Encarnación  el  Provincial  juntó  Capi- 


ra  en  el  dicho  Convento  de  la  Encarnación,  pnso  en  él  á  la  sierva  de  Dios  el  P.  M.  Fray 
Pedro  Fernández,  religioso  de  la  Orden  de  Santo  Domingo,  Visitador  Apostólico  de 
toda  la  Orden  de  Carmelitas... '  (Isabel  de  Santo  Domingo,  en  el  proceso  de  Avila). 

(1)  Era  píiso  muy  espinoso  el  de  ir  á  tomar  la  posesión  del  Priorato,  porque  las 
monjas  resistían  la  Reforma  y  mucho  más  admitir  por  Priora  á  quien  las  había  dejado, 
y  sobre  todo  temían  que  quisiera  hacerlas  Carmelitas  Descalzas.  Las  más  estaban  re- 
sueltas á  no  admitirla  por  Priora.  Temiendo  todo  esto  el  Padre  Visitador,  mandó  al  Pro- 
vincial que  aco;npañar;i  á  la  Santa  para  darla  la  posesión,  que  por  fin  se  logró,  aunque 
con  increíble  trabajo,  porque  hubo  lloros,  alborotos,  desmayos,  quejas  y  otras  cosas  que 
no  son  de  mi  objeto.  E!  Provincial,  Fr.  Ángel  de  Salazar,  estaba  enojado  al  ver  tal  re- 
sistencia, pero  la  Santa,  que  era  la  ofendida  con  palabras,  con  la  risa  en  la  boca  tem- 
plaba al  Provincial,  diciendo  que  tenían  razón  de  no  querer  tan  mala  Priora.  A  las  que 
se  desmayaban  se  notó  que  con  sólo  tocarlas  volvían  en  si,  y  jiara  más  disimular,  decía 
que  traía  una  gran  reliquia  de  Lignum  CruciS". 


-365  — 

tulo  en  el  coro  bajo  del  convento,  donde  les  leyó  las  patentes  de  la  elec- 
ción hecha  en  la  Madre  Teresa  de  Jesús  por  el  visitador  y  definitorio  de  su 
capítulo.  Levantáronse  luego  muchas,  y  con  demasiada  osadía,  no  sólo  no 
querí:in  obedecer  la  patente,  pero  decían  palabras  contra  la  Santa  Madre 
harto  pesadas  y  descompuestas.  Pero  las  más  prudentes  del  convento  (que 
eran  entonces  las  menos)  tomaron  luego  la  Cruz,  para  recibirla;  y  el  Padre 
Provincial  que  era  el  Maestro  Fr.  Ángel  de  Salazar,  y  su  compañero  la 
obligaron  por  fuerza  á  entrar  resistiendo  las  demás  Levantóse  una  gritería 
y  algazara  cual  se  puede  presumir  de  gente  apasionada.  Las  unas  cantaban 
Te  Deum  laudamus:  otras  maldecían  á  la  priora  y  á  quien  se  la  había  en- 
viado. Estaba  el  Provincial  enojadísimo,  pero  la  Santa  mientras  esto  pasa- 
ba, de  rodillas  delante  del  Santísimo  Sacramento:  y  levantándose  de  allí 
mostró  tener  gran  lástima  de  las  monjas  á  quienes  traían  priora  contra  su 
voluntad;  y  decía  el  Provincial  que  no  se  maravillase  de  cuanto  decían, 
que  tenían  razón  de  no  querer  tan  mala  priora.  Y  viendo  algunas  que  (ó 
ya  por  la  grande  pena,  ó  ya  por  ser  enfermas  de  corazón)  se  habían  des- 
mayado de  la  alteración  y  grita  pasada:  movida  de  compasión  se  llegaba 
disimuladamente  á  ellas,  y  tocándoles  con  las  manos,  como  apasionándose 
mucho  de  su  enfermedad,  volvían  luego  en  sí,  y  quedaban  libres  y  bue- 
nas. Y  cuando  alguno  notaba  estas  y  otras  semejantes  maravillas,  decía  la 
Santa:  Que  traía  consigo  una  gran  reliquia  del  Lignum  Crucis  que  tenía 
grandes  virtudes.-  Este  fué  el  recibimiento  que  las  monjas  hicieron  á  la 
nueva  priora  según  la  Crónica  de  la  Reforma. 

Sin  embargo,  la  Madre  Doña  María  Pinel  que  escribió  la  Crónica  del 
convento  de  la  Encarnación,  cuyo  manuscrito  conservan  aquellas  Religio- 
sas, refiere  este  mismo  suceso,  y  no  parece  tuvieron  lugar,  según  ella, 
los  extremos  de  que  habla  la  Crónica  Carmelitana.  Dice  así:  «Llegó  en  fin 
el  dia  en  que  la  Santa  había  de  venir  á  ser  priora  y  fué  en  6  de  Octubre  del 
año  del  1571.  Vino  abrazada  con  una  imagen  de  mi  Padre  San  José,  el 
cual  le  había  traído  consigo  en  todas  las  fundaciones  que  había  hecho 
hasta  aquel  día. 

«Protesti:ban  las  Religiosas  que  las  dejaran  votar;  el  Padre  Provincial 
decía:  pues  en  fin  no  quieren  á  la  Madre  Teresa  de  Jesús?  En  medio  de 
la  resistencia  Doña  Catalina  de  Castro  levantó  la  voz  y  dijo:  la  queremos 


—  366  — 

y  la  amamos;  Te  Deum  laudamus.  Palabras  que  hasta  hoy  se  repiten  en 
esta  Santa  Comunidad  con  la  fuerza  del  amor;  con  esto  la  siguieron  mu- 
chas, y  todas  la  dieron  la  obediencia  y  como  en  todo  la  guiaba  Nuestro 
Señor,  y  gobernaba  sus  acciones,  se  valió  de  un  medio  grande  para  alla- 
nar los  interiores  de  las  que  tuviesen  alguna  repugnancia. 

«Puso  en  la  silla  prioral  una  imagen  de  Nuestra  Señora  hermosísima 
que  tendrá  vara  y  cuarta  de  alto  (es  vestida  y  no  sabemos  si  estaba  en  la 
Iglesia,  ó  si  la  tenía  en  su  oratorio).  En  la  silla  suprioral  puso  á  mi  Padre 
San  José  que  tal  había  de  ser  el  Subprior  á  donde  la  Reina  de  los  Angeles 
y  hombres  era  la  Priora. 

«La  Santa  la  puso  las  llaves  del  convento  en  las  manos,  y  tocó  á  Ca- 
pítulo, y  sentóse  la  Santa  á  sus  pies  é  hizo  el  Capítulo,  con  que  los  cora- 
zones de  todas  quedaron  derretidos  como  la  cera  en  la  fuerza  del  sol;  y 
porque  Cristo  nuestro  bien  y  su  benditísima  Madre  se  esmeraban  en  fa- 
vorecer esta  santa  comunidad  la  soberana  Reina  bajó  á  aceptar  el  oficio 
de  Priora  perpetuo  de  su  convento,  principalmente  por  los  méritos  de  su 
sierva  Teresa  y  por  los  de  tantas  que  ayudaban  á  sus  hazañosas  obras, 
siguiendo  como  soldados  esforzados  á  tan  animoso  capitán  para  reformar 
la  Orden  de  esta  soberana  Señora^   (1). 


(1)     Sobre  este  punto  hay  diferentes  declaraciones  en  el  proceso  de  Avila,  pero  por 
no  recargar  demasiado,  sólo  pondremos  dos. 

'A  la  quinta  pregunta  dijo  (hablando  de  la  paciencia)  que  se  acuerda  que  en  la  En- 
carnación yendo  por  Priora  de  aquella  casa  á  do  había  sido  elegida,  estando  ella  ausente 
en  Salamanca,  al  entrar  por  la  puerta  de  la  Iglesia  al  dicho  Convento  con  mucha  con- 
fusión, voces  y  gritería  que  las  monjas  daban  á  iio  la  querer  admitir,  pareciéndoles  que 
era  negociación  que  ella  debía  de  haber  hecho  y  que  se  la  traían  para  reformación  de 
la  vida  de  las  que  dentro  estaban  oyó  palabras  libres  y  licenciosas  y  en  deshonor  suyo, 
las  cuales  sufrió  con  tanta  humildad  respecto  de  como  está  dicho  no  la  querer  dar  la 
obediencia  que  ponía  admiración  y  espanto  á  los  que  lo  veían,  pidiendo  a'  Prelado  con 
mucha  humildad  las  otorgase  su  apelación  de  la  elección  que  tenia  hecha  en  ella,  de 
donde  esta  declarante  y  los  demás  que  presentes  estuvieron  coligieron  la  grande  hu- 
mildad y  paciencia  que  en  ella  había  y  sufrimieiitij  para  llevar  por  Dios  semejantes  in- 
jurias y  trabajos.  Confirmó  bien  ser  esto  asi  en  el  aquel  acto,  pues  el  día  siguiente  se 
llegó  á  la  comunión  sin  reconciliarse".  (Declaración  de  Doña  Beatriz  de  Jesús,  monja 
de  San  José.) 


-367- 

Sea  de  esto  lo  que  quiera,  es  lo  cierto  que  la  Santa  Madre  manifestó 
una  admirable  prudencia  en  el  primer  Capítulo  que  celebró.  -Puso,  conti- 
núa la  Crónica  en  el  mismo  capítulo,  en  la  silla  priora!  (que  era  donde  ella 
se  había  de  sentar  á  presidir  en  el  Capítulo),  una  muy  hermosa  imagen  de 
Nuestra  Señora,  las  llaves  del  convento  en  sus  manos.  Dando  á  entender 
cómo  ella  no  era  nada,  y  que  la  Virgen  Santísima,  cuya  era  esta  Religión 
y  casa  era  la  verdadera  priora  que  las  había  de  gobernar:  y  ella  se  sentó 
á  sus  pies  para  hacer  desde  allí  su  Capítulo.  Cuando  entraban  las  monjas. 
y  ponían  los  ojos  en  la  silla  de  la  priora,  y  veían  en  ella  aquella  novedad 
tan  grande,  comenzaban  á  temer,  y  á  refrenar  sus  pensamientos:  y  á  muchas 
les  temblaban  las  carnes,  como  testificaron  después.  Asentadas  las  monjas 


»A  los  artículos  38  y  39  dijo:  que  lo  que  sabe  es  que  siendo  electa  Priora  la  Santa 
Madre  Teresa  de  Jesús  del  convento  de  la  Encarnación  de  esta  ciudad,  donde  ella  ha- 
bia  sido  monja  antes  que  fundara  la  Reformación  de  Carmelitas  Descalzas,  fué  mal  re- 
cibida de  las  religiosas  de  dicho  convento  que  ni  bastaba  la  presencia  y  buena  diligen- 
cia y  razones  del  P.  Provincial  de  su  Orden,  de  la  gente  seglar  de  esta  ciudad  y  de  otras 
personas  de  cuenta  que  se  hallaron  presentes  en  la  Iglesia  del  dicho  convento  para  que 
la  recibieran  é  para  que  cejaran  de  decir  injurias  no  pequeñas  á  la  dicha  Santa  Madre, 
pareciéiidoles  que  metiéndola  en  casa  las  había  de  afligir  é  con  ella  había  de  entrar  la 
inquietud  y  desasosiego  del  convento.— Mas  fué  Nuestro  Señor  servido  de  dar  tantas 
ayudas  á  la  dicha  Santa  Madre  que  ninguna  de  las  injurias  dichas  ni  la  contradicción  que 
la  hacían  bastaron  para  causar  en  su  ánimo  turbación  ni  repugnancia  alguna,  antes  con 
suma  paz  ya  que  la  hubieron  abierto  la  puerta  se  entró  en  el  convento  y  habló  y  trató 
con  todas  principalmente  con  aquellas  que  más  la  habían  injuriado,  como  si  ellas  la 
hubieran  hecho  grandes  favores  é  mercedes  y  señaladamente  se  dice  de  ella  que  aquella 
noche  se  recogió  con  tanta  paz  como  si  hubiera  estado  en  oración  en  el  monte  alberno 
y  no  en  medio  de  las  contradicciones  que  había  estado.  Y  ansí  mismo  sabe  esta  decla- 
rante que  sosegó  y  pacificó  los  corazones  de  sus  religiosas  é  los  redujo  á  su  amor  y 
gracia  con  el  buen  mi. do  y  celestial  prudencia  que  Dios  Nuestro  Señor  la  dio  de  ma- 
nera que  de  ellas  pud(j  hacer  todo  cuanto  quiso  en  orden  á  la  reformación  de  aquel 
convento,  la  cual  después  que  la  Santa  Madre  entró  en  él  fué  muy  grande  y  hoy  dura 
todo  lo  cual  sabe  esta  declarante  porque  al  presente  que  sucedió  estaba  é  residía  en 
esta  ciudad  y  en  ella  lo  oyó  decir  á  muchas  personas  de  crédito  y  en  esta  ciudad  es 
público  y  notorio  é  de  ello  hay  pública  voz,  y  fama  entre  todo  género  de  personas  sin 
haber  oido  decir  cosa  en  contrario  -.  (Declaración  de  Doña  Francisca  de  Salazar,  Prio- 
ra del  convento  de  Gracia.) 


-368- 

en  sus  lugares,  y  esperando  que  las  palabras  de  la  Santa  habían  de  ser 
rayos,  ó  relámpagos  que  les  pusiesen  turbación  y  temor,  les  comenzó  á 
decir  las  siguientes: 

'<  Señoras,  Madres  y  Hermanas  mías,  Nuestro  Señor  por  medio  de  la 
obediencia  me  ha  enviado  á  esta  casa  para  hacer  este  oficio,  de  que  estaba 
yo  tan  descuidada,  cuan  lejos  de  merecerlo.  Hume  dado  mucha  pena  esta 
elección,  asi  por  haberme  puesto  en  cosa  que  yo  no  sabré  hacer,  como 
porque  ú  Vuesas  mercedes  les  hayan  quitado  la  mano,  que  tenían  para  hacer 
sus  elecciones,  y  les  hayan  dado  priora  contra  su  voluntad  y  gusto,  y  priora 
tal,  que  haría  harto  si  acertase  á  aprender  de  la  menor  que  aquí  está  lo 
mucho  bueno  que  tiene.  Solo  vengo  para  servirlas,  y  regalarlas  en  todo  lo 
que  yo  pudiere:  y  á  esto  espero  que  me  ha  de  ayudar  mucho  el  Señor;  que  en 
lo  demás  cualquiera  me  puede  enseñar  y  reformarme.  Por  eso  vean.  Señoras 
mías,  lo  que  yo  puedo  hacer  por  cualquiera,  aunque  sea  dar  mi  sangre  y  la 
vida,  lo  haré  de  muy  buena  voluntad.  Hija  soy  de  esta  casa,  y  hermana  de 
todas  vuesas  mercedes:  de  todas  ó  de  la  mayor  parte  conozco  la  condición  y 
las  necesidades:  no  hay  para  qué  se  extrañen  de  quien  es  tan  propia  suya.  No 
teman  mi  gobierno,  que  aunque  hasta  aquí  he  vivido  y  gobernado  entre  Des- 
calzas, se  bien  por  ¡a  bondad  del  Señor  cómo  se  han  de  gobernar  las  que  no 
lo  son.  Mi  deseo  es  que  sirvamos  todas  al  Señor  con  suavidad,  y  ese  poco 
que  nos  manda  nuestra  Regla  y  Constituciones,  lo  hagamos  por  amor  de 
aquel  Señor  á  quien  tanto  debemos.  Bien  conozo  nuestra  flaqueza,  que  es 
grande:  pero  ya  que  aquí  no  llegamos  con  las  obras,  lleguemos  con  los  de- 
seos: que  piadoso  es  el  Señor,  y  hará  que  poco  á  poco  las  obras  igualen  con 
la  intención  y  deseo ^'. 

"Con  esta  plática  y  con  la  devoción  y  vista  de  la  imagen,  que  les  había 
hecho  grande  impresión,  quedaron  enternecidas  todas,  y  tan  sujetas,  que 
luego  postraron  el  corazón  antes  tan  rebelde  al  servicio  de  Dios  y  obe- 
diencia de  su  prelada,  determinándose  y  ofreciéndose  á  cualquiera  cosa, 
que  la  Santa  Madre  ordenase.- 

Fué  tan  grande  la  reformación  que  escribiendo  la  Santa  por  este  tiempo 
á  Doña  María  de  Mendoza  la  decía  sobre  las  monjas  de  la  Encarnación.  (1) 


(1)    La  Fuente,  Carta  27,  edición  de  18G1. 


-369- 

'Es  para  alabar  á  Nuestro  Señor  la  mudanza  que  en  ellas  ha  hecho  (1). 
Las  más  recias  están  ahora  más  contentas,  y  mejor  conmigo.  Esta  cua- 
resma no  visita  (2)  mujer  ni  hombre,  aunque  sean  padres,  que  es  harto 
nuevo  para  esta  casa.  Por  todo  esto  pasan  con  gran  paz.  Verdaderamente 
hay  aquí  grandes  siervas  de  Dios,  y  casi  todas  se  van  mejorando.  Mi 
Priora  hace  estas  maravillas-  (3). 


(1)  Al  artículo  60,  dijo  «...  vio  esta  declarante  que  la  Santa  Madre  en  los  tres  años 
de  su  priorato  en  este  convento  de  la  Encarnación  quitó  muchas  visitas  de  personas 
que  de  ningún  modo  se  pudiese  entender  hubiese  ó  pudiese  haber  a  guna  ofensa  de 
Nuestro  Señor,  con  lo  cual,  es  claro  se  quitarían  algunos  inconvenientes  que  de  las  di- 
chas visitas  podrían  resultar  con  algunos  pensamientos,  y  á  las  religiosas  pareció  muy 
bien  esto.» 

Al  articulo  70,  dijo:  «...  que  en  el  tiempo  que  fué  priora  de  este  convento  de  la  En- 
carnación, hizo  cosas  muy  heroicas  y  santas  con  su  buena  industria  y  sagacidad,  y  ce- 
sas al  parecer  dificultosas  las  sazonó  y  puso  en  el  punto  que  deseaba,  haciendo  esta- 
tutos que  después  se  aprobaron  y  confirmaron  en  observancia  de  este  convento  y  reli- 
giosas de  él,  y  dejó  muchos  avisos  espirituales».  (Declaración  de  María  Castrillo,  monja 
en  la  Encarnación.  Proceso  de  Avila). 

(2)  «Como  un  joven  notara  que  jamás'salíaá  visita  la  monja  que  buscaba,  llamó 
á  la  Priora  y  la  dijo  mil  desvergüznzas,  como  usan  los  jóvenes  atolondrados,  lo  oyó 
la  Santa  muy  serena;  pero  tomando  la  palabra,  le  habló  con  tal  vigor;  y  le  amenazó 
con  el  Rey  y  con  tal  aire,  que  volviendo  las  espaldas,  se  fué  diciendo:  .Vo  hay  burlas 
con  la  Madre  Teresa;  se  acabaron  para  mi  estas  monjas-.  (Crónica,  libro  2.",  capí- 
tulo XLIX). 

Ya  se  dijo  en  el  capítulo  anterior  la  mutua  confianza  que  existió  entre  Santa 
Teresa  y  el  rey  Felipe  II,  á  quien  la  Santa  llamaba  su  amigo,  escribiéndose  uno  á 
otro  con  grande  intimidad.  Así  se  explica  lo  que  nos  dice  el  P.  Antonio  de  San  José 
sobre  el  caballero  que  nos  ocupa,  comentando  las  canas  de  la  Santa  Madre:  «Cierto 
Caballero  iba  algunas  veces  á  visitar  á  una  Monja  de  la  Encarnación:  la  Santa,  que 
era  Priora  de  aquella  comunidad,  le  avisó  cortesmente  se  abstuviese  de  la  frecuen- 
cia; y  no  habiendo  enmienda,  bajó  la  Santa  y  le  dijo  muy  severa:  que  si  volvía  más 
allá,  haría  con  el  Rey  le  quilase  la  cabeza'-.  (Tomo  4.°,  Carta  55). 

Estas  palabras  de  la  Santa,  prueban  sin  duda,  que  era  muy  grande  la  intimidad  y 
confianza  que  con  el  Rey  tenía. 

(3)  «Era  esta  gran  Priora  la  soberana  Madre  de  Dios,  cuya  sagrada  imagen  puso 
la  Santa  en  el  asiento  prioral  del  coro,  y  en  sus  reales  manos  las  llaves  del  convento. 
Fué  tan  acertada  esta  acción,  que  la  misma  serenísima  Reina  se  !a  aprobó  con  estas 

24 


—  370  — 


Para  consolidar  más  y  más  la  vida  tan  fervorosa  que  habían  empren- 
dido, la  Santa  propuso  al  Visitador  P.  Pedro  nombrase  por  confesores  de! 
convento  á  San  Juan  de  la  Cruz  y  al  V.  P.  Germán.  Accedió  gustoso  á  lo 


palabras:  «Bien  hiciste  de  ponerme  aquí.  Yo  acudiré  á  las  alabanzas  que  se  hacen 
á  mi  hijo,  y  se  las  presentaré».  Y  en  otra  ocasión  la  aseguró  cuidaría  de  la  casa  y 
de  sus  almas.  Tales  salieron  estas  con  tal  patrona  y  prelada,  que  no  es  mncho  diga 
la  Santa.-  «Verdaderamente  hay  aquí  grandes  siervas  de  Dios.» 

Aun  declaró  más  su  virtud  en  otra  ocasión;  pues  cuando  en  la  Encarnación  se 
la  quejaban  que  para  sus  fundaciones  Descalzas  despojaba  aquel  convento  de  las 
mejores  religiosas,  llegó  á  decir:  «Quedaban  más  de  cuarenta,  que  podia  cada  una 
fundar  una  religión:  y  entre  éstas,  catorce,  que  si  las  hubiera  cuando  Dios  destruyó 
el  mundo  por  agua,  no  le  destruyera».  Así  consta  de  un  documento  antiguo  manus- 
crito de  aquel  gravísimo  convento».  (Fr.  A.) 

Ponemos  á  cont.nuaciún  una  interesante  carta  del  Visitador  Apostólico  P.  Pe- 
dro Fernández  que  escribió  á  la  Duquesa  de  Alba,  en  la  cual  con  muy  grande  cor- 
tesía se  niega  á  que  Santa  Teresa  se  traslade  ni  siquiera  temporalmente  del  con- 
vento de  la  Encarnación  de  Avila  á  la  Villa  de  Alba,  como  la  Duquesa  deseaba  y 
pedía. 

La  razón  principal  que  el  P.  Pedro  tenía  para  no  acceder  á  la  petición  de  la 
Duquesa  era  el  provecho  grande  que  con  su  presencia  causaba  la  Santa  Madre  en 
las  religiosas  de  la  Encarnación.  La  carta  es  como  sigue: 

lima,  y  Exma.  Señora: 
Cuando  V.  Excia.  me  mandó  que  diese  licencia  á  la  Madre  Teresa  de  Jesús,  se  me 
representaron  algunos  inconvenientes,  y  ninguno  me  pareció  mayor  que  no  hacer 
lo  que  V.  Excia.  me  mandaba,  y  ansí  gusté  de  comunicar  mi  escrúpulo,  y  mucho 
más  de  hallar  quien  en  alguna  manera  le  quitase. 

-Venido  aquí,  hallo  á  la  Madre  con  tan  gran  escrúpulo,  que  me  le  ha  puesto  á  mí 
también,  y  no  sin  fundamento.  Decirlo  he  á  V.  Excia.  y  lo  que  más  hay  de  nuevo,  y 
si  V.  Excia.  juzgare  no  ser  bastante,  yo  fiaré  mi  alma  de  la  V.  Excia. 

«El  escrúpulo  de  la  madre  es,  diciéndole  yo  que  por  algún  tiempo  era  necesario 
ir  á  Alba,  porque  V.  Excia.  se  servia  dello,  fuera  de  ser  necesario  para  esa  casa 
que  ahí  se  halle,  me  respondió  quel  Señor  Obispo  de  Avila  había  escrito  á  su  Santi- 
dad de  Pío  V  la  necesidad  que  había  de  que  ésta  Madre  viese  los  monasterios  que 
avia  fundado  y  acabase  lo  comenzado,  y  muchas  cosas  en  esta  sazón.  Su  Santidad 
respondió  que  no  saliese  de  su  monasterio,  y  el  Sr.  Obispo  tiene  esta  respuesta, 
contra  la  cual  ya  V.  Excia.  ve  lo  que  yo  puedo  hacer.  Y  cuando  esto  no  fuera  ansí 
sabiendo  V.  Excia.  lo  de  acá,  entiendo  que  juzgará  que  se  esté  por  agora.  El  mo- 


-371  - 
que  Santa  Teresa  pedía  y  puso  por  confesores  á  estos  santos  Religiosos, 


nasterio  de  la  Encarnación  es  de  ':iento  é  treinta  monjas.  Están  todas  con  la  quie- 
tud y  santidad  que  están  las  diez  ó  doce  descalzas  que  hay  en  ese  monasterio,  que  á 
mi  me  ha  hecho  extraña  admiración  y  consuelo.  Todo  esto  es  por  la  presencia  de  la 
madre,  y  á  faltar  ella  agora  un  solo  dia,  como  la  costumbre  de  la  libertad  desta 
casa  ha  sido  tan  añeja  y  las  raices  de  la  bondad  que  agora  hay  tan  cortas,  porque 
son,  cuando  mucho,  de  un  año,  quitado  el  freno  y  el  respeto  de  andar  sobre  esta 
labor,  se  volvería  como  antes,  porque  está  flaco  el  fundamento:  y  esto  es  tan  cierto, 
que  todas  las  que  aquí  tienen  más  celo  lo  entienden  así,  y  la  madre  lo  ve  tan  claro, 
que  dice  que,  aunque  de  no  salir  de  aquí  se  siguiese  que  .se  deshiciesen  dos  y  más 
monasterios' de  descalzas,  lo  tendría  por  menos  inconveniente  que  dejar  á  tal  sa- 
zón, éste,  donde,  con  su  presencia,  hay  esperanza  de  dar  asiento  y  firmeza  en  lo 
porvenir.  Fuera  de  ésto,  como  la  madre  vino  aquí  con  tanta  violencia  y  ruido,  y  á 
tanta  costa  del  sosiego  destas  Religiosas,  á  las  que  yo  he  tenido  penitenciadas,  al 
tiempo  que  las  va  ganando,  y  que  está  la  labor  en  flor  y  no  ha  llegado  á  grano,  de- 
jarla es  gran  inconveniente  y  escrúpulo. 

Yo  sé  que  si  V.  Excia.  viera  el  estado  en  que  está  el  negocio,  que  me  mandara 
que  en  ningún  caso  tratara  de  mudanza,  y  que  impidiera  las  licencias  del  Papa,  si 
las  viera,  porque  todo  lo  de  las  descalzas  es  tener  po:-  un  año  ó  dos  descomodidad 
de  casa  y  abrigo  en  cosas  temporales:  lo  de  acá  es  quedar  sin  fundamento  y  sin 
asiento  en  lo  espiritual,  porque  pasada  esta  ocasión,  ninguna  esperanza  queda 
para  adelante,  y  por  del  todo  se  haga  lo  posible  para  el  buen  orden  desta  casa  y 
para  que  persevere.  Yo  me  he  detenido  aquí  casi  quince  dias  en  ordenar  el  con- 
vento de  los  frailes  de  modo  que  pueda  hacer  ayuda  y  no  estorbo  al  de  las  monjas, 
y  traído  aquí  algunos  descalzos,  no  para  que  el  convento  sea  de  Descalzas,  sino 
para  que  le  gobiernen  conforme  á  sus  leyes,  que  si  las  guardan,  serán  santas.  Dejo 
por  presidente  al  P.  Fr.  Antonio,  prior  de  Toledo,  y  subprior  otro  Padre  de  Man- 
cera,  y  para  dar  á  estos  Padrís  alientos,  es  necesaria  la  presencia  de  la  madre 
Con  el  buen  orden  que  se  toma,  y  la  buena  esperanza  de  que  haya  firmeza  en  él, 
después  que  yo  aquí  vine  se  le  ha  quitado  del  todo  á  la  madre  la  cuartana  y  está 
buena.  Espero  en  Dios  que  ha  de  llevar  esta  labor  tan  adelante  y  tan  presto,  que 
la  madre  pueda  en  breve  dejar  el  oficio. 

«De  la  muerte  de  la  Sra.  Marquesa  de  Velada  me  ha  cabido  á  mí  la  parte  que  es 
razón,  y  como  Capellán  de  la  casa  he  hecho  lo  que  he  podido  en  encomendarla  á 
Dios.  Ella  era  tal  que  entiendo  que  está  gozando  del. 

•  A  Francisco  Velazquez,  yo  le  escribo  que  yo  daba  la  licencia  que  V.  Excia.  me 
mandó  y  que  por  la  madre  ha  quedado  y  también  por  el  estado  en  que  están  los  ne- 
gocios de  aquí. 


-  372  — 

no  obstante  que  lo  repugnaban  los  Calzados  (1).  Cuando  el  P.  Pedro  Fer- 
nández tomó  esta  determinación,  se  hallaba  Fr.  Juan  de  la  Cruz  en  Pas- 
trana,  ocupado,  de  modo  que  no  pudo  venir  hasta  pasados  cinco  meses. 
Como  el  mismo  P.  Pedro  habla  prohibido  á  los  Observantes  del  Carmen 
se  acercasen  á  la  Encarnación,  mandó  á  petición  de  la  misma  Santa  Priora 

Guarde  nuestro  Señor  !a  Excma.  persona  de  V.  Excia.  en  su  gracia,  etc.  De  Avi- 
la á  22  de  Enero  1573. 

Siervo  y  Capellán  de  V.  Excia.— Fr.  Pedro  Fernández.» 

Esta  carta  está  sacada  de  los  documentos  escogidos  del  Archivo  de  la  casa  de 
Alba.  Los  publica  la  Duquesa  de  Bewich  y  de  Alba,  Condesa  de  Siruela.  Madrid 
1891. 

No  obstante  la  negativa  que  con  tanta  cortesía  dio  el  P.  Pedro  Fernández,  pre- 
valeció la  voluntad  de  la  Duquesa  de  Alba;  pues  en  8  de  Febrero  del  mismo  año 
de  1573,  Santa  Teresa  se  hallaba  en  Alba,  como  nos  consta  de  una  copia  del  Camino 
de  Perfección  que  la  Santa  autenticó  en  Alba  con  su  firma  en  esa  fecha.  Probable- 
mí^nte  la  Duquesa  debió  insistir  en  su  petición,  y  le  fué  preciso  al  P.  Pedro  el  ce- 
der. (Conf.  CEuvrcs  Completes,  tomo  3.",  página  256). 

(1)  Acerca  de  la  forma  y  con  que  como  Santa  Teresa  consiguió  del  Visitador  Pa- 
dre Pedro  que  señalase  por  confesores  de  la  Encarnación  á  San  Juan  de  la  Cruz  y 
al  P.  Germán,  tenemos  una  declaración  del  V.  Julián  Dávila  que  dice  así: 

«Cuando  ya  tenía  abundancia  de  frailes  Descalzos  parecióle  que  en  un  Monas- 
terio como  el  de  la  Encarnación  á  donde  había  tantas  almas  que  si  se  les  pusieran 
por  confesores  frailes  Descalzos  que  les  animasen  á  guardar  mayor  perfección  que 
sería  de  gran  servicio  de  Dios  y  esto  no  se  podía  hacer  sino  era  quitando  á  los  del 
Paño  que  son  los  ordinarios  confesores  que  toda  la  vida  han  tenido,  lo  cual  era 
muy  dificultoso  salir  con  ello,  pero  con  todo  eso,  la  daba  Dios  santidad  y  sagacidad 
para  salir  con  cuanto  aprendía  y  entendía  era  más  servicio  de  Dios,  y  como  en 
aquel  tiempo  tenía  la  visita  apostólica  de  los  Carmelitas  Fr.  Pedro  Fernández, 
fraile  Dominico,  hombre  de  gran  prudencia  y  santidad,  estaba  á  la  sazón  en  Sala- 
manca, y  la  madre  estaba  por  priora  en  la  Encarnación,  envióme  á  mí  con  este  re- 
caudo á  Salamanca,  para  que  lo  tratase  con  el  dicho  Padre,  y  también  para  que 
como  testigo  de  vista  le  diese  razones  que  le  moviesen  á  conceder  su  petición;  yo 
se  las  di,  y  aunque  el  Padre  entendió  la  dificultad  que  había  ansí  de  parte  de  las 
monjas  como  de  parte  de  los  Padres  del  Carmen  que  lo  habían  de  tomar  pesadamen- 
te, con  todo  eso,  me  dio  la  licencia,  y  yo  la  truge,  y  vi  á  la  Santa  Madre,  y  en  muy 
poco  tiempo  dio  traza  de  que  viniesen  dos  frailes  Descalzos.»  (Proceso  de 
Avila.) 


-373- 

que  fuesen  los  Dominicos  de  Santo  Tomás  á  confesarlas  liasta  que  llegase 
Fr.  Juan  de  la  Cruz.  Todo  esto  lo  refiere  Doña  María  Pinel,  Cronista  de 
aquel  convento  por  estas  palabras:  -^No  pudo  el  santo  venir  luego,  por 
estar  ocupado  en  Alcalá  y  Pastrana,  con  que  según  la  Carta  de  Nuestra 
Santa  Madre  que  va  aquí,  que  se  queja  de  que  está  sin  confesor,  no  llegó 
á  la  Encarnación  hasta  fin  de  Abril,  ó  principio  de  Mayo.  En  este  tiempo 
que  fueron  unos  cinco  meses,  desde  que  el  P.  Comisario,  mandó  á  los 
Padres  de  la  Observancia,  que  se  estuviesen  en  su  convento;  como  mi 
madre  era,  como  ella  decía,  la  Dominica  in  Pasione  ■  venían  los  Padres 
Dominicos  á  confesar  y  predicar,  -y  también  se  lo  habría  encomendado  el 
P.  Comisario  . 

Después  de  todo  lo  expuesto,  no  resta  sino  repetir  las  palabras  de  un 
biógrafo  de  la  Santa,  que  hablando  sobre  esta  materia  hace  el  más  aca- 
bado elogio  de  nuestro  V.  P.  Pedro  y  de  Santa  Teresa.  Dice  así: 

«Sin  duda  ésta  es  una  de  las  ocasiones  en  que  más  brilló  la  prudencia 
de  Santa  Teresa  y  del  Comisario  Apostólico.  Este  conoció  como  religioso 
práctico,  que  todo  el  mal  de  aquel  convento  tenía  su  origen,  en  que  per- 
didos sus  fondos,  por  mal  administrados,  y  siendo  más  de  ochenta,  y  an- 
tes habían  llegado  á  ser  cerca  de  doscientas  monjas,  no  era  posible  con- 
tenerlas, porque  no  les  podían  dar  lo  necesario  para  comer,  y  así  querían 
irse  á  casa  de  sus  parientes  (porque  no  había  clausura  rigurosa).  También 
tenían  muchas  educandas  que  eran  causa  de  distracción. 

-¡Qué  digno  es  de  reflexión  este  punto!  Otro  Comisario  creyera  po- 
derlo remediar  todo  á  fuerza  de  preceptos  y  mandatos  de  reformación,  sin 
pensar  en  darlas  de  comer.  Otro  pensara  que  era  lo  mejor  suprimirlo,  pues 
no  se  podían  mantener;  mas  este  sabio  y  prudente  hombre  atinó,  no  ha- 
ciendo decreto  alguno,  pues  éstos  se  eluden,  sino  poniendo  una  priora 
prudente  como  Santa  Teresa.  Así  lo  remedió  todo  la  Santa  con  suavidad 
y  entereza.  Otra  pensara  hacerlas  santas  á  fuerza  y  con  rigor,  pero  Teresa 
lo  hace  ganando  el  corazón  y  tratándolas  con  abundancia,  y  quitándolas 
las  ocasiones  y  pretextos  peligrosos.  ¡Cuánta  luz  puede  dar  este  suceso  y 
esta  conducta!    (1). 


(1)     La  Mujer  Grande,  13  de  Septiembre. 


—  374  — 

«En  esto  de  llevarla  por  priora  de  la  Encarnación,  como  también  en  lo 
demás,  procedió  él  (el  P.  Pedro)  ron  mucha  prudencia,  porque  la  necesi- 
dad de  aquel  Monasterio  era  tan  grande,  que  ni  las  daban  de  comer  á  las 
religiosas,  ni  tenían  de  qué,  y  decian  que  habían  de  pedir  licencia  para 
irse  á  casa  de  sus  deudos  que  las  sustentasen.  Y  habiendo  tantas,  y  en  la 
casa  tanta  necesidad,  había  grande  ocasión  para  que  se  faltase  en  el  reco- 
gimiento y  en  la  religión  que  era  razón  hacer,  y  parecióle  que  nadie  po- 
dría remediar  esto  mejor  que  la  Madre  Teresa  de  Jesús.  Esto  hizo  él  como 
Visitador  Apostólico,  usando  del  poder  que  tenía,  aunque  para  determi- 
narse, hizo  primero  capítulo  de  los  frailes  del  Paño,  y  él  y  los  definidores 
votaron  que  se  hiciese.  Así  que  no  fué  por  votos  de  las  monjas  de  la  En- 
carnación, sino  antes  contra  la  voluntad  de  muchas  dellas.  Por  esta  razón, 
cuando  fué  allá  la  Madre,  rué  muy  mal  recibida,  aunque  la  habían  traído 
el  provincial  y  sjs  frailes,  y  hubo  grande  alboroto,  y  hicieron  toda  la  re- 
sistencia que  pudieron  y  dijeron  muchas  palabras  de  gente  enojada.  Había 
caballeros  y  gente  de  la  ciudad  de  parte  de  las  monjas.  Mas  el  P.  Provin- 
cial las  hizo  juntar  en  el  coro  bajo,  y  las  leyó  las  patentes.  Luego  algunas 
monjas  de  las  más  recogidas  y  devotas  de  la  casa,  tomaron  la  cruz  para 
recibirla,  y  los  frailes,  haciendo  gran  fuerza,  la  metieron.  Las  de  la  parte 
contraria  daban  gritos  y  lloraban.  Unas  decían:  Te,  Deiim,  laudamus,  otras 
decían  palabras  muy  diferentes.  Pero  la  Madre  con  su  mucha  paciencia  y 
prudencia,  y  con  excusarlas  lo  que  podía,  las  venció  poco  á  poco,  de  ma- 
nera que  la  recibieron;  y  las  que  más  la  contradijeron  y  más  bravas  estu- 
vieron, se  vinieron  después  á  amansar  de  tal  manera,  que  la  cobraron  gran- 
dísimo amor  y  la  quisieran  tener  allí  mucho  más  de  lo  que  estuvo*  (1). 

No  es  de  extrañar  que  sea  de  todos  alabada  la  disposición  del  P.  Co- 
misario, puesto  que  no  hizo  otra  cosa  que  ejecutar  lo  que  era  voluntad 
expresa  de  Dios,  como  el  mismo  Señor  se  la  comunicó  á  la  Santa,  man- 
dándola aceptase  dicho  oficio  de  priora,  como  lo  hemos  visto  arriba.  El 
V.Julián  Dávila  hace  también  un  grande  y  merecido  elogio  acerca  de  la 
conducta  del  P.  Pedro  nombrando  priora  en  aquellas  circunstancias  á  la 
Santa  Madre  Teresa. 


(1)     P.  Ribera,  libro  3.°,  capítulo  1. 


-375- 

Ya  se  ha  dicho  que,  mientras  vinieiun  los  confesores  para  la  Encarna- 
ción nombrados  por  el  P.  Pedro  Fernández,  y  como  estj  había  prohibido 
que  los  Calzados  se  acercasen  para  nada  al  convento  de  la  Encarnación  á 
petición  de  Santa  Teresa,  se  encargaron  los  dominicos  de  Santo  Tomás  de 
Avila  de  predicar  y  confesar  á  las  religiosas,  y  en  este  periodo  de  tiempo, 
que  fué  de  cinco  á  seis  meses,  sucedió  el  caso  que  vamos  á  referir  con  las 
mismas  palabras  de  la  Crónica  Carmelitana  (1).    Un  día  siendo  predicador 
en  Santo  Tomás  de  Avila  el  P.  M.  Fr.  Pedro  Peredo  y  Priora  de  la  En- 
carnación Njestra  Santa  Madre,  forzado  de  la  obediencia  de  su  Superior 
fue  á  predicar  (2)  á  las  religiosas  con  harto  disgusto  suyo;  por  no  ir  preve- 
nido, ni  haber  visto  el  Evangelio:  á  tanto  obliga  el  rendimiento  á  los  Su- 
periores. Halló  á  la  Santa  en  el  locutorio,  y  conociendo  el  disgusto  que  el 
predicador  traía,  le  preguntó  la  causa.  Declarósela,  y  díjole  la  bendita  Ma- 
dre, que  la  confesase,  dijese  Misa  y  comulgase;  y  que  si  fiaba  en  Dios,  su 
Majestad  le  daría  qué  decir.  Hizolo  así,  y  subiendo  en  el  pulpito,  se  halló 
en  él  con  un  ánimo  y  espíritu  tan  nuevo,  que  se  quedó  admirado,  y  no 
menos  la  Santa,  que  después  de  haber  dado  gracias  al  Señor  pidió  al  Pre- 
dicador que  se  las  diese,  y  reconociese  la  fuerza  y  virtud  de  la  obediencia, 
porque  jamás  había  predicado  tan  altamente.  Y  así  lo  conoció  después  el 
P.  Maestro,  y  afirmó  que  habiendo  querido  hacer  memoria  de  lo  que  ha- 
bía dicho  por  ser  cosas  altísimas  y  nunca  de  él  pensadas,  para  aprove- 
charse de  ellas  en  otra  ocasión,  jamás  le  vinieron  á  la  memoria,  ni  las  pudo 
recoger.  Así  premió  Dios  el  rendimiento  de  aquel  buen  padre,  y  honró  á 
su  sierva  cumpliendo  la  palabra  que  había  dado-. 

Resumiendo  brevemente  lo  contenido  en  el  presente  capítulo,  no  po- 
demos menos  de  admirar  la  exquisita  prudencia  del  visitador  apostólico  el 
Dominico  P.  Pedro  Fernández,  al  tomar  un  acuerdo  tan  extraordinario  y 
original  como  fué  éste.  De  tejas  abajo  no  parecía  prudente,  ni  siquiera  fác- 


il)    Libro  2."  capítulo  Ll. 

(2)     El  Prior  de  Santo  Tomás  que  mandó  á  la  Encarnación  al  P.  Pedro  Peredo  era 
el  M.  R.  P.  Fr.  Diego  de  Chaves,  confesor  después  del  Rey  Felipe  II. 

Era  entonces  el  Maestro  Peredo,  Predicador  conventual  en  Santo  Tomás;  más 
tarde  fué  prior  en  Talavera. 


-376  — 

tibie  qué  la  Santa  Madre  después  de  haber  abandonado  aquella  casa,  y 
cuando  se  hallaba  en  el  fervor  de  sus  nuevas  fundaciones,  suspendiese 
éstas  y  se  trasladase  á  la  Encarnación  en  calidad  de  Prelada  de  un  con- 
vento de  Calzadas;  pero  por  los  efectos  tan  saludables  que  esta  determi- 
nación causó,  se  conoce  que  fué  inspiración  del  cielo,  y  por  eso  canoniza- 
da por  el  mismo  Jesucristo,  como  se  deduce  de  las  palabras  que  dijo  á  la 
Santa  Madre:  ¿Acaso  no  son  hermanas  mias  las  de  la  Encarnación? 

Resalta  además  la  prudencia  del  P.  Visitador  en  haber  tomado  esta  me- 
dida, consultando  antes  con  los  PP.  Carmelitas  de  esta  ciudad,  aunque  él 
podía  por  si  solo  hacerlo.  No  estuvo  menos  prudente  en  mandar  que  el 
Provincial  Calzado  Fr.  Ángel  de  Salazar  acompañase  á  la  Santa  en  la  toma 
de  posesión  del  Priorato,  previendo  el  alboroto  que  podía  tener  lugar.  ¿Y 
qué  diremos  del  modo  cómo  coronó  la  obra,  trayendo  por  confesores  á  dos 
varones  santísimos  de  la  Descalcez,  no  obstante,  que  los  Calzados  habían 
de  repugnar  tal  medida?  Reconozcamos,  pues,  en  el  célebre  visitador  pa- 
dre Pedro  Fernández,  no  solo  una  prudencia  consumada  en  todos  estos 
negocios,  sino  también  una  fuerza  de  voluntad  y  carácter  que  realza  sobre 
manera  su  persona,  digna  por  cierto  del  alto  cargo  que  desempeñaba. 


-*- 


CAPÍTULO    X 

íundaciones  de  flltoniira  y  de  Segovia.-Visiía  Santa  Ceresa  la  cue^ 
va  de  Santo  Domingo  en  Segovia.-y^undación  de  Ueas. 


FUNDACIONES  DE  ALTOMIRA   Y  SEGOVIA 


Durante  este  tiempo  tuvo  lugar  también  la  fundación  del  convento  de 
religiosos  de  Nuestra  Señora  del  Socorro  de  Altomira,  sierra  que  divide 
la  provincia  de  Toledo  de  la  de  Cuenca,  cuya  fundación  no  sólo  se  hizo 
con  la  licencia  del  P.  Pedro  Fernández,  sino  que  habiendo  éste  nombrado 
su  vicario  provincial  ó  superintendente  al  P.  Fr.  Baltasar  de  Jesús,  prior 
de  Pastrana,  mandó  á  dicho  prior,  eligiese  para  superior  de  Altomira  al 
P.  Fr.  Francisco  de  Jesús  (1).  Hizo  la  elección  de  Vicario  en  él,  el  Padre 
Fr.  Baltasar  con  orden  del  P.  M.  Fr.  Pedro  Fernández,  y  el  acierto  de  ella 
se  mostró  después. 

Durante  el  trienio  del  priorato  de  Santa  Teresa  en  la  Encarnación  se 
fundó  también  el  convento  de  Segovia.  La  parte  que  en  esto  tuvo  nuestro 
P.  Pedro  como  Comisario  Apostólico,  lo  expresa  la  misma  Santa  en  el  ca- 
pitulo XXI  de  sus  Fundaciones,  en  el  cual  cuenta  toda  la  historia  de  esta 
fundación.  Dice  asi:  'Ya  he  dicho  cómo  después  de  haber  fundado  el  mo- 
nasterio de  Salamanca  y  el  de  Alba,  y  antes  que  quedase  con  casa  propia 


(I)     Crónica,  capítulo  LIl  del  libro  2.° 


-  378  - 

el  de  Salamanca,  me  mandó  el  P.  M.  Fr.  Pedro  Fernández,  que  era  el  Co- 
misario Apostólico  entonces,  ir  por  tres  años  á  la  Encarnación  de  Avila,  y 
como,  viendo  la  necesidad  de  la  casa  de  Salamanca,  me  mandó  ir  allá,  para 
que  se  pasasen  á  casa  propia.  Estando  allí  un  dia  en  oración,  me  fué  dicho 
de  Nuestro  Señor,  que  fuese  á  fundar  á  Segovia.  A  mi  me  pareció  cosa  im- 
posible, porque  yo  no  habia  de  ir,  sin  que  me  lo  mandasen,  y  tenia  enten- 
dido del  P.  Comisario  Apostólico,  el  M.  F.  Pedro  Fernández,  que  no  habia 
gana  que  fundase  más:  y  también  veía,  que  no  siendo  acabados  los  tres 
años  que  habia  de  estar  en  la  Encarnación,  que  tenían  gran  razón  de  no  lo 
querer.  Estando  pensando  esto,  díjome  el  Señor,  que  se  lo  dijese,  que  El 
lo  haría.  A  la  sazón  estaba  en  Salamanca,  y  escribile,  que  ya  sabía  cómo 
yo  tenía  precepto  de  nuestro  Reverendísimo  General,  de  que  cuando  viese 
cómodo  en  alguna  parte  para  fundar  que  no  lo  dejase.  Que  en  Segovia  es- 
taba admitido  un  monasterio  de  éstos,  de  la  Ciudad  y  del  Obispo;  que  si 
mandaba  su  paternidad  que  le  fundaría:  que  se  lo  significaba,  por  cumplir 
con  mi  conciencia  y  con  lo  que  me  mandase  quedaría  segura  y  contenta. 
Creo  estas  eran  las  palabras  poco  más  ó  menos  y  que  me  parecía  sería 
servicio  de  Dios.  Bien  parece  que  lo  quería  su  Majestad,  porque  luego  dijo 
que  se  fundase,  y  me  dio  licencia,  que  yo  me  espanté  harto,  según  lo  que 
había  entendido  de  él  en  este  caso;  y  desde  Salamanca  procuré  me  alqui- 
lasen una  casa,  porque  después  de  la  de  Toledo  y  Valladolid  había  enten- 
dido era  mejor  buscársela  propia,  después  de  haber  tomado  la  posesión, 
por  muchas  causas.  La  principal,  porque  yo  no  tenía  blanca  para  comprar- 
las, y  estando  ya  hecho  el  monasterio,  luego  lo  proveía  el  Señor,  y  tam- 
bién escogíase  sitio  más  á  propósito»  (1). 

(2)  «Al  cuarenta  artículo  dijo:  Que  sabe  que  habiendo  la  Santa  Madre  alcanzado 
licencia  del  visitador  apostólico  para  ir  á  fundar  á  la  ciudad  de  Segovia,  llegó  á  ella 
en  cumplimiento  de  la  ordenación  que  tenia  de  Dios  para  hacer  aquella  fundación...  y 
que  sabiendo  la  Beata  Madre  de  la  dicha  fundación  para  este  convento  de  Avila  se 
partió  muy  de  mañana  en  compañía  de  Isabel  de  San  Pablo  ya  difunta  y  María  de 
San  Bernardo,  monjas  profesas  de  la  nueva  reformación  y  que  al  salir  se  entró  con 
sus  compañeras  en  el  convento  real  de  Santa  Cruz  de  la  Orden  de  los  Predicadores 
en  que  oyó  Misa  en  una  capilla  muy  devota  que  hay  en  el  dicho  convento  y  en  que 
el  glorioso  PaJre  Santo  Domingo  tuvo  particulares  ejercicios  de  oración  y  peniten- 


-379- 
Omitimos  todo  lo  demás  que  la  Santa  escribe  sobre  esta  fundación, 


cia  y  que  en  ella  se  confesó  con  el  P.  Fr.  Diego  Yanguas,  religioso  de  la  misma  orden 
y  que  recibió  el  Santísimo  Sacramento  y  que  habiéndole  recibido  se  quedó  en  ora- 
ción con  muy  grande  recogimiento  por  grande  espacio  de  tiempo  y  que  en  esta 
ocasión  recibió  particulares  favores  y  mercedes  de  Nuestro  Señor,  de  las  cuales  una 
fué  el  aparécersele  el  glorioso  y  bienaventurado  Santo  Domingo  y  decirle  que  siem- 
pre la  favorecería  á  ella  y  á  toda  su  reformación,  lo  cual  sabe  aquesta  declarante 
porque  el  dicho  P.  Fr.  Diego  de  Yanguas  Confesor  de  la  Virgen  y  de  ella  se  lo  dijo 
en  secreto  y  después  volviendo  la  sobredicha  Madre  pasados  algunos  años  al  dicho 
convento  de  Segovia  le  contó  todo  aquello  que  acerca  de  esta  aparición  tiene  decla- 
rado preguntándoselo  muy  en  particular  aquesta  declarante». 

Como  la  V.  Isabel  de  Santo  Domingo  representa  un  papel  tan  importante  en  los 
principios  de  la  Descalcez;  y  gracias  á  la  amabilidad  del  limo.  Sr.  D  Joaquín  Beltrán 
Obispo  dignísimo  de  esta  Diócesis  de  Avila,  hemos  podido  actuarnos  bien  de  la  de- 
claración prestada  por  tan  venerable  religiosa,  creemos  oportuno  trasladar  aquí  los 
principales  puntos  de  dicha  declaración,  además  de  lo  relativo  á  la  fundación  de  Se- 
govia y  visita  á  la  cueva  de  Santo  Domingo  que  acabamos  de  ver.  Dice  así: 

«11.°  Al  artículo  once  (sobre  h'.s  mercedes  que  recibió  de  Dios  la  Santa  Madre 
Teresa  de  lesús,  entre  otras  cosas),  dijo:  y  no  solamente  le  veía  junto  así  de  la  ma- 
nera que  queda  dicho,  sino  que  también  le  veía  resucitado  y  glorioso  cuando  oía 
misa  y  otras  muchas  veces  le  veía  llagado  en  la  cruz  ó  coronado  de  espinas  y  una 
vez  entre  otras  que  se  le  apareció  con  la  Cruz  á  cuestas  !e  dijo  la  Santa  á  esta  de- 
clárame que  le  había  el  Señor  mostrado  grande  gozo  al  ver  que  se  compadecía 
mucho  y  sentía  grandemente  sus  dolores  y  llagas,  todo  lo  que  sabe  esta  declarante 
por  habérselo  dicho  la  Santa  Madre  por  la  razón  apuntada  en  el  artículo  prece- 
dente y  los  Padres  Fr.  Domingo  Báñez,  y  Fr.  Diego  de  Yanguas  confesores  de  la 
dicha  Santa  y  de  esta  declarante. 

))17.°  Al  artículo  diez  y  siete  dijo:  que  sabe...  que  la  Santa  Madre  comunicó  los  fa- 
vores que  de  Dios  recibió  con  muchos  varones  doctos,  entre  otros...  «con  los  Padres 
Fr.  Pedro  Ibáñez,  Fr.  Domingo  Báñez,  Catedrático  de  prima  de  Salamanca,  Fr.  Bar- 
tolomé de  Medina,  Catedrático  de  prima  en  la  misma  Universidad,  Fr.  García  de  To- 
ledo, Comisario  de  las  Indias,  Fr.  Vicente  Barrón,  Consultor  del  Santo  Oficio  de 
Toledo,  Fr.  Pedro  Fernández,  Comisario  Apostólico  para  la  Orden  del  Carmen,  el 
P.  Fr.  Diego  de  Yanguas,  Fr.  Hernando  del  Castillo,  Fr.  Juan  Gutiérrez,  Fr.  Juan 
de  las  Cuevas,  que  después  fué  Obispo  de  Avila,  todos  de  la  Orden  de  Santo  Do- 
mingo. 

»22.°  Al  veintidós  artículo  dijo:  que  siendo  esta  declarante  seglar  la  contó  el  Pa- 
dre M.  Fr.  Domingo  Báñez  que  en  la  erección  del  convento  de  San  Joseph  hubo  en 


i 


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porque  no  conduce  á  nuestro  objeto  (1)  y  pasamos  con  gusto  á  referir  la 


toda  la  ciudad  grandes  murmuraciones  contra  la  dicha  Santa  y  que  el  Corregidor  y  el 
Regmiento  se  alborotó  tanto  que  hizo  en  su  Consistorio  junta  de  muchas  personas 
religiosas  graves  y  doctas,  para  que  se  confiriese  en  ella  si  convenía  derribar  el 
nuevo  monasterio  y  que  en  esta  junta  todos,  ansí  religiosos  como  seglares  unáni- 
memente decretaron  que  se  consumiere  el  Santísimo  Sacramento  del  nuevo  mo- 
nasterio y  luego  se  pusiese  por  el  suelo,  lo  cual  se  ejecutara  al  momento,  si  el  dicho 
P.  M.  Fr.  Domingo  Báñez  que  se  halló  en  esta  junta  no  impidiera  el  decreto  de  ella 
dejando  que  el  conocimiento  y  determinación  de  aquel  negocio  en  ninguna  manera 
pertenecía  á  la  Ciudad,  sino  solamente  al  Obispo  de  esta  Ciudad,  por  lo  cual  quedó 
por  entonces  suspensa  esta  determinación. 

->74."  Al  artículo  setenta  y  cuatro  (sobre  la  oración)  dijo:...  que  sabe  la  dio  Dios 
Nuestro  Señor  un  tan  singular  don  de  oración  que  siempre  y  en  cualquiera  parte 
le  traía  presente  sin  que  los  negocios  ú  oficios  ú  otras  cosas  exteriores  fuesen  bas- 
tantes á  poderla  distraer  de  este  divino  ejercicio,  por  lo  cual  sabe  esta  declarante 
por  habérselo  referido  ansí  la  misma  Santa  en  algunas  ocasiones,  aconsejándola  se 
diese  á  este  buen  ejercicio  y  ansí  mismo  por  habérselo  referido  alguno  de  los  con- 
fesores de  la  dicha  Santa  Madre,  como  son  el  P.  M.  Fr.  Domingo  Báñez,  el  Padre 
M.  Fr.  García  de  Toledo,  el  P.  M.  Fr.  Diego  Yanguas...  por  lo  cual  el  sobredicho 
M.  Fr.  García  de  Toledo  su  confesor  decía  que  en  las  cosas  tocantes  á  la  oración 
era  tan  erudita  que  podía  ser  tenida  por  Maestra  de  ella,  de  la  manera  que  otros  son 
tenidos  por  Maestros  eminentes  en  otras  ciencias  y  facultades..,  y  el  P.  Fr.  Domin- 
go Báñez,  predicando  en  las  exequias  de  esa  Virgen  en  Salamanca  dijo  que  no  se 
leían  mayores  cosas  de  Santa  Catalina  de  Sena  que  las  mercedes  que  él  sabía  como 
confesor  suyo,  que  Nuestro  Señor  la  había  hecho,  de  lo  cual  sabe  esta  declarante 
por  haberlo  visto  y  experimentado  así,  el  tiempo  que  trató  con  la  dicha  Madre  y 
haberlo  oído  á  sus  confesores  y  á  otras  muchas  personas  de  crédito  y  satisfacción 
y  ser  público  y  notorio. 
(Proceso  de  Avila.) 

(1)  No  faltaron  contradicciones  á  la  Santa  en  esta  fundación,  y  así  lo  hace  ella 
constar  al  terminar  el  capítulo  XXI.  Además  de  que  el  Provisor,  pues  el  Obispo  que 
había  dado  la  licencia  se  hallaba  ausente,  quitó  el  Santísimo  Sacramento,  y  puso  un 
alguacil  á  la  puerta  de  la  Iglesia,  quien  sirvió  de  espantar  un  poco  á  los  que  allí  es- 
taban, como  la  Santa  refiere:  «compró  una  casa,  continúa,  y  con  ella  hartos  pleitos. 
Harto  la  habíamos  tenido  con  los  frailes  franciscos  por  otra  que  se  compraba  cerca: 
con  estotra  le  hubo  con  los  de  la  Merced,  con  el  Cabildo,  porque  tenía  un  censo  la 
casa  suya.  ¡Oh  Jesús,  que  trabajo  es  contender  con  muchos  pareceres!  Cuando  ya 
aparecía  que  estaba  acabado,  comenzaba  de  nuevo,  porque  no  bastaba  darles  lo 


-381  - 


visita  que  hizo  á  Santa  Teresa  en  esta  ocasión,  nuestro  gran  Padre  y  Pa- 
triarca Santo  Domingo  de  Guzmán  en  su  Cueva  de  Segovia. 


VISITA  SANTA  TERESA   LA  CUEVA  DE  SANTO  DOMINGO 

EN    SEGOVIA 

Cuenta  la  Historia,  que,  apenas  confirmada  la  Orden  de  Predicadores 
por  Honorio  III,  en  22  de  Diciembre  de  1216,  vino  Santo  Domingo  á  Bur- 
gos (1218)  á  pedir  licencia  al  Rey  para  fundar  en  sus  reinos,  y  que,  alcan- 
zada, fué  á  Segovia,  donde  fundó  el  convento  de  Santa  Cruz,  *  primicias 
desta  gran  Religión  en  España-  como  dice  Colmenares,  (1).  Hospedóse  el 
Santo,— dice  el  preclaro  historiador  segoviano — al  principio  en  una  casa 
particular,  v  después,  hallando  á  propósito  para  la  aspereza  que  profesaba 

que  pedían,  que  lucíjo  había  otro  inconveniente  Dicho  así  no  parece  nada,  y  el  pa- 
sarlo fué  mucho 

«Un  sobrino  del  Obispo  hacía  todo  lo  que  podía  por  nosotras,  que  era  prior  y 
canónigo  de  aquella  iglesia,  y  un  licenciado  Herrera,  muy  gran  siervo  de  Dios.  En 
fin,  con  dar  hartos  dineros  se  vino  á  acabar  aquello.  Quedamos  con  el  pleito  de  los 
Mercenarios,  que  para  pasarnos  á  la  casa  nueva  fué  menester  harto  secreto.  En 
viéndonos  allá,  que  nos  pasamos  uno  ó  dos  días  antes  de  San  Miguel,  tuvieron  por 
bien  de  concertarse  con  nosotras  por  dineros  . 

Tanto  el  pleito  con  los  Mercenarios  como  con  los  canónigos  se  arregló  hasta 
cierto  punto  con  dar  hartos  dineros;  quia  pecuniae  obediunt  omnia. 

Hemos  dicho  hasta  certo  punto,  porque  los  canónigos  la  exigieron  además  se 
obligase  á  un  censo  que  tenía  la  casa,  para  lo  cual  necesitaba  la  licencia  de  su  pre- 
lado, y  como  éste  era  el  Visitador  P.  Pedro  ó  su  sustituto  ó  Vicario  que  lo  era  el 
P.  Báñez,  por  ese  motivo  escribía  la  Santa  á  su  sobrina  María  Bautista,  priora  de 
Valladolid,  á  fin  de  que  recabase  esa  licencia  pronto,  si  no  quiere,  dice,  que  me  hun- 
dan (los  canónigos). 

He  aquí  !as  palabras  de  la  Santa  con  los  comentarios  del  anotador:  «Sepa 
V.  R.  luego,  si  es  por  escrito  el  poder  que  tiene  el  P.  Visitador,  que  me  traen  can- 
sada estos  canónigos,  que  ahora  piden  licencia  del  perlado,  para  que  nos  obligue- 
mos al  censo.  Si  mi  Padre  (P.  Báñez)  la  puede  dar  ha  de  ser  por  escrito,  y  por  No- 
tario, que  vea  lo  que  él  tiene;  y  si  esto  puede,  enviármela  luego  por  caridad,  si  nu 
^  (1)     Historia  de  la  insigne  Ciudad  de  Segovia,  tomo  1.",  cap.  XX. 


-382- 

una  cueva  entre  unos  peñascos  cubiertos  de  boscaje,  entre  lo  profundo  del 
río  y  ia  altura  de  la  ciudad,  expuestos  al  frío  del  norte,  renovó  allí  sus  ás- 
peras disciplinas,  esmaltando  la  cueva  con  su  sangre  que  permaneció  en 
milagrosa  frescura  hasta  el  tiempo  de  nuestros  padres,  con  suma  reveren- 
cia de  nuestros  ciudadanos.» 

En  esta  veneranda  y  solitaria  gruta  tuvo  la  Santa  una  extraordinana 
visión  que  la  Clónica  Carmelitana  refiere  en  el  libro  3.",  cap.  XXXI  de  la 
manera  siguiente:  -Recibió  la  segunda  merced  partiéndose  de  Segovia 
para  Avila,  dia  de  San  Jerónimo  en  el  convento  de  Santo  Domingo,  en 
una  capilla  donde  el  Santo  estuvo  y  donde  hizo  grandes  penitencias, 
como  nos  refiere  su  grave  Historíador.  Entró  dentro  la  Snnta  acompañada 
del  P.  Prior  de  aquel  convento,  y  del  P.  M.  Fr.  Diego  de  Yanguas,  su 
confesor,  y  de  otros  Padres  hizo  alli  oración;  detúvose  por  espacio  como 
de  media  hora:  los  que  la  acompañaban  esperaban  á  ver  en  qué  paraba 


quiere  que  me  hundan,  que  ya  estaríamos  en  la  casa,  sino  por  estos  negros  tres  mil 
maravedís  que  son,  y  quizá  me  quedaría  tiempo,  para  que  mandasen  ir  allá». 

El  anotador  comenta  como  es  natural  todas  estas  palabras  de  su  Santa  Madre 
y  dice  entre  otras  cosas:  «En  el  número  cuarto  llama  mi  Padre  al  P.  Báñez,  porque 
era  también  su  confesor,  y  nos  confirma  en  lo  que  se  ha  dicho  en  las  notas  á  la  pa- 
sada, que  fué  Padre  común  y  Prelado  de  la  Reforma  por  la  substitución  del  Padre 
Visitador,  añadiéndonos  eslabones  dorados  de  amor  y  unión  con  la  esclarecida  Re- 
ligión de  Santo  Domingo  y  sus  Hijos». 

El  sobrino  del  Obispo,  D.Juan  de  Orozco  y  Cobarrubias,  que  la  Santa  dice,  era 
prior  y  canónigo  y  la  ayudó  mucho,  fué  después  Obispo  de  Guadix,  como  se  lo  pro- 
fetizó la  Santa  Madre,  diciéndole  con  mucha  anticipación:  «Consideraba  yo  esta 
mañana  que  á  todos  mis  amigos  los  veía  que  los  hacían  Obispos  y  Arzobispos,  y 
también  á  V.  M.  Señor  Prior».  Este  ilustre  prelado  escribiendo  al  general  del  Car- 
men le  decía  entre  otras  muchas  cosas:  «Todo  esto  á  gloria  de  Dios  y  honra  de 
nuestra  Santa  Madre,  es  lo  que  yo  puedo  decir  y  afirmar,  como  ciertas  y  verdade- 
ras que  han  pasado  por  mí,  sin  otras  muchas  que  han  venido  á  mi  noticia,  como  fué 
lo  que  á  la  Santa  Madre  pasó  y  la  mercei  que  Dios  le  hizo  en  la  capilla  y  cueva  don- 
de hizo  penitencia  el  bienaventurado  Santo  Domingo,  en  el  monasterio  suyo,  lo 
cual  supe  y  entendí  del  P.  Fr.  Diego  de  Yanguas,  que  entonces  era  Lector  en  aque- 
lla casa,  persona  de  gran  religión  y  letras  y  de  mucho  espíritu,  que  era  tan  amigo, 
como  yo  lo  era  suyo,  en  quien  experimenté  lo  que  en  otros  tales,  que  los  que  eran 
devotos  de  la  Santa  Madre  contraían  entre  sí  una  grande  amistad  verdadera». 


-  383  - 

tan  larga  oración.  Cuando  hubo  orado,  se  despidieron  el  prior  y  los  de- 
más religiosos,  y  se  llegó  á  ella  el  P.  M.  Fr.  Diego  de  Yanguas  como 
más  familiar  y  viole  el  rostro  todo  encendido  y  bañado  en  lágrimas,  y 
muy  alegre;  y  le  preguntó  qué  habia  habido,  que  tanto  les  había  hecho 
esperar?  Ella  respondió,  que  luego  que  entró  y  se  puso  de  rodillas,  se  la 
habia  aparecido  Santo  Domingo  con  mucho  resplandor  y  gloria,  y  entre 
otras  mercedes  y  regalos  que  le  habia  hecho,  le  había  dado  su  mano,  y 
palabra  de  favorecerla  y  ayudarla  en  las  cosas  tocantes  á  la  nueva  refor- 
mación de  Descalzos  y  Descalzas,  como  después  lo  vio  cumplido:  por- 
que así  la  separación,  como  todas  las  demás  cosas  graves  y  de  importancia, 
fueron  por  medio  de  los  Hijos  de  Santo  Domingo,  y  hoy  lo  continúan  en 
todas  ocasiones. 

«No  paró  aquí  la  merced  y  regalo  que  Santo  Domingo  hizo  á  la  Santa 
en  aquella  misma  capilla.  Porque  al  cabo  de  una  hora  estándose  confe- 
sando con  el  P.  M.  Yanguas  (1)  le  dijo  la  Madre,  como  este  bienaventu- 
rado Santo  la  estaba  allí  acompañando  á  su  mano  izquierda.  Y  después 
al  tiempo  de  la  comunión  vio  á  Cristo  Nuestro  Señor  á  la  derecha,  asis- 
tiéndole también  el  glorioso  Santo  á  la  izquierda,  y  volviéndose  á  hacer 
reverencia  á  Cristo  le  dijo:  Huélgate  con  mi  amigo;  y  con  esto  desapareció 
quedando  en  su  compañía  Santo  Domingo.  Acabada  la  Misa  le  dijo  su 
confesor,  que  si  quería  gozar  de  aquella  merced  se  fuese  á  tener  oración  á 
la  capillita  más  pequeña  donde  estaba  un  Santo  Domingo  de  bulto.  ¡Hí- 
zolo  así  la  Santa  Madre,  y  después  de  haber  estado  allí  postrada  un  cuar- 
to de  hora,  se  levantó  y  dijo  á  su  confesor,  cómo  Santo  Domingo  había 
estado  grande  rato  con  ella  y  que  le  dijo:  Grande  gozo  ha  sido  para  mi, 
que  tú  hayas  venido  á  esta  capilla,  y  tú  no  has  perdido  nada.  Y  luego  le 


(1)  El  R.  P.  M.  Fr.  Diego  de  Yanguas,  Confesor  de  la  Santa,  dijo  al  P.  Fr.  Juan 
de  Luna,  del  Orden  de  Predicadores  también  (a).  <Que  la  Santa  Madre  sabía  cosas 
de  la  Sagrada  Escritura,  que  había  muchos  Teólogos  que  no  las  alcanzaban. 


la)  Afortunado  concurrente  cuando  la  recíproca  visita  de  la  Santa  al  Patriarca  Santo  Domingo,  y  de 
éste  á  la  Santa  en  su  venerable  Cueva  de  Santa  Cruz  de  Segovia,  á  quien  cupo  la  suerte  de  celebrar  la 
Misa,  dar  la  Santa  comunión,  y  á  su  tiempo  de  comer,  de  orden  del  mismo  Yanguas,  con  quien  se  ba- 
hía antes  confesado,  y  era  actual  Prior  de  la  Comunidad  .  (La  Fuente,  edición  ISíil,  página  429). 


I 


-384- 

comunicó  los  grandes  trabajos  que  en  su  vida  pasó  allí  con  los  demonios 
y  las  grandes  mercedes  que  de  Dios  allí  había  recibido  en  la  oración.  Y 
preguntándole  la  Santa  Madre:  Por  qué  se  le  aparecía  siempre  á  la  mano 
izquierdo?  Respondió  el  Santo:  Porque  la  derecha  es  de  mi  Señor.  Y  dijo 
también  la  Santa  (como  testigo  de  vista)  á  su  confesor,  que  aquella  ima- 
gen de  bulto  que  estaba  en  la  capilla  era  el  verdadero  retrato  del  glorioso 
Santo  Domingo».  «Solía  ella  después  decir  que  tantas  gracias  había  reci- 
bido en  aquella  iglesia  y  tan  dulces  consuelos  que  nunca  quisiera  apar- 
tarse de  allí»  (1). 


(1)  «Otrosí  declaró  que  el  mismo  año  dia  de  San  Jerónimo,  partiéndose  la  dicha 
Madre  Teresa  de  Jesús  de  Segovia  para  Ávila,  vino  á  la  caiilla  de  Santo  Domingo 
que  está  en  el  convento  de  Santa  Cruz  de  Segovia,  acompañándole  este  testigo  con 
el  prior  y  otros  padres  y  habiéndose  despedido  de  ellos  se  quedj  en  la  dicha  ca- 
pilla en  compañía  de  este  testigo  y  dos  monjas  sus  compañeras  y  le  dijo  á  este  tes- 
tigo á  solas  que  en  entrando  y  poniéndose  de  rodillas  se  le  apareció  Santo  Domin- 
go con  mucho  resplandor.  Y  entre  otras  palabras  regaladas  que  la  dijo  la  prometió 
de  favorecerla  mucho  en  las  cosas  que  tocaban  á  sus  conventos  de  Descalzos  y 
Descalzas  y  este  testigo  la  vio  postrada  delante  del  altar  de  la  dicha  capilla  y  le- 
vantarse con  muchas  lágrimas  que  entendió  ser  del  contento  que  tuvo  con  la  dicha 
revelación  y  que  de  allí  á  una  hora  poco  más  ó  menos,  estándola  confesando  este 
testigo  para  comulgarla  en  la  misa,  la  oyó  decir  que  Santo  Domingo  la  estaba  allí 
acompañando  á  su  mano  izquierda  y  que  estando  comulgando  á  la  misa  de  este 
testigo  y  por  su  mano  supo  de  ella  que  la  habían  acompañado  Cristo  Nuestro  Se- 
ñor á  la  mano  derecha  y  Santo  Domingo  á  la  izquierda  y  que  volviéndose  la  dicha 
madre  á  hacer  reverencia  á  Cristo  Nuestro  Señor  él  la  dijo:  huélgate  con  mi  amigo 
y  así  se  desapareció  y  que  después  de  acabada  la  misa  diciéndole  este  testigo  que 
si  quería  gozar  de  aquella  capilla  que  se  fuese  á  tener  oración  á  la  capilla  más  pe- 
queña donde  está  un  Santo  Domingo  de  bulto,  la  dicha  m  idre  lo  hizo  y  después  de 
haber  estado  allí  postrada  como  un  cuarto  de  hora  se  levantó  y  llamando  á  este 
testigo  le  dijo  ó  declaró  cómo  Santo  Domingo  estuvo  con  ella  grande  rato  y  le  dijo: 
grande  gozo  ha  sido  para  mi  venir  tú  á  esta  capilla  y  tú  no  has  perdido  nada  y 
luego  le  comunicó  los  grandes  trabajos  que  allí  había  pasado  con  los  demonios  y 
las  grandes  mercedes  que  allí  le  había  fecho  en  la  oración,  y  preguntándole  la  dicha 
madre,  porqué  siempre  que  le  vía  se  le  aparecía  á  la  mano  izquierda,  le  respondió 
el  Santo  diciendo,  porque  la  mano  derecha  es  de  mi  Señor  y  allí  le  dijo  á  este  tes- 
tigo que  aquella  imagen  de  l'ulto  que  está  en  la  capillita  es  el  verdadero  retrato  de 


-385  — 

Consta  también  que  la  Santa  Madre  se  interesó  y  pidió  al  Santo  Pa- 
triarca Domingo  que  mirase  mucho  por  su  confesor  el  P.  Fr.  Diego  de 
Yanguas  y  que  el  Santo  la  respondió:    Es  mi  verdadero  hijo    (1). 

nuestro  padre  Santo  Domingo  y  esto  declara  á  la  dicha  S2gunda  pregunta.  (Decla- 
ración del  P.  Fr.  Diego  de  Yanguas.  Proceso  de  Avila.  Pieza  2.'^) 

(1)  Así  nos  lo  dice  en  su  declaración  la  Madre  Dorotea  de  la  Cruz,  en  las  infor- 
maciones de  Valladolid  para  la  canonización  de  Santa  Teresa,  en  la  cual,  entre 
otras  cosas  dice:  «Que  estando  Nuestra  Santa  Madre  en  el  convento  de  Santo  Do- 
mingo de  Segovia  haciendo  oración,  se  le  apareció  el  glorioso  Santo  Domingo,  y 
pasaron  entre  los  dos  lo  que  ya  se  sabe,  y  pidiéndole  la  Santa  al  dicho  Santo,  que 
mirase  por  su  confesor  que  era  el  dicho  Fr.  Diego,  le  respondió:  Es  mi  verdadero 
hijo». 

Las  historias  de  la  Orden  de  Predicadores  añaden  algunas  circunstancias  que 
conviene  hacer  constar.  Cuando  el  Santo  Patriarca  se  la  apareció  y  la  dijo:  «Gran- 
de gozo  ha  sido  para  mí,  que  hayas  visitado  esta  capilla,  y  tú  no  has  perdido  nada», 
encomendóle  Santa  Teresa  su  Reforma  y  Descalcez:  y  consolóla  el  Santo,  dándola 
palabra  de  ayudarla  y  favorecerla  en  la  empresa.  A  la  vez  cuando  el  Santo  Funda- 
dor dio  la  mano  á  Santa  Teresa  la  dijo:  «Tened,  Hermana,  mucho  cuidado  de  mi 
Orden,  que  yo  le  tengo  y  tendré  de  la  vuestra^.  Por  último  hay  en  la  cueva  una  ima- 
gen muy  piadosa  del  Santo  Patriarca  delante  de  la  cual  se  postró  en  oración  Santa 
Teresa  y  aseguró  después  á  los  religiosos,  que  la  dicha  imagen  es  retrato  muy  pa- 
recido y  natural  del  Santo  Patriarca.  Hizose  hora  de  comer,  y  en  la  misma  cueva  la 
sirvieron  nuestros  frailes  una  religiosa  y  templada  comida  de  pescado.  Comió  y 
despidióse  con  ternura  de  aquel  Santuario,  diciendo  había  tenido  en  él  tanto  con- 
suelo de  espíritu,  que  no  quisiera  salir  jamás  de  esta  devota  cueva.  (López,  Pine- 
lo  y  el  M.  Serafín). 

Por  el  interés  que  despierta  y  las  circunstancias  que  añade  nos  parece  conve- 
niente poner  á  continuación  el  relato  que  del  favor  recibido  por  Santa  Teresa  en 
la  Cueva  de  Segovia,  hace  el  Afio  leresiano  en  el  3J  de  Septiembre,  fecha  en  que 
tuvo  lugar:  *Entre  los  que  vinieron  á  esta  estación  (habla  de  la  capilla  del  Real  con- 
vento de  Santa  Cruz  de  Segovia,  historiando  esta  fundación)  fué  la  Santa  Madre,  y 
lialiíinJosc  en  la  Cueva  tuvo  una  revelación  de  Santo  Domingo,  el  cual  ¡a  consoló  di- 
ciendo: Tened,  Hermana  mía,  mucho  cuidado  de  mi  orden,  que  yo  le  tengo  y  tendré  de 
la  vuestra,  lodo  esto  lo  dijo  la  Santa  al  Padre  Maestro  Fr.  Domingo  Báñez,  y  al  Padre 
Maestro  F.  Diego  Yanguas,  sus  con/esores.  El  dar  la  mano  Santo  Domingo  de  Guz- 
nián  á  Santa  Teresa  de  Jesús,  y  palabra  de  patrocinar  á  su  Reforma,  pidiendo  al 
mismo  tiempo  á  esta  santa  Virgen  el  que  cuidase  de  su  Orden,  viene  á  ser  lo  mismo 
que  un  pacto,  y  convenio  celestial  en  que  los  dos  Santos  quisieron  enlazar  á  sus 

25 


—  386- 


Despedida  la  Santa  de  Segovia  llegó  al  convento  de  la  Encarnación 
de  Avila,  donde  había  de  cumplir  el  oficio  de  priora,  á  seis  de  Octubre, 


Familias  en  unión  tan  estrecha,  y  hermandad  tan  indisoluble,  que  aunque  en  el  hábito 
fuesen  diferentes,  n^  lo  mostrasen  en  las  obras,  espíritu,  doctrina,  y  religiosidad. 
Este  concepto  quiso  explicar  nuestra  Descalcez  en  aquella  lámina  que  estampó  en 
la  primera  hoja  del  Curso  Complutense,  donde  se  miran  enlazados  los  escudos  de 
estas  dos  Religiones,  como  también  sus  Coronas,  y  dos  manos,  una  que  sale  del  há- 
bito del  Carmen,  y  otra  del  de  Santo  Domingo,  las  cuales  se  enlazan  entre  sí  con 
nudo  tan  cordial,  que  esperamos  en  Dios,  y  en  nuestros  Santos  Patriarcas,  no  será 
para  nuestros  corazones  esta  unión  menos  fija,  que  lo  fué  en  las  almas  de  David,  y 
jonatás.  Así  se  deja  prometer  en  la  recíproca  concordia  que  han  procedido  las  dos 
Religiones  en  los  184  años,  que  ha  que  sus  Santos  Patriarcas  establecieron  este  en- 
lace; cuya  relación,  y  lances  de  hermandad,  en  que  se  han  mantenido  inalterables, 
nos  parece  forzoso  historiar  este  día,  para  que  en  lo  futuro  logren  los  individuos  de 
ambas  Ordenes  estímulo  eficaz  para  perpetuar  esta  concordia  con  el  ejemplo  de  los 
precedentes. 

"El  religiosísimo  P.  Fr.  José  de  la  Encarnación  (de  quien  dimos  noticia  en  el  pri- 
mer tomo  del  Año  Teresiano)  afirma  en  sus  manuscritos  haber  visto  un  papel  im- 
preso, que  le  fió  la  Excma.  Sra.  Condesa  de  Oropesa,  con  este  título:  Beneficios  que 
la  Orden  del  Patriarca  Santo  Domingo  ha  hecho  á  la  de  los  Carmelitas  Descalzos;  y 
agradecimiento  de  parte  de  ellos;  y  del  principio  de  donde  se  originó  esta  corresponden- 
cia entre  ambas  Religiones.  Su  autor  el  Doctor  Juan  de  Espino.  Dedicase  al  Excelentí- 
simo Sr.  D.  Antonio  Alvarez  de  Toledo,  Duque  de  Alba.  Si  este  escrito  fuese  muy  co- 
mún nos  remitiríamos  á  él  sobre  la  materia  que  queremos  tratar;  pero  asegurando 
el  referido  P.  Fr.  José  que  en  sus  días  era  muy  raro,  y  que  sólo  pudo  encontrar  el 
que  le  dio  aquella  gran  señora;  se  hace  indispensable  en  el  día  que  estamos  el  bus- 
car especies,  así  en  la  Santa,  como  en  nuestras  historias,  y  otros  monumentos  de  la 
Religión,  que  refieran  lo  que  promete  el  título  del  dicho  papel;  lo  que  ejecutaremos 
diciendo  brevemente  en  primer  lugar  lo  mucho  que  Santo  Domingo,  y  sus  Religiosos 
han  patrocinado  á  Santa  Teresa  de  Jesús  y  á  toda  su  Reforma:  después  la  corres- 
pondencia de  la  Santa,  y  últimamente  el  agradecimiento  de  todos  sus  Descalzos  á 
favores  tan  grandes. 

»E1  origen  de  aquella  mutua,  y  amistosa  correspondencia  en  que  se  han  herma- 
nado estas  dos  religiones,  y  ofrece  declarar  el  papel  del  Doctor  Espino,  no  pudo  ser 
otro  que  el  suceso,  que  ha  dado  asunto  al  primer  caso  de  este  día;  cuya  representa- 
ción quisieron  perpetuarlos  Padres  Dominicos  en  un  cuadro  que  se  colocó  más  ha  de 
cien  años  en  la  Capilla  en  que  sucedió  la  aparición,  con  un  letrero  que  dice:  En  30  de 
Septiembre  de  1574  estando  haciendo  oración  la  Santa  Madre  Teresa  de  Jesús  en  esta 


-387  — 

porque  en  aquel  dia,  la  había  puesto  el  P.  Maestro  el  año  antes  setenta  y 


uno. 


FUNDACIÓN    DE    VEAS 

El  dia  6  de  Octubre,  pues,  terminó  Santa  Teresa  su  priorato  en  el  con- 
vento de  la  Encarnación  (1).  El  siguiente  año,  ó  sea  el  75,  dia  de  San  Ma- 
tías se  fundó  el  convento  de  Veas;  pero  los  principios  de  esta  fundación  tu- 
vieron lugar  mucho  tiempo  antes,  como  la  Santa  refiere  en  el  capítulo  XXII 

Capilla,  se  le  apareció  nuestro  glorioso  padre  Santo  Domingo,  y  después  á  la  mano  de- 
recha Cristo  Nuestro  Señor,  y  la  dijo  á  la  Santa,  que  se  holgase  con  su  amigo,  el  cual 
entre  otras  amorosas  pláticas,  prometió  ayudarla  en  su  Reforma.  De  este  principio,  y 
palabra  celestial  en  que  Santo  Domingo  ofreció  hacerse  auxilio,  Protector  y  Aboga- 
do de  nuestra  Descalcez,  ya  se  deja  inferir  los  continuos  influjos,  que  este  sagrado 
Padrehabrá  conferidoen  la  Familia  Teresiana.  Sin  duda  alguna,  que  en  todo  el  incre- 
mento, que  para  gloria  del  Señor  ha  consegido  esta  Santa  Orden,  se  puede  creer  ha- 
brá cooperado  la  virtud  insigne  y  los  méritos  santísimos  de  este  glorioso  Patriarca. 
Son  invisibles  los  beneficios  de  los  Santos  los  cuales  regularmente  se  encancelan  á 
los  hombres  hasta  que  los  miran  en  el  día  de  la  eternidad;  mas  los  de  este  soberano 
Patriarca  con  nuestra  religión  han  sido  tan  patentes,  como  si  los  obrase  al  estilo  del 
mundo.  Los  Santos  de  la  gloria  (dice  San  Gregorio)  son  unas  estrellas  en  el  firma- 
mento de  la  cristiandad,  que  con  sus  luces  deshacen  la  noche  de  este  siglo,  ilus- 
trando á  los  hombres;  cuyos  reflejos,  por  lo  perteneciente  á  la  estrella  brillante  de 
Domingo,  destellaron  en  todas  las  edades  con  luces  tan  copiosas  para  iluminar  y 
dirigir  la  Reforma  de  Teresa,  que  ella  ha  sido  la  antorcha  que  guió  por  sus  aciertos 
en  los  lances  de  mayor  arduidad.  Bastará  para  contestación  de  esta  materia  solo  un 
caso  que  referiremos. 

(I)  Consta  ya  por  lo  dicho  en  el  capítulo  precedente  cuan  mal  recibida  fué  de 
las  monjas  por  priora  de  la  Encarnación  Santa  Teresa:  mas  desempeñó  con  tan  di- 
vino acierto  su  oficio,  que  terminado  el  trienio  las  mismas  monjas  la  eligieron. 

Con  motivo  de  esta  elección  que  no  fué  confirmada,  mediaron  cosas  muy  ruido- 
sas en  Avila,  que  la  Santa  apunta  en  carta  á  María  de  San  José,  priora  de  Sevilla 
por  estas  palabras:  «Por  orden  del  Tostado  vino  aquí  el  provincial  de  los  Calza- 
dos, á  hacer  la  elección,  ha  hoy  quince  días,  y  traía  grandes  censuras  y  descomu- 
niones, para  las  que  me  diesen  á  mí  voto,  y  con  todo  esto  á  ellas  no  se  les  dio  nada, 
sino,  como  si  no  las  dijeran  cosa,  votaron  por  mí  cincuenta  y  cinco  monjas,  y  cada 


-388  — 

de  sus  Fundaciones,  por  estas  palabras:  «En  el  tiempo  que  tengo  dicho, 
que  me  mandaron  ir  á  Salamanca  desde  la  Encarnación,  estando  allí  vino 
un  mensajero  de  la  villa  de  Veas  con  cartas  para  mí  de  una  señora  de 
aquel  lugar,  y  del  beneficiado  de  él,  y  de  otras  personas,  pidiéndome  fuese 
á  fundar  un  monasterio,  porque  ya  tenían  casa  para  él,  que  no  faltaba  sino 
irle  á  fundar.  Yo  me  informé  del  hombre.  Díjome  grandes  bienes  de  la 
tierra,  con  razón,  que  es  muy  deleitosa,  y  de  buen  temple;  mas  mirando 
las  muchas  leguas  que  había  desde  allá,  parecíame  desatino;  en  especial 
habiendo  de  ser  con  mando  del  Comisario  Apostólico,  que,  como  he  di- 
cho, era  enemigo,  ó  al  menos  no  amigo  de  que  se  fundase  (1),  y  así  quise 


voto  que  daban  el  provincial  las  descomulgaba  y  maldecía,  y  con  el  puño  machu- 
caba los  votos  y  les  daba  golpes,  y  los  quemaba,  y  dejólas  descomulgadas,  ha  hoy 
quince  dias,  y  sin  oir  misa  ni  entrar  en  el  coro,  aun  cuando  no  se  dice  el  Oficio  di- 
vino, y  que  no  las  hable  naide,  ni  los  confesores,  ni  sus  mismos  padres,  y  lo  que  más 
cae  en  gracia  es,  que  otro  dia  después  de  esta  elección  machucada,  volvió  el  pro- 
vincial á  llamarlas,  viniesen  á  hacer  elección,  y  ellas  respondieron,  que  no  tenían 
para  qué  hacer  más  elección,  que  ya  la  habían  hecho;  y  de  que  esto  vio  tornólas  á 
descomulgar,  y  llamó  á  las  que  habían  quedado,  que  eran  cuarenta  y  cuatro,  y  saco 
otra  priora,  y  envió  al  Tostado  por  confirmación.  Ya  la  tienen  confirmada,  y  las 
demás  están  fuertes,  y  dicen  que  no  la  quieren  obedecer  sino  por  vicaria.  Los  le- 
trados dicen  que  no  están  descomulgadas,  y  que  los  frailes  van  contra  el  Concilio, 
en  hacer  la  priora  que  han  hecho,  con  menos  votos.  Ellas  han  enviado  al  Tostado 
á  decirle  cómo  me  quieren  por  priora,  él  dice  que  no,  que  si  yo  quiero  irme  allá  á 
recoger,  mas  que  por  priora  no  lo  pueden  llevar  á  paciencia.  No  sé  en  qi;é  parará. 
Esto  es  en  suma  lo  que  ahora  pasa,  que  están  todos  espantados  de  ver  una  cosa, 
que  á  todas  ofende,  como  ésta:  yo  las  perdonaría  de  buena  gana,  si  ellas  quisiesen 
dejarme  en  paz,  que  no  tengo  gana  de  verme  en  aquella  Babilonia,  y  más  con  la 
poca  salud  que  tengo,  y,  cuando  estoy  en  aquella  casa,  menos.  Dios  lo  haga  como 
más  se  sirva,  y  me  libre  de  ellas».  (La  Fuente,  Carta  16(5). 

(1)  El  P.  Pedr(i  en  su  alta  prudencia,  no  quería  la  multiplicación  inconsiderada 
de  conventos  y  fundaciones,  por  los  muchos  enemigos  que  la  Descalcez  tenía,  y  en 
este  sentido,  dice  aquí  la  Santa.  «Que  era  enemigo,  ó  al  menos,  no  amigo  de  que  se 
fundase».  No  quería  proceder  en  esto  con  precipitación,  sino  con  mucho  aplomo  y 
fundamento,  y  obraba  de  este  modo,  no  porque  se  opusiese  á  la  propagación  de  la 
Reforma,  de  la  cual  fué  siempre  gran  padre  y  protector,  como  le  llaman  á  cada  paso 
los  Cronistas  de  la  Descalcez;  sino  porque,  como  la  Santa  escribe  en  otra  parte, 
algunas  personas  estaban  muy  vidriadas  y  era  necesaria  una  muy  grande  discrec- 


—  389- 

responder  que  no  podía  sin  decirle  nada.  Después  me  pareció,  que,  pues 
estaba  á  la  sazón  en  Salamanca,  que  no  era  bien  hacerlo  sin  su  parecer, 
por  el  precepto  que  me  tenía  puesto  Nuestro  Reverendísimo  Padre  Gene- 
ral de  que  no  dejase  fundación.  Como  él  vio  las  cartas  envióme  á  decir, 
que  no  le  parecía  cosa  desconsolarlas;  que  se  había  edificado  de  su  devo- 
ción, que  les  escribiese  que,  como  tuviesen  la  licencia  de  su  Orden,  que 
se  proveería  para  fundar:  que  estuviese  segura  que  no  se  la  darían,  que  él 
sabía  de  otras  partes  de  los  Comendadores,  que  en  muchos  años  no  la 
habían  podido  alcanzar,  y  que  no  les  respondiese  mal». 

«Algunas  veces  pienso  en  esto;  y  como  lo  que  Nuestro  Señor  quiere, 
aunque  nosotros  no  queramos,  se  viene  á  que,  sin  entenderlo,  seamos  el 
instrumento,  como  aquí  fué  el  P.  M.  Fr.  Pedro  Fernández,  que  era  el  Co- 
misario; y  así  cuando  tuvieron  la  licencia,  no  la  pudo  él  negar,  sino  que  se 
fundó  de  esta  suerte-. 

Escribe  después  la  Santa  lo  extraordinario  de  esta  fundación  y  como  el 
Consejo  se  negó  á  dar  la  licencia,  hasta  que  se  hizo  una  petición  al  Rey  y 
lo  concedió(l):  Nopudiendo  sacar  resolución  delConsejo,escribióá  nues- 
tra Santa  Madre,  y  ella  al  Rey  Felipe  II,  á  quien  también  habló  doña  Cata- 
lina <E1  cual  en  sabiendo  que  el  convento  había  de  ser  de  la  Madre  Teresa, 
nnndó  que  se  despachase  la  licencia  por  el  íntimo  amor  que  á  la  Descalcez 
y  á  su  Fundadora  tenía.  Y  volvióse  á  Veas  por  San  Bartolomé,  á  disponer, 
no  la  casa  de  sus  padres,  como  algunos  dicen,  sino  la  de  la  Vicaría,  donde 
el  convento  se  fundó.  Desde  allí  avisó  á  la  Santa  de  su  buen  despacho:  y 
ella  admirada  y  alegre  de  la  divina  dispensación,  escribió  al  P.  M.  Fr.  Pe- 
dro Fernández  pidiéndole  tuviese  por  bien  se  hiciese  aquella  fundación,  en 


ción,  para  evitar  los  encuentros  que  por  todas  partes  amenazaban.  La  Santa  es- 
cribía: 

«El  P.  Fr.  Pedro  Fernández,  pone  mucho  en  que  hasta  que  tengamos  Provincia, 
no  se  funde  monasterio,  aunque  da  licencia,  y  dé  buenas  razones:  ahora  me  lo  es- 
cribieron. Porque  como  el  Nuncio  está  tan  vidriado,  y  hay  quien  le  parle,  podríanos 
venir  daño:  pensarse  ha  todo  bien^.  (P.  Antonio  de  San  José,  tomo  4.*^,  Caríañ5,  pá- 
gina 324). 
(1)     Crónica,  Libro  3."  Capitulo  XXXll. 


—  390  — 

que  el  cielo  descubría  su  voluntad;  y  obligado  de  su  misma  palabra  dio  la 
licencia,  con  que  empezó  á  disponer  su  viaje  (1). 

Consta  de  cuanto  se  ha  expuesto,  la  intervención  de  los  Dominicos, 
por  medio  del  P.  Pedro  Fernández  en  la  fundación  de  los  tres  conventos 
de  Altomira,  de  Segovia,  y  de  la  villa  de  Veas;  y  sobre  todo  en  la  rela- 
ción de  la  visita  ó  entrevista  del  Patriarca  Santo  Domingo  y  de  la  será- 
fica virgen  en  la  Cueva  de  Segovia,  se  ha  podido  ver  el  origen  celes- 
tial, como  le  llama  muy  bien  el  limo.  Yepes,  de  la  amistad  grande  que  hubo 
siempre  entre  la  orden  de  Santo  Domingo  y  la  naciente  Descalcez,  siendo 
la  palabra  de  honor  que  el  Santo  Patriarca  la  dio  de  ayudarla  en  todo,  la 
verdadera  explicación  de  la  protección  que  los  Dominicos  prestaron  en 
todas  las  ocasiones  á  esa  extraordinaria  mujer.  Solo  viniendo  del  cielo  esa 
divina  influencia  puede  darse  la  suficiente  razón  de  ese  fenómeno,  que  pu- 
diéramos llamar  misterioso,  de  esa  constancia,  perseverancia  y  tesón  con 
que  los  hijos  más  eminentes  en  santidad  y  letras  de  la  orden  Dominicana 
protegieron  á  esta  celebérrima  virgen  del  Carmelo. 

Gracias,  pues  sean  dadas  al  dador  de  todo  bien,  por  haber  querido  que 
las  glorias  todas  de  la  Reforma  de  Teresa  de  Jesús,  se  reflejasen  en  la  orden 
de  Santo  Domingo  que  la  ayudó  más  que  ninguna  en  la  realización  de  tan 
admirables  hazañas. 


(1)  Grande  y  extraordinaria  era  la  Santidad  de  estas  Religiosas,  y  así,  cuenta  la 
misma  Crónica,  en  el  capítulo  XXXIV  del  libro  3.°  que  era  tanta  la  devoción  con  que 
rezaban  el  oficio  divino,  que  dijo  un  Padre  muy  grave  de  la  Orden  de  Santo  Domin- 
go habiéndolas  oido:  Que  ó  las  monjas  eran  angeles,  ó  los  angeles  las  ayudaban  á  re- 
zar: porque  tal  devoción  como  le  habia  causado,  no  era  posible  nacer  de  voces  humanas. 


CAPITULO    XI 

Cos  conventos  de  Descalzos  en  Hndaiucia 
y  el  IP.  francisco  Vargas. 

Ya  se  dio  á  conocer  en  el  capítulo  V  de  esta  tercera  parte  el  nombra- 
miento de  visitadores  apostólicos  para  la  orden  del  Carmen  que  el  Pontí- 
fice S.  Pío  V  hizo  de  los  M.  R.  PP.  Fr.  Pedro  Fernández  para  la  provincia 
de  Castilla,  y  del  P.  Fr.  Francisco  Vargas  para  la  de  Andalucía. 

Esbozado  ligeramente  lo  que  en  favor  de  la  Reforma  Carmelitana  hizo 
en  Castilla  el  P.  Pedro  Fernández,  procede  ahora  decir  algo  de  lo  que  en 
las  provincias  de  Andalucía  hizo  por  la  Descalcez  el  fervoroso  y  celosísimo 
P.  Vargas. 

Como  Santa  Teresa  permaneció  en  Castilla  sin  pasar  á  Andalucía  hasta 
el  año  1575,  no  había  en  esta  provincia  quien  promoviese  la  Reforma.  Pero 
suscitó  el  Señor  en  el  P.  Fr.  Francisco  Vargas  un  celo  y  unos  deseos  tan 
vehementes  de  que  la  Descalcez  se  implantase  en  la  provincia  que  se  le 
había  encomendado,  que  podemos  asegurar  sin  exageración,  que  la  misma 
actividad  que  Santa  Teresa  manifestaba  en  Castilla  para  establecer  en  ella 
su  Reforma  de  Descalzas  y  Descalzos,  fundando  donde  podía  conventos, 
esa  misma  desplegaba  el  P.  Vargas  en  la  provincia  de  Andalucía. 

Quizá  le  parezca  á  alguno  exagerada  semejante  afirmación,  sin  embar- 
go, estamos  persuadidos  de  que  los  documentos  que  vamos  á  presentar 
causarán  indudablemente  el  asentimiento  del  lector  á  dicha  afirmación, 
por  más  que  á  primera  vista  parezca  tan  atrevida.  Estos  documentos  y 
testimonios  los  tomaremos  de  los  historiadores  más  antiguos  y  de  más 


-392- 


autoridad  de  la  orden  Carmelitana.  Sea  el  primero  el  del  autor  de  la  Cró- 
nica Carmelitana  que  escribió  á  raíz  de  los  sucesos. 

Dice  así  este  respetable  autor  (1):  '<La  entrada  de  nuestros  Religiosos 
en  Alcalá  de  Henares  con  la  edificación  que  queda  referida  y  lo  que  allí 
lucieron  y  admiraron  las  letras  y  el  talento  del  P.  Fr.  Baltasar  de  Jesús  des- 
pertó los  ánimos  de  muchos  religiosos  de  la  observancia  á  seguir  los  pasos 
de  su  padre  Elias  debajo  de  regla  primitiva». 

«Muy  frecuentemente  trataban  entre  sí  y  con  los  prelados  (y  en  espe- 
cial con  el  P.  Fr.  Francisco  Vargas,  comisario  apostólico)  de  los  medios 
para  pasar  la  Descalcez  á  la  Andalucía.  Grandemente  lo  deseaba  él,  pro- 
metiéndose felices  resultados  de  su  comisión  por  medio  de  ministros  refor- 
mados y  celosos  hijos  de  la  misma  orden.  No  hallando  de  los  que  esto 
trataban  en  su  distrito  persona  á  propósito,  hijo  de  la  observancia,  de  las 
prendas  y  celo  que  tan  gran  asunto  requería,  escribió  al  P.  Fr.  Baltasar  de 
Jesús,  no  solo  estimado  por  su  virtud  y  letras  entre  los  padres  Descalzos 
sino  ejercitado  ya  en  la  Descalcez  y  en  el  gobierno  de  Pastrana,  y  de  to- 
dos los  demás  conventos  que  de  aquel  procedieron,  por  haberle  hecho  su- 
perintendente de  ellos  el  P.  M.  Fr.  Pedro  Fernández,  visitador  de  Castilla, 
en  lo  que  no  contravenía  al  Provincial  observante.  Rogábale  esforzadamen- 
te que  se  viniese  á  su  provincia  y  pagase  á  su  madre  el  bien  que  de  ella 
había  recibido,,  dilatando  en  su  jurisdicción  la  Descalcez.  Ofrecióle  el  con- 
vento de  la  observancia  más  á  propósito  para  la  primera  entrada,  y  para 
extender  desde  allí  los  ojos  á  otras  fundaciones.  Advirtióle  no  trajese  por 
compañeros  los  de  la  observancia  que  se  habían  descalzado,  no  siendo 
muy  acreditados  en  ella,  porque  tomando  ocasión  de  aquí  los  Padres  Cal- 
zados desapoyaban  mucho  la  Descalcez. 

^Agradeció  con  estimación  el  P.  Fr.  Baltasar  la  oferta  del  Comisario,  y 
respondióle  que  de  presente  le  era  casi  imposible  hacer  lo  que  le  mandaba: 
así  por  la  necesidad  de  su  asistencia  en  el  convento  de  í\astrana,  y  go- 
bierno en  los  demás  que  estaban  á  su  cargo,  tan  en  mantillas,  que  apenas 
sabían  andar,  como  porque  el  Príncipe  Ruy-Gómez  se  había  aficionado  de 


(1)     Libro  3."  capítulo  I. 


-393- 

suerk',  qiio  tenía  por  cierto  no  permitiría  tan  larga  ausencia  á  los  imiclios 
negocios  que  le  comunicaba  y  encargaba.  Pero  por  no  desmayar  al  P.  Co- 
misario ni  resfriar  sus  fervorosos  deseos,  le  ofreció  hacer  desde  allí  todos 
los  oficios  que  le  mandase,  y  para  adalante  alguna  salida  breve  á  Anda- 
lucia,  par:i  hacer  de  su  parte  todo  lo  posible  en  servicio  de  su  madre  y  de 
su  paternidad. 

«Poco  después  de  ésto  sucedió  que  el  P.  Fr.  Diego  de  Heredíay  Ren- 
gifo  (en  la  Descalcez  de  Santa  María)  criado  en  la  observancia,  que  en 
Pastrana  se  había  descalzado.  Religioso  de  buenas  prendas,  bajase  á  An- 
dalucía su  patria,  en  compañía  del  hermano  Fr.  Ambrosio  de  San  Pedro, 
corista,  natural  de  Pastrana,  con  licencia  del  Comisario  de  aquel  distrito,  íi 
negocios  del  servicio  de  Dios,  que  en  Granada,  donde  nació,  tenia.  Lle- 
garon á  Córdoba,  donde  el  Comisario  de  Andalucía  era  prior.  Presentaron 
sus  patentes:  recibidos  con  afabilidad,  notó  en  el  trato  de  los  dos  mucha 
religión,  y  en  el  del  sacerdote  talento  y  opinión  de  buen  religioso  entre 
los  observantes.  Díjoles  que  se  fuesen  á  posar  al  convento  del  Carmen  de 
aquella  ciudad,  pero  que  no  pasasen  adelante  sin  volverle  á  ver.  Hicié- 
ronio  así,  y  queriendo  otro  día  tomar  su  bendición  y  saber  lo  que  les  que- 
ría mandar,  les  dijo:  Padres  míos,  ya  están  debajo  de  mi  obediencia  en  esta 
provincia,  y  primero  que  salgan  de  ella,  han  de  trabajar  en  servicio  de 
nuestro  Señor,  y  de  su  religión,  en  lo  que  les  ordenare.  Mi  deseo  es  que 
se  funden  en  Andalucía  conventos  Descalzos,  como  los  que  se  fundan  en 
Castilla:  y  pues  Dios  los  ha  traído  y  están  ya  ejercitados  en  la  vida  primi- 
tiva de  Pastrana,  justo  es  que  demos  principio  á  tan  santa  obra,  en  la  tie- 
rra que  nos  dio  el  ser.  Buen  ánimo,  confianza  en  Dios  y  en  la  Virgen  Santí- 
sima. Ya  están  vencidas  las  dificultades  primeras  en  Castilla.  Los  que  antes 
contradecían  son  ya  de  nuestra  parte.  La  milagrosa  protección  de  Dios  te- 
nemos cierta.  La  tierra  es  rica  para  sustentar  la  santa  pobreza  sin  distrac- 
ción. De  los  padres  observantes  hay  algunos  de  buen  ánimo  y  talento,  que 
desean  la  ocasión.  Del  siglo  vendrán  otros  atraídos  del  buen  olor.  ¿Qué 
dificultades  se  pueden  ofrecer?  Y  cuando  haya  algunas  ¿qué  cosa  grande 
se  intentó  sin  ellas?  A  Dios  tenemos  por  protector  y  premiador;  puestos 
en  él  los  ojos,  todo  se  hará  fácil. 

El  P.  Fr.  Diego  resistió  humildemente,  y  propuso  sus  dificultades.  En- 


-  394  - 

tre  las  demás  decía  que  el  P.  Fr.  Pedro  Fernández,  comisario  de  Castilla, 
llevaría  mal  que  habiéndole  pedido  licencia  limitada,  y  para  negocio  par- 
ticular, se  quedasen  en  otro  distrito  tan  de  asiento  como  el  caso  pedía. 
Satisfizo  al  P.  Vargas,  ofreció  escribir  al  P.  Fr.  Pedro  Fernández  y  alcanzar 
de  él  consentimiento,  pues  todos  atendían  á  un  mismo  fin,  y  no  era  de  menor 
gloria  del  Señor  servirle  en  Andalucía  que  en  Castilla.  Rendido  el  P.  Fray 
Diego  á  tanta  instancia,  se  sujetó  á  la  obediencia  del  P.  Vargas.  No  ofre- 
ciéndose por  entonces  fundación  nueva  en  Andalucía,  ni  quien  la  pidiese 
propuso  el  P.  Comisario  una  de  dos  casas  de  la  observancia,  ó  la  coro- 
nada de  Jaén  que  entonces  estaba  fuera  de  la  ciudad,  ó  la  limpia  Concep- 
ción de  San  Juan  del  Puerto.  Esta  se  escogió  por  más  pequeña  y  de  menos 
sentimiento  para  los  padres  del  paño,  ó  sea  los  Carmelitas  Calzados. 

>'Dió  el  P.  Comisario  al  P.  Fr.  Diego  de  Santa  María  patentes  bastantes 
de  Vicario,  con  órdenes  al  P.  Provincial,  el  Mtro.  Fr.  Agustín  Suárez,  para 
que  acomodase  aquel  para  los  nuevos  Descalzos  y  los  ayudase  todo  lo 
posible.  Fuese  con  ellos  á  Sevilla  donde  estaba  el  dicho  P.  Mtro.,  que 
obedeciendo  al  Comisario,  desembarazada  la  casa  de  San  Juan,  se  la  en- 
tregó á  los  Descalzos  por  el  mes  de  Octubre  ó  principio  de  Noviembre 
del  año  de  1572.  Acudieron  á  la  Descalcez  de  la  observancia,  Fr.Juan  de 
Heredia.  hermano  del  Vicario,  Fr.  Sebastián  de  Aguilera,  Fr.  Francisco  de 
San  Angelo,  Fr.  Pedro  de  Rivas,  Fr.  Pedro  Espinóla  y  otros.  Descalzáronse 
también  algunos  seglares,  y  entre  ellos  el  P.  Fr.  Ángel  de  la  Presentación, 
nieto  de  un  Duque  de  la  República  de  Genova,  que  después  cumplió  muy 
bien  con  las  obligaciones  de  Descalzo,  y  fué  prelado  muchas  veces.  El 
Comisario  dejó  al  Vicario  buenas  órdenes  y  resguardo  para  que  no  estor- 
base el  Provincial  el  aumento  y  fervoroso  proceder  de  los  Descalzos,  por 
haber  sentido  ciertas  diferencias  que  no  dañaron  poco  á  la  paz,  y  última- 
mente fueron  causa  de  dejar  los  nuestros  este  convento,  como  se  dirá  en 
su  lugar. 

Como  se  ve,  el  primer  convento  de  Descalzos,  en  Andalucía,  fué  de- 
bido á  las  gestiones  del  Dominico  P.  Vargas.  El  convento  de  San  Juan  del 
Puerto,  representa  en  la  provincia  Bética  lo  que  Snn  José  de  Avila  en  la 
de  Castilla,  con  la  sola  diferencia,  de  que  aquel  era  el  primero  de  religio- 
sos Descalzos  y  éste  lo  era  de  religiosas  Descalzas.   Pero  no  se  contentó 


-  395  — 

con  üstu  nuestro  venerable  Píidre.  Aun  hizo  y  trabajó  mucho  más  en  i'a- 
vor  de  la  Reforma.  Expongamos  siquiera  sea  por  alto,  el  amparo  que  con 
su  autoridad  apostólica  la  siguió  prestando. 

Para  no  entretenernos  demasiado  y  hacernos  cansados  al  lector,  toma- 
remos de  la  obra  La  Mujer  Grande  >  escrita  por  un  célebre  carmelita,  los 
siguientes  párrafos  referentes  á  nuestro  propósito. 

<Casi  al  mismo  tiempo  que  en  Andalucía  baja  se  fundaba  la  Reforma 
en  San  Juan  del  Puerto,  se  abrían  las  zanjas  en  Granada  y  la  Peñuela  en 
Andalucía  alta.  El  P.  Fr.  Gabriel  de  la  Peñuela,  carmelita  calzado,  natura! 
de  Übeda,  deseaba  sin  haber  visto  los  religiosos  reformados  que  se  esta- 
bleciesen allí,  y  hablando  con  el  arzobispo  de  Granada  Guerrero  y  otros, 
le  aconsejaron  que  pasara  á  Madrid.  Pidió  licencia  al  comisario  Vargas 
para  descalzarse  y  pasar  así  á  Madrid  y  no  sólo  le  dio  la  licencia  que  pe- 
día, sino  también  para  fundar  Descalzos  en  toda  la  Andalucía.  Pasó  pues 
á  Madrid,  Pastrana  y  Alcalá  y  cdn  la  vista  de  los  Descalzos  se  le  avivó 
más  el  deseo.  A  la  vuelta  vio  á  los  ermitaños  que  había  en  la  Peñuela... 
Uno  de  estos  ermitaños  llamado  el  P.  Pedro  de  San  Angelo,  tomó  el  há- 
bito de  Descalzo  y  dos  compañeros  suyos  fueron  á  instruirse  á  Pastrana. 
El  buen  P.  Gabriel  tuvo  que  volver  á  Madrid  y  Pastrana,  donde  se  detuvo 
hasta  que  mejoró  el  Príncipe  Ruy-Gómez,  que  con  licencia  del  Padre  Co- 
misario envió  por  fin  al  P.  Baltasar  acompañado  del  P.  Gabriel  y  otros 
andaluces  para  que  fueran  allá  y  fundaran  en  Granada  y  luego  en  seguida 
en  la  Peñuela,  siendo  estos  dos  conventos  una  copiosa  fuente  de  donde 
salieron  muchos  Descalzos  á  fundar  otros  conventos,  y  el  ejemplar  que 
movió  á  otros  muchos  de  los  Calzados  á  descalzarse.  Mas  también  con 
esto  se  sembró  la  semilla  de  emulación  entre  unos  y  otros,  viendo  que  la 
una  crecía  y  la  otra  se  minoraba.  Todo  esto  sucedió  hasta  el  año  1573   (1). 

Como  se  vé  por  lo  que  antecede  el  P.  Vargas  prosiguió  con  celo  ver- 
daderamente apostólico  la  obra  comenzada,  y  no  descuidó  ninguno  de 
aquellos  medios  que  pudieran  contribuir  á  que  los  resultados  fueran  más 
rápidos  y  eficaces.  Por  eso  delegó  su  autoridad  de  Visitador  apostólico  en 
el  P.  Baltasar  de  Jesús,  carmelita  de  Andalucía,  que  después  de  pasar  á  la 

(1)     Dia  18  de  Septiembre. 


-396- 

descalcez  en  Pastrana  volvió  á  ruegos  del  P.  Vargas  para  ayudarle  en  la 
obra  comenzada. 

Era  el  P.  Baltasar  famoso  predicador,  hombre  de  sólida  piedad  y  lleno 
de  celo  por  la  Reforma  y  su  propagación,  y  el  P.  Vargas  le  juzgó  cabal  y 
muy  competente  para  conseguir  lo  que  tanto  deseaba,  y  así  le  dio  la  pa- 
tente de  Visitador,  como  el  más  apto  para  el  fin  que  pretendía  (1). 


(1)     <'Desde  Granada  28  de  Abril  de  1573. 

«Fray  Francisco  Vargas,  Maestro  en  Santa  Teología  y  Prior  de  Santa  Cruz  la 
Real,  de  la  Orden  de  Santo  Domingo  de  esta  Ciudad  de  Granada,  y  por  autoridad 
apostólica  Visitador  y  Reformador  de  Orden  de  Nuestra  Señora  del  Carmen  de  esta 
Provincia  de  Andalucía. 

»Por  la  presente  y  por  la  autoridad  apostólica  que  para  ello  tengo,  pretendiendo 
que  en  la  dicha  Orden  de  Nuestra  Señora  del  Carmen  haya  religiosos  que  guarden 
con  mucha  observancia  su  primiiiva  Regla  (lo  cual  he  procurado  con  instancia,  y  he- 
cho para  este  efecto  venir  al  Muy  R.  P.  Fr.  Baltasar  de  Jesús,  prior  de  la  casa  de  San 
Pedro  de  Pastrana,  de  la  dicha  Orden  primitiva  en  la  Provincia  de  Castilla)  doy  y 
cometo  mis  veces  al  dicho  P.  Fr.  Baltasar  de  Jesús  para  que  aquí  en  esta  ciudad  de 
Granada  pueda  tomar  y  tome  una  casa  que  está  en  la  calle  de  los  Gómeles,  donde 
antes  estaba  y  han  estado  frailes  de  la  misma  Orden  de  los  mitigados,  para  que  en 
ella  habiten  y  moren  religiosos,  que  observen  y  guarden  su  primitiva  Regla.  Y  asi- 
mismo, por  la  dicha  autoridad  le  doy  y  cometo  el  Gobierno  de  la  dicha  casa  de  San 
Juan  del  Puerto,  que  es  de  los  mismos  religiosos  primitivos,  y  de  otra  que  ahora  se 
edifica  en  Almonte.  Y  así  de  otras  cualesquiera  casas  que  de  nuevo  se  cdiücaren 
con  título  de  los  dichos  religiosos  primitivos;  para  que  Vos,  el  dicho  P.  Fr.  Baltasar 
de  Jesús,  las  hagáis  administrar  conforme  á  la  Regla  primitiva.  Y  para  el  dicho  efec" 
to,  poner  y  quitar  priores  á  las  dichas  casas,  y  recibir  novicios,  con  tal  que  no  sean 
religiosos  de  los  mitigados,  porque  si  de  esto  se  hubiere  de  recibir  algo,  quiero  y 
es  mi  voluntad  que  no  se  haga  sin  licencia  del  P.  Provincial  de  la  dicha  Provincia. 
Y  para  que  esto  consiga  el  efecto  del  servicio  de  Dios  y  aumento  de  la  dicha  reli- 
gión que  pretendemos,  por  la  autoridad  apostólica  sobredicha,  doy  y  cometo  mis 
veces  y  autoridad  al  dicho  Padre  para  que  él  lo  ponga  y  haga  poner  en  ejecución, 

»Y  así  quiero  y  mando  que  ningún  inferior  nuestro  le  vaya  á  la  mano,  ni  se  entre- 
meta á  tratar  ni  á  conocer  de  cosas  que  toquen  á  los  dichos  conventos  y  religiosos: 
porque  esto  cometemos  al  dicho  P.  Fr.  Baltasar.  Y  si  algo  resultare  que  sea  menes- 
ter consulta  ó  más  eficaz  remedio,  lo  reservamos  para  nuestra  persona,  la  cual  y  no 
otra,  conozca  de  los  dichos  negocios  y  religiosos.  Y  esto  queremos  que  así  se  cum- 
pla y  guarde  en  virtud  de  santa  obediencia  y  so  pena  de  rebelión.  En  fe  de  lo  cual, 


—  397  — 

Ni  aún  con  esto  quedó  satisfecho  el  celo  del  P.  Vargas,  y  asi  como  á 
fuerza  de  instancias  y  de  ruegos  había  conseguido  se  trasladase  á  Anda- 
lucia  ei  P.  Baltasar  de  Jesús,  así  importunando  á  unos  y  á  otros,  negoció  se 
trasladasen  también  á  aquella  provincia  los  PP.  Ambrosio  Mariano  y  Je- 
rónimo Gracián.  Escribió  al  P.  Mariano  (1),  al  P.  Pedro  Fernández  y,  como 
dice  muy  bien  La  Mujer  Grande  en  el  día  1."  de  Octubre  hablando  del 
P.  Baltasar  que  se  llegó  á  Madrid  para  asistir  á  la  muerte  del  Príncipe  Ruy- 


dí  y  mandé  dar  esta  nuestra  carta  y  patente,  firmada  de  mi  nombre  y  sellada  con 
nuestro  sello,  que  comumente  usamos.  Fecha  en  este  nuestro  convento  de  Santa 
Cruz  la  Real  de  esta  Ciudad  de  Granada,  á  veintiocho  de  Abril  de  mil  quinientos 
setenta  y  tres.  -Fr.  Francisco  Vargas,  Visitador.» 
(1)  He  aquí  la  carta: 
«Muy  Reverendo  Padre  mió.  Muy  gran  contento  recibí  con  la  carta  de  V.  R.  por 
saber  que  está  con  salud  que  yo  le  deseo.  A  mí  me  ha  ido  mejor  en  Granada  que  en 
Córdoba,  y  así  me  halló  con  más  fuerzas  y  salud  que  los  años  pasados.  Mucho  qui- 
siera que  el  P.  Prior  de  Pastrana  no  viniera  sin  V.  R.,  para  que  con  mayor  contento 
mío  y  quietud  se  hiciera  lo  que  convenía  al  tomar  de  las  casas  que  acá  se  dieran.  Y 
así  no  he  hecho  tanta  demostración  como  hiciera  porque  como  sean  conocidos  en 
otro  hábito  y  vida  los  que  ahora  vienen  descalzos,  no  son  creídos,  ni  tenidos  en  la 
reputación  que  lo  fueran  los  que  nunca  hubiesen  sido  frailes  entre  ellos:  ni  supieran 
sus  entradas  y  salidas.  Y  así  escribí  al  Señor  Ruy-Gómez,  que  convenía  para  que 
lo  de  acá  tuviese  buen  suceso,  que  los  que  acá  han  ido  á  descalzarse  allá,  no  conve- 
nía volver  acá,  por  muchos  inconvenientes:  y  que  haber  venido  tan  tarde,  y  tan 
pocos  y  conocidos,  y  quedarme  tan  poco  tiempo  de  mi  cuidado  y  visita,  me  acobar- 
daba para  hacer  lo  que  deseaba.  Porque  si  el  tiempo  descubría  algún  inconveniente, 
y  yo  no  era  parte  para  el  remedio,  por  estar  sin  autoridad,  sería  tenido  por  impru- 
dente, por  haber  acometido  lo  que  no  sabía  en  qué  pararía.  Holgaría  en  extremo  que 
V.  Reverencia  viniese  luego  por  acá,  y  trugese  algunos  Padres  de  allá,  que  fuesen 
primitivos  en  la  Orden,  para  que  los  que  han  venido  volviesen:  y  así  se' haría  en 
poco  tieaipo  mucha  hacienda;  y  con  menos  temor  de  desasosiego  haría  más  en  el 
aumento  de  conventos,  y  favcr  para  adelante.  V.  Reverencia  hable  al  Sr.  Principe 
Ruy-Gómez,  dando  á  su  Exclencia  mis  besamanos,  que  por  haber  poco  que  por  la 
vía  del  Señor  Conde  de  Tendilla  escribí  á  su  Excelencia,  no  lo  hago  por  no  ser  mo- 
lesto con  mis  cartas.  En  la  pasada  escribí  lo  que  me  parecía  convenir  para  nuestro 
negocio.  Encamínelo  Nuestro  Señor  como  sea  servido,  y  guarde  á  V.  Reverencia  en 
su  amor  y  gracia.  Granada  y  Junio,  veinte,  de  mil  y  quinientos  setenta  y  tres.  Ad 
jusa  promptíssimus.  Fr.  Francisco  de  Vargas.» 


-  398- 

Gómez:  «Con  la  relación  que  hizo  este  Padre  de  la  Andalucía  y  de  cuanto 
los  deseaban,  se  excitaron  más  los  deseos  de  fundar  allí,  y  más  con  lo 
mucho  que  lo  solicitaba  el  Comisario  apostólico  de  aquella  parte,  el  Padre 
Vargas,  pues  no  cesaba  de  pedir  que  fueran  Descalzos  al  Comisario  de 
Castilla,  el  P.  Fernández  y  á  los  mismos  religiosos>. 

Todas  estas  negociaciones  se  hacían  secretamente  y  con  mucha  maña 
por  no  ofender  al  Provincial  del  Carmen  en  Castilla,  que  lo  era  el  célebre 
P.  Fr.  Ángel  de  Salazar.  Con  este  motivo  el  P.  Ambrosio  Mariano  le  pidió 
licencia  para  irse  á  Andalucía  á  arreglar  ciertos  negocios  que  tenía  allí  pen- 
dientes, y  que  le  diese  por  compañero  al  P.  Gracián.  Accedió  el  Provincial 
á  la  petición,  no  figurándose  ni  ocurriéndosele  el  intento  principal  de  todo 
esto.  Y  aunque  el  P.  Pedro,  que  de  todo  estaba  enterado,  podía  usando  de 
sus  facultades  apostólicas  haber  dado  la  licencia,  pero  en  su  alta  prudencia 
no  creyó  conveniente  proceder  de  esa  manera,  persuadido,  como  estaba  de 
que  el  P.  Salazar  se  había  de  disgustar.  El  P.  Báñez  también  andaba  por 
medio  en  favor  del  P.  Vargas  y  de  las  peticiones  que  hacía.  Así  lo  significa 
embozadamente  Santa  Teresa  cuando  escribiendo  á  su  sobrina  María  Bau- 
tista, priora  de  Valladolid,  la  dice:  -¡O  si  viese  la  baraúnda  que  anda,  aun- 
que en  secreto,  en  favor  de  los  Descalzos!  Es  cosa  para  alabar  al  Señor,  y 
todo  lo  han  despertado  los  que  fueron  á  la  Andalucía  Gracián  y  Mariano. 
Témplame  harto  el  placer  la  pena  que  le  ha  de  dar  á  nuestro  P.  General, 
como  le  quiero  tanto:  por  otra  parte  veo  la  perdición  en  que  quedamos: 
encomiéndenlo  á  Dios.  El  P.  Fr.  Domingo  le  dirá  lo  que  pasa,  y  unos  pape- 
les que  le  envío;  y  lo  que  me  escribiere,  no  lo  envíe  ansí,  sino  con  persona 
cierta,  aunque  se  esté  allá  algunos  diaS'.  Y  añade  el  comentador:  '<E1  Pa- 
dre M.  Fr.  Domingo  Báñez  fué  consejero  y  aun  promotor  fiel  de  este 
negociado,  por  cuya  causa  escribe  á  su  sobrina  la  Santa,  que  Fr.  Domingo 
la  dirá  lo  que  pasa.  Era  también  al  mismo  tiempo  prelado  nuestro  por  sus- 
titución del  principal  Visitador.  Por  lo  cual  le  llamó  al  principio  nuestro 
Padre^  (1). 

Es  imposible  hojear  la  historia  de  la  Reforma  carmelitana,  en  su  na- 
ciente periodo,  sin  encontrarse  con  influyentes  religiosos  dominicos,  á 


(1)     P.  Antonio  de  San  José,  tomo  3.",  carta  59. 


-399- 

quienes  parece  haber  la  Providencia  confiado  el  encargo  de  realizar  tan 
grande  empresa. 

Mas  continuemos  nuestra  historia. 

Con  este  objeto,  enviaron  á  Fr.  Ambrosio  Mariano  y  al  P.  Fr.  Jeró- 
nimo Gracián  de  la  Madre  de  Dios.  Estos  dos  religiosos,  nos  dice  •^La 
Mujer  Grande  en  el  dia  4  del  mismo  mes  de  Octubre,  llegaron  á  Granada 
en  busca  del  Comisario  Vargas,  que  era  Provincial  de  Santo  Domingo,  el 
cual  sustituyó  en  Gracián  su  comisión  apostólica  de  Visitador  del  Carmen 
Calzado  y  Descalzo,  que  tenía  para  aquellas  Provincias  y  aunque  resistió 
mucho  su  admisión,  temiendo  las  resultas  y  quejas  de  los  Observantes,  se 
vio  forzado  á  tomar  esta  Cruz,  que  en  verdad  lo  fué,  y  el  principio  de  to- 
das las  honras  y  deshonras  de  este  V.  P.  Gracián,  como  veremos». 

Acerca  de  esta  delegación,  dice  así  la  Crónica  en  el  capítulo  XXII  del 
libro  111:  No  fué  menor  el  gozo  del  P.  Visitador  Vargas,  viendo  en  su  dis- 
trito al  P.  Mariano  ya  ordenado,  y  al  P.  Fr.  Jerónimo  de  la  Madre  de  Dios 
tan  capaz  para  cualquier  empresa  grande.  Pasados  algunos  días,  que  tomó 
de  tregua  para  conocer  más  de  cerca  á  los  dos,  declaró  al  P.  Jerónimo  ser 
su  intento  sustituir  en  él,  no  solo  el  gobierno  de  los  conventos  Descalzos, 
hechos  y  por  hacer;  sino  también  el  de  los  Calzados,  entendiendo  que  por 
ser  de  una  Orden,  aunque  de  diferente  Observancia,  se  haría  más  prove- 
cho, fiando  del  talento,  virtud  y  celo  del  Padre  cualquier  buen  acierto  y 
efecto  de  Reformación. 

Tomada  esta  determinación  por  el  Comisario  P.  Vargas,  en  vista  de  lo 
mucho  que  se  prometía  del  célebre  P.  Gracián,  ordenó  al  P.  Baltasar  de 
Jesús  que  renunciase  en  dicho  P.  Gracián  (1)  la  comisión  que  tenía. 


(1)  He  aquí  los  términos  en  que  está  concebida  la  renuncia:  «Fray  Baltasar  de 
Jesús,  prior  del  monasterio  de  San  Pedro  de  Pastrana,  de  la  Orden  de  Nuestra  Se- 
ñora del  Carmen  de  ios  primitivos.  Por  la  presente  y  por  la  autoridad  que  del  muy 
R.  P.  M.  Fr.  Francisco  Vargas,  prior  de  Santa  Cruz  la  Real  de  la  ciudad  de  Granada, 
de  la  Orden  de  Santo  Domingo,  como  comisario  apostólico  y  visitador  de  la  Orden 
del  Carmen  de  la  provincia  de  Andalucía,  tengo:  mando  á  vos  Fr.  Jerónimo  Gracián 
de  la  Madre  de  Dios,  fraile  profeso  de  la  dicha  Orden  del  Carmen  de  los  primitivos, 
que  visitéis  y  reforméis  los  conventos  que  hay  en  la  dicha  provincia,  y  hagáis  que 
en  ellos  se  tenga  toda  la  observancia  á  que  son  obligados  por  razón  de  su  Regla,  así 


-400- 

^Fortísimamente  resistió  el  P.  Fr.  Jerónimo  viendo  caer  sobre  si,  y  so- 
bre sus  Descalzos,  el  peso  de  las  contradicciones,  de  las  quejas,  de  los  al- 
borotos, de  los  peligros  y  pleitos,  que  con  esta  ocasión  se  habían  de 
levantar.  Pero  considerando  que  el  ser  comisario  apostólico  le  podia  ser 
de  gran  provecho  para  el  gobierno  de  los  Descalzos  y  que  los  golpes  re- 
parados en  este  escudo,  serian  de  menor  fuerza;  y  que  su  compañero  Ma- 
riano era  del  mismo  parecer,  y  le  pedía  en  recompensa  de  lo  que  por  sus 
razones  había  hecho  en  Toledo,  abrazase  la  cruz  que  se  le  ofrecía,  final- 
mente se  rindió  y  admitió  la  renuncia  de  comisario  apostólico  que  en  él 
hacía  el  P.  Vargas,  para  la  visita  y  Reforma  de  los  Padres  de  la  Observan- 
cia; siendo  entre  todos  concierto  que  se  había  de  callar  esta  Comisión  hasta 
que  llegase  tiempo  sazonado  para  su  ejecución.  Este  fué  el  principio  de 
sus  honras  y  deshonras;  porque  en  la  casa  de  Dios  el  más  querido  es  más 
abatido,  y  el  más  regalado  más  trabajado.  Aquí  llegaron  cartas  del  P.  Pro- 
vincial de  Castilla  Fr.  Ángel  de  Salazar,  en  que  picado  de  las  órdenes  de 
Mariano,  y  de  la  compañía  de  Gracián,  que  le  metían  en  sospecha  de  lo 
que  era;  revocaba  la  patente  y  mandaba  se  volviesen  á  Pastrana,  so  pena 
de  inobedientes  y  contumaces.  Pero  hallándose  seguros  en  conciencia  con 
las  órdenes  del  P.  Vargas,  respondieron  con  sumisión,  estar  prontos  y 
rendidos  á  su  obediencia:  aunque  cuanto  á  la  ejecución  se  las  hubiese  con 
el  P.  Comisario  que  los  tenía  echados  en  otras  cadenas  de  obediencia, 
como  visitador  apostólico  á  quien  no  podían  contradecir.» 

De  todos  estos  datos,  se  infiere  con  claridad  el  interés  grande  del 
P.  Vargas  en  favor  de  la  Descalcez,  y  la  parte  activa  que  tuvo  tanto  en  su 
comienzo  como  en  su  propagación;  sobre  todo,  en  la  fundación  de  los  Con- 
ventos de  Granada  y  la  Peñuela,  seminarios  y  planteles  de  donde  salieron 
más  tarde  varones  verdaderamente  santos,  que  extendieron  la  Reforma  en 
todos  aquellos  reinos.  Pero  lo  que  más  nos  manifiesta  el  celo  de  este 
V.  P.  y  lo  que  la  Descalcez  le  debe,  es  una  carta  que  este  religiosísimo 


y  de  la  manera  que  yo  lo  hiciera.  En  fe  de  lo  cual  os  di  ésta  firmada  de  mi  nombre, 
sellada  con  el  sello  d('  nuestro  convento.  Y  mando  á  todos  los  relij^iosos  os  obedez- 
can en  virtud  de  santa  obediencia  y  so  pena  de  rebelión.  Dada  en  nuestro  convento 
de  Pastrana  á  4  de  Agosto  de  1573.— Fray  Baltasar  de  Jesús,  prior.» 


401  - 


Padre  escribió  al  rey  Felipe  I!,  abogando  en  favor  de  los  hijos  de  Santa 
Teresa,  terriblemente  perseguidos  por  los  PP.  Carmelitas  Calzados. 

La  Crónica  Carmelitana  al  final  del  capitulo  XXIII  del  libro  3."  dice 
asi:  <Poco  después  de  esto  entró  á  visitar  las  casas  de  su  Orden  de  Sevi- 
lla, como  Provincial,  el  P.  M.  Fr.  Francisco  de  Vargas,  y  entendiendo  de  la 
entereza  con  que  los  PP.  Carmelitas  trataban  de  la  fundación  de  los  Des- 
calzos, que  no  pararían  hasta  dar  sus  quejas  al  rey,  le  previno  con  esta 
carta  que  yo  pongo  á  continuación  y  dice  asi: 
«Desde  Sevilla  15  de  Marzo  de  1574. 

»Nuestro  muy  Santo  Padre,  á  instancias  de  vuestra  Majestad,  me  encar- 
gó la  visita  de  los  frailes  carmelitas  de  esta  Provincia  de  Andalucía,  en 
la  cual  yo  he  entendido  cuatro  años  con  toda  la  diligencia  á  mi  posible,  por 
ser  cosa  tan  del  servicio  de  Dios  y  de  Vuestra  Majestad  y  hallé  que  el  to- 
tal remedio  para  esta  reformación  eran  frailes  descalzos  de  Pastrana,  los 
cuales  envié  á  llamar  y  están  en  esta  dicha  ciudad  de  Sevilla  el  Padre  Ma- 
riano y  el  Padre  Maestro  Fray  Jerónimo  Gracián  y  otros  Padres  los  cuales 
con  su  vida  y  doctrina  edifican  mucho  esta  ciudad,  aunque  por  parte 
de  los  Padres  Calzados  no  les  faltan  persecuciones.  He  querido  avisar 
á  Vuestra  Majestad  para  que  en  todo  lo  que  se  ofreciere  les  favorezca  para 
que  la  obra  tan  santa  que  han  comenzado  vaya  adelante  y  los  otros  en- 
mienden sus  vidas,  que  bien  lo  han  menester,  como  más  largo  escribo  al 
Nuncio  de  Su  Santidad.  El  licenciado  Juan  de  Padilla,  que  la  presente  lle- 
va, informará  á  quien  Vuestra  Majestad  dará  el  crédito,  como  de  su  per- 
sona tiene  ya  conocido.  Guárdenosle  Nuestro  Señor  con  vida  de  nuestra 
Señora  la  Reina,  Principe  é  Infantes.  De  esta  ciudad  de  Sevilla  quince  de 
Marzo  de  mil  quinientos  setenta  y  cuatro.  Y  de  su  menor  vasallo  y  siervo 
Fray  Francisco  Vargas,  Ordinis  Prccdicafonwi. 

Ld  simple  lectura  de  la  precedente  carta,  sin  más  comentarios,  basta  por 
si  sola,  para  hacer  ver  lo  que  fué  el  P.  Vargas  con  respecto  á  la  Descal- 
cez, y  la  razón  que  ha  tenido  el  autor  de  la  memoria  anteriormente  citada, 
para  extrañarse  mucho  de  que  algunos  historiadores  no  hayan  hecho  re- 
saltar la  memoria  veneranda  de  este  singular  y  providencial  protector  de 
la  Reforma  en  los  reinos  de  Sevilla  y  Granada. 

Por  todo  lo  expuesto  hasta  aqui,  el  lector  ha  podido  convencerse  ple- 


26 


-402  — 

ñámente  de  cuanto  debe  la  Descalcez  al  Dominico  P.  Vargas,  por  la  parte 
verdaderamente  activa  que  tuvo  para  que  ésta  se  implantase  y  propagase 
en  Andalucía  y  sus  reinos.  No  queremos,  sin  embargo,  terminar  este  capi- 
tulo sin  presentar  otro  testimonio,  que  es  de  mayor  excepción  por  ser  de  la 
misma  Santa  Teresa  de  Jesús. 

Se  hallaba  el  General  de  la  Orden  Carmelitana  sumamente  disgustado 
de  los  PP.  Ambrosio  Mariano  y  Jerónimo  Gracián,  á  quienes  por  falsas 
informaciones  atribuía  el  General  la  fundación  de  conventos  de  Descalzos 
en  Andalucía,  sin  haber  contado  con  él,  ni  obtenido  su  competente  per- 
miso. Desde  Sevilla  le  escribió  Santa  Teresa,  y  disculpa  delante  de  dicho 
General  á  estos  Reverendos  Padres,  manifestándole  que  los  conventos  se 
han  fundado  por  mandamiento  del  Visitador  Apostólico:  «los  monasterios 
escribe,  se  hicieron  por  mandado  del  Visitador  Vargas,  con  la  autoridad 
apostólica  que  tenía»;  y  añade  en  la  misma  carta,  para  disculpar  aún  más  á 
lo  5  sobredichos  padres,  que  el  Visitador  no  sólo  daba  sin  dificultad  y  en 
abundancia  las  licencias  para  fundar,  sino  que  les  rogaba  con  ellas:  «el 
Visitador  de  acá  (de  Andalucía)  ha  dado  tantas  licencias  y  facultades  á  es- 
tos Padres  y  rogádoles  con  ellas,  que  si  V.  S.  ve  las  que  tienen,  entenderá 
no  tienen  tanta  culpa»  (1). 

¿Qué  más  se  puede  decir?  No  tienen  la  culpa  de  las  fundaciones  en 
Andalucía  los  PP.  Descalzos  Ambrosio  y  Gracián,  según  Santa  Teresa, 
sino  el  Visitador  Vargas  que  les  ha  mandado  y  rogádoles  con  licencias;  y 
como  este  padre  tenía  toda  la  autoridad  apostólica,  ni  él  tuvo  culpa  en  ello, 
sino  muchísimo  mérito  delante  de  Dios  y  de  los  hombres;  y  sin  duda,  debe 
ser  considerado  como  el  reformador  de  los  Descalzos  en  Andalucía,  que 
es  la  afirmación  asentada  al  empezar  el  capítulo. 


(1)     La  Fuente,  edición  de  1861,  lomo  2.",  Carta  59. 


CAPÍTULO    XII 

fundación  de  Descalzas  en  Sevilla.  Cos  IPIP.  fr.  Eartolomé  de  flguilar, 

f  r.  Baltasar,  ír.  IPedro  Fernández,  fr.  García  de  Coledo 

y  fv,  francisco  Vargas. 


A  la  muerte  de  San  Pío  V,  ocurrida  en  Mayo  de  1574,  los  Carmelitas 
Calzados  consiguieron  en  Roma  un  contra-breve  y  la  revocación  del 
nombramiento  que  aquel  inmortal  Pontífice  había  hecho  de  los  célebres 
Dominicos  Fr.  Pedro  Fernández  y  Fr.  Francisco  Vargas  para  que  visitasen 
en  España  la  antigua  Religión  Carmelitana  (1). 

Pero  el  Nuncio  de  Madrid,  Monseñor  Hormaneto,  varón  verdadera- 
mente santo,  como  Legado  a  Látete  que  era  para  la  Reforma  de  los  reli- 
giosos, creyó  que  esta  revocación  no  le  impedia  el  disponer  lo  que  cre- 
yese conveniente  á  este  fin;  y  así,  usando  de  sus  facultades  de  Legado  a 
Latere,  nombró  de  nuevo,  ó  más  bien  confirmó  en  el  cargo  de  Visitadores 
del  Carmen  tanto  al  P.  Pedro  Fernández  para  la  provincia  de  Castilla 
como  al  P.  Francisco  Vargas  para  la  de  Andalucía,  y  nombró  además  Vi- 
sitador de  esa  misma  provincia  de  Andalucía  al  joven  Carmelita  Descalzo 
Fr.  Jerónimo  Gracián,  de  suerte  que  eran  Visitadores  in  solidum  los  Padres 
Gracián  y  Vargas  de  la  provincia  de  Andalucía  (2). 


(1)  Esta  revocación  ó  contra-breve  le  obtuvieron  los  Calzados  de  Gregorio 
XIII,  el  13  de  Agosto  de  1574. 

(2)  Esta  comisión  ó  patente  de  Visitadores  in  solidum  á  favor  de  los  RR.  Padres 
Vargas  y  üracian,  la  expidió  el  Nuncio  en  Madrid  á  22  de  Septiembre  del  mismo 


404 


Santa  Teresa  en  ei  libro  de  sus  Fundaciones  nos  refiere  en  el  capítulo 
XXIII  su  primera  entrevista  con  el  P.  Gracián  y  cómo  éste  la  mandó  ir  á 
fundar  á  Sevilla.  Consagra  la  santa  escritora  cuatro  capítulos  á  la  his- 
toria de  esta  fundación  famosa  porque,  después  de  la  de  San  José  de 
Avila,  ó  sea,  la  primera  de  toda  la  Reforma,  ninguna  la  costó,  ni  en  nin- 
guna padeció  tanto,  como  en  la  ciudad  de  Sevilla.  Ni  hallaba  gracia  en  los 
andaluces  ni  éstos  simpatizaban  con  ella,  como  nos  dice  varias  veces  en 
sus  cartas,  todo  lo  contrario  de  lo  que  le  sucedió  en  Castilla  (1).  Por  otra 


año  de  1574,  y  para  más  asegurarse,  consultó  á  Roma,  de  donde  se  le  respondió, 
que  no  obstante  el  contra-breve  podía,  como  Legado  a  Latere  para  la  reforma  de 
las  religiones,  nombrar  por  si  y  ante  sí  á  tales  Visitadores.  En  virtud  de  este  nom- 
bramiento continuó  el  P.  Vargas  su  oficio  de  Visitador  con  el  mismo  celo  y  fervor 
que  hasta  aquí  en  favor  de  la  Descalcez. 

(1)  Como  las  cartas  de  la  mística  Doctora  no  son  ordinariamente  tan  leídas  y 
manoseadas,  como  sus  obras,  nos  parece  oportuno  indicar  algunos  de  esos  lugares 
á  que  aludimos  en  el  texto. 

Escribiendo  desde  Sevilla  á  Diego  Ortiz,  ciudadano  de  Toledo,  le  dice:  «Aquí 
me  ha  ido  bien  de  salud,  gloria  á  Dios.  De  lo  demás,  mejor  me  contentan  los  de  esa 
tierra,  que  con  los  de  esta  no  me  entiendo».  (La  Fuente,  edición  1881,  carta  70). 

Escribiendo  á  su  sobrina  María  Bautista,  priora  en  Valladolid:  «Para  mi  salud 
claro  se  ve  ser  mejor  esta  tierra,  y  aun  en  parte  para  mi  descanso,  por  no  haber 
memoria  de  la  vanidad  que  allá  les  ha  dado  de  mí».  (Id.,  CartalX).  Quiere  decir  con 
esto,  que  en  parte  estaba  mejor  en  Sevilla  que  en  Valladolid  y  Castilla,  porque  en 
Sevilla  no  había  la  vanidad  de  tenerla  por  Santa  como  en  Castilla.  No  solo  no  la  te- 
nían por  Santa,  sino  que  la  pluma  se  resiste  á  estampar  en  el  papel  los  gravísimos 
crímenes  que  la  imputaban  los  andaluces,  como  consta  del  proceso  de  Avila  en  una 
de  las  declaraciones. 

Escribiendo  al  General  de  la  Orden,  le  dice:  «Y  asi  me  estoy  todavía  aquí,  aun- 
que no  con  intento  de  quedarme  siempre  en  esta  casa,  sino  hasta  que  pase  el  invier- 
no, porque  no  me  entiendo  con  la  gente  de  Andalucía»  (Id.,  Carta  74). 

En  otra  carta  á  María  Bautista,  la  dice:  ^Las  injusticias  que  se  guardan  en 
esta  tierra  es  cosa  extraña,  la  poca  verdad,  las  dobleces.  Yo  le  digo,  que  con  razón 
tiene  la  fama  que  tiene...  Fué  gran  ventura  no  le  llevar  (á  su  hermano  D.  Lorenzo)  á 
la  cárcel,  que  es  aquí  como  un  infierno,  y  todo  sin  ninguna  justicia,  que  nos  piden 
lo  que  no  debemos  y  á  él  por  fiador».  (Id.,  Caria  75). 

En  carta  al  I'.  Ambrosio  Mariano,  le  decía:  «¡Oh  las  mentiras  que  acá  andan!  ¡Es 
cosa  que  desvanece!-  (id.,  Carta  76). 


-405 


parte  el  demonio  debía  tentarla  iikís  allí,  como  con  mucha  gracia  fios  lo 
indica  ella  misma  por  estas  palabras:  <No  sé  si  el  mismo  clima  de  la  tierra, 
que  he  oido  siempre  decir  los  demonios  tienen  más  mano  allí  para  tentar, 
que  se  la  debe  dar  Dios,  y  en  esto  me  apretaron  á  mí,  que  nunca  me  vi 
más  pusilánime  y  cobarde  en  mi  vida,  que  allí  me  hallé:  yo  cierto  á  mí 
misma  no  me  conocía.  ^ 

De  buena  gana  copiaríamos  aquí  algunos  importantes  pasajes  de  los  mu- 
chos que  contienen  estos  capítulos  relativos  á  la  fundación  que  nos  ocupa; 
pero  nos  alargaríamos  demasiado  y  así  sólo  diremos  que  el  célebre  P.  Domi- 
nico Fr.  Bartolomé  Aguilar,  la  ayudó  sobremanera  en  esta  fundación  como 
consta  de  la  carta  que  Santa  Teresa  escribió  á  la  V.  M.  de  San  José,  priora 
del  convento  de  Sevilla.  Dice  así  la  Santa  (1):  «Jesús  sea  con  ella,  Hija 
mía.  Antes  que  se  me  olvide,  ¿cómo  nunca  me  dice  de  mi  P.  Fr.  Bartolomé 
de  Aguilar,  el  Dominico?  Pues  yo  le  digo,  que  le  debemos  harto,  que  el 


Por  el  contrario  ya  hemos  indicado  en  otra  parte  como  la  Santa  elogia  la  forma- 
lidad de  ciertos  mercaderes  ricos  de  Toledo,  que  fueron  los  fundadores;  también 
hemos  apuntado  algo  de  las  grandes  alabanzas  que  hace  de  las  ciudades  castella- 
nas de  Burgos  y  Falencia,  y  sobre  todo  de  la  gente  de  Falencia,  dice  así  en  sus 
fundaciones:  '<Toda  la  gente  es  de  la  mejor  masa  y  nobleza  que  yo  he  visto»;  y  un 
poco  más  adelante  añade:  *es  gente  virtuosa  la  de  aquel  lugar,  si  yo  la  he  visto  en 
mi  vida  ,  (capítulo  XXIX). 

La  Santa  supo  corresponder,  cosa  natural  en  ella,  á  tanto  amor  y  bondad  con 
fineza  extraordinaria,  y  así  se  dice  que  en  una  ocasión  santamente  conmovida,  dio 
con  ternura  un  abrazo  á  uno  de  los  caballeros  de  más  representación  en  la  ciudad 
de  Falencia.  Consta  este  hecho  singular  por  el  testimonio  del  F.  Antonio  de  San 
José,  quien  exponiendo  la  carta  58  del  tomo  4.°,  dice  así:  «En  la  nostdata  habla  de 
un  caballero  muy  principal  de  Falencia,  llamado  Suero  de  Vega,  y  de  su  mujer 
Doña  Elvira  Manrique,  hija  del  Conde  de  Osorio,  ambos  tan  devotos  de  la  Santa, 
que  cuando  partió  de  Falencia  la  salieron  acompañando  hasta  medía  legua.  Tal  era 
el  recelo  de  la  Santa,  que  con  haber  estado  tanto  tiempo  en  Falencia,  y  deber  tan- 
tos favores  á  este  virtuoso  caballero,  nunca  le  corrió  el  velo,  y  por  eso  la  deseó 
conocer  en  el  camino;  y  entonces  fué,  cuando  enternecida  la  Santa  de  su  devoción, 
con  aquel  donaire  del  cielo,  con  que  trataba  á  su  amigo,  le  dio  con  gran  ternura  un 
abrazo». 
(1)    Tomo  2.0,  carta  86. 


—  406- 

mucho  mal  que  me  dijo  de  la  otra  casa  que  teníamos  comprada,  fué  prin- 
cipio de  salir  de  ella:  que  cada  vez  que  se  me  acuerda  la  vida  que  tuvie- 
ron, no  me  harto  de  dar  gracias  á  Dios.  Sea  por  todo  alabado.  Crea  que 
es  muy  bueno,  y  que  para  cosas  de  religión,  que  tiene  más  experiencia 
que  otro.  No  querría  que  dejase  alguna  vez  de  llamarle,  que  es  muy  buen 
amigo  (1)  y  bien  avisado,  y  no  se  pierde  tener  tales  personas  un  monas- 
terio. Ya  le  escribo,  envíele  la  carta  .  El  comentador  escribe  así  expo- 
niendo las  anteriores  palabras:  '<En  el  número  primero  se  queja  de  María 
de  San  José,  de  que  nada  dice  del  P.  Fr.  Bartolomé  de  Aguilar,  Dominico, 
que  favoreció  mucho  á  la  Santa  en  aquella  fundación.  Nunca  faltaron  á  su 
favor  los  hijos  del  gran  P.  Santo  Domingo.  Dice  la  Santa:  Que  lo  llamen, 
y  lo  traten,  que  es  buen  amigo.  Los  Sumos  Pontífices  llaman  á  la  Religión 
de  Santo  Domingo:  Ordo  verítatis,  Orden  de  la  verdad,  y  solo  en  los  bue- 
nos amigos  se  halla  la  verdad.  Por  eso  un  amigo  no  tiene  precio,  como 
dice  el  Espíritu  Santo».  En  otra  carta  á  la  misma  priora  escribe  Santa  Te- 
resa lo  siguiente:  (2)  «El  P.  Fr.  Bartolomé  de  Aguilar  dice,  que  las  trataría 
más,  sino  que  no  se  lo  piden,  y  que  como  es  subdito,  es  menester.  No 
deje  de  pedirle  algún  sermón  y  enviarle  á  ver,  que  es  muy  bueno >.  Este 
venerable  padre  con  frecuencia  la  visitaba,  mientras  estuvo  la  Santa  en 
Sevilla:  y  así  escribiendo  al  P.  Ambrosio  Mariano  le  dice:  (3)  «El  buen 
Prior  de  las  Cuevas  ha  venido  acá  dos  veces,  (está  contentísimo  de  la 
casa)  y  Fr.  Bartolomé  .de  Aguilar  una,  antes  que  se  fuese,  que  ya  escribí  á 
Vuestra  Reverencia  iba  á  Capítulo. 

En  otras  cartas  que  escribía  Santa  Teresa  á  la  misma  priora  de  Sevilla 
la  preguntaba  con  frecuencia  por  la  salud  de  este  P.  Dominico:  «Dígame 
si  está  bueno  Fr.  Bartolomé  de  Aguilar». 

También  comunicó  en  Sevilla  con  otro  V.  Dominico,  el  P.  Baltasar,  con 
quien  consultó  si  su  sobrina  Teresa  podía  vivir  dentro  del  convento,  como 


(1)  Sube  de  punto  la  alabanza  que  Santa  Teresa  hace  del  buen  P.  Bartolomé, 
diciendo  ^wc  es  buen  amií^o,  tratándose  de  Andalucía,  donde  es  gran  cosa  hallar  un 
amigo,  como  dice  la  Santa  Ma.dre  en  otra  de  sus  cartas. 

(2)  La  Fuente,  edición  1881.  Carta  153. 

(3)  La  Fuente,  edición  1881,  tomo  4.".  Carta  7Q. 


—  407  — 

la  misma  Santa  lo  escribe  al  P.  Gradan  con  estas  palabras:  (1)  Que  no  se 
puede  dar  hábito  de  menos  de  doce  años:  mas  criarse  en  el  monasterio,  si. 
También  lo  ha  dicho  Fr.  Baltasar  el  Dominico. 

Terribles  fueron  las  contradicciones  que  la  santa  fundadora  padeció  en 
la  ciudad  de  Sevilla;  pero  aun  fueron  mayores  las  que  padecieron  sus  hijas 
después  que  su  Santa  Madre  volvió  á  Castilla  en  1576,  con  ocasión  prin- 
cipalmente de  un  clérigo  confesor,  siervo  de  Dios,  pero  ignorante  y  con- 
fuso como  le  llama  la  V.  María  de  San  José  Priora  de  aquel  convento.  En 
esta  tan  grande  tribulación  las  ayudó  con  sus  consejos  el  V.  P.  Fr.  Pedro 
Fernández  como  lo  testifica  la  misma  Priora  en  una  extensa  relación  que 
escribió  y  en  la  cual  nos  dice  entre  otras  cosas  (2):  Ofrecióse  venir  á  esta 
coyuntura  á  Sevilla  con  su  General  el  P.  M.  Fr.  Pedro  Fernández  (que  ha- 
bía sido  nuestro  Visitador)  de  la  Orden  de  Santo  Domingo:  encargóle 
nuestra  Madre  entendiese  este  pleito  y  nos  concertase.  Venido  y  entendida 
la  maraña,  me  mandó  que  en  ninguna  manera  le  dejase  confesar  mis  mon- 
jas, sino  que  le  enviase  con  Dios.    (3)  Sobre  este  mismo  punto  se  ocupa- 


(1)  La  Fuente,  edición  1881,  tomo  4°,  Carta 06. 

(2)  La  Fuente,  tomo  b.*^',  edición  1881,  página  35. 

(3)  La  causa  de  esta  gran  tribulación  que  padecieron  las  hijas  de  Santa  Teresa 
de  Jesús  en  Sevilla,  fué  un  confesor  ignorante,  aunque  por  otra  parte  era  santo  y 
virtuoso.  La  Santa  con  este  motivo  escribe  así  en  la  carta  84  del  tomo  2.°:  Espan- 
tada me  tiene  tan  gran  desatino  de  querer  que  el  confesor  traiga  el  que  él  quisiere- 
Bueña  costumbre  sería  Como  no  he  visto  el  papel  de  nuestro  Padre,  no  puedo  decir 
nada,  que  pensado  hé  escribir  á  Garci-Alvarez,  y  pedirle,  que  cuando  hubiere  de 
comunicar  algo,  se  deje  de  maestros  de  espíritu,  y  busque  grandes  letrados,  que 
estos  me  han  sacado  de  muchos  trabajos.  ■ 

El  Comentador  añade:  «El  confesor  que  dio  motivo  al  espanto  de  la  Santa,  fué 
el  buen  García  Alvarez,  que  con  título  de  mayor  bien  espiritual,  abría  la  puerta  á 
la  mayor  relajación.  Ni  Homero  dejó  alguna  vez  de  dormitar,  ni  los  virtuosos  dejan 
de  tener  sus  bajíos  en  la  virtud.  Este  capellán,  y  confesor  dio  en  entremeterse  en 
el  gobierno  del  convento,  y  en  gastar  tiempo  excesivo  con  algunas  religiosas,  lle- 
vándolas cuantos  confesores  querían;  y  porque  la  priora  le  iba  á  la  mano,  conmo- 
vió toda  Sevilla,  consultando  á  todos  los  conventos  sobre  si  la  priora  se  podía  me- 
ter en  lo  que  tocaba  á  confesión  ¡Miren  qué  confusión!  Ella  duró  hasta  el  año  de  77 
y  más,  hasta  que  llena  de  amargura,  la  Santa  encargó  se  enterase  de  todo  al  Padre 


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ron  después  el  Nuncio  con  los  asistentes,  entre  ellos  los  PP.  Pedro  Fer- 
nández y  Hernando  del  Castillo,  como  lo  asegura  el  Autor  de  la  Miijef 
Grande,  el  día  8  de  Noviembre,  por  estas  palabras:  <E1  asunto  de  las  mon- 
jas de  Sevilla  se  volvió  á  examinar  por  el  Nuncio  y  sus  conjueces  y  el  pa- 
dre Ángel  Salazar,  y  se  reconoció  la  inocencia  de  todas  las  Religiosas  y 
Religiosos  y  se  dio  por  nula  la  privación  de  la  Priora  María  de  S.  José  y 
se  la  restituyó  el  oficio  como  consta  de  la  patente  de  este  año  1579  á  28 
de  Junio-  (1). 

Aun  podemos  presentar  otro  título  sobre  lo  que  fueron  los  Dominicos 
con  respecto  á  las  Descalzas  de  Sevilla  por  la  carta  que  la  Santa  escribió 
á  la  priora,  hablándole  del  P.  García  de  Toledo.  Dice  así:  «En  gran  ma- 
nera me  holgué  de  saber  que  estaba  ahí  el  mi  buen  P.  Fr.  García.  Dios  le 
pague  tan  buenas  nuevas,  que  aunque  me  lo  habían  dicho,  no  lo  acababa 
de  creer,  según  lo  deseaba.  Muéstremele  mucha  gracia,  que  hagan  cuenta 
que  es  fundador  de  esta  Orden,  según  lo  que  me  ayudó,  y  así  para  con  él 
no  se  sufre  velo:  para  todos  los  demás  sí,  en  especial  y  general,  y  con  los 


Maestro  Fr.  Pedro  Fernández,  Visitador  que  Iiabía  sido  de  los  Descalzos,  y  iba 
acompañando  á  su  General  á  Sevilla.  Avcrií^uado  el  origen  de  la  turbación  por  este 
gran  Dominico;  y  enterado  de  todo,  mandó  á  la  priora  despidiese  al  buen  Alvarez 
y  no  le  dejase  confesar  á  sus  monjas,  cuyo  acertado  parecer  aprobó  después,  y  con- 
firmó nuestro  P.  Fr.  Nicolás.» 

Permítasenos  llamar  la  atención  sobre  la  sentencia  pronunciada  aquí  por  la  Mís- 
tica Doctora:  «Déjese  de  Maestros  de  espíritu  (esto  es,  de  conferores  ignorantes  y 
beatos),  y  busque  grandes  letrados,  que  estos  me  han  sacado  de  muchos  trabajos.» 
(1)  El  P.  Antonio  de  San  José  en  los  comentarios  á  la  carta  28  del  tomo  2.",  dice 
así:  "En  el  número  tercero  habla  de!  fin  dichoso  que  tuvo  la  tribulación  de  las  reli- 
giosas de  Sevilla,  y  de  su  prelada  la  madre  María  de  San  José,  á  quien  privaron  los 
padres  Calzados  de  voz  y  lugar,  y  del  oficio  de  priora  por  una  siniestra  informa- 
ción, que  contra  ella  se  hizo,  la  cual  vista  y  examinada  por  el  nuevo  Vicario 
General,  juntamente  con  el  Nuncio  y  sus  cuatro  asistentes,  descubrieron  la  false- 
dad del  proceso,  reconocieron  la  inocencia  de  las  religiosas  y  Descalzos,  que  tam- 
bién padecieron,  no  poco,  en  su  crédito  y  reputación;  dieron  por  nula  la  privación 
de  la  prelada,  y  la  restituyeron  á  su  debido  honor  y  oficio.  Consta  todo  de  la  pa- 
tente despachada  en  este  particular  por  el  P.  Fr.  Ángel  de  Salazar  su  data  en  Ma- 
drid á  28  de  Junio  de  1579». 


—  409- 


Descalzos  los  primeros,  que  asi  se  hace  en  todas  las  cosas-.  Al  decir  la 
Santa  que  no  se  sufre  velo  con  el  P.  García  de  Toledo,  bien  se  puede 
comprender  la  intimidad  y  comunicación  de  espíritu  que  la  Santa  Madre 
deseaba  en  sus  hijas  con  este  Reverendo  Padre,  á  quien,  según  su  sentir, 
se  le  debe  considerar  como  el  fundador  de  esta  Orden  (1). 

Se  ha  visto  anteriormente  que  el  V.  Nuncio  Hormaneto,  gran  protector 
de  la  Reforma,  nombró  visitadores  in  solidum  de  Calzados  y  Descalzos  en 
Andalucía  á  los  PP.  Vargas,  Dominico,  y  Gracián,  Carmelita  Descalzo. 
^  Tuvieron  noticia  de  esto  los  PP.  Observantes  (Calzados)  dice  la  Cróni- 
ca; (2)  y  viendo  en  tanta  altura  á  un  Descalzo,  y  mozo  así  en  edad  como 
en  años  de  religión:  y  que  los  padres  eran  juzgados  por  los  hijos,  y  pos- 
trada á  su  parecer  la  autoridad  del  Generalismo:  y  dados  con  este  hecho 
por  insuficientes  todos  los  PP.  de  España  con  orden  á  la  Reforma.  No  me 
espanto  que  vivamente  lo  sintiesen,  y  derramasen  quejas  é  hiciesen  otras 
demostraciones  de  amargura  .  Alcanzaron  un  breve  Pontificio  para  impe- 
dir la  visita  del  P.  Gracián  y  habiendo  sabido  esto  el  Rey  quiso  que  el 
P.  Vargas  provincial  de  los  Dominicos,  haciendo  él  antes  la  visita  reco- 
giese ese  Breve. 

Este  Breve  es  distinto  del  que  hicimos  mención  al  empezar  el  capítulo. 
Aquel  le  hemos  llamado  contra-breve,  y  así  le  llaman  los  historiadores, 
porque  por  él  revoc(J  Gregorio  XHl  el  breve  en  que  había  nombrado  San 

(1)  También  defendió  á  María  de  San  José  el  P.  F.  Juan  de  las  Cuevas  en  una 
información  que  sobre  ella  se  hizo,  y  en  la  cual  se  dio  comisión  á  este  Padre,  para 
que  como  Juez  diese  en  este  asunto  su  parecer  y  sentencia. 

«Y  en  efecto,  á  María  de  San  José,  por  este  delito  de  recurrir  al  Papa,  la  tuvieron 
en  la  cárcel  por  espacio  de  nueve  meses  con  un  candado  á  la  puerta,  sin  dejarle  oir 
misa  sino  los  d.as  de  precepto,  y  comulgar  de  mes  á  mes,  y  eso  se  pudo  conseguir 
á  fuerza  de  lágrimas  de  las  monjas  y  de  la  priora,  «pues  en  nueve  meses  que  allí  me 
tuvieron  (dice  la  venerable  Sor  María),  no  se  enjugaron  sus  ojos.>.  Hubo  de  mediar 
el  P.  Cuevas.  Dijeron  los  frailes  que  la  castigaban,  porque  seguía  corresoondencia 
con  el  P.  Gracián,  y  que  tenían  las  cartas;  pero  habiendo  dicho  aquel  fraile  domini- 
co, que  las  enseñaran  y  la  convencieran  con  ellas,  y  viendo  que  los  frailes  bus- 
caban pretextos,  conoció  la  falsedad  y  la  calumnia^.  (La  Fuente,  edición  de  1861, 
tomo  1.",  página  263,  libro  de  las  Constituciones.) 

(2)  Libros.",  capítulo  XLill. 


—  410  — 

Pío  V,  Visitadores  á  los  Dominicos  P.  Pedro  Fernández  y  P.  Francisco 
Vargas. 

El  breve  de  que  ahora  hablamos  le  consiguieron  los  Calzados  del  mis- 
mo Pontífice  Gregorio  XIII,  para  impedir  al  P.  Gracián  la  comisión  "que  el 
Nuncio  Hormaneto  le  había  dado  de  visitarles.  Por  eso  se  explica  que  el 
Rey  encargase  al  Arzobispo  de  Sevilla  (1)  que  el  Dominico  P.  Vargas  al 
hacer  la  visita  de  los  calzados  recogiese  el  Breve  que  éstos  habían  obteni- 
do para  que  no  los  visitase  el  P.  Gracián  (2). 

Muy  diferentes,  eran  dice  el  autor  de  la  Mujer  Grande  (en  el  día  8  de 
Octubre),  las  ideas  del  General  Rúbeo,  y  las  del  Nuncio  Hormaneto,  pues 
cada  uno  nombraba  Visitadores  contrarios,  y  con  contrario  objeto... >  En 
efecto  el  General  juntó  Capítulo  en  Plasencia  de  Italia  á  22  de  Mayo  de 
1575,  y  leída  allí  la  revocación  de  los  Visitadores  por  el  Papa,  se  formaron 


(1)  Era  por  este  tiempo  Arzobispo  de  Sevilla  D.  Cristóbal  de  Rojas  y  Sandoval, 
varón  eminente  por  sus  letras,  y  sobre  todo  por  su  celo  de  la  disciplina.  Él  fué 
quien  movió  al  Rey  Felipe  II,  á  que  solicitase  del  Papa  S.  Pío  V,  el  nombramiento 
de  visitadores  apostólicos  para  la  Orden  del  Carmen.  Para  consolidar  más  y  más 
la  virtud  de  Santa  Teresa,  dispuso  la  divina  providencia,  tuviese  que  padecer  tam- 
bién bastantes  contradicciones  de  parte  del  Arzobispo;  pero  según  consta  de 
una  deposición  jurídica,  el  día  3  de  Junio  de  1576,  en  que  vencidas  todas  las  difi- 
cultades se  hizo  la  fundación  con  la  asistencia  de  tan  ilustre  Prelado,  éste,  puesto 
de  rodillas  ante  Santa  Teresa  y  en  presencia  de  un  público  innumerable,  la  pidió 
le  echase  la  bendición.  Acto  es  este  que  revela  la  grandeza  de  alma  de  tan  eminen- 
te Prelado  y  el  concepto  que  había  formado  de  la  Santa  Madre  Teresa  de  Jesús. 

(2)  He  aquí  la  carta  del  Rey  al  Arzobispo  de  Sevilla. 

'Muy  Reverendo  en  Cristo,  Padre  Arzobispo  de  Sevilla  del  nuestro  Consejo. 
Habiendo  entendido  por  aviso  del  Conde  de  Barajas,  que  á  vos  y  á  él  ha  parecido  que 
no  se  podía  haber  el  breve  que  los  frailes  del  Carmen  han  (raido  de  Su  Santidad, 
sino  dando  orden  que  el  Provincial  Fr.  Francisco  Vargas,  como  Comisario  Apostó- 
lico, trate  de  visitar  el  convento  de  esa  ciudad,  que  haciendo  así  es  verosímil  que  se 
querrán  eximir  con  su  breve,  y  que  entonces  se  les  podría  tomar:  y  lo  he  tenido  por 
buen  remedio,  para  el  fin  que  se  lleva,  y  así  escribo  y  envío  á  mandar  al  dicho  Pro- 
vincial que  venga  luego  ahí,  y  que  haga  lo  que  vos  le  niandáredes  sin  declararle  la 
particularidad,  como  lo  veréis  por  mi  carta,  que  irá  con  esta,  para  que  monstrán- 
dola  al  asistente,  de  común  acuerdo  do  ambos,  se  use  de  ella  cómo  y  cuándo  conven- 
ga: y  en  virtud  de  ella  advertiréis  al  dicho  provincial  del  término  que  debe  guardar 


—  411  - 

los  decretos  siguientes:  Primero  que  los  observantes  no  admitan  Visitado- 
res, sino  conforme  y  con  orden  del  General  y  resistan  á  los  indebidamente 
electos.  Segundo,  por  cuanto  los  Descalzos  han  fundado  fuera  de  Castilla, 
contra  la  facultad  del  General,  en  Granada,  Sevilla,  y  Peñuela,  y  no  quie- 
ren obedecer  al  General,  manda  el  Capítulo  se  deshagan  dichos  conventos 
en  el  término  de  tres  días,  bajo  las  censuras  acostumbradas.  Tercero,  que 
sean  también  deshechos  los  conventos  Descalzos  de  que  hubiere  fuera  de 
Castilla,  y  si  hay  alguno  dentro  sin  licencia  del  General.  Cuarto,  que  todos 
los  Descalzos  sean  visitados  por  los  que  nombre  el  General,  y  á  este  fin 
se  nombra  con  pleno  poder  á  Fr.  Jerónimo  Tostado,  de  la  Observancia, 
portugués,  y  se  le  instruye  para  que  hable  al  Rey.  Era  de  mucho  talento  y 
maña,  y  aun  más  política...  Sucesos  son  estos  bien  extraños  y  encontra- 
dos. El  General  en  Roma  y  Plasencia  con  autoridad  del  Papa  y  de  su  Ca- 
pítulo quita  los  Visitadores  que  había,  y  nombra  un  Calzado  para  deshacer 
ó  dividir  los  Descalzos.  El  Nuncio  con  las  facultades  de  tal,  nombra  á  Gra- 
cián,  que  era  Descalzo,  y  confirma  al  P.  Vargas  con  plenos  poderes  sobre 
unos  y  otros»  (1). 

Ya  veremos  en  los  capítulos  siguientes  cómo  arreció  de  día  en  día  más 
y  más  la  tempestad  contra  la  Reforma  y  la  Santa  Reformadora,  y  el  auxilio 
grande  que,  en  medio  de  esas  tormentas  recibió  de  los  hijos  de  Domingo: 
al  presente  sólo  diremos  para  terminar  este  capítulo  que,  en  la  fundación 
de  Descalzas  en  Sevilla,  la  Santa  encontró  allí  un  buen  amigo  que  se  inte- 
resó por  ella  y  á  quien  se  le  debió  harto;  así  como  al  P.  Baltasar  que  la 


en  el  efecto  de  lo  que  se  pretende,  y  para  ello  le  haréis  el  favor  y  asistencia  que  fuere 
menester,  que  lo  mismo  haría  el  asistente  por  su  parte,  como  ya  se  envió  á  mandar, 
y  avisareisme  del  suceso  que  este  negocio  tuviere,  que  guiado  por  vos  será  bueno. 
Del  Monasterio  de  San  Lorenzo  á  seis  de  Enero  de  mil  quinientos  setenta  y  cinco. 
Yo  el  Rey.  Por  mandado  de  Su  Majestad.  Gabriel  de  Zayas.  -  El  efecto  de  esta 
carta  del  Rey  no  nos  consta;  presumo  de  la  diligencia  de  tales  ministres,  que  sería 
cual  se  deseaba. 

(1)  Mientras  Santa  Teresa  llevó  á  cabo  esta  fundación  de  Sevilla,  se  fundó  tam- 
bién el  convento  de  Descalzas  de  Caravaca.  La  Santa  no  se  halló  por  lo  tanto  pre- 
sente, pero  á  ella  se  la  debe,  como  puede  verse  en  el  capítulo  XXVII  de  las  Funda- 
ciones, donde  refiere  todo  lo  ocurrido  en  este  caso. 


-412  — 

sacaba  de  las  dudas  que  tenía:  al  provincial  santo,  el  P.  Pedro  Fernández, 
visitador  de  Castilla,  que  con  suma  prudencia  supo  cortar  los  abusos  de 
un  confesor  que,  aunque  santo,  era  ignorante  y  con  esas  ignorancias  habla 
puesto  en  grande  apuro  á  las  hijas  de  Santa  Teresa,  en  especial  á  la  gran 
priora  María  de  San  José:  al  P.  García  de  Toledo,  con  quien  á  su  vuelta 
de  las  Indias,  aquellas  santas  religiosas  comunicaron  su  espíritu,  porque 
según  frase  de  Teresa  de  Jesús,  se  le  debía  considerar  como  Fundador  de 
la  Orden;  sin  olvidar  al  célebre  P.  Vargas,  recogiendo  el  Breve  de  los  Cal- 
zados, y  secundando  los  deseos  de  S.  M.  en  Sevilla. 


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CAPÍTULO    XIII 

Arrecia  la  tempestad  contra  la  Descalcez.-ei  IP.  IPedro  f  ernández.-- 
Caridad  de  los  Dominicos.-On  letrado  Dominico. 

Las  persecuciones  que  hasta  aquí  se  han  historiado  eran  en  cierto 
modo  tolerables,  porque  tanto  el  General  de  la  Orden  Carmelitana,  como 
el  Nuncio  de  Su  Santidad  en  Madrid,  tenían  sus  ojos  puestos  en  Teresa 
de  Jesús,  y  se  complacían  al  ver  que  Dios  en  su  amorosa  providencia  ha- 
bía suscitado  en  los  últimos  tiempos  á  esta  mujer  extraordinaria,  para  re- 
novar en  la  Orden  del  Carmen  el  espíritu  de  los  grandes  profetas,  Elias  y 
Eliseo.  Mas  los  juicios  de  Dios  son  un  abismo,  y  para  que  apareciese  y  se 
manifestase  al  mundo  más  y  más  lo  que  valía  Teresa  de  Jesús  y  se  pre- 
sentase delante  de  Dios  y  de  los  hombres  como  un  espectáculo  de  admi- 
ración-por  sus  virtudes  y  ánimo  mucho  más  que  de  mujer,  permitió  se  le- 
vantase una  tremenda  tormenta,  la  mayor  que  sufrió  la  Descalcez,  porque 
venía  de  quien  era  más  sensible,  de  quien  no  era  de  esperar  sino  la  pro- 
tección y  el  apoyo.  Pero  informaron  falsamente  al  General,  y  éste  con  su 
Capitulo,  es  decir,  toda  la  Orden,  se  declaró  en  guerra  contra  la  gran  Te- 
resa, que  tanto  había  trabajado  por  extenderla. 

Por  otra  parte  Dios  se  llevó  al  Nuncio  santo,  al  bondadoso  Hormane- 
to,  y  vino  en  su  lugar,  á  Madrid  otro,  mal  informado  también  contra  la 
Reforma,  y  resuelto  á  acabar  con  toda  la  Descalcez.  En  el  presente  capí- 
tulo, y  en  los  siguientes  se  verá  el  papel  que  los  dominicos  desempeña- 
ron, y  cómo  en  estus  instantes  supremos,  en  este   periodo,  el   más  álgido 


r 


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que  tuvo  la  obra  inmortal  de  la  Reforma,  no  faltaron  los  frailes  de  Santo 
Domingo  á  su  amparo. 

Empecemos  por  transcribir  las  palabras,  bien  sentidas  por  cierto,  con 
que  la  Santa  Madre  pinta  esos  dias  de  prueba  y  de  gran  tribulación.  Dice 
asi  en  el  capítulo  XXVII  de  sus  Fundaciones:  «También  habéis  oido  cómo 
era,  no  sólo  con  licencia  de  nuestro  Rdvmo.  P.  General,  sino  dada  debajo 
de  precepto  ó  mandamiento  después;  y  no  sólo  esto,  sino  que  cada  casa 
que  se  fundaba,  me  escribía  recibir  grandísimo  contento,  habiendo  fun- 
dado las  dichas:  que  cierto  el  mayor  alivio  que  yo  tenía  en  los  trabajos, 
era  ver  el  contento  que  á  él  le  daba,  por  parecerme  que  en  dársele  servía 
á  Nuestro  Señor,  por  ser  mi  perlado,  y  dejado  de  eso  yo  le  amo  mucho. 
O  es  que  su  Majestad  fué  servido  de  darme  ya  algún  descanso,  ó  que  al 
demonio  le  pesó,  porque  se  hacían  tantas  casas  á  donde  se  servía  á  Nues- 
tro Señor.  Bien  se  ha  entendido  no  fué  por  voluntad  de  nuestro  padre  ge- 
neral; porque  me  había  escrito,  suplicándole  yo  no  me  mandase  ya  fundar 
más  casas,  que  no  lo  haría,  porque  deseaba  fundase  tantas  como  tengo 
cabellos  en  la  cabeza,  y  esto  no  había  muchos  años.  Antes  que  me  viniese 
de  Sevilla,  de  un  capítulo  general  que  se  hizo  á  donde  parece  se  había  de 
tener  en  servicio  lo  que  se  había  acrecentado  la  Orden,  tráenme  un  man- 
damiento dado  en  el  definitorio,  no  sólo  para  que  no  fundase  más,  sino 
para  que  por  ninguna  vía  saliese  de  la  casa  que  eligiese  para  estar,  que 
es  como  manera  de  cárcel.  Porque  no  hay  monjas,  que  para  cosas  nece- 
sarias al  bien  de  la  Orden,  no  las  pueda  mandar  ir  el  Provincial  de  una 
parte  á  otra,  digo  de  un  monasterio  á  otro,  y  lo  peor  era,  estar  disgustado 
conmigo  nuestro  padre  general,  que  era  lo  que  á  mí  me  daba  pena,  harto 
sin  causa,  sino  con  informaciones  de  personss  apasionadas.  Con  esto  me 
dijeron  otras  dos  cosas  de  testimonios  bien  graves,  que  me  levantaban. 

-Yo  os  digo,  hermanas,  para  que  veáis  la  misericordia  de  nuestro  Se- 
ñor, y  cómo  no  desampara  su  Majestad  á  quien  desea  servirle,  que  no  sólo 
no  me  dio  pena, sino  un  gozo  tan  accidental, que  no  cabía  en  mí;  de  manera, 
que  no  me  espanto  de  lo  que  hacía  el  Rey  David,  cuando  iba  delante  del 
arca  del  Señor;  porque  no  quisiera  yo  entonces  hacer  otra  cosa,  según  el 
gozo,  que  no  sabía  cómo  le  encubrir.  No  sé  la  causa,  porque  en  otras  gran- 
des murmuraciones  y  contradicciones  en  que  me  he  visto,  no  me  acaeció 


-415- 

tal,  mas  al  menos  la  una  cosa  destas,  que  me  dijeron  era  gravísima.  Que 
esto  de  no  fundar,  si  no  era  por  el  disgusto  del  Reverendísimo  general,  era 
gran  descanso  para  mi,  y  cosa  que  yo  deseaba  muchas  veces  acabar  la 
vida  en  sosiego,  aunque  no  pensaban  esto  los  que  lo  procuraban,  sino 
que  me  hacían  el  mayor  pesar  del  mundo,  y  otros  buenos  intentos  tenían 
quizá.  También  algunas  veces  me  daban  contento  las  grandes  contradic- 
ciones y  dichos,  que  en  este  andar  á  fundar  ha  habido,  con  buena  inten- 
ción unos,  otros  por  otros  fines:  mas  tan  gran  alegría  como  de  esto  sentí, 
no  me  acuerdo  por  trabajo  que  me  venga  haberla  sentido;  que  yo  confie- 
so, que  en  otro  tiempo,  cualquiera  cosa  de  las  tres  que  me  vinieron  jun- 
tas, fuera  harto  trabajo  para  mí.  Creo  fué  mi  gozo  principal  parecerme 
que,  pues  las  criaturas  me  pagaban  así,  que  tenía  contento  al  Criador. 
Porque  tengo  entendido,  que,  el  que  lo  tomare  por  cosas  de  la  tierra,  ó 
dichos  de  alabanzas  de  los  hombres  está  muy  engañado,  dejado  de  la 
poca  ganancia  que  en  esto  hay:  una  cosa  les  parece  hoy,  otra  mañana;  de 
lo  que  una  vez  dicen  bien,  presto  tornan  á  decir  mal.  ¡Bendito  seáis  Vos, 
Dios  y  Señor  mío,  que  sois  inmutable  por  siempre  jamás!  Amen.  Quien 
os  sirviere  hasta  la  fin  vivirá  en  vuestra  eternidad». 

En  el  capitulo  XXVIII  continúa  así:  '<Acabada  la  fundación  de  Sevilla, 
cesaron  las  fundaciones  por  más  de  cuatro  años:  la  causa  fué,  que  comen- 
zaron grandes  persecuciones,  muy  de  golpe  á  los  Descalzos  y  Descalzas, 
que  aunque  ya  había  habido  hartas,  no  en  tanto  extremo,  que  estuvo  á 
punto  de  acabarse  lodo.  Mostróse  bien  lo  que  sentía  el  demonio  este  santo 
principio,  que  nuestro  Señor  había  comenzado  y  ser  obra  suya,  pues  fué 
adelante.  Padecieron  mucho  los  Descalzos,  en  especial  las  cabezas,  de 
graves  testimonios  y  contradicciones  de  casi  todos  los  Padres  Calzados. 

< Estos  informaron  á  nuestro  Rdvmo.  P.  General,  de  manera  que,  con 
ser  muy  santo  y  el  que  había  dado  la  licencia  para  que  se  fundasen  todos 
los  monasterios,  fuera  de  San  José  de  Avila,  que  fué  el  primero  que  este 
se  hizo  con  licencia  del  Papa,  le  pusieron  de  suerte,  que  ponía  mucho 
porque  no  pasasen  adelante  los  Descalzos,  que  con  los  monasterios  de 
las  monjas  siempre  estaba  bien.  Y  porque  yo  ayudaba  á  esto  le  pusieron 
desabrido  conmigo,  que  fué  el  mayor  trabajo  que  yo  he  pasado  en  estas 
fundaciones,  aunque  he  pasado  hartos;  porque  dejar  de  ayudar  á  que  fue- 


-416- 

se  adelante  la  obra,  adonde  yo  claramente  vía  servirse  nuestro  Señor,  y 
acrecentarse  nuestra  Orden,  no  me  lo  consentían  muy  grandes  letrados, 
con  quien  yo  me  confesaba  y  aconsejaba:  y  ir  contra  lo  que  vía  quería  mi 
perlado,  érame  una  muerte;  porque,  dejada  la  obligación  que  le  tenía  por 
serlo,  amábale  muy  tiernamente,  y  debíaselo  bien  debido.  Verdad  es,  que 
aunque  yo  quisiera  en  esto  darle  contento,  no  podía,  por  haber  visitado- 
res apostólicos,  á  quien  forzado  había  de  obedecer». 

Arreció  la  tempestad  con  la  muerte  del  santo  Nuncio  Hormaneto  y 
venida  del  nuevo  Monseñor  Filipo  Sega.  Santa  Teresa  continúa  diciendo 
asi  en  el  mismo  capítulo:  «Murió  un  Nuncio  santo,  que  favoreció  mucho 
la  virtud  y  ansí  estimaba  los  Descalzos.  Vino  otro,  que  parecía  le  había 
enviado  Dios  para  ejercitarnos  en  padecer,  (1)  era  algo  deudo  del  Papa, 
y  debe  ser  siervo  de  Dios,  sino  que  comenzó  á  tomar  muy  á  pechos  fa- 
vorecer á  los  Calzados,  y  conforme  á  la  información  que  le  hacían  de 
nosotros,  enteróse  mucho  en  que  era  bien  no  fuesen  adelante  estos  prin- 
cipios, y  ansí  comenzó  á  ponerlo  por  obra  con  grandísimo  rigor,  conde- 
nando á  los  que  le  pareció  le  podían  resistir,  encarcelándolos,  desterrán- 
dolos. 

«Los  que  más  padecieron,  fué  el  P.  Fr.  Antonio  de  Jesús,  que  es  el  que 
comenzó  el  primer  monasterio  de  Descalzos,  y  el  P.  Fr.  Jerónimo  Gracián 
á  quien  había  hecho  el  Nuncio  pasado  visitador  apostólico  del  Paño,  con 
el  cual  fué  grande  el  disgusto  que  tuvo,  y  con  el  P.  Mariano  de  San  Be- 
nito. De  estos  Padres  he  dicho  ya  quiénes  son  en  las  fundaciones  pasadas: 
otros  de  los  más  graves  penitenció,  aunque  no  tanto.  A  estos  ponía  muchas 
censuras,  que  no  tratasen  de  ningún  negocio:  bien  se  entendía  venir  todo 
de  Dios,  y  que  lo  primitía  su  Majestad  para  mayor  bien,  y  para  que  fuese 
más  entendida  la  virtud  de  estos  Padres,  como  lo  ha  sido.  Puso  perlado 


(1)  Monseñor  Filipo  Sega:  había  estado  con  Don  Juan  de  Austria  en  Bélgica,  y 
desde  allí  vino  á  España.  Antes  de  que  saliera  de  Italia  para  Bélgica,  procuraron 
los  carmelitas  italianos  congraciarse  con  él,  como  lo  consiguieron,  por  medio  de  su 
pariente  el  Cardenal  Boncompagni,  protector  de  los  calzados,  y  sobrino  del  Papa 
Gregorio  XIII.  De  aquí  la  prevención  del  Nuncio  contra  Santa  Teresa  y  su  instituto. 
(La  Fuente;  tomo  1.",  capítulo  XX VIH,  nota  4.'\  edición  1801). 


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del  Paño,  para  que  visitase  nuestros  monasterios  de  monjas  y  de  frailes, 
que  á  haber  lo  que  él  pensaba,  fuera  harto  trabajo,  y  ansí  se  pasó  grandísi- 
mo, como  se  escribirá  de  quien  lo  sepa  decir  mejor  que  yo.  No  hago  sino 
tocar  en  ello,  para  que  entiendan  las  monjas  que  vinieren,  cuan  obligadas 
están  á  llevar  adelante  la  perfección,  pues  hallan  llano  lo  que  tanto  ha  cos- 
tado á  las  de  ahora,  que  algunas  de  ellas  han  padecido  muy  mucho  en 
estos  tiempos  de  grandes  testimonios,  que  me  lastimaba  á  mí  muy  mucho 
más  de  lo  que  yo  pasaba,  que  esto  antes  me  era  gran  gusto.  Parecíame  ser 
yo  la  causa  de  toda  esta  tormenta,  y  que  si  me  echasen  en  la  mar,  como  á 
Jonás,  cesaría  la  tempestad». 

Sabido  es  por  la  historia  el  amor  sincero  (1)  que  los  Duques  de  Alba 
profesaron  siempre  á  Teresa  de  Jesús,  y  el  interés  que  se  tomaron  para  se- 
cundar los  planes  de  ésta  y  ayudarla  con  el  prestigio  de  su  poder  y  su 
nombre.  Por  eso,  cuando  el  gran  Duque  vio  amenazada  de  muerte  la  obra 
de  Teresa  de  Jesús  se  preocupó,  como  era  natural,  de  este  peligro  y  pen- 
só seriamente  en  los  medios  que  pudieran  conjurarla.  En  su  alta  penetra- 
ción, se  persuadió,  y  con  razón,  que  el  medio  y  remedio  más  eficaz  para 
ello  era  se  personase  en  Madrid  el  célebre  dominico  P.  Fr.  Pedro  Fernán- 
dez. Prudente  fué  esta  medida:  la  persecución  procedía  de  informacio- 
nes falsas  que  se  habían  llevado  á  cabo,  de  buena  ó  de  mala  fe,  contra 
Santa  Teresa  y  sus  conventos;  y  por  lo  tanto,  se  necesitaba  quien  deshi- 
ciese semejantes  testimonios.  Y  ¿quién  podía  hacer  esto  con  más  segu- 
ridad de  buen  éxito  que  el  visitador  apostólico,  que  por  su  oficio  cono- 
cía la  vida  verdaderamente  santa  practicada  por  los  hijos  é  hijas  de  Teresa 
de  Jesús?  ¿Quién  en  aquellas  circuntancias  podía  con  más  conocimiento 
de  causa  informar  sobre  el  asunto?  Por  otra  parte,  la  cualidad  de  la  per- 
sona daba  autoridad  á  sus  palabras.  Ya  se  ha  dicho,  que  por  su  virtud 
mereció  en  la  Orden  de  Santo  Domingo  el  renombre  de  Provincial  Santo, 
por  sus  letras  mereció  asistir  como  teólogo  al  Concilio  Tridentino;  y  so- 
bre todo,  el  haber  sido  Comisario  Apostólico,  le  había  conquistado  un 


(1)  Cuando  la  Duquesa  se  encontraba  en  los  últimos  instantes  de  su  vida,  im- 
ploraba con  fervor  el  auxilio  de  la  Santa  Madre  Teresa  de  Jesús,  y  la  decía:  «Acor- 
daos Madre  Teresa,  que  habéis  sido  mi  amiga». 

27 


I 


—  418  — 

prestigio  que  no  era  fácil  encontrar  en  ningún  otro.  No  es  extraño  que 
cuando  Teresa  supo  el  proyecto  que  tenían  concebido  los  Duques  sus 
confidentes  y  fidelísimos  amigos,  calificase  esa  idea  y  pensamiento,  de 
pensamiento  del  cielo,  ó  para  usar  de  su  frase  de  traza  venida  del  cielo. 
Así  se  lo  significó  á  la  Duquesa  de  Alba  en  carta  que  la  escribió  con  este 
motivo. 

En  efecto;  cuando  llegó  á  la  Santa  Madre  la  noticia  del  proyecto  del 
Duque,  de  que  el  P.  Pedro  Fernández  se  presentase  en  Madrid  al  señor 
Nuncio,  y  abogase  por  la  separación  de  los  Descalzos,  sacándoles  del  go- 
bierno de  los  Calzados,  á  quienes  el  Nuncio  Sega  les  había  sujetado, 
Santa  Teresa  escribía  á  la  Duquesa  y  la  decía  (1): 

'<Acá  me  han  dicho  la  merced  que  su  Excelencia  nos  hace  á  todos.  Yo 
digo  á  V.  Excelencia,  que  es  tanta,  que...  si  su  Excelencia  nos  favorece  en 
esto,  es  como  librarnos  de  la  cautividad  de  Egipto.  Hánme  dicho,  que  su 
Excelencia  ha  mandado  venga  á  este  negocio  el  P.  M.  Fr.  Pedro  Fernán- 
dez. Es  todo  el  bien  que  nos  puede  venir,  porque  conoce  á  los  unos  y  á 
otros.  Parece  traza  venida  del  cielo.  Plega  á  nuestro  Señor  guarde  á  su 
Excelencia  para  remedio  de  pobres  y  afligidos.  Muchas  veces  beso  á  su 
Excelencia  las  manos,  por  tan  grande  merced  y  favor:  y  á  V.  Excelencia 
suplico  me  haga  merced  de  poner  mucho  en  esta  venida  del  P.  Fr.  Pedro 
Fernández  á  esa  Corte,  y  dar  calor  en  ello.  Mire  V.  Excelencia  que  este 
negocio  toca  á  la  Virgen  Nuestra  Señora,  que  ha  menester  ser  ahora  am- 
parada de  personas  semejantes  en  esta  guerra  que  hace  el  demonio  á  su 
Orden:  pues  muchos  y  muchas  no  entraran  en  ella,  si  pensaran  estar 
sujetas  á  quien  ahora  las  ponen...» 

El  anotador  comenta  así  las  anteriores  palabras  de  la  Santa  (2):  «En  el 
número  segundo  hace  la  Santa  á  esta  Señora  su  segunda  y  principal  sú- 
plica, á  cuya  consecución  se  ordenaría  la  primera.  Parece  que  el  gran  Du- 
que, viendo  en  aquella  sazón  el  disfavor  del  Nuncio,  y  la  contradicción 
de  los  Padres  Calzados  para  con  los  Descalzos,  meditó  el  prudente  arbi- 
trio de  su  importante  separación.  Para  este  fin  procuró  fuese  á  la  Corte  el 


íl)     Carta  169.  La  Fuente,  edición  1861. 

(2)     P.  Antonio  de  San  José,  tomo  3.",  Carta  3/\  nota  11.-'' 


-419- 

insigne  Dominico  Fr.  Pedro  Fernández,  que  como  dice  la  Santa  conocía 
bien  á  los  unos  y  á  los  otros.  Califica  este  noble  pensamiento  por  traza 
del  cielo:  insiste  por  la  venida,  aprobando  la  separación  con  excelentes 
razones-. 

Por  este  mismo  tiempo,  es  decir,  cuando  Santa  Teresa  era  abandonada 
y  perseguida  de  todos,  los  dominicos  de  Santo  Tomás  de  Avila  la  sirven 
con  caridad  en  su  convento  de  San  José.  Así  se  lo  significó  al  P.  Gracián 
á  quien  escribió  diciendo:  -Tenemos  sermón  esta  tarde  (1)  del  M.  Daza, 
harto  bueno;  los  Dominicos  nos  hacen  mucha  caridad  que  predican  dos 
cada  semana  y  los  de  la  Compañía  uno».  A  lo  cual  añade  el  comentador: 
«Elogia  la  caridad  de  los  PP.  Dominicos  que  predicaban  á  las  Religiosas 
de  Avila  dos  sermones  cada  semana  y  uno  los  de  la  Compañía,  y  aquel 
día  esperaban  al  M.  Daza.  Como  quien  dice:  todos  predicaban;  pero  más 
que  todos  los  de  la  Orden  de  Predicadores».  Después  de  este  elogio,  que 
hace  de  la  caridad  grande  de  los  Dominicos,  trata  de  tranquilizar  al  Padre 
Gracián  que  se  hallaba  en  estos  mismos  dias  muy  perturbado  y  confuso 
sobre  sí  podía  ó  no  continuar  la  visita  que  le  había  confiado  el  Nuncio 
Hormaneto  contra  la  voluntad  del  Nuncio  Sega,  que  se  lo  había  pro- 
hibido. Santa  Teresa  acude  á  consultar  el  caso  con   los  letrados  de  la 
Orden  de  Santo  Domingo,  en  quienes  ella  confiaba,  y  cuando  éstos  la 
aseguraron  sobre  este  punto  tan  delicado,  tratándose  de  materias  de  ju- 
risdicción, la  Santa  escribió  al  P.  Gracián  para  que  se  sosegase;  y  así  le 
decía: 

<Tornando  á  lo  que  decía,  ya  escribí  á  Pablo  (el  mismo  P.  Gracián) 
mucho  há,  que  un  gran  letrado  Dominico,  contándole  yo  todo  lo  que  ha- 
bía pasado  con  Matusalén,  creo  me  dijo,  que  ninguna  fuerza  tenía,  que 
había  de  mostrar  por  donde  hacía  lo  que  hacía:  ansi  que  en  eso  no  hay 
ahora  que  hablar-.  Sobre  estas  palabras  escribe  así  el  P.  Antonio  de  San 
José:  <En  el  número  octavo  torna  á  sosegarle  sus  escrúpulos  de  la  comi- 
sión dada,  esto  es,  por  el  Sr.  Hormaneto,  Nuncio  anterior  (á  quien  antes 
llamaba  como  aquí  á  Sega,  Matusalén)  apoyándole  su  dictamen  con  el 
parecer  de  un  gran  letrado  del  Orden  de  la  Verdad  . 


(1)     P.  Antonio  de  San  Josc,  tomo  4.",  Carta  25. 


n 


-420- 

Este  parecer  del  gran  letrado  Dominico  como  la  Santa  le  llama,  aun- 
que no  nos  diga  su  nombre,  fué  autorizado  por  los  gravísimos  doctores 
de  las  Universidades  de  Alcalá  y  Salamanca  que  por  mandato  del  Rey 
fueron  consultadas  acerca  de  dicho  punto.  En  vista  de  esto  el  Rey  por 
medio  de  su  Consejo  despachó  una  provisión  en  que  mandaba  como  nos 
dice  la  Crónica,  libro  4.*^,  capitulo  XXVIII  á  todas  las  ciudades,  villas  y 
lugares  y  gobernadores  de  ellas,  recogiesen  cualquier  Breve,  ó  mandiito 
del  Nuncio,  que  perteneciese  al  gobierno  de  las  Religiones,  por  no  haber 
exhibido  las  comisiones  que  para  esto. traía».  El  Nuncio  al  verse  así  con- 
trariado se  descompuso  y  destempló  mucho,  no  con  el  Rey  á  quien  temía, 
sino  con  Santa  Teresa  y  los  Padres  más  señalados  de  la  Descalcez,  y  en- 
tonces fué  cuando  llamó  á  la  Santa:  «Fémina  inquieta,  andariega  desobe- 
diente y  contumaz,  que  á  título  de  devoción  inventaba  malas  doctrinas, 
andando  fuera  de  la  clausura,  contra  el  orden  del  Concilio  Tridentino  y 
Prelados:  enseñando  como  Maestra,  contra  lo  que  San  Pablo  enseñó, 
mandando  que  las  mujeres  no  enseñasen  >. 

Tal  era  el  concepto  que  de  la  Santa  Madre  tenia  el  representante  del 
Papa  en  España.  Santa  Teresa  era  para  él,  una  mujer  rebelde  y  contumaz, 
desobediente  á  su  Orden,  á  la  Iglesia  y  á  San  Pablo.  En  esa  categoría  se 
hallaba  la  que  ha  sido  y  será  siempre  modelo  de  sumisión  y  dispuesta  á 
padecer  mil  muertes  por  defender  la  menor  ceremonia  de  la  Iglesia.  En 
esta  disposición  estaba  el  Sr.  Nuncio,  cuando  se  presentó  á  hablarle  de 
parte  de  Dios  y  de  la  justicia  atropellada  el  visitador  dominico.  Ya  vere- 
mos en  los  capítulos  siguientes  la  eficacia  que  tuvieron  sus  palabras  para 
deshacer  tamaños  testimonios  y  calumnias.  Santa  Teresa  aunque  esperaba 
principalmente  del  cielo  el  auxilio  necesario  para  conjurar  la  tempestad 
tan  terrible  que  estamos  historiando,  no  se  descuidaba  en  lo  humano, 
como  virgen  prudentísima,  de  tomar  las  medidas  y  en  echar  mano  de 
cuantos  recursos  pudo,  para  que  se  hiciera  luz  en  semejantes  tinieblas,  y 
no  contenta  con  que  nuestro  P.  Pedro  informase  de  la  verdad  de  las  co- 
sas al  Nuncio  de  su  Santidad,  escribió  también  al  Rey  Felipe  II,  hablán- 
dole  muy  claro  sobre  el  punto  que  tratamos.  Imploraba  en  esa  carta  su 
protección  contra  los  Calzados  y  se  querellaba  en  ella  de  la  tropelía  que 
acababan  de  cometer  con  San  Juan  de  la  Cruz,  á  quien  nuestro  P.  Pedro, 


-421  - 

siendo   visitador  apostólico  había  puesto  por  confesor  del  convento  de  la 
Encarnación  á  petición  de  la  misma  Santa  Teresa  (1). 

(I)    He  aquí  la  Carta  de  Santa  Teresa  al  Rey: 

«Jesús.  La  gracia  del  Espíritu  Santo  sea  siempre  con  vuestra  majestad,  amen. 
Yo  tengo  muy  creído  que  ha  querido  nuestra  Señora  valerse  de  vuestra  Majestad 
y  tomarle  por  amparo  para  el  remedio  de  su  Orden;  y  así  no  puedo  dejar  de  acudir 
á  vuestra  Majestad  con  las  cosas  de  ella.  Por  amor  de  nuestro  Señor  suplico  á 
vuestra  Majestad  perdone  tantos  atrevimientos. 

«Bien  creo  tiene  vuestra  Majestad  noticia  de  cómo  estas  monjas  de  la  Encarna- 
ción han  procurado  llevarme  allá,  pensando  habrá  algún  remedio  para  librarse  de 
los  frailes,  qu:*  cierto  les  son  gran  estorbo  para  el  recogimiento  y  religión  que  pre- 
tenden. Y  de  la  falta  de  ella  que  ha  habido  allí  en  aquella  casa,  tienen  toda  la  culpa. 
Ellos  están  en  esto  muy  engañados,  porque  mientras  estuviesen  sujetas  á  que  ellos 
las  confiesen  y  visiten,  no  es  do  ningún  provecho  mi  ida  aüi;  al  menos  que  dure,  y 
así  lo  dije  sii;mpre  al  Visitador  Dominico  y  él  lo  tenía  bien  entendido... 

^Para  algún  remedio,  mientras  esto  Dios  hacía,  puse  allí  en  una  casa  un  fraile 
Descalzo,  tan  gran  siervo  de  nuestro  S^ñor,  que  las  tiene  bien  edificadas  con  otro 
compañero,  y  espantada  está  la  ciudad  del  grandísimo  provecho  que  allí  ha  hecho, 
y  así  le  tiene  por  un  Santo,  que  en  mi  opinión  lo  es  y  ha  sido  toda  su  vida... 

•  Informad;)  de  esto  el  Nuncio  pasado  y  del  daño  que  hacían  los  del  Paño,  por 
l:\rga  información  que  se  le  llevó  de  la  ciudad,  envió  un  mandamiento  con  desco- 
munión para  los  que  tornasen  allí;  que  los  Calzados  los  habían  echado  con  hartos 
denuestos  y  escándalo  de  la  ciudad,  y  que  so  pena  de  descomunión  no  fuese  allá 
ninguno  del  paño  á  negociar,  ni  á  decir  misa,  ni  á  confesar,  sino  los  descalzos  y 
clérigos.  Con  esto  ha  estado  bien  la  casa,  hasta  que  murió  el  Nuncio  que  han  tor- 
nado los  Calzados;  y  así  torna  la  inquietud,  sin  haber  mostrado  por  donde  lo  pue- 
dan hacer. 

»Y  ahora  un  fraile  que  vino  á  absolver  á  las  monjas,  las  ha  hecho  tantas  moles- 
tias y  tan  sin  orden  y  justicia,  que  están  bien  afligidas  y  no  libres  de  las  penas  que 
antes  tenían,  según  me  han  dicho.  Y  sobre  todo  hales  quitado  éste  los  confesores, 
que  dicen  le  han  hecho  Vicario  Provincial,  y  debe  ser  porque  él  tiene  más  partes 
para  hacer  mártires  que  otros,  y  tiénelos  presos  en  su  monasterio,  y  descerrajaron 
'as  celdas,  y  tomáronles  en  lo  que  tenían  los  papeles. 

»Está  todo  el  lugar  bien  escandalizado,  cómo,  no  siendo  prelado,  ni  mostrando 
por  donde  hace  ésto  (que  ellos  están  sujetos  al  Comisario  Apostólico)  se  atreven 
tanto,  estando  este  lugar  tan  cerca  de  donde  está  vuestra  Majestad,  que  ni  parece 
temen  que  hay  justicia,  ni  á  Dios.  A  mi  me  tiene  muy  lastimada  verlos  en  sus  ma- 
nos, que  há  dias  que  lo  desean,  y  tuviera  por  mejor  que  estuvieran  entre  moros, 


I 


—422- 

Concluyamos  el  presente  capítulo  haciendo  constar  cómo  el  P.  Pedro 
Fernández,  padre  y  protector  de  la  Descalcez,  al  arreciar  la  tempestad 
contra  ésta,  á  instancia  del  Duque  de  Alba  se  traslada  á  la  Corte  con  el 
fin  de  deshacer  los  nublados  que  se  cernían  sobre  las  inocentes  cabezas 
de  los  hijos  é  hijas  de  la  ínclita  Teresa  de  Jesús,  defendiéndolos  ante  el 
Nuncio  que  los  miraba  con  ojos  nada  favorables.  Empresa  bien  fácil  por 
cierto  era  ésta  para  un  hombre  de  las  dotes  y  experiencia  de  nuestro  ve- 
nerable Padre.  Con  sólo  exponer  al  representante  de  la  Santa  Sede  lo  que 
había  visto  y  oido  en  las  diferentes  excursiones  que  en  virtud  de  su  oficio 
había  hecho  á  las  casas  y  monasterios  de  la  Reforma,  tenían  por  fuerza 
que  desvanecerse  todas  las  preocupaciones  contra  ellos.  No  deseaba  más 
la  Santa:  lo  único  por  que  anhelaba  era  que  fuesen  conocidos  de  todos,  es- 
pecialmente de  sus  perseguidores  la  aspereza  y  fervor  de  espíritu  con  que 
vivían  sus  hijos.  Y  porque  el  P.  Pedro  sabía  perfectamente  todo  esto  y  el 
prestigio  de  su  autoridad  y  canas  le  colocaban  en  condiciones  de  poder 


porque  quizá  tuvieran  más  piedad.  Y  este  fraile  tan  siervo  de  Dios  está  tan  flaco 
de  lo  mucho  que  Ht  padecido,  que  temo  su  vida. 

»Por  amor  de  nuestro  Señor  suplico  á  vuestra  Majestad  mande  que  con  breve- 
dad le  rescaten,  y  que  se  dé  orden  cómo  no  padezcan  tanto  con  los  del  paño  estos 
pobres  Descalzos  todos:  que  ellos  no  hacen  sino  callar  y  padecer,  y  ganan  mucho; 
mas  dase  escándalo  en  los  pueblos  que  este  mismo  que  está  aquí,  tuvo  este  verano 
preso  en  Toledo  á  Fr.  Antonio  de  jesús,  que  es  un  bendito  viejo,  el  primero  de  to- 
dos sin  ninguna  causa,  y  así  andan  diciendo  los  han  de  perder,  porque  lo  tiene  man- 
dado el  Tostado.  Sea  Dios  bendito,  que  los  que  habían  de  ser  remedio,  para  quitar 
que  fuese  ofendido,  lo  sean  para  tantos  pecados  y  que  cada  dia  lo  harán  peor. 

))Si  vuestra  Majestad  no  manda  poner  remedio,  no  sé  en  qué  ha  de  parar,  por- 
que ningún  otro  tenemos  en  la  tierra.  Plega  á  nuestro  Señor  nos  dure  muchos  años. 
Yo  espero  en  El  que  nos  hará  esta  merced,  pues  se  ve  tan  solo  de  quien  mire  por 
su  honra.  Continuamente  se  lo  suplicamos  todas  estas  siervas  de  vuestra  Majestad 
y  yo.  Fecha  en  San  José  de  Avila  á  iV  de  Diciembre  de  MDLXXVll.  Indigna  sierva 
y  subdita  de  vuestra  Majestad.— Teresa  de  Jesús,  carmelita  >.  (Carta  170,  La  Fuente, 
edición  de  1861.) 

Comentando  esta  Carta  el  Sr.  La  Fuente  escribe  lo  siguiente:  «Se  ve,  pues,  que 
Santa  Teresa  interponía  un  recurso  de  protección  (no  de  fuerza,  pues  no  había  pro- 
cedimiento judicial^  pero  obraba  por  mandato  divino,  pues  se  le  había  dicho  por 
el  Señor  que  acudiese  al  Rey... 


—  423  - 

ser  oido  y  atendido  de  aquellos  en  cuyas  manos  estaba  el  remedio  de 
esos  males;  por  eso  la  Santa  califica  de  traza  divina  su  ida  á  Madrid  y  los 
hechos  vinieron  á  probar  que  no  eran  vanas  semejantes  esperanzas. 

Nótese  además  la  expresión  en  que  la  agradecidísima  Santa  hace 
constar  -la  mucha  caridad  que  nos  hacen  los  Dominicos  durante  la  cruel 
persecución  á  que  se  vieron  expuestos,  y  el  dictamen  que  en  trance  tan 
apurado  emiíió  el  gran  letrado  Dominico,  y  que  después  fué  plenamente 
confirmado  por  las  Universidades  de  Alcalá  y  Salamanca.  Todo  esto  es 
una  prueba  más  de  que  los  Dominicos  miraron  siempre  como  propio  todo 
lo  que  se  refiere  á  Santa  Teresa  y  á  su  Reforma. 


-*-- 


I 


C  A  PITU  LO    XIV 

Señala  el  IRey  cuatro  asistentes  al  nuncio,  entre  ellos  á  los  Domini- 
cos tremando  del  Castillo 
y  IPedro  f  ernández.-Suceso  misterioso  que  tuvo  lugar 
en  este  tiempo. 

No  se  hizo  de  rogar  el  P.  Pedro,  siempre  dispuesto  á  amparar  á  la 
Descalcez,  de  la  que  había  sido  y  era  gran  padre  y  protector,  y  bien  ac- 
tuado de  lo  que  los  duques  y  la  santa  fundadora  deseaban,  llegado  á  la 
Corte,  habló  al  Nuncio,  al  Rey  y  al  conde  de  Tendilla  que  siempre  íavo- 
reció  á  Santa  Teresa  y  su  obra. 

Por  otra  parte,  la  carta  que  Santa  Teresa  escribió  al  Rey  y  que  se 
ha  visto  en  el  capitulo  anteri()r  produjo  el  efecto  que  era  de  esperar  y 
así,  yendo  el  Nuncio  á  visitarle  pocos  días  después  le  dijo  estas  gravísi- 
mas palabras:  < Noticia  tengo  de  la  contradicción  que  los  Carmelitas  Cal- 
zados hacen  á  los  Descalzos,  la  cual  se  puede  tener  por  sospechosa, 
siendo  contra  gente  que  profesa  rigor  y  perfección.  Favoreced  á  la  virtud 
que  me  dicen  que  no  ayudáis  á  los  Descalzos    (1). 

Estas  palabras  causaron  al  Nuncio  honda  impresión  y  para  acabar  de 
persuadirle  este  grave  asunto  dispuso  la  divina  Providencia  que  en  aque- 
llos días  le  hablase  también  el  conde  de  Tendilla,  persona  muy  afecta  íí 
los  Descalzos,  quien  le  informó  de  su  vida  ejemplar,  de  la  opinión  que 
tenían  en  todo  el  Reino  con  grandes  y  pequeños,   de   las  sinrazones  que 

(1)     Crónica  Carmelitunu,  libro  4.",  capítulo  XXXVl. 


-426- 

les  hacían  los  adversarios,  asegurándole  que  la  causa  de  todos  estos  dis- 
gustos no  era  otra  que  haber  resucitado  la  Regla  que  habían  enterra- 
do. -Díjole  (1)  que  el  Rey  estaba  firme  en  su  defensa;  que  el  Papa 
los  estimaba,  que  era  cosa  fuerte  y  peligrosa  oponerse  á  dos  potestades 
tan  grandes.  Que  querer  destruir  lo  que  con  tanto  cuidado  y  desvelo 
Pío  V.  Santísimo  Pontífice,  había  edificado  no  podía  ser  muy  seguro  en 
conciencia.  Que  dejarse  llevar  de  las  informaciones  de  la  parte,  era  contra 
todo  el  derecho.  Últimamente  que  su  honor  y  crédito  peligraba  en  todas 
partes,  viéndole  tan  opuesto  á  los  Reformados,  y  que  el  Papa  no  se  daría 
por  satisfecho  de  su  servicio,  no  mudando  de  estilo. 

Profunda  mella  hicieron  en  el  ánimo  del  Nuncio  el  tono  de  convic- 
ción y  la  eficacia  de  las  razones  con  que  este  príncipe  abogó  por  la  causa 
de  los  hijos  de  Santa  Teresa.  Trató  el  Nuncio  de  justificar  su  celo  y  since- 
rar su  conducta  (2),  '<y  entre  las  demás  razones  que  para  ello  adujo,  quiso 
Dios  que  dijese  ésta,  de  donde  comenzó  el  remedio.  Señor  para  que  Usía 
vea  cuan  justificado  es  mi  deseo,  y  cuan  enderezado  al  servicio  de  su  Ma- 
jestad, holgaré  que  señale  algunas  personas  que  conmigo  asistan  ú  la  de- 
terminación de  las  causas  que  se  tratan,  para  que  con  su  autoridad  me 
compongan  con  el  Reino,  y  Rey  y  sea  premiada  la  virtud,  y  castigado  el 
vicio.  Viendo  el  conde  abierto  el  camino  de  su  deseo  cuando  menos  pen- 
saba, dijo  al  Nuncio:  Señor,  si  esas  palabras  de  V.  S.  llustrísima  no  son 
de  cumplimiento,  yo  sé  que  gustara  harto  su  Majestad  de  oírlas,  y  que 
ningún  medio  puede  haber  mejor  para  que  se  entienda  que  V.  S.  llustrí- 
sima está  libre  de  toda  pasión.  Respondió  el  Nuncio  con  gran  resolución 
que  no  eran  cumplimientos,  sino  que  lo  suplic  iría  á  su  Majestad  por  mer- 
ced muy  singular.  Alabóle  el  conde  mucho  el  intento,  y  ofrecióle  de  llevar 
el  billete  y  traer  la  respuesta.  Y  porque  la  hora  siguiente  no  trocase  el 
ánimo,  le  pidió  que  luego  lo  escribiese  en  la  conformidad  dicha.  Hízolo 
así  el  Nuncio  y  el  conde  llevó  el  papel.  No  pudiendo  hablar  al  Rey,  lo  dio 
á  Sebastián  de  Santoyo,  ayuda  de  cámara,  dicíéndole  cuyo  era,  y  lo  que 
contenía,  para  que  su  Majestad  lo  viese  luego.  Abrióle  al  punto  el  Rey. 


(1)  Crónica,  libro  4.'>,  capítulo  XXX VI. 

(2)  Crónica,  ibid. 


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H()Ig(')se  LMi  extrenio,  y  respondiendo  á  la  margen,  agradeció  a!  Nuncio  su 
buen  celo.  Y  señaló  cuatro  asistentes,  que  fueron  D.  Luis  Manrique,  su 
capellán  y  limosnero  mayor,  y  los  Maestros  Fr.  Lorenzo  de  Villavicen- 
cio  de  la  Orden  de  San  Agustín  (1),  su  predicador,  Fr.  Hernando  del  Cas- 
tillo, también  predicador  su\o,  de  la  Orden  de  Santo  Domingo  que  cono- 
cía á  los  Descalzos  de  Pastrana,  y  era  pregonero  de  sus  virtudes,  y  Fray 
Pedro  Fernández,  también  dominico,  provincial  de  su  provincia  de  Cas- 

(1)  «Nació  este  insigne  Agustino  en  Jerez,  de  la  provincia  de  Cádiz,  y  profesó  en 
el  convento  de  su  patria  en  1539,  en  el  cual  tiempo  se  encontraban  divididas  las 
provincias  religiosas  de  Castilla  y  Andalucía,  bien  que  volvieron  á  unirse  no  mu- 
cho tiempo  después.  Dedicóse  con  ahinco  al  estudio  de  las  lenguas  griega  y  he- 
brea con  el  fin  de  profundizar  en  las  Sagradas  Escrituras,  en  cuyo  estudio  y  en  el 
de  la  Teología  hizo  notables  progresos.  Noticioso  Felipe  II  del  talento  y  prendas 
especiales  que  adornaban  al  P.  Villavicencio,  le  dio  el  encargo  de  que  pasara  á 
Bélgica,  y  allí  procurara  por  todos  los  medios  que  estuviesen  á  su  alcance  cortar 
los  pasos  á  la  herejía  que  comenzaba  á  extenderse,  é  insinuara  con  discreción  y 
prudencia  en  el  ánimo  de  los  naturales  la  docilidad  y  obediencia  que  debían  al  Rey. 
Graduóse  de  doctor  en  la  Universidad  de  Lovaina  el  1558,  y  fué  nombrado  Prior 
del  convento  de  dicha  ciudad,  con  encargo  del  Reverendísimo  para  que  le  refor- 
mase y  formalizase  los  estudios.  También  fué  señalado  por  compañero  del  Pro- 
vincial para  atender  á  la  Reforma  de  la  Provincia  de  Colonia,  y  tanto  los  alemanes 
como  los  italianos  tuvieron  ocasión  de  admirar  la  sabiduría  y  prudencia  de  nuestro 
Villavicencio. 

»Por  este  tiempo  de  1564  hubo  de  tomar  la  pluma  para  refutar  ciertas  proposi- 
ciones erróneas  emitidas  por  un  tal  Witssi  en  un  libro;  y  habiéndose  hecho  cargo 
de  la  Universidad  de  Lovaina  así  de  la  refutación  como  del  libro  refutado,  aprobó 
aquél  y  reprobó  éste.  Desempeñaba  el  cargo  de  Vicario  general  en  los  Países  Ba- 
jos, trabajando  con  denuedo  de  palabra  y  por  escrito  en  favor  de  la  causa  católica; 
mas  los  negocios  en  Flandes  llegaron  á  ponerse  en  tal  mal  estado  que  hubo  de  tor- 
nar á  España,  siendo  muy  bien  recibido  de  Felipe  II,  que  inmediatamente,  en  1567, 
le  nombró  su  predi  ador,  y  de  él  se  hacía  acompañar  donde  quiera  que  iba.  Con- 
sultábale en  los  principales  negocios,  y  por  eso  se  le  vio  formar  parte  en  la  célebre 
Junta  que  decidió  de  la  conveniencia  por  la  separación  de  Carmelitas  Calzados  y 
Descalzos  en  tiempo  de  Santa  Teresa. 

»Por  los  años  de  1575  fueron  examinados  en  Roma  los  escritos  del  P.  Villavi- 
cencio, porque  el  Sr.  Obispo  de  Bad.TJoz  había  escrito  en  contra  de  los  mismos,  y 
tuvo  la  satisfacción  nuestro  Agustino  de  saber  por  medio  del  Reverendísimo  Tadeo 


I 


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tilla,  que  los  había  visitado  como  Comisario,  y  los  amaba  tiernamente.  De 
esta  manera  dispuso  el  Señor  el  remedio  de  tantos  daños,  y  el  sosiego  de 
tantas  inquietudes.  No  sabemos  el  dia;  pero  entendemos  que  antes  que 
acabase  el  mes  de  Marzo  se  escribió  el  billete.  Porque  á  primero  de  Abril 
ya  estaban  en  junta  los  asistentes,  como  dirá  el  capítulo  que  sigue». 

Antes  de  dar  á  conocer  la  importancia  de  este  nombramiento,  con- 
viene sepamos  la  esperanza  que  Santa  Teresa  concibió  del  buen  resulta- 
do de  todos  sus  negocios,  luego  que  supo  ésta  la  prudente  determina- 
ción del  Rey.  Escribiendo  á  D.  Roque  de  Huerta,  su  amigo  y  favore- 
cedor de  la  Reforma  le  dice  (1)  '<Jesús  sea  con  V.  M.  siempre  y  le  dé 
tan  buenas  salidas  de  Pascua  y  entradas  de  año,  como  me  las  dio  con 
tan  buena  nueva».  Esta  buena  nueva  era,  dice  el  Sr.  La  Fuente:  <e\  nombra- 
miento de  asistentes  al  Nuncio  para  entender  en  las  cuestiones  de  los 
Calzados  y  Descalzos  >.  El  dos  de  Mayo  del  año  siguiente,  ó  sea  1579,  es- 
cribió por  segunda  vez  Santa  Teresa  á  este  buen  cortesano  y  le  decía  estas 
notables  palabras  que  tanto  ceden  en  honor  de  nuestros  VV.  Hernando 
del  Castillo  y  Pedro  Fernández  (2):  Pague  nuestro  Señor  á  V.  M.  las 
buenas  nuevas  que  me  escribe.  Sepa,  que  después  que  esos  dos  señores 
y  padres  míos  Dominicos  están  por  acompañados,  todo  el  cuidado  se  me 
ha  quitado  de  nuestros  negocios,  porque  los  conozco,  y  con  personas  ta- 
les, como  los, cuatro  que  están,  tengo  por  cierto,  que  lo  que  ordenaren 
será  para  honra  y  gloria  de  Dios,  que  es  lo  que  todos  pretendemos  .  No 
cabe  mayor  elogio  de  los  dos  Dominicos  que  el  hecho  por  la  Santa,  y  por 
eso  el  Comentador  no  dudó  en  escribir  lo  siguiente:  <  Estos  insignes 
acompañados  fueron  D.  Luís  Manrique,  capellán  y  limosnero  mayor  del 
Rey,  y  los  gravísimos  Maestros  Fr.  Lorenzo  de  Villavicencio,  Agustino, 


Perusino  que  habían  sido  aprobados,  corregidos  y  enmendados  los  del  Sr.  Obispo 
de  Badajoz  En  1582  se  encontraba  en  el  convento  de  San  Felipe  el  Real,  desde 
donde  escribió  una  carta  á  Fr.  Luis  de  León  enderezada  á  componer  ciertas  dife- 
rencias suscitadas  entre  sus  hermanos  de  hábito.  Ninguna  noticia  se  encuentra  pos- 
terior á  este  tiempo  acerca  del  P.  Villavicencio>.  (Ciudad  de  Dios,  tomo  27,  pá- 
gina 267). 

(1)  La  Fuente,  tomo  5.'\  Carta  220,  edición  1881. 

(2)  P.  Antonio  de  San  José,  tomo  3.",  Carta  52. 


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Fr.  Hernando  del  Castillo  y  Fr.  Pedro  Fernández,  Dominicos.  A  todos  está 
tan  atenta  como  agradecida  la  Santa;  pero  de  sus  Dominicos  dice:  que  sa- 
bida su  designación,  se  le  quito  todo  el  temor:  porque  la  Dominica  in  Pas- 
sione  tenia  total  confianza  en  los  Dominicos,  que  siendo  Orden  de  la  Ver- 
dad, la  suya:  Ordo  veritatis,  juzgarían  con  verdad,  dando  á  quien  tenía  la 
razón.  Este  es  el  glorioso  privilegio  de  la  virtud,  que  sólo  desea  se  mani- 
fieste la  verdad.  El  justo  se  alegra  de  que  sepan  su  proc,eder;  el  pecador 
huye  de  la  luz-.  Hemos  dicho  mal  al  asegurar  que  no  podía  hacer  mayor 
elogio;  pues  en  realidad  le  hizo  particularmente  del  P.  Pedro  Fernández, 
cuando  en  el  capítulo  XXVIII  del  libro  de  las  Fundaciones,  hablando  del 
mismo  asunto  dice  así:  «Sea  Dios  alabado,  que  favorece  la  verdad.  Y  así 
sucedió  en  esto,  que,  como  nuestro  católico  Rey  D.  Felipe  supo  lo  que 
pasaba,  y  estuvo  informado  de  la  vida  y  religión  de  los  Descalzos,  tomó 
la  mano  á  favorecernos,  de  manera,  que  no  quiso  juzgase  sólo  el  Nuncio 
nuestra  causa,  sino  dióle  cuatro  acompañados,  personas  graves,  y  las 
tres  religiosas,  para  que  se  mirase  bien  nuestra  justicia.  Era  el  uno  de  ellos 
el  P.  M.  Fr.  Pedro  Fernández,  persona  de  muy  santa  vida  y  grandes  letras 
y  entendimiento.  Había  sido  Comisario  Apostólico  y  Visitador  de  los  del 
Paño  de  la  Provincia  de  Castilla,  á  quien  los  Descalzos  estuvrmos  tam- 
bién sujetos,  y  sabía  bien  la  verdad  de  cómo  vivían  los  unos  y  los  otros, 
que  no  deseábamos  todos  otra  cosa,  sino  que  esto  se  entendiese.  Y  así,  en 
viendo  yo  que  el  Rey  le  había  nombrado,  di  el  negocio  por  acabado,  como 
por  la  misericordia  de  Dios  lo  está.  Plegué  á  su  Majestad  sea  para  honra 
y  gloria  de  Dios*.  Añade  el  Sr.  La  Fuente  sobre  estas  palabras  de  la  Santa 
el  siguiente  elogio  de  este  V.  P.:  -Fué  nombrado  por  San  Pío  V,  á  peti- 
ción de  Felipe  11  (1),  que  no  quedó  del  todo  satisfecho  con  la  visita  del 
P.  Rossi.  El  P.  Fernández  hizo  la  visita  á  pié,  con  un  compañero,  llamando 
la  atención  este  rasgo  de  austeridad.  Mientras  estuvo  en  Pastrana  vivió 


(1)  Ya  se  ha  dicho  en  el  capítulo  sobre  los  Visitadores  Apostólicos,  como  Santa 
Teresa  influyó  con  sus  cartas  al  Santo  Pontífice  Pío  V,  para  que  éste  nombrase  di- 
chos Visitadores.  Ningún  autor  nos  habla  de  esas  cartas  de  la  Santa,  quizá  por  no 
conocerlas;  sin  embargo,  nos  consta  ciertamente  este  hecho  por  una  declaración  de' 
Proceso  de  Avila,  la  cual  se  halla  literamente  copiada  en  el  capítulo  citado. 


I 


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como  los  Descalzos,  y  seguía  en  todo  su  regla.  Por  eso  no  es  de  extrañar 
que  Santa  Teresa  confiara  tanto  en  él -. 

El  P.  Castillo  conocía  también  la  vida  santa  de  los  Descalzos  y  Des- 
calzas, ya  como  Visitador  delegado  que  había  sido  del  P.  Pedro,  ya  por- 
que vivió  en  Pastrana  algún  tiempo  con  los  Religiosos  y  como  él  aseguró 
después  al  Príncipe  Rui-Gómez  de  Silva,  más  parecían  ángeles  en  carne 
humana  que  hombres;  ya  finalmente,  porque  cuando  se  ventilaban  estas 
cuestiones  y  negocios  se  llegó  á  Toledo  para  asesorarse  de  la  Santa  que 
allí  se  hallaba,  y  ella  misma  lo  da  á  entender  en  carta  al  P.  Gracián,  di- 
ciendo: «Aquí  está  el  P.  Fr.  Hernando  del  Castillo»  y  no  podía  ser  otro 
añade  el  Sr.  La  Fuente,  sino  el  célebre  historiador  del  Instituto  Domini- 
cano, cuyo  hábito  vestía. 

No  es,  pues,  extraño  que  la  Santa  abrigara  una  plena  confianza  en  es- 
tos sus  dos  tan  grandes  amigos  y  que  tan  á  fondo  conocían  la  santidad  é 
inocencia  de  sus  hijos  é  hijas. 

El  respetable  autor  del  Año  Teresiano,  al  tratar  el  punto  que  nos  ocupa 
en  el  día  30  de  Septiembre,  escribe  así: 

-A  la  sombra,  y  escudo  de  los  dos  Prelados  Dominicos  iba  subiendo 
nuestra  Descalcez,  con  incremento  casi  milagroso,  hasta  tanto,  que  salien- 
do de  esta  vida  el  Nuncio  Hornianeto  (1),  gran  favorecedor  de  Santa  Tere- 
sa de  Jesús  y  de  toda  su  Familia,  se  mudó  la  suerte  con  aire  tan  fatal,  que 
se  hubiera  extinguido  toda  la  Reforma,  si  el  poder  soberano  no  la  sostuvie- 
se con  medios  oportunos.  Fuera  muy  molesto  el  historiar  todos  los  vagíos, 
escollos  y  tormentas  en  que  zozobraba  la  navecilla  del  Carmelo,  en  cuyas 
borrascas  no  faltaron  pilotos  Dominicos,  que  le  diesen  la  mano  para  po- 
nerla en  puerto  de  salud.  Mandó  el  Rey  se  nombrase  una  junta  de  cuatro 
asistentes  para  decidir  la  competencia  entre  Calzados  y  Descalzos;  y  dis- 
puso el  Señor,  que  entre  los  cuatro  que  asistieron,  fuesen  los  dos  el 
M.  Fr.  Hernando  del  Castillo  y  Fr.  Pedro  Fernández,  provincial  de  Casti- 

(1)  Monseñor  Nicolás  Hormaneto,  uno  de  los  prelados  más  celosos  que  tuvo  la 
Iglesia  en  el  siglo  XVI.  Estuvo  en  Inglaterra  con  el  cardenal  Polo,  y  después  en  el 
concilio  de  Trento.  San  Carlos  Borromeo  le  tuvo  de  vicario  general,  y  después  fué 
obispo  de  Pádua.  Vino  de  Nuncio  á  España  en  1572,  y  murió  en  Junio  en  1577,  en 
la  pobreza   por  efecto  de  su  caridad,  que  hubo  de  costearle  funerales  Felipe  II. 


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lia.  ambos  Dominicos.  Cuando  Santa  Teresa  de  Jesús  tuvo  esta  noticia  y 
vi(3  nuevamente  descubierto  el  patrocinio  de  su  amante  devoto  Santo  Do- 
mingo de  Guzmán,  por  medio  de  sus  hijos,  juzgó  indefectible  la  estabili- 
dad de  su  Reforma;  y  hablando  del  Rdvmo.  Fernández,  á  quien  ella  cono- 
cía, dijo  con  luz  profética:  En  viendo  yo,  que  el  Rey  le  había  nombrado,  di 
el  negocio  por  acabado,  como  por  la  misericordia  de  Dios  lo  está*. 

«En  Marzo  empezaron,  las  sesiones  de  los  asistentes  con  el  Nuncio. 
Como  éste  se  hallaba  tan  persuadido  de  que  los  Descalzos  eran  gente  in- 
quieta, contumaz,  inobediente  y  rebelde  á  sus  prelados  y  alborotadora  de 
la  Religión  y  del  mundo  los  asistentes  tuvieron  que  proceder  con  gran- 
disima  prudencia:  y  aunque  ellos  estaban  persuadidos  de  lo  contrario  y 
les  constaba  la  verdad  de  todo,  no  sólo  por  experiencia  propia,  sino  por 
testimonio  de  personas  de  autoridad  irrecusable,  no  podían,  sin  embar- 
go, de  repente  contradecirle,  por  no  irritarle  y  descomponerle.  Le  pidieron 
pues,  les  entregase  cuantos  papeles  y  acusaciones  tuviese  contra  la  Des- 
calcez para  examinarlo  todo  con  grande  imparcialidad.  Pues  todo  en  ma- 
nos de  los  asistentes  y  después  de  examinarlo,  le  hicieron  ver  la  contra- 
dicción que  á  cada  paso  se  vela  en  las  acusaciones  y  cómo  se  adulteraban 
ios  hechos  hasta  poner  en  pugna  unos  con  otros,  y  asi  con  grande  discre- 
ción y  tino  le  fueron  poco  á  poco  persuadiendo  de  que  la  primera  medida 
que  urgía  tomar  en  asunto  tan  espinoso,  era  sacar  á  los  Descalzos  y  Des- 
calzas de  Castilla  y  Andalucía  de  la  jurisdicción  de  los  provinciales  Cal- 
zados, por  las  muchas  extorsiones  que  de  ellos  padecían.  Los  miramientos 
y  delicadeza  con  que  procedían  los  asistentes  fué  causa  de  que  no  se  atre- 
vieran á  pedir  para  el  gobierno  de  los  Descalzos  un  superior  de  la  mis- 
ma profesión,  como  parece  natural  se  hiciera;  pero  ya  que  las  circunstan- 
cias no  lo  permitían,  se  pensó  al  menos  en  designar  para  el  cargo  una  per- 
sona, bien  quista  de  todos,  de  madura  prudencia  y  muy  competente  en  le- 
tras que  supiese  llevar  la  paz  á  los  espíritus  y  mantenerlos  en  ella. 

Desde  luego  pusieron  los  ojos  en  el  P.  M.  Fr.  Ángel  de  Salazar  de  la 
Observancia,  cuyas  dotes  de  prudencia  y  letras  eran  de  todos  conocidas  y 
ensalzadas.  Por  eso  no  desagradó  al  Nuncio  la  designación  de  la  persona 
y  su  nombramiento  para  visitador  general  de  los  Descalzos  de  Castilla  y 
Andalucía  fué  recibido  con  aplauso  de  (odos.  pues  la  verdad  y   la  justi- 


I 


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cia  era  la  norma  de  todos  sus  actos.  A  primeros  de  Abril  expidió  el  Nun- 
cio el  documento  oficial,  nombrando  al  P.  Salazar  visitador  general  de 
los  Descalzos  y  Descalzas  de  Andalucía  y  Castilla  y  anulando  las  patentes 
que  antes  habia  dado  á  los  provinciales  Observantes  de  ambas  provin- 
cias (1). 


(1)  He  aquí  la  Patente  del  Nuncio: 
Nos  Filipo  Sega  por  la  gracia  de  Dios  y  de  la  Santa  Iglesia  Romana,  Obispo  de 
Plasencia,  Nuncio  Apostólico  en  estos  Reinos  de  España,  por  nuestro  muy  Santo  Pa- 
dre Gregorio  XIII,  con  facultad  de  Legado  a  Latere,  etc.  A  los  MM.  Fr.  Juan  Gu- 
tiérrez de  la  Magdalena,  é  Fr.  Diego  de  Cárdenas,  Provinciales  de  la  Provincia  de 
Castilla  y  de  la  de  Andalucía  de  la  Orden  de  Nuestra  Señora  del  Carmen,  é  á  Vos 
el  M.  Fr.  Ángel  de  Salazar,  Prior  del  Convento  del  Carmen  de  Valladolid  de  la  pro- 
vincia de  Castilla  de  la  dicha  Orden,  y  á  todos  los  Priores  y  Prioras,  y  todos  los 
demás  Religiosos  y  Religiosas  de  los  conventos  é  monasterios  de  los  Primitivos, 
que  vulgarmente  llaman  Descalzos  de  la  dicha  Orden  del  Carmen,  y  á  cada  uno  y 
cualquier  de  Vos  á  quien  estas  nuestras  letras  é  Provisión  en  todo  ó  en  parte  to- 
caren é  fueren  mostrada  salud  en  Nuestro  Señor  Jesucristo,  é  aumento  de  Religión  é 
obediencia  á  los  nuestros  mandatos,  que  más  verdaderamente  son  dichos  apostóli- 
cos. Ya  tenéis  entendido,  como  por  justas  causas  y  razones  que  tuvimos  á  nos  mo- 
vieron, reduglmos  los  Religiosos  y  Religiosas  de  la  Primitiva  Regla  de  Nuestra  Se- 
ñora del  Carmen  al  gobierno  y  obediencia  de  los  dichos  Provinciales  de  la  provin- 
cia de  Castilla  y  Andalucía,  respective  á  cada  uno  conforme  á  lo  que  pertenece  á  su 
distrito,  y  los  sujetamos  á  su  jurisdicción,  como  consta  por  las  letras  que  en  esta 
razón  expedimos  en  Madrid  á  los  16  de  Octubre  del  año  pasado  de  1578.  Deseando 
pues  ahora  con  afecto  paternal  la  paz,  quietud  y  aprovechamiento  espiritual  de  los 
dichos  Religiosos  y  Religiosas  Primitivos,  y  viendo  que  los  dichos  PP.  Provinciales 
están  bastantemente  ocupados  en  el  gobierno  de  los  demás  Religiosos  que  están  á 
su  cuenta,  y  considerando  otras  muchas  causas  y  razones  que  hay  para  que  los  di- 
chos Primitivos  en  esta  sazón  tengan  persona  particular  desocupada  de  otro  go- 
bierno, que  asista  al  suyo.  Nos  pareció  revocar,  y  por  la  autoridad  Apostólica  de 
que  usamos:  por  las  presentes  letras  revocamos,  casamos  y  anulamos  la  dicha  re- 
ducción de  los  Religiosos  y  Religiosas  de  la  primera  Regla,  á  la  obediencia  de  los 
dichos  PP.  Provinciales.  Y  queremos  y  mandamos  que  de  aquí  adelante  no  tengan 
efecto,  fuerza,  ni  vigor,  y  eximimos  y  libramos  á  todos  los  dichos  Religiosos  y  Re- 
ligiosas Primitivos  que  están  en  los  distritos  de  Castilla  y  Andalucía  á  los  de  ahora 
y  que  por  tiempo  fueren,  y  á  todas  sus  casas,  y  cualquiera  cosa  perteneciente  á 
ellos,  de  la  obediencia  y  sujeción  de  los  dichos  PP.  Provinciales,  y  de  cualquiera 


-433  — 


Le  entregó  además  una  instrucción  muy  copiosa  y  oportuna  para  el 
desempeño  de  su  nuevo  y  delicado  cargo. 

La  síntesis  de  la  instrucción  de  que  hay  traslado  auténtico  en  los  ar- 
chivos, es  que  el  dicho  P.  Vicario  no  puede  mudar  nada  de  lo  que  por 
Regla  y  Constituciones  tenían  asentado  los  Descalzos  y  Descalzas.  Que 
si  algo  hallare  mudado  por  los  Provinciales  mitigados,  lo  restituya  á  su 
primer  rigor.  En  las  visitas  que  procure  la  paz,  observancia,  y  guarda  del 
recogimiento.  Haya  cuidado  en  recibir  Novicios,  porque  no  se  extinga  la 
Descalcez:  vigilancia  en  que  sean  tales  cual  conviene.  Los  que  se  pro- 
mueven á  las  Ordenes,  sean  muy  beneméritos.  La  pobreza  primitiva  que 
al  principio  se  asentó,  se  guarde.  No  se  halle  el  Visitador  en  las  eleccio- 
nes que  se  hacían  en  los  conventos  para  no  torcerlas.  En  la  clausura  de 
las  monjas  haya  mucho  rigor,  y  se  excusen  visitas  no  muy  religiosas.  No 
las  mude  de  un  convento  á  otro,  sino  es  para  oficios.  No  aumente  el  nú- 
mero de  ellas.  Los  confesores  no  sean  Calzados.  No  reciba  nada  para  sí 


\ 


otra  persona  que  tuviere  su  comisión  ó  poder.  Y  mandamos  á  los  dichos  Provincia, 
les,  y  á  cada  uno  de  ellos,  así  á  los  que  son,  como  á  los  que  fueren,  en  virtud  de 
santa  obediencia,  y  so  pena  de  ex':omunión  mayor  /ata  sententia>,  una  pro  trina  Ca- 
nónica monitione  prcemisa,  que  luego  que  de  estas  nuestras  letras  tuvieren  noticia, 
se  inhiban  y  eximan  de  la  superioridad  y  jurisdicción  que  tienen  en  los  dichos  Re- 
ligiosos y  Religiosas  Primitivos.  Y  no  usen  de  aquí  adelante,  ni  ejerciten  cerca  de 
ellos  ningún  acto  de  jurisdicción  por  sí,  ni  por  tercera  persona  directe  ni  indirecte, 
y  cualquier  negocio,  ó  causa  que  tuvieren  comenzada,  la  dejen  en  el  estado  que  la 
noticia  de  estas  nuestras  letras  la  hallare.  Y  debajo  de  dicha  descomunión  manda- 
mos que  entreguen  todos  los  papeles  pertenecientes  á  causas  de  los  Religiosos  y 
Religiosas  Primitivos  hechos  en  visita  ó  fuera  de  ella  al  dicho  P.  M.  Fr.  Angelo  de 
Saiazar.  Y  á  los  dichos  Religiosos  y  Religiosas  Primitivos  mandamos  debajo  de  la 
dicha  censura,  que  no  reconozcan  á  los  dichos  PP.  Provinciales  por  sus  Prelados, 
ni  los  obedezcan.  Y  porque  tenemos  tan  buena  noticia  de  la  Religión  y  santa  vida 
del  dicho  P.  M.  Fr.  Angelo  de  Saiazar  que  esperamos  responderá  al  intento  y  san- 
tos deseos  de  los  Religiosos  Primitivos  y  resucitará  en  ellos  el  espíritu  y  rigor  de 
los  Padres  antiguos,  imitadores  de  Elias,  gobernándolos  in  spiritu,  ef  virtute  Elia 
converíendoque  corda  Patrum  in  filios.  y  que  con  su  e]emp\o  y  doctrina  restituet  et, 
exuítaiionem  Carmelo.  Por  la  autoridad  Apostólica  de  que  usamos,  instituimos,  crea- 
mos, damos  y  hacemos  Prelado  y  Vicario  General  independiente  de  cualquier  Pro- 


28 


-  434  - 

en  los  conventos  de  Descalzos,  sino  lo  precisamente  necesario  para  los  ca- 
minos. 

Esta  es  la  suma  de  las  instrucciones  contenidas  en  el  memorial  de  re- 
ferencia. El  limo.  Sr.  Nuncio  encargó  muy  encarecidamente  al  dicho  Padre 
Vicario  General  el  cumplimiento  de  las  instrucciones,  firmándolas  de  su 
nombre,  y  sellándolas  con  su  sello,  é  hizo  que  también  las  firmasen  los 
asistentes,  con  cuyo  acuerdo  se  habían  hecho  las  resoluciones  ya  indi- 
cadas. 

Recibió  con  notable  consuelo  toda  la  Descalcez,  y  en  especial  su  santa 
fundadora  la  elección  del  P.  Salazar,  por  -la  noticia  que  de  él  tenían  y  fa- 
vores que  habían  recibido.  Y  fué  una  de  sus  primeras  medidas  dar  licencia 
á  la  Santa  para  salir  donde  la  necesidad  la  llamase,  y  en  virtud  de  ella  la 
veremos  presto  en  Avila. 

Por  su  parte  el  P.  Salazar  recibió  con  agrado  el  nombramiento  en  él 
recaído  por  la  ocasión  que  se  le  ofrecía  de  trabajar  en  favor  de  la  Reforma, 
de  la  cual  se  prometía  grandes  bienes,  no  sólo  en  provecho  de  la  Iglesia, 


vincial  en  esta  parte  á  Vos  el  M.  Fr.  Angelo  de  Salazar,  de  todos  los  conventos  y  ca- 
sas de  Religiosos  y  Religiosas  de  la  Primitiva  Regla  de  Nuestra  Señora  del  Carmen 
que  hay  y  habrá,  así  en  el  distrito  de  la  Provincia  de  Castilla,  como  del  de  Andalu- 
cía de  todos  los  Religiosos  y  Religiosas  pertenecientes  á  ellos,  tam  in  capitibus  quam 
in  membris,  confirmar  y  absolver  Priores  y  Prioras;  exponer  á  los  Reverendísimos 
Ordinarios  Confesores,  promover  ad  Sacros  Ordines,  praevio  tamen  examine,  et 
conditionibus  requisitis  a  Sacro  Tridentino  Concilio,  y  con  todo  el  demás  poder 
que  suelen  tener  los  Provinciales  de  la  dicha  Orden  en  sus  Provincias:  el  cual  dure 
por  el  tiempo  que  fuere  nuestra  voluntad  y  guardareis  todo  lo  contenido  en  una  ins- 
trucción y  memoria  que  con  estas  letras  se  os  dará  firmada  de  nuestro  nombre,  y 
del  muy  ¡lustre  Sr.  D.  Luis  Manrique,  Limosnero  mayor  de  su  Majestad  y  de  los 
muy  RR.  PP.  Fr.  Laurencio  de  Villavicencio,  Fr.  Hernando  del  Castillo  y  Fr.  Pedro 
Fernández.  Y  os  mandamos  en  virtud  de  santa  obediencia,  y  so  pena  de  rebelión  y 
descomunión  mayor,  que  aceptéis  esta  nuestra  institución  de  Vicario  General,  y 
uséis  de  ella:  y  debajo  del  mismo  precepto  y  pena  de  rebelión  y  censura  mando  á 
todos  los  Religiosos  y  Religiosas  sobredichos  de  la  Primitiva  Regla  que  son  y  fue- 
ren, que  os  reciban  por  su  Prelado  y  Vicario  General,  y  como  tal  os  obedezcan. 
In  nomine  Patris,  et  Filii,  et  Spiritus  Sancti.  Amen  Dado  en  Madrid  á  primero  de 
Abril  de  1'í79.  Plüippus  Episcopus  Placcntinus,  Nuncius  Apostólicas. 


-435- 

sino  también  en  beneficio  de  su  propia  Orden  de  la  Observancia;  pues  es- 
peraba con  razón  que  el  fervor  y  buenos  ejemplos  de  los  Reformados  ha- 
blan con  el  tiempo  de  despertar  el  celo  y  la  santa  emulación  entre  los  se- 
cuaces de  la  regla  mitigada.  Es  indecible  lo  que  este  varón  de  Dios  gozó 
en  las  visitas  que  en  el  desempeño  de  su  comisión  tuvo  que  hacer  á 
los  conventos  de  Religiosos  y  Religiosas  reformados.  Lejos  de  encontrar 
nada  que  reprender,  parecían  haber  renacido  los  tiempos  de  Elias.  En  la 
visita  que  hizo  al  convento  de  Roda  le  fué  imposible  contener  las  lágrimas 
ante  lo  que  pudiéramos  llamar  excesos  de  penitencia  y  mortificación,  sa- 
liendo su  espíritu  tan  fuertemente  impresionado  que  durante  unos  días 
estuvo  como  atolondrado  y  fuera  de  sí.  Aunque  lo  deseó  mucho,  no  le  fué 
posible  visitar  personalmente  los  monasterios  de  Peñuela  y  Calvario,  por 
no  permitírselo  el  mal  estado  de  su  salud.  Hasta  él  habían  llegado  noti- 
cias de  que  esas  dos  casas  iban  á  la  cabeza  de  las  más  fervorosas  en  la 
observancia  de  la  primitiva  regla,  pero  por  la  razón  ya  indicada  se  vio 
obligado  á  comisionar  al  P.  Jerónimo  de  la  Madre  de  Dios,  prior  de  Sevi- 
lla, la  visita  de  los  conventos  de  Andalucía. 

La  sola  lectura  de  las  instrucciones  dadas  al  nuevo  Vicario  General, 
manifiestan  bien  claramente  el  triunfo  que  los  asistentes  consiguieron  del 
Nuncio  para  la  Descalcez  que,  como  acabamos  de  ver,  recibió  con  notable 
consuelo  la  elección  de  dicho  Padre,  en  especial  la  santa  fundadora,  por 
las  noticias  que  de  él  tenía  y  por  los  favores  que  en  tiempos  pasados  ha- 
bía recibido  de  la  reconocida  bondad  y  consumada  prudencia  de  este 
siervo  de  Dios. 

Sin  embargo,  para  comprender  mejor  lo  que  esta  elección  significaba 
y  los  bienes  grandes  que  de  ella  resultaron  á  la  Reforma,  véase  lo  que 
dice  el  autor  de  la  -Mujer  Grande*,  en  el  día  8  de  Noviembre:  *  En- 
tre tanto,  dice,  los  gobernó  el  P.  Ángel  de  Salazar,  carmelita  Calzado, 
hombre  prudente  y  santo,  de  quien  habemos  hecho  muchas  veces  men- 
ción. Con  este  prelado  y  la  penitencia  de  Gradan  volvió  la  calma,  salie- 
ron todos  de  la  cárcel  y  también  Santa  Teresa,  y  á  la  María  de  San  José 
en  Sevilla  la  repusieron  en  su  oficio  de  priora.  Este  mismo  Salazar,  afecto 
á  la  Santa,  viendo  que  el  Rey  quería  se  separasen  de  la  Descalcez  los  Cal- 
zados, no  permitió  que  ningún  carmelita  Calzado  se  mezclase;  hizo  lo  que 


-436  — 

pudo  á  favor,  y  aun  habló  al  Nuncio  para  que  revocase  la  sentencia  de 
Gracián,  y  en  efecto,  á  pocos  meses  el  mismo  Rey  dijo  al  Nuncio  que  ya 
bastaba  de  castigo.  Con  esto  revocó  la  sentencia  contra  Gracián  y  quedó 
restituido  en  el  mismo  grado  de  honra  que  antes,  y  así  de  nuevo  volvió  á 
cuidar  y  procurar  la  separación  de  los  Calzados,  por  la  que  había  sufrido 
tanto.  El  asunto  de  las  monjas  de  Sevilla  se  volvió  á  examinar  por  el 
Nuncio  y  sus  conjueces  y  el  P.  Ángel  Salazar  y  se  reconoció  la  inocencia 
de  todas  las  Religiosas  y  Religiosos  (y  por  lo  mismo  la  de  Gracián,  que 
era  el  más  infamado),  se  dio  por  nula  la  privación  de  la  priora  María  de 
San  José  y  se  le  restituyó  el  oficio,  como  consta  de  la  patente  de  este  año 

1579  á  28  de  Junio*...  Y  en  el  día  9  del  mismo  mes  se  expresa  de  esta  ma- 
nera: «A  primero  de  Abril  había  dado  comisión  á  Fr.  Ángel  de  Salazar 
(año  1579),  como  Vicario  General  de  los  Descalzos,  sin  dependencia  de 
los  Calzados.  Deroga  su  Breve  de  16  de  Octubre  de  1578,  en  que  los  ha- 
bía sujetado  á  los  Observantes  y  da  más  amplias  facultades  á  Salazar  para 
que  los  gobierne  en  espíritu  y  virtud  de  Elias  y  restituya  la  paz  y  alegría 
del  Carmelo.  A  esto  añadió  mandar  al  Comisario  que  nada  mude  de  la 
Regla  primitiva,  y  si  los  Calzados  habían  mudado  algo,  lo  vuelva  á  su  pri- 
mitivo ser  y  cuide  que  se  admitan  Novicios  y  se  guarde  la  observancia»... 
Finalmente  en  el  día  11  del  mismo  mes,  escribe  lo  siguiente:  «Luego  que 
comenzaron  á  tomar  asiento  las  cosas  de  la  Reforma  y  el  P.  Salazar  á  ha- 
cer de  Visitador  General,  le  envió  orden  á  la  Santa  en  Abril  mismo  de 

1580  para  que  saliese  de  Avila  á  visitar  sus  hijas,  después  de  cuatro  años 
de  trabajos,  y  con  este  motivo  salió  á  la  fundación  de  Villanueva  de  la 
Jara,  que  al  principio  de  la  tormenta,  año  de  1576,  se  la  propusieron,  aun- 
que entonces  nada  pudo  hacer>. 

En  efecto,  como  dice  el  Sr.  La  Fuente  en  su  tabla  cronológica  de  la 
vida  de  Santa  Teresa;  «^El  P.  Ángel  Salazar  le  envió  las  patentes  para  la 
fundación  de  Villanueva  de  la  Jara  el  día  28  de  Enero  de  1580». 

La  Santa  se  ocupa  de  esta  fundación  en  el  capítulo  XXVIII  y  por  cierto 
que  al  descubrir  todo  lo  ocurrido,  no  puede  ocultar  el  grande  amor  que 
siempre  profesó  á  los  Dominicos  y  así  dice:  «Iba  la  procesión  con  harta 
autoridad;  nosotras  con  nuestras  capas  blancas  y  velos  delante  el  rostro, 
íbamos  en  mitad  cabe  el  Santísimo  Sacramento,  y  junto  á  nosotras  núes- 


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tros  frailes  Descalzos,  que  fueron  hartos  del  monasterio  y  los  Franciscos 
(que  hay  monasterio  en  el  lugar  de  San  Francisco)  iban  alli  y  un  fraile 
Dominico  que  se  halló  en  el  lugar,  que  aunque  era  sólo,  me  dio  contento 
ver  allí  aquel  hábito  •  (1 ). 


(1)    El  Año  Tercsiano,  comentando  las  últimas  palabras  de  la  Santa,  dice  así  el 
dia  30  de  Septiembre: 

«Esta  expresión,  que  se  dejó  caer  como  de  paso  en  el  pasaje  que  refiere  la  ce- 
lestial Maestra,  es  una  señal  la  más  fina  que  puede  discurrirse  para  significar  la 
naturaleza  de  aquel  amor  castizo  con  que  siempre  miraba  á  estos  religiosos;  y  es 
a!  mismo  tiempo  indicio  indefectible  que  la  coloca  en  la  clase  más  alta  de  la  grati- 
tud; pues  como  ensena  San  Paulino  y  Santo  Tomás  de  Villanueva,  sólo  el  amor  es 
la  única  moneda  con  que  se  pagan  y  satisfacen  todos  los  beneficios.  La  de  Santa 
Teresa  de  Jesús  era  tan  cabal  con  esta  religiosísima  familia,  como  que  puso  en  ella 
los  mejores  quilates  de  todo  su  corazón.  Muchísimas  personas  concurrieron  en  Vi- 
llanueva de  la  Jara  para  su  cortejo:  iban  allí  sus  hijos  Carmelitas  Descalzos:  iban 
también  los  muy  venerables  del  Serafin  Francisco,  muy  estimados  de  la  Santa,  y 
entre  todos  un  solo  dominico  la  arrebató  la  vista  y  la  voluntad;  pues  como  afirma 
Hugo,  adonde  está  el  amor,  allí  serán  los  ojos.  Ubi  amor,  ibi  oculus.  Aunque  era  sólo 
(dijo  la  Santa  Madre)  me  dio  contento  ver  aquí  aquel  hábito;  en  cuyo  objeto  se  la  re- 
presentó su  devoto  amantísimo  Santo  Domingo  de  Guzmán,  y  todos  aquellos  hijos 
suyos,  que  tanto  la  sirvieron  y  que  siempre  moraban  dentro  de  su  corazón;  y  como 
éste  (según  San  Próspero)  aposenta  y  coloca  la  vista  en  aquellas  cosas,  que  él  ama 
y  le  recrean;  lo  mismo  fué  percibir  Teresa  entre  la  multitud  de  aquel  concurso  una 
imagen,  sombra  y  representación  de  aquel  objeto  en  quien  ella  tenía  su  cariño  que 
enviar  allá  sus  ojos  para  descanso  de  su  amor. 

•  Dice  el  alma  santa  en  los  cantares,  que  sosegó  su  corazón  con  la  sombra  que  le 
representaba  al  que  ella  quería,  y  que  su  fruto  era  dulce  para  su  garganta.  En  el 
fruto  de  que  habla  aquí  la  Esposa  se  puede  entender  (en  sentir  de  Cornelio)  la  doc- 
trina y  documentos  celestiales,  sabrosos  y  dulcísimos  para  todos  aquellos  que  as- 
piran á  la  santidad;  y  como  lo  era  para  la  Santa  Madre  la  segurísima  doctrina  en 
que  la  instruyeron  los  PP.  Dominicos;  y  por  serla  tan  dulce  se  exaltaba  su  gozo 
siempre  que  veía  algún  indicio  que  se  la  recordase.  Lo  mismo  hubo  de  suceder  al 
alma  santa  con  la  sombra  ó  imagen  de  su  dilecto  dueño,  en  cuya  vista  sosegó;  y 
añade  Teodoreto,  que  aquí  mostró  la  Esposa  lo  más  acendrado  del  cariño,  dando  á 
entender  cuánto  la  deleitaba  cualquiera  recuerdo  de  su  Amante,  porque  el  corazón 
enamorado,  no  sólo  admite  con  deleite  la  inspección  y  vista  del  objeto  que  ama, 
sino  que  le  ocasiona  regocijo,  aprecio  y  alegría  de  su  habitación,  la  de  su  vestido, 
la  de  su  calzado  y  la  sombra  más  mínima  que  se  le  recuerda  y  representa. 


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Por  último,  Santa  Teresa  escribiendo  al  P.  Gracián  desde  el  12  de  Di- 
ciembre de  1579  le  dice:  «Creo  no  habrá  lugar  de  estar  aquí  todo  Enero, 
aunque  para  mí  no  es  mal  puesto  éste,  que  no  me  hallan  tantas  cartas  y 
ocupaciones.  Tiene  tanta  gana  el  P.  Vicario  Ángel  de  que  se  funde  lo  de 
Arenas  y  que  nos  juntemos  allí,  que  creo  me  ha  de  mandar  acabe  aquí 
presto;  y  á  la  verdad  lo  más  está  ya  hecho.  No  puede  vuestra  paternidad 


»Así  lo  dio  á  entender  en  el  caso  que  queda  referido  Santa  Teresa  nuestra  Madre 
y  diciendo  Santo  Tomás  de  Villanueva,  que  la  condición  de  cada  uno  se  ha  de  co- 
nocer por  aquello  que  ama,  de  suerte  que  si  amamos  la  tierra  seremos  terrenos  y  si 
amamos  á  Dios  seremos  Dioses;  amando  la  Mística  Doctora  con  la  pasión  que  amó 
á  los  Dominicos,  no  andará  fuera  de  razón  quien  la  juzgase  Dominica.  La  misma 
Santa  nos  concede  licencia  para  que  así  lo  discurramos;  pues  ella  decía  de  sí  mis- 
ma, que  era  la  Dominica  in  Passione... 

»E1  principal  motivo  que  movió  á  la  Santa  para  nombrarse  Dominica,  estribó  en 
aquella  urgentísima  razón,  (que  también  observaron  los  antiguos  en  obsequio  de 
gratitud)  que  era  ponerse  el  beneficiado  el  nombre  de  aquel  de  quien  recibió  algún 
insigne  beneficio.  Esto  se  vio  (dice  el  mismo  Alápide)  en  San  Cipriano,  que  quiso 
llamarse  Cecilio,  porque  el  presbítero  Cecilio  le  convirtió  á  nuestra  santa  Fe.  Vióse 
también  en  Eusebio  Cesariense,  que  se  nombró  Panfilo  por  lo  mucho  que  debió  á  su 
pariente  San  Panfilo  Mártir  y  Doctor;  y  así  mismo  se  vio  en  José  Julio,  que  se  nom- 
braba Flavio,  en  reconocimiento  de  los  grandes  honores  que  le  hizo  el  emperador 
Flavio  Vespesiano.  A  esta  semejanza  Santa  Teresa  de  Jesús  quiso  nombrarse  Do- 
minica, para  explicar  su  agradecimiento  con  esta  santa  Orden;  sobre  cuyo  asunto, 
y  la  gran  razón  que  asistió  á  la  Santa  para  nombrarse  así,  dijo  lo  siguiente  el  vene- 
rable Palafox:  «Santa  Teresa  fué  tan  devota  de  esta  Religión  doctísima,  que  decía 
con  harta  gracia,  hablando  de  sí:  Yo  soy  la  Dominica  in  Passione;  para  decir,  que 
era  Dominica  é  hija  de  esta  Orden  de  todo  su  corazón,  y  con  pasión  grandísima: 
equívoco  muy  propio  de  su  agudeza  y  gracia.  Y  no  me  admiro.  Porque  quién  no  ha 
de  amar,  y  ser,  no  sólo  la  Dominica  in  Passione,  sino  todas  las  Dominicas  del  afio: 
venerando  á  una  Religión,  que  es  muralla  firmísiiua  y  maestra  universal  de  la  Fe, 
Fiscal  constante  en  defensa  de  las  católicas  verdades  contra  los  herejes;  luz  de  la 
Teología  eclesiástica  y  domágtica;  fuente  de  toda  buena  ciencia  moral,  que  desnu- 
da, santa  y  desasida  de  todo  humano  interés,  comunica  repetidos  rayos  de  ense- 
ñanza y  doctrinas  á  las  almas?  Yo  confieso  que  abstrayendo  que  Santo  Domingo, 
aquel  apóstol  de  España,  fué  Prebendado  de  la  Santa  Iglesia  de  Osma,  que  estoy 
indignamente  sirviendo;  sólo  por  lo  que  le  parecen  sus  hijos  al  Santo,  deben  ser 
amados,  imitados  y  reverenciados".  No  se  puede  dudar  que  Santa  Teresa  de  Jesús 


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creer  lo  que  le  debo.  Es  extremo  la  gracia  que  me  muestra.  Yo  le  digo  que 
le  quedo  bien  obligada,  aunque  se  acabe  su  oficio. > 

En  vista  de  lo  expuesto  nada  extraño  es  que  el  Sr.  La  Fuente  llame 
á  este  V.  P.  ángel  de  paz  en  tan  crítica  ocasión.  El  citado  historiador 
hablando  de  él  dice  así:  (1)  «Felipe  II,  siempre  devoto  á  la  Santa,  siempre 
padre  de  su  reforma,  señaló  al  Nuncio  Sega  cuatro  asistentes  para  exami- 
nar imparcialmente  y  decidir  con  rectitud  las  causas  de  la  Descalcez.  Los 
asistentes  le  informaron  bien:  ampararon  la  virtud,  y  1."  de  Abril  de  este 
año  de  79  eligieron  por  Vicario  General  de  la  Reforma  al  P.  Fr.  Ángel  de 
Salazar  que  fué  el  ángel  de  paz  en  aquella  ocasión- . 

No  necesitamos  hacer  comentario  alguno  después  de  tales  documentos, 
para  hacer  resaltar  lo  que  sólo  con  este  nombramiento  debió  la  Descalcez 
á  los  asistentes,  en  especial  á  los  Dominicos  de  quienes  la  Santa  Madre 
tanto  esperaba  y  en  quienes  había  depositado  toda  su  confianza. 

Durante  el  tiempo  que  tuvieron  las  sesiones  de  los  asistentes  con  el 
Nuncio,  acaeció  un  suceso  misterioso  que  el  limo.  Sr.  Yepes  escribiendo 
á  Fr.  Luis  de  León  refiere  por  las  siguientes  palabras. 

«Diré  aquí  una  cosa  notable  que  supe  del  P.  Fr.  Nicolás  de  Jesús 
María,  provincial  que  ahora  es  de  la  Orden  de  los  Descalzos,  hombre  muy 
grave,  letrado  y  santo;  y  contarla  hé,  porque  le  tengo  tan  modesto  y  reca- 
tado en  estas  cosas,  que  no  las  dirá  por  ser  tan  en  su  favor  y  no  es  justo 
que  se  callen.  Cuando  se  trataba  en  Madrid  con  tantas  fuerzas  como  está 
dicho  de  deshacer  esta  sagrada  religión;  estaban  algunos  frailes  Descalzos 
en  su  defensa,  entre  los  cuales  era  uno  el  sobredicho  Fr.  Nicolás,  de  na- 
ción genuvés. 

» Mandó  el  Nuncio  de  su  Santidad  que  todos  los  Descalzos  se  fuesen 
de  la  Corte  y  no  quedase  sino  el  R.  P.  Fr.  Nicolás,  pareciéndole  que  así 

exaltó  á  elevación  muy  grande  la  gloria  de  la  Religión  Dominicana,  apropiándose 
ella  el  carácter  y  nombre  de  Dominica;  mas  no  la  sirvió  menos  en  la  ocasión  que  dio 
para  que  esta  religión  santísima  gozase  el  elogio  grave,  veraz  y  sublísimo  que  he- 
mos trasladado  de  un  Varón  tan  insigne,  de  autoridad  tan  eminente,  de  virtud  tan 
famosa,  de  sabiduría  tan  robusta  y  otras  partidas  y  circunstancias  relevantes  con 
que  es  respetado  en  la  Iglesia  católica  el  V.  y  Excmo.  Prelado  D.  Juan  Palafox>. 
(1)     La  Fuente,  tomo  5.",  Carta  238,  página  123,  edición  1881. 


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se  acabarían  más  presto  los  negocios,  porque  le  tenían  por  hombre  de  poca 
maña  y  que  se  avendrían  mejor  con  él;  es  así,  que  aunque  tiene  una  apa- 
riencia de  hombre  muy  llano  y  fácil,  es  muy  prudente  y  de  mucha  indus- 
tria y  tal  que  todos  juntos  no  valían  tanto  como  él  sólo,  y  como  le  tenían 
en  otra  opinión  descuidábanse  con  él  y  él  no  perdía  punto. 

>Verdad  es  que  no  bastaran  fuerzas  humanas,  si  Dios  no  guiara  los  ne- 
gocios por  su  divina  disposición.  Andando,  pues,  en  estos  pleitos,  con 
poca  esperanza  de  la  victoria,  el  P.  Fr.  Nicolás  que  posaba  en  el  Carmen, 
iba  y  venía  á  Nuestra  Señora  de  Atocha,  convento  de  Dominicos  á  nego- 
ciar con  el  P.  Fr.  Pedro  Fernández,  su  Visitador  Apostólico  que  era  uno 
de  los  que  más  favor  les  daba,  porque  conocía  á  los  frailes  y  monjas. 

>Saliendo  una  vez  de  la  villa  para  ir  á  hablarle,  topó  al  salir  de  la  calle 
de  San  Jerónimo  un  perro  grande,  blanco  y  con  unas  manchas  negras, 
como  le  suelen  pintar  á  los  pies  de  Santo  Domingo,  y  fuese  delante  de  él 
como  seis  ó  siete  pasos  y  de  rato  en  rato  volvía  la  cabeza  atrás,  como  mi- 
rando si  le  seguía,  como  que  le  prometía  favor,  hasta  que  le  puso  á  la 
puerta  del  P.  Visitador,  y  aunque  entonces  lo  echó  de  ver,  no  dijo  nada. 
Salió  otra  vez  para  ir  á  lo  mismo  y  echó  por  otra  calle,  porque  no  le  es- 
piasen y  entendiesen  todos  donde  iba,  y  al  salir  de  la  calle  topó  el  mismo 
perro  que  le  llevó  de  la  manera  que  el  primero. 

>E1  P.  Fr.  Nicolás  preguntó  al  P.  Fr.  Pedro  Fernández  si  tenía  él  algún 
perro  como  aquél,  y  contóle  lo  que  pasaba;  él  se  rió  y  dijo  que  no  sabía 
de  tal  perro:  duró  esto  de  esta  manera  hasta  que  los  negocios  se  acabaron 
en  favor  de  la  Orden,  queriendo  el  santo  P.  Santo  Domingo  dar  á  enten- 
der en  esto  que  él  era  guarda  de  aquel  padre  y  defensa  de  su  Orden,  y 
que  por  medio  suyo  se  guiaban  los  negocios,  cumpliendo  la  palabra  que 
había  dado  en  Segovia  á  la  Santa  Madre. 

*  Después  de  todo  esto  les  fué  dada  la  exención,  como  ya  queda  antes 
dicho. 

*  Finalmente,  tiene  esta  Orden  gran  obligación  al  Santo  P.  Domingo, 
pues  los  principios,  medios  y  fines  de  toda  su  prosperidad  les  vino  por  me- 
dio suyo  y  por  las  personas  de  su  Orden». 

Concluyamos  esta  materia  con  las  palabras  del  Año  Teresiano  que, 
ocupándose  detenidamente  sobre  este  extraordinario  suceso,  después  de 


—  441  - 

referirlo  del  mismo  modo  que  acabamos  de  hacerlo,  añade  el  dia  30  de 
Septiembre: 

«El  éxito  de  estas  concurrencias  al  convento  de  Atocha,  fué  tan  feliz 
como  le  anunciaba  la  misteriosa  aparición  de  aquel  animal;  porque  el  pe- 
rro que  entró  en  casa  de  Tobías,  no  avisó  con  más  seguridad  el  arribo  y 
llegada  de  su  hijo,  que  la  que  tuvieron  nuestros  Carmelitas  en  conseguir 
la  estabilidad  de  la  Reforma,  cuando  se  vieron  escoltados  de  un  mastín, 
que  los  hizo  visible  el  celestial  amparo  de  Santo  Domingo-.  Y  un  poco 
más  adelante  continúa  así: 

<En  el  tiempo  que  se  celebraba  la  junta  referida,  fué  cuando  sucedió 
la  misteriosa  aparición  del  perro  blanco  y  negro  de  que  se  hizo  mención 
en  el  número  nueve  marginal  de  este  dia;  cuya  ocurrencia  sirvió  de  se- 
ñal, que  hizo  demostrable  el  cuidadoso  influjo,  que  ponía  desde  el  cielo 
Santo  Domingo  de  Guzmán  para  la  permanencia  de  nuestra  Descalcez. 
Así  se  logró,  como  dijo  la  Santa  Fundadora*. 


-■*■- 


I 


CAPITULO    XV 

Continúa»  las  sesiones  de  los  asistentes  con  el  ííuncio.- 
€1  IP.  Graves. 

Cuanto  se  ha  dicho  acerca  del  nombramiento  del  P.  Ángel  de  Salazar 
para  Vicario  General  de  la  Reforma  y  de  los  sucesos  prósperos  que  de 
aquí  se  siguieron,  no  es  más  que  una  parte  de  lo  mucho  que  los  asisten- 
tes hicieron  en  las  consultas  ó  sesiones  con  el  Nuncio,  las  cuales  duraron 
por  espacio  de  tres  meses  en  la  villa  y  corte  de  Madrid,  ó  sea  desde 
Marzo  hasta  mediados  de  Julio.  E!  gobierno  de  este  Padre  no  era  más 
que  interino  y  los  asistentes  no  se  contentaban  con  esto.  Como  per- 
sonas conocedoras  de  lo  que  es  la  vida  religiosa,  y  persuadidos  de  que 
sin  gobierno  separado  no  era  posible  armonizar  los  espíritus  y  mante- 
ner en  ellos  una  paz  duradera,  sostenían  que  la  separación  permanente 
del  gobierno  de  los  Calzados  era  absolutamente  necesaria  para  que  la  Re- 
forma adquiriese  vida  propia  y  perpetuidad  en  esa  misma  vida.  No  era  de 
este  parecer  el  Nuncio,  pero  los  asistentes  con  prudencia  y  con  santo  te- 
són se  mantuvieron  firmes  en  estas  apreciaciones  y  defendieron  la  Des- 
calcez como  cosa  de  suma  utilidad  para  la  Iglesia  y  para  la  república. 
Acosado  el  Nuncio  por  las  sólidas  razones  que  de  palabra  y  por  escrito 
presentaban  ante  él  los  dichos  cuatro  asistentes,  cayó  en  la  cuenta  de  su 
yerro  y  á  15  de  Julio  presentó  á  su  Majestad  el  parecer  de  la  junta,  pi- 
diendo al  Rey  tomase  á  su  cargo  el  solicitar  del  Soberano  Pontífice  el 
breve  de  separación  in  perpetuum  de  la  naciente  Descalcez  del  gobierno 
de  los  Calzados.  Este  informe  magistral  es  digno  de  ser  leído  y  meditado 


^ 


_444  — 

por  lo  sustancioso  que  es  y  porque  revela  las  letras  y  el  espíritu  que 
adornaban  á  los  asistentes  nombrados  por  Felipe  II.  Es  como  sigue: 

S.  C.  R.  M. 

»Filipo,  Obispo  de  Plasencia,  Nuncio  Apostólico  en  estos  Reinos  de 
V.  M.  digo: 

»Que,  entendiendo  con  cuanto  cuidado  y  celo  del  servicio  de  Dios, 
V.  M.  procura  el  bien  de  las  Religiones  y  su  observancia  regular,  y  vien- 
do lo  mucho  que  para  esto  importa  que  los  Religiosos  de  buenos  deseos, 
y  celos  de  la  observancia  de  su  perfección,  sean  favorecidos  y  tengan 
Prelados  que  los  animen;  con  ocasión  de  remediar  los  desasosiegos, 
bandos  y  alborotos  que  han  pasado  entre  los  Religiosos  Calzados  y  Des- 
calzos en  la  Orden  del  Carmen,  he  hecho  diligencias  en  entender  la  reli- 
gión y  modo  de  proceder  que  tienen  los  sobredichos  Descalzos  para  po- 
der referir  á  V.  M.  lo  que  conviene  acerca  de  su  gobierno,  y  si  es  bien 
que  se  les  dé  provincia  á  parte,  distinta  de  los  mitigados  y  provincial  de 
su  misma  Regla,  como  ellos  pretenden.  Para  ver  lo  que  esto  importa  y  la 
diferencia  que  hay  de  los  Descalzos  á  los  que  no  lo  son,  se  ha  de  advertir, 
que  la  Religión  de  Nuestra  Señora  del  Carmen  comenzó  á  sus  principios 
con  mucho  rigor  y  penitencia.  Después  por  algunas  consideraciones,  Eu- 
genio IV,  de  felice  recordación,  mitigó  la  Regla  de  la  dicha  Orden  y  per- 
mitió que  los  Religiosos  de  ella  tuviesen  dispensación  en  la  abstinencia 
perpetua  que  tenian  de  no  comer  carne,  y  en  los  ayunos  y  en  otras  algu- 
nas observancias  en  estos  Reinos  de  V.  M.  cerca  del  año  de  mil  qui- 
nientos sesenta  y  ocho,  poco  más  ó  menos.  Algunos  religiosos  de  la  di- 
cha Orden,  de  buen  espíritu  y  deseos,  con  licencia  de  su  General  que  á 
la  sazón  se  hallaba  en  España,  comenzaron  á  fundar  en  la  provincia  de 
Castilla  algunos  monasterios  de  frailes  y  de  monjas,  como  de  Recoletos, 
en  que  se  guardase  debajo  de  la  obediencia  del  Provincial  de  los  mitiga- 
dos la  primitiva  Regla  de  su  Orden,  con  toda  la  observancia  y  rigor.  Y 
asi  después  los  fundadores  de  los  monasterios,  como  los  demás  que  ad- 
mitían á  ellos,  renunciaban  la  mitigación:  y  pasado  un  año  de  aprobación 
se  obligaban  y  profesaban  la  primitiva  Regla,  conforme  á  la  cual  hacían 
profesión.  Y  también  los  seglares  que  admitían  al  hábito  por  preferir 


—  445- 

esta  profesión,  con  licencia  del  dicho  General  y  de  un  Vicario  mitigado 
que  dejó  en  Castilla,  á  quien  en  particular  encomendó  las  Religiosas  Des- 
calzas. Y  después  con  aprobación  de  los  Visitadores  Apostólicos  que  ha 
habido  en  la  dicha  Religión  han  guardado  los  dichos  Religiosos  desde  el 
principio  de  su  fundación  ciertas  ceremonias  de  mucha  mortificación  y  de 
edificación  del  pueblo,  como  es  andar  descalzos,  vestirse  de  sayal,  dormir 
sobre  una  tabla,  vivir  de  su  trabajo,  tener  mucho  ejercicio  de  oración  y  tam- 
bién decir  el  oficio  divino  sin  punto.  Y  los  Visitadores  Apostólicos  de  la 
Orden  de  Predicadores  que  ha  habido  en  Castilla  y  Andalucía,  viendo  la 
mucha  religión  y  observancia  de  estos  Religiosos,  han  favorecido  su  fun- 
dación de  suerte,  que  en  este  dia  hay  veintidós  conventos  de  frailes  y 
monjas  que  profesan  la  primitiva  Regla,  en  los  cuales  hay  casi  trescientos 
religiosos  y  cerca  de  doscientas  monjas.  Y  los  conventos  que  hay  en  An- 
dalucía todos  se  han  fundado  debajo  de  la  obediencia  del  Visitador  Apos- 
tólico de  la  Orden  de  Predicadores,  y  del  Visitador  Descalzo  que  han  te- 
nido, pero  sin  licencia  del  General.  Dos  ó  tres  monasterios  de  frailes  que 
hay  en  Castilla  y  todos  los  de  monjas  se  han  fundado  con  licencia  del 
General.  Después  que  cesó  la  visita  de  los  Religiosos  de  la  Orden  de 
Predicadores,  á  todos  los  Religiosos  y  Religiosas  Descalzos  ha  gobernado 
por  Autoridad  Apostólica  un  Religioso  Descalzo  de  su  misma  profesión  y 
Regla.  De  suerte,  que  después  que  ha  habido  algún  número  de  conventos, 
nunca  se  ha  gobernado  por  Provincial  de  los  mitigados,  sino  es  al  princi- 
pio, y  en  el  poco  tiempo  que  hubo  desde  que  se  quitó  el  poder  al  último 
Visitador  Descalzo,  hasta  que  se  les  nombró  Fr.  Ángel  de  Salazar,  de  los 
mitigados,  por  Vicario  General,  que  ahora  los  gobierna  y  tiene  como  en 
encomienda,  en  el  ínterin  que  se  les  da  Prelado  ordinario  cual  convenga. 
Habiendo  oído  muchas  veces  á  los  Religiosos  mitigados  y  Descalzos  en  si 
convenía  que  fuesen  todos  de  una  misma  provincia,  ó  que  se  hiciesen 
provincias  distintas,  consultadas  las  razones  y  causas  que  para  esto  hay 
una  vez  y  más  veces  con  D.  Luis  Manrique,  Limosnero  Mayor  de  V.  M.  y 
con  los  MM.  Fr.  Lorenzo  de  Villavicencio,  Fr.  Hernando  del  Castillo, 
Predicadores  de  V.  M.  y  Fr.  Pedro  Fernández,  Provincial  pasado,  de  la 
provincia  de  Castilla,  de  la  Orden  de  Predicadores  y  Visitador  que  fué 
por  comisión  Apostólica  de  los  Religiosos  y  Religiosas  mitigados  y  Des- 


I 


-446- 

calzos  de  la  dicha  Orden  del  Carmen  en  la  provincia  de  Castilla;  some- 
tiendo nuestro  parecer  al  de  V.  M.  nos  pareció,  de  común  acuerdo  y  con- 
sentimiento, que  conviene  para  servicio  de  Dios  y  aumento  de  la  obser- 
vancia regular,  paz  y  quietud  de  los  Religiosos  primitivos  y  mitigados, 
que  V.  M.  pida  y  suplique  á  su  Santidad  que  sea  servido  mandar,  que 
de  todos  los  Religiosos  y  Religiosas  Descalzas  que  profesan  la  primitiva 
Regla  de  la  dicha  Orden,  se  haga  una  provincia  distinta  de  los  mitigados, 
cuyo  distrito  sea  Castilla  y  Andalucía.  La  cual  provincia  esté  sujeta  al  Ge- 
neral de  la  Orden  como  las  demás,  y  se  gobierne  por  Provincial  Descalzo, 
elegido  por  la  dicha  provincia,  conforme  al  estilo  que  en  las  demás  pro- 
vincias se  eligen  los  Provinciales  en  forma  canónica,  como  lo  dispone  el 
Santo  Concilio.  Y  se  confirmen  las  ceremonias  santas  y  religiosas  de  su 
fundación;  y  las  razones  son  las  siguientes,  las  cuales  tuvimos  por  bien 
de  registrar  aquí,  firmadas  de  nuestros  nombres,  para  que  con  ellas  pue- 
da V.  M.  más  segura  y  más  fácilmente  persuadir  á  su  Santidad  que  le 
haga  esta  merced  por  los  fines  arriba  dichos. 

>La  primera  razón  pues,  S.  C.  R.  M.,  que  nos  movió,  es  que  los  Reli- 
giosos Descalzos  profesan  la  primera  Regla  confirmada  por  muchos  Pon- 
tífices, y  autorizada  por  muchos  Santos  que  la  han  guardado,  y  pretenden 
restituir  á  sus  principios  la  observancia  de  dicha  Orden  con  autoridad  de- 
bida, poniendo  en  ejecución  el  antiguo  rigor  de  la  Orden,  y  el  continuo 
ejercicio  de  la  oración  y  comunicación  con  Dios,  que  los  Padres  antiguos 
imitadores  de  Elias  tenían.  Para  conservarse  en  ésto  é  ir  adelante  en  sus 
buenos  propósitos  y  observancia,  tienen  necesidad  de  guía  y  Prelado  que 
in  Spiritu  et  viriute  Elioe  los  gobierne:  para  que  con  su  vida  y  ejemplo 
aliente  las  plantas  nuevas,  y  vaya  siempre  adelante  en  todo  como  capitán 
y  maestro  de  toda  virtud  y  observancia:  y  asimismo  á  los  discípulos  ani- 
me y  provoque,  ut  emiilentur  scmpcr  charisniata  meliora.  Es  la  Religión 
disciplina,  que  el  maestro  de  ella  ha  de  ser  obras,  poniendo  en  ejecución 
todo  lo  que  manda.  Es  el  Prelado  cabeza,  que  ha  de  influir  en  los  miem- 
bros, para  lo  cual  tiene  necesidad  de  más  virtud  y  observancia  que  ellos. 
Su  movimiento  en  ésto  ha  de  ser  más  veloz  y  eficaz  para  que  lleve  tras  sí 
los  demás  como  primer  móvil.  Y  es  necesario  que  el  Prelado  haga  ventaja 
á  los  subditos  como  la  hace  el  maestro  al  discípulo  y  e!  pastor  á  las  ove- 


-447- 

jas:  que  es  comparación  de  San  Gregorio.  Siendo  esto  así,  cómo  puede 
ser  Provincial  mitigado,  Prelado  de  los  Religiosos  de  la  primitiva  Regla, 
pues  es  inferior  en  la  observancia  y  obligación  de  ella?  Y  con  qué  ejem- 
plo podrá  aficionar  é  inducir  á  sus  subditos  al  rigor  y  perseverancia  en  la 
primitiva  Regla  el  Prelado  que  la  ha  desamparado  y  huido  de  ella?  Deser- 
tores militioe  indignos  son  de  las  preeminencias  de  que  gozan  los  perse- 
verantes en  ella. 

» Parte  muy  necesaria  es  para  el  gobierno  espiritual  que  el  Prelado  tenga 
mucho  amor  á  los  subditos  y  afición  á  su  observancia  y  profesión  y  estilo 
de  proceder.  Esto  es  lo  que  San  Pablo  pide  á  un  Prelado,  como  advierte 
un  Doctor  grave,  cuando  dice  que  ha  de  ser  benigno.  Magna  enim  pars 
Proelati  est  esse  bonorum  amaiorem,  magna  enim  felicitas  siibditorum  bo- 
norum  amari  ab  eo  qui  prcesidet:  nam  quasi pullulantes  germinant  boni,  ubi 
amantar.  Este  amor  señal  es  de  benignidad  y  afición.  Donde  hay  diver- 
sidad de  observaciones  y  diversa  razón  y  obligación,  como  entre  los  Reli- 
giosos mitigados  y  Descalzos,  con  dificultad  se  hallan.  Y  bien  lo  declara 
la  inquietud  y  poco  sosiego  que  se  ha  visto  en  los  pocos  dias  que  los 
Provinciales  mitigados  gobiernan  los  Descalzos,  y  los  diversos  intentos 
que  llevan  los  unos  y  los  otros,  y  el  poco  gusto  que  los  mitigados  tienen 
de  la  observancia  y  estilo  de  proceder  de  los  Descalzos.  No  es  tan  sabrosa 
la  virtud  á  los  principiantes  é  imperfectos,  que  no  tengan  muy  gran  nece- 
sidad de  ser  ayudados  y  acariciados  de  sus  Prelados,  y  favorecidos  de 
sus  buenos  intentos  y  alabados  de  sus  buenos  deseos,  y  con  ejemplos 
alentados.  Lo  cual  el  Prelado  mitigado  que  no  profesa  la  primitiva  Regla 
podrá  mal  hacer.  También  es  de  grande  importancia  que  los  subditos 
amen  á  sus  Prelados.  Para  esto  ninguna  cosa  más  ayuda  que  verle  se- 
mejante á  si  en  la  obligación  y  observancia,  y  participante  de  sus  traba- 
jos. Laboriim  societas  (dice  un  autor)  et  periculorum  communio  rectoribus 
subditos  amare  devincit,  et  ad  obediendum  acriter  impelid .  El  Hijo  de  Dios, 
Buen  Pastor  y  Prelado  para  que  le  amásemos  y  siguiésemos  se  hizo  se- 
mejante á  nosotros,  haciendo  primero  y  después  enseñando.  Si  los  Reli- 
giosos Descalzos  fuesen  de  una  misma  provincia  que  los  Calzados,  y  se 
comunicasen  con  ellos  debajo  de  la  obediencia  de  un  mismo  Provincial, 
como  tienen  diversa  observancia  los  unos  que  los  otros,  no  podrían  hacer 


I 


-448- 

unidad;  porque  cada  uno  querría  abonar  su  modo  y  estilo  de  proceder:  y 
así  se  causaría  diversidad  y  de  ella  disensión  y  poca  paz.  Y  como  la  flo- 
jedad se  pega  más  fácilmente  que  la  virtud,  habiendo  comunicación 
correría  gran  peligro  á  los  Descalzos  de  entibiarse  y  relajarse  su  rigor,  y 
mitigarse  ya  su  buen  espíritu  con  que  han  comenzado.  A  lo  cual  es  nece- 
sario ocurrir,  conforme  al  consejo  del  Apóstol  que  dice:  Spi/ifum  nólite 
exiinguere.  Y  sí  como  San  Juan  Crisóstomo  dice:  Multorum  ordini,  unius 
nocet  disolutio;  cuando  hubiese  muchos  de  vida  relajada,  y  el  Prelado 
fuese  de  ellos,  mucho  mayor  peligro  correría  de  descomponerse  los  orde- 
nados. Moisés  tenía  por  grande  inconveniente  que  en  el  ejército  hubiese 
algún  soldado  cobarde  y  flojo.  Quis  inquit,  est  homo  formidolosus,  et  corde 
pavido,  vadat,  et  revertatiir  in  domum  siiam:  ne  pavere  faciat  corda  fra- 
trum  moriim.  Si  la  cobardía  de  un  soldado  es  de  tan  gran  inconveniente 
para  los  demás;  cuánto  mayor  será  la  de  muchos:  y  siendo  capitán  el  uno 
de  ellos?  Y  así  con  gran  razón  en  esta  milicia  de  la  Religión  se  deben 
apartar  los  Religiosos  mitigados  de  los  que  tratan  de  la  observancia  de  la 
primitiva  Regla,  porque  no  les  entibien  ni  acobarden  en  la  observancia  de 
ella.  Dejasen  de  decir  otros  inconvenientes  muchos  que  habría  de  estar 
juntos,  los  cuales  la  experiencia  ha  mostrado  y  todos  cesan  con  tener 
Provincial  de  por  sí. 

»Es  muy  eficaz  argumento  para  prueba  de  lo  dicho  la  experiencia,  y 
continuo  uso  que  en  las  Religiones  se  ha  guardado,  que  cuando  algunos 
conventos  quieren  vivir  con  más  reformación  y  observancia  (y  no  es  con 
parecer  y  acuerdo  de  los  demás  que  no  tienen  tanta)  siempre  los  tales 
monasterios  de  más  observancia  han  estado  fuera  de  la  obediencia  del 
Provincial  de  los  demás  conventos.  En  esta  Religión  de  que  hablamos 
hay  ejercicios  muy  á  propósito.  Cuando  Eugenio  IV,  concedió  la  mitiga- 
ción y  permitió  relajación  en  el  rigor  antiguo  á  los  conventos  que  quisie- 
ron perseverar  en  el  rigor  antiguo  de  su  primera  Regla,  no  les  sujetó  el 
Pontífice  al  gobierno  de  los  mitigados,  como  consta  de  un  convento  que 
hasta  hoy  persevera  en  Genova  y  ha  estado  mucho  tiempo  inmediato  al 
Sumo  Pontífice  y  ahora  lo  está  al  General.  Parecióle  al  Sumo  Pontífice 
que  no  era  justo  que  los  que  perseveraban  en  la  observancia  de  su  profe- 
sión, y  querían  guardar  el  rigor  de  la  primitiva  Regla  y  tenían  constancia 


-449- 


y  fidelidad  en  lo  prometido,  quedasen  sujetos  á  ios  que  como  flacos  é  in- 
constantes Iiuían  la  obligación  de  la  primera  profesión   y   viaje.  Porque, 
qué  ejemplo  el  Religioso  mitigado  que  huyó  el  rigor  de  hi  primitiva   Re- 
gla, podía  dar  para  que  los  demás  perseverasen  en  ella?  Muy  lejos  era  de 
razón  que  los  que  quedaban  en  superior  grado  de  observancia  y  vida 
más  perfecta,  fuesen  sujetos  á  los  mitigados  que  declinaban  de  ella;  pues 
siempre  el  Prelado  por  la  perfeccicMi  de  su  observancia  lia  de  ser  como 
ciudad  sobre  el  monte,  y  vela  puesta  sobre  el  candelero.  Y  si'  con  tanta 
razón  en  aquel  tiempo  los  primitivos  quedaron  exentos  del  gobierno  de 
los  mitigados,  cuando  es  de  creer  que  los  primitivos  estaban  en  alguna 
quiebra  de  la  observancia,  pues  que  los  más  fueron  de   parecer  que  se 
mitigasen,  y  los  mitigados  es  de  creer  que  eran  más  observantes  por  estar 
más  cerca  de  su  primer  instituto:  con  mucha  más  razón  ahora  deben  estar 
los  primitivos  exentos  del  gobierno  del  Provincial  de  los  mitigados;  ha- 
biendo los  mitigados  declinado   más  de  su  primer  principio,  y  los  descal- 
zos por  comenzar  ahora  con  calor  y  espíritu  de  reducción  á  su  primer 
principio,  están  con  más  observancia  en  su  Regla.  Por  esta  consideraci  )n 
algunos  conventos  de  esta  misma  Religión  que  en  el  contorno  de  Man- 
tua viven  con  más  observancia  en  su  Regla  mitigada  que  en  las  demás, 
tienen  Prelados  de  su  observancia  y  no  están  sujetos  al  Provincial  de  la 
provincia.  Y  esto  mismo  se  ha  hecho  en  todas  las  Religiones.  En  la  anti- 
quísima y  muy  religiosa  Orden  de  San  Benito  se  hizo  primero  en  tiempo 
de  los  Cistercienses,  y  después  cuando  se  apartó  la  Congregación  de 
Santa  Justina  de  Padua.  Y  en  la  Religión  de  San  Francisco,  los  Religiosos 
Descalzos  y  Capuchinos  tienen  distintas  provincias  de  las  demás;  y  así  se 
ha  hecho  siempre  en  las  demás  Religiones,  haciendo  Vicarios  y  Congrega- 
ciones con  Prelados  particulares.  Pu'js  esto  mismo  que  ahora  se  ha  hecho 
en  esta  Religión  y  las  demás,  es  lo  que  ahora  se  afirma  que  conviene  hacer- 
se con  los  Descalzos,  señalándoles  provincia  y  Provincial  electo  de  ellos, 
que  los  conserve  en  su  rigor  y  observancia,  siendo  él  el  primero  en  ella. 

ítem  los  Religiosos  Descalzos  que  ahora  hay  en  este  Reino,  casi  todos 
se  han  fundado  y  gobernado  debajo  del  amparo  de  los  Visitadores  Apos- 
tólicos que  ha  habido.  Los  cuales,  viendo  su  buen  espíritu  y  religión,  y 
que  no  podían  perseverar  en  ella  estando  sujetos  á  los  mitigados,  los  tu- 


2» 


-  450  - 

vieron  bajo  de  su  protección,  y  acabadas  sus  comisiones,  el  Nuncio  Apos- 
tólico, que  á  la  sazón  era,  señaló  un  Religioso  Descalzo  debajo  de  cuya 
obediencia  han  estado  exentos  de  los  Provinciales  mitigados:  y  han  vivi- 
do con  mucha  religión  y  edificación  del  pueblo.  Y  asi  en  darles  ahora 
provincia  y  Provincial  de  su  observancia,  no  parece  que  se  hace  novedad 
alguna,  sino  sólo  dar  asiento  y  darles  Prelado  ordinario,  tan  necesario 
para  su  gobierno  y  observancia,  el  cual  Prelado  ordinario  no  han  tenido 
hasta  aqui,'sino  por  comisión.  Y  de  no  hacer  esto  ningún  inconveniente  se 
sigue  que  sea  de  consideración,  ni  de  parte  del  Instituto  que  profesan, 
porque  es  aprobado  por  Iglesia;  ni  de  su  General,  ni  de  los  Religiosos 
mitigados,  ni  de  otro  cabo  alguno.  Y  de  hacerse,  se  siguen-  los  inconve- 
nientes arriba  señalados,  y  otros  muchos  que  no  se  dicen  y  se  han  enten- 
dido muy  particularmente  en  esta  junta. 

>Por  estas  razones  y  otras  el  Santo  Concilio  Tridentino,  dispuso  que 
los  Prelados  de  los  Religiosos  profesen  la  misma  Regla  que  los  subditos. 
Para  lo  cual  parece  precisamente  necesario  que  el  Provincial  de  los  Reli- 
giosos primitivos,  haya  profesado  la  Regla  primitiva,  como  la  profesan  los 
subditos  para  que  esté  obligado  por  voto,  y  por  la  razón  del  estado  á  las 
mismas  observancias  que  ellos  y  haya  toda  unidad  de  obligación  y  ob- 
servancia entre  las  cabezas  y  las  demás  partes  del  cuerpo,  y  entre  el  Pre- 
lado y  subditos.  Todas  las  razones  dichas  tienen  su  fuerza  y  lugar  en  caso 
que  los  Religiosos  mitigados  guarden  su  Regla  mitigada  con  la  observan- 
cia que  ella  pide:  y  muy  mayor  la  tendrá  en  caso  que  no  la  guardasen  ni 
viviesen  en  la  reformación  que  conviene  conforme  á  ella;  porque  sería 
entonces  muy  más  manifiesto  y  claro  el  inconveniente  grande  que  habría 
de  estar  sujetos  los  Religiosos  Descalzos  á  los  Religiosos  mitigados,  pues 
es  cosa  sin  duda  que  los  Prelados  que  no  dan  la  cuenta  que  conviene  de 
sus  casas,  mucho  menos  la  darán  de  las  que  no  miran  como  tan  propias, 
y  su  gobierno  requiere  mayor  cuidado  y  atención.  Argumento  es  éste 
que  hace  el  Apóstol,  poniendo  las  condiciones  de  un  buen  Prelado.  Y 
entre  otras  cosas  dice  que  sea  hombre  que  haya  dado  buena  cuenta  y  ra- 
zón del  gobierno  de  su  casa:  porque  si  en  éste  falta,  no  hay  esperanza 
que  le  tendrá  bueno  en  la  casa  de  Dios.  Si  quis,  inqiiit,  donuii  siice  bene 
prceesse  nescit,  quomodo  Ecclesice  Dei  diligentiam  habcbit?  No  puede  dejar 


-451  - 

de  ser  grande  disfavor  de  la  virtud  y  grande  escándalo  á  los  que  la  pre- 
tenden, ver  que  se  da  prelacia  y  magisterio  de  vida  religiosa  y  reformada 
á  quien  no  ha  dado  la  cuenta  que  conviene  en  la  vida  mitigada.  Y  á  los 
que  tratan  de  reformación  y  vida  rigurosa,  los  sujeten  á  quien  no  la  ha 
aprendido  y  menos  la  sabrá  enseñar.  Por  gran  desorden  pone  el  Sabio 
que  el  siervo  mande  y  el  Príncipe  esté  sujeto:  y  que  el  esclavo  ande  á 
caballo  y  el  Señor  á  pie  por  el  suelo.  También  lo  es,  que  los  que  viven 
vida  más  floja  y  relajada,  y  tienen  necesidad  de  quien  los  guie  y  enseñen 
la  observancia,  sean  superiores  á  los  que  la  guardan  con  todo  rigor  y  pro- 
fesan vida  más  aventajada.  No  ha  de  ser  el  discípulo  sobre  el  maestro,  ni 
el  siervo  más  que  el  Señor. 

»Filipo,  Obispo  de  Plasencia,  Nuncio  de  su  Santidad.  Don  Luis  Manri- 
que, Fr.  Fernando  del  Castillo,  Fr.  Lorenzo  de  Villavicencio,  Fr.  Pedro 
Fernández.  Fué  acordado  todo  lo  sobredicho  en  Madrid  á  quince  de  Julio 
de  mil  quinientos  setenta  y  nueve  años,  ante  mí  el  Notario  infrascrito.  Ita 
est.  Lorenzo  Bautista,  Notario  Apostólico.- 

No  es  necesario  hacer  resaltar  la  grande  importancia  de  este  informe 
que  á  todas  luces  es  un  trabajo  magistral  y  que  revela  en  sus  autores  un 
exactísimo  conocimiento  de  lo  que  es  y  debe  ser  la  vida  religiosa,  y  de 
las  dotes  de  que  debe  estar  adornado  el  que  haya  de  ser  jefe  y  director  de 
esta  espiritual  milicia.  Como  se  ve,  la  idea  capital,  ó  mejor  dicho,  el  pen- 
samiento único  que  en  él  se  contiene,  se  reduce  á  que  su  Majestad,  el  gran 
Felipe  II  suplique  á  su  Santidad  que  todos  los  Descalzos  y  Descalzas 
formen  una  provincia  separada  de  los  Calzados  y  se  gobiernen  por  pro- 
vincial reformado  y  elegido  por  los  mismos;  y  la  causa  porque  conviene 
así:  primero,  porque  deben  tener  prelados  que  con  el  buen  ejemplo  y  ob- 
servancia enseñen,  lo  que  si  fuera  prelado  mitigado  no  se  verificaría;  se- 
gundo, porque  no  puede  haber  amor  entre  los  que  no  profesan  lo  mismo, 
ni  instrucción  necesaria;  tercero,  porque  si  unos  con  otros  se  mezclan, 
más  se  pegará  la  anchura  que  la  estrechez;  cuarto,  no  podría  haber  uni- 
dad entre  "unos  y  otros  con  diferentes  usos,  etc.,  ni  más  etc.;  quinto,  la 
experiencia  enseña  que  asi  conviene  (1). 


(1)     La  Mujer  Grande,  dia  9  de  Noviembre,  página  'M3. 


i 


-452- 

Este  mismo  era  el  pensamiento  constante  de  la  gran  Teresa  de  Jesús 
que  en  su  alta  penetración  y  claro  ingenio  comprendió  desde  luego  que 
aquí  estaba  el  remedio  de  tantas  tribulaciones  y  contradicciones  como  su- 
fría su  Reforma;  por  eso  no  hay  cosa  que  tanto  repita  en  sus  cartas,  y 
por  la  que  tanto  suspire.  Así,  escribiendo  al  P.  Salazar  de  la  Com- 
pañía de  Jesús,  su  grande  y  antiguo  amigo  le  decía  (1):  Encomiéndelo 
vuestra  merced  á  Dios,  por  caridad,  que  hasta  estar  apartada  provincia, 
nunca  creo  hemos  de  acabar  con  desasosiegos.  Esto  estorba  el  demonio 
cuanto  puede».  «Sino  es  que  Dios  nos  hiciese  merced  de  hacer  provincia, 
que  sino,  no  sé  en  qué  ha  de  parar»,  escribía  á  D.  Teutonio  (2). 

En  una  instrucción  que  dio  la  Santa  para  negociar  con  el  General  la  se- 
paración de  provincia  decía  (3):  «Lo  segundo,  que  pues  ahora  ya  ha  aca- 
bado el  Visitador  Apostólico  y  están  inmediatos  esos  monasterios  de  Des- 
calzas á  su  Señoría,  que  señale  prelados  á  quien  acudir,  así  para  visitas, 
como  para  otras  cosas  muchas,  que  se  ofrecen,  que  sea  de  los  Descalzos 
de  la  primera  Regla,  y  no  las  mande  ser  gobernadas  de  los  de  la  mitigada, 
asi  por  ser  muy  diferente  la  manera  del  proceder  de  el  que  llevan  ellas  en 
muchas  cosas  (que  es  imposible  quien  no  vive  así  poder  entender  y  re- 
mediar las  faltas  que  hay),  como  porque  su  Señoría  sabe,  cuan  mal  les  ha 
ido  con  su  gobierno;  y  cuando  fuere  servido  le  podrán  informar  de  cuan 
mal  lo  iba  haciendo  á  quien  su  Señoría  lo  encomendó  á  la  postre,  con  es- 
cogerle ellas  por  el  mejor;  y  esto  no  será  quizá  falta  suya,  sino  no  tener 
la  experiencia,  como  tengo  dicho;  y  esto  hace  gran  daño.  Y  sin  esto,  en- 
trambos Visitadores  Apostólicos  tienen  hechas  actas  y  con  precepto,  para 
que  estén  sujetas  á  su  Señoría  y  á  quien  él  mandare,  con  que  sea  de  la 
primitiva  Regla;  digo  de  los  Descalzos,  visto  el  daño  que  hacía  lo  contra- 
rio*. Al  P.  Gracián  le  decía  (4):  <Y  vuestra  paternidad  trate  de  la  provin- 
cia por  todas  las  vías  que  pudiere  y  con  las  condiciones  que  quisieren; 
porque  en  esto  está  todo;  y  aún  lo  de  la  Reforma»...  y  le  repetía  en  la 


(1)  La  Fuente,  edición  de  1781,  Carla  175. 

(2)  La  Fuente,  edición  del  81,  Carta  182. 

(3)  La  Fuente,  edición  81,  Carta  206. 

(4)  La  Fuente,  edición  81,  Carta  208. 


-453- 

Carta  siguiente:  De  todas  las  maneras  posibles,  ó  como  se  quisie- 
se, con  cualquier  condiciones  procure  vuestra  paternidad  lo  de  la  pro- 
vincia, que,  aunque  no  faltarán  otros  trabajos,  es  gran  cosa  estar  ya  en 
seguridad. 

«Como  no  está  hecha  provincia  por  sí,  son  tantas  las  molestias  y  tra- 
bíijos  que  se  tienen  con  los  del  Paño,  que  no  se  puede  escribir»  (1). 

A  su  sobrina  María  Bautista,  priora  de  Valladolid  le  decía:  *E1  Padre 
Kr.  Pedro  Fernández  pone  mucho  en  que  hasta  que  no  tengamos  provin- 
cia, no  se  funde  monasterio,  aunque  dé  licencia  y  da  buenas  razones: 
ahora  me  lo  escribieron;  porque  como  el  Nuncio  está  tan  vidriado  y  hay 
quien  le  parle,  podríanos  venir  daño:  pensarse  ha  todo  bien»  (2)  -En  lo 
de  provincia  es  lo  que  se  ha  mucho  de  poner*  decía  á  su  amigo  y  devoto 
Roque  de  Huerta  (3).  Finalmente,  y  para  no  molestar  con  más  citas,  Santa 
Teresa  consideró  de  tal  importancia  este  punto  que  se  atrevió  á  escribir 
al  Rey  pidiendo  esta  separación.  La  Carta  dice  así  (4):   Jesús.  La  gracia 
del  Espíritu  Santo  sea  siempre  con  vuestra  Majestad.  Estando  con  harta 
pena  en  encomendar  á  nuestro  Señor  las  cosas  de  esta  Sagrada  Orden  de 
nuestra  Señora,  y  mirando  la  gran  necesidad  que  tiene,  que  estos  princi- 
pios que  Dios  ha  comenzado  en  ella,  no  se  caigan,  se  me  ofreció  que  el 
medio  mejor  para  nuestro  remedio  es,  que  vuestra  Majestad  entienda  en 
qué  consiste  estar  del  todo  la  firmeza  de  este  edificio.  Yo  há  cuarenta 
años  que  vivo  en  esta  Orden,  y  miradas  todas  las  cosas  conozco  ciara- 
mente,  que  si  no  se  hace  Provincial  á  parte  de  Descalzos  y  con  brevedad 
que  se  hace  mucho  daño,  y  tengo  por  imposible  que  pueda  ir  adelante. 
Como  esto  está  en  manos  de  vuestra  Majestad,  y  yo  veo  que  la  Virgen 
nuestra  Señora  le  ha  querido  tomar  por  amparo,  para  el  remedio  de  su 
Orden,  heme  atrevido  á  hacer  esto,  para  suplicar  á  vuestra  Majestad  por 
amor  de  Nuestro  Señor  y  de  su  gloriosa  Madre.  Vuestra  Majestad  mande 
que  se  haga;  porque  al  demonio  le  va  tanto  en  estorbárselo,  que  no  pon- 


(1)  La  Fuente,  edición  81,  Carta  214. 

(2)  La  Fuente,  edición  81,  Carta  242. 

(3)  La  Fuente,  edición  81,  Carta  167. 

(4)  P.  Antonio  de  San  José,  tomo  2.",  Carta  1  ^ 


-454- 

drá  pocos  inconvenientes,  sin  haber  ninguno,  sino  bien  de  todas  maneras. > 
Para  mejor  asegurar  el  éxito  de  la  tan  necesaria  y  deseada  separación 
no  desaprovecho  la  prudentísima  Virgen  la  grande  influencia  que  cerca 
del  catíMico  monarca  Felipe  II  gozaba  otro  célebre  Dominico,  el  M.  Cha- 
ves, prior  que  había  sido  de  Santo  Tomás  de  Avila,  catedrático  de  Prima 
y  M.  del  sapientísimo  Báñez,  en  la  Universidad  Salmantina. 

De  este  insigne  Dominico  escribe  así  el  P.  Paulino  Alvarez,  en  su 
obra  titulada  Santa  Teresa  y  el  P.  Báñez:  «El  P.  M.  Fr.  Diego  de  Chaves, 
hijo  de  este  convento  (San  Esteban  de  Salamanca)  hombre  integérrimo, 
teólogo  del  Concilio  de  Trento,  enviado  por  el  Rey  de  España,  confesor 
del  Príncipe  D.  Carlos,  de  Doña  Isabel,  segunda  mujer  de  Felipe  II,  y  por 
último  de  este  mismo  rey:  modelo  de  confesores  de  reyes,  cuyos  intere- 
santes episodios  en  el  desempeño  de  este  cargo  revelan  en  él  una  rectitud 
de  conciencia  y  entere/a  indomable.  Fué  muy  estimado  de  Gregorio  XIII, 
que  le  escribió  un  lisonjero  Breve  el  3  de  Abril  de  1581.  Ganó  el  corazón 
de  su  augusto  penitente  para  que  secundase  los  esfuerzos  de  Santa  Te- 
resa en  la  separación  de  los  Descalzos:  fué  varón  muy  cuerdo,  como  le 
llama  la  Santa,  de  alto  espíritu  y  valor.  La  confesó  algún  tiempo». 

El  autor  de  una  Memoria  premiada  en  certamen  literario,  de  que  ya  se 
ha  hecho  mención  en  otro  lugar,  en  el  párrafo  VI,  ocupándose  de  los  Pa- 
dres Fr.  Diego.de  Chaves  y  Fr.  Fernando  del  Castillo,  Fr.  Pedro  Fernán- 
dez y  Fr.  Juan  de  las  Cuevas,  que  protegieron  á  la  seráfica  Madre  en  se- 
paración de  Descalzos  y  mitigados,  dice  así:  <  Con  grandes  ansias  deseaba 
Santa  Teresa  esa  separación  desde  que  alcanzó  la  anhelada  Reforma  de  su 
Orden;  y  con  razón  la  deseaba  y  oraba  ferviente  á  Dios  para  que  se  reali- 
zara algún  día.  ¿Cómo  habían  de  recibir  luz  y  norma  de  vida  los  Carme- 
litas austeros  del  trato  y  compañía  de  los  mitigados?  ¿Podrían  acaso  éstos 
gobernar  á  aquéllos,  teniendo  un  espíritu  diferente  y  no  viviendo  sujetos 
á  las  mismas  constituciones  y  á  las  mismas  leyes?  ¿Dónde  buscar  el  con- 
cierto y  la  armonía  en  esa  fusión  y  juntura  de  religiosos  faltos  de  unidad 
de  pensamiento  y  de  acción  en  la  manera  de  entender  y  practicar  las  le- 
yes del  respectivo  Instituto?  Y  si  se  destierra  de  los  claustros  ese  con- 
cierto y  armonía,  que  resultan  precisamente  de!  ajuste  y  conformidad  en 
ideas  y  sentimientos;  ¿qué  vendrán  á  ser  los  conventos,  esos  paraísos 


-  455    - 

tc'iiestrcs  y  antesalas  del  cielo,  sino  moradas  de  perdición  y  templos  del 
demonio? 

«Y  Teresa  que  de  todo  eso  tenía  un  conocimiento  claro  y  exacto,  no  se 
permitía  la  más  leve  holganza  en  procurar  por  todos  los  medios  posibles 
esa  tan  anhelada  separación,  que  exigían,  si  bien  se  mira,  todas  las  leyes 
divinas  y  humanas.  Pero,  ¿quién  auxiliará  á  la  Santa  en  esa  empresa  se- 
paratista, la  cual,  si  se  malograba,  enteca  y  deslucida  quedara  la  obra  de 
la  Reforma?...  ¿Quién?  El  fraile  Dominico,  constante  siempre  en  proteger 
todas  las  obras  Teresianas.  A  él  acude  la  Santa  en  demanda  de  socorro  y 
ayuda  y  no  queda  defraudada  en  sus  esperanzas. 

»Florecía  entonces  un  religioso  Dominica  de  alto  espíritu  y  valer;  con- 
fesor de  Felipe  II  y  de  la  Santa  Madre  y  maestro  de  confesores  de  los 
Reyes,  Fr.  Diego  de  Chaves,  cuya  personalidad  era,  eatre  cortesanos  y 
plebeyos  grandemente  respetada.  Ese  le  pareció  muy  á  propósito  á  la 
Santa  para  activar  el  negocio  de  una  manera  favorable  y  segura,  y  en 
efecto,  el  P.  Chaves  lo  era  como  el  que  más.* 

■  No  sé  si  sería  bueno,  escribe  Santa  Teresa  á  su  amadísimo  P.  Gra- 
dan (1)  que  vuestra  paternidad  lo  comunicase  con  el  P.  M.  Chaves...  que 
es  muy  cuerdo,  y  haciendo  caso  de  su  favor  quizá  lo  alcanzaría  con  el 
Rey:  y  con  cartas  suyas  sobre  esto  habían  de  ir  los  mismos  frailes  á  Roma 
(lo  que  está  tratado),  que  en  ninguna  manera  querría  se  dejase  de  ir;  por- 
que, como  dice  el  Doctor  Rueda,  es  el  camino  y  medio  recto  el  del  Papa 
ó  General*.  Tenía,  pues,  la  Santa  grande  confianza  en  este  celoso  é  influ- 
yente Dominico,  cuando  de  una  manera  tan  encomiástica  y  lisonjera  para 
dicho  religioso,  hablaba  al  P.  Gracián. 

Comentando  estas  palabras  de  la  Santa  el  venerable  Palafox,  escribe 
de  esta  manera:  En  el  número  segundo  oírece  la  Santa  prudentes  medios 
para  que  se  hiciese  la  provincia  de  Descalzos;  porque  hacerla  para  que  no 
durase,  era  más  desacreditarla  que  formarla. 

-  Funda  l:i  Santa  todo  el  acierto  de  esta  materia  en  ganar  al  Rey  y  al 
Papa.  ¡Qué  seguro  y  eterno  quería  que  fuese  el  edificio  fundado  sobre  dos 
piedras  tan  sólidas  como  la  potestad  espiritual  y  temporal!  Y  así  le  suce- 

(1)     Tomo  1.",  Carta  22. 


—  456  — 

dio  todo:  porque  el  Rey  lo  pidió  y  el  Papa  lo  bendijo  y  confirmó  con  que 
se  perfeccionó  la  reforma. 

>E1  P.  M.  Chaves,  que  nombra  en  este  número,  debía  ser  aquel  gran 
yarón  y  maestro  de  los  confesores  de  los  Reyes,  Fr.  Diego  de  Chaves,  que 
lo  fué  del  Sr.  Rey  Felipe  II  y  de  la  Santa:  Religioso  de  la  Orden  sagrada 
de  Santo  Domingo,  sujeto  de  alto  espíritu  y  valor, 

»De  este  esclarecido  varón  se  refiere,  que  habiendo  entendido  por  di- 
versas quejas  que  habían  acudido  á  él  de  los  negociantes  y  pretendientes 
que  cierto  gran  ministro  era  áspero  é  incontratable  con  ellos,  avisó  de 
ello  á  su  Majestad,  encargándole  la  conciencia  para  que  lo  reformase.  Y 
aunque  el  Sr.  Rey  Felipe  11  dio  orden  de  moderarlo,  viendo  su  confesor 
que  no  se  enmendaba,  enviado  á  llamar  de  su  Majestad  para  que  le  con- 
fesase, respondió:  Que  no  podía  irle  á  confesar,  pues  no  se  atrevía  á  ab- 
solverle, si  no  reformaba  á  este  ministro,  por  ser  daño  público.  Y  añadió: 
y  temo,  que  no  se  ha  de  salvar  V.  Majestad  si  no  lo  remedia.  A  que  res- 
pondió aquel  prudentísimo  y  religiosísimo  Príncipe  con  grande  gracia  y 
paciencia:  Venid  á  confesarme,  que  todo  se  remediará;  y  espero  que  me  he 
de  salvar,  pues  padezco  lo  que  me  escribís  y  hacéis. 

»Y  no  se  acabó  aquí  el  valor  de  este  grande  confesor,  ni  la  cristiandad 
y  moderación  de  este  esclarecido  Príncipe;  porque  no  se  quitó  esta  mate- 
ria hasta  que  obligó  á  su  Majestad,  y  su  Majestad  al  ministro  que  hiciese 
una  obligación  firmada  de  enmendarse  en  la  condición.  La  cual  envió  este 
ministro  á  su  Majestad,  y  su  Majestad  la  entregó  á  su  confesor  que  la 
guardó  para  en  caso  que  no  se  enmendase,  fuese  reformado  del  todo. 

»A  este  santo  Religioso  llama  Santa  Teresa  muy  cuerdo,  y  de  él  se 
vale  para  alcanzar  del  Rey  la  carta  para  su  Santidad,  en  orden  á  dividir  de 
la  observancia  los  Descalzos;  y  no  es  de  omitir  la  cortesanía  con  que  la 
Santa  le  advierte:  Que  haciendo  caso  de  su  favor,  lo  alcanzará  esto  del  Rey.^- 

En  otra  carta  que  la  Santa  escribía  á  su  devoto  Roque  Huerta,  le  de- 
cía (1):  -Jesús.  La  gracia  del  Espíritu  Santo  sea  con  vuestra  merced.  Aquí 
va  una  carta  para  el  P.  M.  Chaves.  En  ella  le  digo  que  vuestra  merced  le 
dirá  en  el  estado  en  que  están  los  negocios.  Procure  coyuntura  para  ha- 

(1)     La  Fuente,  carta  219,  edición  81 . 


—  457  - 

bkirlc  y  dárselas,  y  di<fale  vuestra  merced  cuino  nos  paran  esos  benditos. 
Creo  será  de  algún  efecto  esii  carta,  porque  le  suplico  mucho  hable  á  el 
Rey  y  le  diga  algunos  de  los  daños  que  nos  han  venido  á  nosotras  cuan- 
do les  estábamos  sujetas >. 

Concluye  esta  materia  el  autor  de  la  citada  Memoria  y  dice:  Secun- 
daron la  acción  de  este  Dominico,  los  PP.  Fr.  Hernando  del  Castillo,  pre- 
dicador y  consejero  intimo  de  Felipe  II,  el  ya  citado  Fr.  Pedro  Fernández, 
Visitador  Apostólico,  nombrado  por  Pío  V,  ya  en  unión  con  el  Sr.  Sega, 
obispo  de  Plasencia  y  Nuncio  en  Madrid,  ya  separadamente,  en  especial 
el  P.  Fernández,  que  desde  el  convento  de  Atocha  era  el  alma  y  vida  de 
esta  empresa.  No  pudo,  empero,  verla  coronada  con  el  feliz  suceso  que 
tuvo  después:  feneció  el  celosísimo  Visitador,  perenne  arrimo  de  Santa 
Teresa;  mas  otro  Dominico  de  tan  largo  aliento  como  él,  surgió  en  la  per- 
sona del  benemérito  P.  Fr.  Juan  de  las  Cuevas,  quien  llevó  á  cabo  la  se- 
paración deseada,  á  raíz  de  la  fundación  de  San  José  de  Nuestra  Señora 
de  la  Calle  en  Palencia,  auxiliado  también  por  otro  Dominico,  el  P.  Fray 
Jerónimo  Almonacid,  egregio  comentarista  y  lumbrera  de  la  Universidad 
de  Alcalá-. 

Más  adelante  nos  ocuparemos  del  V.  P.  Cuevas  y  del  Capítulo  de  Se- 
paración que  presidió  como  Delegado  de  la  Santa  Sede.  Entre  tanto  obsér- 
vese la  gran  verdad  que  encierran  las  palabras,  en  otro  lugar  citadas,  del 
autor  de  la  Reforma,  cuando  dice:  «que  siempre  estuvieron  al  amparo  de 
San  Teresa  los  hijos  del  Patriarca  Santo  Domingo-'  y  de  las  no  menos 
significativas  del  limo.  Sr.  Yepes,  al  decir:  que  todas  las  cosas  graves 
que  han  sucedido  á  la  Reforma,  les  han  venido  por  mano  de  los  Religiosos 
de  la  Orden  de  Santo  Domingo  -. 

Resulta  de  lo  dicho  que  los  reverendísimos  PP.  Hernando  del  Casti- 
llo y  Pedro  Fernández  estuvieron  trabajando  por  espacio  de  tres  meses  en 
las  consultas  y  juntas  con  Monseñor  Sega,  á  fin  de  presentar  al  Rey  su  in- 
forme decisivo,  pidiendo  la  separación  de  provincia,  en  especial  el  célebre 
Padre  Pedro  Fernández  que  era,  como  dice  muy  bien  el  autor  de  la  citada 
Memoria  <el  alma  de  aquellas  tan  importantes  sesiones^. 

A  los  trabajos  de  los  dos  anteriores  Dominicos,  añádanse  los  del 
gravísimo  P.  Chaves,  ganando  con  sus  indicaciones  y  consejos  el  cora- 


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zón  de  su  penitente,  el  prudentísimo  y  sin  igual  Felipe  II,  en  favor  de  la 
separación,  y  sin  extremar  las  cosas  podremos  lógicamente  concluir  que 
la  grande  empresa  de  Santa  Teresa  llegó  á  consolidarse,  debido  muy 
principalmente  á  los  esfuerzos  de  los  Dominicos,  en  especial  del  P.  Pedro 
Fernández,  que  miraba  como  propios  todos  los  negocios  de  la  Santa,  la  cual 
tenía  depositada  en  él  tal  confianza  que,  al  saber  entraba  de  consultor  en 
las  juntas,  daba  el  asunto  por  felizmente  terminado. 

Para  terminar  este  ya  largo  capítulo,  séanos  permitida  una  observa- 
ción, de  cuya  exactitud  estamos  dispuestos  á  responder.  Es  la  siguiente: 
de  ninguna  corporación  religiosa  recibió  Santa  Teresa,  al  llevar  á  cabo  su 
grande  empresa  de  la  Reforma,  tan  valiosa  asistencia  como  de  la  de  Santo 
Domingo;  siendo  además  esta  Orden  la  única,  de  parte  de  la  cual  no  tuvo 
la  Santa  Reformadora  que  experimentar  contradicciones  ni  dificultades  en 
su  empresa  (1). 


(1)  Al  estampar  esta  afirmación  no  pretendemos  negar  que  haya  liaDido  aca- 
so algún  Dominico  que,  después  de  la  muerte  de  la  Santa,  no  se  haya  mostrado 
del  todo  conforme  con  los  esciit  s  de  la  misma  antes  que  recibieran  la  sanción  de 
la  Iglesia.  Sobre  este  punto  hablarenujs  más  extensamente  en  otra  parte. 


C  A  FITU  LO    XV  I 

Decreto  de  separación.-GI  Cardenal  Dominico,  Blancis.-Cos  IPIP.  lPe= 
dro  Fernández  y  pan  de  las  Guevas.-Otros  Dominicos. 


Veamos  ahora  el  efecto  que  causaron  en  el  ánimo  del  Rey  el  informe 
de  los  Asistentes,  la  recomendaci(3n  del  P.  Chaves  y  la  carta  de  Santa  Te- 
resa. Como  puede  fácilmente  comprenderse,  el  Rey  Felipe  II  no  sólo  se 
conformó  con  el  parecer  de  la  Santa  y  el  de  los  Asistentes,  sino  que  se 
alegró  de  poder  intervenir  con  el  prestigio  de  su  autoridad  en  la  corte  ro- 
mana para  la  negociación  del  Breve  de  separación.  Desde  luego  se  vio 
también  la  necesidad  de  enviar  á  Roma  personas  que  la  procurasen  y  en- 
tonces la  Santa  Madre  con  quien  todas  estas  cosas  se  consultaban,  desig- 
nó á  los  PP.  Fr.  Juan  de  Jesús,  prior  de  Mancera  y  como  compañero  al 
P.  Fr.  Diego  de  la  Trinidad,  prior  de  Pastrana.  Todo  esto  se  hacia  con 
mucho  secreto,  y  surgían  algunas  dificultades  que  era  preciso  vencer,  para 
lo  cual  fué  necesario  consultar,  dice  la  Crónica  «á  hombres  gravísimos,  en 
especial  de  la  Orden  de  Santo  Domingo  que  estaban  en  el  secreto,  y  ase- 
guraron la  conciencia  en  todos  estos  negocios.  Salieron,  pues,  para  R(jma 
dejando  antes  el  hábito  de  Descalzos,  y  vestidos  de  seglares  para  burlar  asi 
las  pesquisas  de  los  Calzados  que  se  oponían  á  la  separación.  Entre  tanto 
el  Rey  escribió  á  su  embajador  en  Roma,  á  los  cardenales  y  también  al 
Papa  Gregorio  XIII.  Llegados  á  Roma  los  PP.  Juan  y  Diego  de  la  Trini- 
dad se  presentaron  al  embajador,  declarándole  quiénes  eran,  y  lo  mismo  hi- 
cieron al  canónigo  Montoya,  agente  de  la  Inquisición.  Este  les  presentó  á 


L 


—  460  — 

los  cardenales  Morrón,  Perrera  y  á  Fr.  Arcángelo  de  Blancis,  obispo  Tia- 
no,  fraile  dominico,  muy  pío  y  amigo  de  toda  reformación.  Díjoles  el  ca- 
nónigo A-lontoya  cómo  aquellos  sujetos  habían  llegado  de  España  «para 
ayudar  á  los  frailes  Carmelitas  Descalzos,  hijos  de  la  Madre  Teresa  de  Je- 
sús, favorecidos  del  reino  y  del  Rey  por  su  mucha  virtud  y  religión;  pero 
oprimidos  de  los  PP.  Observantes  que  los  pretendían  extinguir.  Que 
para  salir  de  esta  opresión  ningún  medio  se  había  hallado  en  Madrid  más 
oportuno  que  la  separación  de  provincia  con  provincial  propio;  á  lo  cual 
ayudaba  el  Rey,  cuyos  recaudos  presto  se  esperaban.  Recibieron  muy 
bien  la  propuesta  los  señores  Cardenales,  y  en  especial  Tiano,  que  como 
Religioso  ejercitado,  luego  penetró  la  importancia;  y  agradeció  mucho  á 
Jerónimo  de  Vega  que  se  hubiese  encargado  de  tan  piadosa  causa...  ^  (1.) 

Entre  los  demás  Cardenales  se  recibió,  también  con  aplauso,  la  carta 
del  Nuncio  de  Madrid,  el  memorial  de  los  Asistentes  y  la  petición  del  Rey 
católico;  y  celebrado  consistorio,  hallándose  presente  su  Santidad  y  los 
Cardenales,  después  de  haberse  ventilado  por  las  partes,  y  hablado  eficací- 
simamente  en  favor  de  los  Descalzos  el  Cardenal  Mafeo,  presidente  y  Mon- 
talto  no  con  menor  ponderación,  á  quien  siguieron  los  demás,  quedó  el 
Pontífice  tan  enterado  de  la  verdad,  tan  satisfecho  del  celo  del  Rey,  tan 
consolado  de  que  en  su  tiempo  se  diese  principio  á  una  Reforma  á  quien 
tantas  profecías,  tantos  cuidados  de  Dios,  tantos  desvelos  de  personas  gra- 
vísimas, tantas  ansias  de  la  catolicísima  España  favorecían,  que  concedió 
todo  lo  que  por  parte  de  los  procuradores  Descalzos  se  pedia:  esto  es,  que 
hiciesen  provincia  á  parte  con  provincial  reformado  que  los  gobernase.  En 
esta  conformidad  se  despachó  el  Breve  (2)  á  22  de  Junio  del  año  presente 
de  1580,  noveno  del  pontificado  del  Santísimo  Papa  Gregorio.» 

De  esta  auténtica  y  compendiada  relación,  aparece  que  los  Dominicos, 
quienes  sobre  todos  los  demás  fueron  consultados,  aprobaron  la  ida  de  los 
comisionados;  que  el  fraile  Dominico  Tiano,  y  Cardenal  de  la  Santa  Igle- 
sia ayudó  á  éstos  en  Roma.  < Recibieron  muy  bien,  repitamos  las  palabras 
de  la  Crónica,  la  propuesta  los  señores  Caí  denales  y  en  especial  Tiano,  que 

(1)  Crónica,  libro  5.",  capítulo  1. 

(2)  Crónica,  libro  5.°,  capítulo  II. 


—  461  - 

como  Religioso  ejercitado,  luego  penetró  la  importancia  .  Por  otra  parte,  el 
memorial  ó  informe  de  los  asistentes,  como  tan  sólido  y  bien  razonado  llevó 
el  convencimiento  á  los  miembros  del  Sagrado  Consistorio  que  expidió  en 
vista  de  todo,  el  Decreto  de  separación.  De  todo  lo  cual  aparece,  un  vez 
más,  que  los  hijos  de  Santo  Domingo  siempre  estuvieron  al  lado  de  San- 
ta Teresa  y  su  Reforma,  amparándola  y  protegiéndola  como  muy  bien  ha 
dicho  en  otra  parte  la  Crónica  Carmelitana. 

Mientras  los  comisionados  negociaron  en  Roma  el  Decreto  de  separa- 
ción la  Santa  Madre  fundó  en  Falencia  (1)  su  convento  de  Descalzas,  obe- 
deciendo al  M.  R.  P.  Fr.  Ángel  Salazar,  Vicario  general  interino  de  toda 
la  Descalcez  y  á  petición  del  gran  protector  de  la  Reforma,  el  limo,  señor 
D.  Alvaro  de  Mendoza,  entonces  Obispo  de  Falencia,  y  antes  de  Avila, 
cuando  la  fundación  de  San  José  en  que  tanta  parte  tuvo,  y  donde  tanto 
favoreció  á  la  Santa  Madre  Teresa  de  Jesús. 

Luego  que  se  firmó  en  Roma  el  Breve  de  separación  y  después  de 
despedirse  del  Papa  y  de  los  Cardenales,  volvieron  para  España  los  comi- 
sionados, llegando  á  Toledo  el  26  de  Septiembre  de  1580. 


(1)  Mucho  se  debe  al  P.  Ripalda  de  la  Compañía  de  Jesús  con  respecto  á  la  fun- 
dación de  Falencia;  pues  hallándose  la  Santa,  desanimada:  «El  (escribe  la  Santa), 
comenzóme  á  animar  mucho,  y  díjome,  que  de  vieja  tenia  ya  esta  cobardia:  mas 
bien  veía  yo  que  no  era  eso,  que  más  vieja  soy  ahora  y  no  la  tengo;  y  aun  él  tam- 
bién lo  debía  entender,  sino  para  reñirme,  que  no  pensase  era  cosa  de  Dios.» 

No  sólo  en  esta  fundación  de  Falencia  ayudaron  á  la  Santa  los  Jesuítas,  sino  en 
otras  varias. 

El  F.  Faulo  Hernández,  de  la  Compañía,  tuvo  gran  parte,  y  Santa  Teresa  le  de- 
bió mucho  en  la  fundación  de  Toledo.  Era  sujeto  de  mucha  gravedad  y  aplomo,  y  por 
ese  unitivo  la  Santa  siempre  jovial  y  graciosa  le  aplicó  alguna  vez  el  pseudóiiiinn  de  El 
Padre  Eteino. 

También  la  ayudó  en  esta  misma  fundación  un  fraile  Franciscano  muy  santo,  como 
la  Santa  le  llama.  «Algunos  días  antes  había  venido  á  aquel  lugar  (á  Toledo)  un  fraile 
Francisco,  llamado  Fr.  Martín  de  la  Cruz,  muy  santo>.  Este  venerable  Fadre  fué  quien 
encargó  al  célebre  y  simpático  Andrada,  ayudase  cuanto  le  fuese  posible  á  la  Madre 
Teresa  de  Jesús;  como  en  realidad  lo  hizo,  contra  todo  lo  que  humanamente  podía  es- 
perarse, atendida  su  pobreza.  Sucedió  aquí  lo  que  con  frecuencia  acaece,  que  es  elegir 
Dios,    ca  quae  non  sunt,  ul  cu  quac  sunt  destrueret.' 


-  462  - 

-Desde  allí  dieron  noticia  del  resultado  de  sus  gestiones  á  la  Santa  Ma- 
dre Teresa  que  se  hallaba  en  Valladolid,  y  á  los  Padres  graves.  Día  felicísi- 
mo fué  aquel  para  monjas  y  frailes,  y  como  tal  lo  celebraron  con  todas  las 
demostraciones  que  la  devoción  pedia  y  permitía  la  modestia.  Contribu- 
yó á  la  común  alegría  entender  que  los  Padres  Observantes,  desde  que 
supieron  la  resolución  del  Sumo  Pontífice,  así  en  Italia  como  en  España 
cesaron  de  las  antiguas  pretensiones,  y  comenzaron  á  conocer  que  á  unos 
y  á  otros  era  provechoso  el  decreto.  Y  aprovechó  mucho  para  esto  la 
suave  condición  del  Reverendísimo,  enemigo  de  litigios,  y  la  prudente  del 
P.  M.  Fr.  Ángel  de  Salazar  -  (1). 

Quedaron  al  cuidado  del  vice-embajador  las  tramitaciones,  para  la  ob- 
tención del  Breve,  que,  una  vez  despachado,  fué  remitido  al  Rey  á  27  de  Ju- 
nio, y  llegó  el  duplicado  á  15  de  Agosto  á  la  ciudad  de  Badajoz,  «donde  se 
hallaba  su  Majestad  dispuesto  para  entrar  en  Portugal  á  tomar  posesión  de 
aquel  Reino.  Holgóse  tanto  con  él,  que  lo  notaron  los  ministros  por  cosa 
nueva  en  aquel  corazón,  superior  á  la  fortuna  ó  próspera  ó  adversa:  y  vio 
en  él  lograda  su  santa  intención,  y  dispuesto  todo  lo  que  él  había  adver- 
tido. Porque  cuanto  á  lo  primero,  su  Santidad  hizo  separación  de  los  Des- 
calzos en  provincia  á  parte,  dejando  libres  y  exentos,  así  las  personas 
como  los  bienes  y  monasterios  de  frailes  y  monjas  de  cualquier  jurisdic- 
ción, visita,  corrección  y  superioridad  de  los  Provinciales,  Priores  y  de 
otros  cualesquier  Prelados  y  superiores  de  la  profesión  mitigada.  ítem,  que 
para  su  gobierno  pudiesen  elegir  Provincial  de  su  misma  profesión,  en  ca- 
pítulo congregado  de  los  mismos  Descalzos  para  este  efecto.  El  cual  des- 
de luego  gobernase  sin  impedimento  alguno,  con  tal  que  pida  confirma- 
ción lo  más  presto  que  le  sea  posible  al  general  de  su  elección;  y  que  la 
tal  provincia  separada  quedase  debajo  de  la  obediencia  del  general  de  toda 
la  Orden  (2)  con  esta  limitación:  que  sólo  él  por  su  misma  persona,  ó  por 
medio  de  algún  Religioso  idóneo  de  los  mismos  Descalzos,  pudiese  visi- 
tarlos y  corregirlos,  según  su  regla  primitiva,  y  según  las  Constituciones 


(1)  Crónica,  libro  5.",  capítulo  VIII. 

(2)  Poco  después  tuvieron  y  tienen  los  Descalzos,  general  distinto  de  los  Cal- 
zados. 


-463- 

que  para  su  mayor  observancia  se  hubieren  heciio.  ó  hicieren.  Y  porque 
fuera  de  grande  turbación  del  gobierno  si  el  genera!  pudiese  sacar  de  la 
provincia  de  los  descalzos  para  las  suyas  los  religiosos  que  quisiese;  se 
le  mandó  que  dejado  cualquier  pretexto,  no  pudiese  hacerlo.  Y  atendiendo 
á  la  obediencia  que  los  subditos  deben  á  los  Prelados,  se  manda  á  los 
Descalzos,  que  queriendo  entrar  en  sus  conventos  el  general,  le  recibiesen 
con  toda  humildad  y  sumisión. 

•  ítem,  para  llenar  la  potestad  del  Provincial  Descalzo,  se  le  da  cum- 
plida para  regir,  gobernar,  visitar,  corregir,  castigar  y  congregar  capí- 
tulo Provincial  cuando  fuere  necesario:  y  para  que  puedan  juntamente  con 
los  capítulos  elegir  personas  convenientes,  hacer  estatutos  y  constitucio- 
nes, como  no  sean  contrarias  al  concilio  Tridentino,  ni  á  las  constitucio- 
nes apostólicas  ó  regla  primitiva  de  la  Orden.  Y  que  precediendo  consen- 
timiento del  capítulo,  pueda  fundar  monasterios  de  monjas  y  frailes,  sin 
esperar  nueva  licencia  de  otro  alguno.  Manda  así  mismo  que  los  Descal- 
zos que  hubiesen  profesado  la  regla  primitiva  no  puedan  pasarse  á  otra 
por  estrecha  que  sea,  excepto  la  Cartuja.  Y  que  ni  por  comisión  apostóli- 
ca, ni  por  el  Nuncio  que  reside  en  España,  se  pueda  dar  potestad  á  nin- 
gún Religioso  de  la  profesión  mitigada  para  visitar,  gobernar  ó  castigar 
frailes  ó  monjas  de  la  primitiva.  Todo  lo  cual,  con  otras  muchas  cosas  que 
en  el  dicho  Breve  se  hallan,  cometió  su  Santidad  á  los  Arzobispos  de  To- 
ledo y  Sevilla  y  al  Obispo  de  Palencia  en  particular,  y  en  general  á  todos 
los  Obispos  y  Arzobispos  que  fuesen  requeridos  por  los  Descalzos,  para 
que  los  conservasen  en  aquellos  privilegios. 

Con  razón  la  Santa  Madre  nos  dice  en  el  capítulo  XXIX  de  sus  Funda- 
ciones que,  era  muy  copioso  el  Breve  de  que  hablamos:  «Trájose  (dice)  por 
petición  de  nuestro  católico  Rey  D.  Felipe,  de  Roma  un  Breve  muy  copio- 
so para  ésto,  y  su  Majestad  nos  favoreció  mucho  en  extremo,  como  lo  ha- 
bía comenzado. 

■Mucho  gustó  al  Rey  el  haber  señalado  el  Pontífice  al  Arzobispo  de 
Sevilla,  D.  Cristóbal  de  Rojas  y  Sandoval;  porque  le  constaba  del  amor  que 
tenia  á  la  Descalcez,  y  se  prometía  muy  feliz  suceso  en  la  ejecución  del 
Breve.  Pero  sucediendo  presto  su  muerte,  mandó  á  sus  ministros  propu- 
siesen á  su  Santidad  al  P.  Fr.  Pedro  Fernández,  que  tanto  había  cuidado 


-464  — 

de  los  Descalzos,  Prior  que  al  presente  era  del  convento  de  San  Esteban 
de  Salamanca,  para  que  presidiese  en  el  capítulo,  y  encaminase  todas  las 
cosas  que  se  habían  de  ordenar  en  él.  Escribió  también  al  Cardenal  Mafeo 
desde  Badajoz  á  15  de  Agosto,  agradeciéndole  afectuosamente  lo  que  ha- 
bía trabajado  en  la  expedición  del  Breve  principal,  y  pidiéndole  continua- 
se los  buenos  oficios  en  lo  restante.  Su  Santidad  tuvo  por  bien  señalar  al 
P.  Fr.  Pedro,  y  el  Rey  recibió  el  Breve  de  esta  asignación  en  Gelbes  á 
nueve  de  Octubre  de  este  año.  Y  el  muy  ilustre  Sr.  D.  Luis  Manrique,  su 
capellán  y  limosnero  mayor,  que  en  la  junta  de  los  asistentes  mostró  la 
devoción  que  con  los  Descalzos  tenia,  escribió  luego  al  P.  Gracián,  (1)  que 


(1)     He  aquí  la  carta: 

«Muy  Reverendo  Padre  mío:  el  despacho  que  se  esperaba  de  Roma  para  la  bue- 
na ejecución  del  Breve,  que  ha  días  que  estaba  acá,  llegó  aquí  antes  de  ayer.  Viene 
cometido  al  P.  Fr.  Pedro  Fernández  que  de  acá  fué  nombrado  por  su  Majestad.  El 
cual  ha  de  convocar  capítulo  en  el  lugar  que  á  él  le  pareciere,  y  asistir  en  él,  y  á 
las  Constituciones  que  se  hubieren  de  hacer.  Y  porque  se  entienda  que  conviene  la 
brevedad,  su  Majestad  ha  mandado  que  luego  se  escriba  al  Nuncio,  y  se  le  envié 
una  copia,  para  que  le  conste  de  lo  que  su  Santidad  manda,  y  diga  su  parecer  en 
lo  del  Breve  primero,  y  del  de  ahora:  que  como  ha  estado  malo,  aunque  se  le  en- 
vió el  primero  luego  como  vino,  no  ha  respondido.  Ahora  responderá  á  todo,  y  es 
cierto  que  se  habrá  contentado.  Y  su  Majestad  ha  sido  servido  de  mandar  que  se 
dé  esta  cuenta  al  señor  Nuncio,  porque  era  mucha  razón  que  se  hiciese  así.  Con- 
vendrá mucho  que  V.  R.  se  llegue  luego  á  Salamanca;  porque  el  P.  Fr.  Pedro  Fer- 
nández tendrá  necesidad  de  entender  algunas  cosas,  y  de  platicar  lo  de  las  Consti- 
tuciones, y  procurar  tenerlo  todo  muy  á  punto,  para  que  no  haya  ocasión  de  dila- 
ciones en  el  capítulo:  que  sentiría  mucho  su  Majestad  que  por  esta  causa  se  ofreciese 
algún  revés  ó  dificultad  que  alargase  estos  negocios.  También  vea  V.  R.  si  están  ya 
quitados  todos  los  impedimentos  de  las  sentencias  que  dio  el  señor  Nuncio,  porque 
conviene  que  lo  estén,  advirtiéndome  de  ésto,  y  de  cualquier  otra  cosa  que  sea 
menester.  Su  Majestad  está  bueno,  y  ya  ha  tres  días  que  se  levanta  á  las  tardes  de 
la  cama.  Va  convaleciendo.  Vuestras  Reverencias  pidan  á  Nuestro  Señor  le  dé  la 
salud  y  vida  que  todos  habemos  menester.  Y  que  de  su  santa  mano  acabe  de  com- 
poner y  asentar  estos  negocios  de  Portugal  como  más  convenga  á  su  servicio,  y  ai 
bien  espiritual  y  corporal  de  estos  Reynos,  y  de  toda  la  cristiandad.  Nuestro  Señor 
guarde  en  su  santo  servicio  la  muy  Reverenda  persona  de  V.  R.  y  lo  haga  muy  bien- 
aventurado. En  Badajoz,  once  de  Octubre^  de  mil  quinientos  y  ochenta.  Besa  las 
manos  de  V.  R.  su  servidor,  D.  Luis  Manrique.» 


—  465- 

era  Prior  de  Sevilla  ,  dándole  instrucciones  sobre  lo  que  debía  hacer  en  el 
caso:  esto  es,  que  se  trasladase  á  Salamanca  para  hablar  al  P.  Pedro  Fer- 
nández. 

"  Partióse  luego  el  P.  Gracián  de  Sevilla  para  Salamanca,  donde  halló  al 
P.  Maestro  en  los  últimos  días  de  la  vida.  Díjole,  después  de  haberse  las- 
timado de  verle  asi,  la  comisión  y  nombramiento  que  traía  del  Sumo  Pon- 
tífice á  petición  del  Rey  para  la  ejecución  del  Breve  tan  favorable  que 
habla  despachado  para  la  separación  deseada.  Mostró  consuelo  de  ver  en 
tan  buen  estado  lo  que  tanto  había  deseado  y  trabajado:  y  añadió  dijese 
al  Rey,  que  ya  estaba  de  partida  para  el  cielo,  que  desde  allá  ayudaría  con 
sus  intercesiones,  pues  en  la  tierra  no  podía  ser  de  provecho.  Dentro  de 
poco  acabó  su  carrera  aquel  gran  celador  de  toda  perfección,  con  no  me- 
nos sentimienio  de  los  Descalzos,  que  de  sus  mismos  Religiosos.  Avisó 
luego  el  P.  Gracián  á  D.  Luis  Manrique,  y  partióse  á  Valladolid  por  visi- 
tar á  nuestra  Santa  Madre.  Llegó  la  nueva  al  Rey  á  Badajoz,  miércoles  26 
de  Noviembre,  cuando  pasó  á  mejor  vida  Doña  Ana  de  Austria,  Reina  de 
España,  á  quien  el  Rey  habla  querido  tiernísimamente.  Para  consuelo  de 
tan  gran  pérdida  (tul  era  el  afecto  que  á  los  Descalzos  tenía),  escribió  el 
mismo  dia  al  Pontífice,  avisándole  de  la  muerte  de  Fr.  Pedro  Fernández,  y 
suplicándole  señalase  para  el  mismo  efecto  al  P.  Fr.  Juan  de  las  Cuevas, 
también  Dominico,  y  Prior  del  convento  de  San  Ginés  de  Talavera.  Así 
lo  tuvo  por  bien  su  Santidad,  y  despachó  Breve  en  el  tenor  que  se  le  pe- 
día. En  él  da  facultad  al  dicho  P.  Fr.  Juan  para  que  junte  capítulo  de  los 
Descalzos,  y  haga  elección  de  Provincial,  presidiendo  juntamente  con  el 
electo  el  capitulo  todo  el  tiempo  que  durare;  y  que  fenecido  expire  y  aca- 
be su  jurisdicción.  Llegó  este  Breve  á  4  de  Enero  de  1581  (1.) 


(1)     Crónica,  libro  5.",  capitulo  VIII. 
El  Breve  á  que  se  refiere  el  texto  es  del  tenor  siguiente: 
«i4  nuestro  querido  hijo  el  P.Juan  de  las  Cuevas,  Prior  del  monasterio  de  San  (Jinés  de 
Talavera,  en  la  diócesis  de  Toledo,  de  la  Orden  de  Predicadores. 

Gregorio  XIII,  Papa. 
•Querido  hijo,  salud   y  bendición   apostólica.   Hace  poco  tiempo,  por  justos 
motivos,  Nos  hemos  dividido  y  desmembrado  á  nuestros  queridos  hijos  los  Relijíio- 

31) 


466  — 


Escribiendo  Santa  Teresa  al  P.  Roca  (1),  le  decía  sobre  este  Breve  ó 
despacho:  «Ya  me  dio  el  Arzobispo  licencia  para  fundar  en  Burgos.  En 
acabando  ésto  de  aquí  si  el  Señor  es  servido,  se  fundará  allí,  que  es  muy 
lejos  para  tornar  acá  desde  Madrid,  y  también  temo  no  dará  licencia  el  Pa- 
dre Vicario  para  ahí,  y  querría  viniese  primero  nuestro  despacho».  Añade 
el  Sr.  La  Fuente:  -El  P.  Roca  debía  de  querer  fuese  luego  la  Santa  á  ne- 


sos  Descalzos  de  la  Orden  de  la  gloriosísima  Virgen  María  del  Monte  Carmelo,  que 
residen  en  los  reinos  de  España,  y  las  religiosas  de  la  misma  Orden  que  siguen  tam- 
bién la  misma  regla  primitiva,  con  sus  casas,  conventos,  monasterios  y  otros  luga- 
res, de  las  provincias  de  Religiosos  y  Religiosas  de  la  misma  Orden  que  observan 
la  regla  mitigada  por  nuestro  predecesor  Eugenio  IV,  de  feliz  memoria,  y  se  llaman 

Mitigados. 

»Nos  hemos  eximido  y  dispensado  á  dichos  Religiosos  Descalzos  de  toda  jurisdic- 
ción, visita,  corrección  y  superioridad  que  los  priores  provinciales  y  demás  supe- 
riores de  los  Mitigados  tenían  el  derecho  de  ejercer  sobre  ellos. 

»Con  todas  las  casas,  monasterios  y  todos  los  demás  lugares  petenecientes  á  los 
Carmelitas  Descalzos,  lo  mismo  las  fundaciones  ya  existentes  que  las  que  se  hicie- 
ren en  lo  porvenir,  así  de  Religiosos  Descalzos  como  de  Religiosas,  Nos  hemos 
erigido  y  fundado  una  Provincia  á  parte,  que  será  dirigida  por  un  Provincial  elegido 
en  el  capítulo  de  dicha  provincia,  como  Nos  lo  hejnos  explicado  más  extensamen- 
te en  nuestras  precedentes  letras  dadas  para  este  objeto. 

>Y  como  se  nos  ha  expuesto  que  urgía  proceder  cuanto  antes  á  la  celebración 
de  este  capítulo  provincial  y  que  se  trate  y  delibere  en  él  del  estado  de  toda  la  Or- 
den, de  las  casas  y  monasterios  de  los  Religiosos  Descalzos  de  la  nueva  provincia, 
y  que  se  proceda  á  la  elección  del  Provincial  y  de  los  otros  superiores,  Nos,  lleno 
de  confianza  en  vuestra  prudencia,  virtud  y  experiencia,  esperamos  de  la  bondad 
del  Señor  que  podréis  ser  muy  útil  por  vuestros  consejos  saludables  y  vues- 
tra oportuna  ayuda  á  la  institución  y  el  gobierno  que  reclaman  esta  provincia  y  sus 
casas.  Y  queriendo  condescender  en  este  punto  con  los  ruegos  de  nuestro  muy 
querido  hijo  en  Jesucristo,  Felipe,  rey  católico  de  España,  con  la  autoridad  apostó- 
lica y  por  el  tenor  de  las  presentes,  Nos  os  constituímos  y  deputamos  presidente 
del  capítulo  provincial  que  debe  ser  celebrado,  invistiéndoos  de  toda  autoridad,  ju- 
risdicción y  facultades  necesarias  para  que  procedáis  prontamente  á  las  elecciones 
que  se  hayan  de  hacer  en  ese  capitulo,  escogiendo  sujetos  dignos  y  capaces,  según 
la  forma  determinada  en  nuestras  letras  precedentes. 

«Nos  os  damos  el  poder  de  convocar  dicho  capítulo  en  el  lugar  y  tiempo  que  os 

(1)    La  Fuente,  edición  81,  carta  320. 


—  467- 

güciar  la  de  Madrid  (1).  Como  estaba  en  Pastrana  la  quería  con  esta  oca- 
sión tener  nns  cerca.» 

El  M.  R.  P.  Fr.  Antonio  de  San  José,  exponiendo  la  carta  230  anterior- 
mente, citada  escribe  hablando  sobre  los  tres  Breves:  El  mismo  día,  y  aca- 
so en  la  misma  hora  en  que  lo  escribía  la  Santa,  llegó  el  despacho  á  ma- 
nos del  Rey  Felipe  II,  tan  grande  en  el  valor  como  en  su  piedad.  Consi- 

parecieren  coiivenientes  y  de  llamar  á  él  á  aquellos  religiosos  de  dicha  provincia 
que  debatí  asistir;  mandando  á  todos  y  cá  cada  uno  de  los  Religiosos  Descalzos  y  á 
todos  los  otros  á  quienes  toca,  que  sin  excusa  ninguna  os  reconozcan  como  presi- 
dente de  dicho  capítulo  y  que  se  sometan  con  todo  el  respeto,  obediencia  y  humil- 
dad á  vos  y  á  vuestras  saludables  prescripciones;  que  concurran  al  capítulo  pro- 
vincial en  el  tiempo  y  lugar  que  les  hubiereis  indicado. 

«Verificada  la  elección  del  sobredicho  provincial,  presidiréis  el  capítulo  con  el 
provincial  elegido  y  podréis  estar  presente  y  dar  los  consejos  y  auxilios  oportunos 
y  necesarios  para  hacer  y  promulgar  las  ordenaciones,  reformas  y  estatutos  á  que 
debe  proceder  el  capítulo,  si  á  los  dos  pareciere  conveniente  tomar  alguna  medida 
para  el  buen  gobierno  de  dicha  provincia. 

«Nos  queremos  también  que  inmediatamente  después  de  la  celebración  y  con- 
clusión de  dicho  capítulo  provincial,  cesen  y  caduquen  la  jurisdicción  y  las  faculta- 
des que  os  son  concedidas  por  las  presentes  letras.  Y  desde  ahora  Nos  las  decla- 
ramos, con  anticipación,  nulas  y  caducas,  para  el  tiempo  que  seguirá  á  la  celebra- 
ción de  dicho  capitulo.  No  obstante  las  constituciones  y  ordenaciones>postólicas, 
así  como  los  estatutos  y  las  costumbres  de  dicha  Orden,  aun  cuando  hayan  sido 
confirmados  mediante  juramento  y  hayan  recibido  la  sanción  apostólica  ó  cualquier 
cftra  garantía,  y  no  obstante  toda  otra  cosa  contraría. 

•  Dadas  en  Roma,  en  San  Pedro  bajo  el  añil  lo  del  Pescador,  á  20  de  Noviembre 
de  1580,  año  noveno  de  nuestro  pontificado. 

Casar  Gloricrius. 
(1)  Y  á  propósito  de  la  fundación  de  Madrid  conviene  hacer  constar  que,  según 
otra  carta  de  la  misma  Santa  (la  94.  edición  de  1881 )  el  Prior  de  los  Dominicos  de  Ato- 
cha trabajó  por  esta  fundación  y  así  escribe  Santa  Teresa  á  D.  Alvaro  de  Mendoza: 
"También  me  dijo  que  el  P.  Prior  de  Atocha  le  había  escrito,  que  decía  el  Nuncio, 
que  como  á  su  paternidad  le  pareciese  bien  que  él  daba  licencia  para  el  monasterio, 
ésto  no  me  dijo  le  escribiese  á  V.  S.  Debía  ser  por  pensar  lo  sabía  el  Nuncio».  El  . 
Sr.  La  Fuente  comenta  esta  carta  y  dice:  No  se  sabe  qué  negocio  era,  ó  si  tiene 
relación  con  el  asunto  de  que  trataba  el  P.  Prior  de  Atocha,  que  era  de  fundar  con- 
vento de  Descalzas  en  Madrid.. 


L 


-  468  - 

guió  tres  Breves  para  el  Capítulo  de  Separación,  el  primero  agenciado  por 
el  P.  Roca,  según  se  ha  dicho;  le  halló  en  Badajoz  á  15  de  Agosto  del  año 
ochenta.  Señalaba  por  presidente  del  Capítulo,  entre  otros,  al  Arzobispo  de 
Sevilla,  D.  Cristóbal  Rojas.  Atajóle  la  muerte  su  ejecución,  y  al  pío  Monar- 
ca el  gusto  que  había  manifestado  de  su  elección.  Volvió  á  suplicar  á  su 
Santidad,  por  medio  de  sus  ministros,  cometiese  la  presidencia  del  Capitu- 
lo al  P.  Fr.  Pedro  Fernández,  sujeto  tan  de  su  real  satisfacción,  como  afec- 
to á  la  Santa  y  á  su  Orden.  Concedió  el  Papa  como  se  pedía.  Recibió  el 
Rey  de  este  Breve  en  Gelbes,  á  9  de  Octubre  del  mismo  año.  También 
murió  este  gran  Dominico;  de  modo,  que  cuando  el  P.  Gracián  llegó  á  Sa- 
lamanca á  noticiarle  la  comisión,  le  halló  en  los  últimos  días  de  su  vida,  y 
á  pocos  pasó  á  ía  eterna,  con  el  consuelo  de  ver  en  tan  buen  estado  los 
negocios  de  su  amada  Reforma. 

^Tercera  vez  acudió  el  religioso  Monarca  á  Roma,  pidiendo  la  asigna- 
ción de  presidente  para  el  deseado  capítulo  en  el  P.  Fr.  Juan  de  las  Cue- 
vas, otro  Dominico  insigne.  Concediólo  el  Pontífice,  y  este  es  el  despacho 
que  espera,  y  expresa  aquí  la  Santa:  el  cual  llegó  á  4  de  Enero  á  Elvas  ó 
Gelvas,  donde  estaba  el  Rey,  que  quiso  viniese  primero  á  sus  reales  ma- 
nos, como  tan  dueño  de  la  acción,  que  publicará  por  siglos  la  gloria  in- 
mortal de  su  celo,  religión  y  piedad 

Cuando  Santa  Teresa  supo  la  enfermedad  grave  del  gran  Dominico 
P.  Pedro  Fernández  escribió  á  la  Madre  Priora  de  Sevilla  por  conducto 
del  P.  Doria,  y  le  decía  (1):  «Vuestra  reverencia  haga  encomienden  todas 
á  Dios  á  el  P.  Fr.  Pedro  Fernández,  que  está  muy  al  cabo:  mire  que  se  lo 
debemos  mucho,  y  ahora  nos  hace  gran  falta... >  y  añadía  el  P.  Nicolás 
Doria:  «Oración  por  nuestros  negocios  y  pedir  la  vida  de  Fr.  Pedro  Fer- 
nández, que  aunque  sería  milagro  es  tan  necesaria,  y  la  Virgen  lo  puede 
hacer  tan  fácilmente,  que  no  desconfía  de  ello,  si  ellas  que  profesan  ser 
sus  hijas,  se  lo  rogaren  de  veras.  > 

El  Comentador  Carmelita  con  esta  ocasión  hace  un  grande  elogio  de 
nuestro  venerable  Padre  y  dice:  (2).     En  el  número  octavo  que  es  de 


(1)  La  Fuente,  edición  81,  carta  305. 

(2)  P.  Antonio  de  San  José,  tomo  3.'\  curta  81. 


—  460  - 

letra  de  la  Santa,  después  de  las  encomiendas  á  María  de  San  Francisco 
que  íué  Priora  en  Paterna,  á  Juana  de  la  Cruz  que  era  madre  de  la  herma- 
na Beatriz,  y  á  la  Portuguesa,  que  asi  llamaba  á  la  hermana  Blanca  de 
Jesús  María,  porque  lo  era  de  nación,  encarga  mucho  pidan  por  la  salud 
del  P.  Fr.  Pedro  Fernández,  Dominico,  y  Padre  verdadero  de  nuestra  Re- 
forma, que  como  dice,  estaba  á  los  últimos  de  su  vida.  Siente  pues  justa- 
mente su  falta,  y  en  til  ocasión  más;  porque  tenía  ya  la  Comisión  del 
Papa  con  el  encargo  del  Rey  para  presidir  el  Capítulo  de  Separación. 

«Consta  del  original  de  éste  que  era  actual  Prior  de  Salamanca  cuando 
murió.  Hizo  honorífica  mención  de  él  como  de  su  Padre,  aquel  Capítulo, 
y  mandó  que  en  cada  convento  de  Descalzos  se  le  dijese  una  misa  con- 
ventual, mostrando  todos  su  gratitud  á  los  buenos  oficios  que  habían  me- 
recido de  tan  amoroso  padre  y  protector.  Si  al  fin  no  nos  asistió  en  el 
mundo,  mucho  hizo  desde  el  cielo,  pues  fué  todo  arreglado  con  mucha 
paz,  de  allí  á  cuatro  meses  por  otro  hermano  suyo  y  muy  padre  nuestro.* 

En  la  carta  siguiente,  ó  sea  en  la  306,  (1)  escrita  veinticinco  días  des- 
pués de  la  anterior  dice:  *EI  P.  Pedro  Fernández  no  es  muerto;  estáse 
muy  malo.'  Falleció  poco  después  como  añade  el  Sr.  La  Fuente  y  se 
desprende  del  Capítulo  de  Separación  celebrado  en  Alcalá,  al  mandar  que 
en  cada  convento  de  Descalzos  se  le  dijese  una  misa  conventual. 

Recopilando  cuanto  se  ha  dicho  en  este  capítulo  sobre  los  hijos  de 
Santo  Domingo,  resulta  que  éstos  como  personas  de  plena  confianza  pa- 
ra Santa  Teresa  y  su  Reforma  estuvieron  en  el  secreto  que  fué  necesario 
para  gestionar  la  ida  de  los  comisionados  á  Roma  con  objeto  de  negociar 
el  Breve  y  aprobaron  esta  ida,  y  apoyados  con  este  parecer  de  los  Domi- 
nicos salieron  para  Roma  los  PP.  Descalzos  Fr.  Juan  de  Jesús  y  Fr.  Diego 
de  la  Trinidad;  que  el  Cardenal  Blancis,  Dominico,  se  señaló  entre  todos 
en  recibirles  con  agrado,  y  como  religioso  pío  y  experto  influyó  sobre 
manera  en  la  expedición  del  Breve;  que  el  Memorial  de  los  Asistentes 
trabajado  en  Madrid  muy  principalmente  por  los  Dominicos,  Hernando  del 
Castillo  y  Pedro  Fernández,  tuvo  una  importancia  decisiva  en  el  ánimo 
de  los  Cardenales  y  del  Papa  para  la  expedición  del  Breve,  que  el   Rey 

(1)     La  F-uciitc,  edición  de  1881. 


—  470  — 

propuso  á  Su  Santidad,  uno  tras  otro,  á  los  Dominicos  Pedro  Fernández  y 
Juan  de  las  Cuevas  para  la  ejecución  de  dicho  Breve;  que  Santa  Teresa  en 
fin,  como  tan  agradecida  rogaba  con  gran  instancia  á  sus  hijas  suplicasen 
á  Dios  por  la  salud  del  P.  Pedro,  porque,  como  ella  decía,  se  lo  debemos 
miiclio  y  que  toda  la  Reforma  manifestó  su  agradecimiento,  mandando 
que  en  todos  los  conventos  se  aplicase  una  misa  conventual  por  el  alma 
del  que  fué  su  verdadero  padre  y  protector.  Se  ve  pues  que  los  negocios 
todos  de  la  Descalcez  eran  para  los  Dominicos,  negocios  que  trataban 
como  propios,  con  el  mismo  interés  que  los  de  su  propia  familia  y  Religión. 


^4-- 


CAPÍTULO   XVII 

"Gapítulo  de  Separación,,  celebrado  en  Alcalá  de  llenares  y  el 
IR.  IP.  intro.  fr.  luán  de  las  Cuevas. 

Uno  de  los  acontecimientos  de  más  importancia  y  quizá  el  de  mayor 
transcendencia  para  la  nueva  Reforma  ó  Descalcez  de  Santa  Teresa  fué 
sin  duda  alguna  la  celebración  de  este  Capítulo  en  que  los  Descalzos  se 
separaron  de  los  Calzados,  ó  como  la  Santa  escribe  (1)  se  hizo  el  apar- 
tamiento de  los  Descalzos  y  Calzados,  haciendo  provincia  por  si,  que  era 
todo  loque  deseábamos  para  nuestra  paz  y  sosiego. > 

La  ayuda  que  los  Dominicos  prestaron  en  esta  ocasión  tan  crítica  y 
solemne  á  Santa  Teresa  y  á  toda  la  Descalcez  fué  tanta,  de  tal  naturaleza 
y  eficacia  que  bien  merece  un  capítulo  aparte,  en  el  cual  con  claridad  y 
con  orden  se  ponga  de  manifiesto  cuánto  hicieron  en  pro  de  la  separa- 
ción, llevada  á  cabo  en  este  Capítulo. 

A  este  fin  dividiremos  la  materia  en  tres  puntos:  1."  intervención  de  los 
Dominicos  antes  del  capítulo;  2."  su  intervención  en  el  capítulo;  3."  su 
intervención  después  del  capítulo. 

I 

INTERVENCIÓN  DE  LOS  DOMINICOS  ANTES  DEL  CAPÍTULO 
Designado  definitivamente  el  MT  R.  P.  Mtro.  y  Prior  de  San  Ginés  de 


1 )     iundaciones,  capitulo  XXIX. 


—  472  — 

Talavera,  Fr.  Juan  de  las  Cuevas,  para  presidirlo  se  procedió  á  la  solemne 
celebración  del  primer  Capítulo  de  la  Descalcez,  llamado  de  la  separación 
que  con  tantas  ansias  había  deseado  la  gran  Reformadora  del  Carmelo' 
Santa  Teresa  de  Jesús,  como  quien  mejor  que  ninguno  comprendía  desde 
luego  la  suma  importancia  que  encerraba. 

Lo  primero  que  se  hizo  antes  del  Capítulo  fué  escribir  el  Rey  al  P.  Cue- 
vas, notificándole  la  comisión  del  Pontífice.  -Escribióle  dice  la  Crónica  (1) 
por  mano  de  Gabriel  Zayas,  secretario  de  Italia  (por  quien  pasaron  todos 
los  despachos  de  esta  causa,)  diciendo  cómo  Su  Santidad  á  petición  suya 
le  señalaba  para  ejecutor  del  Breve  de  la  separación  entre  Calzados  y  Des- 
calzos: que  la  haría  grato  servicio  en  admitirle.- 

Contestó  el  P.  Cuevas  al  Rey,  agradeciéndole  cortesmente  el  delicado 
y  honorífico  cargo  que  le  confería  el  Papa  por  intercesión  del  mismo  Rey; 
pero  estas  dos  importantes  cartas,  desgraciadamente  se  han  perdido;  se 
conserva  sin  embargo  en  las  crónicas  de  la  Orden  Carmelitana  la  carta 
de  Su  Majestad  el  Rey  al  R.  P.  Fr.  Juan  Cuevas,  dándole  las  gracias 
por  haber  aceptado  la  comisión  de  presidir  el  Capítulo  de  Separa- 
ción (2.) 


(1)  Libros."  capítulo  VIII. 

(2)  He  aquí  la  carta: 

Venerable  y  devoto  padre:  He  visto  vuestra  carta  de  diez  y  siete  del  presente,  y 
he  holgado  de  entender  ¡a  buena  voluntad  con  que  habéis  aceptado  la  coniisicni 
que  Su  Santidad  os  envió  sobre  el  negocio  de  los  Frayles  Descalzos  de  la  Orden 
de  Nuestra  Señora  del  Carmen,  que  ha  sido  como  de  vos  se  esperaba.  Y  tengo  por 
acertado  que  se  celebre  el  Capítulo  en  Alcalá  de  Henares,  por  las  causas  que  decis. 
Y  porque  podáis  llevar  más  particular  noticia  de  lo  que  ha  pasado  en  este  negocio, 
será  bien  que  os  informéis  del  Mtro.  Fr.  Jerónimo  üracián.  Religioso  de  la  dicha 
Orden,  que  esta  lleva;  porque  lo  tiene  entendido  desde  su  fundación,  y  es  tan  docto 
y  tan  celoso  del  bien  de  ella  que  le  podéis  dar  entero  crédito,  y  aprovecharos  de 
sus  advertimientos  en  lo  que  se  hubiere  de  hacer,  así  ahora  como  adelante.  El 
Obispo  de  Plasencia,  Nuncio  de  Su  Santidad,  que  al  presente  se  halla  en  Madrid, 
ha  tratado  este  negocio  con  muy  buen  celo;  y  visto  la  Bula  original  que  está  en 
vuestro  poder.  Y  así  será  justo  que  á  la  pasada  por  allí,  le  veáis  y  deis  mi  carta 
que  irá  con  ésta,  y  cuenta  de  vuestra  comisión  para  que  lo  sepa,  y  os  asista  en    lo 


—  473  - 

Habiendo  cumplido  (1)  en  Madrid  el  Muy  Reverendo  Padre  Comisa- 
rio con  todas  las  órdenes  que  el  Rey  le  habla  dado  en  su  carta;  antes  de 
hacer  acto  alguno  de  jurisdicción,  envió  con  el  P.  Fr.  Nicolás  de  Jesús 
María,  que  se  hallaba  en  la  Corte,  las  Bulas  originales  al  muy  reverendo 
P.  Fr.  Ángel  de  Snlazar,  para  que  con  la  noticia  de  ellas  se  inhibiese  del 
gobierno  de  los  Descalzos,  y  tuviese  por  expirada  la  facultad  que  el  Señor 
Nuncio  le  había  dado.  Vino  en  ello  con  mucho  gusto,  porque  siempre  de- 
seó el  aumento  de  los  Descalzos  y  lo  ayudó  cuanto  pudo.  Habida  noti- 
cia de  este  buen  despacho,  se  fué  á  su  convento  de  Talavera  el  Comisario 
Apostólico  (2.)  Desde  allí  envii)  con  vocatorias  á  todos  los  priores  Des- 
calzos, para  que  ellos  con  sus  socios  electos  por  los  capítulos  conventua- 
les se  hallasen  en  Alcalá,  donde  era  echado  el  Capítulo:  dadas  en  Talavera 
á  primero  de  Febrero  de  1581.  Escribió  así  mismo  á  todos  los  monasterios 
de  monjas,  ordenándoles  que  desde  el  día  del  recibo  de  la  carta,  hasta  e' 
fin  del  Capítulo,  asistiesen  á  Dios,  pidiéndole  luz  para  acertar  en  acción 
que  había  de  dar  asiento,  observancia  y  dirección  á  todas  las  casas  de  la 
familia  por  siglos  y  siglos.  También  les  avisó  que  enviasen  las  advertencias 
que  les  parecieren  necesarias  sobre  las  Constituciones  que  ya  tenían,  por- 


que fuere  necesario.  También  daréis  al  presidente  de  mi  Consejo  otra  carta,  que 
aquí  Irá  para  él,  y  le  entregareis  la  Bula  original,  para  que  la  vea  y  ordene  que  se 
haga  el  despacho  que  para  la  ejecución  de  ello  fuere  necesario.  Y  si  adelante  ocu- 
rriere alguna  cosa  que  lo  requiera,  tendréis  recurso  á  él,  que  hará  proveer  todo 
lo  que  convenga.  También  he  mandado  escribir  al  Rector  de  la  Universidad  de  Al- 
calá, para  que  sepa  cómo  vais  á  él,  y  por  mi  orden,  y  favorezca  el  negocio  en  lo 
que  fuere  menester  su  asistencia.  Y  avisaréisme  á  su  tiempo  el  suceso  que  tuviere, 
que  holgaré  de  saberlo.  De  Elvas.  24  de  Enero  de  1581.  Yo  el  Rey.  Por  mandado  del 
Rey  Nuestro  Señor,  Gabriel  de  Zayas. 

(1)  Crónica,  libro  V,  Capítulo  IX. 

(2)  Comentando  el  P.  Antonio  d;  S.  José  la  carta  28  del  Tomo  3."  dice  asi:  Lle- 
g<i(el  P.  üracián)  á  üelbes,  recibió  los  despachos,  partió  á  Talavera,  donde  esta- 
ba el  Dominico  Fr.  Juan  de  las  Cuevas,  y  entró  en  aquella  Villa  víspera  de  la  Puri- 
ficación, estuvo  en  ella  de  rebozo,  (de  incógnito)  en  una  posada,  disponiendo  voca- 
torias y  demás  recados,  que  firmó  el  Comisario,  y  cnviándolas  á  los  conventos  se 
vino  el  í^.  Gracián  á  Alcalá  y  el  Comisario  á  Madrid  á  dar  parte  al  Nuncio,  de  quien 
hasta  entonces  se  habían  reservado.- 


I 


-474- 

que  se  habían  de  proveer  y  darles  perpetuo  asiento.  Nuestra  Madre  Santa 
Teresa,  desde  Falencia  escribió  algunas  á  los  PP.  Fr.  Jerónimo  Gracián, 
Fr.  Nicolás  de  Jesús  María,  Mariano  y  Roca.  Al  primero  como  ai  que  más 
se  señalaba  entonces,  y  más  ella  había  tratado,  escribió  más  despacio,  pa- 
ra que  atendiese  al  bien  de  sus  monjas.  Y  en  especial  le  pidió  con  grande 
ponderación,  no  permitiese  se  añadiese  de  nuevo  algo  de  penalidad  á  las 
Constituciones  hechas,  por  el  mal  recibo  de  las  comunidades.  Acercándo- 
se ya  el  tiempo  del  Capítulo,  se  llegó  al  Colegio  de  Alcalá  el  Padre  Comi- 
sario. Acompañáronle  el  P.  Fr.  Jerónimo  de  la  Madre  de  Dios,  prior  de  ios 
Remedios  de  Sevilla,  y  el  P.  Fr.  Nicolás  de  Jesús  María,  que  lo  era  ya  de 
Pastrana.  El  P.  Fr.  Ambrosio  Mariano,  y  el  P.  Fr.  Juan  de  Jesús  Roca.  Con 
ellos  y  con  el  padre  Fr.  Elias  de  San  Martín,  Rector  del  Colegio,  confirió 
las  cosas  convenientes  que  se  habían  de  tratar  en  el  Capítulo... 

«Entraron  á  tres  de  Marzo  los  priores  siguientes  con  sus  socios,  que 
para  la  posteridades  es  bien  quede  aquí  fija  su  memoria.  El  P.  Fr.  Nicolás 
de  Jesús,  prior  de  Mancera:  socio  Fr.  Vicente  de  la  Trinidad.  El  P.  Fr.  Ni- 
colás de  Jesús  María,  prior  de  Pastrana:  socio  Fr.  Juan  de  Jesús  Roca.  El 
P.  Fr.  Elias  de  San  Martín  Rector  del  Colegio:  socio  Fr.  Pedro  de  la  Puri- 
ficación. El  P.  Fr.  Blas  de  San  Gregorio,  prior  de  Altomira:  socio  Fr.  Ga- 
briel de  la  Asunción.  El  P.  Fr.  Agustín  de  los  Reyes,  prior  de  Granada: 
socio  Fr.  Ángel  de  la  Presentación.  El  P.  Fr.  Pedro  de  la  Visitación,  vicario 
de  la  Peñuela:  socio  Fr.  Pedro  de  Santa  María.  El  P.  Fr.  Jerónimo  de  la 
Madre  de  Dios,  prior  de  Sevilla:  socio  Fr.  Elíseo  de  los  Mártires.  El  padre 
Fr.  Ambrosio  de  San  Pedro,  prior  di  Almodóvar:  socio  Fr.  Pedro  de  los 
Apóstoles.  El  P.  Fr.  Diego  de  la  Trinidad,  por  el  convento  del  Calvario: 
socio  Fr.  Pedro  de  la  Encarnación.  Nuestro  venerable  P.  Fr.  Juan  de  la 
Cruz,  Rector  de  Baeza:  socio  Fr.  Inocencio  de  San  Andrés. 

"Ante  todas  las  cosas  este  mismo  día,  tres  de  Marzo,  se  hizo  la  sepa- 
ración de  la  provincia  Descalza  de  las  demás  provincias  de  la  Observancia 
con  escritura  pública.  Asistieron  á  ella,  además  del  P.  Comisario  Apostó- 
lico, priores  y  socios,  el  Ilustrísimo  señor  Marqués  de  Mondéjar,  su  her- 
mano D.  Enrique  de  Mendoza,  el  Abad  de  Alcalá,  D.  Antonio  de  Torres, 
el  Reverendo  P.  Fr.  Miguel  Seco,  Comendador  de  la  Merced,  Conserva- 
dor de  la  Universidad,  y  el  P.  Mtro.  Fr.  Jerónimo  de  Almonacid,  Dominico 


-  475  - 

y  catedrático  de  Kseritiira  (1.)  Fueron  t£\iiibién  llamados  para  que  asistie- 
sen á  este  acto  los  demás  Religiosos  que  en  el  aquel  Colegio  se  hallaron.» 

^Delante  de  los  dichos,  el  Muy  Reverendo  P.  Fr.  Juan  de  las  Cuevas, 
Comisario  Apostólico,  hizo  y  pronunció  auto  de  separación  de  la  provincia 
Descalza,  de  todas  las  demás  provincias  de  la  Observancia,  en  virtud  de 
los  Breves  y  comisiones  de  >  uestro  muy  Santo  Padre,  Gregorio  XIII,  y 
declaró  que  los  dichos  Descalzos  presentes  y  futuros  habían  de  ser  suje- 
tos al  provincial  que  había  de  ser  elegido,  y  á  sus  sucesores,  y  al  Reve- 
rendísimo de  toda  la  Orden  en  aquella  parte  que  Su  Santidad  le  con- 
cedía. Y  firmaron  después  del  Padre  Comisario  el  auto  los  dichos  señores 
Marqués  de  Mondéjar,  D.  Enrique,  su  hermano,  el  Abad  de  Alcalá,  y  los 
Reverendos  PP.  Almonacid  y  Seco.  Después  de  esto,  habiendo  hecho  el 
padre  Comisario  una  plática  muy  docta  y  grave,  probando  con  autorida- 
des de  la  Sagrada  Escritura,  de  filósofos  y  razón,  que  la  división  que  se 
hace  entre  hermanos  por  mayor  paz  y  unión,  no  merece  nombre  de  divi- 
sión sino  de  conformidad:  mandó  á  todos  los  capitulares  que  el  día 
siguiente  se  juntasen  los  vocales  á  la  elección  de  Provincial. 

Dos  cosas  conviene  se  consignen  aquí  más  circunstanciadamente,  por- 
que á  nuestro  juicio,  hacen  resaltar  la  prudencia  del  Padre  Comisario.  Sea 
lo  primero,  los  memoriales  que  la  Santa  envió  al  Capítulo  para  el  buen  go- 
bierno en  lo  sucesivo  de  toda  la  Descalcez,  los  cuales  fueron  aprobados  y 
canonizados  por  el  Comisario  y  su  Capítulo.  Sealo  segundo  el  empeño  gran- 
de que  la  Santa  tuvo  en  que  fuese  elegido  Provincial  el  muy  reverendo 
P.  Maestro  Fr.  Jerónimo  de  la  Madre  de  Dios  Gracián,  empeño  que  no  per- 
dió de  vista  elpadre  Comisario,  consiguiendo  con  su  consumada  prudencia 
satisfacer  los  vivos  deseos  de  la  santa  reformadora,  de  que  su  amadísimo 
Padre  Gracián  fuese  el  primer  provincial  de  la  Reforma,  no  obstante  la  opo- 
sición de  un  número  respetable  de  los  vocales  que  componían  el  Cipitulo. 

Acerca  del  primer  punto,  consta  de  documentos  auténticos  que  la  San- 


(1)  Muchos  y  grandes  servicios  prestó  al  P.  Cuevas  en  el  penoso  negocio  de  la 
separación,  su  hermano  y  compañero  de  hábito,  el  sabio  P.  Almonacid,  gran  lum- 
brera en  aquellos  días,  de  la  Universidad  de  Alcalá. 


—  476  — 

ta  con  una  actividad  increible  y  con  un  celo  propio  de  esta  mujer,  verda- 
deramente grande,  se  ocupó,  como  legisladora  y  maestra,  del  Código  y 
cuerpo  de  leyes  por  las  cuales  debian  en  adelante  regirse  y  gobernarse  sus 
Descalzos  y  Descalzas. 

Hemos  dicho  sus  Descalzos  y  Descalzas,  por  que  como  muy  discreta- 
mente escribe  el  autor  de  la  obra,  <La  Mujer  Grande*  en  el  día  18  de  No- 
viembre: '<Ya  tenemos  aquí  á  Santa  Teresa,  bien  fuera  de  su  estado  de 
mujer,  y  como  legisladora  formal  de  toda  la  Religión,  sin  que  jamás  pueda 
decirse,  como  se  dijo,  que  nunca  se  metió  la  Santa  en  las  cosas  de  los 
frailes  Descalzos.  Se  metió  y  se  debía  meter  en  todo  como  madre  fundado- 
ra y  legisladora  formal,  porque,  si  por  lo  dicho  consta  que  el  Comisario 
Dominico  Fernández  en  el  principio  nada  hacía  sin  contar  con  ella,  y 
que  la  Santa  con  el  Comisario  Visitador  hizo  todas  las  actas  y  leyes,  ahora 
hace  lo  mismo,  y  previene  todas  las  cosas,  por  mínimas  que  sean.» 

Tiene  sobrada  razón  este  discreto  autor,  al  sentar  esta  proposición  co- 
mo consta  evidentemente  de  diferentes  pasajes  de  algunas  de  las  muchas 
cartas  que  escribió  la  Santa  Madre  pocos  días  antes  de  la  celebración  de 
Capítulo.  Veámoslo  (1 .) 

En  Enero  del  1581  escribía  así  la  Santa  al  P.  Fr.  Juan  de  Jesús;  (2.) 
<En  lo  que  vuestra  reverencia  me  dice  de  las  Constituciones,  el  P.  Gra- 
cian  me  escribió  que  le  había  dicho  lo  mismo  que  á  vuestra  reverencia,  y 
él  las  tiene  allá  de  las  monjas.  Lo  más  que  se  hubiera  de  advertir  es  tan 
poco,  que  presto  se  podría  avisar,  y  era  menester  comunicarlo  primero 
con  vuestras  reverencias;  porque  lo  que  para  una  cosa  me  parece  convie- 
ne, para  otras  hallo  muciios  inconvenientes,  y  así  no  me  acabo  de  deter- 
minar. 

Harto  necesario  es  tener  eso  muy  á  punto,  para  que  por  nuestra  parte 
no  haya  detenimiento  en  nada...  -  Al  comentar  estas  palabras  el  P.  Fr.  An- 
tonio de  San  José,  dice:  -  Como  en  llegando  el  último  despacho  de  Roma, 
señalando  presidente  se  había  de  celebrar  el  Capítulo,  consultaba  el  padre 

(1)  Para  evitar  confusión  citaremos  estas  cartas,  si  es  que  no  se   ofrece   aijíuna 
razón  especial,  según  la  cilición  de  1881  lieclia  por  el  señor  La  Fuente. 

(2)  Carta  320. 


-477- 

Roca  á  la  Santa  sobre  las  constituciones  de  las  religiosas.  Era.  punto  de 
los  máo  importantes,  materia  de  la  mayor  gravedad,  lo  más  difícil  de 
resolver;  pues  por  ambas  partes  ocurrían  inconvenientes;  por  lo  cual  dice 
la  Santa:  No  me  acabo  de  determinar.  Aunque  en  el  libro  de  sus  Fimda- 
ciones  capitulo  28,  número  8.  afirma  la  Santa  que  sus  religiosas  tenian 
Constituciones  del  Reverendísimo,  y  que  no  las  hizo  el  P.  Gracián  para 
ellas,  todas  las  remitieron  á  este  Capitulo,  con  memoriales,  apuntamientos 
y  advertencias,  para  que  aquellos  padres  escogiesen  la  más  convenientes, 
y  las  diesen  firmeza,  asiento  y  estabilidad.» 

Escribiendo  al  P.  Gracián  le  decía:  (1)  «He  escrito  á  vuestra  paterni- 
dad por  dos  partes  y  enviado  mis  memoriales  por  parecer  persona  (2.) 
-  Habíaseme  olvidado  lo  que  ahora  escribo  en  esa  carta  al  padre  comisario. 
Vuestra  paternidad  la  lea,  que  por  no  me  cansar  en  tornarlo  á  decir  aqui 
la  envío  abierta,  y  la  selle  con  el  sello  que  se  parezca  al  mío  y  se  la  dé. 

-  Hánnos  dicho  que  se  han  ordenado  ahora  en  capítulo  general  muchas 
cosas  en  el  rezado,  y  que  traen  dos  ferias  cada  semana;  si  fuese  cosa, 
poner  que  no  quedáremos  obligados  á  tantas  mudanzas,  sino  á  cómo 
ahora  rezamos. 

< También  se  acuerde  vuestra  paternidad  los  muchos  inconvenientes 
que  hay  en  donde  hay  monasterios  de  la  Orden,  posar  siempre  los  Des- 
calzos con  ellos:  si  se  pudiese  decir  que  cuando  hubiese  parte  adonde 
con  toda  edificación  pudiesen  estar,  que  no  fuesen  con  ellos  (3.) 


I 


(1)  La  Fuente  carta  325. 

(2)  'Añade  sü  discreción:  que  había  enviado  sus  me/wor/o/es.  Eran  también  ad- 
vertencias prudentes  para  el  mejor  rés^imen  de  su  familia.  Fuera  gran  dicha  gozar- 
las: pero  no  las  merecemos,  ni  tampoco  las  cartas  al  Padre  Comisario,  donde  sin 
duda  estaba  todo  cuanto  se  innovó  en  las  Constituciones  de  las  Religiosas,  y  acaso 
otras  muchas  de  que  nuestros  Padres  se  valieron  en  otros  capitulas,  en  que  las  dieron  la 
última  perfección.^   P.  Antonio  de  San  José.) 

(3)  «En  el  número  cuarto  prosigue  con  igual  prudencia,  avisando  no  se  carguen 
sus  hijas  con  el  rezado  de  muchas  ferias,  de  que  también  quedaron  aliviadas.  Lue- 
go pasa  su  advertencia  á  no  obligar  á  sus  hijos  á  posar  en  los  conventos  de  los 
Padres  Calzados  en  los  lugares  donde  no  los  hay  de  Descalzos.  Mirando  sin  duda 
á  no  molestar  tanto  á  los  Padres  Observantes,  y  á  escusar  desabrimientos  propios 
de  aquel  tiempo,  de  que  no  quedó  memoria  á  pocos  años.»  (P.  Antonio.) 


-478- 

Yo  querría  imprimiésemos  estas  Constituciones,  porque  andan  dife- 
rentes, y  hay  priora  que  sin  pensar  hace  nada,  quita  y  pone,  cuando  las 
escriben,  lo  que  le  parece.  Que  pongan  un  gran  precepto  (1)  que  nadie 
pueda  quitar  ni  poner  en  ellas  para,  que  lo  entiendan.  En  estas  cosillas 
todas  hará  vuestra  paternidad  lo  que  le  pareciere.  Digo  que  trate  lo  que 
nos  toca... '  Y  concluía  su  carta,  diciendo:  «Esos  memoriales  me  han  traí- 
do; en  trayendo  los  otros  los  enviaré:  no  sé  sí  van  bien,  que  harto  fué 
necesario  decir  vuestra  paternidad  viniesen  á  mi  poder.  Dios  le  guarde. 
Solo  el  de  su  amiga  Isabel  de  Santo  Domingo  venia  bien,  que  es  el  mismo 
que  va. 

«Ya  creo  he  escrito  á  vuestra  paternidad  (2)  que  si  pudiesen  quedar 
todas  juntas  las  actas  de  los  visitadores  apostólicos  y  las  Constituciones, 
que  fuese  todo  uno,  seria  bien;  porque  como  se  contradicen  en  algunas 
cosas,  andan  tontas  las  que  poco  saben.  Mire,  que  aunque  tenga  mucho 
que  hacer,  tome  tiempo  para  dejar  esto  muy  llano  y  claro  por  amor  de 
Dios;  que  como  lo  he  escrito  en  tantas  partes,  pienso  no  se  embeba  en 
las  letras,  y  se  le  olvide  lo  mejor. 

«Como  vuestra  reverencia  no  me  ha  escrito  que  lo  ha  recibido,  ni  carta 
mía,  hame  dado  tentación,  si  urdiese  el  demonio  que  no  haya  llegado  á 
sus  manos  lo  principal  de  sus  apuntamientos,  y  las  cartas  que  he  escrito 
á  nuestro  padre  comisario.  Si  por  dicha  fuere  esto,  haga  vuestra  reveren- 
cia luego  un  propio,  que  sería  recia  cosa.  Bien  creo  es  tentación,  porque 
el  correo  de  aquí  es  nuestro  amigo,  y  las  ha  encargado  mucho... ^  Añadía 
además  esta  postdata:  -Querría  que  vuestra  reverencia  apuntase  en  un 
papelillo  las  cosas  de  sustancia  que  le  he  escrito  y  quemase  mis  cartas; 
porque  con  tanta  baraúnda  podríase  topar  con  alguna  y  sería  recia  cosa.> 

(1)  «En  el  número  sexto  encarga  la  firmeza  en  las  Constituciones,  para  cuyo  fin 
desea  su  impresión,  que  se  hizo  aquel  año,  y  que  se  ponga  un  gran  precepto  para 
que  ninguna  Prelada  quite,  ni  añada  de  su  contenido.  En  lo  cual  nos  declara,  que 
cuando  son  necesarios,  también  quiere  la  Santa  preceptos,  ni  lo  desaprueba  en 
otras  partes,  sino  cuando  la  necesidad  no  los  pidiere.  Verdad  es,  que  en  particular 
para  Monjas  es  más  conveniente  la  ley  penal  que  la  preceptiva,  por  evitar  escrú- 
pulos de  conciencia.  (P.  Antonio.») 

(2)  (Carta  326.) 


-  470  - 

En  otra  carta  al  misino  padre  decía:  (1.)  Ponga  vuestra  paternidad  lo 
del  velo  en  todas  partes  por  caridad;  diga  que  las  mismas  Descalzas  lo  han 
pedido,  como  es  verdad,  aunque  hay  recogimiento. 

"En  que  perpetuamente  no  sean  vicarios  de  las  monjas  los  confesores, 
pongo  mucho;  porque  es  cosa  tan  importante  para  estas  casas,  que  con 
serlo  tanto  el  confesarse  con  los  frailes,  como  vuestra  paternidad  dico  y 
yo  veo,  antes  pasaría  porque  se  esté  como  se  está,  y  no  lo  puedan  hacer, 
que  por  que  cada  confesor  sea  vicario. 

«En  esto  hay  tantos  inconvenientes,  como  yo  diréá  vuestra  reverencia 
de  que  le  vea.  En  esto  suplico  fie  de  mi,  porque  cuando  se  hizo  San  José, 
se  miró  mucho,  y  fué  una  de  las  cosas  por  que  parecía  á  algunos  y  á  mi, 
que  estaba  bien  sujeta  al  ordinario,  porque  no  viniese  á  ésto. 

Hay  grandes  inconvenientes,  que  he  yo  sabido  donde  los  tienen  y 
para  mi  uno  basta  que  tengo  bien  visto;  que  si  el  vicario  se  contenta  de 
una.  no  puede  la  priora  quitar  que  parle  lo  que  quisiere  con  ella,  porque  es 
superior;  y  de  aquí  vienen  mil  desventuras»  (2.) 

Por  lo  mismo  es  también  necesario,  y  por  otras  hartas  cosas,  que  tan 
poco  estén  sujetas  á  los  priores.  Acierta  uno  á  saber  poco  y  mandará  co- 
sas que  las  inquiete  á  todas  porque  no  obra  ninguno  como  mi  P.  Gracián 
y  hemos  de  mirar  los  tiempos  por  venir,  pues  ya  hay  tanta  experiencia,  y 
quitar  las  ocasiones,  porque  el  mayor  bien  que  pueden  hacer  á  estas  mon- 


I 


(1)  Carta  327. 

(2)  «En  el  número  diez  y  once  toca  la  Santa  tres  puntos  gravísimos,  en  todos  la 
ha  servido  puntualmente  la  Religión.  El  primero  en  que  no  haya  Vicarios  de  mon- 
jas, en  lo  que  pone  el  mayor  esfuerzo,  de  modo  que  siendo  asi  que  deseaba  tanto 
Confesores  Descalzos  para  sus  hijas,  afirma  que  antes  pasaría  por  que  no  los  hu- 
biera, que  el  que  fuesen  Vicarios,  cuando  lo  uno  se  juzgase  inseparable  de  lo  otro. 
Añade,  que  porque  no  viniese  á  esto  pensó  tal  vez  que  estaban  bien  sujetas  al 
Ordinario;  pero  el  Señor  la  recogió  este  pensamiento,  mandando  que  la  sujetase  á 
la  Orden,  porque  de  otro  modo  se  perdía  todo,  la  Religión  la  ha  librado  de  su  gran 
temor,  prohibiendo  los  vicarios.  Bien  que  la  letra  de  la  Santa  sólo  parece  reprueba 
vicarios  perpetuos;  pero  los  Prelados  de  la  Orden  aún  en  los  temporales  la  ha  liber- 
tado de  sus  recelos. 

«El  motivo  de  tanto  temor  á  los  Vicarios,  y  de  haber  dado  al  principio  á  sus  mon- 
jas más  libertad  en  orden  á  Confesores;  declaró  la  venerable   Madre   Ana   de  San 


—  480- 

jas,  es  que  no  haya  más  plática  con  el  confesor,  de  oir  sus  pecados;  que 
para  mirar  el  recogimiento  basta  ser  confesores,  para  dar  aviso  á  los  pro- 
vinciales. Todo  esto  he  dicho  por  si  á  alguno  le  pareciere  otra  cosa,  ó  al 
padre  comisario;  lo  que  creo  no  hará,  que  en  muchas  partes  confiesan  las 
monjas  y  no  son  vicarios  en  su  Orden  (1.)  Vanos  todo  nuestro  ser  en  qui- 
tar la  ocasión,  para  que  no  haya  estos  negros  devotos,  destruidores  de  las 
esposas  de  Cristo,  que  es  menester  pensar  siempre  en  lo  peor  que  pue- 
da suceder  para  quitar  esta  ocasión,  que  se  entra  sin  sentirlo  por  aquí  el 
demonio:  sólo  esto,  y  tomar  mucho  número  de  monjas,  es  el  medio  que 
siempre  temo  que  nos  han  de  dañar,  y  asi  suplico  á  vuestra  paternidad, 
ponga  mucho  en  que  queden  estas  cosas  en  las  Constituciones  muy  firmes: 
esta  merced  me  haga  á  mi.» 

Finalmente  en  la  carta  329  escribe  al  P.  Gracián  de  esta  manera:  (2.) 

No  sé  como  dice  callemos  ahora  en  esto  de  confesar  los  frailes,  pues 

ve  cuan  atadas  estamos  á  la  constitución  del  P.  Fr.  Pedro  Fernández  y 

contra  no  haber  necesidad  de  ello.  Ni  tampoco  sé  por  qué  no  ha  de  hablar 

vuestra  reverencia  en  lo  que  nos  toca  á  nosotras. 

*Yo  le  digo  que  va  tan  encarecido  en  mi  carta  el  provecho  que  hace 
cuando  vuestra  reverencia  nos  visita,  como  es  verdad,  que  puede  bien 
tratar  lo  que  quisiere  para  hacernos  merced,  que  bien  lo  debe  á  estas 
monjas,  que  hartas  kígrimas  les  cuesta. - 


Bartolomé  en  un  manuscrito  suyo  que  guardan  las  Religiosas  de  Salamanca,  donde 
dice:  «i4 /lora  íZ/rc  de  una  palabra  que  cesen,  en  que  dice  la  Santa  que  encarga,  ó 
pide  á  los  Prelados  que  den  esta  libertad  á  las  Monjas.  No  es  cierto:  que  piensan 
que  no  lo  sé,  yo  se  lo  oí  muchas  veces.  Lo  que  la  Santa  Madre  quiere  decir  es,  que 
cuando  era  doncella  estuvo  en  un  monasterio  de  Agustinas,  donde  tenia  un  vicario 
que  él  solo  las  confesaba,  y  no  podían  hablar  con  persona  las  Monjas  sin  que  él 
lo  supiese,  ni  entrar  persona  en  el  Monasterio  sin  que  estuviese  á  la  puerta  hasta 
que  saliese,  ni  confesar  con  persona  alguna  sino  con  él...  Este  es  el  punto  que  dice 
nuestra  Santa  á  los  Prelados  que  no  las  aprieten,  que  en  lo  demás  nos  dan  más 
libertad  que  la  Santa  quería.»  Este  es  el  misterio  del  temor  de  la  Santa  en  orden  á 
vicarios,  y  su  mente  legítima  en  orden  á  confesores.  (P.  Antonio.)» 

(1)  En  la  Orden  de  Santo  Domingo  á  la  cual  pertenecía  el  Comisario  P.  Cuevas. 

(2)  Carta  329. 


—  481  — 

«Antes  no  querría  yo  hablase  otro  sino  vuestra  reverencia  y  el  padre 
Nicolás;  pues  nuestras  Constituciones,  ó  lo  que  ordenare  para  nosotras, 
no  es  menester  tratarlo  en  Capítulo,  ni  que  lo  entiendan  ellos,  que  sólo 
consigo  y  conmigo  lo  trat(3  el  P.  Fr.  Pedro  Fernández  (que  haya  gloria)  y 
aunque  le  parezcan  á  vuestra  reverencia  algunas  de  esas  ocho  cosas  (que 
pongo  al  principio)  de  poca  importancia,  sepa  que  son  de  mucha;  y  asi 
quería  no  quitasen  ninguna,  porque  en  esto  de  monjas  puedo  tener  voto, 
que  he  visto  muchas  cosas  por  donde  se  viene  á  destruir,  pareciendo  de 
poco  momento, 

•Sepa  que  quería  enviar  á  suplicar  al  padre  prior  y  comisario  que  hicie- 
se maestros  y  presentados  á  los  que  tenían  letras  para  ello,  de  vuestras 
reverencias;  porque  para  algunas  cosas  es  necesario,  y  porque  no  tuvie- 
sen que  ir  al  general;  y  como  vuestra  reverencia  dice  que  no  trae  comi- 
sión, sino  para  asistir  al  Capítulo  y  hacer  Constituciones,  lo  he  dejado.  - 

Por  último,  previene  al  P.  Gracián  en  la  carta  327  sobre  los  Religio- 
sos, diciendo:  Digo  á  V.  P.  que  si  no  se  pone  remedio  en  que  se  dé  más 
de  comerá  esos  Padres,  que  verán  en  lo  que  para  (1),  y  no  se  habían  de 
descuidar  de  mandarlo;  si  poco  les  dan,  poco  dará  Dios.  -  Esta  es  una 
materia  que  aunque  baladí  interesó  mucho  á  la  Santa,  pues  ya  el  año 
76  escribió  á  Mariano  sobre  lo  mismo,  y  á  Gracián,  y  que  no  i'iieraii  del 
todo  descalzos,  ni  comieran  tan  poco,  porque  era  matarse  y  espantar  los 
buenos  talentos  con  tanto  rigor.  Aquí  añade  á  Gracián:  Por  amor  de 
Dios  procure  V.  P.  haya  limpieza  en  camas  y  pañizuelos  de  mesa  aunc|ue 
más  se  gaste  (2).  que  es  cosa  terrible  no  la  haber,  y  quisiera  que  fuera  por 


(1)  En  el  número  doce  muestra  su  generoso  corazón  en  prevenir  se  mande  por 
ley  la  asistencia  no  escasa  á  los  Religiosos:  de  lo  contrario  dice:  verán  en  lo  que 
para.  Temía  con  San  Bernardo  que  faltan'Jo  la  abundancia  faltase  la  observancia, 
ó  que  se  le  acabasen  sus  hijos,  según  se  trataban  en  aquellos  principios,  como  lo 
escribe  á  Mariano  en  la  XLVII  del  tomo  2."  donde  le  dice:  había  avisado  á  Gracián 
para  que  les  diese  muy  bien  de  comer.  Aquc\  superlativo  muy  bien,  no  sé  como  se 
entiende,  aunque  sabido  es,  que  cuando  se  verifica  es  con  moderación  religiosa.- 

(2)  'En  el  núinero  trece  encarga  la  limpieza  en  celdas  y  refectorios.  Este  encar- 
go también  debe  de  hablar  con  S()los  los  hijos,  pues  en  las  hijas  no  había  que  en- 
cargarlo por  el  sumo  aseo  de  sus  celdas  y  refectorios.  El  esmerarse  en  la  limpieza 

31 


I 


-482- 

constitución,  y  aun  creo  no  bastará  según  son.»  Así  pudiéramos  citar  otras 
carias  que  son  de  este  año,  y  tocan  muchas  cosas  para  el  arreglo  de  las 
constituciones.  > 

'<iOh,  qué  pena  me  dan  estos  sobreescritos  con  Reverenda!  porque 
querría  V.  P.  lo  quitase  á  todos  sus  subditos,  pues  no  es  menester  para 
saber  á  quien  va  la  carta.  Es  cosa  sin  propósito  entre  nosotros,  á  mi  pa- 
recer, honrarnos,  y  palabras  que  se  pueden  excusar  (1). 

Preciso  es,  pues,  confesar  la  gran  solicitud  de  esta  cariñosa  Madre  en 
todo  lo  concerniente  al  buen  suceso  y  estabilidad  de  su  inmortal  Refor- 
ma, y  que  se  ocupó  y  preocupó  mucho,  no  sólo  de  sus  hijas,  sino  tam- 
bién de  sus  hijos,  porque  era  madre  y  maestra  de  todos,  y  así  lo  acaba- 
mos de  ver,  al  querer  se  nombrasen  en  el  Capítulo  maestros  y  presenta- 
dos; al  insinuar  que  se  dé  más  de  comer  á  los  padres  y  que  no  anduvie- 
sen tan  descalzos,  así  como  que  se  haga  constitución  sobre  que  haya  lim- 
pieza en  camas,  en  celdas  y  refectorios,  como  también  el  tratamiento  senci- 
llo que  quería  se  diesen  unos  á  otros. 

Se  ve,  pues,  por  todo  lo  que  precede  y  lo  que  ya  hemos  indicado 
en  el  Capítulo  VIII  de  la  segunda  parte,  al  ocuparnos  del  libro  de  las 
Constituciones  que  la  Santa  Madre  lo  tenía  todo  presente,  y  que,  como  á 
santa  fundadora,  el  espíritu  de  Dios  la  asistía  para  que  propusiese  al 
Capitulo  cuanto  era  conveniente  en  aquellas  circunstancias  excepcionales 
en  que  la  Reforma  había  de  aparecer  con  vida  propia  y  autonomía  abso- 


es  sin  duda  prenda  natural  de  la  mujer,  sea  por  necesidad,  ó  por  elección:  El  Autor 
de  la  naturaleza,  que  formó  al  hombre  de  un  pedazo  de  barro,  edificó  á  la  mujer  de 
un  hueso  limpio.  El  hombre  fué  formado  entre  los  terrones  de  un  campo;  pero  la 
mujer  se  formó  en  los  esmeros  de  un  paraíso.  Ello  es  que  excede  la  mujer  al  hom- 
bre en  el  esmero  y  aseo,  y  Santa  Teresa  como  mujer  y  como  santa,  quiere  á  sus 
hijos  limpios  y  aseados  en  sus  celdas  y  refectorios.» 

(1)  «En  el  número  catorce  (dice  el  Comentador)  reforma  el  trato  que  se  deben 
dar  los  relifíiosos,  particularmente  en  los  sobrescritos.  Diéronla  gusto  en  aquel 
Capitulo,  pues  desde  este  tiempo  hasta  la  misma  Santa  dejó  en  sus  cartas  los  tér- 
minos de  Reverendísimos  y  Paternidad,  y  usó  de  los  de  V.  R.  como  por  ley  los  usa 
la  Orden,  excusando  voces  rumbosas,  y  usando  de  términos  humildes  y  moderados, 
como  más  propios  y  moderados.»  (P.  Antonio.) 


-483- 

luta.  Escribía  al  P.  Cuevas,  presidente  del  Capítulo,  y  escribía  al  P.  Gra- 
cián  para  que  éste  tratase  con  el  mismo  presidente  los  múltiples  é  intere- 
santes puntos  que  hasta  aquí  hemos  visto  y  otros  muchos  que  por  breve- 
dad se  omiten. 

Sabido  es  que  en  el  Concilio  de  Trento,  cuando  surgían  dudas  y  difi- 
cultades, los  Padres  de  tan  augusta  asamblea  acudían  á  Santo  Tomás 
diciendo:  Consulatur  Divus  Thomas:  Consúltese  á  Santo  Tomás.  Esto 
mismo  se  practicó  en  este  importante  <  Capítulo  de  Separación.  -  Cuando 
el  presidente  y  los  definidores  dudaban  en  lo  que  habían  de  establecer 
espontáneamente  les  ocurría.  <  Consulatur  Mater  Theresia.  -  Consúltese  á 
á  la  Madre  Teresa  y  miraban  y  revisaban  sus  memoriales  y  advertencias  de 
tal  modo  que  el  alma  de  aquella  augusta  asamblea  lo  era  la  Madre  Teresa. 

Resta  digamos  algo  sobre  el  segundo  punto,  ó  sea,  sobre  el  empeño 
decidido  que  Santa  Teresa  tenia  de  que  saliese  provincial  el  M.  R.  P.  Gra- 
cián;  y  advertimos  para  la  clara  inteligencia  de  los  documentos  que  va- 
mos á  citar,  que  Santa  Teresa  por  prudencia  nombraba  algunas  veces 
al  P.  Antonio,  candidato  de  algunos  para  el  provincialato,  con  el  pseudó- 
nimo de  Macario. 

Hecha  esta  advertencia  examinemos  las  cartas  y  expresiones  de  la 
Santa  que  nos  revelan  su  opinión  y  pensamienlo  en  esta  materia. 

En  la  Carta  324  dice  al  P.  Gracián  poco  antes  del  Capítulo:  me  hace 
Macario,  que  no  creo  ha  de  saber  encubrir  su  tentación.  Sobre  las  cua- 
les palabras  escribe  el  Sr.  La  Fuente:  Esta  Carta  era  la  XXVII  del  tomo 
V.  Falta  el  principio,  que  sin  duda  rasgó  Gracián  ó  algún  otro  por  con- 
tener cosas  graves  respecto  á  la  tentación  que  padecía  el  P.  Antonio  de 
Jesús  (Macario),  con  deseos  de  ser  provincial,  por  ser  el  más  antiguo  de 
la  Orden  y  casi  fundador  de  ella  con  San  Juan  de  la  Cruz...  -  Continúa 
Santa  Teresa:  ^También  se  me  ha  ofrecido,  que  si  vuestra  reverencia  que- 
dare por  provincial,  procure  sea  su  compañero  el  P.  Nicolás,  que  impor- 
tará mucho  para  estos  principios  andar  juntos,  aunque  ésto  no  lo  digo  al 
Comisario,  porque  como  es  tan  enfermo  el  P.  Fr.  Bartolomé,  no  puede 
dejar  de  comer  carne,  y  tiénenle  sobre  ojo  algunos...  >  Un  poco  más  ade- 
lante añade:  Hablé  mucho  con  Mariano  sobre  la  tentación  que  tiene  de 
elegir  á  Macario,  que  me  lo  ha  escrito.  Yo  no  entiendo  este  hombre,  ni  me 


—  484- 

quiero  entender  con  nadie  en  este  caso,  sino  con  V.  R.  Por  eso  sea  para 
si  sólo  lo  que  en  esto  he  escrito,  que  importa  mucho;  y  V.  R.  no  deje  de 
acudir  á  Nicolás,  y  que  entiendan  no  lo  quiere  para  sí;  y  á  la  verdad  no 
sé  con  qué  conciencia  se  puede  dar  voto  de  los  que  ahí  están,  sino  á 
entrambos  á  dos...»  Añade  el  Sr.  La  Fuente:  «Apesar  de  eso  siguió  con 
su  tema  contra  Gracián  y  á  favor  del  P.  Fr.  Antonio,  de  modo  que  tuvo 
aquel  solamente  un  voto  más  que  éste.  Se  ve,  pues,  que  la  prevención 
contra  el  P.  Gracián  databa  ya  de  tiempo  de  Santa  Teresa.» 

Al  final  de  la  Carta  325  dice  al  mismo  P.  Gracián:  «También  el  P.  Ni- 
colás, porque  no  parezca  es  vuestra  paternidad  sólo,  y  aun  el  P.  Fr.  Juan 
creo  mirará  lo  que  nos  toca.  Yo  me  quisiera  alargar  más;  sino  que  es  casi 
de  noche,  y  han  de  llevar  las  cartas,  y  escribo  á  los  amigos. 

«Devoción  me  hizo  lo  que  dice  vuestra  paternidad,  qué  será  de  las 
Descalzas  (si  sale  Provincial);  á  lo  menos  será  verdadero  padre  (1)  y 
cierto  que  se  lo  debe  bien,  y  á  vuestra  paternidad  para  siempre,  y  á  no  tra- 
tar ellas  con  otros,  bien  excusado  era  algunas  cosas  de  las  que  pedimos. 
¡Oh  qué  ansias  tienen  porque  salga  Provincial!  creo  no  les  ha  de  conten- 
tar otra  cosa.  Dios  nos  le  guarde;  todas  le  encomiendan.  Son  hoy  XXI 
de  Febrero.  Yo  de  vuestra  paternidad  verdadera  hija.  — Teresa  de  je- 
sús.» 

En  la  Carta  326  al  mismo  P.  Gracián,  dice:  Sepa  que  me  han  avisado 
que  alguno  de  los  que  han  de  votar,  van  deseosos  de  que  salga  el  P.  Ma- 
cario. Si  Dios  lo  hiciere  después  de  tanta  oración,  eso  será  lo  mejor:  juicios 
suyos  son.  A  alguno  de  los  que  ahora  dicen  esto,  le  vi  yo  bien  inclinado 
al  P.  Nicolás,  y  si  se  han  de  mudar  será  á  él.  Dios  ló  encamine,  y  á  vues- 
tra reverencia  guarde.  Por  mal  que  sucediese,  en  tin,  queda  hecho  lo  prin- 


(1)  ■-<Miiestra  su  amor  al  r.  (jraciáii,  dicieiuln  el  de  sus  hijas  con  el  deseo  de 
tenerle  pítr  í'roviiicial,  en  cuyo  caso,  y  en  él  poderlo  perpetuar,  tlice,  no  serían 
necesarias  muchas  leyes.  Tiene  mucha  razón,  porque  el  amor  de  muchas  leyes 
hace  una:  será  acaso  porque  es  gusto  obedecer  al  que  manda  con  amor,  ó  porque 
se  obedece  con  gusto  cuando.sale  del  amor  el  mandato.  En  fin,  donde  hay  amor  no 
hay  trabajo,  como  dice  San  íiernardo.  No  hay  mayor  gusto  que  hacer  la  voluntad 
del  amado>'.  (P.  Antonio.) 


—  485  — 

cipal  (1).  Sl'íi  El  alabado  por  siciupiv.  üija  de  vuestra  paternidad.— Tere- 
sa de  Jesús. 

En  h  carta  327,  al  concluir,  dice  a!  mismo  P.  Fr.  Gracián:  Ahora  tra- 
temos de  lo  que  vuestra  reverencia  dice,  de  que  no  le  elijan  ó  confirmen 
(Provincial):  yo  escribo  al  padre  comisario.  Sepa  mi  padre,  que  cuanto 
al  deseo  que  yo  he  tenido  de  verle  libre,  entiendo  claro  que  obra  más  el 
mucho  amor  que  le  tengo  en  el  Señor  que  el  bien  de  la  Orden,  que  no  en- 
tiendan todos  lo  que  deban  á.  vuestra  reverencia  y  lo  que  ha  trabajado,  y 
lior  no  oir  una  palabra  contra  él,  que  no  lo  puedo  llevar:  mas  venido  al 
eíecto,  todavía  ha  podido  más  el  bien  general  (2). 

Plega  á  Dios,  mi  padre,  que  no  les  venga  tanto  mal  á  estas  casas  que 
se  hallen  sin  vuestra  paternidad,  que  mucho  es  menester  muy  menudo 
gobierno  para  ellas,  y  quien  entienda  lo  uno  y  lo  otro.  Sus  siervas  son. 
Su  Mnjestad  mirará  por  ellas.  > 

Por  si  alguno  dudase  aun  de  !a  voluntad  de  Santa  Teresa  lea  la  caita 
escrita  al  Rey  Felipe  II  donde,  después  de  pedirle  la  separación  de  provin- 
cia, como  arriba  ya  hemos  visto,  continúa  diciendo  (3):  «Harto  nos  haría 
al  caso  sí  en  estos  principios  se  encargase  á  un  padre  Descalzo,  que  11a- 


(1)  Es  decir:  que  aunque  saliese  Provincial  el  P.  Antonio,  que  era  lo  peor  que 
podía  suceder,  se  conseguía,  sin  embargo  lo  principal,  ó  sea  la  separación  de  Cal- 
zados y  Descalzos. 

(2)  «En  el  número  quince  declara  una  bella  tlistinción  para  componer  el  afecto 
particular  á  üracián  con  el  celo,  que  muchas  veces  mostró  por  el  bien  común.  Di- 
jimos en  otra  pnrte  que  le  aiiiat/a  como  Teresa,  y  le  quería  como  fundadora. 
Confirma  aquí  esta  hermosa  distinción,  concluyendo:  que  siempre  puede  más  el 
bien  general.  Es  agraciada  filosofía,  que  enseña  que  todas  las  cosas  tienen  dos 
inclinaciones,  como  en  los  brillantes  planetas  notó  el  Angélico  Doctor,  una  como 
individuo  particular  y  otra  co:iio  parte  del  universo:  aquella  mira  al  propio  pecu- 
liar bien;  pero  ésta  al  bien  coüu'in,  á  la  que  como  más  noble  y  universal  cede  como 
es  justo,  la  propia  particular.  >  (1'.  Antonio  de  San  José.) 

Sentía  la  Santa  que  el  P.  üracián  saliese  Provincial  por  el  amor  grande  que  le 
tjuía  y  porque  nreveía  las  contradicciones  y  murmuraciones  que  se  habían  de 
seguir;  pero  lo  deseaba  y  lo  prociir.ih.i.  notini.'  todavía  ha  podido  más  el  bien 
general.' 

^,3)    Tomo  2."  carta  1.^ 


I 


-  486  — 

man  Fr.  Jerónimo  Gracián,  que  yo  he  conocido  ahora;  y  aunque  mozo, 
me  ha  hecho  harto  alabar  á  Nuestro  Señor  lo  que  ha  dado  á  aquella  alma, 
y  las  grandes  obras  que  ha  hecho  por  medio  suyo,  remediando  á  muchas: 
y  ansí  creo  que  le  ha  escogido  para  grande  bien  en  esta  su  Orden.  Enca- 
mine Nuestro  Señor  las  cosas  de  suerte,  que  V.  M.  quiera  hacerle  este  ser- 
vicio, y  mandarlo...*;  y  añade  el  comentador:  En  la  oración  aprendió  que 
para  la  serenidad  de  la  gran  borrasca,  que  ya  llegó  á  divisar,  era  necesaria 
la  separación  de  la  Reforma  en  provincia  aparte:  la  elección  de  provin- 
cial Descalzo  que  la  gobernase,  y  que  éste  fuese  el  V.  P.  Fr.  Jerónimo 
Gracián.  En  la  oración  descubrió,  que  propuestos  estos  tres  medios  al 
Rey,  serían  el  remedio  de  su  pena,  y  los  tres  colores  del  arco  de  la  mejor 
serenidad. 

Finalmente,  en  toda  la  carta  328  (1),  se  ocupa  de  este  importante 
negocio  y  le  dice  así  al  P.  Gracián:  «Aunque  andando  vuestra  reverencia 
siempre  con  el  P.  Nicolao,  si  le  eligiesen,  me  parecería  se  hacía  lo  uno  y 
lo  otro.  Mas,  bien  entiendo  que  esta  primera  vez  sería  para  todos  muy 
mejor  tenerle  vuestra  reverencia  á  su  cargo,  y  asi  lo  dif^o  al  padre  comisa- 
rio. No  siendo  esto,  el  P.  Nicolao,  andando  vuestra  reverencia  por  su 
compañero,  por  la  experiencia  que  tiene  y  el  conocer  los  sujetos  de.  los 
frailes  y  monjas;  esta  experiencia  le  digo  que  tenemos  de  no  ser  para  ello 
Macario.  En  todo  le  doy  buenas  razones,  y  digo  que  lo  entendía  asi  el 
P.  Fr.  Pedro  Fernández,  que  harto  quisiera  tuviera  gobierno,  por  las  cau- 
sas que  había  para  hacerlo;  mas  ¡el  daño  que  haría  ahora!  También  metí 
allá  á  el  P.  Fr.  Juan  de  Jesús,  porque  no  pareciese  me  resumía  en  dos  so- 
los, aunque  le  dije  la  verdad,  que  no  tenía  este  don  de  gobierno,  como  á 
mi  parecer  no  le  tiene;  mas  que  trayendo  por  compañero  uno  de  los  dos 
se  podía  pasar,  porque  era  llegado  á  razón  y  tomaría  parecer;  y  así  lo  creo, 
que  como  anduviese  vuestra  paternidad  con  él,  no  saldría  de  lo  que  dijese 
en  nada,  y  así  lo  haría  bien;  yo  soy  segura  que  no  terna  votos.  El  Señor 
le  encamine  como  sea  más  para  su  gloria  y  servicio,  que  espero  si  hará, 
pues  ha  hecho  lo  más.  ■ 

Dice  muy  bien  el  Sr.  La  Fuente  comentándola:     Los  dos  que  proponía 

(1)     La  Fuente,  car/a  328. 


—  487  — 

Santa  Teresa  para  provinciales  eran  Gracián  y  Doria,  y  por  tercero,  por 
completar  terna  á  este  Fr.  Juan  de  jesús.  Se  ve,  concluye  el  célebre  histo- 
riador, que  no  quería  de  ningún  modo  al  P.  Antonio  Heredia  ó  sea  Ma- 
cario.- 

En  efecto:  en  carta  escrita  cuatro  ó  cinco  días  antes  del  Capítulo,  sin- 
tetizó Santa  Teresa  todo  su  plan.  Proponía  á  Gracián  y  á  Doria  para  pro- 
vinciales, aunque  más  quería  que  fuese  Gracián,  y  en  este  sentido  es- 
cribió al  comisario  P.  Cuevas;  diciendo:  Mas,  bien  entiendo,  dice,  que 
esta  primera  vez  sería  para  todos  muy  mejor  teniendo  V.  R.  (P.  Gracián) 
Á  su  cargo,  y  así  lo  digo  al  P.  Comisario.-  No  se  olviden  estas  últimas 
palabras,  por  que  ellas  contienen  la  clave  para  explicar  la  conducta  de 
este  venerable  padre  en  el  proceso  de  la  elección.  Al  P.  Antonio,  ó  sea 
Macario,  de  ningún  modo  le  quería  por  la  experiencia  que  teníamos,  es- 
cribe, de  no  ser  para  ello,  y  el  daño  que  ahora  haría  y  que  así  lo  entendi('> 
el  P.  Pedro  Fernández.» 

Basta  lo  expuesto  aquí,  para  imponernos  en  lo  concerniente  á  lo  suce- 
dido antes  del  Capítulo,  y  ahora  pasemos  al  segundo  punto,  ó  sea,  á  lo  que 
sucedió  en  el  Capitulo. 

II 

DE  LA  INTERVENCIÓN  DE  LOS  DOMINICOS  EN  EL  CAPÍTULO 

La  relación  de  este  segundo  punto  la  tomaremos  también  de  la  Crónica 
Carmelitana  que  en  el  capítulo  IX  del  libro  5.''  dice  así:  < Sábado  por  la 
mañana,  cuatro  de  Marzo,  cantada  la  Misa  por  el  padre  Comisario,  el  her- 
mano Fr.  Diego  Evangelista,  natural  de  Sevilla,  que  después  ocupó  los 
mejores  pulpitos  de  España,  recitó  una  oración  que  en  latín  había  hecho 
el  P.  Mariano,  exhortando  á  la  Religión  á  que  después  del  invierno  pasado, 
gozase  de  las  flores  y  frutos  de  la  primavera  del  Carmelo.  Como  el  latín 
era  elegante,  el  discurso  grave,  la  lengua  dulce,  la  acción  con  estremo 
agradable,  pareció  muy  bien  á  toda  la  Universidad  que  le  estaba  oyendo. 
Poco  después  de  las  nueve  entraron  los  Capitulares  á  elegir  Difinidores. 
El  primero  fué  el  P.  Fr.  Nicolás  de  Jesús  María,  prior  de  Pastrana,  dando 
desde  entonces  á  entender  la  Religión  el  gran  concepto  que  de  él  tenía. 


—  488  — 

Segundo  nuestro  P.  Fr.  Antonio  de  Jesús.  Tercero  nuestro  venerable  pa- 
dre Fr.  Juan  de  la  Cruz.  Cuarto,  el  P.  Fr.  Gabriel  de  la  Asunción,  socio  de 
la  Roda.  Por  secretario  nombraron  al  P.  Fr.  Ambrosio  Mariano;  porque 
demás  de  sus  conocidos  méritos,  era  excelente  latino  para  disponer  lo 
que  se  ofreciese. 

«Acabada  esta  acción  entraron  cerca  de  las  once  á  la  elección,  que  se 
hizo  con  no  poca  diferancia  de  pareceres  sin  lesión  de  la  caridad.  El  P.  Co- 
misario, presidente,  habiendo  entendido  no  poco  de  ésto  aún  antes  de  la 
elección,  propuso  las  conveniencias  por  el  P.  Fr.  Jerónimo  Gracián.  Decia 
ser  muy  grato  al  Rey,  á  quien  tanto  se  debia,  por  lo  bien  que  en  todo  lo 
pasado  le  había  servido.  Bien  visto  de  los  ministros  mayores,  por  las  mis- 
mas causas.  Acepto  á  los  Grandes,  seglares  y  eclesiásticos,  por  las  letras, 
talento  y  agrado  con  que  trataba  los  negocios.  Cabido  con  toda  la  Corte 
por  sus  padres  y  parientes  secretarios.  Amado  del  resto  de  la  Religión  de 
frailes  y  monjas  por  la  apacibilidad  y  suavidad  de  su  gobierno.  Estimado 
sobre  todos  de  nuestra  Santa  Madre  (1)  por  lo  mucho  que  la  había  apro- 
vechado con  sus  letras,  diligencia,  traza,  vigilancia,  y  prontitud  en  las 
graves  dificultades  que  había  tenido  en  la  extensión  de  su  Orden. 

«Los  muy  celosos,  atendiendo  al  mayor  bien  de  la  Religión  (2)  más  que 
á  estas  razones  de  lustre,  decían:  que  desde  el  noviciado  había  goberna- 
do, y  no  obedecido;  que  á  pocos  meses  le  hicieron  comisario  apostólico 
sin  darle  tiempo  para  arraigar  en  las  virtudes  de  penitencia,  mortificación 
retiro  y  obediencia:  que  en  estas  ocasiones  había  mostrado  más  inclina- 
ción á  las  acciones  de  lustre  y  ostentación,  que  á  las  del  silencio  y  oración, 
que  se  dejaba  llevar  de  la  alabanza  popular,  y  torcía  la  Regla  y  Constitu- 


(1)  Aunque  el  P.  Cuevas  sólo  dijo:  «Que  era  estimado  el  P.  Gracián  sobre  to- 
dos por  la  Santa  Madre,-  obró  así  por  no  querer  imponerse  á  los  vocales  deján- 
dolos en  plena  libertad,  la  cual  hubieran  en  cierto  modo  perdido,  si  les  hubiese 
dicho  claramente  que  Santa  Teresa  quería  que  el  Provincial  fuese  el  P.  (iracián, 
y  sin  embargo,  así  expresamente  se  lo  había  significado  la  Santa,  al  padre  Comi- 
sario, como  lo  hemos  visto  anteriormente. 

(2)  Precisamente  por  ese  mayor  bien  de  la  Religión  es  por  lo  que  Santa  Teresa 
deseaba  fuese  el  l\  Cjracián  elegido  Provincial,  como  lo  hemos  visto  claramente 
en  la  carta  327. 


—  489  — 

cioiK'S  por  lio  ofenderla.  Y  jioiidcrabaii  no  haber  enteiulido  ei  espíritu  de 
la  Regla,  que  era  eremítico  y  de  retiro;  y  asi  daba  al  cuidado  de  las  almas 
no  la  menor  parte,  sino  la  mayor  de  sus  empleos.  Y  no  contento  con  ele- 
gir ésto  para  si,  habla  diligenciado  plantar  su  espíritu  en  la  Reforma:  de 
que  ya  se  sentían  no  pequeños  daños,  dejándose  llevar  la  juventud  del  lu- 
cimiento de  los  talentos. 

Bien  echó  de  ver  el  P.  Comisario  la  fuerza  de  estas  razones;  pero  em- 
peñado en  las  primeras,  las  sustento,  aunque  sin  violencia,  fiando  del  ta- 
lento del  P.  Fr.  Jerónimo,  y  de  su  conocida  virtud,  que  enmendaría  todo 
lo  que  en  él  se  notaba.  Votaron  priores  y  socios,  y  salió  electo  el  padre 
Fr.  Jerónimo  por  un  voto  más.  Los  otros  cayeron  en  nuestro  venerable 
P.  Fr.  Antonio  de  Jesús,  por  padre  primero,  por  canas,  y  por  autoridad. 

Recibió  al  fin  el  Capítulo  y  Convento  la  elección  con  notable  gusto 
y  alabóla  en  nombre  del  Rey  el  comisario  apostólico:  y  llevaron  al  electo 
á  la  iglesia  cantando  el  Te  Deiim  Laiidamus,  donde  los  esperaban  muchos 
seglares,  á  quien  cupo  parte  del  regocijo.- 

El  lector  no  habrá  podido  menos  de  observar  la  prevención  del  Cronis- 
ta contra  el  P.  Gracián  y  la  marcada  inclinación  que  muestra  por  la  candi- 
datura del  P.  Antonio  para  provincial. 

No  es  esto  extraño,  si  se  tiene  en  cuenta  lo  que  nos  dice  el  autor  de 
-La  mujer  grande-,  carmelita  también  Descalzo  y  muy  cuerdo  y  respeta- 
ble en  sus  apreciaciones.  Dice  asi  en  el  día  22  de  Noviembre:  Luego  se 
pasó  á  la  elección  de  provincial,  y  salió  electo  Fr.  Jerónimo  Gracián  como 
lo  deseaba  Santa  Teresa.  La  historia  dice  varias  cosas  sobre  esta  elecci()n, 
que  como  no  da  más  pruebas  que  su  palabra,  que  sin  duda  existirían,  si 
las  hubiera  cuando  se  escribió,  pues  habían  pasado  muy  pocos  años,  las 
omitimos,  ya  porque  no  hacen  al  caso,  ya  también  porque  al  fin  convie- 
nen todas  en  que  dicho  Gracián  sali(')  electo  provincial.  Pero  es  indispen- 
sable notar,  que  como  al  escribir  la  historia  de  la  (3rden  se  hallaba  este 
primer  padre,  Gracián,  aherrojado  y  en  los  mayores  trabajos,  era  casi  indis- 
pensable que  se  tomara  el  agua  de  lejos  para  salvar  la  conducta  que  con 
él  observó  el  Provincial  siguiente.  Pero  como  según  mi  juicio  al  historia- 
dor no  le  toca  más  que  referir  los  hechos  sin  juzgar  las  personas,  tengo  por 
cierto  que  en  materias  como  éstas  y  tan  delicadas,  se  debe  evitar  todo  lo 


—  490  — 

que  no  esté  fundado  en  documentos  legales,  y  por  ésto  yo  me  sirvo  úni- 
camente de  las  palabras  que  hallo  en  Santa  Teresa  de  Jesús,  y  sin  hacer 
glosas  de  sus  palabras,  porque  sé  que  éstas  son  las  reglas  y  documentos 
más  imparciales;  pero  bien  lejos  al  mismo  tiempo  de  fallar  y  sentenciar  á 
los  que  obraron  contra  Gracián  hasta  despojarlo  del  hábito,  pues  en  todo 
esto  no  veo  más  que  los  juicios  de  Dios  y  su  providencia.» 

Conviene  sobre  todo  añadir  á  esta  atinada  observación  del  célebre 
Carmelita,  que  el  autor  de  la  Crónica  no  conoció,  cuando  escribió,  las  car- 
tas de  su  Santa  Madre  en  las  cuales  manifestó  su  voluntad  expresa  de 
que  el  Provincial  fuese  el  P.  Gracián,  y  mucho  menos  sabía  que,  asi  se 
lo  había  escrito  al  respetable  P.  Cuevas,  Comisario  y  Presidente  del  Ca- 
pítulo. Por  eso  hicimos  notar,  poco  ha,  que  esas  palabras  contenían  la  cla- 
ve para  expHcar  la  conducta  de  este  reverendo  padre,  y  ellas  nos  dan  á 
conocer  el  respeto  y  consideración  que  le  merecían  las  indicaciones  de  la 
gran  Teresa  de  Jesús. 

Debido  pues,  á  la  industria  y  buena  maña  del  benemérito  P.  Cuevas 
que  se  esforzó  por  complacer  á  Santa  Teresa,  resultó  electo  Provincial  el 
M.  R.  P.  Fr.  Jerónimo  Gracián  de  la  Madre  de  Dios,  y  se  vio  una  vez  más 
á  los  hijos  de  Santo  Domingo  al  lado  de  Santa  Teresa,  no  sólo  contra  los 
extraños,  cuando  era  perseguida  de  ellos  sino  aún  cuando  sus  mismos 
hijos  se  apartan  del  parecer  de  su  Santa  Madre  dando  el  voto  al  P.  Anto- 
nio que  no  servía,  en  expresión  de  la  Santa,  para  el  gobierno  y  hubiera 
hecho  mucho  daño. 

No  pudo  entenderse  con  su  hijo  primogénito  el  P.  Ambrosio  Mariano 
y  se  entendió  perfectísimamente  con  el  P.  Cuev¿is  (1),  secundando  éste  el 
plan  de  Santa  Teresa  y  consiguiendo  triunfase  su  candidato. 


(1)  «Hablé  (dice  en  la  Carta  324i  mucho  con  Mariano  sobre  la  tentación  que  tenía 
de  elegir  á  Macario  que  me  lo  ha  escrito.  Yo  no  entiendo  este  hombre,  ni  me  quie- 
ro entender  con  nadie  en  este  caso,  sino  con  vuestra  ííeverencia  (el  P.  Gracián  ). 
Apesar  de  eso,  el  F^.  Mariano  siguió  con  su  tema  y  dio  el  voto  al  P.  Antonio. 

En  vista  de  todo  lo  expuesto,  no  es  de  admirar  que  la  célebre  Priora  de  Sevilla 
María  de  San  José  haya  tributado  tan  grandes  elogios  á  este  hijo  de  Santo  Domin- 
go, por  todo  cuanto  trabajó  é  hizo  en  favor  de  Santa  Teresa  y  de  su  inmortal  Re- 
forma. 


—  491  - 

A  muchas  sólidas  consideraciones  se  presta  la  conducta  que  en  esta 
ocasión  observó  el  P.  Cuevas;  nuichisimo  habla  que  ponderar  esta  ^ubH- 
me  acción  que  bien  pudiéramos  llamar  verdadera  epopeya  del  insigne  Do- 
minico. Pero  sigamos  al  Cronista  de  la  Reforma  que  nos  dice  en  el  capítulo 
X  del  mismo  libro  5."  lo  que  después  ocurrió  en  el  mismo  Capítulo:  El  Do- 
mingo por  la  mañana,  cinco  de  Marzo,  atendiendo  al  orden  del  Rey,  que 
había  mandado  se  hiciese  con  solemnidad  este  primer  Capítulo,  se  ordenó 
una  solemne  procesión  desde  el  colegio  hasta  la  iglesia  mayor  de  San 
Justo,  concurriendo  en  ella  todo  lo  más  lucido  de  la  Villa  con  el  Marqués, 
la  Universidad  con  su  Rector,  los  conventos  con  sus  prelados,  el  Corregi- 
dor con  los  corregidores,  eligiendo  cada  uno  el  lugar  que  se  le  debía;  y 
saliéronles  á  recibir  el  Abad  de  la  Iglesia  con  su  Cabildo.  Predicó  el  pro- 
vincial nuevo,  y  volvióse  la  procesión,  acabada  la  misa  que  cantó  nues- 
tro P.  Fr.  Antonio,  no  cesando  la  música  ni  á  la  ida  ni  á  la  vuelta.  A  la 
tarde  cantadas  las  vísperas  con  toda  solemnidad  de  N.  P.  San  Cirilo  Jero- 
solomitano,  se  tuvieron  conclusiones  de  Teología.  El  sustentante  fué  el 
P.  Fr.  Juan  de  la  Madre  de  Dios,  ingenio  raro,  natural  de  Extremadura.  El 
presidente,  el  gravísimo  P.  Fr.  Juan  de  las  Cuevas;  y  aunque  esforzaron 
sus  argumentos  los  doctores  de  la  Universidad,  lució  tanto  el  estudiante 
y  admiró  de  manera  al  presidente,  que  por  muchos  años  quedó  en  la  es- 
cuela el  nombre  de  aquel  acto. 

Durante  el  Capítulo  se  arreglaron  también  las  Constituciones  tanto  de 
los  frailes  como  de  las  monjas. 

Estas  Constituciones,  como  nota  muy  bien  el  autor  de  la  Crónica  car- 
melitana en  otro  lugar  (1)  en  cuanto  al  dictamen,  espíritu  y  palabras  fue- 
ron de  la  Santa;  la  autoridad  y  fuerza  para  obligar  y  ej  ponerlas  más  en 
forma  fué  del  Capítulo. 

En  el  capítuhj  X  del  libro  5."  describe  la  misma  Crónica  la  terminación 
del  Capítulo  de  Separación  por  estas  palabras:  <  Después  de  esto  el  padre 
Presidente  escribió  al  Generalísimo  de  toda  la  Orden  dos  cartas  muy  dis- 
cretas, dándole  en  una  cuenta  de  lo  hecho  en  el  Capítulo,  y  en  la  otra  pi- 
diéndole la  confirmación  del  nuevo  Provincial.  Todo  lo  cual  acabado  á 


(1)    Libro  1."  capítulo  L. 


—  492- 

diez  y  siete  de  Marzo,  dio  por  iegitimamentc  iiecho  y  actuado,  por  con- 
cluso el  Capítulo,  por  fenecida  su  comisión,  y  por  reducida  la  potestad 
de  los  Breves  á  la  cabeza  y  cuerpo  de  la  nueva  Provincia  Descalza.  Des- 
pidióse con  abrazos  y  sentimientos  de  todos  los  Padres,  sin  apartarse  los 
unos  de  los  otros,  por  quedar  todos  en  un  alma  y  un  espíritu.  La  Religión 
toda  recibió  con  notable  alegría  la  nueva.  La  Corte  la  celebró.  El  Señor 
Nuncio  afecto  ya,  y  reducido  á  mejores  noticias  alabó  todo  el  hecho,  y  se 
gozó  en  el  Señor  por  haberle  servido  en  esto.  El  Rey  se  dio  por  muy  bien 
servido  del  Padre  Presentado  Fray  Juan  de  las  Cuevas,  y  cuando  envió 
al  Archiduque  Alberto,  su  sobrino  por  gobernador  de  Portugal,  se  lo  dio 
por  Confesor,  y  adelante  lo  propuso  al  Sumo  Pontífice  para  Obispo  de 
Avila,  donde  murió,  y  mandó  que  se  llevase  al  Archivo  de  Simancas  todo 
lo  escrito  acerca  de  los  Descalzos. > 

111 

DE  LA  INTERVENCIÓN  DE  LOS  DOMINICOS  DESPUÉS  DEL 

CAPÍTULO 

Terminado  el  Capitulo,  resta  deciralgo  acerca  de  lo  que  sucedió  después. 

Y  sea  lo  primero  consignar  el  gozo  de  Santa  Teresa  por  la  elección 
del  nuevo  provincial,  y  así  escribiéndole  desde  Palencia  el  24  de  Marzo, 
ó  sea  ocho  días  después  de  terminado  el  Capítulo,  le  dice:  (1.)  jesús  sea 
con  vuestra  paternidad,  y  le  pague  el  consuelo  que  ha  dado  con  estos 
recaudos,  en  especial  haber  visto  imprimido  el  breve.  No  faltaba,  para 
estar  todo  cumplidf),  sino  que  lo  estuviesen  las  Constituciones.  Dios  lo 
hará,  que  ya  veo  debe  de  haber  costado  mucho.  A  vuestra  paternidad  no 
le  habrá  costado  poco  poner  en  orden  todo  eso.  Bendito  sea  el  que  le  da 
tanta  habilidad  para  todo.  Parece  ser  este  negocio  cosa  de  sueño;  porque 
aunque  quisiéramos  mucho  pensarlo,  no  se  ¿icertará  á  hacerlo  tan  bien  co- 
mo Dios  lo  ha  hecho. 

Sea  por  todo  alabado  por  siempre.  Yo  aun  no  he  leído  casi  nada;  por 

(1)     Caria  333. 


-493- 


quc  lo  que  está  en  latín  no  lo  entiendo,  hasta  que  haya  quien   lo  declare 

y  pase  este  santo  tiempo,  que  ayer  miércoles  de  tiniebhis  me  dieron  los 

recaudos,  y  por  tener  cabeza  para  ayudar  á  ellas  como  somos  pocas,  no 

osé  apremiarme  para  más  de  las  cartas... >  y  un  poco  más  adelante  añade: 

Esta  priora  de  San  Alejo  diz  que  está  loca  de  placer.  Lo  que  ella  baila  y 

hace,  me  dicen  es  cosa  donosa,  y  todas  estas  Descalzas  no  acaban  de 

alegrarse  con  tener  tal  padre.  Hales  sido  el  gozo  cumplido:  Dios  nos  le 

dé  adonde  no  se  acabe,  y  á  vuestra  paternidad  muy  buenas  Pascuas  . 

Manifiesta  también  su  alegría  de  la  elección  del  V.  P.  Gracián,  cuando 

escribiéndole,  concluye  con  estas  significativas  palabras  (1):  De  vuestra 

reverencia  sierva  é  hija  y  subdita  y  ¡qué  de  buena  ^crona!  Teresa  áe]esús... 

En  otra  que  le  escribía  poco  después  también  de   la  elección  concluía: 

-Indigna  (2),  sierva  y  subdita  de  vuestra  reverencia.  ¡Qué  de  buena  ,írana 

dií{o  ésto!  Teresa  de  Jesús. » 

Lo  segundo,  elogia  á  nuestro  P.  Cuevas  y  su  conduct;i  en  el  Capítulo 
provincial  por  estas  palabras:  (3).  .Dos  Freilas  he  tomado,  que  así  lo  so- 
líín  hacer,  sin  más  licencia  que  mis  patentes,  por  no  la  pedir  á  l\uwu  tan 
poco  ha  de  presidir  (4).  Mucho  alabo  á  Dios  sea  tan  bueno  como  vuestra 
reverencia  iir'  dice  y  lo  haya  h-cho  tan  bien^  (5). 

Como  la  Santa  era  tan  agradecida  muestra  su  agradecimiento  á  í\'idre 
tan  bienhechor  de  su  Reforma,  encargando  á  la  priora  de  Toledo  le  reciba 
con  mucha  atención  y  gracia  y  así  en  la  carta  de  2  de  Septiembre  de  I5S2 
le  dice  (6):  El  portador  de  ésta  es  el  P.  Fr.  Juan  de  las  Cuevas.  Muestre 
vuestra  reverencia  mucha  gracia  que  me  dijo  iría  allá. 

Iba  el  P.  Cuevas  á  Toledo  con  ocasión  de  celebrarse  en  la  Imperial 
Ciudad  un  Concilio  Provincial  y  así  dice  el  Carmelita  P.  Antonio  expo- 

( 1 1     Carlu  332. 

(2)  Cí/r/í/343. 

(3)  Carla  332. 

•4)  El  P.  Cuevas,  comisario  apostólico,  cuya  comisión  torminaha  una  ve/  pose- 
sionado el  padre  provincial  y  constituida  la  provincia.  (Nota  del  señor   La  Fuente  ) 

(  O  Carla  .332.  Es  elogio  del  mismo  P.  Cuevas  respetable  religioso  Dominico 
(Nota  de  La  Fuente.) 

(6)     Caria  404. 


-494- 

niendo  la  carta  401:  «También  la  jornada  de  Fr.  Juan  de  las  Cuevas  era  tal 
vez  al  mismo  fin,  que  no  podian  faltar  Dominicos  en  los  Concilios  y  era 
razón  que  presenciasen  y  honrasen  también  los  Toledanos.» 

Finalmente  y  para  concluir  esta  materia  del  Capítulo  diremos,  que 
queriendo  el  provincial  Gracián  fundar  convento  en  Roma  y  poner  en  él 
al  P.  Doria,  Santa  Teresa  que  conocía  (como  dice  el  Sr.  La  Fuente),  la 
bondad  ingénita  de  aquel  y  que  necesitaba  tener  á  su  lado  á  éste  áfin  de 
que  le  ayudara  con  su  celo,  desaprobaba  el  proyecto,  y  para  más  conven- 
cerle, invoca  la  respetable  autoridad  del  P.  Cuevas  quien  apoyado  en  las 
determinaciones  del  Capítulo  lo  desaprobaba  también  y  así  le  escribía  la 
Santa  y  le  decía  (1):  «No  sé  cómo  vuestra  reverencia  no  advertía  en  ésto 
ni  en  que  no  es  ahora  tiempo  de  hacer  casas  en  Roma;  porque  es  grande 
la  falta  que  vuestra  reverencia  tiene  de  hombres,  aún  para  las  de  acá;  y 
Nicolao  la  hace  á  vuestra  reverencia  mucha,  que  tengo  por  imposible 
tan  á  solas  poder  acudir  á  tantas  cosas.  Fr.  Juan  de  las  Cuevas  me  lo  de- 
cía, que  le  hablé  algunas  veces.  Es  mucho  lo  que  desea  vuestra  reverencia 
acierte  en  todo,  y  lo  que  le  quiere,  que  en  forma  me  ha  obligado.  Y  aún 
me  dijo,  que  iba  vuestra  reverencia  contra  las  ordenaciones,  que  habían 
sido,  que  en  faltándole  el  compañero  (no  sé  si  dijo  con  parecer  de  priores) 
eligiese  otro;  y  que  tenía  por  imposible  poderse  valer;  que  Moisés  había 
tomado  para  su  ayuda  no  sé  cuántos.  Yo  le  dije  cómo  no  había  ninguno, 
que  aún  para  priores  no  hallaba:  dijo,  que  esto  era  lo  principal.- 

-Después  que  vine  aquí,  me  han  dicho,  que  notan  á  vuestra  reveren- 
cia, que  no  gusta  de  traer  consigo  persona  de  tomo.> 

No  se  oponía  Santa  Teresa  á  que  fuera  alguno  á  Roma,  y  así  escribe 
al  provincial  Gracián:  *En  lo  que  toca  á  la  ida  de  Roma,  ya  veo  es  harto 
necesario,  aunque  no  se  tema  nada  ir  á  dar  obediencia  al  general;>  pero 
no  quería  que  fuese  el  P.  Doria.  Muestra  su  gran  prudencia,  dice  el  P.  An- 
tonio de  San  José,  en  avisar  se  acuda  al  general  á  tributar  la  obediencia 
y  noticiarle  del  Capítulo  de  Separación.  Mas  no  gusta  vaya  el  P.  Doria, 
aunque  tan  hábil,  por  falta  que  hacía  su  celo  al  lado  del  ánimo  blando  y 
|ii()  de  Gracián... 

( 1 )     Carta  403. 


495- 


<Los  temores  que  entonces  había  eran  por  algunas  quejas  que  se  oian 
á  los  padres  Observantes  de  la  casi  ninguna  jurisdicción,  que  sobre  los 
Descalzos  había  dejado  al  General  el  Capítulo  de  Separación,  como  lo 
testifican  algunos  papeles  de  aquel  tiempo,  que  se  conservan  con  las  sa- 
tisfacciones á  ellos  del  reverendísimo  Presidente  Fr.  Juan  de  las  Cuevas, 
de  cuyo  gran  talento  y  justificación  no  se  debe  dudarse  arreglaría  á  la  le- 
tra de  la  Bula  Pontificia  con  la  mayor  puntualidad».  Se  ve  pues  por  las 
palabras  precedentes  del  erudito  anotador,  el  buen  concepto  que  los  Des- 
calzos tenían  del  R.  P.  Cuevas  y  los  buenos  oficios  que  éste  desempeñó 
aún  después  del  Capítulo  de  Separación,  deshaciendo  algunas  observa- 
ciones infundadas  que  los  Calzados  hicieron. 

Recopilando  brevemente  lo  expuesto  hasta  aquí,  vemos  que  el  alma, 
por  decirlo  así,  de  este  Capítulo  de  Separación,  uno  de  los  acontecimientos 
de  más  trascendencia  para  la  Descalcez,  fué  el  V.  P.  Fr.  Juan  de  las  Cue- 
vas, como  presidente  que  era;  que  venciendo  grandes  obstáculos  y  ayu- 
dándole otro  célebre  Dominico,  Fr.  Jerónimo  Almonacid,  gran  lumbrera  de 
la  Universidad  de  Alcalá,  pronunció  solemnemente  el  auto  de  Separación 
de  los  Calzados  y  Descalzos;  que  dirigió   con  gran  acierto  y  prudencia 
los  asuntos  del  Capítulo;  que  tuvo  siempre  presentes  las  indicaciones  de 
la  gran  Teresa  de  Jesús  y  )a  secundó  con  maña  para  conseguir  de  los 
Capitulares  la  elección  del  P.  Gracián,  queridísimo  de  la  Santa  Madre;  que 
desempeñó  su  comisión  á  satisfacción  del  Rey  y  del  Nuncio  y  sobre  todo 
de  la  Santa  Reformadora,  que  como  agradecida  le  correspondió  con  aten- 
ción y  -alabó  á  Dios,  porque  era  tan  bueno  y  lo  había  hecho  tan  bien. 
Gloria,  pues,  al  hijo  de  Santo  Domingo,  al  insigne  P.  Cuevas;  gloria  tam- 
bién á  Santo  Domingo  de  Guzmán.  quien  con  tanta  fidelidad,  cumplió  la 
palabra  que  dio  á  la  Santa  Madre  Teresa  de  Jesús  en  Segovia,  y  finalmen- 
te agradecimiento  eterno  de  parte  de  la  Religión   Descalza  á  este  ilustre 
Patriarca,  pues  en  expresión  del  limo.  Yepes,     los  principios,   medios  y 
fines  de  toda  su  prosperidad  le  vinieron  por  medio  del  mejor  de  los  Guz- 
manes  y  personas  de  su  Orden  » 

Ocupándose  el  Ailo  Tcrcsimw  el  día  30  de  Septiembre  de  asunto  tan 
importante  dice  asi: 

Pero  restaba  otro  asunto  no  menos  arduo  é  importante,  que  era  la  se- 


-  496  - 

paración  de  los  Calzados,  que  también  se  logró,  á  costa  de  fatigas  de  allí 
á  algún  tiempo;  cuya  ejecución  (que  fué  ei  total  asiento  de  la  Orden) 
providenció  la  Majestad  divina  fuese  practicada  por  otro  padre  Domi- 
nico... > 

«En  esta  junta  de  Alcalá,  que  ha  mencionado  nuestra  Santa  Madre,  pu- 
so la  última  mano  Santo  Domingo  de  Guzmán  para  establecer  nuestra 
Reforma;  porque  en  ella,  mediante  la  religiosa  dirección  de  su  ilustre  hijo 
Fr.  Juan  de  las  Cuevas  gue  presidió  el  Capítulo,  se  formalizó  la  separa- 
ción de  ios  Calzados,  quedando  la  Reforma  como  familia  separada,  con 
peculiar  gobierno,  y  las  primeras  leyes,  que  allí  se  promulgaron;  debien- 
do nuestra  Descalcez,  á  este  gravísimo  sujeto  igual  beneficio,  que  el  que 
gozó  toda  la  Orden  en  los  tiempos  pasados  de  otro  gran  Dominico  el 
Eminentísimo  señor  Cardenal  Hugo  de  Santa  Sabina,  que  de  orden  de 
Inocencio  IV,  explicó,  y  declaró  la  regla  primitiva  de  nuestro  Santo  Monte, 
en  ja  forma,  que  la  tiene,  y  observa  el  Carmen  Reformado.  Todos  estos 
favores,  y  protecciones  singulares,  que  hemos  debido  los  hijos  de  Santa 
Teresa  de  Jesús  á  los  doctísimos,  venerables  y  santos  del  gran  Patriarca 
Santo  Domingo,  dieron  ocasión  a  nuestra  Santa  Madre  para  proferir  en  la 
ciudad  de  Burgos  lo  mucho,  que  los  Dominicos  habían  favorecido  á  nues- 
tra santa  Orden;  y  se  la  dio  también  al  venerable  Palafox,  para  que  en 
apoyo  de  este  asunto  dijese  aquel  gravísimo  Prelado  estas  verídicíis  pa- 
labras: «Aquí  se  conoce,  que  esta  Santa  Reforma  se  debe  en  gran  parte,  si 
no  en  todo,  en  sus  santos  principios,  á  la  ilustre  Religión  de  Santo  Do- 
mingo, que  con  aquel  espíritu  soberano,  que  la  comunica  Dios,  conoció 
desde  luego  cuan  crecido  fruto  se  esperaba  á  la  Iglesia  de  que  este  árbol 
creciese,  y  se  lograse,  y  no  lo  cortase  por  el  tronco  impróvidamente  la 
segur  de  la  contradicción. ^ 

Cerremos  esta  materia  con  las  celestiales  palabras  de  Teresa  de  Jesús 
en  el  libro  de  sus  Fundaciones  (1).  Estando  yo  en  Palcncia,  fué  Dios  ser- 
vido se  hizo  el  apartamiento  de  los  Descalzos  y  Calzados, haciendo  provin- 
cia por  sí,  que  era  todo  lo  que  deseábamos  para  nuestra  paz  y  sosiego. 
Trájose,  por  petici(')ii  de  nuestro  católico  Rey  D.  Felipe,  de  Roma,  un  Breve 

(1)    Capítulo  XXIX. 


—  497  -~ 


muy  copioso  para  esto,  y  Su  Majestad  nos  favoreció  mucho  en  extremo 
como  lo  habia  comenzado.  Hizose  Capitulo  en  Alcalá  por  mandado  de  un 
reverendo  padre,  llamado  Fr.  Juan  de  las  Cuevas,  que  era  entonces  prior 
en  Talavera;  es  de  la  Orden  de  Sannto  Domingo;  que  vino  señalado  de 
Roma,  nombrado  (I)  por  Su  Majestad,  persona  n,uv  santa  y  cuerda  como 
era  menester  para  cosa  semejante.  Alli  les  hizo  la  costa  el  Rey,  y  por  su 
mandado  los  favoreció  toda  la  Universidad. 

•Hizose  en  el  colegio  de  Descalzos,  que  hay  alli  nuestro,  de  San  Cirilo 
con  mucha  paz  y  concordia.  Eligieron  por  provincial  al  padre  maestrci 
Fr.Jerommo  Gradan  de  la  Madre  de  Dios.  Porque  esto  escribirán  estos 
padres,  en  otra  parte,  como  pasó,  no  habia  para  qué  tratar  vo  de  ello  Helo 
dicho,  porque  estando  en  esta  fundación  acabó  nuestro  Señor  cosa  tan 
importante  á  la  honra  y  gloria  de  su  gloriosa  Madre,  pues  es  de  su  orden 
como  Señora  y  Patrona  que  es  nuestra;  y  me  dio  á  mi  uno  de  los  grandes 
gozos  y  contentos,  que  podia  recibir  en  esta  vida,  que  más  habia  de  25 
anos,  que  los  trabajos  y  persecuciones  y  afliciones,  que  habia  pasado 
sena  largo  de  contar;  y  sólo  nuestro  Señor  lo  puede  entender.  Y  verl.i  ya 
acabado,  si  no  es  quien  sabe  los  trabajos  que  han  padecido,  no  puede 
entender  el  gozo  que  vino  á  mi  corazón  (2)  y  el  deseo  que  yo  tenia 
que  todo  el  mundo  alabase  á  nuestro  Señor,  y  le  ofreciésemos  á  este 
nuestro  santo  Rey  D.  Felipe,  por  cuyo  medio  lo  habia  Dios  traido  á  tan 
buen  hn:  que  el  demonio  se  habia  dado  tal  maña,  que  ya  iba  todo  por  el 
suelo,  sino  fuera  por  él. 

•Ahora  estamos  todos  en  paz.  Calzados  y  Descalzos:  no  nos  estorba 
nadie  a  servir  á  nuestro  Señor.  Por  eso.  hermanos  y  hermanas  niias,  pues 
tan  bien  ha  oido  sus  oraciones,  priesa  á  servir  á  Su  Majestad.  Miren  los 
presentes,  que  S(m  testigos  de  vista,  las  mercedes  que  nos  ha  hecho,  y  dc' 

(1)  En  las  ediciones  anteriores  decía  nombrado  de  Roma  y  señalado  por  s„ 
Majestad,  poro  el  original  dice  lo  que  aqui  se  pone.  Lafnente,  Edición  81.  Funda  ■ 
Clones,  Capitulo  XXIX. 

(2)  Estando  la  Santa  en  la  fundación  de  Falencia,  se  efectuó  la  separación  co- 
mo ella  n„s,„a  ,o  refiere  en  c,  Capitulo  XXIX  do  s„s  fundaciones;  y  fué  al  e, 
consuelo  que  con  esto  recib.ó  que  llamaba  al  convenio  de  falencia:  •  Ca  a  del  Con- 


32 


-498- 

los  trabajos  y  desasosiegos  que  nos  ha  librado;  y  los  que  están  por  venir, 
pues  que  lo  hallan  llano  todo,  no  dejen  caer  ninguna  cosa  de  perfección, 
por  amor  de  nuestro  Señor.  No  se  diga  por  ellos  lo  que  de  algunas  Orde- 
nes, que  loan  sus  principios:  ahora  comenzamos,  y  procuren  ir  comen- 
zando siempre  de  bien  en  mejor.  Miren  que  por  muy  pequeñas  cosas  va 
el  demonio  barrenando  agujeros,  por  donde  entren  las  muy  grandes.  No 
les  acaezca  decir  ¡en  ésto  no  va  nada,  que  son  extremos!  ¡Oh  hijas  mias, 
que  en  todo  va  mucho,  como  no  sea  ir  adelante.  Por  amor  de  nuestro  Señor 
les  pido  se  acuerden  cuan  presto  se  acaba  todo,  y  la  merced  que  nos  ha 
hecho  nuestro  Señor  en  traernos  á  esta  Orden,  y  la  gran  pena  que  tendrá 
quien  comenzare  alguna  relajación;  sino  que  pongan  siempre  los  ojos  en 
la  casta  de  donde  venimos  de  aquellos  santos  profetas.  ¡Que  de  Santos 
tenemos  en  el  cielo  que  trajeron  este  hábito!  Tomemos  una  santa  presun- 
ción, con  el  favor  de  Dios,  de  ser  nosotros  como  ellos.  Poco  durará  la  ba- 
talla, hermanas  mías:  el  fin  es  eterno.  Dejemos  estas  cosas,  que  en  fin  no 
son,  sino  es  las  que  nos  allegan  á  esto  fin,  para  más  amarle  y  servirle,  pues 
ha  de  vivir  para  siempre  jamás:  amen.» 


-- *- 


CAPÍTULO  XVIII 

Fundaciones  de  Soria  y  Burgos,  y  los  IPIP.  íllderete,  Uallejo  y  íirce^ 

diano.    epitafio  del  IP.  janguas  en  el  Sepulcro 

de  Santa  Ceresa. 


FUNDACIÓN  DE  SORIA 

Poco  después  dü  celebrado  el  Capítulo  de  Alcalá  pasó  el  nuevo  pw- 
vincial,  P  Gracián,  á  Palencia  donde  la  Santa  se  encontraba,  ya  para 
verla  y  conferenciar  con  ella;  ya  también  para  acompañarla  en  el  camino 
para  Soria,  donde  iba  á  fundar  su  penúltimo  convento.  Mas  no  pudo  acom- 
pañarla con  gran  sentimiento  de  Santa  Teresa  y  asi  le  escribe  diciendo: 
«Estoy  muy  triste,  porque  quisiera  se  hubiera  detenido  ocho  días  más  pa- 
ra que  nos  acompañara.  Harta  soledad  ha  hecho  acá  su  ausencia;  sólo  ten- 
go un  alivio;  que  es  el  temor  que  pudiera  tener  y  tenía  que  me  han  de  to- 
car en  ese  Sancta  Sanctonim  (que  murmuraran  del  P.  Gradúa)  y  á  true- 
que de  que  no  suceda  ésto,  pasaré  con  que  todo  llueva  sobre  mí,  que  har- 
to llueve. 

Por  lo  que  antecede  se  ve  que  ya  comenzaban  sus  émulos  á  censurarle; 
pero  Santa  Teresa  no  cambió  de  opinión  sobre  el  P.  Gr¿icián,  y  después 
de  haberle  llamado  su  PuMo,  su  Elíseo,  en  tiempos  pasados,  ahora  le  llama 
su  Sancta  Sancforum;  pero  no  entrando  en  nuestro  plan  la  defensa  del 
P.  Gracián,  cortamos  esta  relación  y  materia,  pasando  á  ocuparnos  en  la 


-500- 

fundación  de  Soria,  donde  nos  encontramos  con  el  V.  P.  Dominico  Fr.  Die- 
go Alderete,  quien,  aunque  no  consta  que  ayudara  á  la  Santa  en  esta  fun- 
dación, porque  como  ella  lo  testifica,  no  hubo  dificultad  alguna,  pero  sí 
que  la  confesó  y  la  ayudó  en  un  importante  negocio,  sacándola  de  apuros 
con  su  ciencia  y  con  el  prestigio  de  su  santidad. 

Ya  se  indicó  algo  sobre  este  punto  en  el  capítulo  X  de  la  segunda 
parte.  Expongamos  ahora,  sin  embargo,  más  circunstanciadamente  la  en- 
trevista de  Santa  Teresa  con  este  V.  P. 

El  motivo  de  acudir  Santa  Teresa  á  este  venerable  Religioso  fué  el 
siguiente:  Doña  Elena  de  Quiroga,  sobrina  del  Cardenal  primado,  de  este 
nombre,  deseaba  hacía  años  entrar  en  el  convento  de  Descalzas  de  Me- 
dina: se  oponía  á  ello  su  Eminencia,  y  para  tranquilizarla  escribió  Santa 
Teresa  al  muy  ilustre  Doctor  D.  Dionisio  Ruiz  de  la  Peña,  limosnero  ma- 
yor y  confesor  del  eminentísimo  Cardenal,  con  cuyo  motivo  se  ocupa  la 
Santa  de  nuestro  venerable  P.  Alderete,  manifestando  la  estima  que  ha- 
cia de  él  y  elogiando  su  santidad  y  penitencia.  Dice  así  la  carta  (1): 
«Jesús.  La  gracia  del  Espíritu  Santo  sea  con  V.  M.  Poco  ha  que  res- 
pondía á  la  carta  de  V.  M.  y  como  va  de  aquí  con  tanto  rodeo,  que  quizá 
llegará  ésta  más  presto,  la  he  querido  escribir,  para  suplicar  á  V.  M.  diga 
al  ilustrísimo  Cardenal,  (porque  yo  no  me  atrevo  á  escribir  á  su  ilustrísi- 
ma  tantas  veces,  que  de  buena  gana  tomaría  este  consuelo)  que,  después 
que  escribí  á  su  ilustrísima  señoría,  he  estado  con  el  padre  prior  de  la  Casa 
de  Santo  Domingo  de  este  lugar,  que  es  Fr.  Diego  de  Alderete,  y  tratamos 
mucho  rato  sobre  el  negocio  de  mi  señora  Doña  Elena;  diciendo  yo  á  su 
paternidad,  que  la  había  dejado  (cuando  poco  ha  que  estuve  allí)  con  más 
escrúpulo  de  cumplir  su  deseo.  Su  paternidad  tiene  tan  poca  gana  como 
yo,  que  no  lo  puedo  más  encarecer,  y  quedó  concluido,  (sobre  las  razo- 
nes que  yo  le  dige  de  los  desmanes  que  podían  suceder,  que  son  de  los 
que  yo  traigo  harto  miedo),  que  era  muy  mejor  estarse  en  su  casa;  que 
como  nosotras  no  la  queramos  recibir,  queda  libre  del  voto,  porque  fué 
de  entrar  en  esta  Orden,  y  que  no  está  obligada  á  más,  que  pedirlo.  Dió- 
me  mucho  consuelo,  que  no  sabía  yo  ésto. 


(1)     P.  Antonio  de  San  José.  Tomo  2."  Carta  59. 


-501  - 

•  Está  en  este  lugar,  á  donde  ha  estado  ocho  años  en  posesión  de  muy 
santo  y  letrado,  y  ansí  me  lo  pareció.  Es  muy  grande  la  penitencia  que 
hace.  Yo  nunca  le  había  visto,  y  ansí  me  consoló  mucho  de  conocerle.  Este 
es  su  parecer  en  este  caso;  y  pues  yo  estoy  tan  determinada  y  toda  aque- 
lla casa  en  no  recibirla,  que  se  le  declarase  que  nunca  ha  de  ser,  porque 
se  sosegase;  porque  trayéndola  en  palabras  como  hasta  aquí,  siempre 
andará  inquieta.  Y  verdaderamente  que  no  conviene  al  servicio  de  Dios 
dejar  sus  hijos,  y  ansí  me  lo  concedió  el  padre  Prior;  sino,  que  dice,  que 
le  hizo  una  información  de  suerte,  que  le  dijo  que  tenía  parecer  de  un  gran 
letrado,  que  no  lo  osó  contradecir.  Que  su  señoría  ilustrísima  esté  descui- 
dado en  este  negocio.  Ya  yo  he  avisado,  que  aunque  su  ilustrísima  señoT 
ría  dé  licencia,  no  se  reciba,  y  avisaré  al  Provincial.  V.  M.  dirá  de  ésto  lo 
que  le  pareciere,  que  no  será  cansar  á  su  ilustrísima  señoría,  y  le  bese  las 
manos  por  mi.  Guarde  Dios  á  V.  M.  muchos  años,  y  le  dé  tanto  amor 
suyo,  como  yo  deseo,  y  le  suplico.  De  Soria  á  ocho  de  julio.  Indigna 
sierva  de  V.  M.  Teresa  de  Jesús.  <■ 

Comentándola  el  célebre  carmelita  P.  Antonio  de  San  José  escribe,  en- 
tre otras  cosas:  -^En  las  notas  á  la  Carta  diez  y  siete  para  confirmar  su  re- 
solución, alega  el  dictamen  del  P.  Fr.  Diego  de  Alderete,  confesor  de  la 
Santa,  insigne  Dominico,  (que  con  todo  lo  bueno  de  esta  sabia  Religión 
se  encontraba  esta  Dominica  in  Pasione),  prior  de  su  convento  de  Soria, 
(feliz  por  haber  merecido  tan  docto,  y  santo  prelado,  como  dice  la  Santa 
en  el  número  segundo),  con  quien  parece  que  Doña  Elena  comunicó  su 
vocación,  de  la  cual  dice  la  Santa,  que  era  del  mismo  parecer,  convencido 
de  las  razones  que  le  dio.  No  hay  duda  que  serían  tan  sólidas,  eficaces, 
y  discretas,  como  propias  de  Santa  Teresa.  - 

La  ayudó  también  en  Soria  el  célebre  P.  Vallejo,  religioso  Dominico,  y 
confesor  de  sus  monjas  en  aquella  ciudad,  y  así  escribiendo  á  la  Madre 
Leonor  de  la  Misericordia  dice  así  sobre  este  padre:  Al  P.  Vallejo  me  dé 
V.  E.  un  gran  recuerdo,  y  que  lo  que  le  pareciere  hay  que  enmendar  en  esa 
casa,  que  le  suplico  lo  diga  á  nuestro  padre-.  Siempre  la  Santa  llena  de 
confianza  en  sus  PP.  Dominicos!  Si  hubiese  algo  que  enmendar  dice:  que 
el  P.  Vallejo  se  encargue  de  remediarlo  y  avisar  á  nuestro  P.  Provincial. 

Del  mismo  P.  Vallejo  se  ocupa  la  Santa  en  la  Carta  43  del  tomo  2."  y 


—  502- 

hace  elogio  de  él  por  estas  palabras:  «De  nuestro  P.  Vallejo  no  digo  más. 
de  que  siempre  nuestro  Señor  paga  los  servicios  grandes,  que  hacen  á 
su  Majestad,  con  crecidos  trabajos;  y  como  es  tan  gran  obra  la  que  en  esa 
casa  hace,  no  me  espanta  quiera  dar  en  que  gane  más  y  más  méritos-  (1). 

II 

FUNDACIÓN  DE  BURGOS 

Desde  Soria  volvió  á  Avila  y  de  aquí  se  trasladó  la  santa  fundadora  á 
la  ciudad  de  Burgos,  última  fundación  que  llevó  á  cabo  esta  incomparable 
mujer:  Después  de  referir  muy  extensa  y  graciosamente  los  muchos  traba- 
jos que  padeció  en  el  camino  (2)  y  las  muchas  dificultades,  que  fué  nece- 
sario vencer  de  parte  del  Arzobispo  Sr.  Vela,  se  expresa  la  Santa  en  los  si- 
guientes términos  en  el  Capítulo  XXXI  de  sus  Fundaciones:  «Dio  licencia 
(el  Arzobispo)  al  Dr.  Manso  para  que  dijese  otro  día  la  misa,  y  pusiese  el 
Santísimo  Sacramento.  Dijo  él  la  primera,  y  el  padre  prior  de  Sin  Pablo 
(que  es  de  los  Dominicos,  á  quien  siempre  esta  Orden  ha  debido  mucho 
y  á  los  de  la  Compañía  (3)  también),  él  dijo  la  misa  mayor:  el  padre  prior, 
con  mucha  solemnidad  de  ministriles,  que  sin  llamarlos  se  vinieron.  Es- 
taban todos  los  amigos  muy  contentos  -  (4). 


(1)  Corto  70  del  tomo  4.**  Aludiendo  á  estas  palabras  dice  el  anotador  P.  Anto- 
nio de  San  José:  (Índice  de  materias,  tomo  4.",  pal.  Dominicos.)  'Encargóles  (á  los 
Dominicos)  el  confesonario  de  las  religiosas  de  Soria.» 

(2)  Cuéntase  que  se  cayó  de  un  carro  en  un  sitio  cerca  de  Burgos,  que  llaman 
los  Pontones,  y  al  caerse,  además  de  mojarse  porque  todo  estaba  lleno  de  agua, 
se  lastimó  en  una  pierna  y  dirigiéndose  entonces  al  Señor  con  la  más  dulce  fami- 
liaridad, le  dijo:  ¡Señor!  después  de  tantos  trabajos,  ahora  viene  este  de  nuevn, 
y  el  Señor  la  respondió:  «Teresa,  asi  trato  á  mis  amigos-;  á  lo  que  ella  con  grande 
agudeza  contestó.  ¡Ali!  Dios  mío,  por  eso  tenéis  tan  pocos! 

(Cnf.  CEuvres  Completes  de  Sainte  Térése.) 

(3)  Además  de  los  PP.  de  la  Compañía  que  nombra  aquí  Santa  Teres;i,  la  ayudó 
en  la  fundación  de  Burgos  el  célebre  Agustino  Fr.  Cristóbal  Santotis,  teólogo  que 
había  sido  en  el  Concilio  de  Trento. 

(4)  En  el  proceso  de  Avila  se  halla  la  declaraci()n  de  este  Prior  Dominico  que 
juzgamos  oportuno  poner  á  continuación.  Dice  así: 


-503- 

No  se  olvidó  ki  santa  fundadora  del  tavor  que  la  prestó  en  los  grandes 
trabajos  que  padeció  en  esta  su  última  fundación  el  P.  Maestro  María, 
Dominico  en  el  convento  de  Burgos,  y  por  esto,  escribiendo  el  3  de  Agos- 
to desde  Falencia  á  la  Madre  Tomasina,  priora  de  aquel  convento  la  decia: 
«al  Dr.  Manso  mis  encomiendas,  y  me  escriba  de  su  salud,  y  al  P.  Maes- 
tro Marta  lo  mesmo»  (1). 

Tuvo  esta  fundación  lugar  el  19  de  Abril  de  1582  y  á  fines  de  Julio  par- 
tió la  Santa  de  esta  ciudad  de  Burgos,  y  después  de  pasar  por  Palencia, 
Valladolid  y  Medina  (2)  llegó  á  Alba  de  Termes  el  día  20  de  Septiembre, 

«A  la  primera  pregunta  dijo:  que  habrá  cincuenta  años  que  este  testigo  tuvo  no- 
ticia de  la  dicha  Santa  Madre  Teresa  de  Jesús,  siendo  monja  en  el  dicho  convento 
de  la  Encarnación,  siendo  este  testigo  conventual  en  el  dicho  convento  de  Santo 
Tomás  de  Avila,  y  esta  noticia  tuvo  de  padres  muy  graves  y  religiosos  de  dicho 
convento,  que  !a  confesaban  y  trataban  espiritualmcnte  é  publicaban  por  una  muy 
buena  c  gran  religiosa,  y  este  testigo  sabe  esta  noticia  se  ha  hecho  mayor  después 
acá,  con  los  grandes  y  heroicos  sucesos  que  tuvo,  porque  en  Burgos  siendo  prior 
este  testigo  del  monasterio  de  San  Pablo  de  la  dicha  ciudad  de  Burgos,  la  trató  y 
comunicó  este  testigo,  habrá  veinte  y  tres  años  poco  más  ó  menos,  yendo  á  fundar 
la  dicha  Santa  Madre,  como  fundó,  el  monasterio  de  monjas  que  allí  hay,  en  el  cual 
este  testigo  á  instancia  de  la  dicha  Santa  Madre,  dijo  la  primera  misa  é  puso  el 
Santísimo  Sacramento  con  muy  solemne  fiesta  y  hallándose  presente  el  Sr.  D.  Cris- 
tóbal Vela.  Arzobispo  de  la  dicha  ciudad,  y  que  sabe  por  ser  ansí  cosa  notoria,  que 
fué  natural  de  esta  ciudad  de  Avila  é  hija  de  padres  nobles,  y  que  la  fundadora  de 
la  nueva  reformación  de  Carmelitas  Descalzos,  ansí  religiosos  como  religiosas. 

«A  la  segunda  pregunta  dijo,  que  como  dicho  tiene,  tiene  gran  noticia  de  la  dicha 
Santa  Madre  y  la  trat('j  y  comunicó  nuicho  en  la  dicha  ciudad  de  Burgos  y  siempre 
la  tuvo  por  mujer  de  gran  santidad  y  virtud  é  por  persona  de  grande  espíritu  y 
nuicha  oración  é  penitencia,  y  adornada  de  las  demás  virtudes  que  la  pregunta  dice; 
y  esto  ha  sido  y  es  fama  pública  en  esta  ciudad  y  en  todas  las  demás  partes  de 
estos  reinos  á  donde  este  testigo  ha  estado  y  ansí  lo  ha  visto  tratar  comunmente 
á  todo  género  de  gente  y  estados  y  especialmente  lo  ha  visto  tratar  á  muchos  y 
graves  religiosos  de  gran  virtud  de  la  dicha  Orden  de  í^redicadores,  que  la  trataron 
y  confesaron,  de  manera  que  él  en  esto  no  ha  visto  ni  oido  poner  cu  duda  sino  que 
es  una  verdad  muy  asentada  (Declaración  del  P.  Kr.  Juan  de  Arcediancj.  prior  del 
Colegio  de  Santo  Tomás  de  Avila.) 

(1)  P.  Antonio  de  San  José,  tomo  2.",  Carta  105. 

(2)  La  Santa  iba  en  dirección  á  Avila,  donde  era  entonces  priora,  pero  en  Medi- 


—  504  — 

donde  ocurrió  su  dichosa  muerte  el  día  4  de  Octubre,  á  !a  edad  de  sesenta 
y  siete  años  y  medio. 

III 

EPITAFIO  DEL  P-  FR.  DIEGO  DE  YANGUAS  SOBRE  EL  SEPUL- 
CRO DE  SANTA  TERESA  DE  JESÚS 

Su  cuerpo  virginal  está  enterrado  en  Alba  y  en  su  sepulcro  glorioso 
se  encuentran  grabados  en  planchas  doradas  unos  versos  compuestos 
por  el  M.  R.  P.  Dominico  Fr.  Diego  de  Yanguas,  según  refiere  el  ilustrisi- 
mo  Sr.  Yepes  en  libro  2P  de  la  Vida  de  Santa  Teresa. 

Fué  este  venerable  padre,  confesor  de  la  seráfica  Madre  por  espacio  de 
ocho  años.  Censuró  y  anotó  el  libro  de  las  Moradas  y  le  dedicó  el  epita- 
fio que,  según  hace  notar  el  ya  citado  Sr.  Yepes,  «es  muy  apropósito  de 
lo  que  de  ella  coukj  confesor  sabía,  ■  y  dice  así: 

Arca  Domini  in  qiia  crat  manna,  et  virgo,  qiicv  frondiieraf,  ct  tabiikv 
testamenti.—Hebr.  IX. 

En  esta  arca  de  la  ley 
Se  encierran  por  cosa  rara 
Las  tablas,  maná  y  la  vara 
Con  que  Cristo  nuestro  Rey 
Hace  á  su  Virgen  más  clara. 

>Las  tablas  de  su  obediencia. 
El  maná  de  su  oración, 
La  vara  de  perfección 
Con  vara  de  penitencia, 
Y  carne  sin  corrupción  (1). 

na  se  encontró  con  un  precepto  de  obediencia  del  P.  Antonio  de  Jesús,  Vicario  Pro- 
vincial, en  que  la  ordenaba  se  trasladase  á  Alba.  Santa  Teresa  obedeció  devota 
aunque  con  pena,  y  secundó  de  este  modo  los  planes  ocultos  de  la  Providencia  cpie 
tenía  dispuesto  tuviese  lugar  su  felicísima  muerte  en  esta  Villa,  que  desde  entonces 
ha  sido  objeto  de  una  santa  envidia  por  ser  la  depositaría  del  corazón  y  del  cuerpo 
de  tan  celebérrima  Virgen. 

(1)  La  lámina  dorada  que  contiene  los  precedentes  versos  se  halla,  scgúi'.  el  Año 
7crcí>í«/zo  al  lado  que  es  cabecera  del  sepulcro:  y  al  lado  que  corresponde  á  los 
pies,  se  encuentra  la  lámina  que  contiene  los  siguientes. 


-505- 

■  Non  cxtiníTiictur  in  noctc  lucerna  cjiis.~Pwv.  31. 

'Aquí  yace  recogida 
La  mujer  dichosa  y  fuerte 
Que  en  la  noche  de  la  muerte 
Quedó  con  más  luz  y  vida 

Y  con  más  felice  suerte. 

El  alma  pura  y  sincera 
Llena  de  lumbre  de  gloria, 

Y  para  eterna  memoria, 
La  carne  sana  y  entera: 

¿Do  está,  muerte  tu  victoria? 

Fueron  estos  vefsos  grabados  en  unas  planchas  doradas  que  están  den- 
tro del  sepulcro.» 

No  podían  faltará  la  Santa  en  esta  última  etapa  de  su  laboriosa  vida  el 
consuelo  y  protección  que  siempre  y  en  todas  las  circunstancias  había  ex- 
perimentado de  parte  de  los  hijos  de  Santo  Domingo.  Buena  prueba  es  de 
ello,  el  relato  que  acabamos  de  extractar  de  las  cartas  y  libros  de  la  misma 
Santa. 

Los  PP.  Alderete  y  Vallejo  vienen  á  ser  como  sus  confidentes  y  con- 
sultores en  todo  lo  que  se  refiere  á  la  fundación  en  Soria.  El  primero  con  el 
prestigio  de  su  ciencia  y  en  su  cualidad  de  sobrino  muy  apreciado  del 
Cardenal  Quiroga,  la  saca  de  los  apuros  y  compromisos  en  que  se  vio  con 
motivo  de  la  vocación  religiosa  de  Doña  Elena,  á  cuya  realización  se  opo- 
nía el  Cardenal.  Al  segundo  le  confia  el  cuidado  de  sus  hijas,  manifestan- 
do de  este  modo  su  amor  y  simpatía  por  los  Dominicos. 

En  Burgos  donde  tanto  padeció  de  parte  del  Arzobispo  y  Provisor, 
fué  su  ayuda  el  prior  de  San  Pablo  de  esta  ciudad,  con  quien  ella  consul- 
taba con  frecuencia,  animándola  á  vencer  dificultades  tan  grandes,  y  como 
digno  remate  de  la  protección  que  le  habia  prestado  hasta  entonces,  cele- 
br()  á  instancia  de  la  seráfica  Madre  con  muchos  ministriles  y  exiraordinaria 
solemnidad  la  misa  mayor  en  el  día  de  la  fundación,  19  de  Abril. 

Por  último,  el  P.  Yanguas,  conocedor  como  pocos  del  espíritu  de  la 
Santa  y  uno  de  los  que  con  más  intimidad  trataron  á  la  gran  Teresa  de 
Jesús,  escribió  en  Alba  de  Tormes  unos  devotos  y  elegantes  versos,  don- 


I 


-   506  - 

de  en  síntesis  se  halla  expuesto  con  sencillez  todo  el  caudal  de  celestiales 
carisnias  que  Dios  en  su  infinita  bondad  había  depositado  en  el  alma  de 
esa  Virgen  singular  y  tan  excelsa  Doctora;  versos  que  grabados  en  plan- 
chas de  oro  se  hallan  custodiados  en  el  glorioso  sepulcro,  juntamente  con 
su  cuerpo  virginal,  ordenándolo  así  la  divina  Providencia,  para  que  los  hi- 
jos del  gran  Domingo  de  Guzmán  ni  en  vida  ni  en  muerte  se  separasen 
de  la  gran  Teresa  de  Jesús. 


CAPITULO    XIX 

Defensa  que  b^cc  el  !P.  Domingo  Báñez  de  las  Descalzas,  ante  el 

Uicario  general  de  la  Morma,  Ifí.  IR.  IP.  f  r.  íílcolás 

de  ¡esus  Doria 


Aunque,  como  se  ha  podido  observar,  no  nos  liemos  propuesto  estudiar 
las  relaciones  que  los  Dominicos  tuvieron  con  Santa  Teresa  y  su  Refor- 
ma, sino  mientras  vivió  la  santa  fundadora;  sin  embargo,  hay  un  hecho 
excepcional  y  tan  significativo,  acaecido  después  de  su  muerte,  que  con- 
viene consignarlo  para  perpetua  memoria. 

Este  hecho  á  que  aludimos  y  que  constituye  la  materia  del  presente 
capitulo,  es  el  siguiente:  En  1590,  y  por  lo  tanto  ocho  años  después 
de  la  muerte  de  la  Santa,  pasaron  sus  religiosas  por  uno  de  aquellos 
terribles  conflictos  que  el  demonio  promueve  para  venganza  de  los  que  no 
le  sirven,  y  que  el  Señor  permite  para  que  más  clara  se  vea  la  protección 
con  que  á  los  suyos  regala.  Por  razones  poderosas  que  la  Consulta  ó  Con- 
sejo tuvo,  decretaron  los  padres  Carmelitas  la  conveniencia  de  que  ellos, 
es  decir,  la  Orden  se  desentendiera  del  gobierno  de  sus  religiosas  entre- 
gándolas en  manos  extrañas  (1).  Los  daños  que  de  aqui  se  habían  de  se- 
guir no  es  difícil  de  alcanzarlos.  Como  es  imposible  que  un   piloto  con- 


(1)  A  fin  de  que  el  lector  pueda  formarse  idea  cabal  de  la  cuestión  diremos  en 
pocas  palabras  lo  principal  que  ocurri(3  en  el  caso.  Las  religiosas  descalzas  alcan- 
zaron del  Papa  Sixto  V  un  nuevo  Breve  sin  contar  ni  consultar  con  los  padres  y  supe- 
riores de  la  Orden,  antes  bien  lo  hicieron  como  á  hurtadillas  guardando  grande  sigi- 


—  508  — 

duzca  con  seguridad  una  nave  por  mares  desconocidos,  erizados  de  es- 
collos, así  lo  es  que  personas  ajenas  á  un  instituto  dirijan  las  conciencias 
y  promuevan  la  observancia  de  sus  religiosas  con  seguro  tino,  dado  ya 
que  no  falte  el  celo.  Es  preciso  para  ésto  penetrarse  del  espíritu  de  la  Or- 
den, comprender  la  importancia  de  sus  leyes,  distinguir  lo  esencial  de  lo 
ceremonial,  apreciar  la  trascendencia  y  valía  de  ordenaciones  que  parecen 
insignificantes,  respirar,  en  fin,  dentro  de  la  atmósfera  peculiar  del  ins- 
tituto. Quien  esto  ignore,  y  no  viva  penetrado  de  ese  espíritu  religioso  que 
varia  en  cada  corporación,  aunque  sea  él  un  justo,  no  sabrá  dirigir  las  almas 
que  el  Señor  ha  llamado  á  perfeccionarse  en  los  monasterios,  por  la  prác- 
tica de  las  constituciones  profesadas.  Lo  que  es  grave  y  vital  lo  excusará 
como  falta  insignificante,  ó  por  el  contrario,  dará  una  importancia  absoluta 
á  lo  que  en  casos  particulares  debe  sacrificarse  para  conseguir  bienes  ma- 
yores. 

Fr.  Luis  de  León,  el  P.  Gracián  y  el  P.  Báñez,  se  oponían  á  esa  tenta- 
tiva; se  oponían  otras  muchas  personas  de  gran  representación  y  que  se 
hallaban  al  tanto  de  lo  que  en  este  caso  ocurría;  acudieron  al  Nuncio  y  al 
Rey;  entre  ellos  el  Marqués  de  Almazán  y  la  misma  Santa  Teresa  que  se 
apareció  á  la  venerable  Ana  de  San  Bartolomé  y  la  dijo:  «Ayúdame,  hija, 
que  se  me  van  las  monjas  de  la  Orden.» 

A  este  tiempo  dice  la  Crónica  Carmelitana  (1)  el  P.  Maestro  Fr.  Do- 
mingo Báñez,  persuadido,  de  que  su  amor  á  la  religión,  y  oficios  grandes 


lo  en  el  negocio.  La  sustancia  del  Breve  tan  ruidoso,  negociado  con  mucha  maña 
por  la  venerable  Ana  de  Jesús,  Priora  de  Madrid,  consistía  principalmente  en 
eximir  á  los  conventos  de  Descalzas  de  la  jurisdicción  y  gobierno  de  la  consulta 
ó  consejo,  quedando  solo  sujetas  á  un  Comisario  independiente  de  la  consulta. 
Esto,  junto  con  una  libertad  excesiva  acercado  los  confesores,  contenida  también 
en  dicho  Breve,  desagradó  sobremanera  á  los  padres  Descalzos,  y  de  aquí  el  en- 
cuentro entre  las  Descalzas  y  Descalzos,  y  el  que  estos  cortasen  como  suele  suceder 
por  lo  sano,  determinando  desentenderse  de  ellas.  Las  monjas  consiguieron  que  las 
gobernase  un  padre  Comisario  y  no  la  consulta,  y  los  padres  resolvieron  que  queda- 
sen fuera  de  la  Orden  sin  sujeción  á  consulta  ni  á  comisario  si  no  solamente  al 
Papa. 
(1)     Tomo  2."  libro  8."  Capítulo  XL. 


-509- 

por  ella,  alcanzarían  nuís  del  Vicario,  que  los  títulos  y  grandezas:  yéndole 
un  día  á  visitar,  le  dijo  en  esti  sustancia:  -Padre  nuestro:  sabiendo  vuesa 
P.  que  esta  religión,  adulta  ya,  y  muy  provecta,  es  hija  de  mis  cuidados,  y 
que  nació  en  mis  manos;  dada  tengo  de  antemano  la  razón  porque  vengo 
á  abogar  por  ella,  en  ocasión  que  la  veo  en  la  mayor  turbación,  y  aflicción, 
que  jamás  ha  padecido:  pues  el  amor  de  padre  y  de  amigo,  ni  necesita  de 
favores  para  entrarse,  ni  espera  ser  llamado  para  defender  á  quien  ama,  ni 
repara  en  las  palabras,  ni  en  las  cortesías,  porque  es  superior  á  todo  esto. 
Todo  el  mundo  dice  que  V.  P.  alza  la  mano  del  gobierno  de  las  monjas, 
y  las  deja  á  la  disposición  del  Sumo  Pontífice.  Acción  la  más  rara,  queja- 
más  la  Iglesia  ha  visto.  Por  que  aunque  cada  día  sucede  apartarse  este,  ó 
aquel  convento  de  la  jurisdicción  de  su  Orden;  nunca  jamás  se  ha  visto 
que  todos  se  hayan  apartado  del  común  cuerpo,  ó  que  él  los  haya  aparta- 
do de  sí.  Porque  esto  es  como  dar  libelo  de  repudio  á  la  esposa  que  Dios 
dio.  Y  siendo  la  que  V.  P.  tiene  sin  mancha,  y  sin  ruga,  quién  no  extraña- 
rá acción  tan  nueva?  Si  todos  los  conventos  de  las  monjas  se  hubieran  le- 
vantado contra  la  Orden,  y  pedido  segregación;  por  uno  sólo  que  quedara 
debían  ser  perdonados  los  demás,  y  debía  la  Orden  ponerles  pleito  sobre 
el  caso.  Pero  echar  treinta  por  uno,  ó  dos  que  se  alborotaron,  rarísima  co- 
sa es.  Nunca  la  naturaleza  ha  visto  que  un  cuerpo  se  parta  por  medio,  y 
que  una  parte  huya  de  la  otra:  Monstruosidad  será  que  ahora  lo  haga  la 
razón. 

'Si  estuvieran  relajadísimos,  si  llenos  de  enormes  delitos,  debiera  la 
Orden  procurar  su  reforma,  no  su  muerte;  porque  á  todo  esto  obliga  la 
caridad,  el  ejemplo  de  todas  las  demás  Religiones.  Arrancar  de  sí  treinta 
casas  llenas  de  personas  santísimas,  nobilísimas,  y  aventajadas  en  cono- 
cido caudal,  por  el  exceso  de  una,  ó  dos,  ninguna  prudencia  lo  permite, 
ninguna  justicia  lo  sufre;  no  hay  en  Madrid  quien  lo  apruebe  entre  los 
cuerdos,  ni  lo  habrá  en  la  Iglesia.  Si  estas  monjas  perseveran  en  su  pri- 
mer engaño,  algún  castigo  merecían,  nunca  el  ser  dejadas.  Pero  cuando 
todas  están  tristes,  llorosas,  aficionadísimas  á  su  hábito,  cuando  negocian 
con  todo  el  nuiíido,  cuando  escriben  á  lo  más  soberano  de  la  Corte,  cuan- 
do presentan  menioriales,  quejándose  de  agravios  en  papeles  borrados  con 
lágrimas,  sumojigor  es  dejarlas.  Y  por  qué  las  castiga  V.  P.;  porque  abrie- 


-510- 

ron  puerta  á  pleitos  tan  á  los  principios?  Crimen  fué,  pero  no  tan  grave, 
que  pase  (si  damos  que  llegue)  de  pecado  venial.  Siendo  el  celo  tan  fino 
de  la  gloria  de  Dios;  sobre  qué  es  tanta  pena?  Algo  se  ha  de  perdonar  al 
sexo  de  mujeres.  Flacas  son  aun  las  que  parecen  más  constantes.  Sujetas 
á  yerros,  como  nosotros,  las  más  advertidas.  Hallen,  pues,  recibo  en  el  pe- 
cho regaladísimo  de  Vuesa  Paternidad  los  ruegos  y  súplicas  humildes  de 
las  inocentes,  las  lágrimas  y  arrepentimientos  amargos  de  las  culpadas  (1). 
Pueda  más  esta  vez  en  su  cristiano  tribunal  la  piedad.  Disimúlese  un  rato 
la  justicia.  Si  con  el  amago  solo  del  azote  tiembla  ya  este  cuerpo,  que  es  el 
fin  á  que  se  ordenan  los  castigos,  excusado  es  el  golpe:  no  se  descargue. 
Aseguremos,  padre  nuestro,  en  esta  acción  para  con  la  Corte,  para  con  el 
Rey,  para  con  el  mundo,  V.  P.  el  nombre  que  ya  tiene  de  prudente,  de 
perdonador  de  injurias,  y  yo  el  de  verdadero  servidor  suyo,  y  de  su  sa- 


(1)  La  principal  causante  de  esta  tormenta,  si  bien  llevada  de  la  mejor  inten- 
ción, fué  la  venerable  Ana  de  Jesús.  Reconoció  su  yerro  después  y  no  sólo  en  Fran- 
cia, sino  aun  en  Flandes  trabajó  lo  indecible  porque  sus  hermanos  de  hábito  los 
descalzos,  se  encargasen  de  la  dirección  de  los  conventos  de  monjas.  Así  nos  cons- 
ta del  Año  Teresiano  en  el  mismo  día  22  de  Julio,  donde  entre  otras  muchas  cosas 
sobre  esta  cuestión,  dice  así:  «Ella  fué  la  que  viendo  frustradas  todas  sus  diligen- 
cias, para  que  sus  frailes  fuesen  admitidos  por  entonces  en  Francia,  se  salió  de 
aquel  F^eino,  y  pasó  á  fundar  á  Flandes,  juzgando,  que  á  la  sombra  del  Archiduque 
Alberto,  y  su  Serenísima  mujer  la  infanta  Clara  Eugenia,  sería  más  dichosa  en  este 
punto,  y  que  lograría  introducir  allí  á  los  relig'osos  de  la  Orden,  para  que  goberna- 
sen sus  conventos.  Siguiendo  este  propósito,  hacía  mil  instancias  á  los  Prelados  de 
la  religión  para  que  la  enviasen  frailes,  como  se  infiere  de  estas  palabras  suyas, 
que  puso  en  una  carta:  «Si  tuviera  monjas  que  me  pudieran  ayudar,  ya  estuvieran 
hechas  otras  tres  fundaciones,  que  las  desean  de  las  mejores  ciudades  de  estos 
estados,  en  Amberes,  en  Lovaina,  y  en  Gante:  y  de  nuestros  padres  descalzos  se 
harían  hartas  si  quisiesen  venir.  Cien  veces  se  lo  he  escrito,  nunca  responden:  pien- 
so que  en  este  Capítulo  general  se  determinarán  etc.  Para  vencer  la  repugnancia, 
que  manifestaron  los  Prelados  en  extender  su  jurisdicción  fuera  de  los  límites  de 
España,  usó  de  exquisitas  diligencias,  interesó  en  su  empeño  á  los  señores  Archi- 
duques, y  volviendo  á  estos  Reinos  el  gran  Dominico  Fr.  Iñigo  de  Brizucla,  confe- 
sor de  estos  F^ríncipes,  y  también  de  la  Madre,  después  Obispo  de  Plasencia,  y  Pre- 
sidente de  l-'landes  en  F.spaña,  le  encargó  eficazmente  esta  solicitud,  que  él  hizo 
con  esfuerzo  en  nombre  de  sus  Altezas. 


51 


grada  Religión.  Que  con  este  favor  solo  que  deila,  y  de  V.  P.  merezca  con- 
seguir, me  daré  por  muy  satisfecho  de  loque  siempre  procuré  ayudar  á 
su  Santa  Madre;  de  lo  mucho  que  á  sus  hijos  é  hijas  deseo  servir.» 

«Harían,  continúa  la  Crónica,  sin  duda  fuerza  estas  razones  á  nuestro 
P.  Fr.  Nicolás,  pero  como  era  decreto  de  la  Consulta,  no  pudo  dar  entera 
satisfacción  al  padre  Maestro.  Y  para  darle  alguna,  le  diría  lo  que  de  algu- 
nos de  sus  papeles  se  colige.  Que  había  sido  exorbitante  atrevimiento 
abrir  la  puerta  las  monjas  (á  quien  es  propio  el  rendimiento)  á  pleitos  con 
los  Prelados.  Que  de  este  ejemplo  se  podían  temer  otros  mayores:  que 
por  bien  de  paz  convenía  dejarlas  para  obviarlos:  que  la  libertad,  que 
ellas  llamaban  santa,  de  elegir  confesores  á  su  gusto,  dentro  y  fuera  de 
la  Orden,  era  peligrosísima  á  las  conciencias,  ocasionada  á  muchas  quejas 
y  en  gran  deshonor  de  los  Religiosos:  y  en  sustancia  contra  los  decretos 
eclesiásticos,  si  ellas  usaban  de  la  manera  que  entendían,  de  su  libertad, 
porque  era  abrogarse  las  mujeres  potestad  para  dar  jurisdicción  á  los 
que  no  la  tienen.  Y  en  esto  casi  todas  las  monjas  en  aquel  tiempo  eran 
culpadas;  porque  la  libartad  es  un  ídolo,  que  compite  con  Dios,  á  quien 
toda  alma  obedece.  Y  esta  es  la  razón  más  fuerte  que  se  halla  en  los  pa- 
peles de  aquellos  lances  contra  las  monjas,  porque  era  cáncer,  que  ya 
casi  por  todos  los  conventos  se  había  extendido.  Y  así  no  es  de  espantar 
que  los  Prelados  hiciesen  tanta  fuerza,  porque  era  mortal.  Considerando 
ésto,  estuvo  firme  el  padre  Vicario;  y  el  padre  Maestro  les  dijo:  •  Pues  yo 
recabaré  con  mi  Orden,  que  reciba  las  monjas  que  vuestro  paternidad  des- 
echa. >  Respondió,  tomándole  la  mano:  -No  suelto  esa  palabra,  porque  á 
ellas,  y  nosotros  nos  estará  muy  bien,  que  pasen  al  gobierno  de  Religión 
tan  grave.»  Espantado  de  esto  se  despidió  de  la  visita.  Y  sabiendo  el  Rey 
lo  que  había  pasatio,  dijo:  Quién  mete  á  Báñez  en  lo  que  no  le  pertene- 
ce?- Súpolo  él,  y  ausentóse  de  Madrid. 

♦Bien  hubiera  podido  contestar  que  le  metía  el  mismo  amor  que  antes 
le  había  metido  en  la  defensa  de  San  José  de  Avila  y  en  otras  fundaciones; 
el  amor  con  que  hasta  entonces,  como  confesor,  como  amigo  y  como  vi- 
sitador apostólico  había  procurado  el  bien  de  la  Reforma;  el  temor  de  que 
en  un  solo  día  se  malograran  tantas  fatigas  y  viajes,  y  oraciones  de  la 
Santa  Madre;  el  temor  de  que  asi  vilmente  pereciese  una  obra  tan  glorio- 


-512- 

samente  acabada.  Pero  nada  quiso  contestar  al  Rey  para  que  su  repenti- 
na retirada  diese  más  que  pensar  al  mismo  Rey,  al  Vicario  general,  y  á  los 
padres  del  Consejo.  Así  el  labrador,  después  que  ha  esparcido  la  simiente 
por  el  campo,  se  vuelve  á  su  casa,  no  abandonando  su  sembrado,  sino 
esperando  que  con  el  tiempo  se  desarrolle,  y  nazca,  y  madure  el  grano, 
para  recoger  sus  frutos  ■  (1). 

El  Año  Teresiano,  hablando  sobre  esta  misma  materia,  en  el  día  22  de 
Julio  escribe  de  esta  manera:  Todos  pedían,  todos  rogaban  por  las  mon- 
jas, y  entre  todas  estas  intercesiones,  solo  referiremos  (por  ser  tan  vene- 
rable) la  que  hizo  por  ellas  un  gran  dominicano,  á  quien  debió  mucho 
nuestra  Descalcez.  Fué  este  gran  hombre  (2)  el  principal  maestrQ  de  la  San- 
ta, cuyo  único  brazo  pudo  mantener  la  reciente  fábrica  de  su  primer  con- 
vento, cuando  el  consistorio  de  la  ciudad  de  Avila  decretaba  su  ruina; 
quien  siempre  amparó  á  la  Reforma;  quien  cuidó  de  su  Madre,  y  en  cuya 
aprobación  mantenía  ella  la  seguridad  de  sus  escritos.  Todo  ésto  fué  para 
el  Carmelo  Reformado  Fr.  Domingo  Báñez,  Catedrático  de  Prima  de  Sala- 
manca, gloria  de  la  Religión  Dominicana,  que  al  ver  á  la  Maestra  (que  le 
constó  tantos  oficios)  en  un  sistema  de  tanta  turbación,  buscó  á  nuestro 
P.  Doria,  á  quien  habló  en  esta  sustancia:  Padre  Nuestro:...  repite  luego  el 
discurso  del  P.  Báñez  que  hemos  trascrito  arriba  tomado  de  la  Crónica  y 
que  no  creemos  conveniente  repetir. 

Como  se  infiere  de  cuanto  queda  expuesto,  nada  tiene  que  ver  la 


(1)  Santa  Teresa  y  el  P.  Báñez. 

(2)  Fíjese  el  P.  Pons  en  las  palabras  del  íexio:  <  Fué  este  gran  hombre  el  princi- 
pal Maestro  de  la  Santa»,  y  en  las  del  Sr.  La  Fuente  tomo  2."  página  56  edición  de 
1861  quien  escribe:  «Me  parece  indudable,  que  después  del  P.  Oracián,  el  director 
que  más  apreció  Santa  Teresa,  fué  el  P.  Báñez.  Creo  que  á  él  alude  en  el  párrafo 
primero  de  la  Relación  (tomo  1."  página  160)  cuando  dice:  «en  especial  el  uno  á 
quien  tengo  gran  voluntad,  me  hacía  terrible  resistencia»,  y  de  seguro  comprenderá 
la  ligereza  con  que  ha  procedido  al  estampar  en  la  página  196  que  están  destituidas 
de  fundamento  las  afirmaciones  de  los  PP.  Mandonnet  y  Paulino  Alvarez  sobre  el 
papel  tan  principal  que  el  P.  Báñez  desempeñó  con  respecto  á  Santa  Teresa  y  su 
Fíeforma.  No  creo  se  atreva  el  P.  Pons  á  tachar  exageradas  y  sin  fundamento  las 
palabras  del  Año  Teresiano  y  del  Sr.  La  Fuente,  autores  que  conociendo  á  fondo  el 
asunto  que  trataban,  han  ido  aun  más  adelante  que  los  PP.  Manndonct  y  Alvarez. 


-513- 


parte  que  el  Agustino  Fr.  Luis  de  León  tuvo  en  el  suceso  que  nos  ocupa 
con  lo  que  estamos  tratando  en  el  presente  capitulo;  y  por  lo  tanto,  es 
un  error  grande  el  atribuir  á  Fr.  Luis  de  León  la  defensa  de  las  monjas 
que  hizo  ante  el  P.  Nicolás  Doria  el  P.  Domingo  Bañez,  por  más  que  éste 
las  defendía  y  protegía  también  en  especial  á  la  V.  Ana  de  Jesús,  pero  en 
sentido  muy  distinto  del  en  que  lo  ejecutó  el  P.  Bañez. 

Las  palabras  del  confesor  de  Santa  Teresa,  aunque  mal  recibidas  en 
un  principio,  comenzaron  á  fermentar;  el  rey  se  quedó  meditabundo,  y 
después  de  examinar  la  razones  de  una  y  otra  parte,  se  decidió  por  fin  á 
seguir  el  consejo  del  P.  Báñez.  No  consintió  qi'e  á  las  monjas  se  las  aban- 
donase; cerró  los  oídos  á  todas  las  querellas  del  Vicario  y  sus  socios;  y  la 
Santa  Madre,  que  desde  el  cielo  habia  hecho  saber  su  sentimiento  á  una 
de  sus  hijas,  cuando  las  perseguían,  pudo  comprender  una  vez  más  hasta 
donde  llegaba  el  amor  celoso  de  su  antiguo  protector,  que  en  todas  par- 
tes y  sin  temer  á  los  mismos  reyes  de  la  tierra  salía  en  defensa  de  ella  y 
de  sus  hijas. 

Después  de  testimonios  tan  autorizados  como  el  de  la  Crónica  de  la 
Reformíi  y  el  del  Año  Teresiuno,  que  unánimes  nos  dicen  haber  sido  el 
P.  Báñez  quien  habló  al  P.  Doria  en  favor  de  las  descalzas,  la  misma  Cró- 
nica consagra  todo  un  capitulo,  que  es  el  XL  del  libro  8."  á  historiar  este  he- 
cho, cuyo  epígrafe  está  concebido  en  estos  términos:  «Sienten  mucho  las 
monjas  verse  dejadas  de  la  Orden,  y  aboga  por  ellas  el  P.  Maestro  Fr.  Do- 
mingo Bañez.  Es  por  cierto  bien  extraño  haya  habido  quien,  sin  aducir 
testimonio  alguno,  y  sólo  por  la  autoridad  de  su  palabra,  haya  atribuido 
todo  ésto  á  Fr.  Luis  de  León.  Es  cierto  que  el  célebre  Agustino  tomó  cartas 
en  este  asunto,  tanto  que  él  era  el  designado  por  su  Santidad  para  la  eje- 
cución del  Breve,  negociado  en  Roma  por  Ana  de  Jesús  bajo  la  dirección  y 
consejo  del  referido  Fr.  Luis.  Asi  nos  consta  de  la  Crónica  de  la  Reforma 
que  refiere  todo  lo  ocurrido  en  este  caso  por  estas  palabras  (1): 

■Venia  remitido  (el  Breve)  al  Arzobispo  de  Evora,  al  Maestro  Fr.  Luis 
de  Lc(')n.  Catedrático  de  Escritura  en  Salamanca.  Excusóse  el  primero,  por 
no  poner  en  ocasión  su  autoridad,  y  tomó  la  ejecución   por  su  cuenta  el 

(1)     Libro  8."  Capitulo  XXXIX. 

3;t 


-514- 

segundo.  Notificóle  al  P.  Fr.  Nicolás  y  á  su  Definitorio,  mandándoles,  que 
para  cierto  tiempo  convocasen  á  los  provinciales  y  socios,  para  que  eli- 
giesen el  Comisario  de  las  monjas,  conforme  al  decreto.  Y  propúsoles, 
sin  obligación,  á  los  padres  Fr.  Jerónimo  Gracián  y  Fr.  Juan  de  la  Cruz, 
con  que  los  indició  de  cómplices  en  todo  lo  hecho.  Despacháronse  voca- 
torias.  Y  acudió  Doria  al  Rey,  que  se  hallaba  en  el  Pardo,  dándole  menu- 
da cuenta  de  todo.  Mostró  sentimiento,  así  de  la  singularidad  de  las  mon- 
jas, como  del  empeño  del  padre  Maestro,  y  ofreció  remediarlo.  Cuando  ya 
querían  entrar  en  Capítulo  los  gremiales  desahuciados  de  remedio,  por- 
que el  Rey  no  hablaba;  vino  un  orden  del  Nuncio,  para  que  el  P.  Fr.  Luis 
de  León  sobreseyese  de  aquella  diligencia,  hasta  que  hubiese  nueva  fa- 
cultad. Tan  colorado  quedó  el  padre  Maestro,  como  alegres  los  provin- 
ciales, y  volvieron  á  sus  provincias,  reconociendo  la  providencia  del  Se- 
ñor y  el  amoroso  celo  del  Rey  en  la  quietud  de  la  Orden. 

Pasado  algún  espacio  de  tiempo,  pensando  el  padre  Maestro,  que 
con  lo  hecho  había  cumplido  el  Rey  con  la  Religión,  y  dejaría  obrar,  vol- 
vió á  notificar  el  Breve  á  la  Consulta,  mandando  que  de  nuevo  convoca- 
se á  los  capitulares.  Hízose  así:  y  acudió  otra  vez  al  Rey  Doria,  que  tam- 
bién se  hallaba  en  el  Pardo,  á  darle  cuenta  de  lo  sucedido.  Aquí  mostró 
enfado  con  el  padre  Maestro  Fr.  Luis,  por  parecer  desacato  esta  segunda 
instancia:  y  dio  por  respuesta  lo  que  la  primera  vez.  Convocóse  la  Orden 
El  Nuncio,  porque  el  Rey  no  le  había  hecho  recaudo,  callaba.  Pero  al  tiem- 
po de  entrar  todos  en  la  sala  del  capítulo,  llegó  un  Caballero  de  la  Cáma- 
ra del  Rey,  con  un  Secretario,  y  dijo  de  esta  manera:  -Su  Majestad  man- 
da, que  vuesas  Paternidades  suspendan  por  ahora  la  ejecución  del  Breve, 
y  no  innoven  nada,  hasta  que  Su  Santidad,  á  quien  se  ha  dado  cuen- 
ta, mande  otra  cosa.>'  El  padre  Maestro,  viendo  que  era  mandato  re- 
petido de  aquel  gran  Monarca,  apelación  á  la  Sede  Apostólica,  y  que  era 
ya  muerto  el  Pontífice,  que  concedió  el  Breve:  se  salió  de  la  safa,  dicien- 
do: *No  se  puede  ejecutaren  España  orden  alguna  de  Su  Santidad.  No 
faltó  quien  echó  al  oído  del  Rey  esta  palabra,  que  le  sonó  mal.  Y  que  es- 
tando la  provincia  de  Castilla  de  la  Orden  de  San  Agustín,  para  hacer 
provincial  al  P.  Fr.  Luis  de  León,  llegó  un  mandato  suyo  que  eligiesen 
otro.  Fué  tal  su  sentimiento,  que  presto  murió,  y  las  monjas  quedaron  des- 


-515- 


liauciadas  de  poder  prevalecer  contra  la  Religión,  teniendo  por  sí  tan  gran 
protector.  Este  protector  era  el  Rey  Felipe  II  que  decididamente  se  opuso  ú 
la  ejecución  de  un  Breve  calificado  por  personas  competentes  de  obrepticio  y 
subrepticio. 

Se  ve,  pues,  la  razón  que  Santa  Teresa  tenía,  cuando  al  escribir  á  su 
sobrina  Maria  Bautista  priora  en  Valladolid,  la  decía  hablando  del  P.  Do- 
mingo Báñez  y  de  los  monasterios  de  Descalzas  (1).  No  puede  igualarse 
con  lo  que  Fr.  Domingo  los  quiere,  que  es  cosa  propia  v  los  ha  sustenta- 
do á  la  verdad. >^ 

En  efecto,  la  conducta  del  P.  Báñez  en  este  caso,  es  una  prueba  irre- 
cusable de  que  los  conventos  de  Descalzas  eran  para  él  como  cosa  propia. 


(1)     La  l'iienti'  edición  de  IHKI.  Carta  45. 


CAPITULO     XX 
Resumen  de  lo  expuesto  en  esta  obra.-fligunas  observaciones. 

I 

RESUMEN 

Nos  habÍTmos  propuesto  desde  un  principio  terminar  nuestro  trabajo, 
trascribiendo  en  el  último  capítulo  la  dedicatoria  que  el  profundo  é  insig- 
ne teólogo  Dominico,  P.  Gonet,  escribe  al  consagrar  su  obra  de  Teología  á 
la  seráfica  Virgen  y  Doctora  mística  Santa  Teresa  de  Jesús.  El  motivo  de 
esta  resolución  y  propósito,  era  porque  en  dicha  dedicatoria  se  contie- 
nen en  compendio  y  con  elegantísimo  estilo  las  relaciones  intimas  entre 
Santa  Teresa  de  Jesús  y  los  hijos  de  Santo  Domingo,  á  la  vez  que  los 
servicios  prestados  por  éstos  á  tan  excelsa  Virgen,  tema  que  nosotros  he- 
mos procurado  desarrollar  en  todo  el  decurso  de  la  obra.  No  pudiera  ha- 
cerse resumen  más  cabal  de  cuanto  en  las  tres  partes  hernos  expuesto,  que 
el  contenido  en  la  renombrada  dedicatoria,  dispensándonos  el  trabajo  de 
hacerle  por  nosotros  mismos,  expuestos  además,  á  que,  atendida  nuestra 
pequenez,  no  hubiera  sido  tan  completo  como  era  de  desear.  El  pensa- 
miento pjr  lo  tanto  era  atinado;  pero  nos  ha  ocurrido  otro  á  nuestro  juicio 
mejor.  Como  el  R.  P.  Gonet  vistió  el  hábito  de  Santo  Dontingo  et  laus  in 
ore  propio  vilescit,  quizá  sus  palabras  no  surtieran  tan  buen  efecto  como 
era  de  desear  en  el  ánimo  de  los  lectores,  en  atención  á  que  en  casos  se- 
mejantes, esos  testimonios  y  palabras  siempre  se  reciben  con  alguna  pre- 
vención. 

Por  eso,  mejor  aconsejados  por  la  seráfica  Virgen,  á  quien  siempre  he- 
mos recurrido  desde  que  empezamos  á  escribir,  pidiéndola  muy  de  veras 
que,  no  dijésemos  nada  de  lo  que  no  débemeos  decir,  ni  omitiésemos  así 


-518- 

mismo  nada  de  lo  que  es  justo  digamos,  hemos  mudado  de  propósito  y  de 
plan,  y  en  vez  de  tomar  ese  resumen  de  un  hijo  de  Santo  Domingo  siquie- 
ra sea  de  la  talla  y  renombre  que  justamente  tiene  merecidos  el  célebre 
P.  Gonet,  nos  ha  parecido  más  prudente  tomar  este  resumen,  que  compen- 
dia cuanto  hemos  apuntado  en  toda  la  obra,  de  un  hijo  ilustre  de  la  Santa 
Madre,  escritor  eruditísimo  que  minuciosamente  ha  tratado  en  su  volumi- 
nosa obra  cuanto  concierne  á  Santa  Teresa  y  la  Reforma  por  ella  estable- 
cida. Nos  referimos  al  M.  R.  P.  Fr.  Antonio  de  San  Joaquín,  autor  del  Año 
Teresiano.  Este,  como  todos  los  historiadores  de  la  Reforma  de  su  Santa 
Madre,  han  sido  agradecidos  á  la  Orden  de  Santo  Domingo  y  no  han  rehu- 
sado estampar  en  sus  escritos  con  la  mayor  espontaneidad  y  detallada- 
mente lo  mucho  que  trabajaron  los  hijos  de  Santo  Domingo  y  éste  por 
medio  de  ellos  en  socorrer  á  la  mística  Doctora  siempre  que  necesitó  de 
auxilio.  Entre  todos  hemos  escogido  este  autor  porque  consagra  un  capítulo 
á  esta  materia  y  en  él  se  halla  reunido  cuanto  pudiera  sin  duda  hallarse  en 
otros  autores  descalzos,  pero  esparcido  en  diversos  lugares  de  sus  obras. 
Hemos  de  advertir  que  la  mayor  parte  de  las  palabras  que  vamos  á  citar 
de  tan  respetable  autor,  nos  son  ya  conocidas;  pues  en  distintas  ocasiones 
hemos  confirmado  nuestras  afirmaciones  con  ellas;  pero  no  juzgamos  sea 
esto  obstáculo  para  que  cerremos  nuestro  trabajo,  presentando  de  un  gol- 
pe de  vista  todo  lo  que  sobre  la  materia  que  se  trata,  se  contiene  en  el  ca- 
pítulo aludido.  Rogamos  también  al  lector  sepa  dispensar  al  autor  ciertos 
giros  propios  de  la  época  en  que  escribió;  no  hay  que  fijarse  en  el  estilo, 
sino  en  lo  que  afirma  y  testifica,  así  como  en  los  fundamentos  y   razones 
en  que  apoya  cuanto  nos  dice,  no  un  dominico,  sino  un  hijo  preclaro  de 
la  seráfica  Virgen  que  escribió  con  conocimiento  de  causa,  y  en  quien  no 
puede  suponerse  peligro  de  exageración,  sino  sólo  una  intención  recta  de 
dará  cada  uno  lo  que  es  suyo,  agradeciendo  sincera  y  candidamente  los 
beneficios  recibidos.  Estas  excelentes  cualidades  adornan  á  la  persona,  ó 
más  bien,  al  escritor  cuya  autoridad  vamos  á  citar  y  cuyas  palabras  servirán 
en  su  mayor  parte  de  materia  á  este  capítulo. 

Al  ocuparnos  de  la  fundación  de  Segovia,  dimos  relación  detallada  de 
la  aparición  del  Patriarca  Santo  Domingo  á  Santa  Teresa;  aparición  que 
tuvo  lugar  el  día  30  de  Septiembre  de  1574. 


-519  — 


RI  autor  de  quien  venimos  hablando  trata  en  sus  doce  tomos,  corres- 
pondientes á  los  doce  meses  del  año  de  los  sucesos  y  cosas  que  acaecie- 
ron á  su  Santa  Madre  Teresa  de  Jesús  en  los  distintos  días  del  año,  y  al 
llegar  al  treinta  de  Septiembre  refiere  en  primer  lugar  el  caso  misterioso 
que  ocurrió  en  la  cueva  de  Segovia  y  á  continuaci()n  se  expresa  de  esta 
manera: 

Refiere  use  los  mu:  fus  beneficios,  que  Santo  Domingo  de  Guzmán,  y  to- 
da su  Orden  ha  practicado  con  Santa  Teresa  de  Jesús  y  nuestra  Descalcez. 
-Mácese  forzoso  el  que  reflexionemos  este  día  en  los  favores  celestia- 
li>.  que  hoy  recibió  la  Santa  de  su  intimo  devoto  Santo  Domingo  de 
Guzmán,  en  cuya  aparición  solo  nos  dijo  el  ilustrísimo  Yepes,  que  este 
Patriarca  tomaba  á  su  cargo  cuidar  de  la  Reforma  del  Carmelo.  Mas  no  el 
que  pidiese  á  su  santa  fundadora  cuidase  de  su  Religión  Dominicana, 
como  lo  expresa  el  señor  Obispo  de  Monópoli,  cuando  dice:  Entre  los  que 
vinieron  á  esta  estación  (habla  de  la  Capilla  del  Real  Convento  de  Santa 
Cruz  de  Segovia,  historiando  esta  fundación)  fué  la  Santa  Madre,  y  hallán- 
dose en  la  cueva  tuvo  una  revelación  de  Santo  Domingo,  el  cual  la  con- 
soló diciendo:  Tened,   hermana  mia.  mucho  cuidado  de  mi  Orden,  que 
yo  le  tengo,  y  tendré  de  la  vuestra.  Todo  esto  lo  dijo  la  Santa  al  Padre 
Maestro  Fr.  Diego  Yanguas  y  al  Padre  Maestro  Fr.  Domingo  Báñez,   sus 
c  )nfe5ores.'  El  dar  la  mano  Santo  Domingo  á  Santa  Teresa  de  Jesús,  y 
palabra  de  patrocinar  á  su  Reforma,  pidiendo  al  mismo  tiempo  á  esta  San- 
ta Virgen  el  que  cuidase  de  su  Orden,  viene  á  ser  lo  mismo,  que  un  pacto 
y  convenio  celestial  en  que  los  dos  Santos  quisieron  enlazar  á  sus  fami- 
lias en  unión  tan  estrecha,  y  hermandad  tan  indisoluble,  que  aunque  en  el 
hábito  fuesen"  diferentes,  no  lo  mostrasen  en  las  obras,   espíritu,  doctrina, 
y  religiosidad.  Este  concepto  quiso  explicar  nuestra  Descalcez  en  aquella 
lámina  que  estampó  en  la  primera  hoja  del  Curso  Complutense,  donde  se 
miran  enlazados  los  escudos  de  estas  dos  Religiones,  como  también  sus 
coronas,  y  dos  manos,  una  que  sale  del  hábito  del  Carmen,  y  otra  del 
de  Santo  Domingo,  las  cuales  se  enlazan  entre  sí  con  nudo  tan  cordial, 
que  esperamos  en  Dios,  y  en  nuestros  Santos  Patriarcas,   no  será  para 
nuestros  corazones  esta  unión  menos  fija,  que  lo  fué  en  las  almas  de  Da- 
vid y  Jonatás.  Así  se  deja  prometer  en  la  recíproca  concordia  en  que  han 


—  520  — 

procedido  las  dos  Religiones  en  los  184  años,  que  ha  que  sus  Santos  Pa- 
triarcas establecieron  este  enlace,  cuya  relación,  y  lances  de  hermandad, 
en  que  se  han  mantenido  inalterables,  nos  parece  forzoso  historiar  este 
día,  para  que  en  lo  futuro  logren  los  individuos  de  ambas  Ordenes  esti- 
mulo eficaz  para  perpetuar  esta  concordia  con  el  ejemplo  de  los  prece- 
dentes. 

«El  Religioso  Padre  Fr.  José  de  la  Encarnación  (de  quien  dimos  noticia 
en  el  primer  tomo  del  Año  Teresiano)  afirma  en  sus  manuscritos  haber  vis- 
to un  papel  impreso,  que  le  fió  la  Excelentísima  señora  Condesa  de  Oro- 
pesa,  con  este  título:  *  Beneficios  que  la  Orden  del  Patriarca  Santo  Do- 
mingo ha  hecho  á  la  de  los  Carmelitas  Descalzos;  y  agradecimiento  de 
parte  de  ellos;  y  del  principio  de  donde  se  originó  esta  correspondencia 
entre  ambas  religiones.  Su  autor  el  Doctor  Juan  de  Espino.  Dedícase  al 
Excelentísimo  Sr.  D.  Antonio  Alvarez  de  Toledo,  Duque  de  Alba.  Si  este 
escrito  fuese  muy  común  nos  remitiríamos  á  él  sobre  la  materia  que  que- 
remos tratar;  pero  asegurando  el  referido  P.  Fr.  José,  que  en  sus  días  era 
muy  raro,  y  que  sólo  pudo  encontrar  el  que  le  dio  aquella  gran  señora;  se 
hace  indispensable  en  el  día  que  estamos  el  buscar  especies,  asi  en  la 
Santa,  como  en  nuestras  historias,  y  otros  monumentos  de  la  Religión,  que 
refieran  lo  que  promete  el  título  del  dicho  papel;  lo  que  ejecutaremos  di- 
ciendo brevemente  en  primer  lugar  lo  mucho  que  Santo  Domingo,  y  sus 
Religiosos  han  patrocinado  á  Santa  Teresa  de  Jesús,  y  á  toda  su  Reforma: 
después  la  correspondencia  de  la  Santa;  y  últimamente  el  agradecimiento 
de  todos  sus  Descalzos  á  favores  tan  grandes. 

«El  origen  de  aquella  mutua  y  amistosa  correspondencia  en  que  se  han 
hermanado  estas  dos  religiones,  y  ofrece  declarar  el  papel  del  Doctor  Es- 
pino, no  pudo  ser  otro  que  el  suceso,  que  ha  dado  asunto  al  primer  caso 
de  este  día;  cuya  representación  quisieron  perpetuar  los  Padres  Domini- 
cos en  un  cuadro  que  se  colocó  más  ha  de  cien  años  en  la  capilla  en  que 
sucedióla  aparición,  con  un  letrero  que  dice:  En  30  de  Septiembre  de 
1574,  estando  haciendo  oraci(')n  la  Santa  Madre  Teresa  de  Jesús  en  esta 
capilla,  se  le  apareció  nuestro  glorioso  P.  Santo  Domingo,  y  después  á  la 
mano  derecha  Cristo  Nuestro  Señor;  y  la  dijo  á  la  Santa,  que  se  holgase 
con  su  amigo,  el  cual,  entre  otras  amorosas  pláticas,  prometió  ayudarla  en 


-521- 

su  Reforma.  Do  este  principio  y  palabra  celestial  en  que  Santo  Domingo 
ofreció  hacerse  auxilio,  protector  y  abogado  de  nuestra  Descalcez,  ya  se 
deja  inferir  los  continuos  influjos,  que  este  sagrado  padre  habrá  conferido 
en  la  familia  Teresiana.  Sin  duda  alguna,  que  en  todo  el  incremento,  que 
para  gloria  del  Señor  ha  conseguido  esta  santa  Orden,  se  puede  creer  ha- 
brá cooperado  la  virtud  insigne  y  méritos  santísimos  de  este  glorioso  Pa- 
triarca. Son  invisibles  los  beneficios  de  los  Santos,  los  cuales  regularmen- 
te se  encanecían  á  los  hombres  hasta  que  los  miran  en  el  día  de  la  eterni- 
dad; mas  los  de  este  soberano  Patriarca  con  nuestra  Religión  han  sido  tan 
patentes,  como  si  los  obrase  al  estilo  del  mundo.  Los  santos  de  la  gloria 
(dice  San  Gregorio)  son  unas  estrellas  en  el  firmamento  de  la  cristiandad, 
que  con  sus  luces  deshacen  la  noche  de  este  siglo,  ilustrando  á  los  hom- 
bres, cuyos  reflejos,  por  lo  perteneciente  á  la  estrella  brillante  de  Domingo, 
destellaron  en  todas  las  edades  con  luces  tan  copiosas  para  iluminar,  y  di- 
rigir á  la  Reforma  de  Teresa,  que  ella  ha  sido  la  antorcha  que  guió  sus 
aciertos  en  los  lances  de  mayor  arduidad.  Bastará  para  contestación  de  es- 
ta materia  sólo  un  caso  que  referiremos. 

-^Cuando  la  Descalcez  llegó  al  mayor  escollo,  en  que  sus  cabezas  eran 
juguete  de  la  persecución,  unas  fugitivas  y  otras  encarceladas,  sin  lograr 
delante  de  sus  ojos  natural  auxilio,  que  ofreciese  esperanza  para  precaver 
su  desolación,  se  hallaba  en  Madrid  nuestro  padre  Doria,  diligenciando 
aquello  que  podía,  para  restaurar  nuestra  persistencia  por  medio  de  la  se- 
paración de  los  Calzados,  que  entonces  se  trataba.  Para  este  fin  conferen- 
ciaba muchas  veces  con  los  Religiosos  Dominicos,  en  quienes  conocía 
haber  puesto  la  Providencia  del  Señor  el  total  patrocinio  de  nuestra  Des- 
calcez; en  estas  diligencias  intervino  una  maravilla,  que  se  refiere  en  nues- 
tra historia,  con  estas  palabras:  en  el  tiempo,  dice,  que  duró  esta  consulta, 
acudía  muy  de  ordinario  el  P.  Fr.  Nicolás  de  Jesús  María,  á  negociar  con 
los  Asistentes,  y  especialmente  con  los  Dominicos.  Y  como  con  el  amparo 
del  padre  Maestro  Fr.  Ángel  de  Salazar  podía  llevar  compañero  Descalzo 
eligió  al  P.  Fr.  Francisco  de  San  Alberto,  hijo  de  su  misma  casa  de  Se- 
villa. Cuando  salían  del  Carmen  para  ir  al  convento  de  Atocha,  donde  los 
Padres  residían,  les  acompañaba  un  perro  blanco  y  negro,  símbolo  de  la 
Sagrada  Orden  de  Santo  Domingf).  Aunque  los  admiraba,  no  les  espanta- 


i 


.  —  522  — 

ba;  y  en  llegando  al  convento,  volviendo  de  cuando  en  cuando  la  cabeza 
á  mirarlos,  los  guiaba  hasta  la  celda  del  padre  Maestro  Fr.  Pedro  Fernán- 
dez, y  entonces  desaparecía.  Sucedióles  esto  algunas  veces,  y  juzgándolo 
por  cosa  misteriosa,  mudaron  el  camino  por  diferentes  calles,  y  siempre 
hallaban  al  salir  de  la  villa  el  mismo  perro,  que  les  hacía  el  mismo  oficio, 
en  el  cual  perseveró  hasta  que  los  negocios  se  acabaron.  Dijéronselo  un 
día  al  padre  Maestro,  y  no  sabiendo  él  ni  ellos,  qué  perro  fuese  aquél,  lo 
tuvieron  por  misterioso,  y  que  el  glorioso  Santo  Domingo  quería  mostrar 
por  aquel  camino  cuan  á  su  cargo  estaban  las  cosas  de  la  Reforma  de 
Santa  Teresa,  como  en  Segovia  se  lo  había  ofrecido  en  su  misma  casa. 

«El  éxito  de  estas  concurrencias  al  convento  de  Atocha  fué  tan  feliz 
como  le  anunciaba  la  misteriosa  aparición  de  aquel  animal;  porque  el  pe- 
rro, que  entró  en  casa  de  Tobías  no  avisó  con  más  seguridad  el  arribo  y 
llegada  de  su  hijo,  que  la  que  tuvieron  nuestros  Carmelitas  en  conseguir 
la  estabilidad  de  la  Reforma,  cuando  se  vieron  escoltados  de  un  mastín, 
que  los  hizo  visible  el  celestial  amparo  de  Santo  Domingo.  Supuesto  este 
con  permanencia  indefectible,  en  todas  las  edades  de  nuestra  santa  Orden, 
resta  el  referir  la  diligencia  celosísima  y  conato  amoroso  con  que  los  hijos 
del  Santo  Patriarca  sirvieron  y  ayudaron  á  Santa  Teresa  de  Jesús  y  á  toda 
su  Familia. 

'En  aquellos  principios,  que  esta  Santa  Virgen  permaneció  en  las  im- 
perfecciones, algo  descaminada  de  la  senda  estrechísima  de  la  perfección, 
en  que  la  quería  el  acuerdo  divino,  para  poner  en  ella  el  celestial  tesoro 
de  gracias  y  virtudes,  que  han  sido  ornamento  de  la  Iglesia,  echó  mano 
la  Providencia  inescrutable  de  un  padre  Dominico,  cuyo  magisterio  reparó 
las  tibiezas  de  esta  criatura,  con  tanta  utilidad,  que  se  puede  decir  fué  este 
religioso  el  instrumento,  á  quien  debe  el  mundo  el  reparo  de  esta  Santa 
Virgen  (1)  y  su  insigne  virtud:  llamóse  Fr.  Vicente  Varrón,  Consultor  del 
Santo  Oficio,  y  Catedrático  de  Toledo:  era  confesor  del  padre  de  la  Santa 
y  habiéndole  asistido  en  su  dichosa  muerte,  se  inclinó  la  hija  á  comuni- 


(1)  Queda  confirmado  con  estas  palabras  de  tan  respetable  autor,  cuanto  hemos 
dicho  en  el  capítulo  primero  de  la  primera  parte  sobre  la  influencia  suprema  que 
tuvo  el  í*.  Barron  en  la  Santidad  de  la  j^ran  Teresa  de  Jesús. 


-523  — 


cark',  dcspuL's  que  habia  dejado  la  oración,  y  el  caiuino  más  recto,  á  que 
Dios  la  llamaba;  con  cuyo  trato  volvió  sobre  si,  recuperando  lo  perdido, 
comoellaloexpresa,  cuando  dice:  -Este  padre  Dominico,   que  era   muy 
bueno  y  temeroso  de  Dios,  me  hizo  harto  provecho,  porque  me  confesé 
con  él  y  tomó  hacer  bien  á  mi  alma  con  cuidado,  y  hacerme  atender  la 
perdición  que  traia.  Hacíame  comulgar  de  quince  en  quince  días;   y  poco 
á  poco  comenzándole  á  tratar,  trátele  de  mi  oración:  díjome  que  no  la  de- 
jase, que  en  ninguna  manera  me  podía  hacer  sino  provecho.  Comencé  á 
tomar  á  ella,  aunque  no  á  quitarme  de  las  ocasiones,  y  nunca  más  la  dejé.- 
< Desde  este  tiempo  se  puede  discurrir,  que  empezó  á  solidarse  la  vir- 
tud eminente  de  esta  Virgen,  la  que  creció  á  tanta  estatura,  que  no  cabien- 
do en  su  persona,  empezó  á  difundirse  por  los  distritos  de  la  Iglesia,  para 
ganar  almas  para  el  cielo,  atraídas  del  olor  de  sus  virtudes.  En  esta  situa- 
ción, colmada  de  dones  celestiales,  empezó  á  maquinar  inspirada  de  Dios, 
en  el  arduo  asunto  de  reformar  su   orden.  Tiró  las  primeras   lineas  para 
forjar  la  planta  de  su  primer  convento,  y  á  pocos  pasos  hubiera  parado 
este  propósito,  si  la  divina  Majestad  no  hubiese  aprontado  á  otro  Padre 
dominico,  que  le  diese  curso,  espíritu  y  vigor.  Fué  este  grande  hombre  el 
reverendísimo  Maestro  Fr.  Pedro  Ibáñez,  Lector  del  Colegio  de  Santo 
Tomás  de  Avila,  quien  en  aquella  ocasión,  en  que  toda  la  ciudad  juzgaba 
delirio,  ilusión,  y  ligereza  mujeril  la  idea  del  nuevo  monasterio,  fué  busca- 
do de  la  misma  Santa,  y  de  aquella  señora,  que  la  acompañaba  en  este 
intento,  para  que  decidiese  lo  que  se  debía  ejecutar  en  el  asunto. 

-Es  de  advertir  que  en  esta  coyuntura  trataba  la  Santa  su  conciencia 
con  muchos  siervos  del  Señor,  y  especialmente  con  aquel  gran  varón,  el 
P.  Baltasar  Alvarez,  y  otros  religiosísimos  de  la  Compañía  de  Jesús,  que 
entonces  la  asistían  con  grandísimo  acierto,  adelantándola  en  el  trato  de 
Dios;  pero  como  la  oposición  de  toda  la  ciudad  contra  este  designio  era 
tan  furiosa,  no  los  quiso  malquistar,  (1)  haciéndoles  parte  en  este  asunto, 


(1 1  Ya  hemos  dicho  en  otra  parte  el  verdadero  motivo  que  tuvieron  Santa  Te- 
resa y  Doña  Guiomar  para  acudir  al  Dominico  P.  Ibañez,  y  no  á  los  padres  de  la 
Compañía;  que  fué,  «porque  en  todo  el  lugar  no  teníamos  quien  nos  quisiera  dar  pa- 
recer-, como  ella  escribe.  Ni  el  P.  Alvarez  aprobaba  el  proyecto;  menos  aun  el  Rec- 


-  524  - 

como  lo  advierte  el  Doctor  Ribera,  cuando  dice:  Ellas  quisiéranse  valer  para 
esto  de  los  de  la  Compañía,  pero  parecióla  á  Doña  Guiomar  con  el  amor  que 
les  tenía,  que  había  poco  que  eran  venidos  á  aquella  ciudad,  y  eran  pobres 
y  tenían  necesidad  del  favor  y  amor  de  todos,  y  que  si  en  estos  se  me- 
tían se  harían  muy  odiosos  á  la  ciudad,  y  que  sería  mejor  valerse  de  otro, 
como  ella  me  lo  ha  dicho  á  mi.  Ibanse  las  dos  á  Santo  Tomás,  monasterio 
principal  de  la  Orden  del  glorioso  Padre  Santo  Domingo,  y  hablaron  al 
padre  Presentado  Fr.  Pedro  Ibáñez,  hombre  de  muchas  letras  y  mucha 
religión  y  dánle  cuenta  de  todo,  y  pídenle  su  parecer. 

<En  este  lance  se  conoce  cuan  á  las  claras  quiso  dar  á  entender  la  Ma- 
jestad divina,  cómo  el  influjo  principal  para  la  erección  de  la  Reforma  del 
Carmelo  le  fiaba  el  Señor  á  Santo  Domingo  de  Guzmán,  por  medio  de  sus 
hijos;  pues  en  la  sazón  que  era  naturalismo  corriese  por  otros  este  logro, 
dispuso  la  soberana  ordenación  el  honesto  motivo,  que  mencionó  Ribera, 
para  que  así  pasase  la  consulta  y  el  amparo  de  esta  Santa  Virgen  á  la  Re- 
ligión Dominicana.  Todo  esto  se  verá  más  patente  en  las  mismas  voces  de 
la  Santa  con  que  refiere  este  pasaje:  < Fueron  (dice)  tantos  los  dichos  y  el 
alboroto  de  mi  mismo  monasterio,  que  al  Provincial  le  pareció  recio  po- 
nerse contra  todos,  y  así  mudó  el  parecer  y  no  la  quiso  admitir:  dijo  que 
la  renta  no  era  segura,  y  que  era  poca,  y  que  era  m  jcha  la  contradicción;  y 
en  todo  parece  tenía  razón,  y  en  fin  lo  dejó,  y  no  la  quiso  admitir.  Nos- 
otras, que  ya  parecía  teníamos  recibidos  los  primeros  golpes,  diónos  muy 
gran  pena,  en  especial  me  la  dio  á  mí  de  ver  al  Provincial  contrario,  que 
con  quererlo  él,  tenía  yo  disculpa  con  todos.  A  mi  compañera  ya  no  la 
querían  absolver,  si  no  lo  dejaba,  porque  decían  era  obligada  á  quitar  el  es- 
cándalo. 


tor  P.  Dionisio  Vázquez,  y  imiclio  menos  el  P.  Fernando  del  Águila,  quien  dijo: 
••<claramente  era  demonio».  ¿Cómo,  pues,  Santa  Teresa  había  de  acudir  á  los  padres 
Jesuítas  buscando  apoyo?  El  autor  que  estamos  anotando,  dice  que  fué  por  no  mal- 
quistar á  los  Jesuítas;  pero  se  funda  únicamente  en  que.  «así  lo  advierte  el  P.  Ribe- 
ra». Bien  examinado  el  caso  y  sus  circunstancias,  se  ve  que  no  fué  ese  el  verdadero 
motivo,  sino  el  que  la  Santa  señala,  ósea,  que  ni  Jesuíta  ni  ninguno  aprobaba  su 
proyecto. 


-  525  - 

«Ella  fué  á  un  gran  letrado,  muy  gran  Siervo  de  Dios,  de  la  Orden  de 
Santo  Domingo,  á  decírselo,  y  darle  cuenta  dj  todo  esto  (fué  aun  antes 
que  el  Provincial  lo  tuviese  dejado),  porque  en  todo  el  lugar  no  teníamos 
quien  nos  quisiese  dar  parecer;  y  así  decían,  que  sólo  era  por  nuestras 
cabezas.  Dio  esta  señora  relación  de  todo,  y  cuenta  de  la  renta  que  tenía 
de  su  mayorazgo  á  este  santo  varón,  con  harto  deseo  nos  ayudase,  porque 
era  el  mayor  letrado,  que  entonces  había  en  el  lugar,  y  pocos  más  en  su 
Orden.  Yo  le  dije  todo  lo  que  pensábamos  hacer,  y  algunas  causas:  no  le 
dije  cosa  de  revelación  ninguna,  sino  las  razones  naturales  que  me  movían, 
porque  no  quería  yo  nos  diese  parecer,  sino  conforme  á  ellas.  El  nos  dijo 
que  le  diésemos  de  término  ocho  días  para  responder,  y  que  si  estábamos 
determinadas  á  hacer  lo  que  él  dijese.  Yo  le  dije  que  sí;  mas  aunque  yo 
esto  decía,  y  me  parece  lo  hiciera,  nunca  jamás  se  me  quitaba  una  seguri- 
dad de  que  se  había  de  hacer.  Mi  compañera  tenia  más  fe,  nunca  ella  por 
cosa  que  la  dijesen  se  determinaba  á  dejarlo:  yo  (aunque  como  digo  me 
parecía  imposible  dejarse  de  hacer)  de  tal  manera  creo  ser  verdadera  la 
revelación,  como  no  vaya  con  lo  que  está  en  la  Sagrada  Escritura,  ó  contra 
las  leyes  de  la  Iglesia,  que  somos  obligados  á  hacer:  porque  aunque  á  mí 
verdaderamente  me  parecía  era  de  Dios  si  aquel  letrado  me  dijera  que  no 
lo  podíamos  hacer  sin  o.enderle,  y  que  íbamos  contra  conciencia,  pareció- 
me luego  me  apartara  de  ello,  y  bascara  otro  medio,  mas  á  mí  no  me  daba 
el  Señor  sino  este.  Decíame  después  este  siervo  de  Dios,  que  lo  había  to- 
mado á  cargo,  con  toda  determinación  de  poner  mucho  en  que  nos  apartá- 
semos de  hacerlo,  (porque  ya  había  venido  á  su  noticia  el  clamor  del  pue- 
blo, y  también  le  parecía  desatino  como  á  todos;  y  en  sabiendo  habíamos 
ido  á  él,  le  envi(')  á  avisar  un  caballero,  que  mirase  lo  que  hacía,  que  no 
nos  ayudase)  y  que  en  comenzando  á  mirar  lo  que  nos  había  de  respon- 
der, y  á  pensar  en  el  negocio,  y  el  intento  que  llevábamos,  y  manera  de 
concierto  y  religión,  se  le  asentó  ser  muy  en  servicio  de  Dios,  y  que  no 
había  de  dejar  de  hacerse;  y  asi  nos  respondió  nos  diésemos  priesa  á  con- 
cluirlo, y  dijo  la  manera  y  traza,  que  se  había  de  fiar  de  Dios,  que  quien 
lo  contradijese  fuese  á  él,  que  él  respondería;  y  así  siempre  nos  ayudó,  co- 
mo después  diré. 

<  Ya  tenemos  aquí,  después  de  frustrados  muchísimos  afanes  para  la  fun 


-526- 

dación  del  monasterio,  restaurada  la  idea  por  un  religioso  dominico,  y  en 
él  un  castillo  roquero  para  defenderle,  y  llevar  adelante  su  prosecución. 
Fuera  muy  largo  el  historiar  todos  los  obstáculos  que  impedían  su  fábrica; 
baste  decir,  que  el  Provincial  retrató  la  licencia  que  habia  ofrecido  para 
esta  grande  obra;  que  todos  la  graduaron  de  locura;  que  cesó  totalmente 
por  entonces;  y  lo  que  es  mucho  más  para  martirio  de  la  Santa,  fué  el  re- 
prenderla el  confesor  (que  lo  era  á  la  sazón  el  venerabilísimo  Jesuíta  Bal- 
tasar Alvarez)  todo  lo  ejecutado  en  aquel  negocio.  Asi  lo  indica  la  pluma 
celestial  cuando  dice:  -Lo  que  mucho  me  fatigó,  fué  una  vez  que  mi  con- 
fesor, como  si  yo  hubiera  hecho  cosa  contra  su  voluntad,  (también  debía 
el  Señor  querer  que  de  aquella  parte,  que  más  me  había  de  doler,  no  me 
dejase  de  venir  trabajo;  y  asi  en  esta  multitud  de  persecuciones,  que  á  mi 
me  parecía  había  de  venirme  del  consuelo)  me  escribió,  que  ya  vería  que 
era  todo  sueño  en  lo  que  había  sucedido,  que  me  enmendase  de  ahí  ade- 
lante en  no  querer  salir  con  nada,  ni  hablar  más  en  ello,  pues  veía  el  escán- 
dalo que  habia  sucedido,  y  otras  cosas,  todas  para  dar  pena.  Esto  me  la 
dio  mayor  que  todo  junto,  pareciéndome  si  habia  sido  yo  ocasión,  y  teni- 
do culpa  en  que  se  ofendiese,  y  que  si  estas  visiones  eran  ilusiones,  que 
toda  la  oración  que  tenia  era  engaño,  y  que  yo  andaba  muy  engañada  y 
perdida. 

"No  parece  que  puede  figurarse  estado  más  adusto  ni  mayor  imposi- 
bilidad, que  aquella  en  que  se  vio  en  este  lance  el  principio  de  nuestra 
Descalcez;  mas  como  el  Señor  ocultaba  su  fuerza  y  restauración  en  el 
patrocinio  de  Santo  Domingo  de  Ouzmán,  mantuvo  á  su  hijo  el  Presenta- 
do Ibáñez  en  tan  firme  constancia,  para  restablecer  lo  que  había  caído; 
que  estable  en  su  primer  propósito,  enardeció  el  ánimo  para  seguir  la  idea, 
recurriendo  á  Roma  y  á  cuantos  arbitrios  eran  conducentes  para  asegu- 
rarlo. Todo  lo  contesta  Santa  Teresa  de  Jesús  cuando  dice:  El  santo  va- 
rón dominico  no  dejaba  de  tener  por  tan  cierto  como  yo,  que  se  había  de 
hacer;  y  como  yo  no  quería  entender  en  ello,  por  no  ir  contra  la  obedien- 
cia de  mi  confesor,  negociábalo  él  con  mi  compañera,  y  escribían  á  Roma,  y 
daban  trazas.  También  comenzó  aquí  el  demonio,  de  una  persona  en  otra, 
procurar  se  entendiese  que  había  yo  visto  alguna  revelación  en  este  nego- 
cio, y  iban  á  mi  con  mucho  miedo  á  decirme,  que  andaban  los  tiempos 


—  527- 


recios.  y  que  podía  ser  me  levantasen  algo,   y  fuesen  á  ios  Inquisidores. 
A  mi  me  cayó  esto  en  gracia  y   me  iiizo  reir.  (porque  en  este  caso  jamás 
yo  temí,  que  sabía  bien  de  mi.  que  en  cosa  de  la  fe,  contra  la  menor  ce- 
remonia de  la  Iglesia,  que  alguien  viese  yo  iba:  por  ella,  ó  por  cualquiera 
verdad  de  la  Sagrada  Escritura  me  ponía  yo  á  morir  mil  muertes)  y  dije, 
que  de  esto  no  temiesen,  que  harto  mal  seria  para  mi  alma  si  en   ella  hu- 
biese cosa  que  fuese  de  suerte,  que  yo  temiese  la  inquisición;  que  si  pen- 
sase había  para  qué.  yo  me  la  iría  á  buscar,  y  que  si  era  levantado,  que  el 
Señor  me  libraría  y  quedaría  con  ganancia.  Y  trátele  con  este   Padre  mió 
dominico,  (que  como  digo  era  tan  letrado,  que  podía  bien  asegurar  con 
lo  que  él  me  dijese)  y  díjele  entonces  todas  las  visiones,  y  modo  de  ora- 
ción, y  las  grandes  mercedes  que  me  hacía  el  Señor,  con  la  mayor  claridad 
que   pude,  y  supliquéle  lo  mirase  muy  bien,  y  me  dijese  si  había  algo 
contra  la  Sagrada  Escritura,  y  lo  que  de  todo  sentía.  El  me  aseguró  mu- 
cho, y  á  mi  parecer  le  hizo  provecho;  porque  aunque  él  era  muy  bueno, 
de  allí  adelante  se  dio  mucho  más  á  la  oración,  y  se  apartó  en  un  monas- 
terio de  su  Orden,  donde  hay  mucha  soledad,  para  poder  mejor  ejercitarse 
en  esto,  adonde  estuvo  más  de  dos  años,  y  sacóle  de  allí  la  obediencia, 
que  él  sinti()  harto,  porque  le  hubieron  menester,  como  era  persona  tal;  y 
yo  en  parte  sentí  mucho  cuando  fué  (aunque  no  se   lo  estorbé)   por  la 
grande  falta  que  me  hacía,  mas  entendí  su  ganancia;  porque  estando  con 
harta  pena  de  su  ida,  me  dijo  el  Señor,  que  me  consolase,  y  no  la  tuviese, 
que  bien  guiado  iba.  Vino  tan  aprovechada  su  alma  de  allí,  y  tan  adelante 
en  aprovechamiento  de  espíritu,  que  me  dijo  cuando  vino,  que  por  ningu- 
na cosa  quisiera  haber  dejado  de  ir  allí.  Y  yo  también  podía  decir  lo  mis- 
mo, porque  lo  que  antes  me  aseguraba,  y  consolaba  con  solas  sus  letras, 
ya  lo  hacía  también  con  la  experiencia  de  espíritu,  que  tenía  harta  de  co- 
sas sobrenaturales,  y  trájole  Dios  á  tiempo  que  vio  su  Majestad  había  de 
ser  menester  para  ayudar  á  su  obra  de  este  monasterio,  que  quería  su 
Majestad  se  hiciese. - 

Con  este  principal  auxilio,  y  otros  favorables,  que  aprontó  la  Provi- 
dencia omnipotente,  llegó  á  fundarse  el  monasterio  de  San  José  de  Avila, 
origen  y  cepa  de  toda  la  Reformación.  Logróse  su  existencia  con  un  se- 
creto profundísimo;  pero  al  punto  que  se  hizo  nrnoria  en   aquella  ciudad, 


-528- 

se  levantó  tal  revolución  en  casi  todos  los  vecinos,  que  sin  duda  alguna 
la  hubieran  arruinado,  si  el  poder  infinito  no  reservase  su  defensa  para  otro 
Religioso  de  la  misma  Orden.  Armado  de  político  celo  pasó  el  Goberna- 
dor de  la  ciudad  é  deshacer  el  monasterio,  y  enviar  las  monjas  á  sus  ca- 
sas, luego  que  logró  la  noticia  de  esta  novedad.  Contúvole  en  su  primer 
coraje  la  mano  invisible  de  Dios;  mas  reservando  en  su  propósito  cuantos 
esfuerzos  pudo  recobrar,  formó  una  junta  de  todos  los  estados,  y  perso- 
nas señaladas  del  pueblo,  para  demoler  la  fundación.  Peroró  en  ella  con 
eficaz  impulso:  <Y  todos  los  demás  (son  palabras  de  nuestro  Cronista) 
aprobaron  á  bulto  sus  razones  sin  examinarlas.  Otros,  ó  dudosos,  ó  con- 
trarios al  parerecer  suyo  callaban,  no  atreviéndose  á  defender  públicamen- 
te la  verdad:  enfermedad  muy  ordinaria  de  las  comunidades,  donde  de 
ordinario  se  antepone  el  bien  propio  al  común,  en  los  que  más  obligados 
están  á  defenderle,  y  que  de  él  recebieron  autoridad  para  hacerlo.  Uno  en- 
tre tantos  con  celo  de  Dios,  (1)  y  libertad  cristiana,  que  fué  el  Padre  Maes- 
tro Fr.  Domingo  Báñez,  Lector  de  Teología  en  el  Convento  de  Santo  To- 
más, después  Catedrático  de  Prima  en  Salamanca.  (Hijo  en  fin  de  Santo 
Domingo)  opuesto  al  Corregidor,  dijo (2) 

(1)  Aludiendo  á  este  suceso  escribe  así  mi  amigo  el  meritisimo  poeta  P.  Cam- 
paña en  su  Romancero  de  Santa  Teresa,  página  74:» 

«Todos  me  son  enemigos, 

Y  alzan  sobre  mi  la  diestra, 

Y  sobre  mi  nombre  y  fama 
La  descargan  sin  clemencia. 
Sólo  un  Guzmán  (a)  se  levanta 
A  quien  el  diablo  no  ciega 

Y  deshace  los  nublados 

Y  acuchilla  la  tormenta, 
Solo  el  padre  Báñez,  solo 
Es  el  sol  entre  las  nieblas. 
Que  cobardes  se  retiran 
De  la  gloriosa  palestra.» 

(2)  A  continuaci(>n  inserta  el  discurso  que  ya  dejamos  consignado  en  otra  parte. 


(a)    Un  Dominicf 


-529- 

«Las  razones  sabias  y  fervorosísimas  de  este  gran  religioso  (sin  du- 
da inspiradas  del  Espíritu  Santo  por  medio  de  Santo  Domingo)  aquieta- 
ron la  furia  de  todos  aquellos  que  impugnaban  á  Santa  Teresa  de  Jesús,  y 
se  dio  tiempo  para  que  el  asunto  se  mirase  con  más  suavidad,  reflexión, 
y  cordura,  de  que  se  siguió  mudarse  la  suerte  hacia  la  permanencia  de  es- 
ta santa  casa.  Verdad  es,  que  respiraban  cada  día  nuevas  invasiones  en 
casi  los  dos  años  que  duró  la  cuestión;  pero  todas  parece  quedaban  disi- 
padas, mediante  el  auxilio  que  ponía  en  el  cielo  Santo  Domingo  de  Guz- 
mán;  cuyo  amparo  fué  tan  á  lo  visible,  que  hallándose  ausente  el  Presen- 
tado Fr.  Pedro  Ibáñez  en  ocasión  que  se  necesitaba  su  persona  para  ven- 
cer las  últimas  dificultades,  dispuso  el  acuerdo  divino,  que  inopinada- 
mente volviese  á  la  ciudad  para  superarlas,  y  coronar  la  fundación.  Así  lo 
dice  la  celestial  maestra  con  estas  palabras:  «Aplacada  ya  algo  la  ciudad, 
dióse  tan  buena  maña  el  padre  Presentado  Dominico,  que  nos  ayudaba, 
aunque  no  estaba  presente,  mas  habíale  traído  el  Señor  á  un  tiempo,  que 
nos  hizo  harto  bien,  y  pareció  haberle  Su  Majestad  para  sólo  este  fin  traí- 
do, que  me  dijo  él  después,  que  no  había  tenido  para  qué  venir,  sino  que 
acaso  lo  había  sabido.  Estuvo  lo  que  fué  menester:  tornado  á  ir,  procuró 
por  algunas  vías,  que  nos  diese  licencia  nuestro  padre  Provincial  para 
venir  yo  á  esta  casa  con  otras  algunas  conmigo  (que  parecía  casi  impo- 
sible darla  tan  en  breve),  para  hacer  el  oficio,  y  enseñar  á  las  que  estaban.  > 

'Se  olvidó  prevenir  cómo  antes  de  entregarse  la  Santa  á  las  diligencias 
efectivas  de  este  monasterio,  había  consultado  sus  ideas  con  otro  hijo  de 
Santo  Domingo,  para  que  su  consejo  la  sirviese  de  norte  en  asunto  tan 
arduo.  Fué  este  San  Luis  Beltrán,  quien,  admitiendo  la  consulta  con  gran- 
de gozo  suyo,  la  dio  la  respuesta  en  una  carta  en  que  la  dice:  Madre  Te- 
resa, recibí  vuestra  carta.  Y  porque  el  negocio  sobre  que  me  pedís  pare- 
cer es  tan  del  servicio  del  Señor,  he  querido  encomendárselo  en  mis  po- 
bres oraciones  y  sacrificios;  y  esta  ha  sido  la  causa  de  haber  tardado 
en  responderos.  Ahora  digo,  en  nombre  del  mismo  Señor,  que  os  animéis 
para  tan  grande  empresa,  que  él  os  ayudará,  y  favorecerá.  Y  de  su  parte 
os  certifico,  que  no  pasarán  cincuenta  años,  que  vuestra  religión  no  sea  una 
de  las  más  ilustres  que  haya  en  la  Iglesia  de  Dios.  El  cual  os  guarde,  et- 
cétera. En  Valencia.  Fr.  Luis  Beltrán. 

34 


-530- 

•  De  lo  dicho  hasta  aquí  se  prueba  claramente  el  patrocinio  singular, 
que  logró  la  Santa  de  los  venerables  profesores  de  esta  esclarecida  Reli- 
gión; pues  el  primer  intento  que  ideó  nuestra  Descalcez  en  la  fundación  de 
San  José  de  Avila,  fué  fortalecido  con  las  oraciones,  apoyo,  y  dictamen  de 
San  Luis  Beltrán;  su  principio,  progreso,  y  fin,  y  segura  estabilidad  fué 
caminando  con  admirable  providencia  sobre  los  hombros,  y  diligencias 
oportunas  de  los  venerabilísimos  maestros  Fr.  Pedro  Ibáñez,  y  Fr.  Do- 
mingo Báñez;  de  suerte,  que  aunque  no  faltaron  otros  medios  de  algunas 
personas  ejemplares  que  cooperaron  á  esta  obra,  los  de  la  Religión  Domi- 
nicana fueron  tan  patentes,  y  eficaces,  que  quiso  la  Majestad  divina  dar 
á  conocer  era  la  Reforma  del  Carmelo  asunto  propísimo  de  aquel  sobera- 
no Patriarca.  Todos  estos  auxilios  aprontaba  este  Santo  en  premio  de 
aquella  amorosa  devoción  que  le  profesaba  Santa  Teresa  de  Jesús,  aun 
antes  de  hacerla  la  promesa,  que  hoy  hemos  referido.  Cuáles  serian  los 
que  salieran  de  su  influjo,  después  que  se  obligó  con  mano  y  palabra,  á 
cuidar  de  su  Orden?  Qué  oficios  no  pondría  de  padre,  abogado  y  pro- 
tector, cuando  miraba  á  su  devota  en  las  agrias  fatigas  que  ahogaban  á  su 
espíritu  en  las  fundaciones  de  otros  monasterios?  No  se  puede  negar  que 
serían  conformes  á  la  palabra  que  la  dio.  Asi  lo  contesta  el  doctísimo  ca- 
tedrático Fr.  Domingo  Báñez  en  la  deposición  que  hizo  en  las  informacio- 
nes para  la  canonización  de  la  Santa,  donde,  hablando  de  ella,  dice  lo  si- 
guiente: Fiaba  mucho  de  la  intercesión  de  los  Santos,  especialmente  de 
San  José  y  Santo  Domingo,  fundador  de  la  Orden  de  Predicadores,  del 
cual  me  dijo,  que  se  le  había  aparecido  en  la  oración,  y  díchole  que  se  es- 
forzase, que  él  la  ayudaría;  y  después  de  algunos  años  vi  por  experiencia 
lo  que  el  Santo  la  prometió,  por  ministerio  de  sus  hijos. 

«Establecido  el  primer  convento  de  nuestra  Reforma  con  la  ayuda  de 
estos  venerables  Religiosos,  pasó  la  santa  fundadora  á  dilatar  la  Orden 
con  nuevas  fundaciones  de  frailes  y  de  monjas,  cooperando  á  todas,  ó  las 
más  el  mismo  brazo  de  esta  religión  santísima.  Entre  las  muchas  señas, 
que  dio  la  Providencia  omnipotente  para  manifestar  corría  nuestra  Orden 
á  cuenta  del  amparo,  y  auxilio  de  Santo  Domingo  de  Ouzmán,  es  singula- 
rísima la  de  haber  nombrado  la  Santidad  de  Pío  V,  dos  Comisarios  Apos- 
tólicos de  la  familia  de  los  Predicadores  para  gobernar  á  la  del  Carmen, 


-531  - 


que  entonces  constaba  de  Calzados  y  Descalzos;  sobre  cuya  providencia 
dice  nuestra  historia  lo  siguiente:  Son  de  mucha  atención  los  Visitadores, 
que  Pío  V,  dio  de  su  Orden  de  Predicadores  á  la  del  Carmen.  Porque  fue- 
ron los  que  mucho  favorecieron,  y  honraron  nuestra  Descalcez,  que  con 
el  favor  de  su  Orden  había  comenzado,  y  por  cuyo  parecer,  y  mandato  ella 
comenzó  á  dilatarse.  Fueron  estos  Reverendísimos  Maestros  Fr.  Pedro 
Fernández,  actual  prior  entonces  del  convento  de  Talavera  de  la  Reina,  y 
Fr.  Francisco  de  Vargas,  que  lo  era  asimismo  de  San  Pablo  de  Córdoba. 
Al  primero  se  le  confirió  el  mando  para  la  provincia  de  Castilla,  y  al  se- 
gundo para  la  de  Andalucía;  y  éste,  que  era  el  Maestro  Vargas,  siempre  in- 
clinadísimo á  favorecer  á  los  Descalzos,  sustituyó  después  su  comisión  en 
nuestro  Venerable  Gracián. 

<E1  Maestro  Fernández  se  mostró  tan  padre  de  nuestra  Descalcez,  como 
lo  indica  nuestro  Historiador  cuando  refiere  la  visita  que  hizo  á  la  comu- 
nidad de  nuestro  convento  de  Pastrana,  en  cuyo  pasaje  escribió  estas  pa- 
labras: •  Los  pocos  días  que  en  San  Pedro  estuvo  el  padre  Visitador,  des- 
pués de  haber  recibido  la  obediencia  de  los  Religiosos,  los  gastó  en  su  be- 
neficio. Exhortaba  la  comunidad  á  la  perseverancia  en  lo  comenzado, 
proponiéndoles  el  gran  servicio  que  á  la  Iglesia  hacían,  el  colmado  fruto  de 
su  Religión,  y  el  crecido  agrado  del  Señor.  Y  para  que  las  virtudes  crecie- 
sen, las  alababa.  A  los  particulares  exhortaba  en  su  celda,  y  alumbraba 
según  la  necesidad  de  cada  uno.  A  cierto  novicio  muy  fervoroso  traía  muy 
de  vencida  el  demonio  para  que  dejase  el  hábito,  proponiéndole  que  en 
otra  orden  se  guardaba  más  rigor,  y  podría  fácilmente  conseguir  la  perfec- 
ción. Comunicó  su  pensamiento  con  el  Visitador.  Díjole  ser  declarada  ten- 
tación para  sacarle  una  vez  de  la  Religión,  y  ponerle  después  nuevos,  y 
grandes  obstáculos  para  no  entrar  en  otra.  Y  entre  otras  cosas,  en  remedio 
del  inquieto  pensamiento,  le  dijo:  -En  todo  cuanto  yo  he  visto  y  leído,  no 
alcanzo  que  en  toda  la  Iglesia  de  Dios  haya  monasterio,  donde  mayor  ri- 
gor y  perfección  se  guarden  en  este  .  Sosegóse  con  esto  el  novicio, 
profesó,  y  después  repetía  estas  palabras  agradeciendo  el  beneficio  que 
este  sabio  padre  le  hizo:  Llegando  á  Madrid,  dijo  tanto  al  príncipe  Rui  Gó- 
mez, á  todo  el  Palacio,  al  Nuncio  de  su  Santidad;  y  finalmente  al  prudente 
Rey,  que  á  todos  los  llenó  de  esperanzas  de  grandes  cosas  para  lo  futuro. 


-  532  - 

«A  la  sombra  y  escudo  de  los  dos  Prelados  Dominicos  iba  subiendo 
nuestra  Descalcez,  con  incremento  casi  milagroso,  hasta  tanto,  que  salien- 
do de  esta  vida  el  Nuncio  Hormaneto,  gran  favorecedor  de  Santa  Teresa  de 
Jesús,  y  de  toda  su  familia,  se  mudó  la  suerte  con  aire  tan  fatal,  que  se  hu- 
biera extinguido  toda  la  Reforma,  si  el  poder  soberano  no  la  sostuviese 
con  medios  oportunos.  Fuera  muy  molesto  el  historiar  todos  los  vagios, 
escollos  y  tormentas  en  que  zozobra  la  navecilla  del  Carmelo,  en  cuyas 
borrascas  no  faltaron  pilotos  Dominicos,  que  la  diesen  la  mano  para  po  - 
nerla  en  puerto  de  salud.  Mandó  el  Rey  se  nombrase  una  junta  de  cuatro 
Asistentes  para  decidir  la  competencia  entre  Calzados  y  Descalzados:  y 
dispuso  el  Señor,  que  entre  los  cuatro,  que  asistieron,  fuesen  los  dos  el 
Maestro  Fr.  Hernando  del  Castillo,  y  Fr.  Pedro  Fernández,  Provincial  de 
Castilla,  ambos  Dominicos.  Cuando  Santa  Teresa  de  Jesús  tuvo  esta  noti- 
cia, y  vio  nuevamente  descubierto  el  patrocinio  de  su  amante  devoto  San- 
to Domingo  de  Guzmán,  por  medio  de  sus  hijos,  juzgó  indefectible  la  es- 
tabilidad de  su  Reforma;  y  hablando  del  Reverendísimo  Fernández,  á  quien 
ella  conocía,  dijo  con  luz  proíética:  -  En  viendo  yo,  que  el  Rey  le  habia 
nombrado,  di  el  negocio  por  acabado,  como  por  la  misericordia  de  Dios 
lo  está.» 

«En  el  tiempo,  que  se  celebraba  la  junta  referida,  fué  cuando  sucedió 
la  misteriosa  aparición  del  perro  blanco  y  negro,  de  que  se  hizo  mención 
en  el  número  nueve  marginal  de  este  dia;  cuya  concurrencia  sirvió  de  se- 
ñal, que  hizo  demostrable  el  cuidadoso  influjo,  que  ponía  desde  el  cielo 
Santo  Domingo  de  Guzmán  para  la  permanencia  de  nuestra  Descalcez. 
Así  se  logró,  como  dijo  la  santa  fundadora,  pero  restaba  otro  asunto  no 
menos  arduo  é  importante,  que  era  la  separación  de  los  Calzados,  que 
también  se  logró  á  costa  de  fatigas,  de  allí  á  algún  tiempo;  cuya  ejecución 
(que  fué  el  total  asiento  de  la  Orden)  providenció  la  Majestad  divina  fue- 
se practicada  por  otro  Padre  Dominico,  según  lo  declaran  estas  expresio- 
nes de  Santa  Teresa  de  Jesús:  ^Estando  yo  en  Palencia  (dice)  fué  Dios 
servido,  que  se  hizo  el  apartamiento  de  los  Descalzos,  y  Calzados,  hacien- 
do Provincial  por  sí,  que  era  todo  lo  que  deseábamos  para  nuestra  paz  y 
sosiego.  Trájose  (por  petición  de  nuestro  Católico  Rey  D.  Felipe)  un  Bre- 
ve muy  copioso  para  esto;  y  Su  Majestad  nos  favoreció  mucho,  como  lo 


-  533  - 

había  comenzado.  Hízose  Capítulo  un  Alcalá,  por  mandado  de  un  reveren- 
do padre,  llamado  Fr.  Juan  de  las  Cuevas,  que  era' entonces  Prior  en  Tala- 
vera;  es  de  la  Orden  de  Santo  Domingo,  que  vino  señalado  de  Roma,  y 
nombrado  por  su  Majestad,  persona  muy  santa  y  cuerda,  como  era  menes- 
ter para  cosa  semejante. 

*En  esta  junta  de  Alcalá,  que  ha  mencionado  nuestra  Santa  Madre, 
puso  la  iiltim  i  mano  Santo  Domingo  de  Guzmán  para  establecer  nuestra 
Reforma;  porque  en  ella,  mediante  la  religiosa  dirección  de  su  ilustre  hijo 
Fr.  Juan  de  las  Cuevas,  que  presidió  el  Cijpítulo,  se  formalizó  la  separa- 
ción de  los  Calzados,  quedando  la  Reforma  como  familia  separada,  con 
peculiar  gobierno,  y  las  primeras  leyes,  que  allí  se  promulgaron;  debien- 
do nuestra  Descalcez  á  este  gravísimo  sujeto  igual  beneficio,  que  el  que 
gozó  toda  la  Orden  en  los  tiempos  pasados  de  otro  gran  Dominico  el 
Eminentísimo  Señor  Cardenal  Hugo  de  Santa  Sabina,  que  de  orden  de 
Inocencio  IV  explicó  y  declaró  la  Regla  primitiva  de  nuestro  Santo  Mon- 
te, en  la  forma,  que  la  tiene  y  observa  el  Carmen  Reformado.  Todos  estos 
favores  y  protecciones  singulares,  que  hemos  debido  los  hijos  de  Santa 
Teresa  de  Jesjs  á  los  dociisimos,  venerables,  y  santos  del  gran  Patriar- 
ca Santo  Domingo,  dieron  ocasión  á  nuestra  Santa'  Madre  para  proferir  en 
la  ciudad  de  Burgos  lo  mucho,  que  los  Dominicos  habían  favorecido  á 
nuestra  Santa  Orden;  y  se  la  dio  también  al  Venerable  Palafox,  para  que 
en  apoyo  de  este  asunto  dijese  aquel  gravísimo  Prelado  estas  verídicas 
palabras:  «Aquí  se  conoce,  que  esta  santa  Reforma  se  debe  en  gran  parte, 
si  no  en  todo,  en  sus  santos  principios,  á  la  ilustre  Religión  de  Santo  Do- 
mingo, que  con  aquel  espíritu  soberano,  que  la  comunica  Dios,  conoció 
desde  luego  cuan  crecido  fruto  se  esperaba  á  la  Iglesia  de  que  este  árbol 
creciese,  y  se  lograse,  y  no  lo  cortase  por  el  tronco  impróvidamente  la  se- 
gur de  la  contradicción. 

'Insinuado  muy  por  mayor  el  religioso  influjo,  que  la  Religión  de  Pre- 
dicadores puso  para  fundar  la  Descalcez  del  Carmen,  se  hace  preciso  re- 
ferir con  igual  brevedad  el  que  aplicaron  los  más  sobresalientes  de  estos 
obreros  religiosos  al  celestial  asunto  de  pulir,  perfeccionar,  y  disponer  el 
corazón  y  espíritu  de  la  santa  fundadora  al  auge  de  una  perfección  ma- 
ravillosa, desviándole  con  sus  santas  doctrinas  de  algunos  extravíos,  é 


I 


—  534- 

ignorancias,  en  que  la  permitieron  muchos  años  directores  de  inhábil  su- 
ficiencia. Trata  este  punto  nuestra  Madre  en  el  Capítulo  V  del  libro  de  su 
Vida,  donde  dice:  «Lo  que  era  pecado  venial  decíanme  que  no  era  nin- 
guno; lo  que  era  gravísimo  mortal,  que  era  venial.  Esto  me  hizo  tanto  daño, 
que  no  es  mucho  lo  diga  aquí,  para  aviso  de  otras  de  tan  gran  mal,  que 
para  delante  de  Dios,  bien  veo  no  me  es  disculpa,  que  bastaban  ser  las 
cosas  de  su  natural  no  buenas,  para  que  yo  me  guardara  de  ellas.  Creo 
permitió  Dios  por  mis  pecados  ellos  se  engañasen,  y  me  engañasen  á  mí: 
yo  engañé  á  otras  hartas  con  decirles  lo  mismo,  que  á  mí  me  habían  di- 
cho. Duré  en  esta  ceguedad  creo  más  de  diez  y  siete  años,  hasta  que  un 
Padre  Dominico,  gran  letrado,  me  desengañó  en  cosas. 

«En  el  capítulo  XXXI  del  libro  de  su  Vida  refiere  cierta  especie  de  en- 
gaño, con  que  era  tentada  con  sobreescrito  de  humildad,  del  cual  la  sacó 
otro  religioso  dominico;  pero  aun  es  más  notable  el  que  la  Santa  pade- 
cía en  otro  asunto,  del  que  también  salió  mediante  la  doctrina  y  enseñan- 
za de  otro  profesor  de  esta  Santa  Orden.  -Acaecióme  á  mi  una  ignorancia 
al  principio,  que  no  sabía  que  estaba  Dios  en  todas  las  cosas;  y  como  me 
parecía  estar  tan  presente,  parecíame  imposible  dejar  de  creer  que  estaba 
allí,  no  podía,  por  parecerme  casi  claro  había  entendido  estar  allí  su  mis- 
ma presencia.  Los  que  no  tenían  letras  me  decían,  que  estaba  sólo  por 
gracia;  yo  no  lo  podía  creer,  porque  como  digo,  parecíame  estar  presente; 
y  así  andaba  con  pena.  Un  gran  letrado  de  la  Orden  del  glorioso  Patriar- 
ca Santo  Domingo  me  quitó  de  esta  duda,  que  me  dijo  estar  presente,  y 
como  se  comunicaba  con  nosotros;  que  me  consoló  harto. > 

No  fué  tan  craso,  como  el  engaño  referido,  lo  que  la  hicieron  practi- 
car en  aquel  tiempo,  que  juzgaban  algunos  hombres  doctos  eran  del  dia- 
blo, y  no  de  Dios  las  apariciones,  que  gozaba;  pero  siempre  debe  juzgar- 
se desacierto  en  el  modo  y  estilo  con  que  fué  gobernada  en  este  lance. 
Dirigíala  entonces  con  gran  sabiduría,  acierto,  y  santidad  el  venerable  Je- 
suíta Baltasar  Alvarez,  varón  dignísimo  de  eterna  memoria;  y  en  su  ausen- 
cia la  confesaba  algunas  veces  otro  religioso  de  su  mismo  Colegio,  que 
la  dio  un  dictamen,  que  según  al  efecto,  no  parecía  acertado.  Da  noticia 
del  caso  el  Reverendísimo  Ribera  del  mismo  instituto,  y  dice:  Yendo, 
pues,  creciendo  las  visiones,  otro  padre  del  mismo  Colegio  que  antes  la 


-535- 

ayudaba,  y  la  confesaba  algunas  veces,  cuando  el  P.  Baltasar  Alvarez  no 
podía,  la  dijo  que  claramente  era  el  demonio,  y  que  ya  que  ella  no  podía 
resistir,  se  santiguase  á  lo  menos  cuando  algo  viese,  y  diese  higas  porque 
era  el  demonio,  y  con  esto  dejaría  de  venir.  Terrible  cosa  fué  esta  para 
ella,  porque  tenía  para  sí  por  averiguado,  que  era  Dios;  pero  era  tan  gran- 
de su  obediencia,  que  cuanto  la  mandaban  hacia.  •  La  aflicci(3n  y  repugnan- 
cia con  que  la  santa  Madre  siguió  este  parecer  lo  explica  ella  misma, 
cuando,  dice:  «Dábame  este  dar  higas  grandísima  pena,  cuando  vía  esta 
visión  del  Señor;  porque  cuando  yo  le  via  presente,  si  me  hicieran  peda- 
zos no  pudiera  yo  creer,  que  era  demonio,  y  así  era  un  género  de  peni- 
tencia para  mi.  Y  por  no  andar  tanto  santiguándome,  tomaba  una  cruz  en 
la  mano.  Esto  hacía  casi  siempre,  las  higas  no  tan  continuo,  porque  sen- 
tía mucho:  acordábame  de  las  injurias  que  le  habían  hecho  los  judíos  y  su- 
plicábale me  perdonase,  pues  yo  lo  hacía  por  obedecer  al  que  tenía  en  su 
lugar,  y  que  no  me  culpase  pues  eran  los  ministros  que  él  tenía  puestos 
en  su  iglesia.    Últimamente,  desdiciéndola  mucho  esta  providencia,  que 
ella  obedecía  con  gran  resignación,  la  consultó  de  allí  á  algunos  años  con 
un  religioso  dominico,  quien  la  dio  luces  y  la  solidísima  doctrina,  que  en 
semejante  caso  debía  de  practicarse,  Dícelo  la  Santa  en  las  Fundaciones 
hablando  de  si  misma  en  tercera  persona,  con  estas  palabras:   «Yo  sé  de 
una  persona,  (escribe)  que  la  trajeron  harto  apretada  los  confesores  por 
cosas  semejantes,  que  después,  á  lo  que  se  pudo  entender  (por  los  gran- 
des efectos  y  buenas  obras  que  de  esto  procedieron)  era  Dios;  y  harto 
tenía  (cuando  veía  su  imagen  en  alguna  visión)  que  santiguarse,  y  dar 
higas,  porque  se  lo  mandaban  así.  Después  tratando  con  un  gran  letrado 
Dominico,  Fr.  Domingo  Báñez,  dijo,  que  era  mal  hecho,  que  ninguna  per- 
sona hiciese  esto,  porque  adonde  quiera  que  veamos  la  imagen  de  Nues- 
tro Señor  es  bien  reverenciarla,  aunque  el  demonio  la  haya  pintado;  por- 
que él  es  gran  pintor,  y  antes  nos  hace  buena  obra,  queriéndonos  hacer 
mal,  si  nos  pinta  un  crucifijo,  ú  otra  imagen  tan  al  vivo,  que  la  deje  es- 
culpida en  nuestro  corazón.  Cuadróme  mucho  esta  razón,  porque   cuando 
vemos  una  imagen  muy  buena,  aunque  supiésemos  la  ha  pintado  un  mal 
hombre,  no  dejaríamos  de  estimar  la  imagen,  ni  haríamos  caso  del  pintor 
para  quitarnos  la  devf)ción. 


-  536  — 

«Si  se  hubiesen  de  historiar  con  cabal  noticia  todos  los  favores  y  asis- 
tencias que  el  gran  Patriarca  Santo  Domingo  desprendió  desde  el  cielo 
en  Santa  Teresa  de  Jesús  y  toda  su  Reforma,  por  medio  de  este  ilustre 
hijo  Fr.  Domingo  Báñez,  seria  muy  prolija  esta  relación.  Este  gran  hom- 
bre desde  el  dia  en  que  sin  conocerla  defendió  con  celo  sagrado  la  funda- 
ción primera  del  convento  de  Avila,  como  ya  se  dijo,  asistió  á  la  Santa 
con  una  fineza  inexplicable  todos  los  dias  de  su  vida.  Fué  confesor  suyo 
seis  años  seguidos,  y  siempre  le  trataba  por  cartas  en  cuantos  asuntos 
eran  importantes  para  gozar  su  dirección,  en  la  que  se  mantuvo  lo  que 
duró  su  vida.  Débese  á  la  conducta  de  este  sabio  Maestro  el  Camino  de 
Perfección  que  ella  escribió  por  mandato  suyo;  y  después  de  su  muerte 
el  que  saliese  de  la  Inquisición  el  libro  de  su  Vida,  al  que  calificó  con  la 
aprobación  que  se  halla  escrita  de  su  mano  en  el  mismo  original  de  la 
Santa,  que  hoy  existe  en  el  Escorial.  Tuvo  gran  parte  en  la  fundación  de 
Medina  del  Campo,  que  fué  la  segunda  que  ejecutó  la  Santa,  asistiéndola, 
y  confortándola  en  Arévalo;  y  después  en  Medina  en  cierto  congreso  que 
se  hizo  sobre  esta  fundación,  donde  sus  razones  rebatieron  todos  los  obs- 
táculos y  siniestros  informes,  que  detenían  al  señor  Abad  para  dar  la  li- 
cencia. En  Valladolid  se  manifestó  igualmente  activo  y  vigilante  á  favor 
de  la  Santa,  y  sus  hijas,  acerca  de  la  vocación  y  entrada  en  la  Orden  de 
Doña  Casilda  de  Padilla,  hija  de  los  Adelantados  Mayores  de  Castilla,  y 
heredera  de  su  Estado:  debiéndose  á  la  discreción  de  este  grave  maes- 
tro el  éxito  feliz  de  esta  dependencia.  El  reclutaba  monjas  para  poblar 
nuestros  monasterios,  sin  perdonar  afán  en  cuanto  se  ordenaba  al  obse- 
quio de  la  maestra  celestial,  y  amparo  de  nuestra  Descalcez.  Y  última- 
mente en  aquellas  cuestiones  desabridas  que  se  levantaron  (muerta  ya  la 
Santa)  sobre  el  gobierno  de  las  Religiosas,  (cuando  los  Prelados  de  la 
Orden,  por  justos  motivos  alzaron  la  mano  de  su  dirección)  fué  este  gra- 
ve maestro  quien  trabajó  infinito  para  aquietar  esta  tormenta,  abogando 
por  ella  con  nuestro  Vicario  general,  el  venerable  Doria,  con  unas  entra- 
ñas tan  de  Padre  de  la  Descalcez,  como  se  descubre  en  estas  voces:  Padre 
nuestro  (le  dijo),  sabiendo  vuestra  paternidad  que  esta  Religión,  adulta  ya, 
y  muy  provecta,  es  hija  de  mis  cuidados,  y  que  nació  en  mis  manos,  da- 
da tengo  de  antemano  la  razón  porque  vengo  á  abogar  por  ella,  en  ocasión 


—  537  — 

que  la  veo  en  la  mayor  turbación  y  aflicción,  que  jamás  ha  padecido;  pues 
el  amor  de  Padre  y  de  amigo,  ni  necesita  de  favores  para  enterarse,  ni 
espera  ser  llamado  para  defender  á  quien  ama,  ni  repara  en  las  palabras, 
ni  en  las  cortesías,  porque  es  superior  á  todo  esto.  Continúa  en  esta  pe- 
roración con  celo  santísimo,  y  concluye  diciendo:  Aseguremos,  Padre 
nuestro,  en  esta  acción  para  con  la  Corte,  para  con  el  Rey,  para  con  el 
mundo,  vuestra  paternidad  el  nombre,  que  ya  tiene  de  prudente,  de  per- 
donador  de  injurias:  yo  el  verdadero  servidor  suyo,  y  de  su  sagrada  Re- 
ligión; que  con  este  favor  sólo,  que  de  ella,  y  vuestra  paternidad  merezca 
conseguir,  me  daré  por  muy  satisfecho  de  lo  que  siempre  procuré  ayudar 
á  su  Santa  Madre,  de  lo  mucho  que  á  sus  hijos  é  hijas  deseo  servir.  - 

«Con  semejante  amor,  vigilancia,  y  conato,  que  el  que  se  ha  referido 
del  Maestro  Báñez,  favorecieron  á  la  Santa,  y  toda  su  familia  otros  mu- 
chos venerables  hijos  de  Santo  Domingo  de  Guzmán.  Ya  se  dijo  algo  de 
los  sapientísimos  Fr.  Vicente  Varrón,  y  el  presentado  Fr.  Pedro  Ibáñez; 
y  aquí  es  necesario  añadir,  que  á  este  último  Maestro  debe  la  Iglesia  el 
preciosísimo  tesoro  del  libro  de  la  Vida  de  la  Santa,  que  ella  escribió  por 
obedecerle.  El  doctísimo  P.  Fr.  García  de  Toledo,  no  menos  grande  en 
nobleza,  que  en  sabiduría,  por  ser  de  la  casa  de  Oropesa,  fué  tan  protec- 
tor de  nuestra  Orden,  que  dijo  la  Santa  debíamos  tratarle  como  á  funda- 
dor; como  á  este  gran  religioso  le  debemos  (sobre  otros  beneficios)  el  es- 
pecialismo  de  que  gocemos  al  presente  la  historia  de  la  fundación  de  su 
primer  convento,  que  la  mandó  escribir.  El  catedrático  Mancio  y  los  Maes- 
tros Fr.  Diego  Chaves,  (1)  confesor  de  Felipe  II;  Fr.  Juan  Gutiérrez,  y  Fr.  Her- 


(1)  Ya  que  entre  otros  se  nombra  aquí  al  P.  Chaves,  Prior  que  fué  por  dos  ve- 
ces de  este  Convento  de  Santo  Tomás,  plácenos  consignar  aqui  la  lista  de  los 
Priores  que  hubo  desde  1342  á  1582,  de  los  cuales,  si  no  todos,  quizá  la  mayor 
parte  de  ellos  confesarían  á  la  ^anta  Madre.  La  lista  está  sacada  por  el  erudito 
P.  Luis  de  Lillo  de  los  documentos  que  se  conservan  en  este  archivo,  y  es  como 
sigue: 

1542.  Fr.  Lope  de  Ovalle. 

1544.  Fr.  Diego  deTrujillo. 

1547.  Fr.  Pedro  de  San  Lucas. 

1551.  Fr.  Felipe  de  Córdoba. 


I 


-  538  - 

nando  del  Castillo,  Predicadores  del  Rey;  Fr.Juan  de  las  Cuevas, Obispo  de 
Avila;  Fr.  Pedro  Fernández,  y  Fr.  Francisco  de  Vargas,  Comisarios  Apos- 
tólicos; el  Provincial  Salinas;  el  Presentado  Lunar;  el  Lector  Yanguas,  y 
otros  muchos  fueron  sus  confesores,  y  la  sirvieron  con  caridad  muy  fina; 
y  del  P.  Fr.  Felipe  de  Meneses,  Rector  del  Colegio  de  San  Gregorio  de 
Valladolid,  dice  la  misma  Santa;  que  habiendo  oido  hablar  de  su  espíritu 
con  algunas  dudas,  vino  excitado  de  su  caridad  á  la  ciudad  de  Avila  sólo 
por  conocerla,  y  darla  luces,  si  es  que  iba  engañada,  y  si  no  defenderla, 
como  lo  ejecutó. 

*Supo  la  celestial  maestra,  que  el  gravísimo  Maestro  Fr.  Bartolomé  de 
Medina,  Catedrático  de  Salamanca,  sentía  mal  de  sus  cosas,  por  las  noti- 
cias que  la  dieron,  y  esta  disposición  la  puso  en  las  ansias  de  su  trato, 
pareciéndola  que  ninguno  la  desengañaría  mejor;  y  habiéndolo  consegui- 
do, confesóse  con  él,  dice  la  Santa:  que  este  gran  religioso  la  aseguró  tanto 
y  más  que  todos,  y  que  quedaron  muy  amigos.  Últimamente  el  alma  de 
esta  santísima  matrona  daba  á  entender  no  gozar  reposo,  satisfacción  y 
completa  seguridad,  como  el  que  conseguía  en  el  magisterio  de  estos  vene- 
rables religiosos;  pues  como  escribe  el  Sr.  Palafox:  «Para  este  examen 
eligió  á  los  hijos  de  Santo  Domingo;  y  como  quien  se  ha  de  graduar 
de  Santa,  después  de  haber  cursado,  y  hecho  actos  de  diversas  Aca- 
demias y  Universidades,  pasó  de  los  místicos  á  los  doctos  de  la  Reli- 
gión de  Santo  Domingo;  y  no  parece  reposó  su  espíritu  hasta  que  llegó 
allí.  Aprobación  es  insigne  del  espíritu  de  la  Santa  salir  bendita,  y  acre- 


1555.  Fr.  Diego  de  Chaves,  y  subprior,  el  R.  P.  Fr.  García  de  Toledo. 
1557.  Fr.  Juan  de  la  Dueña. 
1559.  Fr.  Felipe  de  Urries. 

1561.  Fr.  Bernardo  de  Nieva. 

1562.  Fr.  Pedro  Serrano. 
1565.  Fr.  Martin  de  Ayllón. 
1567.  Fr.  Domingo  Calvete. 
1570.  Fr.  Martín  Lunar. 
1575.  Fr.  Diego  de  Chaves. 
1579.  Fr.  Bartolomé  Muñoz. 
1582.  Fr.  Francisco  Vélez. 


-539- 

ditada  con  la  censura  acendrada,  y  pura  de  esta  sagrada  Religión,  que  en 
materias  de  doctrina,  y  espíritu  no  sabe,  ni  quiere  (iba  decir  ni  puede)  di- 
simular cosa  alguna;  porque  parece,  que  no  la  deja  su  celo  libertad  para 
lo  malo.^ 

Dos  cosas  principalmente  resaltan  en  el  autorizado  testimonio  que  aca- 
bamos de  transcribir.  En  primer  lugar,  para  el  autor  del  Año  Teresiano  es  un 
primer  principio  que  Dios  en  sus  eternos  decretos  estableció  que  el  patriar- 
ca Santo  Domingo  fuese  el  encargado  de  prestar  por  sí  mismo  y  por  sus 
hijos  los  auxilios  necesarios  para  que  esta  mujer  extraordinaria,  que  se  lla- 
ma Teresa  de  Jesús,  ejecutase  los  planes  á  que  la  Providencia  la  tenía  des- 
tinada; y  en  segundo  lugar,  queda  confirmado  y  aprobado  por  un  hijo  ¡lus- 
tre de  Santa  Teresa  todo  cuanto  hemos  escrito  en  las  tres  partes  de  nuestra 
obra. 

Como  estamos  ya  terminando  nuestro  trabajo,  y  á  fin  de  que  no  se  nos 
tache  de  no  haber  sido  imparciales,  cosa  que  nos  ofendería  en  gran  ma- 
nera, porque  no  perseguimos  otro  fin  que  la  verdad,  hemos  de  decir  aquí, 
y  no  callar  nada  de  aquello  que  el  más  erudito  en  la  materia  pudiera  ob- 
jetarnos. No  queremos  ser  imitadores  de  aquellos  que  dicen  todo  lo  bue- 
no y  se  callan  lo  que  no  es  tal. 


II 


SANTA  TERESA.  DURANTE  TODA  SU  VIDA  NO  TUVO  NINGÚN 

ENCUENTRO  CON  LA  ORDEN  DE  SANTO  DOMINGO 

SU  AMISTAD  CON  ESTE  ORDEN  FUÉ  CONSTANTE 

Empezamos  por  afirmar,  sin  miedo  de  quedar  desmentidos,  que  en  todos 
los  escritos  de  la  mística  Doctora  no  se  encuentra,  no  ya  una  cláusula, 
pero  ni  siquiera  una  palabra  que  manifieste  tuviese  con  los  hijos  del  gran 
Domingo  el  menor  encuentro  ó  disgusto.  Siempre  y  en  todas  ocasiones  se 
entendió  con  ellos  con  la  más  perfecta  armonía  y  como  Dominica  in  Pas- 
sione  hasta  con  cariño.  Es  cierto  que  hubo  algunos  PP.  graves  de  la  Or- 
den, entre  ellos  el  P.  Pedro  Fernández,  el   P.  Luis  Barrientos,  y  has- 


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ta  el  mismo  P.  Báñez,  y  sobre  todo  el  célebre  P.  Medina  (1),  que,  como 
prudentes,  se  recelaron  al  principio  antes  de  conocerla  y  tratarla,  por  las 
cosas  en  extremo  maravillosas  que  de  ella  se  contaban;  mas  luego  que  la 
trataron,  fueron  siempre,  no  sólo  sus  defensores,  sino  sus  panegiristas,  sin 
que  en  el  largo  periodo  de  la  vida  de  Teresa  se  pueda  citar  un  caso  de  al- 
gún encuentro  con  ellos.  Fenómeno  singular  y  digno  de  reflexión,  pues 
podemos  decir  que    non  fecit  taliter  omni  nationi». 

Pudiera  acaso  objetar  alguno  lo  que  sucedió  con  una  pretendienta  á 
la  Descalcez,  que  después  mudando  de  parecer  abrazó  la  Religión  de 
Santo  Domingo.  Era  persona  rica,  y  con  su  dote  podia  socorrer  la  penuria 
y  escasez  grande  que  habia  en  las  comunidades  de  la  Reforma;  mas  como 
mudó  de  vocación  y  se  hizo  Dominica,  Santa  Teresa,  que  estaba  á  la 
mira  de  todo,  se  ocupa  en  una  carta  de  este  asunto.  En  efecto,  en  la 
carta  49  á  la  priora  de  Valladolid  (2)  habla  la  Santa  de  una  tal  Samanú,  y 
aunque  al  principio  parece  indicar  si  los  Dominicos  habían  sabido  nego- 
ciar para  que  tomase  el  hábito  de  Santo  Domingo,  porque  era  persona 
rica.  Sepa,  escribe,  que  digo,  al  padre  provincial  (dominico)  que  bien  ha- 
bía negociado  para  llevarnos  á  la  Samanú;  pero  luego  la  dio  satisfacción 
el  venerable  provincial  y  se  convenció  la  Santa  que  había  sido  cosa  de  la 
pretendienta,  y  concluye  este  asunto  de  tan  pequeña  importancia  diciendo: 
*y  así  creo  que  ella  lo  quiso»  (3). 

El  historiador  La  Fuente  pone  entre  las  declaraciones  para  la  canoniza- 
ción de  la  Santa  una  del  Conde  de  los  Arcos,  D.  Pedro  Laso  de  la  Vega. 


(1)  Ya  se  trató  en  otro  lugar  de  la  cuestión  del  P.  Yanguas  y  de  los  Conceptos 
del  Amor  de  Dios. 

(2)  La  Fuente  edición  de  1881. 

(3)  El  P.  Antonio  de  San  José  escribe,  comentando  á  su  Santa  Madre  dice:  Pa- 
rece manejaban  el  negociado  padres  Dominicos:  pues  el  padre  Visitador,  que  sería 
el  padre  Maestro  Fernández  y  Orellana,  que  era  otro  gran  Maestro  Dominico,  dis- 
culpaban al  buen  Provincial,  que  sin  duda  era  de  su  Orden.  Ello  es,  que  los  gravísi- 
mos Maestros  de  esta  insigne  Religión  siempre  se  han  ejercitado  en  manejar  más 
librerías  y  materias  de  Teología,  que  las  que  tocan  á  intereses.  Más  se  han  precia- 
do ser  doctos  que  ricos,  y  logran  ser  pobres  y  honrados.  (Tomo  4."  caria  6\  pági- 
na 315.) 


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No  hemos  podido  encontrarla  en  el  Archivo  Nacional  de  Madrid,  único 
sitio  donde  puede  buscarse;  sin  embargo,  aunque  no  la  hayamos  encon- 
trado, no  por  eso  negamos  su  autenticidad,  y  suponemos  que  el  Sr.  La 
Fuente,  cuando  la  ha  puesto,  la  habrá  tenido  á  la  vista  (1). 

Admitida  la  autenticidad  de  la  declaración  y  admitida  también  la  ver- 
dad del  hecho  que  refiere,  porque  en  materias  tan  delicadas  no  debemos  de 
proceder  de  otro  modo,  solo  se  infiere  que  hubo  un  P.  Dominico  que, 
después  del  tránsito  felicísimo  de  Santa  Teresa,  no  sintió  ni  habló  bien  de 
los  escritos  de  ésta,  y  que  se  sospecha  si  Dios  le  castigó  por  ello.  Esto, 

(1)     He  aquí  la  declaración  de  D.  Pedro  Laso  de  la  Vega,  conde  de  ios  Arcos. 

Al  artículo  LVl  digo,  que  los  libros  de  la  santa  Madre  los  tengo  y  he  visto  tener 
por  muy  santos  y  de  mucho  fruto  á  personas  muy  graves,  y  diré  lo  que  me  sucedió 
acerca  de  ellos. 

Estando  yo  en  Toledo  me  fue  á  visitar  el  P.  Miguel  Hernández,  de  la  Compañía 
de  Jesús,  hombre  muy  grave,  y  estando  con  nosotros  la  condesa,  mi  mujer,  entró  un 
presentado  de  Santo  Domingo,  también  á  visitarme. 

El  padre  de  la  Compañía  era  muy  devoto  de  la  santa  Madre,  y  el  presentado  se 
mostraba  por  tal;  y  así  comenzamos  á  hablar  en  cosas  de  sus  libros;  pero  tomando  el 
presentado  la  mano  comenzó  á  decir  tantas  cosas  de  ellos  que  nos  dejó  atónitos  y 
espantados;  y  entre  otras  cosas,  que  se  espantaba  cómo  la  Inquisición  no  recogía 
aquellos  libros,  porque  eran  mal  sonantes  y  escandalosos,  y  aun  creo  que  dijo  con- 
tra la  doctrina  de  la  Iglesia  y  de  San  Pablo,  y  finalmente,  estuvo  tan  porfiado  y  co- 
lérico, que  nos  dejó  espantados,  y  se  fué. 

Tratamos  el  padre  la  Compañía  y  yo,  que  convenía  que  aquella  doctrina  no  se 
divulgase,  y  así  se  diese  orden  cómo  alguna  persona  grave  le  dif^se  una  reprensión. 

Acordamos  de  escribir  al  P.  Fr.  Diego  de  Yepes,  confesor  de  Su  Majestad,  para 
que  él  le  escribiese  lo  que  debía  hacer. 

No  pasó  un  día  ó  dos,  cuando  me  dijeron  que  el  Presentado  estaba  muy  al  cabo 
de  unas  recias  calenturas,  las  cuales,  dentro  de  siete  ú  ocho  días  le  acabaron  con 
harta  precipitación,  de  lo  cual  quedé  espantado,  y  se  tuvo  á  castigo,  en  pago  de  lo 
que  había  hablado  tan  desenfrenadamente. 

Cuando  volvieron  las  cartas,  ya  el  Presentado  estaba  enterrado,  dos  ó  tres  días 
había,  pero  el  P.  Fr.  Diego  de  Yepes  le  escribía  una  carta  de  un  pliego  (^reprendién- 
dole lo  dicho  y  exhortándole  á  lo  que  adelante  debía  hacer),  tan  docta  y  grave  como 
de  tal  varón  se  podía  esperar,  dándole  muchas  razones  por  donde  conociese  cuan 
errada  era  su  opinión,  y  que  se  fuese  á  la  mano  en  hablar  de  aquella  materia,  la 
cual  carta  guardo  yo  muy  bien. 


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como  se  ve,  no  fué  tener  encuentro  ni  disgusto  con  Santa  Teresa,  que  es 
lo  que  hemos  afirmado  arriba,  sin  temor  de  que  nadie  nos  desmienta,  ni 
desvirtúa  en  nada  cuanto  hemos  escrito  sobre  la  protección  de  la  Orden 
de  Santo  Domingo  á  Santa  Teresa  en  el  largo  periodo  de  su  vida,  tema 
de  nuestro  trabajo  y  estudios. 

Por  último,  trataremos  otro  punto,  que  puede  prestarse  á  torcidas  in- 
terpretaciones y  dar  lugar  á  que  se  tergiversen  los  hechos  con  menoscabo 
de  la  verdad. 

Sabido  es  que  los  biógrafos  de  la  Santa  nos  hablan  de  un  caso  que  á 
ésta  sucedió  en  un  sermón  en  que  el  predicador  la  afrentó  de  visionaria 
y  de  monja  poco  recogida  en  su  convento.  Esto  sucedió  en  Avila  en  aque- 
llos días  en  que  Santa  Teresa  estaba  edificando  su  primer  convento  de 
San  José,  y  en  la  parroquia  de  Santo  Tomé.  Como  el  titular  de  la  Iglesia 
de  los  Dominicos  en  esta  ciudad  es  Santo  Tomás  de  Aquino,  es  la  cosa 
más  fácil  el  confundir  una  Iglesia  con  otra,  sobre  todo  para  aquellos  es- 
critores que  escriben  sin  haber  vivido  en  ella,  donde  estas  dos  distintas 
Iglesias  son  bien  conocidas  sin  que  puedan  confundirse.  Esto  sucedió  al 
Sr.  Yepes,  que  dijo  sencillamente  que  este  Sermón  había  tenido  lugar  en 
la  Iglesia  de  Santo  Tomás;  y  así,  cualquiera  que  lea  su  Vida  de  Santa 
Teresa,  podrá  creer  fácilmente  que  el  predicador  que  tan  imprudente  estu- 
vo fué  fraile  Dominico,  quien  desde  el  pulpito  de  su  Iglesia,  trató  tan  mal 
á  la  Santa. 

Importa,  por  lo  tanto,  mucho  el  probar  con  evidencia  que  este  caso 
sucedió,  no  en  la  iglesia  de  Santo  Tomás  que  pertenece  á  los  Dominicos 
de  Avila,  sino  en  la  parroquia  de  Santo  Tomé  á  la  que  algunos,  entre  ellos 
el  Sr.  Yepes,  han  llamado  iglesia  de  Santo  Tomás,  sin  fijarse  en  que  son 
dos  iglesias  distintas.  Aduciremos,  en  primer  lugar,  el  testimonio  de  res- 
petables biógrafos  que  supieron  distinguir  y  distinguieron  las  dos  iglesias, 
los  cuales  testifican  haber  sucedido  el  caso  en  la  iglesia  de  Santo  Tomé,  ó 
sea  en  la  parroquia  que  lleva  este  nombre,  por  ser  el  Santo  Apóstol  su  ti- 
tular. 

Hablando  de  este  caso  el  P.  Ribera,  dice  así:  ^Vn  día  fueron  á  sermón 
á  la  iglesia  de  Santo  Tomé  las  dos,  y  un  padre  que  entonces  predicaba 
comenzóla  á  reprender  tan  ásperamente  como  si  fuera  algún  gran  pecado 


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público.  y  decía  palabras  tan  pesadas,  que  su  hermana  estaba  corridísima, 
y  por  otra  parte  tan  claras,  que  no  faltaba  más  que  señalarla  con  el  dedo. 
La  Santa,  con  el  deseo  que  tenia  de  padecer,  estribase  entre  sí  holgando  y 
riendo,  como  estuviera  otra  si  la  alabaran  mucho;  pero  su  hermana  tan 
mohína  que  no  paró  hasta  hacerla  volver  á  su  monasterio,  lo  cual  ella 
hizo  luego  sin  poco  ni  mucho  turbarse.  Pero  como  era  menester  asistir 
allí  para  la  obra,  hízola  que  pidiese  licencia  al  provincial  y  volvió.    (1) 

El  Sr.  Yepes,  "sobre  este  mismo  caso,  dice  así:  «Estando  un  día  en  ser- 
món en  la  iglesia  de  Santo  Tomás,  juntamente  con  su  hermana,  como  an- 
daba en  el  pueblo  el  alboroto  del  nuevo  convento,  comenzó  un  padre  que 
entonces  predicaba  á  tratar  de  revelaciones  y  otras  cosas  á  este  tono  y  á 
reprender  tan  al  descubierto  á  la  madre  tan  ásperamente  como  si  fuera  el 
pecado  mayor  y  más  público  del  pueblo:  que  esta  es  la  lástima  de  nues- 
tros tiempos,  que  habiendo  tantos  escándalos  en  las  Repúblicas,  tantas 
abominaciones  y  ofensas  de  Dios  en  las  calles  y  plazas,  disimulan  éstas 
con  un  donoso  silencio  los  predicadores,  ó  ya  sea  por  miedos  y  respetos 
humanos  de  que  están  algunos  prer;dados  y  llenos,  ó  ya  sea  que  no  tie- 
nen ánimo  para  reprenderse  á  si,  porque  se  ven  en  las  mismas  cadenas  y 
vicios  que  habían  de  reprender  en  otros,  y  convierten  sus  sermones  en  ni- 
ñerías é  impertinencias,  no  sacando  más  fruto  que  el  predicarse  y  oírse  á 
sí  mismos,  ó  tratando  de  lo  que  no  entienden  ni  saben,  como  lo  hacía  este 
buen  padre,  que  debía  tener  buen  celo  cuando  desde  el  pulpito  decía  pa- 
labras tan  pesadas,  y  por  otra  parte  tan  claras,  que  no  faltaba  sino  señalar 
con  el  dedo.  Su  hermana  doña  Juana,  que  estaba  presente,  estaba  afrenta- 
dísima y  muy  corrida  de  lo  que  el  predicador  decía;  pero  la  Santa,  alegre 
y  gozosa,  como  lo  pudiera  estar  otra  que  fuese  muy  vana,  oyendo  de  sí 
loores  y  alabanzas  públicas.    (2) 

La  Crónica  Carmelitana,  al  referir  este  suceso,  dice  así:  < Estaba  la 
Santa  en  casa  de  su  hermana  doña  Juana,  cuidando  desde  allí  la  obra.  Y 
yendo  un  día  ambas  á  la  parroquia  de  Santo  Tomé  á  oír  sermón  el  predi- 
cador, llevado  de  un  impetuoso  cek^  sin  discreción  (tropiezo  de  ignoran- 


(1)  Ribera,  capítulo  XV,  página  '.(S. 

(2)  P   Yepes,  tomo  1.",  capítulo  V.  página  177. 


I 


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tes),  comenzó  á  tratar  de  revelaciones  y  oración  mental  con  tan  poca  es- 
tima, como  si  no  conociera  el  Evangelio.  Reprendió  con  tanta  aspereza  á 
la  Santa  Madre,  y  tan  al  descubierto,  por  la  fama  que  tenía  de  sus  revela- 
ciones, como  si  fuera  el  pecado  más  público  y  escandaloso  del  pueblo. 
Dijo  palabras  tan  pesadas,  y  tan  claras,  que  sólo  el  nombre  de  doña  Te- 
resa faltó,  y  el  dedo  que  la  señalase  para  que  todos  entendiesen  hablaba 
de  ella.  Como  tenía  deseo  de  padecer,  tanto  se  holgaba  de  la  afrenta 
cuanto  pudiera  otra  muy  vana  de  loores  públicos.  Su  hermana,  avergon- 
zada de  lo  que  oía,  no  podía  sufrirlo,  ni  tenía  cara  para  estar  allí,  y  así 
procuró  se  fuese  luego  su  hermana  al  monasterio,  porque  no  le  sucediese 
otra  en  su  compañía -.  (1) 

El  autor  de  la  Mujer  Grande  refiere  también  este  suceso  de  la  manera 
siguiente:  -Estando  en  casa  de  su  hermana  doña  Juana,  que  había  venido 
á  Avila,  y  principalmente  por  cuidar  de  la  obra,  como  un  día  fueran  las 
dos  á  una  parroquia,  el  predicador  declamó  tanto  contra  las  revelaciones 
y  tan  señaladamente  contra  la  Santa,  que  todos  lo  notaron,  y  la  hermana 
se  avergonzó  tanto,  y. aún  más  de  ver  que  Teresa,  no  sólo  estuvo  insen- 
sible, sino  risueña,  que  cuanto  antes  salió  de  la  iglesia  y  la  envió  á  su 
convento  para  no  verse  en  otra  ocasión  semejante,  y  la  Santa  lo  hizo  con 
el  mayor  gusto  y  sin  queja. >-  (2) 

Finalmente,  el  P.  Gregorio  de  Santa  Salomé,  Carmelita  descalzo,  en 
su  obrita  sobre  Santa  Teresa,  al  referir  este  suceso,  dice  así:  -  Fué  la 
Santa  con  su  hermana  á  una  función  religiosa  á  la  parroquia  de  Santo 
Tomé  de  Avila,  y  el  predicador  habló  de  una  manera  tan  indecorosa  de 
las  revelaciones  y  de  los  que  las  tenían,  que  avergonzada,  la  mandó  se 
marchara  al  monasterio,  porque  no  quería  tener  en  su  compañía  más  con- 
fusión. Aunque  hablaba  en  general,  por  sus  circunstancias  y  maneras,  bien 
se  conoció  se  dirigía  á  la  Santa.  Esta  resolución  de  su  hermana  hubiera 
bastado  á  otra  menos  animosa  que  ella  para  desistir  de  la  obra;  mas  á 
Teresa  no  la  entibió  sino  que  con  ocasión  de  acompañar  á  una  hija  de 


íl)     Crónica  Carmelitana,  tomo  I.^  libro  1.",  capítulo  XL,  página  140. 
(2)     La  Mujer  ürandc,  día  12  de  Mayo,  página  165. 


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Doña  Guiomar,  religiosa  del  mismo  convento,  salía  con  frecuencia  á  ver 
y  dirigir  la  obra  de  San  José  -.  (1) 

Aunque  los  testimonios  presentados  son  concluyentes,  y  sobra  á  nues- 
tro parecer  cualquiera  otra  prueba,  sin  embargo,  ya  que  la  hay  y  excede 
en  valor  y  fuerza  á  todos  los  testimonios  aducidos,  la  estamparemos  aquí. 

Es  esta  prueba  la  declaración  de  Teresita  en  las  informaciones  para  la 
canonización  de  su  snnta  tía,  las  cuales  tuvieron  lugar  en  Avila  en   1610 
siendo  ésta  religiosa  del  convento  de  San  José  de  Avila.  Hemos  escogidci 
esta  información,  entre  otras  que  versan  sobre  ese  punto  y  testifican  lo 
mismo,  por  el  especial  valor  que  encierra  (2). 

Es,  pues,  á  todas  luces  manifiesto,  que  el  caso  de  referencia  tuvo  lugar 
en  la  iglesia  parroquial  de  Santo  Tomé  de  esta  ciudad,  y  que  el  predica- 
dor fué  un  Padre  de  cierta  Orden.  ¿A  qué  Orden  pertenecía?  No  lo  sabe- 
mos, ni  es  fácil  averiguario,  ni  tratamos  de  eso,  sino  únicamente  demos- 


(1)  P.  Gregorio  de  Sama  Salomé,  capítulo  VI,  página  75. 

(2)  La  Declaración  de  la  sobrina  de  Santa  Teresa  de  Jesús,  es  de  el  tenor  si- 
guiente: 

68.  Al  artículo  sesenta  y  ocho  dijo:  que  todo  lo  que  declara  v  refiere  este  ar- 
tículo sabe  ser  ansí  porque  lo  ha  oído  diversas  veces  y  á  diferentes  personas  y  en 
especial  de  tres  ha  sido  informada  de  lo  que  sigue: 

Estándose  haciendo  aquella  casita  primera  con  que  dio  principio  á  esta  reforma- 
ción nuestra  santa  Madre  y  estando  con  su  hermana  Doña  Juana  de  Ahumada  fueron 
un  día  al  sermón  á  la  Iglesia  Parroquial  de  Santo  Tomé  de  esta  ciudad  y  un  religioso 
de  certa  orden  que  predicaba  allí  comenzó  á  reprender  ásperamente  como  de  algún 
gran  pecado  público  diciendo  de  las  monjas  que  salían  de  sus  monasterios  á  fun- 
dar nuevas  órdenes,  era  para  sus  libertades  y  otras  palabras  tan  pesadas  que  Doña 
Juana  estaba  afrentada  y  haciendo  propósitos  de  irse  á  Alba  ó  á  su  casa  y  hacer  á 
nuestra  santa  Madre  que  se  volviese  á  la  suya  y  dejase  las  obras.  Con  este  propó- 
sito volv.o  a  mirarla  y  vio  que  con  gran  paz  se  estaba  riendo;  dióle  esto  más  eno- 
jo y  dijola  algunas  razones  sobre  ello,  pero  luego  la  mudó  Dios  y  dejando  los  pro- 
pósitos dichos  se  quedó  aquí  en  Avila,  y  tuvo  á  nuestra  santa  Madre  en  su  casa 
prosiguiendo  en  la  obra  comenzada.  Esto  que  ha  oido  esta  declarante  es  conforme 
a  lo  que  escribe  la  Madre  Priora  de  Toledo,  prima  suya  que  fué  hija  de  la  dicha 
Donajuana  a  quien  se  lo  oyó  muchas  veces  contar  y  esta  declarante  también   lo 
sabe  por  dicho  Doctor  Ribera.» 


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trar  que  no  sucedió  en  la  Iglesia  de  Santo  Tomás  de  Aquino,  pertenecien- 
te á  los  Dominicos  de  Avila.  (1) 

Y  con  esto  hemos  expuesto  franca  y  sencillamente  cuanto  pudiera  ob- 
jetarse á  nuestras  afirmaciones.  Santa  Teresa,  pues,  profesó  á  Santo  Do- 
mingo y  á  su  Orden  una  amistad  profunda  y  constante,  jamás  interrumpi- 
da. Ni  es  de  extrañar  ésto,  si  se  tiene  en  cuenta  que  esta  amistad  la  mamó  y 
heredó  de  sus  católicos  padres.  Nos  consta  tal  amistad  del  testimonio  del 
P.  Ribera,  quien  hablando  de  Antonio,  hermano  de  Santa  Teresa,  que  pre- 
tendió tomar  el  hábito  de  Santo  Domingo  en  Santo  Tomás,  dice  ^no  le  re- 
cibieron allí  entonces  hasta  saber  la  voluntad  de  su  Padre,  con  quien 
aquellos  Padres  tenían  amistad >  (2). 

Sabido  es  que  Doña  Beatriz,  madre  de  nuestra  Santa,  encargó  en  su 
testamento  se  celebrasen  por  su  alma  en  nuestra  Iglesia  cien  misas,  prue- 
ba de  las  buenas  relaciones  que  existían  entre  la  familia  de  dicha  Santa  y 
los  PP.  de  Santo  Tomás.  Pero  lo  que  prueba  aún  más  que  todo,  es  la  cos- 
tumbre que  la  Santa  tenía  de  levantar,  bien  en  la  iglesia,  bien  en  las  er- 
mitas de  la  huerta  en  los  conventos  que  fundaba  un  altar  al  bienaventu- 
rado Santo  Domingo,  diciendo  á  sus  hijas:  -  Hagamos  altar  al  amigo»  (3). 
El  limo.  Sr.  Yepes  en  la  carta  relación  que  escribió  sobre  Santa  Teresa  á 
Fr.  Luis  de  León,  le  dice  entre  otras  cosas:  «Por  la  Vida  de  la  Santa 
que  V.  P.  ha  leído,  habrá  podido  conocer  la  amistad  grande  que  Santa  Te- 
resa tuvo  con  la  Orden  de  Santo  Domingo  y  será  muy  justo  que  sepa  el 
origen  de  esta  amistad,  que  es  celestial. -> 

Por  último,  el  Año  Tcresiano,  en  el  día  5  de  Diciembre,  presenta  otro 


(1)  Incurrió  en  esta  inexactitud  el  P.  Pons,  quien  en  el  índice  de  materias  página 
653  escribe  así:  «Terrible  catilinaria  contra  la  Santa,  desde  el  pulpito  de  la  Iglesia 
de  Santo  Tomás.  Y  por  cierto  es  en  esto  más  culpable,  pues  como  simple  anotador 
debió  repetir  las  palabras  del  P.  Ribera  que  dice:  «en  la  Iglesia  de  Santo  Tomé. 
Por  este  medio  se  van  poco  á  poco  embrollando  y  confundiendo  las  cosas  y  dando 
un  paso  más  adelante  por  ese  camino  se  podrá  concluir  con  decir  que  un  P.  Domi- 
nico insultó  desde  el  pulpito  de  su  Iglesia  de  Santo  Tomás  á  la  Santa  Madre  Teresa 
de  Jesús,  afirmación  que  es  de  todo  punto  falsa,  como  acabamos  de  demostrar 

(2)  Libro  1."  capítulo  VI. 

(3)  Maestro  Arriaga.  Vida  de  Santo  Tomás  tomo  2.'\  libro  2.",  capítulo  XIII. 


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documento  en  favor  de  lo  que  estamos  probando,  que  es  la  patente  dada 
por  el  General  de  la  Orden  de  Santo  Domingo,  en  virtud  de  la  cual  Santa 
Teresa  y  sus  hijas  de  Toledo  son  admitidas  á  la  participación  de  los  bie- 
nes espirituales  de  la  Urden  de  Predicadores  (1),  prueba  inequívoca  del 
mutuo  afecto  que  existía  entre  ambas  Órdenes  religiosas. 


(1)     'El  corazón  de  esta  gloriosa  Virgen  nunca  estaba  satisfecho  de  bienes  vir- 
tuosos y  siempre  anhelante  de  ayudas,  y  socorros  espirituales  para  crecer  en  santi- 
dad; hallándose  en   Toledo,  y  en  la  misma  ciudad  el  reverendísimo  Maestro  Fr.  Se- 
rafino  Cavalli,  Brixiensi,  General  de  la  esclarecida  Religión  de  Predicadores,  deseó 
con  instancia  carta  de  hermandad  de  esta  Santa  Orden,  para  ella  y  sus  hijas,'las  re- 
ligiosas de  Toledo;  y  bien  instruido  este  Prelado  en  los  méritos  de  la  que  \'a  pedía, 
y  en  aquel  amor  que  profesaba  á  su  sagrada  Orden,  condescendió  gustoso;  y  en 
el  día  5  de  Diciembre,  año  de  1577  firmó  la  dicha  carta,  que  se  halla  actualmente 
original  en  el  Convento  de  nuestras  Religiosas  de  Toledo,  colocada  y  extendida  con 
decencia  en  una  tabla  en  sitio  visible,  para  que  á  todas  conste,  y  excite  el  recuerdo 
del  beneficio  que  debieron  á  la  Religión  Dominicana,  por  medio  de  su  santa  Funda- 
dora. Tengo  á  la  vista  un  traslado  autenticado  de  esta  carta,  que  dice  lo  siguiente: 
InDei  Filio  sibi  dilectis,  &.  A  la  muy  reverenda  Madre  Teresa  de  Jesús,  Fundado- 
ra de  las  Religiosas  Descalzas  de  la  Orden  de  Nuestra  Señora  del  Carmen;  y  á  la 
muy  Religiosa  Madre  Priora,  y  Religiosas  del   muy  venerable  Monasterio  de  San 
Joseph  de  dicha  Orden  de  la  ciudad  de  Toledo.  Fr.  Seraphino  Cavalli,  Brixiensi, 
maestro  en  Santa  Theologia,  y  General  de  toda  la  Orden  de  Predicadores,  y  Siervo', 
Salud  y  perfecta  Comunión  en  los  Santos. 

Si  la  caridad  cristiana  nos  obliga  á  los  cristianos  de  nuestra  Sagrada  Religión 
de  quien  recibimos  beneficios  temporales,  á  agradecimiento,  comunicándoles  los 
bienes  espirituales,  y  eternos  que  pudiéremos;  con  mucha  mayor]  razón  nosobliga- 
rá  á  las  personas,  de  quien  recibimos  ayudas,  y  favores  espirituales,  á  serles  agra- 
decidos, ofreciéndoles  también  frutos  de  caridad  religiosa,  y  toda  ayuda  espiritual 
para  que  asi  se  acreciente  su  piedad,  y  amor,  con  que  sirven  á  Dios,  y  á  sus  Santos, 
y  se  descubre  el  cuidado,  que  Nos  tenemos  de  amarlos,  y  con  esto  se  conserve  en 
Dios  que  es  verdadero  amor,  y  suma  caridad,  su  piedad  y  reverencia,  con  que  á 
Dios,  y  á  sus  Santos  sirven,  y  á  nuestra  benevolencia,  y  agradecimiento.  Ansí,  pues, 
teniendo  noticia  del  amor,  que  os  debemos  en  Cristo,  y  de  la  caridad  grande  con 
que  amáis  á  nuestra  Religión,  y  de  los  beneficios  espirituales  con  que  le  ayudáis' 
con  deseo  de  volveros  gracias  reconociendo  lo  mucho  que  os  debemos;  confiando 
en  la  gran  misericordia,  y  liberalidad  de  Dios  todo  poderoso,  y  fundados  en  la  po- 
derosa intercesión  de  la  Santísima  Virgen  María,  Madre  de  Dios  y  Señora  nuestra, 


-548- 
III 

OBSERVACIONES  CRÍTICAS  Á  LAS  NOTAS  Y  APÉNDICES 
QUE  EL  P.  PONS   PONE  Á    LA   VIDA   DE  SANTA  TERESA, 

POR  EL  P.  RIBERA 

Incurre  lastimosamente  en  este  defecto  el  anotador  de  la  Vida  de  San- 
ta Teresa  por  el  P.  Ribera.  En  efecto;  el  jesuíta  P.  Pons  en  el  segundo 
apéndice  página  578  y  siguientes,  así  como  en  otras  partes  de  su  obra, 
dice  muchas  cosas  que  ceden  en  alabanza  de  la  Compañía,  por  lo  que 
ésta  ayudó  á  la  Santa  Madre  Teresa  de  Jesús,  pero  se  calla  muchas  otras 


y  de  los  bienaventurados  Santo  Domingo,  Padre  nuestro  glorioso,  San  Pedro  már- 
tir, San  Antonino  Arzobispo,  Santo  Tomás  Doctor,  San  Vicente  Predicador,  Santa 
Catarina  Virgen,  y  todos  los  demás  Santos  y  Santas  de  Dios  Nuestro  Señor;  os 
comunicamos  de  graciosa,  y  buena  voluntad,  y  os  damos  parte  de  todas  las  misas 
y  sacrificios  divinos,  oraciones,  predicaciones,  ejercicios  santos,  vigilias,  ayunos, 
abstinencias,  disciplinas,  peregrinaciones,  estudios  y  todos  cualesquier  otros  tra- 
bajos, y  méritos  que  la  bondad  divina,  por  su  misericordia,  diere,  ú  obrare,  por  to- 
dos nuestros  Religiosos,  ó  Religiosas  de  nuestra  Santa  Religión,  en  el  universo 
mundo;  y  os  recibimos,  y  enumeramos  entre  los  amigos  y  hermanos  de  nuestra  Re- 
ligión, para  todos  y  cualesquiera  beneficios,  y  sufragios  de  toda  la  Orden  Universal 
ansi  en  la  vida,  como  en  la  muerte.  Haciéndoos  saber,  que  la  Santa  Sede  Apostólica, 
por  su  piadosa  benignidad,  nos  ha  concedido,  para  los  ansi  recibidos,  y  admitidos 
por  Nos  á  nuestra  hermandad,  y  beneficios,  Indulgencia  plenaria  y  entera  remisión  de 
iodos  sus  pecados,  una  vez  en  la  vida,  y  otra  en  la  muerte:  para  que  ayudados  con  el 
gran  fruto  de  los  muchos  méritos  y  favorecidos  con  el  santo  sufragio  de  los  Santos 
bienaventurados,  hayáis  aquí  aumento  de  gracia  y  en  los  Cielos  crecido  premio  de 
gloria.  En  el  nombre  del  Padre,  y  del  Hijo  y  del  Espíritu  Santo.  Amen.  En  fe  de  lo 
cual  firmo  las  presentes,  selladas  del  Sello  de  mi  Oficio,  con  mi  propia  mano.  Dadas 
en  nuestro  Convento  de  San  Pedro  Martyr  de  Toledo,  á  5  de  Diciembre  de  1577.» 
Fr.  Seraphin.  General.  Sup.  manu  propria.— Fr.  Ludovicus  Ugo     ñus  Ariminesi 

Prov.* 

Al  poco  tiempo  murió  este  Rmo.  P.  General  en  Sevilla  donde  se  hallaba  gi- 
rando la  visita;  su  cadáver  fue  conducido  en  hombros  por  dos  señores  Obispos  y 
dos  grandes  de  España.  Tal  era  la  opinión  y  aprecio  que  se  tenía  de  su  persona 
por  sus  relevantes  prendas,  y  sobre  todo  por  sus  grandes  virtudes. 


-  549  — 

que  contrapesan  á  las  primeras  y  hacen  que  el  lector  no  forme  un  juicio 
exacto  sobre  la  materia. 

Según  el  P.  Pons,  los  Padres  de  la  Compañía  siempre  acertaron  en  la 
dirección  de  la  Santa  Madre;  Santa  Teresa  jamás  tuvo  encuentros  ni  dis- 
gustos con  ellos,  y  el  amor  que  profesó  á  la  Compañía  nunca  palideció  ni 
experimentó  contrariedades.  Convengamos  en  que  estas  afirmaciones  en- 
cierran una  parte  de  verdad,  pero  no  toda  la  verdad:  Santa  Teresa  era  su- 
mamente agradecida,  y  la  Compañía  le  había  hecho  muchos  beneficios,  á 
los  cuales  ella  correspondía  con  el  amor;  pero  no  siempre  estuvieron  acer- 
tados los  Jesuítas  en  la  dirección  de  la  Santa,  no  la  faltaron  encuentros  y 
disgustos  con  los  padres  de  la  Compañía  y  tuvo  que  sufrir  grandes  con- 
t'-ariedades  de  parte  de  ellos.  Esto  es  lo  que  intentamos  probar,  y  no  por 
aversión  á  la  Compañía,  sino  porque  así  lo  exige  la  verdad  de  la  historia. 

Es  cierto,  en  primer  lugar  que  los  Padres  Jesuítas  influyeron  mucho  en 
la  perfección  moral  de  Santa  Teresa,  y  lo  prueban  los  datos  que  el  padre 
Pons  aduce,  pero  se  talla  lo  que  medió  con  el  P.  Baltasar  Alvarez,  y  más 
con  el  padre  Rector,  Dionisio  Vázquez,  y  sobre  todo  con  el  P.  Fernando 
de  Águila,  ó  el  aconsejador  de  las  higas,  cualquiera  que  sea.  Véanse 
las  páginas  85,  86,  87  y  99  de  esta  nuestra  obra,  y  sobre  todo  el  capítulo 
primero  de  la  tercera  parte,  donde  queda  demostrado  con  palabras  textua- 
les de  la  Santa  Madre,  que  el  P.  Alvarez  tuvo  por  sueños  las  revelaciones 
del  Señor  acerca  de  la  Reforma,  causándola  el  billete  que  la  escribió  el  ma- 
yor trabajo  de  cuantos  padeció  en  la  fundación  de  San  José. 

El  Rector,  P.  Dionisio  Vázquez,  desaprobó  el  proyecto  de  la  Santa,  y 
el  P.  Fernando,  ó  cualquiera  que  fuera  el  padre  Jesuíta  que  por  imposi- 
bilidad del  padre  Ministro  la  confesó  algunas  veces,  la  dijo:  •  claramente 
era  demonio  y  que  diese  higas;  -  lo  cual  prueba  que  los  Padres  Jesuítas  tu- 
vieron también  sus  desaciertos;  pero  todo  esto  se  lo  calla  el  P.  Pons,  y 
llega  á  tanto  su  atrevimiento  en  este  punto  que  al  citar  en  la  página  130 
de  su  obra  unas  palabras  de  la  Santa,  se  vale  de  los  puntos  suspensivos 
para  callar  asi  el  desacierto  grande  que  cometió  un  Padre  de  su  Instituto. 
La  Santa  escribe  asi:  «Uno  de  ellos  que  antes  me  ayudaba  (que  era  con 
quien  me  confesaba  algunas  veces  que  no  podía  el  ministro)  comenzó  á 
decir  que  claro  era  demonio.»  El  P.  Pons  cita  este  mismo  texto  y  hasta  le 


—  550- 

parafrasea,  pero  en  su  manía  de  callar  lo  que  no  le  conviene,  le  cita  de 
esta  rnanera:  Dice  la  Santa:  Uno  de  ellos  (de  los  padres  de  la  Compañía) 
que  antes  me  ayudaba,  con  quien  me  confesaba  algunas  veces,  que  no 

podía  el  Ministro  (P.  Alvarez)  comenzó  á  decir :»  con  estos  puntos 

suspensivos  tapa  el  desacierto  de  su  hermano  de  profesión,  pero  descubre 
su  parcialidad  y  pone  en  guardia  al  lector,  que  conozca  un  poco  las  obras 
de  la  mística  Doctora  (1). 

Si  de  los  desaciertos  que  los  padres  Jesuítas  tuvieron  en  la  dirección 
del  espíritu  de  la  Santa  Madre,  pasamos  á  los  encuentros  y  disgustos  que 
tuvo  con  ellos,  sin  duda  alguna  tendremos  que  confesar  que  fueron  mu- 
chos y  de  bastante  consideración. 


(1)  Algo  misteriosas  y  no  poco  significativas  son  también  ciertas  frases  de  la 
Santa  Madre  con  respecto  á  dos  Padres  de  la  Compañía.  Dando  la  Santa  instruc- 
ciones celestiales  á  la  priora  de  Sevilla  sobre  el  gobierno  y  dirección  de  aquel  con- 
vento la  encarga  que  no  comuniquen  con  el  jesuíta  P.  Rodrigo,  y  aunque  permite 
lo  hagan  con  el  P.  Acosta,  pero  encarga  que  le  digan  pocas  cosas.  «Con  Rodrigo- 
dice— no  hay  que  tratar  en  ninguna  manera;  con  Acosta  sí  (a)»;  y  en  otra  carta  (b) 
escribía:  «Holgádome  he  de  lo  de  Acosta  y  que  la  tenga  en  tal  opinión.  Querría  no 
le  dijese  muchas  cosas.»  Comentando  el  P.  Antonio  de  San  José  estas  palabras  dice 
así:  «Querría  la  Santa  ser  su  directora,  y  sin  duda  era  segura,  también  lo  sería  el 
P.  Rodrigo  Alvarez,  pero  le  excluye  la  Santa  sin  que  sepamos  el  por  qué,  bien  lo 
sabía  la  Santa.» 

«Aprueba  la  dirección  del  P.  Acosta,  como  lo  hace  en  la  carta  56  del  tomo  I,  nú- 
mero 5,  y  también,  aunque  con  cautela  prudente  en  la  94  del  tomo  II,  donde  dice: 
«Querría  no  le  dijesen  muchas  cosas».  Porque  deseaba  el  alivio  de  sus  hijas,  pero 
recelaba  la  turbación  de  sus  casas  con  la  mucha  comunicación  de  fuera,  por  las 
agrias  experiencias  que  ya  tenía.» 

Sin  duda  que  las  palabras  citadas  de  la  Santa  se  prestan  á  ciertas  consideracio- 
nes que  omitimos;  sin  embargo,  no  puede  omitirse  la  que  conduce  á  nuestro  objeto, 
que  es  hacer  ver  que  los  Padres  de  la  Compañía  no  acertaban  en  todo  y  la  Santa 
tenía  experiencia  de  ello.  ¿A  qué  sino  el  que  sus  hijas  no  comunicasen  con  el  padre 
Rodrigo,  y  que  podían  hacerlo  con  el  P.  Acosta,  pero  con  cierta  cautela?  El  lector 
sin  más  explicación  sacará,  sin  duda,  la  consecuencia,  que  ciertamente  no  es  difícil 
sacarla. 

(a)  Tomo  III,  carta  i'*'>. 

(b)  Tomo  II,  carta 'J4. 


—  551  — 

Véase  en  primer  lugar  la  nota  que  se  halla  en  las  páginas  255  y  256, 
relativa  al  F  Salazar,  y  se  advertirán  la  poca  sencillez  y  llaneza  con  que  la 
trató  el  Provincial  Jesuíta,  Juan  Suárez.  Hubo  con  motivo  de  dicho  P.  Sa- 
lazar contestaciones  muy  fuertes  entre  el  Provincial  y  la  santa  Madre.  Nos 
parece  oportuno  poner  á  continuación  una  de  las  cartas  que  la  Santa  le 
escribió,  con  algunos  de  los  comentarios  del  V.  Palafox,  á  fin  de  que  el 
lector  se  persuada  que  este  encuentro  fué  muy  serio  y  no  cosillas  de  poco 
más  ó  menos,  como  da  á  entender  el  P.  Pons. 
Dice  así  la  carta: 

<A1  muy  reverendo  padre  Provincial  de  la  Compañía  de  Jesús  de  la 
provincia  de  Castilla. 
Jesús. 
•La  gracia  del  Espíritu  Santo  sea  siempre  con  V.  P.  Amen.  Una  carta 
de  V.  P.  me  dio  el  P.  Rector,  que  cierto  á  mí  me  ha  espantado  mucho, 
por  decirme  V.  P.  en  ella,  que  yo  he  tratado  que  el  P.  Gaspar  de  Salazar 
deje  la  Compañía  de  Jesús  y  se  pase  á  nuestra  Orden  del  Carmen:  porque 
nuestro  Señor  ansí  lo  quiere  y  lo  ha  revelado. 

«Cuanto  á  lo  primero,  sabe  Su  Majestad,  que  esto  se  hallará  por  ver- 
dad, que  nunca  lo  desee,  cuanto  más  procurario  con  él,  y  cuando  vino 
alguna  cosa  desas  á  mi  noticia,  que  no  fué  por  carta  suya,  me  alteré  tan- 
to y  dio  tan  gran  pena,  que  ningún  provecho  me  hizo  para  la  poca  salud 
que  á  la  sazón  tenía,  y  esto  ha  tan  poco  que  debí  de  saberio  harto  des- 
pués que  V.  P.,  á  lo  que  pienso. 

«Cuanto  á  la  revelación  que  V.  P.  dice,  que  no  había  escrito,  ni  sabido 
cosa  desa  determinación,  tampoco  sabria  si  él  había  tenido  revelación  en 
el  caso. 

«Cuando  yo  tuviera  la  desvelación,  que  V.  P.  dice,  no  soy  tan  liviana, 
que  por  cosa  semejante  había  de  querer  hiciese  mudanza  tan  grande,  ni 
darle  parte  de  ello;  porque  gloria  á  Dios,  de  muchas  personas  estoy  ense- 
ñada del  valor  y  crédito  que  se  ha  de  dar  á  esas  cosas:  y  no  creo  yo  que 
el  P.  Salazar  hiciera  caso  deso,  sino  hubiera  más  en  el  negocio,  porque  es 
muy  cuerdo. 

En  lo  que  dice  V.  P.  que  lo  averigüen  los  Prelados,  será  muy  acerta- 
do, y  V.  P.  se  lo  puede  mandar,  porque  es  muy  claro  que  no  hará  él  cosa 


—  552  — 

sin  licencia  de  V.  P.,  á  cuanto  yo  pienso,  dándole  noticia  de  ello.  La  mu- 
ciía  amistad  que  hay  entre  el  P.  Salazar  y  mí,  y  la  merced  que  me  hace, 
yo  no  la  negaré  jamás:  aunque  tengo  por  cierto,  le  ha  movido  más  á  la 
que  me  ha  hecho  el  servicio  de  Nuestro  Señor  y  su  bendita  Madre,  que  no 
otra  amistad;  porque  bien  creo  ha  acaecido  en  dos  años  no  ver  carta  el 
uno  del  otro.  De  ser  muy  antigua,  se  entenderá  que  en  otros  tiempos  me 
he  visto  con  más  necesidad  de  ayuda:  porque  tenía  esta  Orden  solos  dos 
padres  Descalzos,  y  mejor  procurara  esta  mudanza,  que  ahora;  que  gloria 
á  Dios  hay  á  lo  que  pienso,  más  de  doscientos,  y  entre  ellos  personas 
bastantes  para  nuestra  pobre  manera  de  proceder.  Jamás  he  pensado  que 
la  mano  de  Dios  estará  más  abreviada  para  la  Orden  de  su  Madre,  que 
para  las  otras. 

^A  lo  que  V.  P.  dice  que  yo  he  escrito,  para  que  se  diga  que  lo  estor- 
baba, no  me  escriba  Dios  en  su  libro,  si  tal  me  pasó  por  pensamiento.  Sú- 
frase este  encarecimiento,  á  mi  parecer,  para  que  V.  P.  entienda  que  no 
trato  con  la  Compañía,  sino  como  quien  tiene  sus  cosas  en  el  alma,  y 
pondría  la  vida  por  ellas,  cuando  entendiese  no  desirviese  á  nuestro  Se- 
ñor en  hacer  lo  contrario.  Sus  secretos  son  grandes:  y  como  yo  no  he  te- 
nido más  parte  en  este  negocio  de  la  que  he  dicho,  y  desto  es  Dios  testi- 
go, tampoco  la  querría  tener  en  lo  que  está  por  venir.  Si  se  me  echare  la 
culpa,  no  es  la  primera  vez  que  padezco  sin  ella;  mas  experiencia  tengo 
que  cuando  Nuestro  Señor  está  satisfecho,  todo  lo  allana.  Y  jamás  creeré 
que  por  cosas  muy  graves  permita  Su  Majestad,  que  su  Compañía  vaya 
contra  la  Orden  de.  su  Madre,  pues  la  tomó  por  medio  para  repararla  y 
renovarla,  cuanto  más  por  cosa  leve.  Y  si  lo  permitiere,  temo  que  será  po- 
sible lo  que  se  piensa  ganar  por  una  parte,  perderse  por  otras. 

*Deste  Rey  somos  todos  vasallos.  Plegué  á  su  Majestad,  que  los  del 
Hijo,  y  de  la  Madre  sean  tales,  que  como  soldados  esforzados  sólo  mire- 
mos á  donde  va  la  bandera  de  nuestro  Rey,  para  seguir  su  voluntad,  que 
si  esto  hacemos  con  verdad  los  Carmelitas,  está  claro  que  no  se  pueden 
apartar  los  del  nombre  de  Jesús,  de  que  tantas  veces  soy  amenazada.  Ple- 
gué á  Dios  guarde  á  V.  P.  muchos  años. 

'^Ya  sé  la  merced  que  siempre  nos  hace,  y  aunque  miserable,  le  enco- 
miendo mucho  á  nuestro  Señor:  y  á  V.  P.  suplico  haga  lo  mismo  por  mí, 


—  553  - 

que  medio  año  ha  que  no  dejan  de  llover  trabajos  y  persecuciones  sobre 
esta  pobre  vieja:  y  ahora  este  negocio  no  le  tengo  por  el  menor.  Con  todo 
doy  á  V.  P.  palabra  de  no  se  la  decir,  para  que  lo  haga,  ni  á  persona  que 
se  la  diga  de  mi  parte,  ni  se  la  he  dicho.  Es  hoy  diez  de  Febrero.  Indigna 
sierva,  y  subdita  de  V.  P.,  Teresa  de  Jesús.» 

El  V.  Palafox  comenta  esta  carta  en  los  siguientes  términos: 

«Confieso  que  deseaba  ya  ver  enojada  á  la  Santa.  Porque  documentos 
de  suavidad,  de  caridad,  y  de  discreción,  de  valor,  de  fervor,  y  paciencia» 
muchos  nos  ha  dado;  pero  es  menester,  que  nos  las  comunique  de  saber 
defenderse  de  una  calumnia,  y  responder,  y  satisfacer  á  ella:  y  que  sepa- 
mos los  pecadores,  que  también  saben  enojarse  y  defenderse,  no  sólo  los 
Santos,  sino  las  Santas. 

«Pasa  luego  en  el  número  tercero  á  afear  que  de  ella  se  crea,  que  se 
había  de  mover  por  revelaciones,  que  el  padre  Provincial  picantemente 
llamó  desvelaciones;  y  la  Santa,  repitiendo  el  desdén  ó  la  injuria,  le  advier- 
te que  no  se  guia  por  ellas,  hallándose  tan  enseñada  de  grandes  Maestros, 
de  lo  que  debe  de  referirse  á  su  crédito  en  estas  materias:  y  que  asi  no  ha- 
bla de  obrarse  por  ese  motivo  una  mudanza  tan  grande  y  extraordinaria: 
pues  si  no  fuera  cierta  la  revelación,  salía  liviana  la  vocación,  y  venía  á  ser 
tentación:  y  que  así,  ni  de  ella,  ni  del  P.  Salazar  debía  creerse  esto:  con 
que  no  sólo  se  defienden,  y  lo  defiende,  sino  que  pasa  también  á  un  poco 
de  queja,  de  que  ésto  se  crea  de  entrambos. 

'En  el  número  sexto,  creciendo  la  defensa  con  la  herida,  responde  la 
Santa  á  otra  calumnia,  que  les  impusieron:  y  fué,  que  no  sólo  le  avisaron  á 
este  espiritual  Prelado,  P.  Suarez,  que  ella  solicitó  que  pasase  el  Padre 
Gaspar  de  Salazar  á  la  Descalcez,  sino  que  le  escribía  al  mismo  P.  Salazar 
que  dijese  que  ella  era  la  que  lo  estorbaba:  y  viendo  que  se  le  imputaba 
una  traición  tan  fea,  y  una  fealdad  tan  traidora,  contra  el  modo  sencillo  y 
santo  de  obrar,  que  Dios  puso  en  su  alma,  defendiendo  la  honra  de  Dios 
con  la  suya  (pues  eso  es  defender  la  verdad)  como  otro  Moysen,  ó  como 
otro  Elias,  dice:  'No  me  escriba  Dios  en  su  libro,  si  tal  me  pasó  por  el  pen- 
samiento.» 

<Y  viendo  que  el  dictamen  de  la  razón  y  de  la  verdad,  y  del  celo  y  la 
honra  de  Dios  la  habían  obligado  á  hacer  un  juramento  execratorio,  que 


I 


-  554  - 

ella  no  acostumbraba,  aunque  justamente,  y  puede  ser  no  hubiese  hecho 
otro  en  toda  su  vida,  satisface  santamente  á  esto,  diciendo: '<súfrase  este 
encarecimiento  á  mi  parecer  (esto  es  súfrase  este  juramento  tan  grande), 
para  que  V.  Paternidad  vea,  que  no  trato  con  la  Compañía,  sino  como 
quien  tiene  sus  cosas  en  el  alma,  y  pondría  la  vida  por  ellas.»  Sólo  este 
amor  de  la  Santa  á  la  Compañía,  manifestado  en  medio  de  su  enojo,  podría 
templar  toda  la  amargura,  y  sentimiento  de  la  carta, 

«Pero  luego  hace  una  santa  limitación  á  la  regla,  diciendo:  «Cuando 
entendiese  no  desirviese  al  Señor  en  hacer  lo  contrario,»  Como  si  dijera: 
Moriré  por  la  Compañía  de  Jesús:  moriré,  pero  como  no  desirva  en  ello  al 
Jesús  de  la  Compañía.  Porque  si  quiere  Jesús  otra  cosa,  aquello  quiere  Te- 
resa de  Jesús,  que  quiere  Jesús  que  obre  con  su  Compañía. 

<Lo  cuarto,  se  conoce  en  esta  carta  el  celo  y  valor  que  manifiesta  la 
Santa,  y  la  superioridad  de  espíritu  á  cuantos  trataba:  y  que  ya  hiciese  el 
oficio  de  fundadora,  ya  el  de  religiosa,  ya  de  maestra,  ya  de  subdita;  ya 
de  capitán  general,  como  en  este  caso,  todo  le  asentaba  muy  bien  á  esta 
Santa.* 

La  Santa  como  prudente  y  muy  cauta  encargaba  al  P.  Gracián  que  no 
rompiera  la  carta  del  Provincial  ni  la  respuesta  que  ella  había  dado. 

«Esa  carta,  dice,  (1)  del  Provincial  y  la  respuesta  podrá  hacer  al  caso 
alguna  vez.  No  la  rompa,  si  le  parece.» 

En  otra  carta  al  mismo  P.  Gracián  se  ocupa  de  esa  barahunda,  como 
ella  escribe,  y  le  dice  (2):  «Quería  enviar  á  V.  P,  la  carta  de  la  priora  de 
Valladolid,  en  que  dice  la  barahunda  que  ha  pasado  sobre  lo  de  Carrillo 
(P.  Salazar.>) 

Busque  el  P.  Pons  en  el  diccionario  el  significado  de  esa  palabra,  y 
verá  que  no  fué  la  cosa  tan  de  poca  monta  como  él  cree,  ó  hará  creer  á 
quien  lea  sus  explicaciones  sobre  este  punto. 

Escribiendo  la  Santa  á  María  de  San  José,  priora  de  Sevilla  y  habién- 
dola del  Rector  de  la  Compañía,  la  decía  (3):  -  No  piensen  me  cuesta  poco 


(1)  Carta  185. 

(2)  Carta  186. 

(3)  Carta  273. 


-555- 

estar  ahora  más  blando  el  Rector,  y  por  acá  lo  están  todos;  que  harto  he 
puesto  hasta  escribir  á  Roma,  de  donde  creo  ha  venido  el  remedio.  De 
estas  palabras  se  deduce  que  no  se  hallaban  ni  en  Andalucía  ni  por  acá, 
esto  es  en  Castilla,  tan  devotos  los  padres  Jesuítas  para  con  la  Santa  Ma- 
dre y  sus  hijos,  pues  se  vio  obligada  á  escribir  á  Roma,  de  donde  vino  el 
remedio,  ó  sea  el  estar  más  blandos. 

Tuvo  también  disgustos  la  Santa  Madre  con  el  Jesuíta  P.  Olea.  Se 
empeñó  éste  fuese  admitida  y  profesase  en  el  monasterio  de  Alba  una  jo- 
ven sin  cualidades  y  vocación  de  Descalza.  La  Santa,  escribiendo  al 
P.  Gracián,  se  queja  de  que  dicho  P.  Olea  la  tuviera  por  mujer  que  usa- 
ba de  ciertas  tretas,  impropias  no  ya  de  una  santa,  sino  de  cualquier  mu- 
jer de  bien,'y  así  le  dice:  -Sepa  que  está  muy  mal  enojado  San  Telmo  (Pa- 
dre Olea)  conmigo  por  la  monja  que  ya  se  fué,  que  en  conciencia  no  puede 
hacer  otra  cosa,  ni  V.  P.  pudiera  tampoco.  Háse  hecho  cuanto  se  ha  podido 
en  el  caso:  y  como  ello  sea  cosa  que  toque  en  agradar  á  Dios,  húndase  el 
mundo.  Ninguna  pena  me  ha  dado,  ni  se  la  dé  áV.P.  Nunca  nos  venga  bien, 
yendo  contra  la  voluntad  de  nuestro  Bien. Y  digo  áV.P.  que  si  fuera  herma- 
na de  mi  Pablo  (el  mismo  P.  Gracián)  que  no  lo  puedo  más  encarecer,  no 
hubiera  puesto  más  en  ello.  El  ha  estado  harto  sin  mirar  la  razón.  El  eno- 
jo de  mi  es,  que  creo  dicen  verdad  mis  monjas,  que  él  ha  dado  en  que  es 
pasión  de  la  Priora,  y  parécele  todo  se  lo  levantan.  Concertóla  para  entrar 
en  un  monasterio  de  Talavera,  con  otras  que  van  de  la  Corte,  y  asi  envió 
por  ella.  Dios  nos  libre  de  haber  menester  á  las  criaturas.  Plegué  á  Él  nos 
deje  ver,  sin  haber  menester  más  que  á  él.  Dice  que  de  que  ahora  no  le 
he  menester,  he  hecho  ésto,  y  bien  se  lo  han  dicho  á  él  que  tengo  estas 
tretas.  Mire  cuándo  más  le  hube  menester,  que  cuando  tratamos  de  echar- 
la, y  qué  mal  entendida  me  tienen.  Plegué  á  el  Señor  entienda  yo  siem- 
pre hacer  su  voluntad.  Amén.  Son  hoy  19  de  Noviembre.  Indigna  sierva, 
y  subdita  de  V.  P.  Teresa  de  Jesús.' 

No  creemos  desagraden  al  lector  los  comentarios,  por  cierto  bien  origi- 
nales del  P.  Antonio  de  S.José  sobre  este  párrafo  de  su  santa  Madre.  Dice 
así:    El  número  tercero  todo  él  es  de  oro;  cada  cláusula  es  una  sentencia; 
cada  palabra  está  manifestando  aquel  ánimo  generoso,  varonil,  y  á  todo  su-  . 
perior,  para  defender  la  verdad.  Trata  la  misma  materia  que  en  la  cartavum- 


-556  — 

tioclu)  del  primer  tomo;  en  ella  gastó  siete  números  en  dar  repulsa  con 
igual  gracia  que  valor,  á  la  pretensión  del  P.  Mariano,  empeñado  por  el 
P.  Olea,  de  la  Compañía  de  Jesús,  á  quien  llama  aquí  El  San  Telnw,  aca- 
so por  ironía;  figura  que  también  usa  Dios  en  la  Sagrada  Escritura.  Di- 
go por  ironía,  porque  el  P.  Olea  levantó  una  tan  recia  tempestad,  aunque 
con  buena  intención,  que  la  Santa  hubo  de  menester  todo  su  valor  para 
su  serenidad  y  quietud.  Se  reducía  el  empeño,  á  que  cierta  comunidad 
aprobase  esta  novicia,  nada  á  propósito  para  nuestra  profesión. 

«Habiendo  hecho  la  Santa,  aun  más  allá  de  lo  que  debía,  por  compla- 
cer al  P.  Olea,  como  lo  testifica  en  ambas  cartas,  se  vio  precisada  á  des- 
pedir á  la  novicia.  Sintiéronlo  tanto  los  interesados,  que  atribuyeron  la  re- 
pulsa á  que  ya  no  los  había  menester,  no  á  que  era  conciencia,  justicia  y 
razón.  Llevados  de  este  parecer,  decían  de  la  Santa  que  tenía  estas  tretas. 
Lástima  es  que  hayamos  llegado  tan  tarde  á  las  tretas  de  Santa  Teresa; 
porque  tretas  y  de  una  Santa  tan  discreta  sin  duda  serían  buenas.  Las  tre- 
tas de  Santa  Teresa  se  debían  pregonar,  para  que  todos  supiesen  unas 
tretas  muy  diferentes  de  las  que  acostumbra  el  mundo. 

'< Según  se  colige  de  sus  cláusulas,  las  tretas  de  Santa  Teresa  eran  és- 
tas: Servir  á  todos  y  en  lo  que  fuere  agradable  á  Dios.  Complacer  á  los 
amigos,  mientras  no  piden  cosa  contra  Dios.  Si  quisieren  algo  de  su  des- 
agrado, húndase  antes  el  mundo.  Dejar  á  todos,  por  no  dejar  á  Dios.  Nun- 
ca nos  venga  bien,  yendo  contra  la  voluntad  de  nuestro  Bien.  Amistad 
contra  conciencia,  vaya  fuera.  Amistad,  que  no  se  puede  conservar  sin 
ofensas  de  Dios,  rómpase  luego.  El  amigo  hasta  las  aras.  ¡Oh  tretas  sobera- 
nas, muy  propias  de  una  Santa  Teresa!  (1)» 


(1)  El  que  quiera  enterarse  á  fondo  y  detalladamente  de  todo  lo  ocurrido  con  el 
Jesuíta  P.  Olea,  lea  la  carta  28  del  tomo  primero,  la  27  del  segundo,  y  la  carta  12 
del  tomo  tercero,  edición  de  1793,  junto  con  los  correspondientes  comentarios  del 
V.  Paiafox  y  del  P.  Antonio  de  San  José,  y  no  podrá  menos  de  admirar  la  gallardía 
y  agudeza  con  que  Santa  Teresa  defiende  el  derecho  que  la  Orden  tenía  á  no  admi- 
tir en  su  seno  personas  inútiles  contra  el  tesón  y  terquedad  del  P.  Olea.  Omitimos 
esos  detalles  por  no  estendernos  demasiado;  pero  no  podemos  menos  de  consignar 
una  de  las  agudezas  de  la  Santa.  Escribiendo  ésta  al  P.  Gracián  le  decía:  «Si 
así  tomara  Santelmo  (P.  Olea)  el  negocio  de  su  monja  como  Nicolao  (Doria),  no  me 


-557- 

En  la  carta  134  (1)  escribiendo  la  Santa  á  la  priora  de  Valladolid,  se  ex- 
presa así,  hablando  de  los  Padres  Jesuitas:  «Es  tanto  lo  que  les  parece  mal 
lo  que  piensan  que  tienen  los  de  la  Compañía  de  interesarles,  que  por  esto 
les  pareció  lo  hiciese  así;  porque  tienen  en  más  mi  fama  que  vuestra  reve- 
rencia, que  me  libra  á  mí  estas  cosas. 

«Dios  la  perdone  y  me  la  guarde  y  dé  buenos  años.  Buenas  andamos, 
que  envié  su  carta  al  padre  provincial,  en  que  dice  vuestra  reverencia,  que 
quiere  Doña  María  ya  que  renuncie  en  la  casa.  No  sé  qué  me  diga  de  este 
mundo,  que,  en  habiendo  interés,  no  hay  santidad,  y  esto  me  hace  que  lo 
querría  aborrecer  todo.  No  sé  cómo  pone  Teatino  para  estos  medios  (que 
me  dice  Catalina  que  lo  es  ese  Mercado),  sabiendo  lo  que  en  ello  les  va. 


hubiera  costado  tanto.  Yo  le  digo,  que  no  sé  que  me  diga,  que  no  acabamos  de  ser 
Santos  en  esta  vida.  Si  viese  las  cosas  que  la  otra  tiene  para  tomarla,  y  como  para 
estotro  á  la  Priora.  Plegué  á  Dios  mi  Padre,  que  solo  á  él  hayamos  de  menester. 
Al  menos  aprovecharía  poco  conmigo,  viendo  que  es  contra  conciencia,  como  lo  veo, 
aunque  se  hundiese  el  mundo.  Y  con  todo  dice,  que  no  le  vá  más  que  por  una  que 
pasa  por  la  calle.  Mire  qué  vida.  ¿Y  qué  hiciera  si  le  fuera?  > 

Comentando  estas  palabras  al  P.  Antonio,  escribe  asi:  «En  el  número  tercero, 
habla  de  la  misma  pretensión  que  en  la  carta  28  del  tomo  1 .",  y  27  del  2.  ■'  que  se  es- 
cribió veinte  días  después.  El  P.  Olea,  ó  Santemo,  fué  muy  Padre  de  la  Santa,  siem- 
pre que  no  se  le  opuso  á  sus  designios,  ó  empeños.  Su  ahijada  padecía  muchas  nuli- 
dades, y  él  decía  de  la  pobre  Priora,  muchos  horrores.  Doria,  aun  secular  que  tuvo 
el  mismo  empeño,  y  pretensión  por  otra,  despidiéndole  la  Santa  por  no  ser  á  propó- 
sito, rendi'io  su  gran  conocimiento  á  la  razón,  quedó  con  serena  tranquilidad.  Pero 
el  P.  Olea,  según  advierte  la  Santa,  no  atendía  tanto  á  la  razón:  con  que  no  es  mu- 
cho padeciese  la  gran  inquietud,  que  por  lo  regular  acarrea  una  porfiada  caridad,  ó 
porfía  con  traje  de  caridad. 

«Es  muy  notable  aquel  gallardo  valor  con  que  la  Santa  escribe,  que  siendo  contra 
conciencia  aprovecharía  poco  con  ella,  aunque  se  undiese  el  mundo.  Véanse  las  no- 
tas á  la  citada  Carta,  donde  se  declaran  más  las  que  llamaban  tretas  de  la  Santa. 
Pues  ni  á  su  Sagrado  perdonaron  las  encrespadas  olas  de  la  borrasca,  que  levantó 
el  buen  Santelmo  con  el  empeño  de  su  ahijada.  Con  todo  decía  el  inocente  Padre: 
que  no  le  iba  mas,  que  por  una  que  pasa  por  la  calle.  La  cual  rebate  la  Santa  con  be- 
llo aire,  al  decir:  ¿Qué  hiciera  si  le  fuera?" 
(\)     La  Fuente,  edición  issi. 


-  558  - 

Prádano  me  ha  contentado  mucho:  creo  que  tiene  gran  perfección  aquel 
hombre.  Dios  nos  la  dé;  y  á  ellos  sus  dineros.^ 

Comentando  estas  palabras  de  Santa  Teresa  el  Sr.  La  Fuente  se  expre- 
sa de  esta  manera:  -La  cuestión  era  complicada.  El  hermano  mayor  de  Do- 
ña Casilda,  llamado  D.  Luis  Padilla,  (1)  renunció  el  mayorazgo  y  entró 
jesuíta.  La  hermana  segunda  entró  monja,  y  Doña  Casilda  también,  pero 
ésta  antes  de  profesar,  podia  disponer.  Los  Jesuítas  alegaban  que  al  profe- 
sar Doña  Casilda,  se  debía  considerar  como  de  mejor  derecho  al  primogé- 
nito, y  no  iban  descaminados.» 

Si  según  el  Sr.  La  Fuente  no  iban  descaminados  los  Jesuítas,  lo  iba 
Santa  Teresa  que  sostenía  la  parte  contraria.  ¡A  tal  extremo  llega  la  pasión 
y  mania  en  este  historiador  por  canonizar  las  cosas  y  personas  de  la  Com- 
pañía de  Jesús! 

Por  nuestra  parte,  sin  titubear  nos  apartamos  del  parecer  de  los  Jesuí- 
tas y  del  Sr.  La  Fuente  y  nos  ponemos  al  lado  de  Santa  Teresa,  quien  sin 
haber  estudiado  leyes  ni  teología,  sabía  más  que  los  mejores  teólogos, 
y  así  solía  decir  el  limo.  Sr.  Manso,  Canónigo  Magistral  ó  de  Pulpito, 
(como  dice  la  Santa)  en  Burgos  y  después  dignísimo  Obispo  de  Calahorra- 

-que  más  quería  argüir  con  cuantos  teólogos  había  que  con  la  Madre 
Teresa». 

Muchísimo  más  pudiera  objetarse  contra  el  dichoso  apéndice  2.*'  del 
P.  Pons.  porque  además  de  aglomerar  todos  los  elogios  que  la  Santa  hizo 
de  la  Compañía  de  Jesús  y  de  algunos  de  sus  miembros,  pero  callando 
y  omitiendo  las  muchas  quejas  y  disgustos  que  tuvo  con  ellos,  no  está 
tan  fuerte  en  la  documentación  como  correspondía  en  materia  tan  impor- 
tante y  delicada. 

Bien  pudiera  repetirse  aquí  la  frase  que  á  otro  propósito  pronunció  no 
hace  muchos  años  en  el  Congreso,  en  cierta  cuestión  ruidosa,  un  célebre 
diputado  católico  quien,  dirigiéndose  á  sus  contrarios,  les  decía  (2):  Flo- 
jillos,  flojillos  habéis  estado»;  y  se  refería  al  punto  de  documentación  que 
ellos  habían  presentado.  Pues  esto  mismo  pudiéramos  nosotros  decir  al 


(1)  Santa  Teresa  le  llaniíi  Antonio  (Fundaciones  capítulo  X.) 

(2)  D.  Ramón  Nocedal  en  la  cuestión  Nozaleda. 


-559- 

P.  Pons:  -Piojillo,  flojillo  ha  estado  vuestra  reverencia  en  los  documentos 
que  presenta  en  su  favor.  > 

Por  ese  motivo  nos  escribió  no  hace  mucho  tiempo  una  persona  com- 
petentísima y  nos  decía:  'Siento  que  los  Padres  Jesuítas  hayan  publicado 
esta  especie  de  defensa,  porque  no  es  imparcial  y  se  presta  fácilmente  á 
ser  refutada.  Amontonar  todos  los  elogios  omitiendo  las  quejas,  y,  sobre 
todo,  publicar  después  documentos  manifiestamente  dudosos,  calificando 
de  evidení emente  apócrifo  otro  sin  prueba,  usted  comprenderá,  reverendo 
padre,  que  es  una  torpeza.» 

En  efecto;  ¿en  qué  se  funda  el  P.  Pons  para  calificar  de  apócrifo  el 
trozo  de  la  carta  de  San  Juan  de  la  Cruz  sobre  los  Padres  Jesuítas  y  sus 
mañas,  cuando  se  trata  de  intereses?;  ¿qué  razones,  qué  documentos  ofrece 
para  probar  la  falta  de  autenticidad,  ó  sea  la  falsedad  del  trozo  de  la 
carta  de  San  Juan  de  la  Cruz  á  que  alude?  (1)  No  otra  que  su  palabra, 
pues  se  contenta  con  decir:  •< Tampoco  nos  detendremos  en  refutar  el 
fragmento  de  una  carta  evidentemente  apócrifa  que  atribuyeron  á  San 
Juan  de  la  Cruz  los  eternos  enemigos  de  los  Jesuítas,  y  que  ahora  quiere 
vendernos  como  un  hallazgo  el  citado  Sr.  Mir.» 

Nos  parece  que  puestas  las  cosas  en  el  estado  en  que  las  supone  el 
P.  Pons,  bien  podía  haberse  detenido  en  demostrar  la  falta  de  autenticidad 
que  supone  en  la  carta  de  San  Juan  de  la  Cruz.  Vamos,  vuelva  sobre  su 


(1)  El  trozo  ó  retazo,  como  le  llama  el  P.  Pons,  sobre  que  versa  la  cuestión,  es 
un  fragmento  de  carta  escrita  por  San  Juan  de  la  Cruz  á  la  Madre  Ana  de  San 
Alberto,  Priora  de  Caravaca,  cuyo  original  existía  en  el  antiguo  convento  de  Du- 
ruelo,  y  cuya  copia  se  halla  en  un  manuscrito  de  la  Biblioteca  Nacional  de  Madrid 
(H.  176.)  Dice  así:  -Pesádome  ha  de  que  no  se  hizo  luego  la  escritura  con  los  Pa- 
dres de  la  Compañía,  porque  no  los  tengo  yo  mirado  con  ojos  que  son  gente  que 
guarda  la  palabra.  Y  asi  entiendo  que  no  sólo  se  desviarán  en  parte;  mas  si  se  de- 
fiere, se  volverán  de  otra  en  todo  si  les  conviene.  Por  eso  mire  que  las  digo  que 
sin  decirles  nada  á  ellos  ni  á  naide,  trate  con  cl  Sr.  Gonzalo  Muiíoz  de  comprar  la 
otra  casa  que  está  de  estotra  parte  y  hagan  sus  escrituras,  que  ellos,  como  ven  que 
tienen  cogida  la  cuerda,  ensánchansc.  Y  va  muy  poco  que  después  se  sepa  que  las 
compramos  sólo  por  redimir  nuestra  vejación  Y  ansí  ellos  vendrán  á  buenas  sin 
tanto  quebradero  de  cabeza  y  los  haremos  venir  á  los  más,  que  no  se  puede  vencer 
una  cautela  sin  otra. 


-560- 

acuerdo  y  acometa  la  empresa.  Desde  luego,  apostamos  doble  contra  sen- 
cillo á  que  no  consigue  su  intento.  Más  fácil  es  de  demostrar  que  es  apó- 
criía  la  carta  á  Cristóbal  Rodríguez  de  Moya  en  elogio  de  la  Compañía, 
sin  principio,  sin  fin,  sin  firma,  sin  fecha,  y  de  la  cual  dice  el  mismo  señor 
La  Fuente:  *Como  la  carta  ha  ofrecido  algunas  dudas,  se  dejan  las  pala- 
bras tal  cual  están  impresas,  no  como  las  escribió  Santa  Teresa  y  se  ven 
en  las  otras. >  Verdaderamente  que  ha  ofrecido  y  ofrecerá  siempre,  no  al- 
gunas, sino  muchas  dudas  esa  carta,  sobre  todo  si  se  analiza  un  poco  Cj 
contenido  en  ella. 

Citemos,  por  último,  la  famosa  carta  de  la  Santa  al  Canónigo  Reinoso 
de  la  cual,  el  P.  Antonio  de  San  José,  anotador  de  las  cartas  de  su  Santa 
Madre,  en  el  índice  de  materias  correspondiente  al  tomo  4.°  página  XXIII 
no  tiene  escrúpulo  en  entresacar  las  siguientes  afirmaciones:  ^Jesuítas: 
Comenzaron  á  tener  con  Santa  Teresa  enemistad  formal.  C.  50.  núm.  2. 
Levantáronla  muchos  falsos  testimonios.  Ibid.  Díceles  la  Santa  redonda- 
mente que  mienten.  Ib.  Intentaron  apartar  del  trato  de  la  Santa  á  los  bien- 
hechores, porque  no  se  les  pegase  la  oración  de  la  misma  Santa  y  de 
sus  hijas.  Ib.  núm.  3.  Desea  la  Santa  se  compusiesen  amigablemente,  y  se 
hiciesen  cargo  estos  padres  de  la  verdad  y  de  la  razón.  Ibid.  Mucho  se 
lastima  la  Santa  que  gente  tan  grave  anduviese  en  niñería.» 

Véase  ahora  el  texto  literal  de  la  carta,  cuya  síntesis  nos  ofrece  el 
P.  Antonio  en  las  anteriores  líneas.  Es  como  sigue. 

'Carta  L.  Al  mismo  D.  Jerónimo  Reynoso,  Canónigo  de  la  Santa*  Igle- 
sia de  Palencia. 

Jesús. 
La  gracia  del  Espíritu  Santo  sea  con  Vmd.  Siempre  que  veo  carta  suya 
me  consuela,  y  da  pena  no  poder  descansar  muchas  veces  con  hacer  ésto. 
Ya  sé  que  Vmd.  lo  tiene  entendido,  y  con  todo  me  pesa  de  no  poder  más. 

'Por  esa  carta  que  ahí  va,  que  amosará  (mostrará)  á  Vmd.  la  Madre 
Priora,  que  escribo  al  padre  Rector  Juan  del  Águila;  verá  Vm.  algo  de  lo 
que  pasa  de  la  Compañía,  y  fúndala  el  demonio  con  echarme  culpas  por 
lo  que  me  habían  de  agradecer,  con  testimonios  bien  grandes,  que  de  ellos 
mesmos  podrían  dar  testigos  en  algunos  (todo  va  á  parar  en  estos  negros 
intereses)  que  dice  que  quise,  y  que  procuré;  y  harto  es  no  decir  que  pensé; 


-  5CÚ  - 

y  como  yo  creo  que  ellos  dirán  mentira,  veo  claro  que  el  demonio  debe 
andar  en  este  enredo. 

<  Ahora  dijeron  á  Catalina  de  Tolosa,  que  porque  no  se  les  pegase 
nuestra  oración,  no  querían  tratasen  con  las  Descalzas.  Mucho  le  debe  ir 
á  el  demonio  en  desavenirnos,  pues  tanta  prisa  se  da.  También  la  dijeron 
que  venia  acá  su  General,  que  era  desembarcado.  Heme  acordado  que  es 
amigo  del  Sr.  D.  Francisco:  si  por  aqui  se  pudiese  deshacer  esta  trama,  y 
poner  silencio  con  enterarse  en  la  verdad,  sería  gran  servicio  de  Dios: 
porque  para  gente  tan  grave  tratar  de  niñerías  de  tal  suerte,  es  lástima. 
Vm.  lo  verá,  y  coníorme  á  lo  que  le  pareciere,  poma  remedio. 

<  Ya  ternán  á  Vm.  bien  cansado  esos  papeles:  suplico  á  Vm.  me  los  en- 
víe, en  hallando  cosa  muy  segura  en  todo  caso,  y  me  encomiende  á  nues- 
tro Señor.  Su  Majestad  guarde  á  Vmd.  como  yo  le  suplico,  amen.  Son  hoy 
XX  de  Mayo.  Al  Sr.  D.  Francisco  y  á  esas  señoras  tías  de  Vmd.  beso  las 
manos  de  sus  mrds.    Indigna  sierva  de  Vdm.  Teresa  de  Jesús.  • 

El  P.  Antonio  de  S.  José  comenta  esta  carta  en  la  forma  siguiente: 

«El  sobrescrito  de  esta  carta  dice:  Al  ilustre  señor  el  Canónigo  Reyrwso, 
mi  Señor:  Palencia.  Su  original  se  conserva  con  particular  custodia  y  vene- 
ración en  la  Santa  Iglesia  de  Palencia.  en  el  Relicario  de  la  capilla  de  San 
Jerónimo. 

«Muchos  años  há,  la  hizo  publicar  D.  Pedro  Fernández  de  Pulgar  en 
la  Historia  Palentina,  tomo  2.°,  libro  3^,  capítulo  XXX.  Y  en  estos  últimos 
la  encuadernaron  con  las  demás  de  la  Santa  las  ediciones  italianas:  y  no 
parecía  ya  razón  carecieran  de  ella  las  españolas.  Y  más  deseando  en  esta 
la  Religión  que  gocen  la  pública  luz  todas  las  de  su  celestial  Doctora. 

«Para  darla  hasta  en  los  ápices  en  toda  su  legitimidad,  se  ha  sacado  su 
copia  auténtica  con  beneplácito  de  aquella  Santa  Iglesia,  y  asistencia  de 
dos  apoderados  suyos,  que  firmaron  también  el  traslado.  Escribióla  en  Bur- 
gos la  Santa  á  20  de  Mayo  1582.  Así  consta  del  original,  por  el  que  se  han 
corregido  con  prolijidad  algunas  leves  variantes,  que  corrían  en  la  edición 
de  Pulgar  y  otros  traslados. 

'El  número  primero  es  digno  y  muy  propio  de  aquella  cortesanía  san- 
ta que  se  admira  en  todas  sus  epístolas,  y  descubre  bien  la  íntima  satis- 
facción que  mediaba  entre  la  Santa  Virgen  y  aquel  V.  Prebendado.  Tod(j 


I 


-  562  - 

es  una  belleza  cuanto  dice:  y  no  se  pudiera  explicar  con  frases  más  vivas 
la  atención  más  discreta,  y  el  efecto  más  sincero,  leal,  santo  y  reli- 
gioso. 

«En  el  número  segundo  continúa,  aunque  en  diferente  tono.  Para  su  in- 
teligencia es  bien  tener  presente  una  especie  que  refiere  el  P.  Gracián  en 
sus  manuscritos,  que  ya  insinuamos  en  otra  parte:  y  aquí  puede  servir  no 
sólo  de  luz,  sino  de  lenitivo  á  alguna  aspereza  que  muestra  la  Santa  con 
alguno  ó  algunos  individuos  de  la  Compañía. 

«Escribe,  pues,  el  venerable  Gracián  en  unas  adiciones,  que  tenía  dis- 
puestas á  la  historia  de  la  Santa  del  P.  Ribera:  Que  Catalina  de  Tolosa  te- 
nía hecha  donación  de' su  hacienda  al  Colegio  de  Burgos  (perteneciente  á 
los  Jesuítas)  de  la  parte  que  cabía  á  las  que  tenía  ya  monjas  para  después 
de  sus  días:  y  que  viendo  que  por  otras  escrituras  la  aplicaba  al  conven- 
to nuevo  de  las  descalzas,  sus  confesores,  que  eran  los  Padres  de  aquel 
Colegio,  la  cargan  en  conciencia  la  nulidad  de  lo  que  obra.  Hubo  en  ésto 
sus  debates,  como  es  regular,  cuando  se  traba  guerra  con  bastante  pro- 
babilidad en  cada  una  de  las  partes. 

«Parecía  perplejidades  de  la  buena  Señora.  Cuando  iba  á  los  confeso- 
res, la  agravaban  el  escrúpulo:  cuando  volvía  á  casa,  y  se  encontraba  con 
Santa  Teresa,  como  era  mejor  teóloga  que  ellos,  se  lo  ponía  en  lo  contra- 
rio. Era  el  pleito  civil,  y  en  punto  de  hacienda.  Por  lo  cual,  y  no  por  otro 
motivo,  dice  la  Santa,  que  todo  iba  á  parar  en  estos  negros  intereses:  pues 
siendo  intereses,  aunque  sean  justos,  siempre  serán  negros.  En  las  notas 
á  la  carta  Q\  del  tomo  3.",  dejamos  advertida  esta  misma  especie. 

«Sobre  este  punto,  pues,  escribía  la  Santa  á  un  Rector  de  aquella  Re- 
ligión, que  sería  naturalmente  el  de  Patencia.  Pretendería  sin  duda,  que  se 
sosegase  aquella  leve  alteración:  que  esta  sabia  Miverva  siempre  deseó 
la  paz,  y  más  con  la  Compañía  del  que  á  todos  nos  dejó  en  su  testamen- 
to su  paz.  Quiso  viese  su  carta  (que  los  demás  no  merecemos)  aquel  se- 
ñor Prebendado,  su  Confesor,  para  que  la  dijese  si  en  justicia  tenía  de- 
recho. 

'Hacíanla  al  parecer  de  trato  doble,  como  sucedió  en  la  refriega  que 
dio  motivo  á  las  cartas  al  P.Juan  Suárez,  y  esto  llegó  á  la  Santa  muy  al 
corazón,  y  siempre  lo  tendrá  por  un  testimonio  grande.  Y  enardecida  del 


-  563  - 

amor  tierno  á  su  venerada  Compañía,  y  del  pundonor  y  santidad,  no  es 
mucho  que  prorrumpiera  en  que  era  una  mentira,  aunque  salga  de  alguno 
de  la  misma  Compañía. 

•<Pero  no  salía  de  allí,  sino  como  dice  en  el  número  3  de  la  envidia 
del  demonio:  que  él  era  el  que  andaba  en  el  enredo,  enredando  á  los  San- 
tos, para  desavenir  á  los  amigos.  Suya  era  esta  trama  como  otras  que  ur- 
dió, y  aun  no  cesa  de  urdir;  porque  como  dice  la  Santa:  Mucho  le  debe  ir 
en  desavenirnos. 

«Añade:  Pues  tanta  priesa  se  da.  Por  esto  se  daba  priesa  la  Santa  en 
desbaratar  sus  tramas,  y  poner  donde  él  pretendía  desunión,  como  capi- 
tán de  la  discordia,  concordia,  paz,  caridad  y  unión.  A  este  ñn  desea  in- 
formar la  verdad  al  reverendísimo  General,  que  oyó  venía,  aunque  no 
vino  á  España,  (era  el  reverendísimo  P.  Claudio  Aquaviva),  para  que  uni- 
das las  cabezas,  viviesen  unidos  los  miembros,  para  hacer  mayor  guerra 
al  infierno,  que  tanto  teme  esta  alianza  y  unión.  ¡Grande  gloria  de  estos 
dos  ejércitos,  que  infundan  tanto  terror  á  los  escuadrones  del  infierno! 

-En  el  número  cuarto  le  pide  con  igual  humildad  que  cortesanía,  vuel- 
va los  papeles,  que  serían  los  de  su  Vida,  ú  otros  concernientes  á  su  es- 
píritu, que  lleno  siempre  de  temores,  solicitaba  luz  de  los  Doctores  visi- 
bles de  la  Iglesia.  D.  Francisco  era  su  tío,  que  según  se  dijo  en  la  pasada, 
fué  Obispo  de  Córdoba.  Las  señoras  tías  se  fueron  á  la  otra  vida  sin  que 
las  conociésemos:  á  bien  que  si  eran  conocidas  y  amigas  de  la  Santa,  sin 
duda  estarán  en  la  gloria. 

«Bien  advertirá  el  discreto  el  mucho  tino  con  que  procede  la  pluma 
en  las  notas  de  esta  carta,  siendo  sus  cláusulas  muy  notables...  Mas  por 
lo  mismo  se  dejan  á  la  discreción  para  que  las  note  bien,  contentándonos 
con  declarar  su  asunto,  y  demás  circunstancias  propias  de  nuestro  empleo 
y  obligación.* 

Después  de  los  precedentes  comentarios  hechos  con  la  mejor  buena 
fe  y  que  explican  con  la  lealtad,  que  se  debe,  las  palabras  de  la  Santa, 
nada  restaba  que  hacer  ni  que  añadir;  pero  el  P.  Pons  se  esfuerza  inútil- 
mente, contra  toda  la  tradición  en  querer  persuadir  á  sus  lectores  que  la 
famosa  carta  y  sus  quejas  no  van  dirigidas  contra  la  Compañía  de  Jesús, 
y  se  atreve  á  encabezar  el  segundo  párrafo  del  segundo  apéndice,  de  esta 


I 


—  564- 

manera:  «Las  amargas  quejas  de  Santa  Teresa  en  su  carta  al  canónigo  de 
Falencia  Sr.  Jerónimo  Reinoso  no  van  dirigidas  contra  la  ^ompañía  de 
Jesús».  Preciso  es,  pues,  detenernos  un  poco  más. 

¿Qué  pruebas  aduce  de  su  aserto  dicho  padre?  «Que  la  palabra  de 
equivale  á  contra»,  y  por  lo  tanto  las  palabras  de  la  Santa  «verá  vuestra 
merced  algo  de  lo  que  pasa  de  la  Compañía»,  es  como  si  la  Santa  dijera 
«verá  vuestra  merced  algo  de  lo  que  pasa  contra  la  Compañía».  Esto, 
P.  Pons,  en  buen  castellano  se  llama  torturar  la  lógica  y  la  gramática, 
y  es  inexacto  que  del  contexto  se  infiera  que  ese  sea  el  sentido;  antes  por 
el  contrario,  del  contexto  se  infiere  lo  que  han  inferido  todos,  esto  es,  que 
los  jesuítas  comenzaban  enemistad  formal  por  los  negros  intereses. 

«Persuade  esta  interpretación— añade— porque  sin  ella  resultaría  inin- 
teligible todo  lo  que  sigue».  Permítame  que  le  diga  que  vuestra  reverencia 
es  quien  hace  ininteligible  la  carta  con  interpretaciones  tan  violentas  que 
á  nadie  han  ocurrido  más  que  á  vuestra  reverencia.  ¿Por  qué  resulta  inin- 
teligible todo  lo  que  sigue?  Responde  el  P.  Pons:  Porque  Santa  Teresa 
escribió  esta  carta  el  20  de  Mayo  de  1582,  y  por  ese  tiempo  escribió 
también  el  capítulo  XXXI  de  las  Fundaciones,  en  donde  manifiesta  su 
gratitud  á  la  Compañía  por  estas  palabras:  «Y  el  P.  Prior  de  San  Pablo, 
que  es  de  los  Dominicos  (á  quien  siempre  esta  Orden  ha  debido  mucho  y 
á  los  de  la  Compañía  también),  él  dijo  la  misa  mayor.»  Quejarse  de  los 
jesuítas  en  una  carta  familiar  que  nadie  quizá  leyó  más  que  el  Sr.  Reinoso 
y  manifestar  su  gratitud  á  los  mismos  en  un  libro  que  la  Santa  escribía,  es 
incompatible,  según  el  P.  Pons.  ¿De  dónde  saca  vuestra  reverencia  estas 
incompatibilidades?  Por  muy  poca  cosa  tiene  vuestra  reverencia  á  Santa 
Teresa,  y  en  poca  agua  se  ahoga.  Santa  Teresa  era  una  alma  real  que 
sabía  sobreponerse  á  todo;  no  era  tan  pequeña  como  nosotros  que  nos 
olvidamos  de  los  beneficios  recibidos  por  el  más  pequeño  disgusto.  Ade- 
más, sabido  es  de  todos  lo  que  es  una  carta  familiar  y  de  confianza,  como 
fué  la  carta  que  nos  ocupa.  Añadamos  á  todo  esto  que  la  Santa  en  otra 
carta  se  queja  de  los  jesuítas,  y  al  mismo  tiempo,  ó  sea  en  la  misma  carta, 
se  interesa  por  ellos,  y  así  escribiendo  al  P.  Gracián  en  la  carta  199  sobre 
el  asunto  del  P.  Salazar,  dice:  -También  de  Toledo  me  han  escrito  se 
quejan  mucho  (los  jesuítas)  de  mi,  y  es  verdad  que  todo  lo  que  pude  ha- 


-565- 

cer,  y  aún  más  de  lo  justo,  hice;  y  así,  la  causa  que  hay  de  quejarse  de 
vuestra  paternidad  y  de  mi,  he  pensado  es  el  haber  tanto  mirado  no  les 
dar  disgusto;  y  creo  que  si  sólo  se  hubiera  mirado  á  Dios,  y  héchose  por 
solo  su  servicio  lo  que  pedía  tan  buen  deseo,  que  ya  estuviera  pacífico  y 
más  contentos,  porque  el  mismo  Señor  lo  allanara;  y  cuando  vamos  por 
respetos  humanos,  el  fin  que  se  pretende  por  ellos,  nunca  se  consigue; 
antes  al  revés,  como  ahora  parece.  ¡Como  si  fuera  una  herejía  lo  que  que- 
ría hacer,  como  yo  les  he  dicho,  sienten  que  se  entienda!  Cierto,  mi  padre, 
que  ellos  y  nosotros  hemos  tenido  harto  de  tierra  en  el  negocio.  Con 
todo,  me  da  contento  se  haya  hecho  así;  querría  se  contentase  nuestro 
Señor.» 

A  continuación  escribe  la  misma  Santa:  «Ya  escribí  á  vuestra  paterni- 
dad lo  que  ponen  los  padres  de  la  Compañía  de  aquí,  porque  venga  el 
P.  Mariano  á  ver  una  fuente;  ha  mucho  lo  importunan.  Ahora  escribió  ve- 
nía en  todo  este  mes.  Suplico  á  vuestra  paternidad  le  escriba  no  deje  de 
hacerlo  en  caso,  y  no  se  le  olvide.» 

El  anotador  P.  Antonio  escribe  así:  -Es  muy  de  notar  la  gran  pruden- 
cia de  la  Santa;  pues  por  si  la  carta  llegaba  á  otras  manos,  acabando  de 
hablar  de  los  padres  de  la  Compañía,  como  si  nunca  los  hubiera  tomado 
en  boca,  ni  los  hubiera  mencionado,  los  saca  aquí  con  su  propio  nombre, 
sobre  el  empeño  de  llevar  el  agua  á  su  fuente  por  nuestro  P.  Mariano. 
Fué  este  insigne  hombre  gran  arquitecto,  de  quien  se  valió  en  varias  ma- 
niobras Felipe  II.  Mucho  deseaba  la  Santa  servir  á  la  Compañía,  aun 
cuando  la  Compañía  mortificaba  á  la  Santa.  Mucho  deseaba  llevarles  el 
agua,  pues  repite  el  empeño  cuando  menos  en  tres  cartas.* 

Esto  sí  que,  según  el  P.  Pons,  sería  incompatible;  pero  no  lo  es,  en 
realidad,  á  no  negar  la  autenticidad  de  la  carta. 

Pero  continuemos  examinando  el  valor  de  las  demás  pruebas  que  pre- 
senta en  favor  de  su  aserto.  -Además— añade— véase  cómo  se  expresa  el 
P.  Francisco  de  Santa  María,  Carmelita  Descalzo  ►. 

¿Y  qué  dice?  Pues  dice  lo  que  todos  ya  sabemos,  que  los  Padres  Je- 
suítas la  ayudaron  al  principio  en  esta  fundación,  como  lo  hicieron  en 
otras  partes,  porque  eran  los  confesores  de  Doña  Catalina,  como  ya  nos 
ha  dicho  el  comentador  P.  Antonio;  pero  esto  no  empece,  que  cuando  se 


I 


—  56fi  - 

atravesaron  los  negros  intereses,  ya  no  sólo  no  la  ayudaron,  sino  que  la 
hicieron  padecer,  levantándola  grandes  testimonios,  como  se  infiere  de 
dicha  carta,  en  expresión  del  padre  comentador. 

Hace  otro  esfuerzo  más  el  R.  P.  Pons,  citando  las  palabras  de  Santa 
Teresa  en  otra  carta  con  el  comentario  del  P.  Antonio  de  San  José,  el  cual 
comentario,  según  lo  cita  el  P.  Pons,  se  reduce  á  estas  palabras:  «Tres 
Religiones  concurrieron  á  fundar  en  aquel  tiempo  en  Burgos:  nuestros 
Padres  Observantes,  los  Basilios  y  los  Mínimos.  Pudo  suceder  alguno 
de  los  encuentros,  que  ni  suele  faltar  entre  los  Santos».  Pero,  P.  Pons,  si 
vuestra  reverencia  busca  la  verdad,  ¿por  qué  no  estampa  las  palabras 
que  siguen  inmediatamente  á  las  que  cita  y  sirven  para  dar  luz  en  el 
asunto  que  nos  ocupa?  Ya  que  vuestra  reverencia  las  oculta,  no  las  ocul- 
taremos nosotros,  porque  sirven  para  entender  la  materia  que  estamos 
tratando.  Dice  asi  el  P.  Antonio  inmediatamente  después  de  las  palabras 
citadas  por  el  V.  R.:  «Verdad  es  que  ciertos  padres  que  dirigían  el  espíritu 
de  Catalina  de  Tolosa,  y  á  quienes  tenía  hecha  donación  de  su  hacienda 
para  después  de  sus  días,  la  ponían  en  escrúpulo  de  que  la  quería  aplicar 
para  la  fundación,  según  escribe  el  P.  Gracián,  añadiendo  que  la  buena 
Señora  padecía  un  martirio  entre  sus  confesores  y  la  Santa,  porque  cuan- 
do iba  á  ellos  la  cuestionaban  lo  que  quería  favorecer  á  la  fundación, 
cuando  venía  á  ésta  era  preciso  que  la  deshiciese  sus  argumentos  y  sose- 
gase sus  escrúpulos. 

-En  este  lance  ciertamente  crítico  era  preciso  que  las  razones  de  una 
parte  desabriesen  á  la  otra,  y  pudieron  expresarlo  en  alguna  proposición, 
y  escribirlo  la  Santa  á  Palencia,  donde  también  alcanzaba  parte  del  nego- 
cio, por  estar  allí  novicias  dos  hijas  de  la  Tolosa >  (1) 

Estos  Padres,  confesores  de  Doña  Catalina,  no  negará  el  P.  Pons,  ni 
nadie  puede  negarlo,  que  eran  los  de  la  Compañía,  y,  por  lo  tanto,  nada 
saca  ni  puede  sacar  en  su  favor  el  P.  Pons  de  este  argumento,  y  sólo  ma- 
nifiesta su  falta  de  lealtad  suprimiendo  lo  que  no  le  conviene,  y  que  ser- 
viría, sin  duda,  para  que  los  lectores  de  su  obra  se  actuasen  en  la  verdad, 
que  es  el  fin  que  debe  proponerse  todo  escritor. 

(1)  Véase  la  carta  41,  tomo  3."  Edición  de  1793. 


-567- 

EI  último  argumento  que  aduce  el  P.  Pons  le  funda  en  las  palabras  si- 
guientes: «También  la  dijeron  (á  Catalina  de  Tolosa)  que  venia  acá  su 
general,  que  era  desembarcado.  Heme  acordado  que  es  amigo  del  señor 
D.  Francisco.»  Este  general,  según  el  P.  Pons,  era  el  de  los  Carmelitas,  y 
lo  deduce,  en  primer  lugar,  de  una  carta  del  P.  Nicolás  Doria  escrita  á 
Santa  Teresa  desde  Genova  á  donde  iba  á  llegar  el  general  de  los  Carme- 
litas; y  de  aquí  infiere  nuestro  reverendo  padre  que  dicho  general  carme- 
litano parece  contaba  venir  á  España,  pero  que  se  arregló  el  negocio  en 
Genova  y  no  hubo  necesidad  de  que  se  llegase  á  España;  pero  pudo  ser 
esto  motivo  para  que  'Se  esparciese,  dice,  por  Burgos  el  rumor  de  que 
venia  á  España  aquel  reverendísimo  padre  general.»  Vamos  á  cuentas 
P.  Pons.  Si  el  general  á  que  alude  la  Santa  fuera  el  general  de  los  Carme- 
litas, ¿hubier.c  escrito  Santa  Teresa  «también  la  dijeron  que  venía  acá  su 
general?»  Pues  qué,  ¿el  general  de  los  Carmelitas  no  era  entonces  el  gene- 
ral de  Santa  Teresa  y  su  Descalcez?  ¿Acaso  la  Descalcez  tenía  en  1582 
general  propio  distinto  del  general  de  los  Calzados?  ¿No  era  uno  mismo 
en  vida  de  la  Santa  el  general  de  Calzados  y  Descalzos?  ¿No  sabe  el  pa- 
dre Pons  que  los  Descalzos  no  tuvieron  general  distinto  hasta  el  año 
de  1593?  Y  siendo  esto  así.  como  lo  es,  ¿tienen  sentido  las  palabras  de 
Santa  Teresa  -  que  venía  acá  su  general»,  si  se  hubiera  referido  al  padre 
Juan  Bautista  de  Cafardo,  general  entonces  de  la  Orden  Carmelitana,  que 
abrazaba  á  Calzados  y  Descalzos?  ¿Tan  descortés  y  despegada  cree  el 
P.  Pons  á  la  Santa  que  dijera  su  general?  ¿No  hubiera  dicho,  como  era 
justo,  nuestro  reverendísimo  general  y  no  su  general?  ¿No  ve  vuestra  re- 
verencia en  esta  misma  página  (607)  de  su  obra  que  estamos  analizando, 
cómo  Santa  Teresa  dice  «y  tiene  nuevas  de  que  nuestro  reverendísimo  pa- 
dre general  viene  allí  de  aquí  á  diez  días?>  Basta  esto  para  deshacer  todo 
el  castillo  en  el  aire  del  P.  Pons  que,  sin  reflexionar,  nos  dice  que  este  ge- 
neral era  el  de  los  Carmelitas. 

Sigamos,  sin  embargo,  examinando  cómo  intenta  probar  esta  falsa  afir- 
mación, que  es  con  la  carta  del  P.  Nicolás,  de  la  cual  deduce  todo  lo  que 
viene  bien  á  su  negocio,  pero  sin  fundamento  alguno. 

Sepa,  R.  Padre,  que  el  General  Carmelita  no  pensó  venir  á  España, 
como  deduce  V.  R.  de  las  palabras  de  la  Santa  en  dos  cartas,  aludiendo  á 


■ 


-  568  - 

¡as  que  había  recibido  del  P.  Nicolás  Doria,  y  lo  vamos  á  probar  hasta  la 
evidencia.  Hé  aquí  la  historia  verdadera  de  este  suceso: 

Después  del  Caphulo  de  Separación  en  Alcalá,  aunque  se  le  había 
dado  cuenta  al  General  de  todo  lo  que  allí  se  había  hecho,  pero  creyó  el 
Provincial  Gracián  y  la  Santa  Madre  también,  que  convenía  fuese  algún 
P.  Descalzo  á  prestar  la  obediencia  de  parte  de  toda  la  descalcez  al  Gene- 
ral de  la  Orden.  Con  este  objeto  salió  para  Roma  el  P.  Nicolás  Doria,  y  al 
llegar  á  Genova,  sabiendo  que  venía  allí  el  General  le  esperó  con  el  fin  de 
tratar  con  él  los  negocios  graves  que  llevaba  y  volverse  á  España,  «sin 
pasar  adelante»,  como  la  Santa  escribe  en  la  primera  carta  que  V.  R.  cita: 
las  cuales  palabras,  aplica  V.  R.  equivocadamente,  al  P.  General,  diciendo 
que  como  se  arreglasen  los  negocios  en  Genova,  ya  no  pasó  adelante  él 
y  esas  palabras  se  refieren  al  P.  Doria,  y  por  eso,  dice  la  Santa:  «se  vol- 
verá sin  pasar  adelante -.  No  volvió  el  P.  Doria  entonces,  porque  como  la 
Santa  dice  (donde  V.  R.  pone  los  puntos  suspensivos),  el  General  le  nom- 
bró procurador  General  de  Descalzos. 

Esta  es,  P.  Pons,  la  verdadera  interpretación  de  esas  palabras  de  la 
Santa.  Lea  V.  R.  el  capítulo  XXVII  del  libro  5.",  de  la  Crónica  de  la  Re- 
forma por  el  P.  Francisco  de  Santa  María,  y  allí  encontrará  la  historia  de 
este  viaje,  y  se  convencerá  por  sí  mismo,  de  que  ese  es  el  sentido  de  las 
cartas  de  la  Santa. 

Lo  que  V.  R.  añade,  que  el  General  de  la  Compañía  P.  Aquaviva,  no 
pensó  venir  á  España,  será  cierto;  pero  también  lo  es  que  no  lo  pensó  el 
de  los  Carmelitas.  Que  D.  Francisco  no  podía  ser  amigo  del  P.  Aquaviva, 
tampoco  lo  podía  ser  del  P.  Juan  Bautista  Cafardo,  General  de  los  Carme- 
litas. Estas  no  son  razones  para  probar  lo  que  intenta  V.  R.,  ni  hay  para 
qué  gastar  el  tiempo  en  decir  más  sobre  la  materia  que  nos  ocupa,  una  vez 
demostrado,  como  acabo  de  hacerlo,  que  las  palabras  de  Santa  Teresa, 
«su  General»,  no  pueden,  de  modo  alguno,  referirse  al  General  de  la  Or- 
den Carmelitana. 

Las  últimas  palabras,  «yo  creo  que  ellos  dirán  mentira-,  deben  tomar- 
se prout  jacent.  y  por  más  que  V.  R.  diga  que  basta  para  convencerse  de 
ello,  etc.,  crea  que  ni  es  posible  convencerse  de  otra  cosa,  ni  nadie  se  ha 
convencido;  porque  tenemos  todos  á  Santa  Teresa  como  un  modelo  en  el 


-569- 

Liso  y  propiedad  de  las  palabras,  sobre  todo  tratándose  de  materia  tan  de- 
licada. Déjese  V.  R.  P.  Pons,  de  tantas  cavilaciones  é  interpretaciones 
violentas  y  siga  el  camino  llano  del  P.  Fr.  Antonio  de  San  José,  quien  sin 
pasión  ni  parcialidad  de  ningún  género,  nos  di(3  con  la  mayor  lealtad  y 
buena  fe,  tanto  en  los  comentarios  como  en  el  índice  de  materias  el  senti- 
do genuino  de  la  famosa  carta  que  nos  ocupa. 

Una  vez  más  nos  es  preciso  reconocer  lo  atinado  que  ha  estado  Mr.  Al- 
fredo AAorel-Facio,  profesor  del  Colegio  de  Francia  en  París,  persona  com- 
petentísima en  la  materia,  cuando  después  de  echar  al  P.  Pons  en  cara  los 
múltiples  y  graves  defectos  de  que  adolece  su  Obra,  concluye  su  juicio 
critico,  diciendo:  que  está  escrita  con  muy  poca  preparación  y  pudiera 
añadir  »con  mucha  pasión». 

Al  terminar  el  capítulo,  hemos  de  repetir  al  P.  Pons,  que  no  somos 
enemigos  de  la  Compañía  de  Jesús;  que  reconocemos  los  servicios  que  su 
Instituto  prestó  á  Santa  Teresa;  que  esta  agradecidísima  Santa  amó  con 
cariño  á  esa  Sagrada  Religión;  pero,  no  obstante  todo  esto,  es  preciso  con- 
fesar dos  cosas:  primera,  que  los  Padres  Jesuítas  no  siempre  estuvieron 
acertados  en  la  dirección  del  espíritu  de  la  Santa  Madre,  y  segunda  y  prin- 
cipal, que  los  Padres  Jesuítas  causaron  no  pocas  veces  serios  y  graves 
disgustos  á  Santa  Teresa.  Mas  es  necesario  terminar  un  asunto  que  se  va 
haciendo  demasiado  largo.  Por  fin  y  remate  de  él;  protestamos  con  toda 
sinceridad  que  no  hemos  tenido  otro  móvil  para  escribir  lo  que  precede, 
sino  el  de  esclarecer  la  verdad,  fin  principal  que  debe  proponerse  todo 
escritor  que  tenga  temor  de  Dios. 


-^- 


CAPÍTULO    XXI 

Hgradecimicnío  de  Santa  Ceresa  de  ¡esús  y  de  sus  i)iios  á  la  Orden 

de  Santo  Domingo. 


Nos  hallamos  terminando  ya  nuestro  humilde  trabajo  y  creemos  ha  de 
ser  del  agrado  del  lector  saber  el  agradecimiento  que  la  Santa  tuvo  y  han 
tenido  sus  hijos  con  la  Sagrada  Orden  de  Santo  Domingo.  Como  el 
autor  del  Año  Teresiano  en  el  mismo  dia  30  de  Septiembre  explana  admi- 
rablemente toda  esta  materia,  aportando  copiosos  é  interesantes  datos,  no 
haremos  sino  copiar  sus  palabras,  dividiendo  para  mayor  claridad  el 
asunto,  como  él  lo  hace,  en  dos  párrafos. 

I 

CORRESPONDENCIA  DE  SANTA  TERESA  DE  JESÚS  CON  LA 
RELIGIÓN  DOMINICANA 

»Todas  las  virtudes— dice  el  P.  Ribera— tenía  la  Santa  Madre  en  un 
grado  muy  alto;  pero  esta  de  ser  agradecida  echábase  tanto  ver,  que  nadie 
lo  podía  dejar  de  notar  por  poco  que  mirase.  En  esta  línea  fué  singularí- 
sima su  virtud;  y  si  por  el  más  tenue  beneficio  que  cualquiera  la  hiciese 
solía  decir:  <Bien  veo  que  no  es  perfección  en  mí  esto,  que  tengo  de  ser 
agradecida;  debe  de  ser  natural  que  con  una  sardina  que  me  den  me  so- 
bornarán-, ¿qué  agradecimiento,  qué  expresiones,  qué  obras  no  saldrían 
del  alma  de  la  mística  Madre  en  correspondencia  de  tanto  favor,  tanta 
cordialidad  y  tanto  patrocinio  como  la  Santa  y  su  familia  experimentó 


-  572  — 

siempre  de  la  Orden  de  Predicadores?  Es  ciertísimo  que  de  una  parte  el 
natural  agradecimiento  de  esta  santa  virgen  y  de  otra  la  grandeza  de  los 
beneficios  que  ella  recibió  de  esta  Orden,  engendraron  en  el  ánimo  de  la 
Santa  una  gratitud  tan  intensa  que  no  se  podía  persuadir  de  poder  jamás 
pagar  suficientemente  los  favores  recibidos. 

Tenía  presentes  aquellas  borrascas  espirituales,  y  el  mar  de  peligros, 
de  donde  la  sacaron  estos  religiosos  con  su  acertada  dirección;  y  cuando 
la  fortuna  no  la  aprontaba  ocasiones  con  que  obrar  en  su  obsequio,  se  des- 
ahogaba con  estar  mirando  en  su  memoria  á  estos  bienhechores,  instru- 
mentos de  su  felicidad;  al  modo  que  Noé,  de  quien  se  dice,  que  el  tiempo 
que  vivió  después  de  haber  salido  del  diluvio,  no  quiso  separarse  de  los 
montes  de  Armenia,  por  tener  á  la  vista  el  Arca  que  le  salvó  de  tantos 
riesgos,  y  mantener  en  su  memoria,  estándola  mirando,  las  piedades  divi- 
nas para  agradecerlas  con  amor  fervoroso.  Conviene  mucho  (advierte  un 
autor)  el  mirar  muchas  veces  aquellos  instrumentos,  ó  lugares,  en  donde, 
y  por  quienes  se  lograron  los  favores  de  Dios;  en  lo  cual  fué  la  Santa  tan 
agradecida,  que  todo  el  lleno  de  su  gozo  se  hallaba  completo  en  las  oca- 
siones en  que  la  ocurrían  inopinadamente  algunos  individuos  de  esta  Re- 
ligión. Bien  se  manifiesta  esta  verdad  en  un  lance  casual  que  ella  refiere  en 
la  fundación  de  Vilianueva  de  la  Jara,  donde,  dando  noticia  de  la  solem- 
nidad y  circunstancias  con  que  la  recibieron,  dice  estas  palabras:  <Iba  la 
procesión  con  harta  autoridad:  nosotras  (con  nuestras  capas  blancas  y  ve- 
los delante  del  rostro)  íbamos  en  mitad,  cabe  el  Santísimo  Sacramento;  y 
junto  á  nosotras  nuestros  frailes  descalzos,  que  fueron  hartos  del  monas- 
terio; y  los  franciscos,  (que  hay  monasterio  en  el  lugar  de  San  Francisco) 
iban  allí;  y  un  fraile  dominico  que  se  halló  en  el  lugar;  que  aunque  era  so- 
lo me  dio  contento  ver  allí  aquel  hábito.» 

«Esta  expresión,  que  se  dejó  caer  como  de  paso  en  el  pasaje  que  refie- 
re la  celestial  maestra,  es  una  señal  la  más  fina  que  puede  discurrirse  para 
significar  la  naturaleza  de  aquel  amor  puro  é  intenso  con  que  siempre  mi- 
raba á  estos  Religiosos.» 

Continúa  después  ponderando  cuánto  significaban  esas  palabras  de 
Santa  Teresa,  según  lo  hemos  visto  ya  al  tratar  de  la  fundación  de  Villa- 
nueva  de  la  Jara  en  la  página  437  y  siguientes. 


—  573  — 

Prosigue  luego  y  escribe  así: 

«Volviendo,  pues  á  continuar  en  el  amor,  gratitud  y  aprecio  solidísimo 
con  que  la  maestra  celestial  correspondía  á  esta  sagrada  orden,  copiare- 
mos algunas  expresiones  de  la  Santa,  dichas  á  varios  Dominicos,  que  prue- 
ban el  intento.  Al  venerable  P.  Fr.  Luís  de  Granada  dijo  lo  siguiente:  «De 
las  muchas  personas  que  aman  en  el  Señor  á  Vuestra  Paternidad,  por  ha- 
ber escrito  tan  santa  y  provechosa  doctrina,  y  dan  gracias  á  Su  Majestad 
por  haberle  dado  á  Vuestra  Paternidad  para  tan  grande  y  universal  bien 
de  las  almas,  soy  yo  una.  Y  entiendo  de  mí,  que  por  ningún  trabajo  hu- 
biera dejado  de  ver  á  quien  tanto  me  consuela  oír  sus  palabras,  si  se  su- 
friera conforme  á  mi  estado  y  ser  mujer.  Porque  sin  esta  causa  la  he  teni- 
do de  buscar  personas  semejantes,  para  asegurar  los  temores,  en  que  mi 
alma  ha  vivido  algunos  años.  Y  ya  que  esto  no  he  merecido,  heme  conso- 
lado de  que  el  Sr.  D.  Teutonio  me  ha  mandado  escribir  esta;  á  lo  que  yo 
no  hubiera  atrevimiento.  Mas  fiada  en  la  obediencia,  espero  en  nuestro 
Señor  me  ha  de  aprovechar,  para  que  Vuestra  Paternidad  se  acuerde  al- 
guna vez  de  encomendarme  á  nuestro  Señor.  >  Respondiendo  al  Presenta- 
do Fr.  Pedro  Ibáñez  (1)  y  remitiéndole  el  libro  de  su  Vida,  que  este  venera- 
ble Maestro  la  mandó  escribir,  le  dice:  «En  todo  haga  Vm.  como  le  pare- 
ciere, y  vea  está  obligado  á  quien  así  le  fia  su  alma.  La  de  Vm.  encomen- 
daré yo  toda  mi  vida  al  Señor:  por  eso  dése  priesa  á  servir  á  su  Majestad 
para  hacerme  á  mi  merced;  pues  verá  Vm.  por  lo  que  aquí  va,  cuan  bien 
se  emplea  en  darse  todo  (como  Vm.  lo  ha  comenzado)  á  quien  tan  sin  ta- 
sa se  nos  da.  Sea  bendito  por  siempre;  que  yo  espero  en  su  misericordia 
nos  veremos  adonde  más  claramente  Vm.  y  yo  veamos  las  grandes,  que 
ha  hecho  con  nosotros,  y  para  siempre  jamás  le  alabemos.» 

El  reverendísimo  maestro  Fray  García  de  Toledo,  confesor  de  la  San- 
ta y  grande  amigo  suyo,  pasó  á  las  Indias  con  el  cargo  de  Comisario  ge- 
neral, y  vuelto  desde  el  Perú  á  Sevilla,  cuando  ella  lo  supo,  escribió  estas 
palabras  á  la  Madre  Priora  María  de  San  José:  «En  gran  manera  me  hol- 
gué (la  dice)  de  que  estaba  ahí  el  mi   buen  padre  Fray  García.  Dios  le 


(1)     Hoy  consta  que  la  carta  á  que  se  refiere  el  autor  del  Año  Tcrcsiano  no  fué 
dirigida  al  P.  Pedro  Ibáñez,  sino  al  P.  García  de  Toledo,  dominico  también. 


-574- 

pague  tan  buenas  nuevas,  que,  aunque  me  lo  había  dicho,  no  lo  acababa 
de  creer  según  lo  deseaba.  Muéstremele  mucha  gracia,  que  hagan  cuenta 
que  es  fundador  de  esta  Orden,  según  lo  que  ha  ayudado,  y  ansí  para  él 
no  se  sufre  velo,  para  todos  los  demás  sí.»  Mucho  amor  dicen  estas  ex- 
presiones; pero  la  quinta  esencia  del  cariño  con  estos  religiosos  la  derra- 
mó su  pluma  en  carta  que  escribe  al  catedrático  Fray  Domingo  Báñez,  en 
que  dice:  '<No  hay  que  espantar  de  cosa  que  se  haga  por  amor  de  Dios, 
pues  puede  tanto  el  de  Fray  Domingo,  que  lo  que  le  parece  bien,  me  pa- 
rece, y  lo  que  quiere,  quiero;  y  no  sé  en  qué  ha  de  parar  este  encanta- 
miento. Ayer  estuve  con  un  padre  de  su  Orden  que  llaman  Fray  Melchor 
Cano.  Yo  le  dije  que  á  haber  muchos  espíritus  como  el  suyo  en  la  Orden 
que  pueden  hacer  los  monasterios  de  contemplativos.»  En  otra  carta 
dice  lo  siguiente:  «Alabo  á  nuestro  Señor  de  las  nuevas  que  oigo  de  sus 
sermones,  y  he  harta  envidia.  Y  ahora  como  es  Prelado  de  esta  casa  dame 
gran  gana  de  estar  en  ella.  Mas  cuando  lo  dejo  de  ser  mío?  Con  que  veo 
esto  me  parece  que  me  diera  nuevo  contento,  y  más  como  no  merezco 
sino  cruz,  alabo  á  quien  me  la  da  siempre.» 

«Excusado  parece  el  trasladar  más  expresiones  de  la  santa  maestra  en 
crédito  de  aquella  voluntad  tan  llena  de  cariño  con  que  trataba  á  estos 
varones  ejemplares;  pues  en  las  mencionadas  se  compendian  todas  las 
finezas  que  puede  producir  el  amor  castísimo  de  aquellos  corazones,  que, 
heridos  del  fuego  del  Espíritu  Santo,  bostezan  llamas  encendidas  en  el 
trato  espiritual;  mas  por  cuanto  hizo  la  santa  madre  una  relación  muy  ho- 
norífica de  estos  religiosos  en  la  carta  19  del  tomo  I,  donde  insinúa  los 
confesores  que  tuvo  de  esta  santa  familia,  nos  parece  preciso,  para  desem- 
peño de  este  asunto,  copiar  sus  palabras.  Da  allí  noticia  (ocultando  su 
nombre)  de  las  interioridades  de  su  espíritu,  y  de  las  razones  que  la  per- 
suadieron á  buscar  hombres  sabios,  para  que  con  sus  letras,  virtud  y  es- 
tudio en  la  Sagrada  Escritura  consiguiese  su  alma  segura  dirección,  y  des- 
pués dice: 

*Con  este  intento  comenzó  á  tratar  con  padres  de  la  Orden  del  glorio- 
so padre  Santo  Domingo,  con  quienes  antes  de  estas  cosas  se  había  con- 
fesado, no  dice  con  éstos,  sino  con  esta  Orden.  Son  éstos  los  que  des- 
pués ha  tratado.  El  padre  Fray  Vicente  Varrón  la  confesó  año  y  medio  en 


-575- 

Toledo,  que  era  consultor  entonces  del  Santo  Oficio;  y  antes  de  estas  co- 
sas la  habla  tratado  muchos  años.  Era  gran  letrado.  Este  le  aseguró  mu- 
cho, y  también  los  de  la  Compañía  que  ha  dicho.  Todos  la  decían  que 
si  no  ofendía  á  Dios,  y  si  se  conocía  por  ruin,  de  qué  temía?  Con  el  padre 
maestro  Fray  Pedro  Ibáñez,  que  era  lector  de  Avila.  Con  el  padre  maestro 
Fray  Domingo  Báñez,  que  ahora  está  en  Valladolid  por  regente  en  el  co- 
legio de  San  Gregorio,  me  confesé  seis  años,  y  siempre  trataba  con  él 
por  cartas,  cuando  algo  se  le  ha  ofrecido.  Con  el  maestro  Chaves.  Con  el 
padre  maestro  Fray  Bartolomé  de  Medina,  catedrático  de  Salamanca,  que 
sabía  que  estaba  muy  mal  con  ella;  porque  había  oído  decir  estas 
cosas,  y  parecióle  que  éste  la  diría  mejor  si  iba  engañada  que  ninguno 
por  tener  tan  poco  crédito.  Esto  ha  poco  más  de  dos  años.  Procuró  con- 
fesarse con  él,  y  dióle  gran  relación  de  todo  el  tiempo  que  allí  estuvo,  y 
vio  lo  que  había  escrito  para  que  mejor  lo  entendiese.  El  la  aseguró  tanto 
y  más  que  todos,  y  quedó  muy  su  amigo.» 

«También  se  confesó  algún  tiempo  con  Fr.  Felipe  de  Meneses  cuando 
fundó  en  Valladolid,  que  era  el  Rector  de  aquel  Colegio  de  San  Gregorio, 
y  antes  había  ido  á  Avila  (habiendo  oído  estas  cosas)  á  hablaría,  con  harta 
candad;  queriendo  saber  si  iba  engañada  para  darme  luz,  si  no,  para  tor- 
nar por  ella  cuando  oyese  murmurar,  y  se  satisfizo  mucho.  También  trató 
particularmente  con  un  provincial  de  Santo  Domingo,  llamado  Salinas, 
hombre  espiritual  mucho;  y  con  otro  Presentado  llamado  Lunar,  que  era 
Prior  en  Santo  Tomás  de  Avila;  y  en  Segovía,  con  un  Lector,  llamado  Fray 
Diego  de  Yanguas.  Entre  estos  Padres  de  Santo  Domingo  no  dejaban  al- 
gunos de  tener  harta  oración,  y  aún  quizá  todos.  Y  otros  algunos  también 
he  tratado,  que  en  tantos  años,  y  con  temor,  ha  habido  lugar  para  ello: 
especial  como  andaba  en  tantas  partes  á  fundar. 

«Supuesto  el  agradecimiento  de  nuestra  santa  madre  con  estos  reli- 
giosos venerables,  por  lo  respectivo  al  santo  amor,  que  siempre  los  man- 
tuvo y  al  conato,  que  ponía  en  sus  elogios;  resta  el  indicar  aquellos  ofi- 
cios y  obras  especiales  con  que  la  Santa  satisfizo  lo  que  hicieron  por  ella; 
pues  como  enseña  el  Crisóstomo,  la  verdadera  gratitud,  no  sólo  se  cali- 
fica con  palabras,  sino  también  con  obras.  En  esta  línea  correspondió  su 
corazón  con  una  hidalguía  y  santidad  muy  hija  de  su  espíritu,  pagándolos 


—  576  — 

aquellas  direcciones,  y  doctrinas  con  que  ellos  adelantaban  su  virtud  con 
muchas  oraciones,  avisos,  consejos  y  otros  espirituales  estímulos  con  que 
todos  crecían  en  la  perfección:  (1)  Bien  lo  acredita  lo  que  la  sucedió  con 
un  religioso  de  esta  Orden,  cuando  estaba  en  Toledo  en  casa  de  Doña 
Luisa  de  la  Cerda.  Quieren  algunos,  que  fuese  este  P.  Fr.  Vicente  Varrón, 
aquel  gran  Maestro,  que  la  sacó  de  bastantes  tibiezas,  y  la  puso  en  vereda 
segura;  pero  es  más  verosímil  haber  sido  Fr.  García  de  Toledo,  así  por  la 
estimación  con  que  la  señala  de  persona  muy  principal  (pues  como  ya 
dijo  era  de  la  casa  de  Oropesa)  como  por  el  trato,  que  nos  consta  tuvo 
después  con  este  gran  sujeto;  y  no  tanto  con  el  Reverendísimo  Varrón. 

«Escribe  el  caso  nuestra  Madre  con  estas  palabras:  «Estando  yo  allí 
acertó  á  venir  un  Religioso,  persona  muy  principal,  y  con  quien  yo  (mu- 
chos años  había  tratado  algunas  veces)». 

«Refiere  con  las  mismas  palabras  de  la  Santa  todo  lo  ocurrido  en  la 
iglesia  dominicana  de  San  Pedro  Mártir  de  Toledo,  cuyas  palabras  ya 
están  citadas  en  el  Capítulo  IV  de  la  primera  parte  página  59  y  siguientes. 
Continúa  luego  y  dice: 

«Véase  aquí  con  la  largueza  y  liberalidad,  que  Santa  Teresa  de  Jesús 
restituía  á  la  Religión  dominicana  lo  que  ella  la  debía  formando  en  este 
hijo  (mediante  su  oración)  una  virtud  tan  excelente,  que  había  de  ser  uti- 
lidad de  toda  la  Orden:  y  porque  no  se  dude  la  perfección  insigne,  que 
adquirió  este  sujeto  por  medio  del  influjo  de  la  maestra  celestial,  prosigue, 
diciendo  en  el  mismo  capítulo:  «Estaba  yo  una  vez  con  él  en  un  locuto- 
rio, y  era  tanto  el  amor,  que  mi  alma  y  espíritu  entendía,  que  ardía  en  el 
suyo,  que  me  tenía  á  mí  casi  absorta,  porque  consideraba  las  grandezas  de 


(1)  No  sólo  mostraba  Santa  Teresa  agradecimiento  á  los  hijos  de  Santo  Domin- 
go proporcionándoles  ios  carismas  celestiales  que  pudiéramos  llamar  muy  bien  de 
rore  cceli;  sino  que  los  socorría  cuando  era  necesario  de  pinguedinc  ierra  y  asi  dice 
el  P.  Ribera  libro  4."  capítulo  XI;  «Sabiendo  ella  de  tres  ó  cuatro  Padres  de  la  Or- 
den de  Santo  Domingo,  grandes  letrados  que  habían  de  llegar  á  cierto  lugar  donde 
ella  estaba  y  donde  por  la  pobreza  que  en  él  había  no  podrían  ser  tratados,  como 
convenia  lo  fuesen  personas  de  tanta  autoridad  y  tan  provechosas  á  la  Iglesia,  les 
hizo  aderezar  en  una  casa  cena  y  camas  con  todo  el  cumplimiento  y  regalo  que  se 
podía  desear.» 


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Dios  en  cuan  poco  tiempo  había  subido  un  alma  á  tan  grande  estado.  Ha- 
cíame gran  confusión,  porque  le  veía  con  tanta  humildad  escuchar  lo  que  yo 
le  decía  en  algunas  cosas  de  oración;  como  yo  tenía  poco  de  tratar  así  con 
personas  semejantes,  debíamelo  sufrir  el  Señor  por  el  gran  deseo  que  yo 
tenía  de  verle  muy  adelante.  Hacíame  tanto  provecho  estar  con  él  que  pa- 
rece dejaba  en  mi  ánima  puesto  nuevo  fuego  para  desear  servir  al  Señor 
de  principio.  ¡Oh  Jesús  mío,  qué  hace  un  alma  abrasada  en  vuestro  amor!.. 
Pues  tornando  á  lo  que  decía,  estando  yo  en  grandísimo  gozo,  mirando 
aquel  alma  que  me  parece  quería  el  Señor  viese  claro  los  tesoros  que  había 
puesto  en  ella,  y  viendo  la  merced  que  me  había  hecho,  en  que  fuese  por 
medio  mío,  hallándome  indigna  de  ella,  en  mucho  más  tenía  yo  las  mer- 
cedes que  el  Señor  le  había  hecho,  y  más  á  mí  cuenta  las  tomaba,  que  si 
fuera  á  mí,  y  alababa  mucho  al  Señor  de  ver  que  su  Majestand  iba  cum- 
pliendo mis  deseos,  y  había  oído  mi  oración,  que  era  despertase  el  Señor 
personas  semejantes.  Estando  ya  mi  alma,  que  no  podía  sufrir  en  sí  tanto 
gozo,  salió  de  sí,  y  perdióse  para  más  ganar:  perdió  las  consideraciones, 
y  de  oír  aquella  lengua  divina,  en  que  parece  hablaba  el  Espíritu  Santo, 
dióme  un  gran  arrobamiento,  que  me  hizo  casi  perder  el  sentido,  aunque 
duró  poco  tiempo.  Vi  á  Cristo  con  grandísima  majestad,  y  gloria  mostran- 
do gran  contento  de  lo  que  allí  pasaba;  y  así  me  lo  dijo,  y  quiso  que  viese 
claro  que  á  semejantes  pláticas  siempre  se  hallaba  presente,  y  lo  mucho 
que  se  sirve  en  que  así  se  deleiten  en  hablar  en  él  -. 

-Si  fué  mucho  lo  que  sirvió  la  Santa  á  Santo  Domingo  de  Guzmán,  y 
toda  su  Religión  en  la  mejoría  de  virtud  que  por  sus  oraciones  entró  en 
el  alma  del  Reverendísimo  Toledo,  mucho  fué  también  lo  que  la  sirvió, 
practicando  lo  mismo  con  el  venerable  Presentado  Fr.  Pedro  Ibáñez.  Ya 
queda  referida  la  ocasión  que  dispuso  la  Providencia  soberana  para  que 
nuestra  Madre  le  tratase  en  la  fundación  de  su  primer  convento,  sobre 
cuyo  asunto  escribe  lo  siguiente:  -Trátele  á  este  Padre  mió  Dominico, 
(que  como  digo,  era  tan  letrado,  que  podía  bien  asegurar  con  lo  que  él 
me  dijese)  y  díjele  entonces  todas  las  visiones,  y  modo  de  oración,  y  las 
grandes  mercedes  que  me  hacía  el  Señor,  con  la  mayor  claridad  que  pude, 
y  supliquélc  lo  mirase  muy  bien,  y  me  dijese  si  había  algo  contra  la  Sa- 
grada Escritura,  y  lo  que  de  todo  sentía.  El  me  aseguró  mucho,  y  á  mí 

37 


parecer  le  hizo  provecho:  porque  aunque  él  era  muy  bueno,  de  allí  ade- 
lante se  dio  mucho  más  á  la  oración,  y  se  apartó  en  un  monasterio  de  su 
Orden,  donde  hay  mucha  soledad,  para  poder  mejor  ejercitarse  en  esto, 
adonde  estuvo  más  de  dos  años;  y  sacóle  de  allí  la  obediencia,  que  él  sin- 
tió harto,  porque  le  hubieron  menester  como  era  persona  tal;  y  yo  en  parte 
sentí  mucho  cuando  se  fué  (aunque  no  lo  estorvé)  por  la  gran  falta  que 
me  hacia,  mas  entendí  su  ganancia;  porque  estando  con  harta  pena  de  su 
ida,  me  dijo  el  Señor  que  me  consolase,  y  no  la  tuviese,  que  bien  guiado 
iba.  Vino  tan  aprovechada  su  alma  de  allí,  y  tan  adelante  en  aprovecha- 
miento de  espíritu,  que  me  dijo  cuando  vino,  que  por  ninguna  cosa  qui- 
siera haber  dejado  de  ir  allí.  Y  yo  también  podía  decir  lo  mismo,  porque 
lo  que  antes  me  aseguraba,  y  consolaba  con  solas  sus  letras,  ya  lo  hacía 
también  con  la  experiencia  de  espíritu,  que  tenía  harta  de  cosas  sobrena- 
turales, y  trájole  Dios  á  tiempo  que  vio  su  Majestad  había  de  ser  menester 
para  ayudar  á  su  obra  de  este  Monasterio,  que  quería  su  Majestad  se  hi- 
ciese>. 

«Ya  tenemos  al  Presentado  Ibáñez  con  el  trato  de  Santa  Teresa  de  Je- 
sús, de  literato  y  docto,  místico  y  espiritual, y  con  tantas  virtudes  infundidas 
por  la  divina  gracia,  en  premio  de  lo  que  ayudó  á  nuestra  Madre,  como 
ella  lo  refiere:  «Otra  vez  (dice)  vi  á  nuestra  Señora  poniendo  una  capa  muy 
blanca  al  Presentado  de  esta  misma  Orden,  de  quien  he  tratado  muchas 
veces;  dijome,  que  por  el  servicio  que  le  había  hecho  en  ayudar  á  que  se 
hiciese  esta  Casa  le  daba  aquel  manto,  en  señal  que  guardaría  su  alma  en 
limpieza  de  ahí  adelante,  y  que  no  caería  en  pecado  mortal.  Yo  tengo 
cierto  que  así  fué,  porque  desde  á  pocos  años  murió,  y  su  muerte,  y  lo 
que  vivió  fué  con  tanta  penitencia;  la  vida,  y  muerte  con  tanta  santidad, 
que  cuanto  se  puede  entender,  no  hay  que  poner  duda.  Dijome  un  fraile, 
que  había  estado  á  su  muerte,  que  antes  que  expirase,  le  dijo  cómo  estaba 
con  Santo  Tomás.  Murió  con  gran  gozo,  y  deseo  de  salir  de  este  destierro. 
Después  me  ha  aparecido  algunas  veces  con  muy  gran  gloria,  y  díchome 
algunas  cosas.  Tenía  tanta  oración  cuando  murió,  que  con  la  gran  flaqueza 
la  quisiera  excusar,  no  podía,  porque  tenía  muchos  arrobamientos.  Escri- 
bióme poco  antes  que  muriese,  que  qué  medio  tenía,  porque  como  aca- 
baba de  decir  Misa  se  quedaba  con  arrobamiento  mucho  rato  sin  poderlo 


-579  — 

excusar.  Dióle  Dios  al  fin  el  premio  de  lo  mucho  que  habla  servido  en 
toda  su  vida.  - 

«El  colmo  de  virtudes  y  santidad  insigne  á  que  llegaron  estos  dos  reli- 
giosos, ayudados  del  ejemplo  y  avisos  que  los  daba  la  seráfica  Madre, 
ofrece  también  fundamento  para  que  se  pueda  conjeturar  lo  que  otros  in- 
dividuos de  esta  santa  Orden  adelantarían  con  su  trato.  Del  virtuosísimo 
maestro  Fray  Melchor  Cano,  del  mismo  Instituto,  escritor  celebérrimo,  y 
Obispo  de  Cananas,  lo  indica  la  Santa  (1)  en  carta  que  escribe  á  Fray  Do- 
mingo Báñez,  quien  también  recibió  el  mismo  fruto  que  los  otros  en  la 
comunicación  que  este  grave  sujeto  tuvo  con  ella  en  los  muchos  años  que 
fué  su  confesor;  cuyo  magisterio  no  le  embarazaba  para  que  muchas  veces 
se  hiciese  su  discípulo,  consultándola  acerca  de  sus  interioridades,  como 
se  infiere  de  estas  expresiones  en  que  le  previene:  «Por  qué  no  me  dice 
lo  que  ha  hecho?  Dios  le  haga  tan  santo  como  deseo.  Gana  tengo  de  ha- 
blarle algún  día  en  esos  miedos  que  trae,  que  no  hace  sino  perder  tiempo, 
y  de  poco  humilde  no  me  quiere  creer.  Mejor  lo  hace  el  P.  Fr.  Melchor, 
que  digo,  que  de  una  vez  que  le  hablé  en  Avila,  dice  le  hizo  provecho; 
y  que  no  le  parece  hay  hora  que  no  me  trae  delante.  O  qué  espíritu  y  qué 
alma  tiene  Dios  allí!  En  gran  manera  me  ha  consolado.» 

«Esto  quiere  decir,  que  entre  Santa  Teresa  de  Jesús,  y  los  religiosos 
Dominicos  versaba  un  mutuo  comercio  y  enseñanza  recíproca,  en  que 
unos  y  otros  se  enriquecían  de  virtudes  y  ganancias  del  Cielo.  Los  Pa- 
dres, como  tan  eminentes  en  las  tres  teologías  dogmática,  escolástica  y 
moral,  la  dirigían  con  las  luces  de  estas  facultades  y  la  Santa  Maestra, 
como  tan  Doctora,  y  perspicaz  en  los  profundísimos  arcanos  de  la  teolo- 
gía mística,  los  iluminaba  con  los  reflejos  de  esta  ciencia,  para  que  fuesen 
hombres  de  oración,  santos,  y  espiritualísimos.  Así  lo  da  á  entender  el  sa- 
pientísimo Dr.  Enrique  Enriquez,  de  la  Compañía  de  Jesús,  con  unas  pa- 
labras muy  propias  para  finalizar  este  discurso.  Díjolas  debajo  de  jura- 
mento en  las  informaciones  que  se  hicieron  en  Salamanca  año  de  1591 
para  la  canonización  de  nuestra  Santa  Madre,  y  son  como   se  siguen: 


(1)     No  se  refiere  la  Santa  al  celebérrimo  teólogo  y  Obispo  de  Canarias,  sino  á 
un  sobrino  de  éste,  del  mismo  nombre  y  apellido. 


-580- 

'< Conmigo,  (dice)  y  con  el  P.  Fr.  Bartolomé  de  Medina,  catedrático  que 
fué  de  Prima  en  Salamanca,  comunicó  muchas  veces  las  dificultades  y 
razones  de  dudar  que  tenia;  y  de  camino  nos  ponía  gran  deseo  de  la  per- 
fección religiosa,  y  nos  daba  modo  cómo  tuviésemos  provechosa  y  acer- 
tada meditación.  Y  para  esto  tenia  unas  palabras  tan  vivas  y  las  decia  con 
tal  fuerza  y  sentimiento,  que  pegaba  espíritu  y  gran  deseo  de  mejorar  á 
los  que  con  ella  trataban.» 

II 

AGRADECIMIENTO  DE  LOS  HIJOS  DE  SANTA  TERESA  QUE 
SIEMPRE  HAN  DEBIDO  Á  LA  RELIGIÓN  DOMINICANA 

«Referida  la  correspondencia  de  Santa  Teresa  de  Jesús,  falta  mencio- 
nar la  que  ha  practicado  toda  su  Reforma  con  la  Orden  santísima  de  los 
Predicadores.  En  esta  parte  siempre  se  hace  forzoso,  que  los  Carmelitas 
queden  muy  recargados,  si  en  esta  cuenta  no  se  les  admite  la  partida  de 
su  fiel  voluntad, que  pueda  resarcir  la  pobreza  de  sus  obras  (1)  porque  el  no 


(1)  Tanto  en  el  precedente  capítulo  al  hacer  el  resumen  de  nuestra  obra,  como 
en  el  presente,  se  tropieza  á  cada  paso  con  palabras  de  tanto  amor,  de  tanto  cari- 
ño, de  tanto  agradecimiento,  y,  sobre  todo,  de  tanta  humildad,  que  no  nos  es  posi- 
ble dar  por  terminado  nuestro  estudio  sin  manifestar  nuestro  profundo  agradeci- 
miento en  nombre  de  la  Orden  de  Santo  Domingo  á  toda  la  Descalcez,  á  quien 
nunca  se  la  ha  podido  tachar  de  ingrata,  antes  por  el  contrario,  ha  resplandecido 
siempre  y  resplandece  en  ella  la  virtud  más  culminante  de  su  santa  Madre,  que  fué, 
en  expresión  de  la  Sede  Apostólica,  la  de  la  gratitud.  El  autor  del  Año  Teresiano 
que  estamos  copiando,  M.  R.  P.  Fr.  Antonio  de  San  Joaquín,  Carmelita  Descalzo  y 
Rector  del  Colegio  de  San  Cirilo  en  Alcalá,  hermano  del  celebre  Agustino  P.  Fló- 
rcz,  honra  de  la  famosa  villa  de  Villadiego  (Burgos),  lugar  de  su  nacimiento,  nos 
ofrece  un  ejemplar  acabado  de  esc  agradecimiento  sin  igual.  En  obsequio,  y  como 
tributo  de  admiración  y  respeto  á  tan  eruditísimo  escritor,  nos  parece  consignar 
que  aunque  en  las  páginas  62  y  siguientes  hemos  sostenido  debe  aplicarse  á  la  Or- 
den de  Santo  Domingo  la  profecía  de  la  santa  Madre  en  que  dice:  «En  los  tiempos 
advenideros  florecerá  esta  Orden,  habrá  en  ella  muchos  mártires»;  sin  embargo, 
queremos  hacer  constar  que  Qste  autor  tan  respetable  afirma  debe  aplicarse  la 
mencionada  profecía  á  la  Orden  Carmelitana,  ó  sea  á  la  Descalcez.  Sus  argumentos 
no  son  ciertamente  despreciables,  y  por  ser  tan  competente  y  tan  imparcial  este 


-581  - 

ser  grandes  no  ha  consistido  en  los  Descalzos,  sí  únicamente  en  la  nega- 
ción de  aquellas  ocasiones,  que  ellos  han  tenido,  para  manifestar  su  agra- 
decimiento con  servicios  de  tanta  magnitud,  como  las  que  hicieron  los 
Guzmanes  al  Carmen  Reformado.  En  la  edad,  que  ha  corrido,  ha  sido  muy 
diversa  la  situación  de  estas  dos  Religiones.  La  de  Santo  Domingo,  cuan- 
do nació  la  nuestra,  contaba  ya  347  años  de  estabilidad  segurísima,  zan- 
jada en  su  observante  método,  tan  firme  y  sólido,  que  no  ha  necesitado  en 
nuestros  días  de  ageno  patrocinio  para  su  subsistencia.  La  de  Santa  Te- 
resa de  Jesús  tuvo  su  principio,  á  vista  de  estos  venerables  Religiosos,  con 
muchos  vaivenes,  riesgos  y  peligros,  combates  y  contradicciones;  y  esto 
bs  dio  ocasión  para  poner  su  brazo  al  fin  de  criarla  y  sostenerla,  en  cuya 
línea  no  ha  podido  nuestra  Descalcez  retribuir  semejantes  oficios;  y  asi  la 
regulación  de  correspondencia  entre  las  dos  familias  debe  considerarse 
de  la  condición  de  aquella,  que  interviene  entre  los  Padres,  y  los  hijos;  y 
si  en  esta  clase  hubieren  sido  los  Carmelitas  Reformados  fieles  y  puntua- 
les, se  deberá  decir  que  correspondieron  con  todo  el  lleno  factible  á  su 
posibilidad.  (1) 

«En  tres  órdenes  puede  colocarse  el  desempeño  de  aquellas  obligacio- 
nes que  tienen  los  hijos  á  sus  padres,  que  son  la  imitación  de  sus  cos- 
tumbres cuando  éstas  son  santas:  recibir  su  doctrina,  seguirla  y  defender- 
la; y  el  obsequiarlos  y  servirlos  con  fina  propensión  en  todos  los  lances 


hijo  de  Santa  Teresa,  á  la  vez  que  en  testimonio  de  nuestro  amor  y  respeto,  nos 
creemos  obligados  á  confesar  que  ciertamente  hay  razones  que  hacen  aceptables 
las  dos  referidas  opiniones.  Plácenos  consignar  al  mismo  tiempo  que  continúan  des- 
pués de  más  de  trescientos  treinta  años  (gracias  á  la  misericordia  de  Dios  y  bue- 
nos oficios  de  Domingo  y  de  Teresa)  las  buenas  relaciones  y  sincera  amistad  entre 
las  dos  sagradas  y  venerandas  religiones. 

(1)  Al  expresarse  así  el  sabio  autor  del  Arlo  lercsiano  como  tan  impuesto  en  las 
enseñanzas  del  Angélico  Doctor,  tuvo  presente  la  doctrina  que  éste  nos  enseñó  en 
su  Suma,  2  ^  2.^^  quest.  57  art.  4,"  en  estas  palabras:  Et  hoc  modo  in  rebus  humanis 
filius  est  aliquid  patris,  quia  quodammodo  est  pars  ejus,  ut  diciiur  in  8  Ethic.  et  ser- 
vus  est  aliquid  domini,  quia  est  instrumentum  ejus,  iit  diciiur  in  I.  Polit.  Et  ideo  pa- 
tris ad  filium  non  est  comparatio,  sicut  ad  simpliciter  alterum:  Etpropter  hoc  non 
est  ibi  simpliciter  justum,  sed  quoddam  justum,  scilicet  paterniim:  et  eadem  rafione  nec 
Ínter  dominum,  et  servum,  sed  est  inter  eos  dominativiim  justum. 


-582- 

que  se  hace  su  cortejo  oportuno.  Veamos  ahora  cómo  han  procedido  en 
estas  líneas  los  hijos  del  Carmelo  Reformado  con  los  Padres  Dominicos. 
En  cuanto  á  lo  primero,  es  cosa  muy  notoria  que  nuestra  Descalcez  imita 
puntualísima  las  religiosidades  y  costumbres  de  la  Religión  Dominicana: 
observamos  siete  meses  de  ayunos  continuados,  la  abstinencia  de  carnes, 
las  horas  de  oración,  la  asistencia  del  coro,  no  usamos  de  lienzo,  y  damos 
al  estudio  el  tiempo  que  nos  dejan  libres  estas  observaciones,  cuyo 
asunto  de  empleos  religiosos  es  indistinto  del  que  abraza,  observa  y  ejer- 
cita la  Orden  Sagrada  de  Predicadores. 

«En  cuanto  á  la  doctrina,  ya  tocamos  el  punto  en  el  tomo  III  de  esta 
obra  en  el  día  7  de  Marzo;  pero  será  forzoso  repetir  tal  ó  cual  especie  de 
las  que  contiene  aquel  lugar  para  que  aquí  se  vea  la  constancia,  aprecio  y 
fervoroso  estudio  con  que  la  ha  seguido  nuestra  Religión.  Verdad  es  que 
en  este  asunto  no  tuvo  la  Reforma  más  elección  ó  mérito  que  seguir  el 
dictamen  de  su  Madre  santísima  como  dijimos  en  el  lugar  citado.  El  gra- 
vísimo padre  Gil  González  de  Avila,  provincial  dignísimo  de  la  Compa- 
ñía de  Jesús,  depone  en  las  informaciones  que  se  hicieron  para  la  canoni- 
zación de  la  seráfica  Doctora  que  ésta  le  había  dicho:  «Que  dejaba  á  sus 
monjas  muy  encargado  que  siempre  procurasen  tratar  con  personas  muy 
doctas,  y  que  por  esta  razón  las  aficionaba  á  la  Religión  de  Santo  Do- 
mingo por  la  seguridad  de  la  doctrina  que  profesa  esta  Sagrada  Religión.» 
Lo  mismo  vienen  á  decir  respecto  de  los  hijos  los  sapientísimos  Teólogos 
Dominicos  de  la  Escuela  de  Tolosa,  quienes,  gratulándose  con  nuestra 
Descalcez  sobre  el  asunto  de  haber  elegido  en  los  principios  de  la  Orden 
ai  Ángel  de  todas  las  escuelas  para  su  maestro,  doctor  y  guía  en  los  es- 
tudios escolásticos,  escriben  lo  siguiente:  «Todos  os  conocen  limpios  de 
todo  humano  afecto,  y  superiores  á  él.  Doctrina,  que  aquella  Virgen  Ma- 
dre vuestra,  discípula  de  Dios,  divinamente  recibió  de  él,  como  otras 
muchas  cosas.  Y  así  aconsejó  á  sus  hijos  que  en  el  Santísimo  Doctor  y  su 
antigua  familia  (á  quien  ella  llamaba  Orden  de  la  verdad)  se  hallaría,  y 
asi  como  con  el  dedo  os  mostró,  que  aquí  donde  tiene  su  lugar  y  asiento 
se  había  de  buscar.  Habíase  mostrado  á  sus  hijos  maestra  y  guía  de  la 
Teología  Mística,  y  no  queriendo  que  les  faltase  Doctor  de  la  Escolástica, 
os  señaló  con  el  dedo  al  Santísimo  Doctor.» 


-583- 

«De  lo  dicho  se  infiere,  que  el  principal  impulso,  que  excitó  á  la  Refor- 
ma á  la  elección  de  la  Escuela  Tomística,  nació  del  conocimiento,  que  pu- 
so el  Padre  de  las  luces  en  nuestra  Santa  Madre  para  que  percibiese  ser 
esta  doctrina  la  más  sobresaliente,  veraz,  y  celestial,  que  se  debe  seguir, 
y  de  aqui  provino  el  que  los  Hijos  de  la  Santa,  primitivos  cultores  del 
Carmen  Reformado,  la  abrazasen  tan  de  corazón,  que  establecieron  en  sus 
leyes  la  constitución  inviolable,  que  nos  hace  Tomistas;  no  porque  fal- 
tasen en  la  Orden  del  Carmen  escuelas  y  doctores  insignes,  que  poder 
adaptar,  si  principalmente  por  aquella  excelencia  con  que  brilla  entre  los 
astros  de  la  Iglesia  el  sol  esclarecido  del  Angélico  Padre;  pues  como  ad- 
vierten nuestros  Salmanticenses:  *A  esta  lustrosa  dicha  nos  guiaron  nues- 
tros mayores,  no  porque  nos  faltasen  santos  y  doctísimos  Doctores  de  la 
Iglesia,  como  lo  fué  un  Basilio,  A'tanasio,  el  Damasceno,  Cirilo  de  Alejan- 
dría, Cirilo  Constantinopolitano,  y  también  otros  insignes  héroes  de  la 
sabiduría,  que  salieron  á  esclarecer  las  ciencias  de  nuestra  Religión  Car- 
melitana. No  porque  no  tuviésemos  á  un  Tomás  Waldense  y  famoso,  y 
piadosísimo  Doctor,  cuyas  doctrinas  pudiéramos  seguir  con  persistente 
utilidad.  No  porque  entre  copia  numerosa  de  Teólogos  insignes  no  vin- 
culase la  cumbre  del  Carmelo  veinticinco  expositores,  Maestros  de  Sen- 
tencias, á  quienes  refiere  Posevino  en  su  Biblioteca  escogida:  si  sólo,  por- 
que nuestros  prelados,  siempre  providentes,  con  amorosa  vigilancia  en  las 
instrucciones  de  sus  subditos,  no  se  contentaron  con  señalarnos  un  Doc- 
tor de  cualquier  dignidad,  aunque  excelente,  sino  de  linea  tan  subida,  que 
pasase  la  clase  de  lo  humano  á  merecer  la  dignidad  angélica.- 

«El  acierto,  conato,  ingenuidad  verídica,  fiel  inteligencia  y  laborioso 
estudio  con  que  nuestros  autores  Reformados  han  seguido  siempre  á  su 
Santo  Maestro,  comentando  su  mente  y  desentrañando  sus  sentencias 
para  la  producción  de  sapientísimos  conceptos,  que  estaban  reconcentra- 
dos en  sus  fondos,  lo  dirá  un  voto  de  los  más  imparciales  sobre  la  mate- 
ria y  de  los  más  sobresalientes  en  vasta  erudición,  que  reconoce  el  orbe 
literario.  Fué  este  gran  hombre  el  Ilustrísimo  Caramuel,  quien  dice  estas 
palabras:  «Quien  quisiere  admirar  la  doctrina  de  los  Carmelitas  Reforma- 
dos lea  aquellos  libros,  que  en  diversos  tiempos  dan  á  luz.  Las  sentencias 
del  Curso  Salmaticense  de  la  Teología  Tomística  sobre  la  probabilidad. 


—  584- 

que  en  sí  contienen,  puestas  en  este  curso,  se  hacen  inexpugnables,  cier- 
tas y  seguras.  Alabo  á  la  Escuela  Tomística,  magnifico  á  estos  libros:  á  la 
Escuela,  porque  no  discurro  á  ninguna  mejor:  á  los  libros  porque  no  con- 
templo mejores  á  ningunos.  Libremente  digo,  que  si  yo  debiese  sujetarme 
á  seguir  alguna  escuela,  que  sólo  profesarla  la  Tomística;  y  de  esta,  entre 
la  gravedad  de  sus  autores,  solo  seguiría  á  los  Padres  Salmaticenses.» 

*  Al  acierto  de  los  Carmelitas  Descalzos  en  comentar  al  Angélico  padre, 
(que  autoriza  el  señor  Caramuél  en  las  exprexiones  referidas)  se  añade  en 
obsequio  suyo  la  universal  veneración  y  afecto  reverente,  que  logra  su 
doctrina  en  todos  los  hijos  de  Santa  Teresa  de  Jesús:  sin  que  se  sepa  (y  á 
lo  menos  yo  jamás  lo  he  sabido)  el  que  algún  tiempo  se  haya  descubierto 
Carmelita  descalzo  opuesto  á  las  principales  opiniones,  que  caracterizan  y 
dan  nombre  á  la  Escuela  Tomística,  circunstancia  que  acaso  no  se  veri- 
ficara en  otro  gremio  literario,  que  el  de  nuestra  Reforma,  aunque  entre  en 
esta  cuenta  la  Religión  Dominicana.  Danos  permiso  para  proferir  esta  va- 
lentía (que  nace,  no  de  arrogante  presunción,  y  sí  del  esforzado  afecto  que 
profesamos  á  esta  Santa  Orden)  el  doctísimo  Casales,  que  dijo  en  gloria 
y  honor  de  nuestro  Estudio:  «éramos  los  Carmelitas  Reformados  aun  más 
Tomistas,  que  los  mismos  Tomistas.»  El  insigne  teólogo  Gonet,  ornamento 
de  esta  sagrada  Religión,  conformándose  con  el  dictamen  de  Casales,  dijo 
'<Que  el  Ángel  de  todas  las  escuelas  no  tuvo  jamás  soldados  más  valien- 
tes y  guerreros  que  nuestros  Carmelitas».  Este  mismo  concepto  quería 
producir  el  Excelentísimo  señor  Conde  de  Maceda,  cuando,  para  explicar 
el  fervor  ardentísimo  con  que  nosotros  amamos  y  seguimos  á  nuestro 
Santísimo  Maestro,  solía  decir:  «Que  los  hijos  de  Santa  Teresa  de  Jesús 
eran  los  Granaderos  de  Santo  Tomás  >.  Sabía  muy  bien  este  gran  señor, 
(como  tan  marcial  y  práctico  en  la  guerra)  que  en  todos  los  ejércitos  es  la 
mejor  tropa  y  la  más  aguerrida  la  de  los  Granaderos,  y  explicándose  en 
términos  marciales,  propios  de  su  facultad,  nos  hacía  el  favor  de  definir 
con  estas  expresiones  la  ley,  y  corazón  que  profesamos  al  Maestro  común. 

«Esta  realidad  es  tan  notoria  á  todo  el  mundo,  como  agradecida  y  con- 
fesada por  todos  los  hijos  del  gran  Patriarca  Santo  Domingo  de  Guzmán; 
en  cuyo  crédito  nos  parece  forzoso  trasladar  aquí  aquella  celebérrima  carta, 
que  escribieron  los  Teólogos  sapientísimos  de  la  Escuela  Tomística  de  To- 


-  585  - 

losaá  los  nuestros  del  Colegio  de  Salamanca,  el  año  de  1634  en  reconoci- 
miento de  lo  grato  y  apreciable  que  era  para  su  escuela  el  Curso  Teoló- 
gico Escolástico  de  nuestros  Salmaticenses,  que  en  aquella  edad  empe- 
zaba á  salir.  Hállase  esta  carta  en  nuestra  historia,  donde  pocos  la  leen, 
y  por  este  motivo  (y  más  principalmente  por  lo  que  conduce  al  asunto  en 
que  estamos,  que  es  manifestar  la  legítima  ley  con  que  nuestra  Reforma 
sigue  la  doctrina  de  la  Orden  de  Predicadores)  se  hace  inexcusable  el  co- 
piar su  contexto.  Es  como  se  sigue: 

<A  los  muy  Reverendos  Padres  Lectores  de  Sagrada  Teología  en  el  Co- 
legio Salmaticense  de  Frayles  Descalzos  de  la  Orden  del  Monte  Carmelo. 

«Religiosísimos  y  doctísimos  padres:  Cuando  con  vosotros  y  consigo 
mismo  se  congratula  todo  el  orbe  cristiano  de  vuestra  erudición  como  ya 
lo  hacía  de  la  santidad  de  vuestra  profesión  y  del  ejemplo  de  vuestra  con- 
versación y  reconoce  el  gran  presidio  y  ornamento  que  se  le  ha  seguido 
del  estudio  de  piedad  y  sabiduría  que  diestramente  juntáis;  cuando  con 
grandísimo  gusto  recibe  vuestros  libros  filosóficos  y  teológicos  ya  impre- 
sos, y  afectuosamente  los  pide,  y  con  su  favor  y  aplauso  os  incita  (aunque 
corréis  con  fervor)  á  que  lleguéis  al  fin  del  curso  de  la  teología;  tuvimos 
por  cosa  ciertamente  indigna  entre  tantas  alabanzas  y  comunes  deseos  de 
vuestras  obras  (de  que  casi  ninguna  parte  del  mundo  carece)  callar  nos- 
otros, á  quien  principalmente  pertenece  el  reconocimiento,  y  negar  el 
aliento  de  vuestra  alabanza,  y  encerrar  callando  el  sentimiento  de  nues- 
tros ánimos,  y  encubrir  nuestros  ardientes  deseos.  Verdaderamente,  ha- 
biendo tomado  á  vuestro  cargo  ¡lustrar  y  defender  al  Santísimo  Tomás,  no 
hay  duda  que  hagáis  la  causa  de  toda  la  Iglesia,  de  quien  él  es  honra  y 
amparo,  y,  por  tanto,  que  no  hay  hombre  pío  de  quien  vuestro  trabajo  no 
sea  muy  aprobado,  y  debe  ser  deseado.  Empero,  fuera  de  estas  razones 
comunes,  á  cualquier  deseoso  del  bien  público  y  de  la  verdad  que  podían 
romper  nuestro  silencio  otras  tenemos  singularísimas  que  no  nos  permi- 
ten dejar  de  hacer  ó  dilatar  este  debido  servicio.  Este,  verdaderamente  es 
el  fruto  muy  colmado  de  vuestro  trabajo,  y  esta  (como  pensamos)  vuestra 
principal  alabanza,  que  habéis  sido  merecedores  de  ella  con  todos  aque- 
llos que  confiesan  deber  algo  al  santísimo  y  común  maestro,  y  que  si- 
guen su  doctrina,  y  su  gloria  les  es  de  consuelo.   Entre  estos  afectuosos 


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de  su  doctrina  y  nombre,  como  nosotros  sin  duda  seamos  los  primeros, 
no  sólo  porque  amamos  las  letras  de  la  Religión  Cristiana  y  somos  profe- 
sores del  Orden  Dominicano  (á  los  cuales  todos  en  grado  superior  esto 
pertenece),  sino  también  porque  somos  custodios  del  mismo  Santísimo 
Doctor,  y  por  particular  título  obligados  suyos  (y  lo  que  es  digno  de  la 
envidia  común),  lo  gozamos  presente  y  lo  veneramos.  Por  lo  cual  se  ha 
de  confesar  que  debemos  más  que  todos  á  vuestras  reverencias,  porque 
lo  que  es  propio  á  los  demás  en  este  beneficio  á  nosotros  es  común,  y  lo 
que  á  nosotros  es  propio  á  ninguno  pertenece.  Porque  si  toda  la  repúbli- 
ca literaria  os  debe  este  perpetuo  comentario  de  su  doctrina  sin  el  cual 
apenas  ella  puede  ser  entendida  (así  como  sin  ella  nadie  puede  salir 
docto);  si  además  de  esto  habéis  merecido,  y  como  obligado,  á  toda  la 
Religión  Cristiana  por  haber  interpretado  á  este  su  Doctor  con  verdadero 
y  genuino  sentido  con  que  la  fe  grandemente  se  sustenta  y  aumenta;  si 
finalmente  a  toda  la  Familia  de  los  Predicadores,  que  antes  teníais  ligada 
con  muchos  beneficios  de  una  parte,  y  otra  parte  hechos,  y  recibidos, 
ahora  con  nuevo  y  firmísimo  vínculo  la  habéis  encadenado  con  estos 
vuestros  libros,  á  quien  con  razón  cualquiera  puede  llamar  vindicias  de  la 
gloria  de  nuestro  Santísimo  Doctor;  de  todas  estas  cosas,  claro  es,  que 
nosotros  también  somos  participantes  de  esto.  Y  así  agradecidos  os  vol- 
vemos lo  que  habemos  recibido,  ó  sea  en  servicios  hechos  á  la  Iglesia,  ó 
adornos  de  toda  nuestra  Familia.  Lo  cual  hacemos,  no  solamente  por  la 
común  demostración  y  ánimo  agradecido  de  todos,  sino  con  otra  más  sin- 
gular, y,  por  tanto,  con  mayor  afecto  manifestada,  cuanto  es  mayor  la 
obligación  de  ser  más  cuidadosos  que  todos  los  mortales  de  la  gloria  del 
Santísimo  Doctor,  á  quien  como  á  maestro  común,  y  como  á  singular  tu- 
telar veneramos  y  reverenciamos,  y  de  cuya  presencia  gozamos.  Y  tanto 
en  esta  parte  creemos  ser  superiores  á  todos  los  hombres,  cuanto  en  todo 
lo  restante  somos  inferiores.  Siendo  esto  así,  á  los  que  somos  discípulos 
de  tan  gran  Doctor,  y  obligados  á  tan  gran  Patrón,  pesadísima  nos  pare- 
ciera la  audacia  de  muchos,  y  mucho  más  intolerable  el  dolor  y  engaño 
de  otros.  De  los  cuales  aquéllos  con  todas  sus  fuerzas  pretendían  refutar 
las  verdaderísimas  sentencias  del  Santo  Doctor  abierta  y  desahogadamente 
y  éstos  con  engaño  y  lazos  la  deseaban  derribar,  y  con  falso  y  arrebolado 


-587  — 

género  de  declararle  destruirla.  Género  de  hombres  verdaderamente  pési- 
mo, que,  con  amistad  disimulada,  más  rigurosamente  ofenden  que  con 
guerra  descubierta.  A  estos  tales,  ó  enemigos,  ó  disimulados,  muchos  de 
los  nuestros  vencieron,  defendiendo  valentísimamente  de  sus  argumentos, 
mañas,  ímpetu  y  fraude  la  doctrina  tomista.  Pero  este  siglo,  así  como  los 
pasados  fueron  fecundos  de  otros  vicios,  así  él  lo  es  de  éste  con  gran 
mal.  Asi  que  cada  día  las  fuerzas  quebrantadas  convalecen,  y  las  mañas 
de  los  falsos  intérpretes  y  robadores  de  hijos  ajenos  se  renuevan;  cada 
día  salen  á  luz  nuevos  géneros  de  comentarios  dignos  de  tinieblas,  con 
los  cuales  (cosa  semejante  á  prodigio)  el  mismo  autor  más  es  vencido  que 
ilustrado;  su  verdadero  sentido,  o  claramente  refutado,  ó  con  disimula- 
ción, y  engaño  corrompido.  Pero  si  el  engaño  y  audacia  cobra  fuerzas  y 
ánimo  con  el  nuevo  socorro,  gran  gozo  es  para  nosotros  ver  que  se  agre- 
gan nuevos  soldados  y  capitanes  á  la  verdad  y  doctrina  tomista,  que  no 
inferiores  en  fuerzas  á  los  adversarios  venzan  con  la  justicia  de  la  causa. 
Y  aunque  muchos  de  los  nuestros  reprimieron  sus  ímpetus,  ó  descubrie- 
ron sus  asechanzas,  no  sabemos  con  qué  hado  malo  la  fortuna  favorece 
sus  atrevimientos,  para  que  sus  libros  diligentísimame/ite  se  derramen,  y 
en  todas  partes  entren,  (3  con  tiempo  ó  sin  él,  y  los  nuestros  sean  menos 
familiares,  y  tengan  menos  fe  acerca  de  algunos,  los  cuales  con  esto  se 
han  persuadido  que  sustentamos  las  interpretaciones  y  sentencias,  de 
Santo  Tomás  (que  creemos  ser  verdaderas)  por  obligación  necesaria  y 
fuerza  de  nuestras  leyes,  y  que  no  somos  guiados  de  nuestro  parecer, 
sino  de  los  padres  antiguos  nuestros,  de  quien  no  es  justo  apartarnos.  Y 
así  pensamos  que  la  causa  de  sus  progresos  es  semejante  á  la  de  los  erro- 
res, que  muchas  veces  suelen  á  gran  priesa  derramarse.  Estos  impedimen- 
tos, que  retardaban  los  aumentos  de  la  verdadera  doctrina,  vosotros,  pa- 
dres, con  estos  libros  los  habéis  quebrantado,  con  los  cuales  todo  lo  que 
los  sólidos  y  verdaderos  defensores  de  la  verdadera  doctrina  tomística 
escribieron  con  maravillosa  brevedad  y  método  fácil,  habéis  juntado  en 
vuestros  libros.  Y  no  satisfechos  con  derramar  luz  á  los  antiguos,  muchas 
cosas  habéis  añadido,  con  gran  trabajo  buscadas,  y  con  feliz  ingenio  ha- 
lladas. De  tal  manera,  que  habéis  procurado  no  derribar  (como  los  moder- 
nos suelen),  sino  fortificar  con  vuestros  nuevos  discursos  las  sentencias 


-588- 

antiguas.  Vuestro  pensamiento  en  todo  es  uno  con  los  antiguos  tomis- 
tas, y  si  hay  alguna  diversidad,  en  el  método  solamente  y  en  el  número 
de  las  razones  se  halla.  Asi  es  cierto  que  agudamente  habéis  pensado  mu- 
chas, pero  tales,  que  casi  siempre  mostráis  haberlas  sacado  de  aquel 
abismo  de  las  ciencias  nuestro  Santísimo  Doctor.  En  que  frecuentemente 
se  ofrece  admirar  vuestra  modestia,  como  reprobar  la  vanidad  de  algunos, 
que  piensan  no  poder  alcanzar  gloria,  sino  es,  ó  vendiendo  por  propio  lo 
ajeno,  ó  reprobándolo  con  sus  invenciones.  Al  contrario,  vosotros,  lo  que 
podía  ser  gloria  vuestra  confesáis  haberlo  recibido  del  común  maestro,  y 
todo  aquello,  que  acertada  y  sutilmente  decís,  queréis  que  mucho  antes  lo 
haya  dicho  el  que  no  había  pensado  en  ello,  para  que  manifiestamente  se 
pueda  decir  de  su  saber  por  vuestra  industria  lo  que  el  Salmista  canta: 
<Mirabilis  facta  est  scientia  tua  ex  me  confortata  est  et  non  portero  ad 
eam. >'  Mucho  trabajaron  nuestros  padres  en  su  averiguación,  y  no  sin 
fruto,  pues  de  ella  sacaron  muchas  cosas  dignísimas  de  ser  sabidas,  pero 
de  tal  manera,  que  dejaron  muchas  para  los  sucesores  que  pudiesen  de 
allí  sacar  como  de  fuente  que  nunca  se  agota.  Vosotros,  siguiéndoles  cla- 
ramente, descubrís  que  todo  lo  que  hasta  ahora  se  había  dicho  de  ella,  y 
se  puede  decir,  es  la  parte  menor  del  tesoro  allí  escondido.  Según  esto 
vuestros  trabajos  y  vigilias,  demás  de  la  grandísima  gloria  que  á  Santo 
Tomás  se  ha  seguido,  han  deshecho  todos  los  obstáculos  que  impedían 
que  la  verdad  Tomística  no  corriese  libremente.  Porque  no  siendo  fácil 
comprar  ó  leer  los  libros  de  muchos  autores,  siéndoles  á  pocos  concedido 
esto,  ó  por  la  pobreza,  ó  por  el  mucho  trabajo,  para  que  la  noticia  de  la 
doctrina  tomística  y  su  defensa  más  fácilmente  se  alcance,  ayudarán 
mucho  sin  duda  vuestros  libros,  que  en  pocas  palabras  abrazan  muchas, 
ó  casi  todas  las  cosas  necesarias.  Así  que  siendo  fáciles  de  alcanzar  con 
poco  precio,  aun  á  los  pobres,  fácilmente  se  comunicarán,  y  andarán  de 
día  y  de  noche  en  las  manos  de  todos,  y  nadie  se  fraudará  el  uso  y  lección 
de  ellos.  De  lo  cual  se  seguirá  que  la  verdad  (esto  es  la  doctrina  tomís- 
tica) recibirá  nueva  luz  y  la  fe  se  confirmará;  principalmente,  porque  de 
vosotros  está  lejos  de  sospecha,  que  algunos  á  nosotros  nos  imponen,  que 
sustentamos  las  sentencias  de  nuestra  escuela,  no  por  elección,  sino  por 
necesidad,  y  por  el  efecto  del  estado.   Lo  cual,  aunque  totalmente  sea 


—  589  — 

falso,  no  es  tan  conocido  en  nosotros  como  en  vosotros,  en  quien  ni  una 
mínima  sospecha  puede  caer  acerca  de  los  prudentes  y  cuerdos,  siendo 
tan  sabido  de  todos,  que  os  habéis  entrado  en  nuestros  reales,  no  por  ím- 
petu, no  por  necesidad,  sino  por  la  fuerza  de  la  verdad. 

•  Ultra,  que  todos  os  conocen  limpios  de  todo  humano  afecto,  y  supe- 
riores á  él.  Doctrina,  que  aquella  Virgen  Madre  vuestra,  discípula  de  Dios, 
divinamente  recibió  de  él,  como  otras  muchas  cosas.  Y  asi  aconsejó  á  sus 
hijos,  que  en  el  Santísimo  Doctor,  y  su  antigua  familia  (á  quien  llamaba 
Orden  de  la  verdad)  se  hallaría;  y  asi  como  con  el  dedo  os  mostró, 
que  aquí  donde  tiene  su  lugar,  y  asiento,  se  había  de  buscar.  Habíase 
mostrado  á  sus  hijos  maestra  y  guía  de  la  Teología  Mística;  y  no  que- 
riendo que  les  faltase  Doctor  de  la  Escolástica,  os  señaló  con  el  dedo  al 
Santísimo  Doctor.  Excelentemente  sin  duda  lo  hizo,  y  no  pudo  más  sabia- 
mente la  Madre  prudentísima  proveer  en  todo,  y  aconsejar  lo  que  estaba 
mejor  para  la  salud,  y  gloria  de  sus  hijos.  Qué  cosa  más  segura  que  esto 
para  el  presidio  de  su  Religión?  Qué  cosa  más  lustrosa  para  su  ornamen- 
to, que  seguir  capitanes  de  entrambas  á  dos  sabidurías,  en  que  se  encierra 
la  salud,  y  perfección  cristiana,  que  sin  controversia  alguna  tienen  los  pri- 
meros lugares?  Porque  así  como  Tomás  es  tenido  por  Principe  de  la  Teo- 
logía Escolástica,  lo  es  Teresa  de  la  Mística.  Seguid,  pues,  á  estos  dos  ca- 
pitanes, y  estos  dos  ejemplos  nunca  se  aparten  de  vuestra  vista,  á  quien 
con  las  costumbres,  y  ciencia  representáis.  Asi  que,  (confesando  hidalga- 
mente lo  que  sentimos)  aunque  muchos,  ó  en  la  piedad,  ó  en  la  ciencia 
se  os  puedan  igualar,  de  tal  manera  entrambas  en  vosotros  se  aventajan, 
que  tenéis  pocos  en  la  Iglesia  Católica  iguales  y  ningunos  superiores. 
Esto  confesáis  deber  á  la  sabiduria  de  vuestra  Madre  y  Santo  Tomás.  Los 
cuales  de  tal  manera  os  llevan,  y  os  informan,  que  podéis  ser  ejemplo  á 
los  deseosos  de  la  perfección  religiosa,  y  á  los  demás  de  admiración.  Nos- 
otros quedamos  deseosos  de  la  perpetuidad  y  acrecentamiento  de  tantos 
bienes.  En  Tolosa,  en  el  Convento  de  Santo  Tomás  de  la  Orden  de  Pre- 
dicadores, segundo  día  de  Mayo  de  mil  seiscientos  y  treinta  y  cuatro. 

«Religiosísimos  y  doctísimos  Padres,  vuestros  hermanos,  y  siervos 
en  Cristo. 

-Fr.  Guillermo  Mateo,  humilde  Prior  de  la  Orden  de  Predicadores.  Fray 


-  590  - 

Antonio  Alvaro,  Suprior.  Fr.  Vicencio  Usaronio,  Lector  de  Teología.Fr.  V. 
Jammei,  Lector  de  Teología.  Fr.  Antonio  Reginaldo,  Lector  de  Fisica.» 

«Después  de  haber  indicado  el  fiel  estudio  con  que  los  Carmelitas  Des- 
calzos abrazan,  siguen  y  defienden  la  doctrina  de  los  Padres  Predicado- 
res, es  necesario  mencionar  el  verdadero  corazón  con  que  los  obsequian 
y  desean  vivir.  Dije  con  cuidado,  y  desean  servir,  porque  en  esta  linea  el 
caudal  mayor  de  nuestros  servicios  se  reduce  á  deseos;  y  es,  que  nuestra 
pobreza  y  escasa  posibilidad  no  nos  concede  obras  dignas  de  numerarse 
para  descargo  de  lo  que  debemos  á  esta  Sagrada  Religión.  Verdad  es,  que 
aquello  que  nos  falta,  lo  valora  y  da  cuantioso  precio  la  estima  y  noble 
corazón  que  esta  Santa  Orden  recibe  cualquiera  nadería  que  nuestra  Des- 
calcez practique  en  su  obsequio;  como  se  vio  á  los  principios  de  este  siglo 
en  cierto  lance,  en  aquel  Maestro  Dominicano  Fr.  Domingo  Pérez  (á  quien 
nombraron  espanto  de  Madrid)  dijo  que  la  familia  de  Santa  Teresa  de  Je- 
sús habia  satisfecho  todo  lo  que  debia  á  la  de  su  Santo  Patriarca. 

'Provino  un  incidente  bien  desazonado  á  esta  santa  familia,  que  puso 
á  su  venerabilísimo  Consejo  de  Santo  Tomás  de  Alcalá  en  la  inquietud  de 
una  controversia  que  dio  mucho  que  hacer  antes  que  calmase.  Para  cor- 
tarla y  detener  su  curso  hizo  arbitro  el  Consejo  de  Castilla  á  nuestro  Reve- 
rendísimo P.  Fr.  Pedro  de  Jesús  María,  de  la  Casa  de  los  Vélez,  y  Gene- 
ral de  Carmelitas  Descalzos.  Este  gran  Religioso  obró  con  tan  cuerda  dili- 
gencia, y  religioso  método  en  este  negociado,  que  consiguió  la  dicha  de 
serenar  toda  la  alteración,  concillando  los  ánimos  en  unión  tan  hermana 
que  pagadísimo  el  R.  M.  Fr.  Domingo  Pérez  de  aquella  amorosa  voluntad 
y  oficios  de  amigo  verdadero,  que  vio  en  nuestro  Padre  para  su  Religión, 
le  escribió  una  carta  en  que  le  dice  entre  otras  agradecidas  expresiones, 
encaminadas  á  exagerar  el  beneficio  que  recibió  su  Orden:  *  Satisface  con 
él  la  familia  de  Santa  Teresa  lo  que  desde  sus  principios  debió  á  la  de  su 
Padre,  y  nuestro  Santo  Domingo >. 

-Hemos  referido  este  suceso,  no  para  descargo  de  aquellos  beneficios 
con  que  la  familia  de  la  Doctora  mística  se  reconoce  obligada  á  la  Reli- 
gión de  Santo  Domingo;  (I)  sí  sólo  para  significar  lo  que  todos  hiciéramos 

(1)     No  podemos  Míenos  de  hacer  constar  y  manifestar  en  este  lugar,  ya  que  nos 


-591- 

para  correspondería,  siempre  que  la  ocasión  nos  ofreciese  oportunidad  de 
poderla  servir;  y  principalmente  para  dar  á  entender  lo  mucho  que  acre- 
cienta esta  Santa  Orden  aquello  poco  en  que  pudimos  cortejarla;  pues 
toma  en  pago  de  todo  nuestro  débito  el  pequeño  servicio  que  se  ha  men- 
cionado.» 

Damos  por  terminado  nuestro  estudio  histórico  sobre  las  relaciones 
entre  Santa  Teresa  y  su  Reforma  con  Santo  Domingo  y  sus  hijos.  Creemos 
haber  probado  suficientemente  todas  nuestras  afirmaciones,  no  con  razo- 
nes, porque  no  se  presta  á  ello  este  género  de  trabajo,  pero  sí  con  testi- 
monios fehacientes.  Muchos  de  ellos  se  hallaban  esparcidos  y  en  cierto 
modo  olvidados;  otros  aún  no  habían  visto  la  luz  pública,  y  aparecen  hoy 
por  primera  vez,  evidenciando  el  argumento  ó  proposición  que  hemos 
formulado  en  un  principio. 

El  público  ilustrado,  que  es  el  llamado  especialmente  al  estudio  y  lec- 
tura de  este  género  de  obras,  juzgará  si  hemos  desarrollado  ó  no  con 
acierto  nuestro  plan;  si  hallare  este  ensayo  deficiente,  reconozca  al  menos 
nuestra  buena  voluntad,  protestando  á  la  vez  que  no  ha  sido  nuestra  in- 
tención ofender  en  lo  más  mínimo  á  nadie,  sino  poner  en  claro  la  verdad; 
y  si  por  el  contrario,  le  agrada  y  le  reputa  aceptable,  que  ceda  todo  á  ma- 
yor gloria  de  Dios  y  de  su  amada  esposa  Santa  Teresa  de  Jesús. 


ocupamos  del  agradecimiento  de  la  Descalcez  al  Patriarca  Santo  Domingo  y  su 
Orden,  la  costumbre  inmemorial  que  existe  en  el  Convento  de  San  José  de  Avila, 
Cuna  de  la  Reforma;  costumbre  que  como  muy  bien  nos  dice  la  M.  R.  M.  Sor  María 
Teresa,  Priora  actual  de  este  santo  Convento;  no  cabe  duda  viene  de  Nuestra  Santa 
Madre.v»  Consiste  esta  costumbre  en  llevar  al  coro  todos  los  años  el  día  3  de  Agosto 
una  imagen  de  bulto  de  Santo  Domingojque  está  en  una  de  las  ermitas  de  la  huerta. 
La  religiosa  ermitaña  traslada  por  la  mañana  la  imagen  y  la  coloca  en  un  altarcito 
que  hay  en  el  coro,  y  desde  las  primeras  vísperas  arden  delante  de  ella  algunas 
luces  durante  las  horas  del  oficio  divino.  Canta  además  solemnemente  la  Comuni- 
dad la  antífona,  versículo  y  oración  del  Santo,  acudiendo  después  las  VV.  Religiosas 
á  postrarse  y  cada  una  (añade  la  referida  Madre  Priora)  durante  el  día  4  fiesta 
del  Santo  Patriarca  le  dirige  suplicas  afectuosas  y  peticiones  etc.,  etc.,  desahogando 
de  esta  manera  clamor  tan  grande  y  bien  merecido  que  las  Carmeiitas  tudas  con- 
servamos á  tan  gran  Santo.» 


APÉNDICES 

-A.  P*  :É!  INT  I>  I  o  DEJ    I 

fllusiones  que  Santa  Ceresa  bace  en  sus  Gartas  á  diversos 
IPIP.  Dominicos,  (l) 

i 

P.  JYI.  Fr.  Domingo  Báñez. 


Carta  á  doña  Luisa  de  la  Cerda,  27  de  Mayo  de  1568: 

«Fray  Domingo  me  ha  escrito  ahora  aquí  que  en  llegando  á  Avila  haga  mensa- 
jero propio  que  se  le  lleve.  Dame  pena  que  no  sé  que  hacer,  que  me  hará  harto 
daño,  como  á  V.  S.  dije,  que  ellos  lo  sepan. >.  (Pág.  13,  tomo  IV.) 

En  23  de  Junio  del  mismo  año  la  dice  así:  Tamañita  estoy  cuando  ha  de  venir 
el  presentado  Fray  Domingo,  que  me  dicen  ha  de  venir  por  acá  este  verano  y  ha- 
llarme ha  en  el  hurto...  >  (Pág.  17,  ib.) 

AI  tratar  del  libro  de  la  Vida  se  dijo  ya  el  sentido  de  la  palabra  Tamañita. 

Carta  al  P.  Ordóñez,  de  la  Compañía  de  Jesús,  en  20  de  Julio  de  1573: 

«Como  este  nuestro  negocio  va  ya  de  suerte  de  acabarse,  hame  dado  mucho  cui- 
dado, en  especial  después  que  vi  hoy  la  carta  del  padre  visitador  (P.  Pedro  Fer- 
nández, Dominico),  que  lo  remite  al  padre  maestro  Fray  Domingo  y  á  mí,  y  escrí- 
bele una  carta,  en  que  para  esto  nos  da  sus  veces,  porque  siempre  soy  tímida  en 

cosa  que  yo  he  de  tener  algún  voto Será  también  menester  que  para  elegir  las 

que  han  de  entrar  que  convengan  hay  otros  dos  votos  con  la  priora.  Si  lo  quisiese 


(1)    Las  citas  se  refieren  á  la  edición  de  I88I  del  Sr.  La  Fuente,  si  no  se  advierte  otra  cosa. 


38 


—  594- 

hacer  el  prior  de  San  Andrés  (Dominicos)  no  sería  malo  y  algún  regidor  ó  entram- 
bos ....  También  es  de  advertir,  si  nosotros  desde  ahora  admitimos  ese  medio,  con 
quién  se  ha  de  atar,  porque  no  parece  hay  cosa  segura  de  presente,  y  dirá  el  padre 
visitador  (P.  Pedro  Fernández)  ¿que  qué  vemos  para  hacer  escrituras?  De  todo 

esto  estaba  yo  libre  de  mirar,  si  lo  hiciera  el  padre  visitador »  (Pág.  88,.  ib.) 

Habla  del  colegio  de  doncellas  que  se  trataba  de  fundar  en  Medina  para  lo  cual 
habían  sido  comisionados  por  el  P.  Pedro,  el  P.  Báñez,  el  P.  Ordoñez  y  Santa  Te- 
resa. 

Carta  á  María  Bautista,  priora  de  Valladolid,  Í4  de  ívlayo  de  1574: 

«Ya  estoy  casi  buena,  que  el  jarabe  que  escribo  á  nuestro  Padre  (Báñez)  me  ha 
quitado  aquel  tormento  de  melancolía,  y  «aún  creo»  la  calentura  del  todo.  Un  poco 
me  hizo  reír  la  carta  de  su  letra,  como  estaba  ya  sin  aquel  humor;  no  lo  diga  al  pa- 
dre Fray  Domingo  que  le  escribo  muy  graciosamente,  quizá  la  mostrará  la  carta 
y  cierto  me  holgué  mucho  con  la  suya,  y  con  la  de  vuestra  reverencia. 

«¡Oh',  si  viese  la  barahunda  que  anda,  aunque  en  secreto El  P.  Fr.  Domin- 
go le  dirá  lo  que  pasa,  y  unos  papeles  que  le  envío;  y  lo  que  me  escribiere  no  lo 
envíe  así,  sino  con  persona  cierta,  aunque  se  esté  allá  algunos  días.  Harta  falta  nos 
es  estar  el  padre  visitador  (P.  Pedro)  tan  lejos,  que  hay  negocios  que,  aunque  más 
sea,  creo  le  habré  de  enviar  mensajero,  que  no  basta  el  prelado  que  es,  ó  para  lo 
que  es.  Séalo  él  muchos  años. 

De  lo  del  P.  Medina,  aunque  sea  mucho  más,  no  haya  miedo  me  alborote,  antes 
me  ha  hecho  reír,  más  sintiera  de  media  palabra  de  Fr.  Domingo  porque  ni  esotro 
me  debe  nada,  ni  se  me  da  mucho,  que  no  me  tenga  esa  ley.  El  no  ha  tratado  estos 
monasterios,  y  no  sabe  lo  que  hay,  ni  había  de  igualarse  con  lo  que  Fr.  Domingo  los 

quiere,  que  es  cosa  propia,  y  los  ha  sustentado  á  la  verdad Dios  sea  con  ella,  y 

me  la  guarde,  que  extremadamente  hace  amistad;  yo  no  sé  cómo  sufro,  que  tenga 
tanta  con  mi  padre,  (P.  Báñez).»  (Páginas  106,  107,  108,  ib.) 

La  barahunda  á  que  se  refiere  es  la  persecución  que  empezaba  por  parte  de  los 
padres  Calzados,  de  Andalucía,  contra  la  Descalcez.  Dio  ocasión  á  ella,  la  ida  á 
aquella  provincia  de  los  PP.  Gracián  y  Mariano.  Estos  padres  Descalzos  contribu- 
yeron mucho  á  dar  á  conocer  en  Andalucía  la  vida  santa  de  los  Reformados.  El  pa- 
dre Báñez  tuvo  mucha  parte  en  ello,  y  por  eso  la  Santa  dice  á  su  sobrina:  «El  pa- 
dre Fr.  Domingo  le  dirá  lo  que  pasa.» 

La  actitud  del  P.  Medina  con  Santa  Teresa  se  convirtió  en  afecto  entrañable  y 
eterno  luego  de  haberla  tratado,  llegando  á  decir  la  Santa  «que  era  su  mejor  amigo.-» 

Las  últimas  palabras  de  la  Snnta:  -yo  no  sé  cómo  sufro  que  tenga  tanta  amistad 
con  mi  Padre»,  revelan  hasta  donde  llegaba  el  cariño  que  profesaba  al  P.  Báñez. 
Expresiones  dulcísimas  y  donosas,  que  bajo  la  imagen  de  celos  manifiestan  su  amor 
sin  igual. 


—  595- 

A  la  misma,  Junio  1574: 

Ya  estoy  mejor,  aunque  no  quitado  bien,  alegre  de  las  nuevas  que  escribo  al 
P.  Kr.  Domingo.'  (Pág.  10  ib.) 

A  la  misma  María  Bautista,  en  Julio  de  1574: 

'En  gracia  me  ha  caido  su  enojo,  pues  yo  le  digo  que  no  es  para  mí  mucho  fa- 
vor dejarla  de  ver;  antes  lo  es  tanto,  que  me  ha  parecido  no  era  perfección  tratar 
yo  de  ello,  como  no  veo  necesidad  que  fuere;  porque  adonde  está  el  padre  maestro, 
¿qué  falta  puedo  yo  hacer?...  .  Es  gran  bobería  andar  mirando  perfecciones  en  cosa 
de  su  regalo,  pues  ve  lo  que  va  en  su  salud.  No  sé  que  hace  ese  mi  padre   (P.  Bá- 

"") ¡Oh  qué  melancólica  viene  la  carta  de  mi  padre!  Sepa  vuestra  reverencia 

luego,  si  es  por  escrito  el  poder  que  tiene  del  padre  visitador,  que  me  traen  cansa- 
da estos  canónigos,  que  ahora  piden  licencia  del  prelado  para  que  nos  obliguemos 
al  censo.  Si  mi  padre  la  puede  dar,  ha  de  ser  por  escrito,  y  por  notario,  que  vea  la 

que  él  tiene;  y  si  esto  puede,  enviármela  luego  por  caridad Harta  gracia  tienen 

las  respuestas  que  pone  en  la  carta  de  mi  padre;  no  sé  á  cual  crea.  No  se  canse  en 
procurar  me  escriba,  que  como  vuestra  reverencia  me  diga  de  su  salud,  muy  bien 
lo  llevaré.  Dígame  cuál  es  su  tierra,  porque  si  es  Medina  harto  mal  lo  hará  en  no 
venirse  por  aquí  (Segovia).»  (Páginas  111,  112,  113;  ib.) 

El  argumento  principal  de  la  carta  era  pedir  al  P.  Bánez,  prelado  que  era  de  la 
Descalcez  por  sustitución  del  P.  Pedro,  un  poder  para  obligarse  á  un  censo,  según 
lo  exigían  los  canónigos.  Y  por  eso  escribía  la  enviasen  pronto  el  poder,  -.si  no 
quiere  me  hundan  estos  canónigos.'» 

A  la  misma  Priora,  11  de  Septiembre  de  1574. 

«Por  la  carta  del  padre  maestro  Fray  Domingo  verá  lo  que  pasa,  y  cómo  ha  or- 
denado el  Señor  Jas  cosas  de  manera  que  no  la  pueda  ver...  Gloria  sea  á  Dios,  que 
viene  bueno  mi  padre  Fr.  Domingo.  Si  por  dicha  el  P.  M.Medina  acudiere  por 
alia,  haga  darle  la  carta  mía,  que  piensa  estoy  enojada  con  él,  según  me  dijo  el  padre 
provincial  por  una  carta  que  me  escribió.  Debe  pensar  también  si  se  lo  que  dijo  á  la 
otra,  aunque  no  le  he  dicho  nada.  Nuestro  padre  visitador  (P.  Pedro)  me  dijo  era 
ya  monja,  y  que  no  llevaba  si  no  mil  ducados  de  dote.  Escríbame  como  le  va  y  qué 
dice  nuestro  padre  (P.  Báñez),  en  fin  como  es  en  su  Orden,  tendrá  paciencia.  (Pági- 
na 114-115-ib.):» 

A  la  lima.  Doña  María  de  Mendoza,  Noviembre  de  1674,  en  Avila: 
«Ya  sabrá  V.  S.  como  llevan  á  Fr.  Domingo  por  prior  á  Trujillo,  que  le  eligieron: 
y  los  de  Salamanca  han  enviado  á  pedir  al  padre  provincial  que  se  lo  deje.  No  saben 
lo  que  hará.  Tierra  trabajosa  es  para  su  salud.  De  que  V.  S.  vea  al  padre  provin- 
cial de  los  Dominicos,  ríñale,  que  no  me  vio  en  Salamanca,  que  estuvo  hartos  días. 
Es  verdad  que  le  quiero  yo  poco!»  (Pág.  127,  ib.) 

A  la  lima,  doña  Ana  Enriquez.  Valladolid  23  Diciembre  de  1574: 


-596- 

«Este  día  de  Santo  Tomé  hizo  aquí  el  P.  Fr.  Domingo  un  sermón,  adonde  puso 
en  tal  término  los  trabajos,  que  yo  quisiera  haber  tenido  muchos:  y  aunque  me  los 
dé  el  Señor  en  lo  porvenir.  En  extremo  me  han  contentado  sus  sermones.  Tiénenle 
elegido  por  Prior:  no  se  sabe  si  le  confirmarán.  Anda  tan  ocupado,  que  le  he  gozado 
harto  poco.  (Página  129,  ib.) 

A  la  M.  María  Bautista,  Valladolid.  Desde  Sevilla  30  Diciembre  1575: 

«El  postrer  día  de  pascua  me  dieron  la  carta  que  venía  por  Medina,  y  la  otra  con 
la  de  mi  padre  (P.  Báñez),  antes:...  Cosa  extraña  es,  que  este  otro  nuestro  padre 
(P.  Gracián)  no  me  hace  embarazo  lo  que  le  quiero,  mas  que  si  no  fuese  persona. 

Nota  del  Sr.  La  Fuente.  Le  llama  este  otro  nuestro  padre  en  contraposición  al  pa- 
dre Báñez,  que  estaba  en  Valladolid,  y  á  quien  en  el  párrafo  anterior  había  llamado 
mi  padre. 

Me  parece  indudable,  que  después  del  padre  Gracián,  el  director  que  más  apre- 
ció Santa  Teresa,  fué  al  P.  Báñez.  Creo  que  á  él  alude  cuando  dice:  «en  especial  el 
uno  á  quien  tengo  gran  voluntad,  me  hacía  terrible  resistencia.» 

«Yo  querría  escoger  esa  (casa)  por  algunas  razones  que  no  son  para  carta,  si  no 
es  una  que  es  estar  ahí  mi  padre  y  vuestra  reverencia.»  (Páginas  161-162,  ib.) 

El  Capítulo  General  que  la  Orden  Carmelitana  celebró  en  Plasencia  (Italia)  or- 
denó que  la  santa  madre  se  retirase  á  un  convento  y  no  saliese  de  él.  Como  los  pa- 
dres Capitulares  no  señalaban  en  cual  de  ellos  había  de  recluirse  la  santa,  se  incli- 
naba á  escoger  el  de  Valladolid,  por  hallarse  allí  de  regente  en  San  Gregorio  su 
amado  P.  Báñez. 

«No  ha  venido  (mi  hermano)  aquí  sino  un  ratico  y  así  no  le  he  dicho  de  eso  otro 
más  creo  que  no  haré  más  de  decírselo  y  él  hacerlo:  porque  han  menester  los  niños 
un  paje...  Si  yo  pudiera  remediarlo  todo,  harto  me  holgara,  por  quitar  á  mi  padre 
de  cuidado  que,  para  su  condición,  me  espanta  cuan  á  pechos  ha  tomado  eso  y  dé- 
belo Dios  de  hacer  porque  no  tienen  otro  remedio.  Harto  me  pesará  si  va  á  Toro. 
No  se  como  quiere  más  estar  allí  que  en  Madrid,  he  miedo  no  se  ha  de  hacer  Dios 
ordene  lo  que  sea  más  para  su  servicio,  que  es  lo  que  hace  al  caso.  Por  ella  me  pe- 
sará y  aún  quitarme  ha  harto  la  gana  de  estar  en  esa  casa.»  (Página  163,  ib.) 

En  esta  carta  y  en  la  siguiente  se  ocupa  de  un  niño  por  el  que  intercedía  el  pa- 
dre Báñez,  á  fin  de  que  D.  Lorenzo,  recien  llegado  de  las  Indias,  le  tomase  para 
paje  de  sus  hijos.  Esto  prueba  la  gran  virtud  y  caridad  de  tal  P.  Maestro,  y  á  la 
vez  son  dignas  de  ponderación  las  palabras  de  D.  Lorenzo  en  la  carta  siguiente  en 
que  dice:  «que  siendo  cosa  del  P.  Fr.  Domingo,  aunque  no  hubiera  menester  se  ha- 
bía de  tomar.»  Y  esto  lo  decía  sin  conocer  al  P.  Báñez.  Y  así  tiene  mucha  razón  el 
anotador  de  las  cartas,  cuando  escribe:  «La  generosidad  del  Sr.  Lorenzo  era  como 
de  hermano  de  Santa  Teresa,  gue  siendo  Dominica  in  Passione,  si  no  lo  hizo  Domin- 
go de  Pasión,  le  pegó  su  pasión  á  los  hijos  de  Domingo.» 


-597- 

A  la  M.  María  Bautista,  157G: 

■  Grande  es  la  pena  que  me  ha  dado  el  mal  de  mi  padre  y  he  miedo  no  sea  de  al- 
guna penitencia  de  las  que  suele  el  adviento,  de  echarse  en  el  suelo,  que  no  suele 
el  tener  ese  mal.  Hágale  poner  ropa  á  los  pies.  ¡Es  verdad  que  es  poco  recio  ese 
dolor,  y  si  se  acostumbra,  muy  ruin  cosa,  y  durar  tantos  días;  mire  si  trae  harta 
ropa.  Bendito  sea  Dios  que  está  mejor.  No  hay  cosa  que  yo  tanto  sienta  como  dolor 
recio:  aun  en  mis  enemigos  no  le  quisiera:  lo  que  ahora  quiero  de  mis  encomiendas 
y  un  gran  recaudo.  Harto  chico  es  el  niño  si  no  ha  más  que  once  años. .  Mi  herma- 
no dijo  que  siendo  cosa  del  P.  Fr.  Domingo,  que  aunque  no  le  hubiera  menester,  se 
había  de  tomar. ^>  (Páginas  16G-167,  ib.) 

Santa  Teresa  se  hizo  en  esta  ocasión  panegirista  de  la  vida  penitente  de  su  gran 
director  el  P.  Báñez. 

A  la  misma,  20  de  Abril  de  1576. 

«A  Casilda  y  á  todas  me  encomiendo  y  á  mi  P.  Fr.  Domingo  muy  mucho.  Harto 
quisiera  dejara  la  ida  de  Avila  para  cuando  yo  estuviera  ahi:  mas,  pues  él  quiere 
que  sea  todo  cruz,  sea.^  (Página  178,  ib.) 

A  la  misma,  2  de  Noviembre  de  1576: 

Siempre  escriba  recaudos  míos  á  Fr.  Domingo,  y  me  diga  cómo  le  va.»  (Pági- 
na 263,  ib.) 

Al  P.  Gracián,  Noviembre  de  1576: 

'Hoy  me  han  traído  esas  de  Valladolid;  dícenme  que  ha  venido  de  Roma  para 

que  haga  profesión  Casilda Ya  dirían  á  vuestra  paternidad  ó  se  lo  dirán  á  quien 

dio  la  relación  que  el  uno  fué  Fr.  Domingo.'>  (Pág.  265,  ib.) 

A  M.  María  Bautista,  1576: 

•Escríbalo  todo  al  P.  M.  Báñez,  y  con  Arell'ino  el  Dominico  podría  avisar  si 
está  quieta.  La  señora  doña  María  le  hará  venir.»  (Pág.  314,  ib.) 

«Priora  de  Salamanca,  Enero  de  1581. 

-Escriba  vuestra  reverencia  un  billete  á  Fr.  Domingo,  si  yo  no  le  escribiere,  por- 
que sepa  de  esta  fundación,  aunque  procuraré  hacerlo;  sino  díganle  un  gran  recaudo 
de  mi  parte. '  (Pág.  289,  tomo  V.) 

A  doña  Ana  Enriquez,  Marzo  de  1581: 

'¿Qué  le  parece  á  vuestra  merced  qué  honradamente  salió  Fr.  Domingo  Báñez 
con  su  cátedra?  Plega  á  Dios  le  guarde,  pues  ya  poco  más  me  ha  quedado;  trabajo 
no  le  faltará  en  ella,  que  honra  harto  costosa  es.^  (Pág.  319,  ib.) 

No  podía  suceder  de  otra  manera,  pidiéndoselo  ella,  como  se  lo  pidió  á  Dios, 
cual  nunca  para  cosas  temporales  había  hecho  en  su  vida. 

Al  Obispo  de  Osma,  1581: 

«Y  esto  he  tratado  con  algunos  que  habían  tratado  los  demás,  que  es  Fr.  Domin- 
go y  el  maestro  Medina.-  (Pág.  :531,  ib.) 


—  598  — 

Habla  sobre  su  espíritu  interior  y  mercedes  que  recibía  del  Señor,  y  que  había 
ya  comunicado  á  los  PP.  Barrón  y  Medina. 

A  D.  Sancho  Dávila,  Obispo  de  Jaén,  1581: 

«Hoy  lo  he  confesado  al  P.  M.  Fr.  Domingo  y  me  dijo  no  haga  caso  de  ello,  y 
así  lo  suplico  á  vuestra  merced,  que  lo  tengo  por  mal  incurable.»  (Pág.  366,  ib.) 

Lo  que  confesó  á  Fr.  Domingo  era  las  distracciones  que  la  Santa  padecía  en  la 
recitación  del  oficio  divino. 

Razón  sobrada  tiene  el  P.  Paulino  Alvarez  para  escribir  sobre  el  P.  Báñez  lo 
que  sigue: 

«Después  de  todos  los  precedentes  te.'itímonios,  y  otros  más  que  se  podrían  en- 
tresacar, díganme  si  tanta  profusión  de  frases  amorosísimas,  tanta  y  tan  tierna  so- 
licitud, tanto  anhelo  por  vivir  en  su  compañía,  tanta  pena  por  sus  penas,  tanto  afán 
por  contentarle,  tanto  abandonarse  á  su  voluntad,  tanto  someterse  á  sus  consejos, 
tantas  plegarias  al  cielo  por  serle  agradecida,  tanta  frecuencia  de  comunicaciones, 
tantas  alabanzas,  tal  encantamiento,  en  fin,  de  la  seráfica  Madre  por  el  P.  Báñez,  lo 
tuvo  jamás  por  algún  otro  confesor  doméstico  ó  extraño.  Díganme  á  quién  y  cuándo 
jamás  dirigió  ella  palabras  tan  llenas  de  embeleso  como  aquellas:  con  su  parecer 
todo  me  parecía  acertado— hoy  le  escribo  muy  graciosamente;  -nuestros  monaste- 
rios son  su  casa  propia,  porque  los  ha  sustentado  á  la  verdad;  no  sé  cómo  sufro  que 
nadie  tenga  tanta  amistad  con  mi  Padre.  Donde  él  está,  ¿qué  falta  puedo  yo  hacer? 
El  es  con  quien  más  tiempo  he  tratado  y  trato— ¿cuándo  dejó  de  ser  prelado  mío?  — 
no  sé,  en  fin,  en  qué  ha  de  parar  este  encantamiento.» 


II 


P.  Pedro  Fernández,  uisitador  apostólico  de  la  Orden  del  Carmen. 

A  Diego  Ortiz,  1571: 

"Después  de  ida  la  carta  de  nuestro  padre  general,  he  advertido  que  no  había 
para  qué,  porque  es  muy  más  firme  cualquiera  cosa,  que  el  padre  visitador  hiciere, 
porque  es  como  hacerlo  el  pontífice,  que  ningún  general  ni  capítulo  general  lo  pue- 
de deshacer.  El  es  muy  avisado  y  letrado  y  gustará  vuestra  merced  de  tratar  con 
él;  y  creo  yo  que  este  verano  sin  falta  irá  á  visitar,  y  podráse  hacer  todo  con  toda 
firmeza  lo  que  vuestra  merced  mandare  y  se  le  suplicare  acá. '   (Pág.  63,  tomo  IV.) 

A  doña  María  de  Mendoza,  1572: 
Enviaré  á  pedir  licencia  al  padre  visitador  ó  al  padre  general,  porque   es  con- 
tra nuestras  constituciones  tomar   con   el   defecto  que  tiene,  y  no  pudre  yo  dar 
la  ucencia  contra  ella  sin  el  uno  de  ellos."  (Pág.  77,  ib.) 

Al  Obispo  de  Avila  D.  Alvaro  de  Mendoza,  1574: 


-599  — 

vSiiplico  á  V.  S.  me  mande  avisar  si  se  recaudó  la  licencia  del  padre  visitador 
para  estar  yo  en  San  José  algún  día;  la  priora  me  lo  escribirá.»  (Pág.  1(X),  ib.) 

A  María  Bautista,  1574: 

«Mas  yo  le  digo  que  es  cosa  bien  recia  tres  monjas,  como  dicen,  tener  tantas 
freilas:  harto  sin  camino  es.  Creo  se  habrá  de  procurar  con  e!  padre  visitador,  haga 
número,  como  de  las  monjas».  (Pág.  112,  ib.) 

A  D.  Teutonio  de  Braganza,  1574: 

«El  padre  provincia!  ha  andado  tan  lejos  (digo  el  visitador)  que  aun  por  cartas 

no  he  podido  tratar  este  negocio Presto  creo  estará  cerca  el  padre  visitador,  yo 

le  escribiré,  y  dícenme  irá  por  allá.  V.  S.  me  hará  merced  de  hablarle,  y  decir  su 
parecer  en  todo.  Puede  hablarle  V.  S.  con  toda  llaneza,  que  es  muy  bueno,  y  me- 
rece se  trate  así  con  él:  y  por  V.  S.  quizá  se  determinará  á  hacerlo>.  (Pág.  121,  ib.) 

Al  mismo  señor,  1574: 

-^Esperando  están  al  padre  visitador  que  se  viene  acercando Yo  le  escribiré 

en  sabiendo  adonde  está:  aunque  lo  que  hace  al  caso  es  que  V.  S.  le  hable,  pues  ha 
de  ir  ahí'.  (Pág.  124,  ib.) 

A  doña  María  de  Mendoza,  1574: 

'V.  S.  lo  tratará  todo  con  el  padre  visitador,  que  co.-uo  escribe  en  eso,  háme 
contentado  mucho.  Es  muy  servidor  de  V.  S.  y  me  consoló  ver  con  la  afición  que 
habla  en  V.  S.  y  así  creo  en  todo  hará  lo  que  V.  S.  mandare.  Suplico  á  V.  S.  le 
muestre  mucho  favor,  y  haga  la  merced  que  acostumbra  hacer  á  personas  semejan- 
tes: porque  es  el  mayor  prelado  que  ahora  tenemos,  y  su  alma  debe  merecer  mucho 

delante  de  nuestro  Señor no  hay  porque  se  detener,  sino  que  se  pida  Ucencia  al 

padre  provincial,  y  V.  S.  mande  que  las  reciba:  y  sino  al  padre  visitador  que  la  dará 
luego,  y  es  con  quien  más  me  entiendo,  que  el  padre  provincial  (P    Ángel)  aunque 

más  le  escribo,  no  me  quiere  responder Este  padre  visitador  me  da  la  vida,  que 

no  creóse  engañará  conmigo,  como  todos,  que  quiere  Dios  darle  á  entender  cuan 
ruin  soy:  y  asi  á  cada  paso  me  coge  en  imperfecciones.  Yo  me  consuelo  mucho,  y 
procuro  que  me  las  entienda.  Gran  alivio  es  andar  con  claridad  con  el  que  está  en 
lugar  de  Dios:  y  así  le  tendré  el  tiempo  que  estuviere  con  éh.  (Pág.  126,  ib.) 

A  doña  Ana  Enriquez,  desde  Valladolid,  1574: 

«Ha  visitado  el  padre  provincial  (visitador)  esta  casa  y  ha  hecho  elección  ^.  (Pá- 
gina 129,  ib.) 

\\  reverendísimo  general  del  Carmen: 

■  Porque  en  la  patente  que  V.  S.  me  envió  en  latín  después  que  vinieron  los  vi- 
sitadores, da  licencia,  y  dice  que  pueda  fundar  en  todas  partes Dice  que  ese  Pe- 

ñuela  por  engaño  tomó  el  hábito:  que  fué  á  Pastrana,  y  dijo  se  le  había  dado  Var- 
itas el  visitador  de  aquí  y  venido  á  saberse  le  tomó  el  mismo  ....  Los  monasterios  se 
hicieron  por  m.indado  del  visitadnr  Vargas,  con  la  autoridad  apostólica  que  tenía.... 


—  600  — 

porque  no  se  trataba  de  hacer  casa  que  no  fuese  con  licencia  de  V.  S.  que  yo  no  me 
pusiese  muy  brava  y  en  esto  hizolo  bien  Fr.  Pedro  Fernández,  el  visitador  de  allá 
(Castilla),  y  débole  mucho  en  lo  que  miraba  no  disgustar  á  V.  S.  El  de  acá  (Anda- 
lucia)  ha  dado  tantas  licencias  y  facultades  á  estos  padres  y  rogádoles  con  ellas  que 
si  V.  S.  ve  las  que  tienen,  entenderá  no  tienen  tanta  culpa».  (Páginas  143,  144;  ib.) 

El  Visitador  de  Andalucía  P.  Fr.  Francisco  Vargas,  fué  cordobés  y  de  familia 
muy  noble;  joven  aún  ingresó  en  nuestra  Orden  en  esta  provincia  de  Andalucía. 
Por  su  talento  mereció  ser  elegido  para  la  Colegiatura  de  San  Gregorio  de  Valla- 
dolid,  y  después  de  haber  cursado  allí  el  tiempo  reglamentario  salió  para  enseñar 
en  su  convento  de  San  Pablo,  de  Córdoba.  Vio  interrumpida  su  carrera  por  haber 
sido  elevado  á  diferentes  prelacias,  la  primera  de  las  cuales  parece  fué  Málaga, 
después  en  Córdoba  y  en  Granada:  de  suerte  que  habiendo  profesado  en  1532  sólo 
en  1551  logró  llegar  á  la  Presentatura  en  Teología  <'Con  gran  fama  de  docto,  pru- 
dente, virtuoso- y  mansos,  según  Ramírez  de  Arellano.  Hacia  el  año  de  1569  fué 
elegido  entre  muchos  para  reformador  de  las  Ordenes  religiosas  de  la  Trinidad, 
Merced  y  del  Carmen. 

En  trabajar  por  ésta  y  en  el  Provincialato  que  se  le  confirió  por  Diciembre  de 
1573,  gastó  los  10  últimos  años  de  su  vida. 

Su  dichosa  muerte  acaeció  hacia  el  año  de  1580,  y  su  memoria  es  bendita  para 
los  Dominicos  y  los  Carmelitas  andaluces  Descalzos. 

Al  P.  Gracián,  1576: 

«Todas  las  cosas  son  como  se  principian,  y  es  un  principio  que  puede  venir  á 
mucho  mal,  por  eso  vuestra  paternidad  entienda  que  importa  mucho  y  que  á  ellas 
les  dará  gran  consuelo  saber  que  vuestra  paternidad  quiere  que  se  guarden  las  ac- 
tas que  hizo  y  confirmó  del  P.  Fr.  Pedro  Fernández.  Todas  son  mozas:  y  créame, 
padre  mío,  que  lo  más  seguro  es  que  no  traten  con  frailes.»  (Página  186,  ib.) 

Al  P.  Gracián,  1576: 

«Fr.  Pedro  Fernández  para  todo  lo  que  quiso  ejecutar  en  la  Encarnación,  lo  iia- 
cía  por  mano  de  Fr.  Ángel,  y  él  se  estaba  desde  lejos;  y  no  por  eso  dejaba  de  ser 
visitador  y  de  hacer  su  hecho.-  (Página  212,  ib.) 

Priora  de  Valladolid,  1576: 

«¡Oh  qué  placer  me  ha  hecho  el  decirme  de  la  salud  del  P.  Fr.  Pedro  Fernández 
que  he  estado  con  pena,  que  sabía  de  su  mal  y  no  de  su  salud:  que  yo  le  digo  que 
no  se  parece  á  su  amigo  en  ingrato  (P.  Ángel)  que  con  cuanto  tiene  que  hacer,  no 
le  falta  cuidado  para  escribirme  y  todo  me  lo  debe,  aunque  de  cosa  de  deuda  harto 
más  me  debe  esotro.»  (Página  261,  ib.) 

P.  Ambrosio  Mariano,  1577: 

«Sepa  que  ha  estado  aquí  el  P.  Fr.  Pedro  Fernánde/.  Dice  que  si  no  trac  el  Tos- 
tado poder  sobre  los  visitadores,  que  valdrían  las  actas:  mas  que  si  las  trae,  no  hay 


—  601  — 

que  hablar  sino  obedecer  y  buscar  otro  camino,  porque  le  parece  que  no  pueden 
hacer  provincia  ni  definidores  los  comisarios,  si  no  tienen  más  autoridad  que  ellos 
tenían  y  así  es  menester  que  nos  valgamos  por  otra  parte.-  (Página  35),  ib.) 

A  la  Duquesa  de  Alba,  1577: 

«Hánme  dicho  que  su  excelencia  ha  mandado  que  venga  á  este  negocio  el  padre 
M.  Fr.  Pedro  Fernández.  Es  todo  el  bien  que  nos  puede  venir,  porque  conoce  á  los 
unos  y  á  los  otros. 

«Parece  traza  venida  del  cielo. Plega  á  nuestro  Señor  guarde  á  su  excelencia  para 
remedio  de  los  pobres  afligidos.  Muchas  veces  beso  á  su  excelencia  las  manos,  por 
tan  grande  merced  y  favor,  y  á  vuestra  excelencia  suplico  me  haga  merced  y 
poner  mucho  en  esta  venida  del  P.  Fr.  Pedro  Fernández  á  esa  corte  y  dar  calor  en 
ello.  Mire  vuestra  excelencia,  que  este  negocio  toca  á  la  Virgen  nuestra  Señora, 
que  ha  menester  ahora  ser  amparada  de  personas  semejantes  en  esta  guerra,  que 
hace  el  demonio  á  su  Orden.»  (Página  405,  ib.) 

A  Felipe  11,  1577: 

«Ellos  (los  Calzados)  están  en  esto  muy  engañados,  porque  mientras  estuviesen 
sujetas  A  que  ellos  las  confiesen  y  visiten  no  es  de  ningún  provecho  mi  ida  allí:  al 
menos  que  dure,  y  así  lo  dije  siempre  al  visitador  dominico,  y  él  lo  tenía  bien  en- 
tendido.» (Página  406,  ib.) 

Priora  de  Sevilla,  1577: 

«Y  quitáronles  los  dos  Descalzos,  que  tenían  allí  puestos  por  el  comisario  apos- 
tólico (P.  Pedro.)-  (Página  413,  ib.) 

A  Doña  María  Mendoza,  1577: 

«Escribo  á  nuestro  padre  visitador,  diciendo  la  voluntad  que  V.  S.  tiene  de  reci- 
birla y  suplicando  á  su  paternidad  envíe  con  esta  carta  la  licencia.  Creo  que  lo  hará 
y  si  no  V.  S.  torne  á  escribir  luego  á  su  paternidad,  y  lo  ordene  de  manera,  que  no 
piensen  hubo  en  ello  engaño:  porque,  á  lo  que  yo  puedo  entender,  no  dejará  el  pa- 
dre visitador  de  dar  á  V.  S.  contento  en  lo  que  pudiere...  Creo  hará  provecho  á 
V.  S.  tenerme  cabe  sí,  también  como  estar  yo  cabe  el  padre  visitador;  porque  él, 
como  prelado,  díceme  verdades:  y  yo,  como  atrevida  y  mostrada  á  que  V.  S.  me 
sufra,  haría  lo  mismo...  Nunca  me  dice  V.  S.  cómo  le  va  con  el  P.  Juan  Gutiérrez 
(Dominico);  algún  día  lo  diré  yo,  Déle  V.  S.  mis  encomiendas.  No  he  sabido  si  hizo 
su  sobrina  profesión.  El  padre  visitador  dará  licencia  para  que  las  hubieren  de  hacer. 
Mande  V.  S.  avisar  á  la  madre  priora,  que  se  me  ha  olvidado.  (Páginas  422-423,  ib.) 

A  D.  Teutonio  de  Braganza,  1578: 

•  Al  menos  el  uno,  que  llaman  Fr.  Juan  de  la  Cruz,  todos  le  tienen  por  santo,  y 
todas,  y  creo  que  no  se  lo  levantan;  en  mi  opinión  es  una  gran  pieza,  y  puestos  allí 

por  el  visitador  apostólico  dominico Y  también  tenemos  para  estos  monasterios 

cartas  de  los  visitadores  apostólicos,  para  que  no  seamos  visitadas,  sino  de  quien 


—  602  — 

nuestro  padre  general  mandare,  con  que  sea  Descalzo.  Allá,  en  Portugal,  no  ha- 
biendo nada  de  esto,  sujetos  á  los  del  paño,  presto  irá  la  perfección  por  el  suelo, 
como  por  acá  comenzaban  á  hacernos  gran  daño,  si  no  vinieran  los  comisarios  apos- 
tólicos.' (Páginas  6,  7,  tomo  V.) 

A  la  priora  de  Valladolid,  1579: 

«Dice  en  la  carta  el  P.  Ángel  Salazar  que  esto  que  ahora  me  dice  tome  como  por 
rascuño  de  la  pintura;  que  lo  ha  de  tratar  primero  con  el  P.  Fr.  Pedro  Fernández 
El  P.  Fr.  Pedro  Fernández  pone  mucho  en  que  hasta  que  tengamos  provincia 
no  se  funde  monasterio,  aunque  dé  licencia,  y  da  buenas  razones;  ahora  me  lo  es- 
cribieron, porque  como  el  Nuncio  está  tan  vidriado,  y  hay  quien  le  parle,  podríanos 
venir  daño;  pensarse  ha  todo  bien.»  (Pág.  138,  ib.) 

Aún  después  que  el  P.  Pedro  dejó  de  ser  Visitador,  le  consultaba  en  todos  los 
asuntos  graves  de  la  Descalcez,  como  era  tan  padre  y  protector  de  ella. 
.  Al  P.  Gracián,  1579: 

«A  él  (Juan  de  Velasco)  y  al  P.  M.  Fr.  Pedro  Fernández  y  á  D.  Luis  creo  son  á 
los  que  debemos  todo  el  bien  que  tenemos.»  (Pág.  175,  ib.) 

Priora  de  Sevilla,  1580: 

«Vuestra  reverencia  haga  encomienden  todas  á  Dios  al  P.  Fr.  Pedro  Fernández 
que  está  muy  al  cabo;  mire  que  se  lo  debemos  mucho,  y  ahora  nos  hace  gran  falta.» 
(Página  265,  ib.) 

Postdata  del  P.  Nicolás  Doria  á  esta  carta:  Oración  por  nuestros  negocios  y 
pedir  la  vida  de  Fr.  Pedro  Fernández,  que  seria  milagro  y  es  tan  necesaria,  y  la  vir- 
gen lo  puede  hacer  tan  fácilmente,  que  no  desconfío  de  ello,  si  ellas,  que  profesan 
ser  sus  hijas,  se  lo  rogaren  de  veras.* 

P.  üracián,  1580: 

«El  P.  Fr.  Pedro  Fernández  no  es  muerto;  cstáse  muy  malo.»  (Pág.  268,  ib.) 

Al  P.  Gracián,  1581: 

«Y  como  vuestra  paternidad  dice,  y  yo  creo  que  se  lo  escribí  á  vuestra  paterni- 
dad en  mi  carta,  en  nuestras  cosas  no  hay  que  dar  parte  á  los  frailes,  ni  nunca  las 
dio  el  P.  Fr.  Pedro  Fernández 

«Y  adonde  dice  tocas  de  sedeña  diga  de  lienzo;  si  le  pareciere  cosa  de  quitar  la 
acta  del  P.  Fr.  Pedro  Fernández,  adonde  dicen  no  coman  huevos  ni  hagan  colación 
con  pan,  que  nunca  pudo  acabar  con  él,  sino  que  las  pusiese.  >  (Páginas  304,  305,  ib.) 

Al  P.  Gracián,  1581: 

En  todo  le  doy  buenas  razones  al  P.  Antonio  (a)  Macario,  y  digo  que  lo  enten- 
día asi  el  P.  Fr.  Pedro  Fernández,  que  harto  quisiera  tuviera  gobierno  por  las 
causas  que  había  para  hacerlo;  mas  ¡el  daño  que  haría  ahora!»  (Pág.  314,  ib.) 

Al  P.  Gracián,  15yi: 

«No  sé  cómo  dice  callemos  ahora  en  esto  de  confesar  los  frailes,  pues  ve  cuan 


-603  — 

atadas  estamos  en  la  constitución  del  P.  Fr.  Pedro  Fernández,  y  contra  no  iiaber 

necesidad  de  ello pues  nuestras  constituciones,  ó  ¡o  que  ordenare  para  nosotras, 

no  es  menester  tratarlo  en  capítulo,  ni  que  lo  entiendan  ellos,  que  solo  consigo  y 
comigo  lo  trató  el  P.  Fr.  Pedro  Fernández  (que  haya  gloria),  y  aunque  le  parezca 
á  vuestra  reverencia  algunas  de  esas  ocho  cosas  (que  pongo  al  principio)  de  poca 
importancia,  sepa  que  son  de  mucha-.  (Páginas  314  y  315,  ib.) 

Carta  á  D.  Teutonio  de  Braganza.  Salamanca,  1574: 

"Yo  escribo  al  padre  Rector  y  le  informo  de  todas  las  instrucciones  que  me  ha 
comunicado  el  padre  visitador  (P.  Pedro  Fernández).  Ruéguele  que  le  dé  conoci- 
miento. El  padre  visitador  me  ha  recomendado  que  le  diga  á  V.  que  me  envia  á  San 
José.  El  me  indica  en  otra,  que  según  una  carta  del  Prior  de  Atocha,  el  Nuncio  creia 
bien,  como  superior,  dar  él  mismo  la  autorización  de  fundar  el  monasterio;  pero  no 
me  ha  encargado  que  le  envíe  á  V.  S.  esta  nueva;  él  pensaba  sin  duda  que  V.  S.  la 
sabría  ya  por  el  Nuncio.  He  comprendido  que  hay  el  más  vivo  interés  de  darle  á  V. 
gusto  en  todo,  y  esto  me  causa  una  grande  alegría  Igualmente  me  alegraré  que  el 
eclesiástico  de  que  V.  me  habla,  permanezca  con  V.  con  tal  que  esté  V.  satisfecho » 

«Hoy  15  de  Septiembre.  La  indigna  sierva  y  subdita  de  V.  S.,  Teresa  de  Jesús, 
Carmelita. 

(Cartas  de  Santa  Teresa  de  Jesús  por  el  P.  Gregorio  de  San  José,  Carmelita 
Descalzo.) 

III 

P.  García  de  Toledo. 

A  doña  Luisa  de  la  Cerda,  1568: 
Voime  por  Escalona,  que  está  allí  la  marquesa,  y  envió  aquí  por  mí.  Yo  le  dije 
que  V.  S.  me  hacía  tanta  merced,  que  yo  no  había  menester  que  ella  me  la  hiciese, 
que  me  iría  por  allí.  Estaré  medio  día  no  más,  si  puedo,  y  esto  porque  me  lo  ha 
enviado  á  mandar  mucho  Fr.  García,  que  dice  se  lo  prometió,  y  no  se  rodea  nada». 
(Pag.  13,  tomo  4.'^) 

Al  Obispo  de  Avila,  1568: 

«El  Sr.  Fr.  García  está  muy  bueno,  gloria  á  Dios.  Siempre  nos  hace  merced,  y 
cada  día  más  siervo  suyo.  Tomó  un  oficio,  que  le  mandó  el  Provincia!,  de  maestro 
de  novicios,  que  para  su  autoridad  era  cosa  bien  baja:  aunque  no  se  le  dio,  sino  por- 
que su  espíritu  y  virtud  aprovechase  á  la  Orden,  criando  aquellas  almas  conforme  á 

él.  Tomóle  con  tanta  humildad,  que  ha  edificado  mucho Tiene  harto  trabajo»- 

(Pág.  22,  ib.) 

A  su  hermano  D.  Lorenzo,  en  Indias,  1570: 

'Con  el  P.  Fr.  García  de  Toledo,  que  es  sobrino  del  virrey,  persona  que  yo  echo 
harto  menos  para  mis  negocios,  podrá  vuestra  merced  tratar.   Y  si  hubiere  mcnes- 


-604- 

ter  alguna  cosa  del  virrey,  sepa  que  es  gran  cristiano  el  virrey  y  fué  harta  ventura 
querer  ir  allá  En  los  envoltorios  le  escribía. -  (Página  49,  ib.) 

A  su  hermana  doña  Juana,  1572. 

«Agustín  de  Ahumada  está  con  el  virrey:  Fr.  García  me  lo  ha  escrito.»  Nota  de  La 
Fuente:  «Fr.  García  de  Toledo,  Fraile  dominico,  director  de  Santa  Teresa  en  algún 
tiempo,  y  el  que  hizo  continuar  el  libro  de  su  vida.  Estaba  á  la  sazón  de  comisario 
general  de  su  Orden  en  Indias:  era  hermano  del  gran  duque  de  Alba  Don  Fernando 
y  no  de  la  casa  de  Oropesa,  como  decía  Fr.  Antonio  en  sus  notas.»  (Página  72,  ib.) 

Priora  de  Sevilla,  1581: 

«Las  de  las  Indias  envió  con  el  correo  pasado.  Dícenme  que  se  viene  Fr.  García 
de  Toledo,  á  quien  van,  y  así  es  menester  vuestra  reverencia  encomiende  ese  pliego 
á  alguien  allá  para  si  Luis  de  Tapia  (que  va  también  á  él)  fuere  muerto.'  (Página 
296,  Tomo  V.) 

Priora  de  Sevilla,  1581: 

«En  gran  manera  me  holgué  de  saber  que  estaba  ahí  el  mi  buen  padre  Fr.  Gar- 
cía. Dios  le  pague  tan  buenas  nuevas,  que,  aunque  me  lo  habían  dicho,  no  lo  acababa 
de  creer,  según  lo  deseaba.  Muéstrenmele  mucha  gracia,  que  hagan  cuenta  que  es 
fundador  de  esta  Orden,  según  lo  que  me  ayudó  y  así  para  con  él  no  se  sufre 
velo:  para  todos  los  demás  si,  en  especial  y  general,  y  con  los  Descalzos  los  pri- 
meros, que  así  se  hace  en  todas  las  casas.»  (Página  378  ib.) 

A  la  M.  María  de  S.  José,  1581: 

«Si  Dios  trae  acá  al  P.  Fr.  García,  le  torne  harto  en  este  caso.  ¡Oh  qué  enojo  me 
hizo  de  no  me  decir  en  esta  carta  del!  Debe  ser  venido  á  Madrid,  que  así  me  lo  han 
dicho,  y  por  eso  no  le  escribo,  que  lo  deseo  harto,  y  verla:  mas  espantarse  hía  si 
supiese  lo  que  le  debo.-  (Página  381,  ib.) 

A  la  misma,  1581. 

«Ya  es  venido  el  virrey,  y  el  P.  Fr.  García  bueno  está  aunque  no  le  he  visto.» 
(Página  405,  ib.) 

IV 

P.  Baríolomé  JYIedina. 

Priora  de  Salamanca: 

«Esa  trucha  me  envió  hoy  la  duquesa;  paréceme  tan  buena,  que  he  hecho  este 
mensajero  para  enviarla  á  mi  padre  el  M.  Fr.  Bartolomé  de  Medina;  si  llegara  á 
hora  de  comer,  vuestra  reverencia  se  la  envíe  luego  con  Miguel,  y  esa  carta,  y  si 

más  tarde,  no  se  la  deje  tampoco  llevar,  para  ver  si  quiere  escribir  algún  renglón 

A  mi  P.  Osma  me  encomiende,  y  que  harto  menos  le  echare  acá.  (Era  otro  Domi- 
nico de  Salamanca).'  (Pág.  loi,  tomo  IV.) 


—  605  - 

Priora  de  Valladoüd,  1574: 

«Mas  muchas  cosas  que  gustara  decir  no  se  sufren  en  carta;  la  una  es  el  querer 
no  desgraciar  al  maestro  Medina.  Crea  que  llevo  mis  fines,  y  que  ya  he  visto  algún 
provecho  de  ello;  por  eso  no  le  deje  de  enviar  la  carta,  ni  se  le  dé  nada,  aunque  no 
sea  tan  amigo,  que  ni  él  lo  debe  tanto,  ni  importa  nada  lo  que  dijere  de  mí;  ¿por 
qué  no  me  lo  dice? 

'Sepa  que  dije  al  padre  provincial  que  bien  habían  negociado  para  llevarnos  á  la 
Samanú.  ¿Sabe  que  veo?  Que  las  quiere  Dios  pobres  honradas,  que  les  dio  á  Casil- 
da que  lo  es,  y  vale  más  que  todos  los  dineros.  Parece  que  reparó  en  ello  el  padre 
visitador,  y  me  quiso  dar  descuento;  al  menos  á  Orellana  disculpó  mucho,  y  así 
creo  que  ella  lo  quiso.  Ya  me  enfado  de  hablar  de  esta  bendita.»  (Pág.  116,  ib.) 

A  D.  Teutonio  de  Braganza,  1579: 

«La  semana  pasada  escribí  á  V.  S.  largo,  y  le  envié  el  librillo,  y  así  no  lo  seré 
en  ésta,  porque  sólo  es  por  habérseme  olvidado  de  suplicar  á  V.  S.  que  la  vida  de 
nuestro  padre  San  Alberto,  que  va  en  un  cuadernillo  en  el  mismo  libro,  la  mandase 
V.  S.  imprimir  con  él,  porque  será  gran  cosa  para  todas  nosotras,  porque  no  la  hay 
sino  en  latín,  de  donde  la  sacó  un  padre  de  la  Orden  de  Santo  Domingo,  por  amor  de 
mí,  de  los  buenos  letrados  que  por  aquí  hay,  y  harto  siervo  de  Dios;  aunque  él  no 
pensó  se  había  de  imprimir,  porque  no  tiene  licencia  de  su  provincial,  ni  la  pidió, 
mas  mandándolo  V.  S.  y  contentándole, poco  debe  importar  esto-.  (El  padre  que  tra- 
dujo esta  vida  fué  el  P.  Medina).  (Pág.  155,  ib.) 

Al  P.  Gracián,  1580: 

«Paréccme  que  ese  libro,  que  dice  le  hizo  trasladar  el  P.  Medina,  es  el  grande 
mío.  Hágame  vuestra  paternidad  saber  lo  que  sabe  en  este  caso,  que  no  se  le  ol- 
vide, porque  me  holgaría  mucho,  que  ya  no  hay  otro,  sino  el  que  tienen  los  ángeles, 
porque  no  se  pierda.*  (Pág.  198,  ib.) 

Habla  del  traslado  que  hizo  de  la  Vida  de  Santa  Teresa  el  P.  Medina  para  la 
duquesa  de  Alba.  Los  Angeles  (los  Inquisidores)  tenían  el  original.  De  este  traslado 
que  se  hizo  en  San  Esteban  de  Salamanca,  nos  habla  el  P.  Juan  Medina,  Prior  de 
Burgos,  como  veremos  en  el  apéndice  de  las  declaraciones. 

V 

P.  Salucio. 

Priora  de  Sevilla,  1578: 

«Lo  que  se  ha  de  procurar  es  un  año  entero  de  sermones  del  P.  Salucio  (de  la 
Orden  de  Santo  Domingo  es)  que  sean  los  mejores  que  se  pudieren  haber:  y  .si  no 
fuere  posible  tantos,  los  más  que  pudiere  ser,  con  que  sean  nuiy  buenos.  Un  año  de 
sermones  son  estos: 


-606  — 

Sermones  de  una  Cuaresma. 

Y  de  un  Adviento. 
Fiestas  de  nuestro  Señor. 

Y  de  nuestra  Señora. 

Y  de  los  Santos  del  año. 

Y  Dominicas  desde  los  Reyes  hasta  Adviento. 

Y  desde  Pascua  de  Espiritu  Santo  hasta  Adviento. 

Hásenie  encomendado  en  secreto,  y  así  no  querría  lo  tratase,  sino  con  quien  ha 
de  aprovechar.  Plega  al  Señor  tenga  mucha  dicha  en  ello:  y  si  me  lo  enviare  sea 
con  este  hombre,  y  ponga  buen  porte,  y  siempe  encamine  aquí  á  San  José  las  car- 
tas, mientras  yo  estuviere  aquí,  que  es  mejor  que  á  mi  hermano,  aunque  sean  para 
él,  y  lo  más  seguro,  por  si  no  esta  aquí. 

En  fin,  lo  más  que  pudiere  recaudar,  ya  que  no  pueda  todos.»  (Página  60,  Tomo  V.) 

Nació  este  padre  en  la  ciudad  de  Jerez  de  la  Frontera,  siendo  sus  padres  muy 
honrados  y  calificados  en  puridad  de  sangre  y  en  bondad  de  costumbres. 

Profesó  á  20  de  Marzo  de  1541  en  la  Orden  de  predicadores  y  fué  asignado  al 
convento  de  Santo  Domingo,  de  la  villa  de  Palma,  para  que  allí  se  perfeccionase  en 
la  gramática,  y  en  breve  tiempo  la  supo  excelentemente.  Entró  á  cursar  artes  y  des- 
cubrió un  genio  muy  metafísico,  y  estando  estudiando  la  Teología  fué  electo  cole- 
gial del  insigne  colegio  de  San  Gregorio,  de  Valladolid,  en  donde  estuvo  algunos 
años  aprovechando  felizmente  en  la  virtud  y  en  las  sagradas  ciencias. 

Volvió  á  su  nativo  convento  y  leyó  con  aplauso  las  artes  y  Teología,  y  estando 
graduado  de  Maestro,  fué  electo  lector  de  Prima  del  colegio  mayor  de  Santo  Tomás 
de  Sevilla,  el  día  16  de  Marzo  de  1570  en  unión  del  P.  M.  Aguayo,  que  fué  nombra- 
do regente.  A  los  tres  meses  entró  en  el  colegio  y  juró  los  estatutos.  Mas  en  el  año 
1574  fué  electo  regente  en  la  vacante  del  P.  M.  Aguayo,  que  ejerció  hasta  30  de 
Enero  del  año  siguiente,  en  que  dejó  el  colegio  y  salió  por  Prior  de  su  real  conven- 
to, y  acabado  el  oficio  pasó  á  Sevilla  donde  predicó  con  universal  reformación  de 
cuantos  le  oyeron. 

Verdad  es  que  en  los  cuatro  años  y  medio  que  estuvo  en  el  colegio  predicó  en 
la  Catedral  muchas  veces  con  alto  espíritu,  pero  ahora  que  venía  á  emplearse  en  el 
ejercicio  de  su  Orden,  como  no  se  negaba  á  las  parcoquiales  iglesias  fué  el  fruto 
más  conocido.  En  el  año  de  1590  se  hallaba  en  Madrid  y  con  la  noticia  de  su  erudi- 
ción y  ejemplo,  le  fué  encomendado  el  sermón  de  la  Dominica  cuarta  de  Cuaresma 
á  que  había  de  asistir  el  católico  monarca  D.  Felipe  11,  y  puesto  en  el  pulpito  mora- 
liz()  las  palabras  de!  Evangelio  Philippe  unde  cmcmus panes,  etc.,  con  tanto  fervor  que 
se  enterneció  el  Rey,  y  usando  de  la  libertad  é  ingenuidad  que  acostumbran  los 
hijos  del  gran  üuzmán,  le  dio  noticia  al  prudente  Monarca  de  todos  los  excesos  de 
.•sus  oficiales  y  ministros,  á  que  correspondió  S.  M.  diciendo:   Verdaderamente  este 


-  607  — 

fraile  es  predicador  de  veras,  y  le  oiré  siempre  de  muy  buena  gana;  y  luego  le  rtombró 
Visitador  de  los  Trinitarios  Calzados  de  Andalucía  para  componer  ciertas  quejas 
que  había  entre  algunos  de  los  prelados.  Fué  cosa  maravillosa  su  prudencia  en  esta 
comisión.  En  esta  su  provincia  de  predicadores  fué  tres  veces  Definidor  Provincial 
y  Vicario  general,  una  vez,  haciendo  en  sí  lo  que  ordenaba  hiciesen  los  demás.  Su 
continua  residencia  era  en  Sevilla  y  así  fué  esta  ciudad  la  que  más  gozó  el  fruto  de 
su  predicación  especialmente  en  las  Cuaresmas,  porque  era  más  aficionado  á  lo 
moral  y  místico  que  á  lo  panegírico.  Supo  los  idiomas  griego  y  hebreo,  las  cuatro 
Teologías  y  el  Derecho  canónico;  fué  muy  obediente,  muy  humilde,  muy  amante  de 
la  pobreza,  elocuente  sin  afectación,  compasivo,  recojido  y  nuiy  observante  de  las 
constituciones  y  ceremonias  de  su  Religión.  Escribió  un  tratado  que  da  instruccio- 
nes para  predicar,  que  se  conserva  manuscrito  en  la  librería  del  Colegio;  otro  tra- 
tado: De  las  monedas  que  se  hallan  en  la  Sagrada  Escritura;  un  discurso  sobre  la 
justicia  y  buen  gobierno  de  Espeiía. 

Murió  en  el  convento  de  San  Pablo  de  Córdoba,  el  domingo  primero  de  advien- 
to día  29  de  Noviembre  de  1601,  á  los  78  años  de  edad;  y  los  dos  cabildos  en  forma 
y  todas  las  religiones  de  aquella  ciudad  asistieron  á  su  entierro. 

(Monópoli,  tercera  parte,  libro  1.",  capítulo  LXXIX.  Nicolás  Bibliotheca  hispana, 
y  Altamira,  Bibliotheca  dominicana.) 

VI 

P.  Diego  flidereíe. 

Al  licenciado  Peña,  1581: 

«Que  después  que  escribí  á  su  ihistrísima  señoría  he  estado  con  el  padre  prior  de 
la  casa  de  Santo  Domingo  de  este  lugar,  que  es  Fr.  Diego  de  Alderete,  y  tratamos 
mucho  rato  sobre  el  negocio  de  mi  señora  doña  Elena:  diciendo  yo  á  su  paternidad, 
que  la  había  dejado  (cuando  poco  ha  que  estuve  allí,  con  más  escrúpulo  de  cum- 
plir su  deseo). 

'iSu  paternidad  tiene  tan  poca  gana  como  yo,  que  no  lo  puedo  encarecer,  y  quedo 
concluido  (sobre  las  razones  que  yo  le  dije  de  los  desmanes  que  podían  suceder, 
que  son  de  los  que  yo  trayo  harto  miedo),  que  era  muy  mejor  estarse  en  su  casa: 
que  como  nosotras  no  la  queremos  recibir,  queda  libre  del  voto,  porque  fué  de  en- 
trar en  esta  Orden,  y  que  no  está  obligada  á  más  que  pedirlo.  Dióme  mucho  con- 
suelo, que  yo  no  sabía  esto. 

«Está  en  este  lugar,  á  donde  ha  estado  ocho  años  en  posesión  de  muy  santo  y  le- 
trado, y  así  me  lo  pareció.  Es  grande  la  penitencia  que  hace.  Yo  nunca  le  había  visto, 
y  así  me  consolé  mucho  de  conocerlo;  es  su  parecer  en  este  caso;  y  pues  yo  estoy 
tan  determinada,  y  toda  aquella  casa  en  no  recibirla,  que  se  le  declarase  que  nunca 


—  603  - 

ha  de  ser,  porque  se  sosegase;  porque  trayéndola  en  palabras,  como  hasta  aquí, 
siempre  andará  inquieta.  Y  verdaderamente  que  no  conviene  al  servicio  de  Dios 
dejar  sus  hijos,  y  así  me  lo  concedió  el  padre  prior  sino  que  dice  que  le  hizo  una 
■información  de  suerte,  que  le  dije  que  tenía  parecer  de  un  gran  letrado,  que  no  lo 
osó  contradecir.  Que  su  señoría  ilustrísima  esté  descuidado  en  este  negocio.»  (Pá- 
gina 352  y  353  ib.) 

Vil 

P.  Bartolomé  de  flguilar. 

Al  P.  Ambrosio  Mariano: 

«El  buen  prior  de  las  Cuevas  ha  venido  acá  dos  veces,  está  contentísimo  de  la 
casa,  y  Fr.  Bartolomé  de  Aguilar  una,  antes  que  se  fuese,  que  ya  escribí  á  vuestra 
reverencia  iba  al  capítulo.  Ha  sido  una  dicha  harto  grande  topar  tal  casa.»  (Página 
180,  Tomo  IV.) 

Priora  de  Sevilla,  1576: 

«Dígame  si  está  bueno  Fr.  Bartolomé  de  Aguilar.»  (Página  306,  ib.  P.  Antonio 
3."^  441.) 

Priora  de  Sevilla,  1577: 

«Jesús,  sea  con  ella,  hija  mía.  Antes  que  se  me  olvide,  ¿cómo  nunca  \ve  dice  de  mi 
padre  Fr.  Bartolomé  de  Aguilar,  el  dominico?  Pues  yo  le  digo  que  le  debemos  harto, 
que  el  mucho  mal  que  me  dijo  de  la  otra  casa  que  teníamos  comprada,  fué  principio 
de  salir  de  ella;  que  cada  vez  que  se  me  acuerda  la  vida  que  tuvieran,  no  me  harto 
de  dar  gracias  á  Dios.  Sea  por  todo  alabado.  Crea  que  es  muy  bueno,  y  que  para 
cosas  de  religión,  que  tiene  más  experiencia  que  otro.  No  querría  que  dejase  alguna 
vez  de  llamarle,  que  es  muy  buen  amigo  y  bien  avisado,  y  no  se  pierde  tener  tales 
personas  un  monasterio.  Ahí  le  escribo  envíele  la  carta.»  (Página  330,  ib.) 

Priora  de  Sevilla,  1577: 

«El  P.  Fr.  Bartolomé  de  Aguilar  dice,  que  las  trataría  más,  sino  que  no  se  lo  pi- 
den, y  que,  como  es  subdito,  es  menester.  No  deje  de  pedirle  algún  sermón  y  en- 
viarle á  ver,  que  es  muy  bueno.»  (Página  368,  ib.) 

VIH 

P.  Diego  ehaues,  Coníesor  de  Felipe  II. 

Al  P.  üracián,  1578: 

«No  sé  si  será  bueno  que  vuestra  paternidad  lo  comunicase  con  el  P.  M.  Chaves 
(llevando  esa  mi  carta,  que  envié  con  el  padre  prior),  que  es  muy  cuerdo:  y  haciendo 
caso  de  su  favor,  quizá  lo  alcanzaría  con  el  Rey.»  (Página  37.  Tomo  V.) 


-609  — 

A  Roque  Huerta: 

Jesús  la  gracia  del  Espíritu  Santo  sea  con  vuestra  merced.  Aquí  va  una  carta  para 
el  P.  M.  Chaves.  En  ella  le  digo  que  vuestra  merced  le  dirá  en  el  estado  en  que  es- 
tán los  negocios.  Procure  coyuntura  para  hablarle  y  dárselas:  y  dígale  vuestra  mer- 
ced cómo  nos  paran  esos  benditos.  Creo  será  de  algún  efecto,  porque  le  suplico, 
mucho  hable  á  el  Rey,  y  le  diga  algunos  de  los  daños  que  nos  han  venido  á  nosotras 
cuando  les  estábamos  sujetas.  >  (Página  97,  ib.) 

IX 

P.  Juan  de  las  Cueuas,  Comisario  y  Presidente  de!  Capítulo  de  Separación. 

Al  P.  Gracián,  1581: 

«También  se  me  ha  ofrecido  que  si  vuestra  reverencia  quedare  por  provincial 
que  importara  mucho  para  estos  principios  andar  juntos,  aunque  esto  no  lo  digo  al 
Comisario.»  (Página  301.  Tomo  V.) 

Al  mismo  Padre  el  mismo  año: 

He  escrito  á  vuestra  paternidad  por  dos  partes,  y  enviado  mis  memoriales  por 
parecer  persona.  Habiaseme  olvidado  lo  que  ahora  escribo  en  esa  carta  al  padre 
Comisario.  Vuestra  paternidad  las  lea,  que  por  no  me  cansar  en  tornarlo  á  decir 
aquí  la  envío  abierta,  y  la  selle  con  el  sello  que  parezca  al  mío,  y  se  la  dé...  Por  eso 
vuestra  paternidad  nos  haga  caridad  de  ayudar  mucho,  para  que  esto  y  lo  que  el 
otro  día  escribí  quede  muy  claro  y  llano  ante  el  padre  Comisario,  porque  á  no  lo 
dejar  él,  se  había  de  procurar  traer  de  Roma...  Yo  querría  que  si  puede  el  padre 
Comisario  enmendar  constituciones  y  poner  en  las  que  se  hiciesen  unas  bien  pues- 
tas, que  quitasen  y  pusiesen  las  que  ahora  pedimos.»  (Página  303^  ib.) 

Al  P.  Gracián,  el  mismo  año: 

Todo  esto  lo  he  dicho  por  sí  alguno  le  pareciese  otra  cosa,  ó  al  padre  Comisa- 
rio, á  lo  que  creo  no  hará,  que  en  muchas  partes  confiesan  las  monjas,  y  no  son  vi- 
carios de  su  Orden.»  (Página  312,  ib.) 

Al  mismo  padre,  el  mismo  año: 

«Aunque  andando  vuestra  reverencia  siempre  con  el  P.  Nicolao,  si  le  eligiesen 
me  parecía  se  hacía  lo  uno  y  lo  otro.  Mas  bien  entiendo  que  esta  primera  vez  seria 
para  todos  muy  mejor  tomarlo  vuestra  reverencia  ásu  cargo,  y  así  lo  digo  al  padre 
Comisario.»  (Página  313,  ib.) 

Al  mismo  padre,  el  mismo  año: 

«Sepa  que  quería  enviar  á  suplicar  al  padre  prior  y  Comisario  que  hiciese  maes- 
tros y  presentados  á  los  que  tenían  letras  para  ello,  de  vuestras  reverencias:  porque 
para  algunas  cosas  es  necesario,  y  porque  no  tuviesen  que  ir  al  general:  y  como 

39 


k 


-610  — 

vuestra  reverencia  dice  que  no  trae  comisión,  sino  para  asistir  al  Capítulo  y  hacer 
Constituciones,  lo  he  dejado.»  (Página  315,  ib.) 

Al  mismo  padre,  el  mismo  año. 

«Dos  freilas  he  tomado,  que  así  lo  solían  hacer,  sin  más  licencia  que  mis  paten- 
tes, por  no  la  pedir  á  quien  tampoco  ha  de  presidir.  Mucho  alabo  á  Dios  sea  tan 
bueno  como  vuestra  reverencia  me  dice  y  lo  haya  hecho  tan  bien.»  Nota  del  Sr.  La 
Fuente.  El  P.  Cuevas,  comisario  apostólico,  cuya  comisión  terminaba  una  vez  po- 
sesionado el  padre  provincial  y  constituida  la  provincia.  Es  elogio  del  mismo  Padre 
Cuevas,  respetable  religioso  dominico.»  (Página  322,  ib.) 

Al  mismo  P.  Gracián,  1582: 

«No  sé  cómo  vuestra  reverencia  no  advertía  esto,  ni  en  que  no  es  ahora  tiempo 
de  hacer  casas  en  Roma,  porque  es  grande  la  falta  que  vuestra  reverencia  tiene  de 
hombres  aun  para  las  de  acá:  y  Nicolao  la  hace  á  vuestra  reverencia  mucha  que 
tengo  por  imposible  tan  á  solas  poder  acudir  á  tantas  cosas.  Fr.  Juan  de  las  Cue- 
vas me  lo  decía,  que  le  hablé  algunas  veces.  Es  mucho  lo  que  desea  vuestra  reve- 
rencia acierte  en  todo,  y  lo  que  le  quiere,  que  en  forma  me  ha  obligado.  Y  aun  me 
dijo,  que  iba  vuestra  reverencia  contra  las  ordenaciones,  que  habían  sido,  que  en 
faltándole  el  compañero  (no  sé  si  digo  con  parecer  de  priores)  eligiese  otro:  y  que 
tenía  por  imposible  poderse  valer:  que  Moisés  había  tomado  para  su  ayuda  no  sé 
cuantos.  Yo  le  dije  como  no  había  ninguno,  que  aun  para  priores  no  hallaba;  dijo, 
que  esto  era  lo  principal.»  (Página  466,  ib.) 

Priora  de  Toledo,  1582. 

«El  portador  de  esta  es  el  P.  Fr.  Juan  de  las  Cuevas.  Muéstrele  vuestra  reve- 
rencia mucha  gracia,  que  me  dijo  iría  allá.»  (Página  472,  ib.) 

X 

P.  Uallejo. 

Priora  de  Soria,  1581: 

«De  nuestro  padre  Vallejo  no  digo  más  de  que  siempre  nuestro  Señor  para  los 
servicios  grandes,  que  hacen  á  su  Majestad,  con  crecidos  trabajos:  y  cómo  es  tan 
gran  obra  la  que  en  casa  hace,  no  me  espanto  quiera  dar  en  que  gane  más,  y  más 
mérito.  (Página  407,  Tomo  V.) 

A  la  M.  Leonor,  1582,  en  Soria. 

«Al  P.  Vallejo  me  dé  vuestra  caridad  un  gran  recaudo,  y  que  lo  que  le  pare- 
ciere hay  que  enmendar  en  esa  casa,  que  le  suplico  lo  diga  á  nuestro  padre.»  Noto: 
En  el  índice  de  las  cosas  notables  del  Comentarista  á  las  cartas,  se  dice  asi:  «Encar- 
góles -á  los  Dominicos)  la  Saiita  el  confesonario  de  las  Religiosas  de  Soria.»  (Pá- 
gina 432,  ib.) 


—  611  — 
XI 

Otras  uarias  alusiones  á  Dominicos,  que  se  hallan  en  las  Carlas  de  la  Sania. 

A  doña  María  de  Mendoza,  1569: 

«Suplico  á  V.  S.  al  padre  prior  de  San  Pablo  dé  mis  encomiendas  y  al  P.  Prepó- 
sito. El  provincial  de  los  Dominicos,  predica  aquí:  sigúele  gran  parte  y  con  razón: 
no  le  he  hablado.»  (Página  35,  Tomo  IV.) 
A  su  hermano  D.  Lorenzo,  1570: 

«También  leen  filosofía  y  después  teología  en  Santo  Tomás,  que  no  hay  que  salir 
de  allí  para  virtud  y  estudios.»  (Página  47,  ib.) 
Priora  de  Valladolid,  1574: 

«Esa  carta  envié  á  la  priora  de  la  Madre  de  Dios  (Convento  de  Dominicas  de 
Valladolid),  que  le  envío  ahí  una  medicina,  que  creo  me  aprovechó.  Harta  pena  me 
dá  el  mal,  como  le  he  pasado  tanto  estos  anos:  es  sin  piedad  ese  dolor.»  (Página 
110,  ib.^ 

P.  Gracián,  1575,  en  Sevilla: 

«Que  no  se  puede  dar  hábito  de  menos  de  doce  años:  mas  criarse  en  el  monas- 
terio si.  También  lo  ha  dicho  Fr.  Baltasar  el  Dominico.  Ya  ella  está  acá  con  su  há- 
bito, que  parece  duende  de  casa,  y  su  padre  que  no  cabe  de  placer.»  (Página  153,  ib.) 
Al  General  del  Carmen,  1576: 

«Hoy  me  han  dicho  que  viene  acá  el  General  de  los  Dominicos.  ¡Si  me  hiciese 
Dios  merced,  que  se  ofreciese  el  venir  V.  S.!>  fPágina  174,  ib.») 
Al  Obispo  de  Avila,  1576: 

«También  me  dijo  que  el  padre  prior  de  Atocha  (Convento  de  Dominicos),  le 
había  escrito,  que  decía  al  Nuncio  que  como  á  su  paternidad  le  pareciese  bien,  que 
él  daba  licencia  para  el  monasterio...  así  lo  haremos  en  el  negocio  que  V.  S.  manda, 
para  que  haga  nuestro  Señor  aquello  que  ha  de  ser  más  para  su  servicio.»  Nota  del 
Sr.  La  Fuente:  No  se  sabe  qué  negocio  era,  ó  si  tiene  relación  con  el  asunto  de  que 
trataba  el  padre  prior  de  Atocha,  que  era  fundar  Conventos  de  Descalzas  en  Ma- 
drid.» (Página  224,  ib.) 
Piera  de  Valladolid,  1574: 

'Mas  yo  lo  haré  en  pudiendo,  que  me  han  venido  hoy  tres  pliegos  de  cartas,  y 
ayer  no  pocas:  y  mi  confesor  está  en  la  red,  (P.  Yanguas),  y  como  dice  despache 
presto  á  este  mozo,  no  me  podré  alargar.»  (Página  112,  ib.) 
Al  P.  Gracián,  1578: 

«Tenemos  sermón  esta  tarde  del  M.  Daza  harto  bueno.  Los  Dominicos  nos  ha- 
cen mucha  caridad,  que  predican  dos  cada  semana,  y  los  de  la  Compañía  uno 

que  en  ese  lugar  bastaba  un  gafo,  y  Dominicos  y  Franciscos  que  creo  hay,  aunque 
no  acabo  de  pensar  que  predica  ese  liendito  bien Tornando  á   lo  que  decía,  ya 


\ 


-  612  - 

escribí  á  Pablo  mucho  ha  que  un  gran  letrado  Dominico,  contándole  yo  todo  lo 
que  había  pasado  con  Matusalén,  (el  Nuncio  i  creo  me  dijo  que  ninguna  fuerza  tenía, 
que  había  de  mostrar  por  donde  hacía  lo  que  hacía;  así  que  en  eso  no  hay  ahora 
que  hablar.  (Página  22,  Tomo  V.) 

P.  Gracián,  1578: 

«Ayer  estuvo  acá  el  prior  de  Santo  Tomás  (P.  Chaves).  No  le  parece  mal  que 
vuestra  paternidad  espere  la  respuesta  de  Joanes,  y  en  lo  que  para  esto,  antes  que 
vaya  á  la  corte.»  (Página,  65,  ib.) 

A  Roque  Huerta,  1578,  desde  Avila: 

«Algunos  letrados,  y  aun  el  presentado  Romero,  (Lector  de  Teología  en  Santo 
Tomás)  que  se  lo  pregunté  yo  aquí,  decían,  que  por  cuanto  el  Nuncio  no  había 
mostrado  las  facultades  que  tenía  para  mandar  en  este  caso,  que  no  estaba  obligada 
á  cesar,  por  muchas  razones  que  daban.»  (Página  69,  ib.) 

'Al  mismo  Roque  Huerta,  1579,  desde  Avila: 

«Sepa,  que  después  que  esos  dos  señores  y  padres  míos  dominicos  están  por 
acompañados,  todo  el  cuidado  se  me  ha  quitado  de  nuestros  negocios,  porque  los 
conozco  y  con  personas  tales,  como  las  cuatro  que  están,  tengo  por  cierto,  que  lo 
que  ordenaren  será  para  honra  y  gloria  de  Dios,  que  es  lo  que  todos  pretendemos 
Nota  de  la  Fuente:  Eran  estos  D.  Luis  Manrique,  capellán  y  limosnero  mayor  del 
Rey;  Fr.  Lorenzo  de  Villavicencio,  agustino,  y  los  dominicos  Fr.  Hernando  de  Cas- 
tilla y  Fr.  Pedro  Fernández. «  (Página  126,  ib.) 

Al  mismo,  1579: 

Recibí  su  carta  y  dióme  harto  consuelo  las  buenas  nuevas,  que  en  ella  vuestra 
merced  me  da  de  la  buena  respuesta  de  su  Magestad:  Dios  nos  le  guarde  muchos 
años,  y  á  todos  esos  señores  acompañados.-  Nota  de  La  Fuente:  Los  asistentes  nom- 
brados por  el  Consejo  para  arreglar  los  litigios  entre  Calzados  y  Descalzos,  con 
intervención  del  Nuncio.  (Página  160.) 

Priora  de  Sevila,  1579: 

"No  quieran,  hijas  mias,  perder  lo  que  han  ganado  este  tiempo:  acuérdense  de 
Santa  Catalina  de  Sena,  loque  hizo  con  laque  la  había  levantado  que  era  mala 
mujer  y  temamos  temamos  hermanas  mias...  (Página  129,  ib.) 

Priora  de  Salamanca,  1581: 

«El  padre  maestro  Díaz  dará  á  esos  mis  padres  dominicos  esas  cartas,  vuestra 
reverencia  se  las  encargue.»-  (Página  290,  ib.) 

Priora  del  Convento  de  Burgos,  1582: 

«Diga  al  licenciado  Aguiar  que  aunque  entra  allá  cada  día,  ya  verá  cuan  de  mal 
se  me  hace  no  le  ver:  que  me  holgué  harto  con  su  carta:  mas  porque  creo  el  se  hol- 
gará de  no  tener  ocasión  de  tornarme  á  escribir  tan  presto,  no  lo  hago:  y  á  él  mi 
doctor  Manso  diga  otro  tanto,  porque  es  así,  y  siempre  le  dé  mis  encomiendas,  y 


—  613  — 

me  escriba  de  su  salud,  y  al  P.  Maestro  Marta  lo  mismo.  Harta  envidia  les  han  acá 
de  tal  confesor.  Nota  del  Comentador:  El  Padre  Maestro  Marta  que  nombra  con  tal 
elogio,  es  muy  creible  fuese  algún  padre  Dominico  del  Convento  de  San  Pablo  de 
Burgos.  (Página  458,  ib.) 

Al  P.  Gracián,  1580,  desde  Toledo. 

«Aquí  está  el  P.  Fr.  Hernando  del  Castillo.  Nota  del  Sr.  La  Fuente:  Célebre  his- 
toriador del  instituto  dominicano,  cuyo  hábito  vestía.  (Pag.  137,  ib.) 

-A.  r»  lÉ:  INT  3Z>  I  O  E3    II 


Cartas  de  Santa  Cercsa  á  algunos  IPIP.  Dominicos. 


Carta-relación  al  P.  Pedro  Ibáñez. 

Jesús. 

1.  Paréceme  ha  más  de  un  año  escribí  esto  que  aquí  está;  hame  tenido  Dios  de 
su  mano  en  todo  él,  que  no  he  andado  peor;  antes  veo  mucha  mejoría  en  lo  que 
diré;  sea  alabado  por  todo. 

2.  Las  visiones  y  revelaciones  no  han  cesado,  mas  son  más  subidas  mucho;  hame 
el  Señor  enseñado  un  modo  de  oración,  que  me  hallo  en  él  más  aprovechada,  y  con 
muy  mayor  desasimiento  en  las  cosas  de  esta  vida,  y  con  más  ánimo  y  libertad.  Los 
arrobamientos  han  crecido,  porque  á  veces  con  un  ímpetu  y  de  suerte  que  sin  po- 
derme valer  e.xteriormente  se  conoce,  y  aún  estando  en  compañía,  porque  es  de 
manera  que  no  se  puede  disimular,  sino  es  con  dar  á  entender  (como  soy  enferma 
del  corazón)  que  es  algún  desmayo;  aunque  traigo  gran  cuidado  de  resistir  al  prin- 
cipio, algunas  veces  no  puedo. 

3.  En  lo  de  la  pobreza,  me  parece  me  ha  hecho  Dios  mucha  merced,  porque  aún  lo 
necesario  no  querría  tener,  sino  fuese  de  limosna,  y  ansí  deseo  en  extremo  estar 
donde  no  se  coma  de  otra  cosa.  Paréceme  á  mí  que  estar  adonde  estoy  cierta  que 
no  me  ha  de  faltar  de  comer  y  de  vestir,  que  no  se  cuinple  con  tanta  perfección  el 
voto,  ni  el  consejo  de  Cristo,  como  adonde  no  hay  renta,  que  alguna  vez  faltará,  y 
los  bienes  que  con  la  verdadera  pobreza  se  ganan  parécenme  muchos,  y  no  los  qui- 
siera perder.  Hallóme  con  una  fe  tan  grande  muchas  veces  en  parecerme  no  puede 
faltar  Dios  á  quien  le  sirve,  y  no  teniendo  ninguua  duda,  que  hay,  ni  ha  de  haber 
ningún  tiempo  en  que  falten  sus  palabras,  que  no  puedo  persuadirme  á  otra  cosa, 
ni  puedo  temer,  y  ansí  siento  mucho  cuando  me  aconsejan  tenga  renta,  y  tórneme 
á  Dios, 


—  614  — 

4.  Paréceme  Que  tengo  mucha  más  piedad  de  los  pobres  que  solía;  entiendo  yo  una 
lástima  grande,  y  deseo  de  remediarlos,  que  si  mirase  á  mi  voluntad,  les  daría  lo 
que  traigo  vestido.  Ningún  asco  tengo  de  ellos,  aunque  los  trate  y  llegue  á  las  ma- 
nos, y  esto  veo  es  don  de  Dios,  que,  aunque  por  amor  de  él  hacía  la  limosna,  piedad 
natural  no  la  tenía.  Bien  conocida  mejoría  siento  en  esto. 

5.  En  cosas  que  dicen  de  mi  murmuración  (que  son  hartas,  y  en  mi  perjuicio  y 
harto)  también  me  siento  mejorada.  No  parece  me  hace  casi  más  impresión  que  á 
un  bobo,  y  paréceme  algunas  veces  que  tienen  razón,  y  casi  siempre.  Siéntolo  tan 
poco,  que  aun  no  me  parece  tengo  que  ofrecer  á  Dios,  como  tengo  experiencia,  que 
gana  mi  alma  mucho;  antes  me  parece  me  hace  bien.  Y  así  ninguna  enemistad  me 
queda  con  ellos  en  llegándome  la  primera  vez  á  la  oración;  que  luego  que  lo  oigo, 
un  poco  de  contradicción  me  hace,  no  con  inquietud  ni  alteración;  antes  como  veo 
algunas  veces  otras  personas,  me  dan  lástima;  es  ansí  que  entre  mi  me  río,  porque 
parecen  todos  los  agravios  de  tan  poco  tomo  los  de  esta  vida  que  no  hay  que  sen- 
tir, porque  me  figuro  andar  en  un  sueño,  y  veo  que  en  despertar  será  todo  nada. 

6.  Dame  Dios  más  vivos  deseos,  más  gana  de  soledad,  muy  mayor  desasimiento, 
como  he  dicho  con  visiones,  que  se  me  ha  hecho  entender  lo  que  es  todo,  aunque 
deje  cuantos  amigos,  y  amigas,  y  deudos,  que  esto  es  de  lo  menos,  antes  me  cansan 
mucho  parientes;  como  sea  por  un  tantico  de  servir  á  Dios,  los  dejo  con  toda  liber- 
tad y  contento,  y  ansí  en  parte  hallo  paz. 

7.  Algunas  cosas  que  en  oración  he  sido  aconsejada  me  han  salido  muy  verdade- 
ras. Ansí  que  de  parte  de  hacerme  Dios  merced,  hallóme  muy  más  mejorada  de  ser- 
virle, yo  de  mi  parte  harto  más  ruin;  porque  el  regalo  he  tenido  más  que  se  ha 
ofrecido,  aunque  hartas  veces  me  dio  harta  pena.  La  penitencia  poca;  la  honra  que 
me  hacen  mucha;  bien  contra  mi  voluntad  muchas  veces. 

Aquí  estaba  una  raya,  y  luego  dice: 

8.  Esto  que  está  aquí  de  mi  letra  ha  nueve  meses,  poco  más  ó  menos, que  lo  escri- 
bí. Después  acá  no  he. tornado  atrás  de  las  mercedes  que  Dios  me  ha  hecho;  me  pa- 
rece he  recibido  de  nuevo  á  lo  que  entiendo  mucha  mayor  libertad.  Hasta  ahora 
parecíame  habíame  menester  á  otros,  y  temía  más  confianza  en  ayudas  del  mundo; 
ahora  entiendo  claro  ser  todos  unos  palillos  de  romero  seco,  y  que  asiéndome  á 
ellos,  no  hay  seguridad,  que  habiendo  algún  peso  de  contradicciones  ó  murmura- 
ciones, se  quiebran.  Y  ansi  tengo  experiencia  que  el  verdadero  remedio  para  no 
caer,  es  asirnos  á  la  cruz  y  confiar  en  el  que  en  ella  se  puso.  Hallóle  amigo  verda- 
dero; hallóme  con  esto  con  un  señorío  que  me  parece  podría  resistir  á  todo  el 
immdo  que  fuese  contra  mí  con  no  me  faltar  nada.     • 

9.  Entiendo  esta  verdad  tan  clara;  solía  ser  amiga  de  que  me  quisiesen  bien;  ya 
no  se  me  da  nada,  antes  me  parece  en  parte  me  cansa,  salvo  con  los  que  trató  mi 
alma,  ó  yo  pienso  aprovechar,  que  los  unos  porque  me  sufren  y  los  otros  porque 


—  615- 

con  más  afición  creen  lo  que  les  digo  de  la  vanidad,  que  es  todo,  querría  nic  la  tu- 
viesen. 

10.  En  muy  grandes  trabajos,  y  persecuciones,  y  contradicciones,  que  he  tenido 
otros  meses,  hame  dado  Dios  gran  ánimo,  y  cuando  mayores,  mayor,  sin  cansarme 
en  padecer.  Y  con  las  personas  que  decían  mal  de  mí,  no  sólo  no  estaba  mal  con 
ellas,  sino  que  me  parece  las  cobraba  amor  de  nuevo;  no  sé  cómo  era  ésto,  bien 
dado  de  la  mano  del  Señor. 

11.  De  mi  natural  suelo,  cuando  deseo  una  cosa,  ser  impetuosa  en  desearla; 
ahora  van  mis  deseos  con  tanta  quietud,  que,  cuando  los  veo  cumplidos,  aun  no  en- 
tiendo si  me  huelgo.  Qué  pesar  y  placer  si  no  es  en  cosas  de  oración,  todo  va  tem- 
plado, que  parezco  boba,  y  como  tal  ando  algunos  días. 

12.  Los  ímpetus  que  me  dan  algunas  veces,  y  han  dado  de  hacer  penitencias,  son 
grandes;  si  alguna  hago,  siéntola  tan  poco  con  aquel  gran  deseo,  que  alguna  vez  me 
parece,  y  casi  siempre,  que  es  regalo  particular,  aunque  hago  poca  por  ser  muy  en- 
ferma. 

13.  Es  grandísima  pena  para  mi  muchas  veces,  y  aun  ahora  más  excesiva,  el  haber 
de  comer,  en  especial  si  estoy  en  oración:  debe  de  ser  grande,  porque  me  hace  llorar 
mucho,  y  decir  palabras  de  aflición,  casi  sin  sentirme;  lo  que  yo  no  suelo  hacer  por 
grandísimos  trabajos  que  he  tenido  en  esta  vida,  no  me  acuerdo  haberlas  dicho,  que 
no  soy  nada  mujer  en  estas  cosas,  que  tengo  recio  corazón. 

14.  Deseo  grandísimo,  más  que  suelo,  siento  en  mi  que  tenga  Dios  personas  que 
con  todo  desasimiento  le  sirvan,  y  que  en  nada  de  lo  de  acá  se  detengan,  como  veo 
es  todo  burla,  en  especial  letrados,  que  como  veo  las  grandes  necesidades  de  la 
Iglesia  (que  estas  me  afligen  tanto,  parece  cosa  de  burla  tener  por  otra  cosa  pena) 
y  ansí  no  hago  sino  encomendarlos  á  Dios:  porque  veo  yo  haría  más  provecho  una 
persona  del  todo  perfecta,  con  hervor  verdadero  de  amor  de  Dios,  que  muchas  con 
tibieza 

15.  En  cosas  de  la  fe  me  hallo  á  mi  parecer,  con  muy  mayor  fortaleza.  Páreceme  á 
mí  que  contra  todos  los  Luteranos  me  pondría  yo  á  hacerles  entender  su  yerro. 
Siento  mucho  la  perdición  de  tantas  almas.  Veo  muchas  aprovechadas,  que  conozco 
que  por  su  bondad,  va  en  crecimiento  mi  alma  en  amarle  cada  día  más. 

16.  Parcceme,  que  aunque  con  estuJio  quisiese  tener  vanagloria,  que  no  podría, 
ni  veo  cómo  pudiese  pensar  que  ninguna  de  estas  virtudes  es  mía;  porque  ha  poco 
que  me  vi  sin  ninguna  muchos  años,  y  ahora  de  mi  parte  no  hago  más  de  recibir 
mercedes  sin  servir,  sino  como  la  cosa  más  sin  provecho  del  mundo.  Y  es  ansí  que 
considero  algunas  veces,  como  todos  aprovechan,  si  no  yo,  que  para  mí  ninguna 
cosa  valgo.  Esto  no  es  cierto  humildad,  sino  verdad:  y  conocerme  tan  sin  provecho 
me  trae  con  temores  algunas  veces  de  pensar  no  ser  engañada.  Ansí  que  veo  claro 
q  ic  'Je  estas  revelaciones,  y  arrobamientos  (que  yo  ninguna  parte  soy,  ni  hago  para 


-616  — 

ellos;  más  que  una  tabla)  me  vienen  estas  ganancias.  Esto  me  hace  asegurar,  y  traer 
más  sosiego,  y  póngome  en  los  brazos  de  Dios,  y  fio  de  mis  deseos,  que  estos  cierto 
entiendo  son  morir  por  él,  y  perder  todo  el  descanso,  y  venga  lo  que  viniere. 

17.  Vienen  días  en  que  me  acuerdo  infinitas  veces  de  lo  que  dice  San  Pablo,  aun- 
que á  buen  seguro  que  no  sea  ansí  en  mí.  Que  ni  parece  vivo  yo,  ni  hablo,  ni  tengo 
querer,  sino  que  está  en  mí  quien  me  gobierna  y  da  fuerza,  y  ando  como  casi  fuera 
de  mí;  y  ansi  me  es  grandísima  pena  la  vida.  Y  la  mayor  cosa  que  yo  ofrezco  á 
Dios  por  gran  servicio  es  cómo  siéndome  tan  penoso  estar  apartada  de  él,  por  su 
amor,  quiero  vivir.  Esto  querría  yo  fuese  en  grandes  trabajos  y  persecuciones;  ya 
que  no  soy  para  aprovechar,  querría  ser  para  sufrir,  y  cuantos  hay  en  el  mundo  pa- 
saría por  un  tantico  de  más  mérito,  digo,  en  cumplir  más  su  voluntad. 

18.  Ninguna  cosa  he  entendido  en  la  oración,  aunque  sea  de  hartos  años  antes 
que  no  la  haya  visto  cumplida.  Son  tantas  las  que  veo,  y  lo  que  entiendo  de  las 
grandezas  de  Dios,  y  cómo  las  ha  guiado,  que  casi  ninguna  vez  comienzo  á  pensar 
en  ello,  que  no  me  falte  e!  entendimiento  (como  quien  ve  cosas  que  va  muy  ade- 
lante de  lo  que  puede  entender^  y  quedo  en  recogimiento. 

19.  Guárdame  tanto  Dios  en  ofenderle,  que  cierto  algunas  veces  me  espanto 
que  me  parece  veo  el  gran  cuidado  que  trae  de  mí,  sin  poner  yo  en  ello  casi  nada, 
siendo  un  piélago  de  pecados  y  de  maldades  antes  de  estas  cosas,  y  parecerme  era 
señora  de  mí  para  dejarlas  de  hacer.  Y  para  lo  que  yo  querría  se  supiesen  es  para 
que  se  entienda  el  gran  poder  de  Dios.  Sea  alabado  por  siempre  jamás.  Amén. 

Luego  prosigue  poniendo  primero  Jesús,  como  lo  hacía  siempre  que  escribía,  de 
esta  manera: 

Jesús. 

20.  Esta  relación,  que  no  es  de  mi  letra,  que  va  al  principio,  es  la  que  di  yo  á 
mi  confesor,  y  él,  sin  quitar  ni  poner  cosa,  la  sacó  de  la  suya.  Era  muy  espiritual,  y 
teólogo  con  quien  trataba  todas  las  cosas  de  mi  alma,  y  él  las  trató  con  otros  le- 
trados, y  entre  ellos  fué  el  P.  Mancio;  ninguna  han  hallado  que  no  sea  muy  confor- 
me á  la  Sagrada  Escritura.  Esto  me  hace  estar  ya  muy  sosegada,  aunque  entiendo 
he  menester  (mientras  Dios  me  llevare  por  este  camino)  no  fiar  de  mí  en  nada;  y 
ansí  lo  he  hecho  siempre,  aunque  lo  sienta  mucho.  Mire  V.  m.  que  todo  esto  va  de- 
bajo de  confesión,  como  lo  supliqué  á  V.  m. 

Indigna  sierva  y  subdita  de  V.  m., 

Teresa  de  Jesús. 

Sobre  esta  relación  escribe  el  P.  Antonio  de  San  José: 
Dudan  los  sagrados  expositores  á  quien  se  escribió  aquella  doctrinal  y  útilísima 
relación  de  los  hechos  de  los  Apóstoles.  Pues  aunque  San  Lucas  la  dirige  á  Teófi- 
lo, aún  andan  en  opiniones  sobre  cuál  ó  quién  fuese  éste  condecorado  sujeto;  y 


—  617- 

si  en  las  escrituras  canónicas  y  divinas  intervienen  estas  dudas,  no  es  mucho  las 
hallemos  en  las  celestiales  de  Santa  Teresa. 

-< Escribió  la  Santa  esta  segunda  relación  de  su  misnia  letra,  que  se  conserva  ori- 
ginal con  la  antecedente  en  la  villa  de  Bejar.  Imprimiéronla  el  llustrísimo  Yepes,  y 
el  F.  Ribera  en  las  Vidas  que  escribieron  de  nuestra  Santa.  No  dicen  á  quién  se  es- 
cribió, dejando  lugar  á  la  duda,  y  opinión;  pero  hacemos  juicio  que  fué  á  su  confe- 
sor el  P.  Fr.  Pedro  Ibáñez,  por  lo  que  dice  la  Santa  al  número  veinte,  que  el  Con- 
fesor á  quien  dio  esta  relación,  juntamente  con  la  pasada,  la  comunicó  con  el  Padre 
Maestro  Mancio,  que  fué  Catedrático  de  Prima  en  la  Universidad  de  Salamanca.  Y 
es  cierto  que  por  medio  del  Presentado  Fr,  Pedro  Ibáñez,  comunicó  la  Santa  su 
oración  y  su  vida  con  el  Maestro  Mancio,  como  lo  dice  el  Sr.  Obispo  de  Tarazona 
en  el  Prólogo  al  libro  de  su  Vida:  por  lo  cual  nos  persuadimos,  que  si  bien  la  Santa 
escribió  su  primera  relación  para  el  glorioso  Padre  San  Pedro  de  Alcántara,  des- 
pués se  las  entregó  ambas  al  Padre  Presentado  Fr.  Pedro  Ibáñez,  que  en  aquel 
tiempo  era  su  Confesor;  y  asi  se  concuerda  tal  cual  oposición,  que  á  la  primera 
vista  se  representa  á  los  versados  en  nuestras  historias  sobre  el  sujeto,  ó  sujetos 
á  quienes  se  dirigieron  las  dos. 

Escribióse  ésta  un  año  después  de  la  pasada,  entrado  ya  el  de  1562,  como  lo 
afirma  nuestro  historiador.  (Tomo  II,  carta  12,  Edición  de  1793.) 

¡I 

Carta  al  Reuerendo  P.  lYI.  Fr.  García  de  Toledo. 

Jesús. 

1.  El  Espíritu  Santo  sea  siempre  con  V.  m.  Amén.  No  sería  malo  encarecer  á 
V.  m.  este  servicio,  por  obligarle  á  tener  mucho  cuidado  de  encomendarme  á  Dios, 
que  según  lo  que  he  pasado  de  verme  escrita,  y  traer  á  la  memoria  tantas  miserias 
mías,  bien  podía,  aunque  con  verdad  puedo  decir  que  he  sentido  más  en  escribir  las 
mercedes  que  nuestro  Señor  me  ha  hecho,  que  las  ofensas  que  yo  á  su  Majestad. 

2.  Yo  he  hecho  lo  que  V.  m.  mandó  en  alargarme,  á  condición,  que  V.  m.  haga  lo 
que  me  prometió,  en  romper  lo  que  mal  le  pareciere.  No  había  acabado  de  leerlo 
después  de  escrito,  cuando  V.  m.  envía  por  él.  Puede  ser  vayan  algunas  cosas  mal 
declaradas,  y  otras  puestas  dos  veces;  porque  ha  sido  tan  poco  el  tiempo  que  he 
tenido,  que  no  podía  tornar  á  ver  lo  que  escribía. 

3.  Suplico  á  V.  m.  lo  enmiende,  y  mande  trasladar,  si  se  ha  de  llevar  al  padre 
Maestro  Avila:  porque  podría  conocer  alguno  la  letra.  Yo  deseo  harto  se  dé  orden 
cómo  lo  vea;  pues  con  ese  intento  lo  comencé  á  escribir;  porque  como  á  él  le  pa- 
rezca voy  por  buen  camino,  quedaré  muy  consolada,  que  no  me  queda  más  para 
hacer  lo  que  es  en  mi. 


—  618- 

4.  En  todo  haga  V.  m.  como  le  pareciere:  y  vea  está  obligado  á  quien  ansí  le  fía 
su  alma.  La  de  V.  m.  encomendaré  yo  toda  mi  vida  al  Señor:  por  eso,  dése  priesa  á 
servir  á  su  Majestad,  para  hacerme  á  mí  merced;  pues  verá  V.  m.  por  lo  que  aquí 
va,  cuan  bien  se  emplea  en  darse  todo  (como  V.  m.  lo  ha  comenzado)  á  quien  tan 
sin  tasa  se  nos  da.  Sea  bendito  por  siempre,  que  yo  espero  en  su  misericordia  nos 
veremos  á  donde  más  claramente  V.  m.  y  yo  veamos  las  grandes  que  ha  hecho  con 
nosotros,  y  para  siempre  le  alabemos. 
Indigna  sierva,  y  subdita  de  V.  m. 

Teresa  de  Jesús.  (Tomo  1,  carta  15,  edición  de  1793) 
III 

fll  R.  P.  lYl.  Fr.  Domingo  Báñez. 

Jesús. 

1.  La  gracia  del  Espíritu  Santo  sea  con  V.  m.  y  con  mi  alma.  No  hay  que  espan- 
tarse de  cosa  que  se  haga  por  amor  de  Dios,  pues  puede  tanto  el  de  Fr.  Domingo, 
que  lo  que  le  parece  bien,  me  parece,  y  lo  que  quiere,  quiero;  y  no  sé  en  qué  ha  de 
parar  este  encantamiento. 

2.  La  su  Parda  nos  ha  contentado.  Ella  está  tan  fuera  de  sí  de  contento,  después 
que  entró,  que  nos  hace  alabar  á  Dios.  Creo  que  no  he  de  tener  corazón  para  que 
sea  Frayla,  viendo  lo  que  V.  m.  ha  puesto  en  su  remedio;  y  ansí  estoy  determinada 
á  que  la  muestren  á  leer,  y  conforme  á  cómo  le  fuere,  haremos. 

3  Bien  ha  entendido  mi  espíritu  al  suyo,  aunque  no  la  he  hablado;  y  Monja  ha 
habido,  que  no  se  puede  valer,  desde  que  entró,  de  la  mucha  oración  que  le  ha 
causado:  Crea,  Padre  mío,  que  es  un  deleite  para  mi  cada  vez  que  tomo  alguna,  que 
no  trae  nada,  sino  que  se  toma  sólo  por  Dios;  y  ver  con  que,  y  lo  habían  de  dejar 
por  no  poder  más:  veo  que  me  hace  Dios  particular  merced,  en  que  sea  yo  medio 
para  su  remedio.  Si  pluguiese  fuesen  todas  ansí  me  sería  gran  alegría;  mas  ninguna 
me  acuerdo  contentarme  que  la  haya  dejado  por  no  tener. 

4.  Hame  sido  particular  contento  ver  cóm)  le  hace  Dios  á  V.  M.  tan  grandes 
mercedes  que  le  emplee  en  semejantes  obras,  y  ver  venir  á  ésta.  Hecho  está  padre 
de  los  que  poco  pueden;  y  la  caridad  que  el  Señor  le  da  para  esto  me  tiene  tan 
alegre  que  en  cualquier  cosa  haré  por  ayudarle  en  semejantes  obras  si  puedo.  Pues 
el  llanto  de  la  que  traía  consigo,  que  no  pensé  que  acabara.  ¿No  sé  para  qué  me  la 
envió  acá? 

5.  Ya  el  padre  visitador  (P.  Pedro  Fernández)  ha  dado  licencia,  y  es  principio 
para  dar  más  con  el  favor  de  Dios,  y  quizá  podré  tomar  ese  lloraduelos,  si  á 
V.  m.  le  contenta,  que  para  Segovia  demasiado  tengo. 


—  619  — 

6.  Buen  padre  ha  tenido  la  Parda  en  V,  ni.  Dice  que  aún  no  cree  que  está  acá. 
Es  para  alabar  á  Dios  su  contento.  Yo  le  he  alabado  de  ver  acá  su  sobrinito  de  V.  ni. 

que  venía  con  doña  Beatriz,  y  me  holgué  harto  de  verle.  ¿Por  qué  no  me  lo  dijo? 

7.  También  me  hace  al  caso  haber  estado  esta  hermana  con  aquella  amiga  santa. 
Su  hermana  me  escribe  y  envía  á  ofrecer  mucho.  Yo  le  digo  que  me  ha  enternecido. 
Harto  más  me  parece  la  quiero  que  cuando  era  viva.  Ya  sabrá  que  tuvo  un  voto  para 
prior  en  San  Esteban;  todos  los  demás  el  prior;  que  me  ha  hecho  devoción  verlos  tan 
conformes. 

8.  Ayer  estuve  con  un  padre  de  su  Orden  que  llaman  Fr.  .Melchor  Cano.  Yo  dije 
que  á  haber  muchas  espíritus  como  el  suyo  en  la  Orden,  que  pueden  hacer  los  mo- 
nasterios de  contemplativos 

9.  A  Avila  he  escrito  para  que  los  que  le  quieran  hacer  no  se  entibien,  si  acá  no 
hay  recaudo,  que  deseo  mucho  se  comience.  ¿Por  qué  no  me  dice  lo  que  ha  hecho? 
Dios  le  haga  tan  santo  como  deseo.  Gana  tengo  de  hablarle  algún  día  en  esos  mie- 
dos que  trae,  que  no  hace  sino  perder  tiempo,  y  de  poco  humilde  no  me  quiere 
creer.  Mejor  lo  hace  el  P.  Fr.  Melchor,  que  digo  que  de  una  vez  que  le  hablé  en 
Avila  dice  le  hizo  provecho,  y  que  no  le  parece  hay  hora,  que  no  me  trae  delante. 
¡Oh  qué  espíritu  y  alma  tiene  Dios  allí!  En  gran  manera  me  ha  consolado.  No  parece 
que  tengo  más  que  hacer  que  contarle  espíritus  ajenos.  Quede  con  Dios,  y  pídale  que 
me  le  dé  á  mí  para  no  salir  en  cosa  de  su  voluntad.  Es  domingo  en  la  noche. 

De  V.  m.  hija  y  sierva, 

Teresa  de  Jesús. 
Sobre  esta   carta  escribe  el  V.  Sr.  Palafox: 

1.  'De  esta  carta  y  de  otra  se  halla  sobrescrito,  y  dice:  Al  reverendísimo  ser'ior  y  pa- 
dre mío,  el  M.  Fr.  Domingo  Báñez,  mi  señor,  que  dice  bien  el  amor  y  veneración  que 
la  Santa  tenía  á  este  religiosísimo  padre. 

Fué  este  gran  Maestro  é  insigne  varón  Catedrático  de  Teología  de  Salamanca; 
y  sus  escritos  dicen  la  profundidad  de  sus  letras,  y  su  opinión,  y  la  carta  de  la 
Santa,  la  de  su  espíritu  y  santidad. 

«2.  Este  grave  Religioso  fué  el  primero  que  defendió  en  Avila,  en  oposición  de 
todos  los  Religioso?  y  seglares  de  aquella  ciudad,  la  primera  casa  de  Descalzas, 
que  en  el  Convento  de  San  José;  que  fundó  la  Santa;  y  con  una  docta  plática,  que 
trae  la  Crónica,  contuvo  él  sólo  la  resolución  de  echar  por  el  suelo  el  Convento, 
por  no  haberse  hecho  con  el  consentimiento  de  toda  la  ciudad. 

«Aquí  se  conoce  que  esta  Santa  Reforma  se  debe  en  gran  parte,  sino  en  todo,  en 
sus  santos  principios,  á  la  Ilustre  Religión  de  Santo  Domingo,  que  con  aquel  espí- 
ritu sob2rano,  que  la  comunica  Dios,  conoció  desde  luego,  cuan  crecido  fruto  se 
esperaba  á  la  iglesia,  de  que  este  árbol  creciese,  y  se  lograse,  y  no  lo  cortase  por 
el  tronco  impróvidamente  la  segur  de  la  contradicción 

«3.    Este  mismo  Padre,  siendo  su  confesor,  ordenó  á  la  Santa  que  escribiese  el 


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tratado  admirable  del  Camino  de  Perfección;  y  á  él  le  debemos  aquella  enseñanza 
del  cielo,  en  la  cual  no  solo  se  lee,  sino  que  se  ve,  y  se  recibe,  y  aprende  la  perfec- 
ción del  tratado  sólo  con  leer  el  tratado  de  la  perfección. 

«4.  Santa  Teresa  fué  tan  devota  de  esta  Religión  doctísima,  que  decía  con  harta 
gracia,  hablando  de  sí:  Yo  soy  la  Dominica  in  Passione,  para  decir  que  era  Dominica 
éhija  de  esta  Orden  de  todo  su  corazón,  y  con  pasión  grandísima:  equivoco  muy 
propio  de  su  agudeza  y  gracia. 

«Y  no  me  admiro,  porque  ¿quién  no  ha  de  amar,  y  ser,  no  sólo  la  Dominica  in  Pa- 
ssione, sino  todas  las  Dominicas  del  año  venerando  su  Religión,  que  es  muralla 
firmísima  y  maestra  universal  de  la  fe;  fiscal  constante  en  defensa  de  las  católicas 
verdades  contra  los  herejes,  luz  de  la  Teología  Escolástica  y  Dogmática;  fuente 
de  toda  buena  ciencia  Moral,  que  desnuda,  santa  y  desasida  de  todo  humano  inte- 
rés, comunica  repetidos  rayos  de  enseñanza  y  doctrina  á  las  almas?  Yo  confieso  que 
abstrayendo  que  Santo  Domingo  aquel  apóstol  de  España,  y  fué  Prebendado  de  la 
Santa  Iglesia  de  Osma,  que  estoy  indignamente  sirviendo,  sólo  por  lo  que  le  parecen 
sus  hijos  al  Santo,  deben  ser  amados,  imitados  y  reverenciados. 

«5.  Esta  carta  está  llena  de  laconismos  y  concisiones  y  una  maravillosa  brevedad 
de  estilo.  Parece  que  la  escribió  la  Santa  estando  en  Segovia,  y  en  ocasión,  que 
recibió  sin  dote  á  una  monja,  por  intercesión  del  P.  M.  Báñez:  y  á  esa  llama  su  Par- 
da, ó  por  que  lo  era  en  el  color  del  rostro,  ó  en  el  vestido,  ó  en  el  apellido. 

«6.  En  el  número  primero  parece  que  insinúa,  que  por  su  parecer  hacía  algún  ejer- 
cicio interior,  al  cual  él  rindió  su  obediencia:  y  hacerle  cargo,  de  que  hace  por  él  lo 
que  hace  por  Dios,  y  que  parece  cosa  de  encanto  hallarse  tan  rendido  en  todo  á  su 
parecer.  Con  que  como  Santa  se  humilla,  conociendo  su  propia  voluntad;  y  como  al 
espiritual  Maestro  le  pide  el  remedio,  manifestando  su  resignación. 

-7.  En  el  número  segundo  dice:  Que  le  ha  contentado  la  novicia,  y  que  no  quiere 
quesea  Lega  (que  eso  quiere  decir  Frayla),  y  que  está  contenta  con  el  hábito,  y 
con  el  convento.  Y  bien  cierto  es  que  profesará,  la  que  estando  contenta  tiene  tam- 
bién contenta  á  tan  santa  Prelada. 

'8.  En  el  número  tercero  pondera  el  gozo  grande,  que  es  remediar  una  alma,  y 
cuan  poco  se  ha  de  reparar  en  dinero,  para  que  logre  el  precio  inestimable  de  la 
rcídención.  Y  así  había  de  ser  siempre,  pero  no  siempre  puede  ser  lo  que  siempre 
había  de  ser. 

«9.  En  el  número  4."  pondera  lo  que  se  alegra  la  Santa  de  que  este  espiritual  y 
docto  padre  haga  estas  obras  tan  buenas,  y  se  ló  agradece  y  estima.  Y  cuando  él 
ha  de  agradecer  á  la  Santa  el  que  ella  la  reciba  sin  dote  le  agradece  ella  á  él  el 
que  se  la  traiga  sin  dote.  Explicando  de  esta  manera  esta  gran  maestra  de  espíritu 
y  de  fundaciones  cuánto  más  importan  las  virtudes  que  no  los  dineros  en  los  mo- 
nasterios. 


—  621  — 

«10.  Al  fin  habla  de  la  que  acompañó  á  la  novicia  que  no  acaba  de  llorar,  y  según 
muestra  con  harta  gracia  en  el  número  5.",  no  lloraba  la  compañera  porque  se  le 
quedaba  acá  fuera;  pues  después  dice  la  Santa  que  verá  si  puede  recibir  á  aquella 
Lloraduelos. 

«Lo  que  habla  en  el  número  7."  de  la  elección  de  San  Esteban  de  Salamanca,  con- 
vento gravísimo  y  espiritualisimo,  no  se  entiende  fácilmente,  ni  importa  mucho  el 
entenderlo. 

«11.  En  el  número  8.'^  habla  del  R.  P.  M.  Fr.  Melchor  Cano,  y  no  fué  el  ilustrísi- 
mo  y  doctísimo  Obispo  de  Canarias  de  esta  Sagrada  Religión  y  de  este  mismo  nom- 
bre, sino  otro  del  mismo  nombre,  sobrino  suyo,  varón  espiritual,  y  de  los  más 
¡lustres  en  santidad,  que  en  aquellos  tiempos  tuvo  su  sagrada  Orden,  de  quien  hacen 
mención  sus  crónicas  en  el  tomo  IV,  libro  IV.,  cap.  31,  á  donde  remitimos  al  lector.- 
(Tomo  1,  carta  16,  edición  de  1793.) 

El  Sr.  La  Fuente  añade  como  comentario  á  esta  carta  lo  siguiente  sobre  la  re- 
ligiosa recomendada  del  P.  Báñez:  «Era  ésta  una  monja  que  admitió  sin  dote  por 
recomendación  del  P.  Báñez.  Quizá  fuera  alguna  paisana  de  las  que  llaman  culipar- 
das,  como  á  las  de  la  tierra  de  Salamanca  llaman  charras.- 

El  mismo  señor,  sobre  el  V.  Melchor  Cano,  añade:  <  Murió  en  opinión  de  santi- 
dad, y  está  entablada  la  causa  de  su  beatificación.  Entre  los  manuscritos  de  la  Uni- 
versidad de  Salamanca  se  conservan  papeles  curiosos  relativos  á  él.»  (Edición 
de  1881,  tomo  IV.) 

IV 

Carta  segunda  al  JYI.  R.  P.  lYI.  Fr.  Domingo  Báñez. 

Jesús. 

1.  La  gracia  del  Espíritu  Santo  sea  con  V.  m.  y  mi  alma.  No  sé  cómo  no  le  han 
dado  una  carta  bien  larga  que  escribí  estando  no  buena,  y  envié  por  la  vía  de  Me- 
dina, adonde  decía  de  mi  mal  y  de  mi  bien.  Ahora  también  quisiera  alargarme,  mas 
he  de  escribir  muchas  cartas,  y  siento  un  poco  de  frío,  que  es  día  de  cuartana.  Ha- 
bíanme faltado,  ó  medio  faltado,  dos;  mas  como  no  me  torna  el  dolor  que  solía,  es 
todo  nada. 

2.  Alabo  á  nuestro  Señor  de  las  nuevas  que  oigo  de  sus  sermones,  y  he  harta  en- 
vidia; y  ahora  como  es  prelado  de  esa  casa,  dame  gran  gana  de  estar  en  ella.  ¿Mas 
cuándo  lo  dejo  de  ser  mío?  Con  que  veo  esto  me  parece  que  me  diera  nuevo  con- 
tento; mas  como  no  merezco  sino  cruz,  alabo  á  quien  me  la  da  siempre. 

3.  En  gusto  me  han  caído  esas  cartas  del  padre  visitador  (P.  Pedro)  con  mi  pa- 
dre Báñez,  que  no  sólo  es  santo  aquel  su  amigo,  mas  sábelo  mostrar;  y  cu?ndo  sus 
palabras  no  contradicen  las  obras,  hácelo  muy  cuerdamente.  Y  aunque  es  verdad 
lo  que  dice,  no  la  dejara  de  admitir,  porque  de  señores  á  señores  va  mucho. 


—  622- 

4.  La  monja  de  la  Princesa  de  Eboli  era  de  llorar;  la  de  ese  ángel  puede  hacer 
gran  provecho  á  otras  almas,  y  mientras  más  ruido  hubiera,  más;  yo  no  hallo  incon- 
veniente. Todo  el  mal  que  puede  suceder  es  salir  de  ahí,  y  en  eso  habrá  el  Señor 
hecho  (como  digo)  otros  bienes,  y  por  ventura  movido  alguna  alma  que  quizá  se 
condenara  sino  hubiera  ese  medio.  Grandes  son  los  juicios  de  Dios,  y  quien  tan  de 
veras  le  quiere  estando  en  el  peligro  que  toda  esta  gente  ilustre  está,  no  hay  para 
qué  le  negar  nosotras,  ni  dejar  de  ponernos  en  algún  trabajo  de  desasosiego,  á 
trueco  de  tan  gran  bien.  Medios  humanos  y  cumplir  con  el  mundo  me  parece  dete- 
nerla y  darla  más  tormento;  que  en  treinta  días  está  claro  que  aunque  se  arrepin- 
tiese no  lo  ha  de  decir;  mas  si  con  eso  se  han  de  aplacar  y  justificar  su  causa  bien, 
y  con  V.  m.  detenerla  (aunque,  como  digo,  todos  serán  días  de  tentación.)  Dios 
sea  con  ella,  que  no  es  posible,  sino  que  pues  deja  mucho  le  ha  de  dar  Dios  mucho, 
pues  se  lo  da  á  las  que  no  dejamos  nada.  Harto  me  consuela  que  esté  V.  m.  ahí 
para  lo  que  toca  al  consuelo  de  la  priora,  y  para  que  en  todo  acierte.  Bendito  sea 
El  que  todo  lo  ha  ordenado  ansí.  Yo  espero  en  Su  Majestad  que  se  hará  todo  bien. 

5.  Las  de  Pastrana,  aunque  se  ha  ido  á  su  casa  la  Princesa,  están  como  cauti- 
vas, cosa  que  fué  ahora  el  prior  de  Atocha  allá,  y  no  las  osó  ver.  Ya  está  también 
mal  con  los  frailes;  no  hallo  por  qué  se  ha  de  sufrir  aquella  servidumbre. 

Con  el  P.  Medina  me  va  bien;  creo  si  le  hablase  mucho  se  allanaría  presto.  Está 

tan  ocupado  que  casi  no  le  veo Decíame  doña  María  Cosneza  que  no  le  quisiese 

como  á  Vm Doña  Beatriz  está  buena;  el  viernes  pasado  ofreciéndoseme  mucho 

que  hará,  mas  ya  yo  no  he  menester  que  haga  nada,  gloria  á  Dios.  Díjome  los  re- 
galos que  V.  m.  le  ha  hecho.  Mucho  sufre  el  amor  de  Dios,  que  si  fuera  algo  que  no  lo 
fuera,  ya  fuera  acabado.  No  me  parece  sino  que  la  dificultad  que  vuestra  merced 
tiene  en  ser  largo  tengo  yo  en  serlo.  Con  todo  me  hace  mucha  merced,  porque  no 
me  entristezca  cuando  miro  el  pliego  y  no  veo  letra  suya.  Dios  le  guarde;  no  pare- 
ce que  va  esta  carta  de  tener Plegué  á  Dios  que  allá  no  se  temple  con  el  de 

vuestra  merced. 

De  vuestra  merced  sierva  é  hija, 

Teresa  de  Jesús. 

Comentando  esta  carta,  escribe  el  P.  Antonio  de  S.  José: 

Esta  carta  es  para  aquel  insigne  Dominico,  que  fué  la  firme  columna  que  man- 
tuvo el  primer  Convento  de  nuestra  Reforma,  cuando  los  furiosos  vientos  de  la  con- 
tradicción lo  querían  echar  por  tierra.  Este  fué  el  P.  M.  Fr.  Domingo  Báñez,  con- 
fesor tan  amado  de  la  Santa,  como  lo  declara  el  cariño  con  que  le  trata  en  la  carta 
16  del  primer  tomo,  y  lo  indican  las  expresiones  del  número  segundo  de  esta.  Esta 
escribióse  al  parecer,  el  año  1574  en  Salamanca,  estando  la  Santa  de  partida  para  la 
fundación  de  Segíjvia,  y  el  padre  Maestro  en  Valladolid,  donde  de  Lector  de  San 
Gregorio  pasó  por  este  tiempo  á  ser  Regente  de  aquel  insigne  Colegio. 


-  623  — 

En  el  m'iinero  segundo  dice:  Que  alaba  al  Señor  por  las  nuevas  que  oye  de  sus 
Sermones,  y  que  tiene  harta  envidia.  Yo  sé  que  esa  envidia  no  era  pesar  del  bien 
ageno,  sino  un  santo  deseo  de  oir  la  palabra  de  Dios.  Era  muy  de  Dios  la  Santa,  y 
así  oia  con  gusto  sus  palabras.  Qui  ex  Deo  est  verba  Dei  audit.  Era  sin  duda  tan  emi- 
nente en  el  pulpito  como  en  la  cátedra  el  P.  M.  Serian  sus  sermones  como  los  de- 
seaba Santa  Teresa,  y  como  debían  ser  todos  propios  de  \\\\  predicador  apostólico, 
predicando  más  al  alma  que  al  oido;  más  al  provecho,  que  al  gusto;  más  en  espíritu 
y  virtud,  como  lo  decía  y  hacía  el  Apóstol,  que  en  humana  sabiduría  floreaba  eru- 
dicicMi.  Así  gustaba  la  Santa  de  oir  sus  sermones,  como  tan  deseosa  de  oir  pura, 
grave,  y  no  afectada  la  palabra  de  Dios. 

'Prosigue  en  este  número,  y  le  dice:  «Ahora  como  es  Prelado  de  esa  casa,  dame 
gran  gana  de  estar  en  ella;  ¿mas  cuándo  lo  dejó  de  ser  mió?  ¡Miren  qué  humor,  y 
qué  amor  de  Santa!  Cierto  que  pegaba  amor  á  todos  para  endulzar  con  el  suave  le- 
nitivo del  amor  al  Prelado  y  á  los  subditos:  al  Prelado  la  pesada  carga  de  la  prela- 
cia á  los  subditos  el  yugo  de  la  obediencia;  porque  es  gran  consuelo  para  un  Prelado 
tener  tal  subdito,  y  para  los  subditos  tener  tal  Prelado,  cuyo  magisterio  y  dirección 
deseaba  una  Santa  Teresa,  con  que  deja  á  todos  gustosos  y  consolados. 

•  En  el  número  te-  cero  elogia  al  P.  Visitador,  que  era  como  antes  puedo  dicho,  el 
P.  Pedro  Fernández,  otro  célebre  Dominico.  La  Dominica  in  passione  empieza  y  no 
acaba  en  las  alabanzas  de  los  hijos  de  su  devoto,  el  gran  Patriarca  Santo  Domingo. 
Habla  la  Santa  en  el  número  cuarto  de  la  célebre  Doña  Casilda  de  Padilla,  de 
quien  con  tanta  e.xtensión  se  ocupa  en  el  Libro  de  las  Fundaciones  al  hacer  la  his- 
toria de  la  fundación  del  Convento  de  Valladolid;  y  el  Comentador  añade  sobre  ese 
numere  cuarto:  "En  fin,  hubo  de  salir  á  violencia  de  una  Provisi'in  Real;  y  deseando 
sus  deudos  de  tenerla  fuera  por  espacio  de  treinta  días,  llamaron  al  P.  M.  Báñez, 
para  que  cooperase  á  su  intento,  y  escribiese  á  la  Santa  tuviese  á  bien  la  detención 
para  explorar  mejor  su  voluntad,  en  lo  cual,  según  parece,  convino  el  P.  Maestro,  y 
escribió  á  la  Santa,  que  lo  tuviese  á  bien.  Condescendió  la  Santa  con  su  nativa  do- 
cilidad para  que  se  aquietasen  los  deudos,  y  se  justificase  más  la  causa  de  Dios.  > 

«El  mismo  Comentador  nos  dice  en  otra  parte,  que  después  de  tantas  contradic- 
ciones, hizo  su  profesión  el  13  de  Enero  de  1577;  pero  como  aun  no  tenía  la  edad 
conveniente,  fué  necesario  obtener  en  Roma  la  dispensa  para  ello,  y  á  esta  dispensa 
se  refiere  la  Santa  en  la  carta  20  al  P.  Gracián,  tomo  II  cuando  escribe:  «Hoy  me 
han  traído  esas  de  Valladolid:  dícenme,  que  ha  venido  de  Roma  para  que  haga  pro- 
fesión Casilda,  y  que  está  alegrísima:...  y  á  continuación  dice  así:  "Ya  dirán  á  V.  P.  ó 
se  lo  dirían  á  quien  dio  la  relación,  que  el  uno  fué  Fr.  Domingo,  aunque  si  tengo  lu- 
gar leeré  las  cartas,  porque  sino  viene  lo  que  en  la  mía  la  enviaré  á  V.  P.>^  Alude  la 
Santa  en  estas  palabras  á  que  el  P.  Domingo  Báñez  había  escrito  á  Roma  y  obte- 
nido la  dispensa  de  la  edad.  (Tomo  II  carta  14,  Edici<3n  de  17Ü3.) 


624 


Carta  tercera,  al  mismo  P.  JYl.  Fr.  Domingo  Báñez.— Sobre  sus  padecimientos 

interiores. 

«Jesús.  Yo  le  digo,  mi  Padre,  que  ya  mis  holguras  á  mi  parecer  no  son  de  este 
reino,  porque  lo  que  tengo  no  lo  quiero;  que  es  el  mal  que  lo  que  solía  holgarme  con 
los  confesores,  ya  no  es:  ha  de  ser  más  que  confesor;  menos  que  sea  como  alma,  no 
hinche  su  deseo.  Por  cierto  que  me  ha  aliviado  escribir  esta:  déle  Dios  á  vuestra 
merced  siempre  en  amarle. 

Diga  á  esa  su  poca  cosa,  que  está  muy  puesta  en  sí  las  hermanas  darán  voto  ó 
no,  que  es  tomar  mucha  mano  y  tener  poca  humildad;  que  lo  que  á  vuestra  merced 
y  á  los  que  miramos  el  bien  de  esa  casa,  nos  parece  bien  una  monja,  que  más  nos  vá 
que  á  ellas.  Es  menester  cosas  semejantes  dárselas  á  entender.  De  que  vea  á  la  se- 
ñora Doña  María  encomiéndemela  mucho,  que  lo  ha  que  no  la  escribo:  harto  es 
estar  mejor  con  tan  grandes  hielos.  Creo  son  tres  de  Diciembre,  y  yo  hija  y  sierva 
de  vuestra  mer ced.~  7 eresa  de  Jesús. 

Añade  el  P.  Antonio  de  San  José: 

«Esta  carta  se  escribió  á  3  de  Diciembre,  sin  que  podamos  afirmar  si  es  carta 
entera  ó  parte  de  ella:  Hállase  un  ejemplar  antiguo  suyo  en  el  cuaderno  de  cartas 
originales  de  la  Santa,  que  veneran  sus  hijas  de  Sevilla.  No  es  averiguable  el  año 
sólo  se  colige  estaba  el  P.  M.  Báñez  para  quien  es,  en  Valladolid,  y  que  María  Bau- 
tista temía  que  la  volviesen  á  reelegir  Priora. 

«En  el  número  primero  está  tan  concisa  y  enfática,  como  anagógica  y  espiri- 
tual; creo  que  se  necesita  no  sólo  delgadeza  de  entendimiento  sino  sutileza  de 
espíritu  para  su  inteligencia.  Entendíanse  aquellos  dos  grandes  talentos  de  Santa 
Teresa  y  Báñez  con  claridad  sus  conceptos;  los  que  carecemos  de  su  luz  nos  con- 
tentaremos con  venerar  su  espíritu,  y  aquel  lenguaje  familiar,  con  que  se  regalaban, 
como  se  ve  en  las  cartas  de  los  tomos  pasados  para  este  insigne  Maestro,  brillante 
astro  del  cielo  Dominicano.  (Tomo  IV,  carta  17.  Edición  de  1793.) 

VI 

Carta  cuarta,  fll  lYl.  R.  P.  Fr.  Domingo  Báñez  de!  Orden  de  Santo  Domingo, 
maniíestándole  sus  deseos  de  uerle  y  consultarle. 

"Jesús.  Sea  con  vuestra  merced  el  Espíritu  Santo,  mi  Padre.  Una  carta  de  Vuestra 
merced  recibí:  y  con  ella  la  merced  y  caridad  que  siempre;  adonde  me  la  hace  Vues- 
tra merced  tanta,  que  no  sé  que  me  decir,  sino  suplicar  á  Dios  lo  pague,  con  las 
demás.  En  lo  que  toca  á  la  venida  aquí  de  Vuestra  merced,  yo  le  digo,  que  me  dio 


I 


-625- 

tanta  pena  verle  ir  con  quien  le  daba  tanta  pesadumbre,  y  la  poca  salud  que  aquí 
tuvo,  que  á  no  tener  yo  mucha  necesidad,  por  hacerme  merced,  yo  no  le  suplicara 
tenga  vacaciones  tan  á  su  costa:  yo  ahora  no  tengo  ninguna,  gloria  á  Dios,  y  ocu- 
paciones y  trabajos  nunca  faltan,  para  no  me  dejar  tomar  el  consuelo  que  querría; 
y  ansí  antes  suplico  a  vuestra  merced  no  venga,  sino  que  mire  á  donde  podrá  tener 
más  contento,  y  ahí  vaya,  que  harto  le  ha  menester  quien  trabaja  todo  el  año;  y  si 
el  Padre  Visitador  acierta  á  venir,  estando  vuestra  merced  acá,  podréle  gozar  poco. 

Crea,  mi  padre,  que  tengo  entendido  que  no  quiere  el  Señor  tenga  en  esa  vida 
sino  cruz  y  más  cruz,  y  lo  que  peor  es,  que  á  todos  los  que  me  le  desean  dar  les 
cabe  parte,  que  veo  me  quiere  dar  el  tormento  por  esta  vía;  sea  por  todo  bendito. 

Harto  siento  el  desmán  del  P.  Padilla,  porque  le  tengo  por  siervo  de  Dios:  ple- 
ga  á  Él  muestre  la  verdad,  que  quien  tiene  tantos  enemigos  tiene  harto  trabajo,  y 
todos  andamos  en  esa  aventura:  más  poco  es  perder  la  vida  y  la  honra  por  amor  de 
tan  buen  Señor:  vuestra  merced  nos  encomiende  siempre  á  Él,  que  yo  le  digo,  que 
anda  todo  bien  arrebujado:  yo  razonable  de  salud;  aunque  el  brazo  se  está  tan  ruin 
que  no  me  puedo  vestir,  va  mejorando,  y  yo  querría  irlo  en  amar  á  Dios.  Su  Ma- 
jestad guarde  á  vuestra  merced,  y  le  dé  toda  la  santidad,  que  yo  le  suplico,  amen. 
Son  hoy  23  de  Julio. 

Indigna  sierva  y  verdadera  hija  de  vuestra  merced.— Teresa  de  Jesús. 

Estas  sus  siervaS  de  vuestra  m.erced  todas  se  le  encomiendan  muy  mucho:  á  la 
priora  no  consienta  vuestra  merced  dejar  de  comer  carne,  y  que  mire  su  salud. 

Comentando  esta  carta,  escribe  el  V.  Palafox: 

1.  El  original  de  esta  carta  conserva  como  un  gran  tesoro  en  la  ciudad  de 
Orduña,  capital  del  Señorío  de  Vizcaya,  Don  Bernardo  Cristóbal  Jiménez  Bretón, 
Cura  y  Beneficiado  de  las  Parroquias  unidas  de  aquella  ilustre  República. 

«2.  Escribióse  en  Avila  año  de  1578  á  28  de  Julio.  Consta  esta  Cronología  de  lo 
que  dice  la  Santa  de  su  brazo,  que  le  quebró  el  enemigo  por  las  Navidades  el  año 
antecedente  de  77  como  también  de  ver  los  negocios  arrebujados,  como  expresa; 
esto  es,  en  la  confusión  y  balance  que  padecieron  en  aquel  triste  tiempo,  y  la  pri- 
sión del  Sr.  Padilla,  pues  aquellos  dos  años  de  77  y  78  fueron  los  más  trabajosos 
para  la  Reforma  y  sus  devotos. 

«En  el  número  primero  se  ve,  que  este  gran  Padre  había  escrito  á  la  Santa,  ha- 
ciéndola tal  merced,  que  no  acierta  á  ponderarla  su  gratitud.  Fué  muy  agradecida  la 
Santa,  en  particular  á  los  Dominicos,  y  más  al  P.  Báñez,  como  consta  de  varias  car- 
tas que  le  escribió  con  tanto  cariño  y  amor.  No  se  acaba  de  entender,  si  la  merced 
que  ahora  la  quería  hacer,  era  venir  á  verla  y  consolarla  aquel  verano  en  sus  tra- 
bajos, empleando  en  este  acto  de  caridad  las  vacaciones  de  la  Cátedra  de  Durando 
que  ya  estaba  regentando  en  Salamanca. 

•  Ello  es  cierto,  que  también  la  ofrecía  ese  favor,  el  que  estimó,  y  no  admitió  la 

4ÍJ 


—  626- 

atención  la  Santa  por  muchas  razones.  La  primera,  porque  tendría  el  trabajo  de 
vivir  en  aquel  tiempo  con  quien  no  confrontaba.  No  faltaba  al  P.  Báñez  quien  le 
diese  que  merecer,  con  ser  un  Catedrático,  un  Maestro  en  la  Iglesia,  un  oráculo  de 
Teología  de  aquel  siglo  y  de  los  venideros.  Pero  no  sería  grande  aquel  Doctor,  ni 
lo  serán  los  demás,  sino  experimentasen  tales  pruebas,  que  es  la  sabiduría  oro  acen- 
drado, así  como  la  santidad,  y  es  necesario  que  se  refine  en  el  contraste  de  la  opo- 
sición. 

«El  segundo  motivo  que  insinúa  la  discreción  de  la  Santa  es  la  poca  salud  que 
gozaba  Báñez  en  Avila. 

«La  cuarta  razón  que  le  presenta  contra  su  venida,  es  que  concurriría  también 
el  Padre  Visitador,  y  se  embarazarían  ambos  para  gozar  de  su  conversación.  Este 
Visitador  pudo  ser  el  P.  Gracián,  que  hasta  el  mes  siguiente,  en  que  Sega  le  inhi- 
bió, aun  continuaba  su  comisión  por  orden  del  Rey.  O  era  el  P.  Fr.  Pedro  Fernán- 
dez, á  quien  por  haberlo  sido,  pudo  llamarle  Visitador.  Cualquiera  que  fuese,  es 
muy  prudente  la  prevención  de  la  Santa  en  avisar  á  Báñez  de  la  concurrencia. 

«En  la  posdata  á  las  Religiosas  de  Avila,  que  debiendo  todo  el  ser  á  Báñez  no 
es  mucho  se  protestasen  sus  siervas:  La  Priora  que  menciona  sería  la  actual  de  Sa- 
lamanca la  M.  Ana  de  la  Encarnación,  prima  hermana  de  la  Santa,  y  tan  fervorosa, 
que  necesitaba  para  mirar  por  sí,  el  que  la  Santa  mirase  por  ella.  El  estar  á  la  vo- 
luntad del  P.  Báñez,  significa,  que  los  Prelados  le  fiaron  la  dirección  de  aquellas  re- 
ligiosas algunos  años,  y  la  ejerció  con  el  acierto  digno  de  sus  letras  y  virtud.  (To- 
mo 1,  Carta  73.  Edición  1793.)» 

VI! 

Carta  al  R.  P.  M.  Fr.  Luis  de  Granada  de  la  Orden  de  Sanio  Domingo. 

1.  "Jesús.  La  gracia  del  Espíritu  Santo  sea  siempre  con  V.  Paternidad.  Amen,  de 
las  muchas  personas  que  aman  en  el  Señor  á  V.  Paternidad,  por  haber  escrito  tan 
santa  y  provechosa  doctrina,  y  dan  gracias  á  su  Majestad,  por  haberle  dado  á  Vues- 
tra Paternidad  para  tan  grande  y  universal  bien  de  las  almas,  soy  yo  una.  Y  en- 
tiendo de  mí,  que  por  ningún  trabajo  hubiera  dejado  de  ver  á  quien  tanto  me  con- 
suela oír  sus  palabras,  si  se  sufriera  conforme  á  mi  estado  de  mujer.  Porque  sin 
esta  causa,  la  he  tenido  de  buscar  personas  semejantes,  para  asegurar  los  temores, 
en  que  mi  alma  ha  vivido  algunos  años:  y  ya  que  esto  no  he  merecido,  heme  conso- 
lado de  que  el  Sr.  D.  Teutonio  me  ha  mandado  escribir  esta;  á  lo  que  yo  no  hubie- 
ra atrevimiento.  Mas  fiada  en  la  obediencia,  espero  en  nuestro  Señor  me  ha  de 
aprovechar,  para  que  V.  Paternidad  se  acuerde  alguna  vez  de  encomendarme  á 
nuestro  Señor:  que  tengo  de  ello  gran  necesidad,  por  andar  con  poco  caudal,  puesta 


-627- 

en  los  ojos  del  mundo,  sin  tener  ninguno  para  hacer  de  verdad  algo  de  lo  que  ima- 
ginan de  mí. 

2.  «Entender  V.  Paternidad  esto,  bastaría  á  hacerme  merced,  y  limosna;  pues 
también  entiende  lo  que  hay  en  él,  y  el  gran  trabajo  que  es,  para  quien  ha  vivido 
una  vida  harto  ruin.  Con  serlo  tanto,  me  he  atrevido  muchas  veces  á  pedir  á  nues- 
tro Señor  la  vida  de  V.  Paternidad  sea  muy  larga.  Plegué  á  su  Majestad  me  haga 
esta  merced,  y  vaya  V.  Paternidad  creciendo  en  Santidad  y  amor  suyo.  Amen. 
Indigna  sierva,  y  subdita  de  V.  Paternidad. 

Teresa  de  Jesús.  Carmelita.» 
«El  Sr.  D.  Tcutonio,  creo  es  de  los  engañados  en  lo  que  me  toca.  Dícemc  quiere 
mucho  á  V.  Paternidad.  En  pago  de  esto;  está  V.  Paternidad  obligado  á  visitar  á  su 
Señoría,  no  se  crea  tan  sin  causa. 

El  V.  Palafox  la  comenta  de  este  modo: 

«1.  Esta  carta  es  para  el  V.  P.  M.  Fr.  Luis  de  Granada,  honra  de  la  Religión  Sa- 
grada de  Santo  Domingo,  y  gloria  de  España,'y  aun  de  la  universal  Iglesia,  que  tanto 
puede  alegrarse  con  un  tan  ilustre  hijo. 

«2.  Su  vida,  escribió  la  espiritual  y  discreta  pluma  del  Lie.  Luis  Muñoz,  mi  grande 
amigo.  Ministro  en  el  Consejo  de  Hacienda,  y  de  excelente  juicio  y  espíritu;  y  así 
aquí  sería  superfluo  hablar  de  este  venerable  varón,  justamente  venerado,  y  reve- 
renciado en  todos  los  siglos.  Sus  obras  dicen  sus  virtudes:  y  las  almas  que  ha  lle- 
vado á  Dios,  la  fuerza  eficaz  que  le  comunicó  la  divina  gracia  á  aquella  elocuen- 
tísima pluma.  De  su  alma  se  dice,  que  se  apareció  á  una  persona  de  señalada  vir- 
tud, con  una  capa  de  gloria,  sembrada  de  inumerables  estrellas;  y  que  le  dieron  á 
entender,  que  eran  aquellas  las  almas  que  había  llevado  á  la  gloria  con  sus  santos 
escritos. 

A  este  espiritual  varón  escribe  Santa  Teresa,  porque  siempre  se  buscan  los 
buenos  y  lo  han  menester,  para  defenderse  de  los  que  siempre  se  buscan  y  los  per- 
siguen los  malos. 

"3.  En  el  número  primero  dice  lo  que  deseara  verle:  y  no  me  admiro,  ¿pues  quién 
no  deseará  ver  la  persona,  y  oir  en  lo  hablado  á  quien  alegra  el  leerle  el  alma  en  lo 
escrito?  Pues  no  hay  quien  no  desee  oír  al  que  consuela,  y  aprovecha  al  leer.  Y  si 
hacían  grandes  jornadas  los  oradores  para  oir  á  los  que  leían,  ¿cuánto  más  los 
grandes  Santos  para  oir  de  sus  labios  lo  que  tanto  mueve  por  sus  escritos?  Siendo 
así,  que  en  el  orador  hallaban  una  lengua  elocuente,  pero  una  vida  las  más  veces 
relajada;  mas  en  el  santo  orador  hallan  lo  santo  y  lo  orado. 

.4.  Esta  diferencia  hay  de  los  Santos  y  Santas  que  son  entendidos,  á  los  que 
aunque  sean  santos  para  sí,  no  se  explican  para  otros;  porque  á  los  que  escriben,  y 
hablan  con  espíritu  y  discreción,  y  tienen  opinión  de  Santos  se  puede  buscar  por 
oírlos   y   verlos:   á   los  que   no   tienen   sino  al   obrar  la   opinión,  solo  por   verlos 


—  628- 

mas  no  para  oírlos:  y  así  á  Santa  Teresa,  si  ahora  viviera,  yo  la  fuera  á  ver  muy  de 
lejos  porque  cuando  no  la  hallara  Santa,  la  hallaba  entendida,  y  me  podía  aconsejar 
lo  mejor;  pero  á  otra  que  no  tuviera  su  entendimiento,  y  gracia  si  no  la  hallara 
santa,  era  en  balde  todo  mi  camino,  porque  ni  la  hallaba  entendida,  ni  santa. 

«5.  Por  eso  mismo  desearía  aquella  Santa  ver  al  venerable  Fr.  Luis  de  Gra- 
nada, y  por  eso  mismo  lo  fué  á  ver  á  su  celda  el  prudentísimo  Felipe  11,  cuan- 
do estuvo  en  Lisboa  porque  deseaba  ver,  y  oír  al  que  se  holgaba  tanto  de  leer.» 
(«Tomo  I,  carta  14.  Edición  de  1793).» 

.A.  r»  TÉ3  ISr  33  I  O  E:     XXX 


Hlgunas  declaraciones  de  IPIP.  Dominicos  en  los  procesos  para  la 
canonización  de  Santa  Ceresa. 

I 
Declaración  del  P.  Báñez. 

<A  las  primeras  preguntas  generales  dijo  que  no  le  tocan  más  de  haber  sido 
mucho  tiempo  confesor  de  la  dicha  Madre  Teresa  de  Jesús,  y  que  es  de  edad  64  años 
poco  más  ó  menos. 

A  la  segunda  dice  que  ha  que  conoció  á  la  dicha  Madre  Teresa  de  Jesús  que  an- 
tiguamente se. llamaba  Doña  Teresa  de  Ahumada  veinte  y  nueve  años,  y  que  por  es- 
pacio de  veinte  años  la  trató  este  testigo  muy  familiarmente,  muchos  de  ellos  en 
presencia,  confesándola  y  aconsejándola  y  respondiéndole  á  sus  preguntas,  y  estos 
debieron  de  ser  poco  más  ó  menos  por  espacio  de  siete  ú  ocho  años,  y  los  demás 
años  por  cartas  que  muy  continuamente  tenía  de  ella,  por  las  cuales  le  daba  cuenta 
de  su  vida  y  preguntaba  lo  que  debía  de  hacer  para  más  servir  á  Dios  en  todos  los 
negocios  que  trataba.  Y  dice  que  sabe  que  es  común  fama  y  notoria  cosa  ser  la 
dicha  Teresa  de  Jesús  natural  de  la  ciudad  de  Avila  especialmente  de  la  Madre,  y 
que  allí  tiene  parientes,  caballeros  hijos-dalgo  que  no  lo  negarán;  y  que  del  padre 
ha  oído  que  era  del  reino  de  Toledo,  y  que  ha  conocido  algunos  parientes  suyos  de 
aquella  parte,  cristianos,  hijos-dalgo,  y  también  ha  oído  decir  que  la  dicha  Madre 
Teresa  de  Jesús  tuvo  un  hermano  fraile  Jerónimo  de  donde  se  entiende  ser  ella  cris- 
tiana vieja. 

ítem  sabe  ser  pública  voz  y  fama  que  la  dicha  Teresa  de  Jesús  fué  monja  pro- 
fesa en  el  monasterio  de  la  Encarnación  de  Avila  de  la  Orden  del  Carmen,  y  que 
cuanto  toca  á  su  buena  vida  y  ejemplo,  este  testigo  no  puede  dar  noticia  de  más 
tiempo  del  que  lia  que  la  conoce;  pero  que  en  la  vida  que  hizo  en  la  Encarnación  en 
su  mocedad  no  entiende  que  hubiese  otras  faltas  en  ella  más  de  las  que  comunmente 


—  629- 

sc  hallan  en  semejantes  religiosas  que  se  llaman  mujeres  de  bien,  y  que  en  aquel 
tiempo,  que  tiene  por  cierto  se  señaló  siempre  en  ser  grande  enfermera  y  tener  más 
oración  de  la  que  comunmente  se  usa,  aunque  por  su  buena  gracia  y  donaire  ha 
oído  decir  que  era  visitada  de  muchas  personas  de  diferentes  estados,  lo  cual  ella 
lloró  toda  la  vida,  pues  que  Dios  la  hizo  merced  de  darle  más  luz  y  ánimo  para 
tratar  de  perfección  en  su  estado;  y  esto  no  sólo  por  habérselo  oído  decir  á  otros 
que  antes  le  habían  tratado,  sino  también  por  relación  de  la  misma  Teresa  de  Jesús 
lo  cual  es  público  y  notorio,  pública  voz  y  fama,  y  esto  dijo  cuanto  á  este  artículo. 
Siendo  preguntado  por  el  interrogatorio  sobre  este  artículo  dijo  que  no  sabe 
más  de  lo  que  tiene  dicho  sobre  el  artículo.  Al  tercer  artículo  dijo  que  ninguno  pue- 
de saber  mejor  que  este  testigo  los  particulares  favores  y  mercedes  que  Nuestro 
Señor  hizo  á  la  dicha  Madre  Teresa  de  Jesús,  por  cuanto  la  confesó  muchos  años  y 
examinó  en  confesión  y  fuera  de  ella,  é  hizo  de  ella  grandes  esperiencias  mostrán- 
dose muy  áspero  y  muy  riguroso  con  ella,  y  cuanto  más  la  humillaba  y  menospre- 
ciaba, tanto  más  la  dicha  Teresa  de  Jesús  se  aficionaba  á  tomar  consejo  con  él,  pa- 
reciéndole  que  tanto  más  segura  iba  ella,  cuanto  más  miedo  tenía  su  confesor,  al 
cual  tenía  por  hombre  de  letras  por  ser  entonces  presentado  de  su  orden  y  lector 
en  Teología  en  Santo  Tomás  de  Avila,  y  que  después  que  le  vio  un  poco  más  seguro 
le  dijo  la  dicha  Madre  Teresa  de  Jesús:  Por  amor  de  Dios,  Padre,  que  no  esté  tan  sin 
miedo,  que  me  le  hace  tomar  ú  .:::;  de  nuevo  mire,  que  no  querría  engañarle.  Y  verda- 
deramente, cuanto  á  esta  parte  de  vivir  la  dicha  Teresa  de  Jesús  con  grandísimo 
recato  de  los  engaños  del  diablo,  y  de  los  lazos  que  pone  á  los  que  pretenden  ca- 
minar por  el  camino  del  espíritu  y  oración,  hay  gran  testimonio;  porque  siempre  se 
informó  de  los  hombres  más  letrados  que  ella  hablaba,  especialmente  de  la  orden 
de  Santo  Domingo,  y  dijo  á  este  testigo  algunas  veces  que  se  le  sosegaba  más  el 
espíritu,  cuando  consultaba  algún  gran  letrado  que  no  era  hombre  de  mucha  oración 
y  espíritu,  sino  muy  puesto  en  razón  y  ley;  porque  le  parecía  que  los  hombres  espi- 
rituales, con  su  bondad  y  afición  que  tienen  á  los  que  tratan  de  espíritu  y  oración, 
son  más  fáciles  de  engañar  que  los  otros  que  con  una  discreción  ordinaria  juzgan 
las  cosas  según  razón  y  ley,  y  que  esta  tal  era  la  más  segura  prueba  de  verdadero 
espíritu.  Y  tengo  por  cierto  que  una  de  las  cosas  porque  perseveró  tanto  en  este 
testigo  informándose  de  él.  era  por  verle  tan  puesto  en  la  ley  y  en  el  discurso  de 
la  razón,  por  ser  hombre  criado  toda  su  vida  en  leer  y  disputar,  y  en  esta  parte  hay 
tantas  particularidades,  que  si  no  fuese  haciendo  un  nuevo  libro  no  se  pueden  decir 
por  vía  de  testimonio  ordinario,  y  polrá  ser  que,  siendo  necesario  el  dicho  testigo 
haga  algún  tratado  de  donde  se  pueda  entender  por  cuan  cierto  camino  la  dicha 
Teresa  de  Jesús,  muy  al  contrario  de  los  espíritus  burladores  que  en  nuestros  tiem- 
pos se  han  descubierto.  Y  sabe  que  la  dicha  Teresa  de  Jesús  fué  fundadora,  ó  por 
mejor  decir,  reformadora  de  la  regla  mitigada,  reduciéndola  á  la  primera  regla  de 


—  630  — 

Nuestra  Señora  del  Carmen,  añadiendo  algunas  santas  ordenaciones  para  que  por 
el  camino  de  la  oración  se  pudiese  llevar  tanto  rigor  de  penitencia  corporal,  como 
en  aquella  regla  y  sus  ordenaciones  se  contiene. 

El  primer  monasterio  que  fundó  fué  el  de  San  José  de  la  ciudad  de  Avila.  Este  fun- 
dó por  particular  Breve  apostólico  remitido  al  Obispo  de  Avila,  don  Alvaro  de  Men- 
doza en  la  cual  fundación  tuvo  grandes  contradicciones,  así  de  toda  la  ciudad  como 
de  las  religiones,  y  sólo  entonces  este  testigo  de  su  parte  estuvo,  sin  haberla  hasta 
entonces  conocido  ni  visto,  sino  solamente  por  ver  que  ella  no  había  errado  ni  en  la 
intención  ni  (en?)  los  medios  de  fundar  aquel  monasterio.  Pues  lo  había  ejecutado 
por  orden  de  la  Sede  apostólica  y  así  lo  dijo  este  testigo  en  público  consistorio  de 
Avila,  donde  estaban  todas  las  religiones  contradiciéndola.  Pero  después  el  mismo 
consistorio  todos  vinieron  en  lo  que  á  este  testigo  le  pareció;  que  se  hablase  al 
Obispo  y  con  él  se  tratasen  las  razones  que  había  para  que  no  fuese  adelante  aquel 
monasterio,  y  así  se  hizo,  y  poco  á  poco  se  fué  dando  vado  de  suerte  que  tuvo  el 
efecto  que  hoy  día  á  cabo  de  veinte  y  nueve  años  se  ve,  y  que  todos  los  demás  mo- 
nasterios que  ha  fundado,  han  ido  con  licencia  de  los  generales  y  prelados  de  su 
orden;  especialmente  con  la  del  P.  Juan  Bautista  Rúbeo  que  vino  allí  á  Avila,  y 
mandó  que  hiciese  la  dicha  Madre  Teresa  de  Jesús  tantos  monasterios  como  pelos 
tenía  en  la  cabeza,  y  esto  sabe  este  testigo  porque  se  lo  oyó  al  mismo  general,  y 
esto  es  lo  que  sabe  acerca  del  tercer  artículo  y  es  público  y  notorio,  pública  voz  y 
fama. 

Preguntando  después  por  el  interrogatorio  cuanto  á  este  tercer  artículo,  dijo 
que  demás  de  lo  dicho  sabe  que  yendo  á  fundar  los  monasterios  iba  siempre  acom- 
pañada con  dos  compañeras,  por  lo  menos  con  una  de  mucha  autoridad,  y  con  sa- 
cerdote de  notoria  virtud  y  edad  competente,  y  á  veces  con  algún  padre  Carmelita 
que  por  devoción  de  la  dicha  Madre  con  licencia  del  general  dejó  el  hábito  del  paño 
y  tomó  el  del  sayal,  hombre  de  gran  penitencia  y  ejemplo,  llamado  primero  fray 
Antonio  de  Heredia  y  después  Fr.  Antonio  de  [esús,  y  que  este  testigo  nunca  ca- 
minó con  ella,  pero  que  se  halló  en  la  fundación  de  la  villa  de  Alba,  y  en  la  de  Me- 
dina del  Campo,  y  en  la  de  Valladolid,  y  en  la  de  Toledo  y  en  la  desta  ciudad  de 
Salamanca.  Y  que  en  todas  ellas  le  parece  á  este  testigo  que  era  cosa  de  admira- 
ción con  cuanta  suavidad  allanaba  la  dicha  Teresa  todas  las  dificultades,  y  en  lo  de- 
más dice  lo  que  dicho  tiene,  y  esto  es  público  y  notorio. 

Al  cuarto  articulo  dice  que  de  toda  su  vida  no  puede  dar  test¡mon¡o,slno  del  tiem- 
po que  tiene  dicho,  y  en  este  tiempo  jamás  vio  en  ella  cosa  contraria  á  virtud,  sino  la 
mayor  sencillez  y  humildad  que  jamás  vio  en  otra  persona  y  en  todo  ejercicio  de  vir- 
tud así  natural  como  sobrenatural.  Era  singularísimo  ejemplo  á  todos  los  que  la  tra- 
taban; y  que  su  oración  y  mortificación  fué  cosa  rara,  como  lo  podrán  decir  todas  las 
religiosas  que  en  particular  la  trataron.  Fué  animosa  para  emprender  cosas  grandes 


-631  — 

para  más  servir  á  Dios,  como  por  la  experiencia  de  las  fundaciones  se  echa  bien  de 
ver.  Era  muciía  la  confianza  que  tenía  de  la  Providencia  de  Dios,  poniendo  ella  los 
medios  que  Dios  le  mandaba;  trataba  mucho  de  la  intercesicMi  de  los  santos  espe- 
cialmente de  San  José  y  de  Santo  Domingo,  funda  Jor  de  la  orden  de  los  Predica- 
dores, del  cual  dijo  á  este  testigo  una  vez  que  le  había  aparecido  en  la  oración,  y 
dichole  que  se  esforzase,  que  el  le  ayudaría,  y  después  de  algunos  años  vio  este 
testigo  por  experiencia  cumplido  lo  que  el  santo  le  prometió,  por  ministerio  de  sus 
hijos;  porque  un  maestro  llamado  Fr.  Pedro  Fernández,  provincial  de  la  provincia 
de  España  de  la  Orden  de  Santo  Domingo,  y  muy  en  particular  ayudó  á  los  descal- 
zos y  descalzas  en  España,  y  ayudó  en  particular  á  la  Madre  Teresa  de  Jesús;  y 
siendo  hombre  muy  legal  y  recatadísimo  de  falsos  espíritus,  tratando  á  la  dicha 
Teresa  de  Jesús  á  quien  con  rrás  miedo  que  este  testigo  comenzó  á  examinar,  y  al 
fin  se  venció  y  le  dijo  á  este  testigo  que  en  fin  Teresa  de  Jesús  era  mujer  de  bien, 
que  en  boca  de  dicho  níaestro  era  gran  encarecimiento.  Y  nicas  dijo  que  la  dicha 
Teresa  de  Jesús  y  sus  Monjas  habían  dado  á  entender  al  niundo  ser  posible  que 
mujeres  pueden  seguir  la  perfección  evangélica.  Y  otro  maestro  de  dicha  orden, 
hombre  docto  que  fué  Provincial  de  la  misma  provincia  de  Santo  Domingo  en  Es- 
paña, que  hoy  día  vive,  llamado  el  Maestro  Fr.  Juan  de  las  Cuevas,  fué  comisario 
del  Papa  Gregorio  XIII,  y  visitó  las  dichas  monjas  descalzas,  y  las  amparó  como  él 
mismo  podrá  decir,  que  ahora  está  en  Lisboa  confesor  del  serenísimo  cardenal  Al- 
berto; y  otro  maestro  de  la  dicha  orden  de  Santo  Domingo,  llamado  Fr.  Juan  de  Sa- 
linas que  también  fué  provincial,  dijo  una  vez  á  este  dicho  testigo:  ¿quién  es  una 
Teresa  de  Jesús  que  me  dicen  que  es  mucho  vuestra?  no  hay  que  fiar  de  virtud  de  mu- 
jeres: pretendiendo  en  esto  hacer  á  este  testigo  recatado  como  si  no  lo  estuviera 
tanto  y  más  que  él:  y  este  testigo  le  respondió:  Vuestra  Paternidad  va  á  Toledo  y 
la  verá,  y  experimentará  que  es  razón  de  tenerla  en  mucho;  y  así  fué  que  estando 
en  Toledo  una  cuaresma  entera  la  comenzó  á  examinar,  y  con  ser  hombre  que  pre- 
dicaba casi  cada  día,  la  iba  á  confesar  casi  todos  los  días  é  hizo  de  ella  grandes  ex- 
periencias. Y  después  encontrándole  este  testigo  en  otra  ocasión  le  dijo:  ¿Qué  le 
parece  á  Vuestra  Paternidad  de  Teresa  de  Jesús?  Respondió  á  este  testigo  con  gran 
donaire  diciendo:  ojo!  habíadesme  engañado,  que  decíades  que  era  mujer,  á  la  fé  no 
es  sino  hombre  varón  y  de  los  muy  barbados,  dando  á  entender  en  esto  su  gran 
constancia  y  discreción  en  el  gobierno  de  su  persona  y  de  sus  monjas,  así  que  en 
todas  las  ocasiones  los  frailes  de  Santo  Domingo  la  sirvieron,  consolaron  y  ayudaron 
sus  buenos  intentos. 

En  lo  que  toca  á  sus  libros,  este  dicho  testigo  del  uno  de  ellos  lo  puede  ser,  que 
es  donde  ella  escribió  su  vida  y  el  discurso  de  la  oración  por  donde  Dios  la  había 
llevado;  pretendiendo  en  esto  que  sus  confesores  la  conocicseii  gran  pecadora,  como 
ella  con  mucha  humildad  decía,  para  que  nadie  por  ruin  que  fuese  se  acobardase 


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para  seguir  el  camino  de  la  perfección.  Este  libro  ya  le  tenia  escrito  cuando  este 
testigo  la  comenzó  á  tratar,  y  lo  hizo  con  licencia  de  los  confesores  que  antes  había 
tenido,  como  fué  un  presentado  dominico  llamado  Fr.  P.  Ibáñez,  lector  de  teología 
de  Avila,  Después  tornó  á  reformar  y  añadir  el  dicho  libro,  el  cual  libro  este  dicho 
testigo  leyó  y  entregó  al  Santo  Oficio  de  la  Inquisición  en  Madrid,  y  después  le  fué 
tornado  por  el  Inquisidor  don  Francisco  de  Soto  y  Salazar,  para  que  le  tornase  á 
ver  y  dijese  su  parecer;  y  le  tornó  á  ver,  y  al  cabo  del  libro  en  algunas  hojas  blan- 
cas dijo  su  parecer  y  censura,  como  se  hallará  en  el  original  escrito  de  mano  de  la 
misma  Madre  Teresa  de  Jesús;  por  el  cual  dicen  se  ha  impreso  el  que  anda  en  pú- 
blico, y  se  holgara  este  testigo  que  juntamente  se  imprimiera  su  censura  para  que 
se  entendiera  con  cuánto  recato  se  debe  proceder  en  santificar  á  los  vivos. 

La  censura  fué  en  sustancia  que  por  el  dicho  libro  constaba  que  la  dicha  Teresa 
de  Jesús,  aunque  fuese  engañada,  no  era  engañadora:  pues  tan  de  veras  buscaba  luz 
y  manifestaba  sus  males  y  sus  bienes.  Lo  segundo  que  dijo  este  testigo,  fué  que  no 
anduviese  en  público  este  libro  mientras  ella  viviese;  pero  que  convenia  que  se 
guardase  en  e¡  Santo  Oficio  hasta  ver  en  qué  paraba  esta  mujer,  y  que  contra  vo- 
luntad de  este  testigo  se  hicieron  algunos  traslados  del  dicho  libro  por  haber  ve- 
nido á  manos  del  Obispo  don  Alvaro  de  Mendoza,  que  como  poderoso  y  prelado  que 
había  sido  de  la  dicha  Teresa  de  Jesús,  le  pudo  hacer  trasladar  y  dar  á  su  hermana 
doña  María  de  Mendoza,  y  así  algunos  hombres  curiosos  en  cosas  espirituales  que 
hubieron  algunos  de  estos  traslados  á  las  manos  lo  trasladaron  de  nuevo,  y  uno  de 
ellos  tuvo  la  Duquesa  de  Alba  doña  María  Henríquez:  y  cree  este  testigo  vino  á 
manos  de  su  nuera  doña  María  de  Toledo,  todo  esto  contra  voluntad  de  este  que 
declara  en  tanta  manera  que  se  enojó  con  la  dicha  Teresa  de  Jesús,  aunque  enten- 
día que  no  tenía  ella  la  culpa,  sino  de  quien  ella  se  había  confiado,  y  diciéndole  este 
testigo  que  quería  quemar  el  original,  porque  no  convenía  que  escritos  de  mujeres 
anduviesen  en  público,  respondió  ella  que  lo  mirase  bien  y  lo  quemase  si  le  pare- 
ciese. En  lo  cual  conoció  este  testigo  su  gran  rendimiento  y  humildad;  y  lo  miró  con 
atención  y  no  se  atrevió  á  quemarlo,  sino  remitióle  como  dicho  tiene  al  Santo  Ofi- 
cio, de  donde  resultó  que  después  de  su  muerte  se  ha  impreso,  aunque  no  deja  de 
tener  contradicciones  de  algunas  gentes  que  con  buen  celo  y  poca  experiencia  de  la 
vida  espiritual  calumnian  algunas  cosas  que  no  entienden;  pero  á  otras  muchas  per- 
sonas doctas  y  vulgares  les  ha  parecido  muy  bien  y  les  hace  gran  provecho. 

De  otros  tratados  y  libros  que  andan  impresos  suyos  no  puede  dar  testimonio 
el  dicho  testigo,  porque  no  los  ha  leído  ni  impresos  ni  de  mano,  mas  de  que  ha 
oído  á  un  hombre  doctísimo  que  toda  es  una  doctrina  lo  que  en  ellos  dice,  y  lo  que 
dice  en  la  relación  de  su  vida.  Y  esto  sabe  cuanto  á  este  artículo,  y  lo  que  dicho 
tiene  es  público  y  notorio,  pública  voz  y  fama,  y  no  sabe  más. 

Al  quinto  artículo  dijo  que  todo  lo  en  él  contenido  sabe  como  en  él  se  contiene. 


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porque  todo  el  tiempo  que  la  trató,  conoció,  lo  vi(j;  y  en  particular  en  la  fundación 
del  monasterio  de  San  José  de  Avila  padeci(j  un  trabajo,  parque  su  provincial  la 
mandó  volver  ai  monisterio  de  la  Encarnación  y  la  tuvo  alli  como  presa,  y  ella  es- 
tuvo con  grandísima  paciencia  hasta  que  el  mismo  provincial  la  mandó  salir  á  que 
prosiguiese  lo  comenzado  en  el  dicho  monasterio.  Y  en  !a  fundación  del  mo- 
nasterio de  San  José  de  Medina  de!  Campo  sabe  este  testigo  por  relación  del  maes- 
tro Fr.  Pedro  Fernández,  provincial  dominico  que  se  halló  presente  á  una  consulta 
que  hubo  en  Medina  sobre  aquella  fundación  con  los  Regidores  de  la  villa  y  algunos 
religiosos,  en  la  cual  junta  un  religioso  de  cierta  orden,  hombre  de  autoridad  y  pre- 
dicador, dijo  mucho  mal  de  la  dicha  Teresa  de  Jesús,  comparándola  á  Magdalena 
de  la  Cruz,  una  burladora  que  hubo  en  tiempos  pasados  en  Córdoba,  quizá  con 
algún  celo  de  que  á  Dios  dará  cuenta.  El  dicho  maestro  Fr.  Pedro  Fernández  enton- 
ces respondió  que  tenía  por  buena  mujer  á  la  dicha  Teresa  de  Jesús,  y  que  se  iría 
de  la  junta  si  de  aquello  se  trataba.  Después  no  faltó  quien  le  dijo  á  la  dicha  Teresa 
de  Jesús  lo  que  había  pasado  en  Medina  y  la  contradicción  de  aquel  padre.  Estando 
ella  en  Alba  tratando  de  fundar  aquel  monasterio  en  casa  de  una  hermana  suya 
llamada  doña  Juana  de  Ahumada  con  otras  religiosas  que  la  acompaííaban,  respon- 
dió diciendo:  ¡ay  pecadora  de  mí,  que  no  me  conocen,  que  si  me  conociera  ese  pa- 
dre, otros  mayores  males  pudiera  decir  de  mí,  aunque  no  de  ser  burladora,  y  lo  en- 
comendaré áDios  muyen  particular;  y  esta  era  la  ganancia  que  sacaban  todos  los 
que  de  ella  murmuraban;  y  no  tuvo  jamás  otra  venganza,  sino  humillarse  y  rogar  á 
Dios  por  los  que  la  perseguían.  Y  en  esta  dicha  ocasión  que  le  contaron  aquella 
murmuración,  pasando  la  dicha  Teresa  de  Jesús  de  un  aposento  á  otro,  se  dio  un 
grandísimo  golpe  en  la  frente  en  el  quicio  de  una  puerta  de  suerte  que  sonó  el 
golpe  lejos  y  levantándose  su  hermana  á  socorrerla  la  halló  riendo  diciendo:  ay, 
hermana,  esto  me  digan  á  mí,  que  es  tral-)ajo,  que  sé  donde  me  duele,  que  estotro 
que  decían,  no  sé  donde  me  dan.  Esto  sabe  el  dicho  testigo  porque  se  halló  presente 
y  la  vio  con  gran  serenidad  y  risa  pasando  su  sentimiento  del  golpe  que  se  le  echó 
bien  de  ver  haber  sido  grande.  Esta  misma  serenidad  tenía  en  todos  sus  dolores  y 
enfermedades  que  fueron  muchas  y  grandes.  Y  esto  es  lo  que  sabe  y  dice  y  es  pú- 
blico y  notorio,  pública  voz  y  fama. — Preguntando  por  el  interrogatorio  sobre  este 
dicho  artículo  dijo  que  dice  lo  que  dicho  tiene,  y  esto  responde.  Al  sexto  artículo 
dijo  que  lo  sabe  como  en  él  se  contiene  por  la  relación  de  las  religiosas  del  mo- 
nasterio de  Alba.— ítem  sabe  que  lo  vio  por  sus  ojos  este  testigo,  que  su  cuerpo 
habiéndole  llevado  á  Avila  después  de  tres  años  poco  más  ó  menos,  estaba  entero 
que  con  su  propia  mano  toccj  en  la  planta  de  un  pié,  y  se  hundió  la  carne  y  se  tornó 
á  levantar  como  si  estuviera  viva  y  salvo  un  poco  maltratado  el  pico  de  la  nariz, 
y  la  conoció  como  si  estuviera  viva  y  que  el  olor  de  todo  el  cuerpo  era  bueno,  pero 
vehemente,  que  encendía  el  celebro  de  los  que  cerca  estaban,  y  desde  lejos  era  más 


—  634  - 

suave  el  dicho  olor,  y  que  en  la  parte  de  hacia  el  hombro  por  donde  la  habían  cortado 
un  brazo  que  había  quedado  en  Alba,  está  tan  fresca  la  carne  junto  á  parte  de  ella 
como  pudiera  estar  de  una  persona  que  de  repente  le  hubieran  cortado  un  brazo,  y 
esto  es  lo  que  sabe,  y  es  pública  voz  y  fama.  Preguntado  por  el  interrogatorio  sobre 
este  dicho  articulo  que  dice  lo  que  dicho  tiene,  y  se  remite  á  las  monjas  de  Alba. 

Al  séptimo  artículo  dice  que  muchas  cosas  ha  oído  decir  en  Alba  y  en  Medina 
del  Campo  á  sus  religiosas  que  parecen  manifiestos  milagros,  pero  que  en  todo  se 
remite  á  los  testigos  que  se  hallaron  presentes,  y  que  todo  lo  dicho  es  público  y 
notorio,  pública  voz  y  fama;  y  siéndole  leído  se  ratificó  en  ello  y  lo  firmo  de  su 
nombre.— Don  Fernando  — Obispo  de  Salamanca,  Fray  Domingo  Báñez,  pasó  ante 
mí  el  Licenciado  Juan  Casques  Notario  Apostólico.»  (Proceso  de  Salamanca  16  de 

Octubre  de  1591.) 

* 
*  * 

Nota.  Al  decir  aquí  el  P.  Fiáíiez  que  la  defendió  en  la  primera  fundación  <sin 
haberla  hasta  entonces  conocido  ni  visto»  no  se  contradice  con  lo  que  ha  respon- 
dido á  la  segunda  pregunta  diciendo:  «que  ha  veinte  y  nueve  años  que  conoció  á 
Doña  Teresa  de  Ahumada»,  pues  habiéndose  hecho  la  información  en  1591,  resultan 
los  veinte  y  nueve  años  transcurridos  desde  1562  que  se  hizo  la  fundación,  y  se  con- 
firma lo  que  ya  hemos  indicado  en  otra  parte,  á  saber,  que  el  limo.  Sr.  Yepes  se 
equivoca  al  afirmar  que  el  P.  Báñez  confesó  á  Santa  Teresa  por  espacio  de  veinte 
y  cuatro  años,  pues  desde  el  1562  hasta  1582  en  que  la  Santa  murió  solo  resultan 
veinte  años  en  que  la  confesó  ó  trató  con  ella  por  medio  de  cartas,  que  la  Santa  le 
dirigía,  consultándole  á  cada  paso  sobre  los  asuntos  de  su  Reforma. 

* 

«En  esta  declaración,  impresa  en  Burgos  (1909)  en  la  tipografía  de  <  El  Monte 
Carmelo,»  y  que  debimos  á  la  generosidad  del  Rvmo.  P.  Fr  Gregorio  de  San  José» 
aparece  una  cláusula,  cuya  autenticidad  no  puede  sostenerse  en  buena  crítica. 

De  esa  cláusula  se  deduce  evidentemente  que  el  P.  Báñez  no  pudo  testificar  más 
que  sobre  el  libro  de  la  Vida;  pero  «de  otros  tratados  y  libros  que  andan  impresos 
suyos,  no  puede  dar  testimonio  el  dicho  testigo,  porque  no  los  ha  leído,  ni  impresos  ni 
de  mano..." 

El  Sr.  La  Fuente  en  el  tomo  VI  edición  de  1881,  consigna  también  la  declaración 
prestada  en  Salamanca  en  1591  por  el  P.  Báñez,  y  no  constan  en  ella  las  anteriores 
palabras.  La  cláusula,  más  relacionada  con  ellas,  es  la  siguiente:  «ítem  digo:  que  en 
cuanto  á  sus  libros,  del  uno  de  ellos  puedo  decir  que  es  donde  ella  escribió  su  vida 
y  el  discurso  de  la  oración,  por  donde  Dios  la  había  llevado...» 

Como  se  ve,  en  esta  cláusula  se  limita  el  P.  Báñez  á  consignar  los  detalles  q  ue 


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estimó  oportunos,  respecto  al  libro  de  la  Vida,  sin  que  de  su  testimonio  pueda  infe- 
rirse en  buena  lógica  que  de  los  otros  tratados  y  libros,  impresos  ó  de  mano,  no  pueda 
dar  testimonio,  por  no  haberlos  leído. 

Desde  luego  es  imposible  sustraerse  á  la  impresión  de  que  estas  dos  cláusulas 
no  guardan  entre  sí  la  mejor  armonía,  y  que  ha  debido  haber  alguna  mano  peca- 
dora que,  al  sacar  copias,  ha  introducido  entre  otras  modificaciones  accidentales, 
una  negación  categórica  allí  donde  las  palabras  del  declarante  daban,  á  lo  más,  una 
base  negativa  para  formular  un  argumento  respecto  á  si  eran  conocidos,  ó  no,  del 
P.  Báñez  los  demás  libros  ó  tratados  de  la  Santa. 

Estando  ya  este  pliego  en  caja,  no  nos  es  posible  acudir  á  los  originales,  cuyo 
paradero  ignoramos,  para  salir  de  la  duda.  Por  otra  parte,  creemos  que  no  puede  en 
manera  alguna  sostenerse  que  al  P.  Báñez,  á  excepción  del  libro  de  la  Vida,  le  fue- 
ran desconocidos  los  demás  escritos  de  Santa  Teresa,  y  que  nunca  los  hubiera  leído 
ni  manuscritos  ni  impresos.  Ahí  está  en  prueba  de  ello  el  tratado  de  los  «Conceptos 
del  amor  de  Dios  .  El  original  se  conserva  en  el  convento  de  Descalzas  de  Alba  de 
Termes,  anotado  al  margen  de  puño  y  letra  del  P.  Báñez,  y  con  fecha  anterior  á  la 
de  la  declaración.  Consta  también,  en  forma  que  no  da  lugar  á  duda  razonable,  que 
al  P.  Báñez  se  debe  el  que  la  Santa  escribiera  el  Camino  de  Perfección,  y  la  misma 
Santa  en  el  prólogo  se  ha  encargado  de  decirnos  que  ese  libro,  antes  de  ir  á  parar 
á  manos  de  sus  monjas,  había  de  pasar  por  las  de  su  confesor,  que  era  el  P.  Báñez, 
y  no  es  de  creer  que  ese  fuera  tan  descortés  ni  que  la  mirara  con  tanto  despego  y 
desdén,  que  ni  siquiera  se  dignara  pasar  la  vista  por  un  libro,  cuya  iniciativa  era 
suya.  Véase  lo  que  sobre  el  particular  dejamos  consignado  en  las  páginas  159,  187 
y  183. 

Por  lo  demás,  difícil  es  convencer  á  nadie  de  que,  atendida  la  estrechísima  amis- 
tad que  existía  entre  Santa  Teresa  y  el  P.  Báñez,  y  la  grandísima  veneración  que 
éste  sentía  hacia  su  ilustre  penitenta,  no  se  tomara  ningún  interés  por  sus  escritos 
ni  los  buscara  con  ansia  para  recrear  su  espíritu  con  los  celestiales  aromas,  que  bro- 
tan de  todas  sus  páginas.  Este  grande  hombre  que,  según  su  propio  testimonio,  de- 
seaba ver  muerta  á  la  Santa,  para  que  no  se  malograra  tan  grande  tesoro  de  virtu- 
des, es  de  creer  que  se  miraría  en  sus  escritos  como  en  un  espejo  y  que  frecuen- 
taría su  lectura,  mucho  más  que  el  trato  personal. 


Declaración  del  P.  Fr.  Diego  de  janguas. 

«A  la  primera  pregunta  dijo:  que  cuando  este  testigo  trató  á  la  dicha  Madre  Te- 
resa de  Jesús,  era  ya  de  mucha  edad  y  no  sabe  quién  fueron  sus  padres  más  de  que 
oyó  decir  y  tuvo  por  cierto  eran  hidalgos  y  cristianos  viejos  é  oyó  decir  pública- 


—  636  — 

mente  en  Avila  é  conoció  á  sus  deudos  y  tenidos  por  tales  y  la  tuvt)  por  baptizada 
é  se  remite  al  libro  del  baptismo  y  en  lo  demás  la  conoció  é  trató  muy  familiar- 
mente por  más  de  ocho  años  hasta  que  murió,  siendo  preguntado  por  las  preguntas 
generales  dijo:  ser  de  edad  de  cincuenta  é  seis  años  poco  más  ó  menos  é  no  es  su 
pariente, 

A  la  segunda  pregunta  dijo:  que  sabe  la  pregunta  como  en  ella  se  contiene;  pre- 
guntado cómo  lo  sabe  dijo;  que  porque  tuvo  con  la  dicha  Madre  Teresa  de  Jesús 
muy  largo  é  particular  trato  é  co:nunicación  en  los  dichos  ocho  años  poco  más  ó 
menos,  porque  fué  su  confesor  é  con  quien  ella  trató  muy  particularmente,  é  por  la 
haber  tratado  é  comunicado  sabe  que  fué  mujer  de  grande  espíritu  é  que  trató  mu- 
cho con  Nuestro  Señor  mediante  la  oración  é  por  el  mesmo  medio  Nuestro  Señor 
trató  con  la  dicha  Madre  y  le  comunicó  muchas  cosas  de  su  servicio— de  las  cuales 
están  muchas  en  sus  libros  á  que  se  remiie,  é  parte  de  ellas  se  las  oyó  á  ella  misma 
é  las  que  él  (en  dicho)  tiempo  particularmente  sabe  por  se  las  haber  oido  á  la  dicha 
Madre  Teresa  de  Jesús  é  otras  haberse  hallado  presente  cuando  acontecieron,  es- 
pecialmente declaró  que  escribiendo  la  dicha  Madre  Teresa  de  Jesús  á  este  testigo, 
desde  Toledo  donde  ella  estaba,  á  Segoyia  donde  estaba  este  testigo,  que  le  dijese 
con  quién  se  confesaría  allí  en  Toledo,  el  testigo  le  respondió  que  se  confesase  con 
el  P.  Fr.  Diego  de  Yepes  que  era  en  la  dicha  sazón  Prior  de  la  Cisla  de  Toledo  y 
agora  es  confesor  del  Rey  Nuestro  Señor,  y  que  ella  le  había  enviado  á  llamar  al- 
gunas veces  para  el  dicho  efecto  y  que  no  vino,  y  que  visto  que  no  venía,  la  dicha 
Madre  Teresa  de  Jesús  lo  trató  con  Nuestro  Señor  en  la  oración  y  que  Nuestro  Se- 
ñor la  había  mandado  que  se  confesase  con  el  dicho  Doctor  Velázquez  que  era  en- 
tonces Canónigo  de  la  Santa  Iglesia  mayor  de  Toledo,  porque  así  convenía  é  que  á 
Fr.  Diego  de  Yepes  él  le  detenía  porque  quería  que  se  confesase  con  el  dicho  Doctor 
Velázquez  é  más  le  dijo  que  le  encomendase  á  Dios  la  dicha  Madre  Teresa  de  Jesús 
el  dicho  Doctor  Velázquez  é  que  vería  grandes,  cosas  lo  cual  después  se  pasó,  pues 
fue  Obispo  de  Osma  y  Arzobispo  de  Santiago  con  tanto  ejemplo  de  toda  España  é 
que  tratado  este  tiempo  con  el  dicho  P.  Fr.  Diego  de  Yepes  esto  que  aquí  ha  de- 
clarado, se  holgó  mucho  de  saberlo  é  dijo  á  este  testigo  que  él  deseaba  mucho 
irla  á  confesar  á  la  dicha  Madre  Teresa  de  Jesús  é  no  podía  saber  quien  se  lo  es- 
torbaba y  ansí  mismo  declaró  este  testigo  que  oyó  decir  á  la  dicha  Madre  que  es- 
tando en  la  oración  con  Nuestro  Señor  diciéndole  que  tenía  mucha  envidia  á  Santa 
María  Magdalena  por  lo  mucho  que  ella  había  amado  á  su  Majestad  y  porque  ha- 
bía sido  tan  grande  amiga  suya.  Nuestro  Señor  la  respondió:  Hija  á  esta  tuve  por 
amiga  viviendo  en  la  tierra  y  á  tí  te  tengo  por  amiga  agora  estando  en  el  cielo; 
otrosi  declaró  el  testigo  que  el  día  de  San  Alberto  que  la  dicha  Madre  estuvo  en  la 
fundación  de  la  casa  de  Segoviá  y  habiéndola  confesado  y  comulgado  este  testigo 
le  Ilain(')  á  un;i  rcjiíí'ia  del  coro  y  le  dijo  como  al  recibir  el  Santísimo   Sacramento 


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estuvieron  con  ella y  diciéndolc  Nuestro  Señor  Jesucristo  huélgate  con  él,  desa- 
pareció y  la  dicha  Madre  se  quedó  con  San  Alberto  y  encomendándole  los  negocios 
de  sus  conventos,  de  descalzos  y  descalzas  respondió  el  dicho  San  Alberto  ciertas 
palabras  que  por  ciertos  respetos  no  las  declara,  en  que  le  dio  á  entender  conforme 
á  la  declaración  que  á  este  testigo  le  dio,  que  por  el  buen  suceso  de  la  dichas  casas 
de  descalzos  y  descalzas,  era  menester  que  los  descalzos  y  descalzas  tuviesen  pre- 
lados por  si  distintos  de  los  mitigados  y  esto  se  ha  visto  por  la  experiencia.  Otro- 
sí declaró  que  el  mismo  año  día  de  San  Jerónimo,  partiéndose  la  dicha  madre  Te- 
resa de  Jesús  de  Segobia  para  Avila,  vino  á  la  Capilla  de  Santo  Domingo  que  está  en 
el  convento  de  Santa  Cruz  de  Segobia,  acompañándola  este  testigo  con  el  prior  y 
otros  padres  y  habiéndose  despedido  de  ellos  se  quedó  en  la  dicha  capilla  en  com- 
pañía de  este  testigo  y  dos  monjas  sus  compañeras  y  le  dijo  á  este  testigo  á  solas 
que  en  entrando  y  poniéndose  de  rodillas  se  le  apareció  Santo  Domingo  con  mucho 
resplandor,  y  entre  otras  palabras  regaladas  que  la  dijo  la  prometió  de  favore- 
cerla mucho  en  las  cosas  que  tocaban  de  sus  conventos  de  descalzos  y  descalzas 
y  este  testigo  la  vio  postrada  delante  del  altar  de  la  dicha  capilla  y  levantarse 
con   muchas  lágrimas,  que  entendió  ser  del  contento  que  tuvo  con  la  dicha  reve- 
lación y  que  de  allí  á  una  hora  poco  más  ó  menos  estándoia  confesando  este 
testigo  para  comulgarla  en   la  misa,  la  oyó  decir  que  Santo  Domingo  la  estaba 
allí  acompañando  á  su  mano  izquierda  y  que  estando  comulgando  á  la  misa  de 
este  testigo  y  por  su  mano,  supo  de  ella  que  la  había  acompañado  Cristo  nues- 
tro Señor  á  la  mano  derecha  y  Santo  Domingo  á  la  izquierda  y  que  volviéndose 
la  dicha  madre  á  hacer  reverencia  á  Cristo  Nuestro  Señor,  él  la  dijo  huélgate  con 
mi  amigo  y  así  se  desapareció  y  que  después  de  acabada  la  misa  diciéndole  este 
testigo  que  si  quería  gozar  de  aquella  capilla  que  se  fuese  á  tener  oración  á  la  ca- 
pillita  más  pequeña,  donde  está  un  Santo  Domingo  de  bulto,  la  dicha  madre  lo  hizo 
y  después  de  haber  estado  allí  postrada  como  un  cuarto  de  hora,  se  levantó  y  lla- 
mando á  este  testigo  le  dijo  ó  declaró  cómo  Santo  Domingo  estuvo  con  ella  grande 
rato  y  le  dijo:  grande  gozo  ha  sido  para  mí  venir  tu  á  esta  capilla  y  tú  no  has  per- 
dido nada  y  luego  le  comunicó  los  grandes  trabajos  que  allí  había  pasado  con  los 
demonios  y  las  grandes  mercedes  que  allí  le  había  fecho  en  la  oración  y  preguntán- 
dole la  dicha  madre,  por  qué  siempre  que  le  vía  se  le  aparecía  á  la  mano  izquierda, 
le  respondió  el  Santo  diciendo:  porque  la  mano  derecha  es  de  mi  Señor  y  allí  le  dijo 
á  este  testigo  que  aquella  imagen  de  bulto  que  está  en  la  capilla  es  el  verdadero  re- 
trato de  nuestro  padre  Santo  Domingo  y  esto  declara  á  la  dicha  segunda  pregunta. 
A  la  tercera  pregunta  dijo  que  la  sabe  la  dicha  pregunta.  Preguntado  cómo  la 
sabe,  dijo  que  así  lo  oyó  decir  á  otros  padres  algo  más  antiguos  que  él  que  se 
hallaron  presentes  en  la  ciudad  de  Avila  al  tiempo  que  este  testigo  estudiaba  en  su 
convento  de  Santo  Tomás  de  la  dicha  ciudad,  que  fué  al  tiempo  que  la  dicha  Madre 


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fundo  allí  el  primero  convento  de  descalzos,  que  se  llama  San  José  de  la  ciudad  de 
Avila  y  fué  el  primero  convento  de  todos  los  conventos  de  monjas  descalzas  car- 
melitas é  lo  susodicho  supo  este  testigo  después  por  la  relación  de  la  dicha  Madre 
Teresa  de  Jesús  y  en  lo  que  tocó  á  los  religiosos  descalzos  sabe  este  testigo  por 
relación  de  la  dicha  Madre  Teresa  de  Jesús  que  ella  misma  dijo  é  persuadió  á  Fray 
Antonio  de  Heredia  y  Fr.  Juan  de  la  Cruz,  que  eran  de  los  calzados  ó  mitigados  que 
se  descalzasen  y  fundasen  un  monasterio  de  frailes  descalzos  y  es  público...  que  los 
dichos  dos  padres  fueron  los  primeros  descalzos  carmelitas  que  comenzaron  á  fun- 
dar su  convento,  que  se  llama  el  lugar  donde  se  fundó  Duruelo  y  esto  por  orden  de 
la  dicha  Madre,  el  cual  dicho  monasterio  por  la  mayor  comodidad  del  lugar  y  con 
orden  de  la  dicha  Madre  le  pasaron  al  lugar  de  Mancera  de  Abajo,  donde  con  favor 
de  los  señores  de  Mancera  se  hizo  el  convento  que  está  en  el  dicho  lugar  de  Man- 
cera y  esto  declara  de  la  pregunta  y  es  lo  que  toca  al  fin  que  tuvo  en  emprender  la 
dicha  obra.  Sabe  este  testigo  por  relación  que  la  dicha  Madre  fué  con  intento 
de  fundar  monasterios  de  frailes  é  monjas  donde  se  guardase  la  regla  primitiva  del 
Carmen  sin  ninguna  mitigación  y  demás  de  esto  añadió  el  andar  descalzos  y  otras 
cosas  de  más  rigor  y  perfección  para  el  dicho  efecto. 

A  la  cuarta  pregunta  dijo  que  lo  que  sabe  de  ello  es  que  la  tuvo  por  tan  dotada 
de  fe  á  la  dicha  Madre  que  un  día  le  oyó  decir  que  en  esto  le  había  Dios  hecho  tan- 
ta merced  que  en  toda  su  vida  nunca  tuvo  primero  movimiento  contra  la  fe  y  que 
una  de  las  cosas  con  que  más  se  regalaba  era  con  creer  lo  que  no  via,  solo  por 
decirlo  Dios  y  su  Iglesia;  en  lo  que  toca  á  la  esperanza  dijo  que  bien  claro  se  echó 
de  ver  por  el  exceso  de  su  vida  y  obras,  especialmente  en  su  principio  este  testigo 
supo  por  relación  de  la  dicha  Madre  que  muchos  años  tuvo  grandísimas  ansias,  que 
con  sólo  mirar  al  cielo  quedaba  arrobada  é  sin  sentido;  y  en  lo  que  toca  á  la  cari- 
dad, que  siempre  la  tuvo  por  muy  dotada  y  por  este  amor  de  Dios  emprendió  las 
dichas  fundaciones  y  todos  los  trabajos  que  á  ello  puso,  y  particularmente  porque 
este  testigo  la  oyó  decir  que  muchos  años  tuvo  grandísima  sed  de  padecer  martirio 
por  la  fe  de  Cristo  y  la  oyó  decir  que  no  sólo  por  la  fe  de  Cristo,  sino  que  por  una 
sola  ceremonia  de  su  Iglesia  se  dejaba  ella  de  muy  buena  gana  quitar  la  vida  y  esto 
es  lo  que  sabe  é  declara  de  la  dicha  pregunta. 

A  la  quinta  pregunta  dijo  que  la  sabe  como  en  ella  se  contiene.  Preguntado  cómo 
lo  sabe,  dijo  que  por  haber  tratado  é  comunicado  mucho  tiempo  en  los  años  que 
tiene  declarado  en  las  preguntas  antecedentes  y  haber  sido  su  confesor  especial- 
mente acerca  de  la  humildad  declaró  este  testigo  haberla  oído  decir  que  ella  no 
podía  entender  có:i.o  hombre  que  conociese  á  Dios  podía  dejar  de  ser  humilde 
y  que  le  parecía  como  imposible  dejar  ella  de  ser  humilde  y  que  siempre  enten- 
dió de  ella  ser  muy  pobre  de  espíritu  y  castísima  y  tan  obediente  en  extremo  que 
cuando  los  confesores  le  mandaban  algo  no  quería  que  le  diesen  razón  porque  le 


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mandaban  y  en  lo  que  toca  á  la  penitencia  sabe  qne  todo  el  tiempo  que  tuvo  salud 
y  licencia  de  sus  confesores  la  hizo  muy  gr;inde  y  que  algunas  veces  oyó  decir  á  la 
misma  Madre  Teresa  de  Jesús  los  rigores  de  penitencia  los  tomaba  muchas  veces 
para  descansar  de  la  gran  fuerza  que  interiormente  la  hacía  el  amor  de  Dios  hacer 
ó  padecer  algo  por  él  y  por  la  haber  tratado  y  comunicado  sabe  lo  que  dicho  tiene. 

A  la  sexta  pregunta  dijo  que  la  sabe  como  en  ella  se  contiene  y  particularmente 
sabe  de  muchos  interiores  y  exteriores  trabajos  que  tuvo  la  dicha  Madre,  así  de  los 
demonios  que  la  maltrataban,  como  de  hombres  que  la  persiguieron  y  levantaron 
muchos  falsos  testimonios  todo  lo  cual  ella  llevaba  con  gran  paciencia  y  tranqui- 
lidad y  este  testigo  la  oyó  que  para  que  ella  quisiese  mucho  á  una  persona  no  era 
menester  más  que  hacerla  mal  y  perseguirla  y  que  en  los  trabajos  no  le  pesaba  á 
ella  por  sí  sino  por  sus  enemigos  y  que  si  Dios  les  diera  á  ellos  el  ánimo  que  á  ella 
le  había  dado,  ninguna  cosa  sintieran;  especialmente  sabe  que  la  dicha  Madre  era 
tan  amiga  de  padecer  trabajos  que  traía  como  por  blasón  ó  tipo  este  dicho  ó  morir 
ó  padecer  y  también  le  oyó  decir  algunas  veces:  el  padecer  no  tiene  necesidad  de 
otro  fin  sino  padecer  por  padecer  y  especialmente  se  acuerda  este  testigo  que  aca- 
bada la  fundación  del  convento  de  Segovia,  se  fué  la  dicha  Madre  al  convento  de 
San  José  de  Avila  á  donde  este  testigo  la  visitó  un  día  de  la  fiesta  de  San  Bartolomé 
y  le  contó  cómo  algún  tiempo  antes  un  día  de  la  Natividad  de  Nuestro  Señor  sa- 
liendo ella  del  coro,  el  demonio  la  arrojó  con  tanta  fuerza  muchos  escalones  abajo 
que  le  quebró  el  brazo  izquierdo  y  diciendo  ella  á  Nuestro  Señor.  «Válgame  Dios 
Señor»  éste  matarme  quiso,  le  respondió  Dios  Nuestro  Señor  con  ima  habla  interior 
«así  quiso  pero  estaba  yo  contigo»  y  se  acuerda  este  testigo  que  el  dicho  día  de 
San  [Bartolomé,  estándole  ella  contando  los  muchos  dolores  que  había  padecido  des- 
pués las  veces  que  le  habían  desconcertado  y  concertado  el  brazo  para  componér- 
sele le  dijo  estas  palabras:  «Reverendo  padre,  ¿habrá  cuerpo  humano  hoy  vivo  que 
tanto  mal  haya  padecido  como  este  mío?  y  esto  es  lo  que  sabe  de  esta  pregunta. 

A  la  séptima  pregunta  dijo  que  de  oídas  es  público  é  notorio  que  es  difunta  ó  pa- 
sada de  esta  presente  vida  é  sabe  por  cierto  ser  difunta,  porque  vio  su  cuerpo  des- 
pués de  difunta  muy  particularmente  en  la  villa  de  Alba  á  donde  también  sabe  que 
al  presente  está  el  dicho  cuerpo  é  fué  público  que  murió  en  el  monasterio  de  las  des- 
calzas de  la  villa  de  Alba,  pero  que  cuando  murió  y  lo  que  acaeció  en  su  muerte  se 
remite  á  las  personas  que  en  la  dicha  villa  de  Alba  estuvieron  á  su  muerte  ó  divi- 
nos oficios  y  entierro  é  funerales  y  esto  declara  de  la  pregunta.  A  la  octava  pre- 
gunta dijo  que  dice  lo  que  dicho  tiene  y  que  de  vista  no  sabe  cosa  cierta. 

A  la  novena  pregunta  dijo  que  no  sabe  este  testigo  de  milagro  ninguno  que  la 
dicha  Madre,  después  de  muerta  haya  obrado  en  terceras  personas,  aunque  ha  oido 
también  decir  de  muchos  pero  este  testigo  tiene  por  particular  milagro  el  conser- 
varse su  santo  cuerpo  tan  entero  y  con  tanta  fragancia  y  ci  oleo  que  sale  de  él 


—  640  - 

como  consta  de  tantos  lienzos  tenidos  en  el  dicho  oleo  como  se  dá  y  tiene  por  tanta 
fama,  y  particularmente  vio  este  testigo  que  un  poquito  de  lienzo  que  él  tenía 
teñido  en  la  sangre  de  la  dicha  Madre  de  la  que  le  salió  de  un  flujo  de  sangre  que 
tuvo  al  tiempo  de  su  muerte  Mas  tres  ó  cuatro  meses  después  de  muerta  untán- 
dolo con  otros  lienzos  los  teñía,  aunque  no  tanto  como  él  estaba  y  también  oyó  decir 
este  testigo  que  en  el  convento  de  las  descalzas  de  Alba  á  la  superiora  que  era  el 
año  próximo  pasado  94  que  se  llama  Sor  Madaiena  Encarnación  que  algunos  meses 
antes  pasando  por  allí  un  Padre  definidor  que  se  llama  Fr.  Juan  de  Jesús  de  la  dicha 
Orden  en  presencia  del  y  de  muchas  monjas  que  de  intento  dieron  un  rasguño  en 
una  parte  del  dicho  cuerpo  y  en  presencia  de  todos  salió  sangre  tan  pura  que  la 
cogieron  en  un  paño  y  la  llevó  el  dicho  Padre  á  Madrid  y  se  remite  al  dicho  del 
dicho  Padre  Definidor  y  Priora  y  monjas  y  esto  sabe  de  la  pregunta.  (Proceso  de 
Avila,  tomo  II.) 

Nota.  Tenemos  gusto,  y  cumplimos  á  la  vez  un  deber,  en  consignar  aquí, 
que  tanto  esta  declaración  del  V.  Yanguas  como  la  mayor  parte  de  las  que  siguen 
á  ésta,  sacadas  del  proceso  de  canonización  de  Santa  Teresa  en  Avila,  las  debemos 
á  la  reconocida  bondad  del  limo.  Sr.  Obispo  de  esta  Diócesis  Dr.  D.Joaquín  Beltrán, 
ni  es  justo  omitamos  tampoco  el  manifestar  nuestra  gratitud  al  Licdo.  D.  Calixto 
Fournier,  Notario  antiguo  de  esta  Curia  Episcopal,  que  nos  sirvió  con  exquisita 
amabilidad  en  este  punto.  Y  ya  que  consagramos  estas  líneas  á  manifestar  nuestro 
agradecimiento  á  tan  respetables  personas,  séanos  lícito  manifestar  también  nues- 
tro agradecimiento  al  benemérito  y  antiguo  párroco  en  Filipinas  M.  R.  P.  Fr.  Galo 
Mínguez,  incansable  en  copiar  no  solo  las  sobredichas  declaraciones,  sino  todo 
cuanto  ha  podido  servir  para  glorificar  á  Santo  Domingo  y  á  su  Orden  en  las  rela- 
ciones con  la  mística  Doctora  Santa  Teresa  de  Jesús. 

111 

Declaración  de  Fr.  Juan  de  lYloníaluo,  Predicador  del  Monasterio  de 
Santo  Tomás  de  fluila  1595. 

«A  la  primera  pregunta  dijo:  Que  no  conoció  á  la  Madre  Teresa  de  Jesús  mas  de 
haber  oído  decir  fué  natural  de  Avila.  Preguntado  si  sabe  que  haya  obrado  nuestro 
Señor  algunos  milagros  después  de  muerta  la  Madre  Teresa  de  Jesús  por  medio  de 
su  cuerpo  ó  reliquias  de  cosas  suyas,  ó  en  vida  queriendo  mostrar,  cuan  sicrva  suya 
era,  dijo:  Que  caminando  á  Valladolid  por  Abril  del  95,  en  compañía  de  unos  foras- 
teros que  venían  de  Madrid,  uno  de  los  cuales  era  cierto  hidalgo  que  se  llamaba  Pe- 
dro Diaz  del  Villar,  natural  de  San  Martín  de  Valdciglesias  y  que  vive  en  Mansilla 
tres  leguas  de  León  y  llegando  á  Boccillo  parando  en  un  pilón  que  está  para  dar  á 
beber  las  bestias,  un  macho  en  que  este  testigo  iba  se  arrojó  en  el  pilón  y  habién 


—  t541  — 

dose  de  romper  la  cabeza  en  la  testera  del  mismo  pilón  que  es  de  piedra,  dijo:  <  Jesús 
sea  conmigo»  acordándose  interiormente  de  la  Santa  Madre  y  de  las  reliquias  que 
llevaba  suyas.  Se  estuvo  el  macho  quedo  con  admiración  de  todos  hasta  que  llegó 
el  mozo  que  este  testigo  llevaba  y  ayudó  á  salir  á  este  testigo  quedando  colgado  de 
un  estribo  hasta  ser  socorrido  de  dicho  mozo  y  demás  compañía  que  allí  estaba  y  se 
halló  libre  y  sano  con  espanto  de  todos  y  testifico  á  todos  aquel  milagro  había  obra- 
do Nuestro  Señor  con  este  testigo  por  razón  é  intercesión  de  la  dicha  Santa  Madre 
Teresa  de  Jesús.  Y  se  acuerda  haber  oido  decir  al  dicho  P.  M.  Fr.  Diego  de  Peredo 
de  la  Orden  de  Santo  Domingo,  Prior  que  al  presente  es  de  San  üinés  de  Tala- 
vera,  que  siendo  Prior  en  Santo  Tomás  de  Avila  Fr.  Diego  de  Chaves  y  Prio- 
ra de  la  Encarnación  de  Avila  la  dicha  Madre  Teresa  de  Jesús,  yendo  forzado  por 
la  obediencia  á  dicho  convento  de  monjas  el  dicho  Fr.  Diego  de  Peredo,  por  no  ir 
prevenido,  halló  en  un  locutorio  á  la  dicha  Santa  Madre  que  le  estaba  aguardando 
y  sonriéndose  como  persona  que  entendía  traía  la  dicha  congoja,  le  preguntó  de  que 
venía  tan  congojado,  y  á  la  instancia  que  le  hizo  le  fué  fuerza  declarar  como  era 
por  venir  forzado  de  la  obediencia  del  Superior  sin  haber  estudiado  ni  aun  visto  el 
Evangelio.  Ella  le  dijo  la  reconciliase  y  dijese  misa  y  comulgase  y  que  fiase  de  Dios 
Nuestro  Señor  que  le  daría  qué  decir  y  hizo  lo  que  la  Madre  le  pidió  y  puesto  en 
el  pulpito  se  halló  con  nuevo  ánimo  y  espíritu  no  experimentado  hasta  entonces  y 
concluido  el  sermón  y  viéndose  con  la  Madre  le  dijo  sonriéndose  que  había  hecho 
sermón  tal  que  no  le  haría  mejor  en  su  vida  y  que  aprendiera  á  predicar  con  la  obe- 
diencia y  cuan  bueno  er?.  fiar  de  la  misericordia  de  Dios,  y  échase  de  ver  haber  sido 
lo  susodicho  negocio  del  cielo,  porque  dice  el  dicho  P.  M.  Peredo  que  después  acá 
habiendo  hecho  diferentes  actos  para  acordarse  de  lo  que  entonces  predicó,  habien- 
do de  predicar  aquel  mismo  Evangelio  jamás  se  ha  podido  acordar  de  palabra  nin- 
guna con  desearlo  mucho,  y  lo  que  ha  dicho  es  verdad  para  el  juramento  hecho.— 
Fr.  Juan  de  Montalvo.  (Proceso  de  Avila,  Tomo  II.) 


Declaración  del  U.  Fr.  Juan  de  Arcediano,  Prior  del  Conuenío  de 

Santo  Tomás. 

A  la  primera  pregunta  dijo  que  habrá  cincuenta  años  que  este  testigo  tuvo  no- 
ticia de  la  dicha  Santa  Madre  Teresa  de  Jesús,  siendo  monja  en  el  dicho  Convento 
de  la  Encarnación,  siendo  este  testigo  conventual  en  el  dicho  Convento  de  Santo 
Tomás  de  Avila,  y  esta  noticia  tuvo  de  padres  muy  graves  y  religiosos  de  dicho 
Convento,  que  la  confesaban  y  trataban  espiritualmente  é  publicaban  ser  una  muy 
buena  é  gran  religiosa  y  este  testigo  sabe  esta  noticia  se  ha  hecho  mayor  después 
acá  coi:  los  grandes  y  heroicos  sucesos  que  tuvo:  porque  en   Burgos  siendo  Prior 

41 


—  642  — 

este  testigo  del  monasterio  de  San  Pablo  de  la  dicha  Ciudad  de  Burgos,  la  trató  y 
comunicó  este  testigo  habrá  veinte  y  tres  años  poco  más  ó  menos  yendo  á  fundar  la 
dicha  Santa  Madre,  como  fundó,  el  monasterio  de  monjas  que  allí  hay, en  el  cual  este 
testigo  á  instancia  de  la  dicha  Santa  Madre,  dijo  la  primera  misa  é  puso  el  Santí- 
simo Sacramento,  con  muy  solemne  fiesta  y  hallándose  presente  el  Sr.  D.  Cristóbal 
Vela,  arzobispo  de  la  dicha  ciudad,  y  que  sabe  por  ser  ansí  cosa  notoria,  que  fué  na- 
tural de  esta  ciudad  de  Avila  é  hija  de  padres  nobles,  y  que  fué  la  fundadora  de  la 
nueva  reformación  de  carmelitas  descalzos,  ansí  religiosos  como  religiosas. 

A  la  segunda  pregunta  dijo  que  como  dicho  tiene,  tiene  gran  noticia  de  la  dicha 
Santa  Madre  y  la  trató  y  comunicó  mucho  en  la  dicha  ciudad  de  Burgos  y  siempre 
la  tuvo  por  mujer  de  gran  santidad  y  virtud  é  por  persona  de  grande  espíritu  y 
mucha  oración  é  penitencia,  y  adornada  de  las  demás  virtudes  que  la  pregunta  dice 
y  esto  ha  sido  y  es  fama  pública  en  esta  ciudad  y  en  todas  las  demás  partes  de 
estos  reinos  á  donde  este  testigo  ha  estado,  y  ansí  lo  ha  visto  tratar  comunmente 
á  todo  género  de  gente  y  estados  y  especialmente  lo  ha  visto  tratar  á  muchos  y  gra- 
ves religiosos  de  gran  virtud  de  la  Orden  de  Predicadores  que  la  trataron  y  confe- 
saron, de  manera  que  él  en  esto  no  ha  visto  ni  oído  poner  en  duda  sino  que  es  una 
verdad  muy  asentada. 

A  la  tercera  pregunta  dijo  que  dice  lo  que  dicho  tiene  en  la  pregunta  antes  de 
esta,  é  por  lo  que  ha  dicho  sabe  ser  verdad  y  cosa  muy  pública  y  notoria  todo  lo 
contenido  en  la  pregunta  y  el  dicho  libro  que  ella  escribió  le  ha  visto  é  leído  este 
testigo  y  se  muestra  bien  su  grande  santidad  y  el  espíritu,  y  gozar  de  grandes  ayu- 
das particulares  y  socorros  de  Dios  Nuestro  Señor,  y  le  ha  edificado  mucho  el  dicho 
libro  y  le  ha  visto  optimar.  Como  es  razón  y  es  cosa  muy  notoria  estar  su  cuerpo 
incorrupto  y  manar  óleo  como  se  lo  han  dicho  graves  personas  fidedignas. 

A  la  cuarta  pregunta  dijo  que  por  las  razones  que  dichas  tiene,  sabe  que  la  di- 
cha Santa  Madre  Teresa  de  Jesús  ha  sido  y  es  venerada  como  santa  y  lo  mismo  sus 
reliquias,  ansí  por  esta  ciudad  como  en  las  partes  donde  este  testigo  ha  estado,  y 
nombrándola  santa  y  encomendándose  á  ella,  y  este  testigo  la  ha  tenido  é  tiene  por 
tal  santa  y  se  encomienda  á  ella  con  toda  seguridad,  y  esta  devoción  es  común  y 
general,  como  dicho  tiene  y  es  la  verdad  para  el  juramento  hecho,  etc.  (Proceso  de 
Avila,  tomo  II.) 

V 

Declaración  del  P.  Alonso  de  earuajal,  Prior  del  Monasterio  de  Santo 

Tomás  de  fluila. 

Al  segundo  articulo  del  Fiscal  dijo:  que  su  nombre  es  Fr.  Alonso  de  Carvajal  de 
la  Orden  de  Predicadores,  natural  de  la  ciudad  de  Plasencia,  hijo  de  Basco  de  Car- 
vajal é  de  doña  l-rancisca  de  Bocancgra,  caballeros  principales  de  la  dicha  ciudad  y 


-643- 

que  es  Presentado  é  Predicador  general  de  la  Provincia  de  España  é  Prior  al  pre- 
sente del  Real  Convento  de  Santo  Tomás  de  Aquino,  Universidad  aprobada  por  Su 
Santidad,  del  Orden  de  Predicadores  de  esta  ciudad  de  Avila  y  lo  ha  sido  de  otros 
muchos  de  ella,  por  espacio  de  22  años  continuos,  entre  los  cuales  fueron  el  de  la 
ciudad  de  Mérida  en  Extremadura,  de  la  ciudad  de  León,  é  de  la  ciudad  de  Trugillo 
é  de  la  ciudad  de  Plasencia  é  de  Santo  Tomás  de  Madrid,  é  de  la  ciudad  de  Toro, 
é  de  la  ciudad  de  Vitoria  y  otros  é  Vicario  Provincial  del  Reino  de  Galicia  é  De- 
finidor de  la  Provincia  del  Reino  de  Castilla  y  es  de  edad  de  59  años. 

Al  artículp  primero  del  Rótulo  dijo  este  testigo,  que  sabe  ser  así  verdad  todo  lo 
en  él  contenido  porque  es  público  y  notorio  é  de  ello  hay  pública  voz  é  fama  é  no 
dudosa  creencia  y  opinión  é  este  testigo  nunca  ha  oido  cosa  alguna  en  contrario, 
fuera  de  esta  común  opinión.  Sabe  que  los  padres  de  la  Santa  Madre  fueron 
personas  nobles  é  conocidamente  principales,  lo  que  sabe  porque  Rodrigo  Sán- 
chez de  Cepeda,  hermano  de  Alonso  Sánchez  de  Cepeda,  padre  de  la  Santa  Madre 
casó  en  Plasencia  con  doña  Isabel  de  Carvajal,  tia  de  este  testigo,  hermana  de  su 
padre,  por  donde  tiene  noticia  de  la  nobleza  de  sus  padres  de  la  dicha  Santa  Madre. 

Al  diez  y  siete  artículo  dijo:  que  sabe  que  la  Santa  Madre,  deseosa  de  no  ser  en- 
gañada del  demonio,  comunicó  su  espíritu,  oración  y  llamamiento  de  Nuestro  Señor 
con  muchas  personas  graves  é  doctas  de  la  Orden  de  Santo  Domingo  é  nc>mbrada- 
mente  con  el  P.  M.  Fr.  Domingo  Báñez,  Catedrático  de  Prima  de  la  Universidad  de 
Salamanca  y  con  el  P.  M.  Fr.  Pedro  Fernández,  Comisario  Apostólico  de  toda  la 
Orden  de  Carmelitas  y  con  el  P.  M.  Fr.  Diego  de  Yanguas,  Regente  del  Colegio  de 
San  Gregorio  de  Valladolid,  todos  tres  personas  de  gran  cuenta  en  letras  y  espíritu 
de  la  Orden  de  Santo  Domingo,  de  los  cuales  sabe  este  testigo  haber  sido  aprobado 
el  espíritu  de  la  Santa  Madre  y  conocido  y  predicado  por  espíritu  conocidamente 
bueno,  según  y  de  Dios;  todo  lo  cual  sabe  por  haberlo  así  oido  decir  común  é  pu- 
blicamente en  su  religión  é  más  en  particular  al  sobredicho  padre  Fr.  Pedro  Fer- 
nández, á  quien  algunas  veces  en  los  Capítulos  Conventuales  oyó  decir  mucho  bien 
de  la  Santa  Madre  Teresa  é  de  la  reformación  que  había  hecho,  é  á  otras  personas 
ha  oido  decir  lo  mismo. 

Al  artículo  cincuenta  y  seis  dijo  el  testigo  que  ha  leido  la  mayor  parte  de  la 
Vida  y  relaciones  que  la  Santa  Madre  Teresa  de  Jesús  escribió  é  los  grandes  favo- 
res é  mercedes  que  nuestro  Señor  la  hizo  por  medio  de  la  oración  vocal  y  mental 
y  algunos  pedazos  de  lo  demás  que  escribió,  é  dice  que  la  doctrina  del  la  tiene  por 
católica  é  sana  é  dicha  con  una  sinceridad  santa  y  buena,  como  de  mujer  en  quien 
Dios  moraba  y  á  quien  alumbraba,  y  aunque  tiene  algunas  proposiciones  sinceras  é 
llanas  sin  formalidades  de  Teología,  á  las  cuales  no  estaba  la  Santa  obligada  como 
mujer  que  no  la  estudió,  no  contienen  ni  error  ni  cosa  ofensiva  á  quien  con  sana  in- 
tención y  como  ella  las  escribió  las  lee  y  rescibe:  Tiene  ansí  mesmo  este  testigo  la 


-  644  — 

doctrina  de  otro  libro,  parte  de  ella,  portan  alta  y  subida  que  sino  fuera  haberla 
dicha  Santa  Madre  esperimentado  tan  diferentes  modos  de  contemplación,  no  lo  su- 
piera decir,  como  este  testigo  por  su  flaqueza  no  sabe  entender  muchos  de  ellos  é 
se  le  pasan  de  vuelo  sin  alcanzarlos,  é  ansí  mesmo  que  las  revelaciones  sean  verda- 
deras cuantas  la  dicha  Santa  Madre  dijo  no  tiene  este  testigo  duda,  pues  no  la  tiene 
de  su  santidad,  de  la  cual  no  respondiera  si  faltara  á  las  revelaciones  algo  de  ver- 
dad, é  no  le  ofende  haber  dicha  Santa  Madre  escrito,  lo  uno  porque  fué  mandada  por 
sus  confesores,  siendo  como  ella  fué  y  se  ve  en  su  vida  notablemente  obediente, 
virtud  en  la  cual  resplandece  con  grandes  extremos  é  la  tiene  este  testigo  por  obe- 
diente en  acto  muy  heroico:  lo  otro  porque  la  gloriosa  Santa  Catalina  de  Sena  en 
sus  libros  que  hizo  poner  muchas  revelaciones  é  las  que  no  puso  é  las  mercedes 
que  Dios  la  hizo  que  no  escribió,  las  dijo  á  sus  confesores  y  ellos  las  escribieron 
porque  conocida  la  vida  de  la  Santa  no  ponían  duda  en  ninguna  de  esas  cosas  y  así 
las  escribían  como  ella  las  decía,  y  ansí  pues  es  tan  poca  la  diferencia  que  hay  entre 
escribirlas  ella  por  obediencia  ó  decirlas  á  quien  las  pudiera  escribir  y  si  eso  nunca 
se  tuvo  por  malo  ni  por  indecente,  no  parece  que  se  ha  de  tener  tan  poco  por  tal 
escribirlas  la  dicha  Santa  Madre  Teresa  de  Jesús,  especialmente  que  esto  arguye 
una  sinceridad  muy  grande  é  santa  fuerza  de  que  esto  para  la  Santa  le  fué  muy 
grande  mortificación  el  mandarla  escribir  su  vida  é  quisiera  mucho  más  que  la  man- 
daran escribir  sus  pecados,  como  lo  dá  á  entender  en  el  principio  del  libro  de  su 
Vida  y  el  provecho  que  estos  libros  hacen  estima  mucho  este  testigo  por  lo  que  en 
su  alma  ha  sentido,  habiéndolos  leido  con  ser  tan  grande  pecador  finiendo  esta  doc- 
trina por  tal  é  tan  alta  para  encender  cualquier  corazón  por  helado  que  esté  é  para 
engendrar  en  él  unos  muy  grandes  deseos  de  servir  á  Nuestro  Señor  que  parece  que 
facilita  á  cualquier  cristiano  el  camino  de  mayor  perfección  é  santidad.  E  que  este 
testigo  ya  como  hombre  hecho  que  ha  servido  á  su  religión  lo  más  de  su  vida,  se 
quiere  recoger  á  tratar  con  más  veras  de  la  salvación  de  su  alma  y  tener  cuidado 
con  toda  su  conciencia,  habiéndole  tenido  tantos  años  de  las  ajenas  y  á  esto  le  ha 
incitado  mucho  este  santo  libro  é  procura  de  llevarle  consigo,  como  el  que  mejor  le 
ha  parecido  para  prosecución  de  estos  intentos  y  esto  ha  dicho  para  gloria  de  Dios 
y  de  su  Santa  Sierva  y  es  lo  que  siente  acerca  de  este  artículo... 

Artículo  ciento  quince  dijo:  que  siendo  este  testigo  mozo,  á  los  18  ó  19  años  de 
edad,  en  los  principios  de  su  profesión  oyó  haber  diferentes  opiniones  de  la  santidad 
de  la  Santa  Madre  Teresa  de  Jesús  y  que  algunos,  dudaban  de  ella,  y  al  cabo  de 
algún  tiempo  oyó  este  testigo  que  generalmente  en  esta  provincia  de  España  de  la 
dicha  su  Orden  estaba  reputada  por  mujer  santa  y  esto  nacía  de  los  testimonios 
que  de  ella  daban  padres  de  la  misma  Orden,  gravísimos  é  doctísimos  y  así  ha  visto 
que  mientras  vivió  fué  generalmente  recibida  por  santa  c  como  tal  venerada  de 
todas  las  personas  graves  de  esta  religión  de  Predicadores  y  ansí  mismo  de  las 


—  645  - 

de  estos  reinos  más  graves  é  principales  y  de  los  demás  estados,  sin  que  después 
del  dicho  tiempo  oyese  decir  cosa  que  fuese  en  contrario  ó  menoscabo  de  su  mucha 
santidad,  y  esto  es  público  y  notorio  y  de  ello  hay  pública  voz  é  fama  y  más  en 
particular  oyó  decir,  como  arriba  tiene  dicho  en  el  artículo  diez  y  siete,  al  P.  M.  Fray 
Pedro  Fernández, Comisario  Apostólico,  grandes  alabanzas  déla  virtud  é  vida  heroi- 
ca de  la  dicha  Santa  Madre. 

Al  artículo  ciento  diez  y  seis  dijo:  que  este  testigo  tiene  á  la  dicha  Santa  Madre 
por  mujer  celestial  é  m  lagrosa  y  que  ha  invocado  su  socorro  y  auxilio  en  necesi- 
dades que  se  le  han  ofrecido  y  que  por  tenerla  en  esta  figura  trae  consigo  un  pañito 
blanco  con  que  estaba  envuelto  el  brazo  de  la  dicha  Santa  en  el  Convento  de  las 
monjas  Descalzas  Carmelitas  de  la  Villa  de  Alba,  cuando  como  dicho  tiene  en  el  ar- 
ticulo noventa  é  siete,  vio  y  adoró  el  dicho  brazo  el  cual  brazo  tuvo  en  sus  propias 
Pílanos  y  le  adoró  besándole  é  puniéndole  sobre  ojos  y  cabeza  puesto  de  rodillas  y 
á  la  sazón  entró  alguna  cantidad  de  gente  así  hombres  como  mujeres  é  la  adoraron 
en  la  misma  forma  que  este  testigo. 

VI 

Declaración  del  P.  Fr.  Gabriel  de  Ludeña. 

Al  artículo  segundo  del  fiscal,  dijo  que  su  nombre  es  Fr.  Gabriel  de  Ludeña  y  es 
natural  del  lugar  de  Robledo  de  Chávela  del  Arzobispado  de  Toledo,  hijo  legíti  no 
de  Antonio  Jiménez  de  Ludeña  y  de  Catalina  Sanz  y  que  este  testigo  es  graduado 
de  maestro  en  santa  teología  y  la  ha  leído  en  el  dicho  convento  de  Santo  Tomás 
algunos  años,  ya  siendo  prior  de  él  y  de  otras  partes  y  al  presente  es  rector  del  cole- 
gio de  San  Gregorio  de  Valladolid,  y  que  ha  tomó  el  hábito  de  Santo  Domingo, 
41  años  en  el  dicho  convento  de  Santo  Tomás  y  es  de  edad  de  58  años  poco  más  ó 
menos. 

Al  artículo  primero  (del  Rótulo)  dijo  que  hace  46  años  poco  más  ó  menos,  que  en- 
tró á  vivir  en  esta  ciudad  de  Avila,  en  la  cual  ha  estado  en  diversos  tiempos  30  años 
y  más,  en  ese  tiempo  ha  oído  decir  que  la  Santa  Madre  Teresa  de  Jesús  fué  natural 
de  esta  ciudad  de  Avila,  nacida  y  criada  en  ella  y  ansí  es  público  y  notorio  sin  sa- 
ber cosa  en  contrario. 

A  los  artículos  quince  y  dieciseis,  dijo:  (^ue  siempre  ha  oido  tratar  y  hablar  muy 
bien  é  con  grande  encarecimiento  ansí  á  muchos  padres  muy  graves  de  este  hábito 
como  á  otras  personas  seculares,  de  la  vida  y  santidad  de  la  dicha  sierva  de  Dios 
Teresa  de  Jesús  y  de  su  grande  penitencia  y  rigor  de  vida  y  de  su  gran  caridad  é 
ferviente  oraci  mi,  y  por  tal  la  han  tenido,  tienen  así  en  vida  como  después  de  su 
nuierte  y  con  grandes  ventajas  de  santidad,  todos  los  religiosos  que  la  alcanzaron 
á  conocer  del  dicho  convento  de  Santo  Tomás  de  Avila  y  todos  los  que  la  conocie- 


-646- 

ron  y  la  han  oido  nombrar,  claman  que  es  santa,  y  muy  grande  santa,  y  por  tal  es 
tenida  y  aprobada  con  un  afecto  muy  grande. 

En  el  corazón  de  todos,  ansí  religiosos  como  no  religiosos  es  la  fama  que  en  vida 
y  en  muerte  ha  tenido  y  tiene  comunmente  la  dicha  Santa  Madre. 

Al  artículo  diecisiete,  dijo:  Que  lo  que  del  sabe  que  la  dicha  Santa  Madre  Tere- 
sa de  Jesús  trataba  su  conciencia  y  vida  con  padres  muy  doctos  y  espirituales  de  la 
dicha  orden  de  Santo  Tomás,  en  especial  con  el  P.  Fr.  Domingo  Báñez,  catedrático 
de  Prima  en  la  de  teología  de  la  escuela  de  Salamanca  y  con  otros  padres  del  refe- 
rido convento  de  Santo  Tomás,  los  cuales  hablaban  de  ella  como  de  persona 
muy  santa  y  de  vida  muy  espiritual  y  nunca  ha  oido  á  personas  cristianas  y  reli- 
giosas y  doctas  hablar  en  contrario  de  esto.  Todo  lo  cual  sabe  porque  así  lo  oyó 
decir  y  tratar  á  muchos  de  los  dichos  padres,  personas  graves  y  religiosas  de  mu- 
cha verdad,  crédito  y  esto  responde. 

Al  artículo  dieciocho,  dijo:  lo  que  sabe  es  que  la  dicha  Santa  MadreTeresa  de  Je- 
sús fué  fundadora  de  la  sagrada  religión  de  la  reformación  de  los  frailes  y  monjas 
Descalzos  de  la  Orden  del  Carmen  y  fundó  en  esta  ciudad  de  Avila  el  santo  con- 
vento de  San  José,  que  fué  el  primero  que  fundó  sobre  la  cual  fundación  oyó  este 
testigo  decir  después  acá  á  muchas  personas  las  grandes  y  muchas  persecuciones, 
que  la  dicha  Santa  Madre  padecía  en  esta  ciudad  y  que  todas  ellas  las  sufrió  con 
mucha  paciencia  y  salió  con  su  intento  y  fundación  como  es  notorio. 

Artículo  treinta  y  ocho,  dijo:  que  sabe  por  haberlo  oido  decir  por  cosa  pública  y 
manifiesta,  que  la  dicha  Santa  Madre  Teresa  de  Jesús,  tomó  el  hábito  de  religiosa 
en  el  convento  de  la  Encarnación  de  esta  ciudad  de  Avila  de  la  sagrada  orden  de 
Nuestra  Señora  del  Carmen,  después  fué  Priora  siendo  Visitador  apostólico  de 
aquella  religión  el  P.  M.  Fr.  Pedro  Fernández,  de  buena  memoria.  Provincial  que 
fué  de  esta  provincia  de  Castilla  de  la  Orden  de  Santo  Domingo. 

Al  artículo  cincuenta  y  seis,  dijo  que  este  testigo  ha  oido  decir  de  la  mucha  eru- 
dición espiritual  de  los  libros  que  escribió  la  dicha  Santa  Madre,  pero  no  puede  de 
esto  testificar  por  no  los  haber  leído,  mas  de  solamente  un  pedazo  de  uno,  lo  cual 
le  parecía  muy  bien. 

Al  noventa  y  siete  dijo:  que  si  bien  se  acuerda  hará  cosa  de  25  años,  poco  más 
ó  menos  que  vi  el  santo  cuerpo  de  la  dicha  sierva  de  Dios  en  el  dicho  convento  de 
San  José  de  esta  ciudad  que  le  mostraban  por  cosa  milagrosa  y  santa  y  después  acá 
ha  oido  decir  que  su  cuerpo  se  guarda  como  reliquia  de  santa  y  esto  responde. 

VII 

Declaración  del  P.  Fr.  Juan  de  fllarcón. 

Al  articulo  segundo  de!  fiscal,  dijo:  que  es  natural  del  obispado  de  Cuenca  del 


—  647- 

lugar  de  Valvcrdc,  hijo  de  Pedro  de  Alarcón  y  de  María  Jiménez  Negrete,  y  su  pa- 
dre de  este  testij^o  fué  Corregidor  de  aquella  tierra  14  años  y  fueron  sus  padres 
gente  tenida  por  noble,  y  este  testigo  es  presentado  por  su  Orden  y  en  ella  ha  leído 
muchos  años  teología  en  esta  provincia  de  España  y  que  es  de  edad  de  64  años  poco 
más  ó  menos. 

Al  artículo  primero  del  Rótulo,  dijo:  que  aunque  es  verdad  que  él  no  conoció  á 
la  dicha  Santa  Madre  Teresa  de  Jesús,  pero  que  sabe  ser  público  y  notorio  todo  lo 
contenido  en  este  artículo  por  haberlo  ansí  oído  decir  públicamente  no  solo  en  esta 
ciudad  de  Avila  sino  también  fuera  de  ella  y  nunca  supo,  oyó  ni  entendió  decir  ni 
queobiese  otra  cosa  en  contrario  y  esto  responde  al  artículo. 

Al  artículo  diecisiete,  dijo:  que  sabe  de  cierto  que  la  Santa  Madre  Teresa  de 
Jesús  trató  sus  dificultades  y  negocios  de  su  espíritu  con  los  hombres  más  graves 
en  letras  y  espíritu  que  en  aquel  tiempo  hubo  en  España  y  especialmente  con  el 
P.  M.  Fr.  Domingo  Báñez  lector  de  teología  en  dicho  real  convento  de  Santo  To- 
más de  Aquino  de  la  dicha  ciudad  de  Avila,  y  después  catedrático  de  Prima  de  la 
escuela  de  Salamanca,  con  el  P.  M.  Fr.  Diego  de  Yanguas  y  el  P.  M.  Fr.  Bartolomé 
de  Medina,  catedrático  de  Prima  de  la  dicha  Universidad  de  Salamanca  y  antecesor 
del  sobredicho  Fr.  Domingo  Báñez,  con  el  P.  Fr.  Diego  Alvarez,  Obispo  que  ahora 
es  de  una  ciudad  en  Italia,  con  el  religiosísimo  P.  Fr.  Melchor  Cano,  todos  de  la  Or- 
den de  Predicadores,  todos  los  cuales  fueron  hombres  doctísimos  y  aprobadísimos 
en  el  espíritu  y  sabe  este  testigo  que  aprobaron  ser  bueno  el  de  la  Santa  Madre 
Teresa  de  Jesús,  por  habérselo  oído  á  ellos  mismos  este  testigo  ó  á  otros  que  lo 
oyeron  á  ellos  mismos  de  no  menor  crédito  y  autoridad  y  habiendo  venido  este 
testigo  á  Piedrahita,  habrá  29  años  este  mes  de  Agosto  de  este  presente  año,  en  que 
á  la  sazón  estaba  la  Santa  Madre  en  Avila  tuvo  noticia  de  ella  muy  en  particular  por 
el  trato  y  amistad  que  tenía  con  el  venerabilísimo  padre  ya  nombrado  Fr.  Melchor 
Cano,  que  á  la  sazón  era  en  aquella  casa  del  lugar  de  Piedrahita,  subprior,  cuya 
santidad  y  religión  y  contemplación  ha  causado  admiración  á  estos  tiempos,  y  él 
dio  noticia  á  este  testigo  muy  en  particular  y  muy  por  menudo  de  esta  venerable 
Madre  Teresa  de  Jesús,  la  cual  él  dijo  había  confesado  veces  y  tratado  muy  en  par- 
ticular por  haber  sido  compañero  y  grande  amigo  del  sobredicho  M.Fr.  Diego  de 
Yanguas,  que  por  muchos  años  confesó  y  trató  á  esta  bendita  Virgen,  y  decía  mu- 
chas veces  el  sobredicho  P.  Fr.  Melchor  á  este  testigo.  «O  padre  sí  conociéredes  á 
la  Madre  Teresa  de  Jesús,  un  gran  contento  seria  para  vos  porque  sin  duda  es  de 
las  mugeres  más  siervas  de  Dios  que  tiene  ahora  el  mundo».  Y  decíale  á  este  testigo 
lo  que  ya  en  otr?  parte  tiene  depuesto. 

...(^ue  tres  virtudes  principales,  entre  otras  muchas,  resplandecían  en  ella,  que 
eran  gran  prudencia,  gran  llaneza  y  gran  fervor  de  espíritu,  y  la  prudencia  se  echa-- 
ba  de  ver  en  que  jamás  hacía  cosa  grande  ni  pequeña  que  no  la  consultase  y  tuvie- 


-648  — 

se  el  parecer  de  los  más  doctos  hombres  del  reino,  y  si  sabía  que  algún  hombre 
docto  de  oídas  reprobaba  algo  de  lo  que  ella  hacía,  procuraba  luego  comunicar  sus 
cosas  con  él,  de  suerte  que  venía  el  hombre  docto  á  aprobar  y  alabar  los  intentos  y 
obras  de  esta  santa  virgen,  y  que  así  le  aconteció  al  P.  M.  Fr.  Bartolomé  de  Medi- 
na, catedrático  de  Prima  de  Salamanca  y  así  tenía  aprobación  de  todos  los  maestros 
de  esta  provincia,  y  en  cuanto  á  la  llaneza  y  humildad  y  suavidad  de  conducción  y 
trato  se  decía  que  era  como  un  ángel,  y  cuanto  al  fervor  del  espíritu  que  era  en  ella 
tan  grande,  que  dejado  aparte  el  trato  con  Dios  (que  es  largo  eso  de  contar),  cuan- 
do alguna  persona  la  trataba,  parecía  que  le  pegaba  luego  la  devoción,  y  saüa  de  su 
plática  grandemente  aficionado  á  servir  á  Dios,  y  de  esta  suerte  era  todo  lo  demás 
de  sus  virtudes  y  el  mejor  testimonio  de  todo  esto  era  la  grande  reformación  de 
monjas  descalzas  que  hizo  la  Santa  Madre  en  estos  reinos,  en  particular,  en  esta 
ciudad  de  Avila,  todo  lo  cual  sabe  este  testigo,  como  dicho  tiene,  por  habérselo  así 
dicho  y  afirmado  el  dicho  P.  Fr.  Melchor  Cano,  hombre  santísimo  de  esta  Orden. 
Así  mismo  se  acuerda  este  testigo,  que  ahora  36  años  ha,  poco  más  ó  menos,  y 
viniendo  á  Segovia  á  ciertos  negocios  y  estando  en  aquel  convento  de  su  Orden  al- 
gunos meses,  á  la  sazón  había  en  él  un  padre  religiosísimo,  llamado  Fr.Juan  Calle- 
jo, maestro  de  novicios  de  aquel  convento,  el  que  por  el  mucho  amor  que  tenía  á  este 
testigo,  le  dio  grande  noticia  de  la  Santa  Madre  y  de  la  reformación  de  Descalzas 
que  hacía,  y  le  procuró  llevar  al  convento  de  ellas  y  tratallas,  y  que  las  predicase, 
y  este  testigo  quedó  muy  edificado  de  ellas  y  con  grande  noticia  y  crédito,  así  de 
la  Santa  Madre  Teresa,  como  de  aquella  casa,  y  así  deseó  conocerla  y  tratarla,  y 
mucho  irás  cuando  supo,  después  de  su  bienaventurada  muerte,  la  mucha  opinión  y 
pública  voz  y  fama  que  había  dejado  de  su  santa  vida. 

Al  artículo  dieciocho  dijo:  que  sabe  que  la  Santa  Madre  Teresa  de  Jesús,  trató 
de  fundar  el  convento  de  San  José  de  esta  ciudad  y  que  en  la  fundación  de  él  pasó 
grandísimos  trabajos  y  contradicciones  de  las  personas  de  todos  estados  de  esta 
ciudad,  y  asimismo  de  las  monjas  y  convento  de  la  Encarnación.  Todos  los  cuales 
trabajos  sufrió  la  Santa  Madre  con  grandísima  paciencia  sin  que  en  el  rigor  de  ellos 
ni  en  otra  ninguna  ocasión,  se  notase  en  ella  ninguna  falta  de  paciencia  ó  alguna  im- 
perfección, y  que  alcanzó  de  N.  S.  la  pacificación  y  sosiego  de  todos  los  que  la  con- 
tradecían, y  felizmente  fundó  su  convento  de  San  José  con  grande  regocijo  y  devo- 
ción de  la  ciudad,  la  cual,  después  que  la  Santa  Madre  volvió  á  este  dicho  conven- 
to del  de  la  Encarnación,  siempre  ha  durado  y  se  ha  continuado  en  toda  esta  ciudad, 
todo  lo  cual  sabe  este  testigo  por  habérselo  oído  muchas  veces  contar  y  referir  muy 
por  menudo  al  V.  P.Julián  Dávila,  confesor  y  compañero  de  esta  santa  virgen  en 
todos  sus  caminos  y  fundaciones,  y  asimismo  es  público  y  notorio.  ítem  sabe  esto 
i;iisnio,  porque  viniendo  este  testigo  á  esta  ciudad  á  leer  Sagrada  Escritura,  por  el 
camino  movido  porla  noticia  que  antes  tiene  dicho  quetcnía,dela  santidadde  la  bea 


-  649  — 

ta  virgen  Teresa,  tuvo  firme  propósito  de  servir  á  esta  Santa  iVladre  en  acudir  á  su 
monasterio  de  San  José  de  monjas  Carmelitas  Descalzas,  y  así  habiendo  ocasión 
cumplió  su  deseo,  acudiendo  de  ordinario  á  confesar  y  predicar  a!  dicho  convento' 
y  asi  dice  que  en  estos  15  años  que  ha  tratado  con  las  religiosas  de  aquella  casa,  ha 
hallado  que  es  casa  de  Dios  y  asi  acude  á  ella  con  mucho  gusto,  porque  la  causa 
particular  devoción  la  mucha  observancia  regular  y  clausura  que  en  el  ha  hallado, 
planteada  por  mano  é  industria  de  la  Santa  Madre  Teresa  de  Jesús,  fundadora  del- 

A!  artículo  cincuenta  y  uno  dijo:  que  sabe  por  cosa  pública  y  notoria  que  la 
Santa  Madre  Teresa  de  Jesús  no  sólo  fué  fundadora  de  la  reformación  de  las  Des- 
calzas Carmelitas  y  de  los  conventos  de  ellas,  articulados  en  este  rótulo,  sino  que 
tambiénfué  autorade  la  reformaciónde  los  religiosos  Descalzos  de  esta  reformación, 
industriando  la  Santa  y  persuadiendo  á  algunos  padres  de  la  Orden  mitigada  de 
Nuestra  Señora  del  Carmen  á  que  ellos  tomasen  su  mismo  instituto  y  reforma- 
ción, y  ayudando  á  muchas  fundaciones  de  religiosos  con  su  industria  y  consejo. 
Por  lo  cual  es  comunmente  llamada  autora  de  toda  la  sobredicha  refor  nación  asi 
de  monjas  como  de  frailes,  todo  lo  cual  es  público  y  notorio  y  de  ello  hay  pública 
voz  y  fama. 

A  los  artículos  cincuenta  y  dos  y  cincuenta  y  tres  dijo:  que  sabe  que  la  Santa 
Madre  anduvo  muchos  años  peregrinando  por  España  por  causa  de  las  fundaciones 
de  su  reformación,  que  en  ella  hizo  y  que  siempre  anduvo  con  grande  pobreza  y 
descomodidad  y  que  padeció  muy  grandes  trabajos  y  contradicciones  y  que  todas 
ellas  las  venció  y  sufrió  con  grandísima  paciencia  y  grandísima  confianza  en  Dios, 
y  así  salía  tan  bien  de  todos  ellos,  como  sino  tuviera  quien  la  hiciera  contradicción, 
y  así  mismo  sabe  que  en  todos  estos  caminos  y  peregrinaciones  siempre  la  dicha 
Santa  Madre  guardó  mucha  religión  y  recato  y  en  las  posadas  procuraba  retirarse 
de  toda  comunicación  con  otras  personas  y  hacía  algunos  ejercicios  santo-.  Todo  lo 
cual  sabe  este  testigo  fuera  de  ser  público  y  notorio  en  toda  España  por  habérselo 
así  contado  y  referido  muchas  veces  el  sobredicho  P.  Julián  Dávila,  varón  religio- 
sísimo y  persona  de  mucho  crédito,  que  fué  compañero  en  casi  todos  los  caminos  de 
esta  santa  fundadora. 

Al  artículo  cincuenta  y  seis  dijo:  que  siendo  Lector  de  Teología  fué  unas  vaca- 
ciones al  convento  de  Toro  de  su  Orden,  siendo  allí  también  Lector  de  Teología  el 
P.  M.  Fr.  Pedro  Herrera  (1)  que  agora  es  catedrático  de  prima  de  Salamanca  y  el  pa- 
dre M.  Fr.  Jerónimo  de  Tiedra  (2,  que  al  presente  es  predicador  de  su  Majestad  ca- 

(1)  Fué  este  Padre  natural  de  Sevilla  y  uno  de  los  más  insignes  teólogos  que  en  aquel  tiempo  tenía 
nuestra  España.  El  triunfo  por  él  alcanzado  en  las  ruidosas  oposiciones  á  la  cátedra  de  Prima  en  Sa- 
lamanca, traspasó  las  fronteras  y  el  Papa  Clemente  Vlll  encargó  al  Nuncio  de  Madrid  que  le  felicitase 
en  su  nomt>re. 

(2)  El  P.Jerónimo  de  Tiedra  nació  en  Salamanca  y  fueron  sus  padres  Jerónimo   Méndez  y   .Warina 


-650- 

tólica  le  dijo  á  este  testigo  el  dicho  P.  Fr.  Jerónimo:  Quiero  os  dar  un  libro  que  leáis 
estas  siestas,  que  si  gustaréis  mucho  del,  porque  es  el  libro,  ó  libros  porque  tiene 
diversos  tratados,  que  escribió  la  Madre  Teresa  de  Jesús  y  él  lo  agradeció  mucho  y 
lo  fué  leyendo  con  mucha  atención  y  con  notable  gusto  y  después  volviéndoselo  al 
dicho  P.  Fr.  Jerónimo,  estaban  á  la  sazón  juntos  ambos  Padres  Lectores  Fr.  Pedro 
de  Herrera  y  Fr.  Jerónimo  de  Tiedra  y  le  preguntaron  que  qué  le  parecía  del  libro 
y  respondió:  Padres,  paréceme  que  cuanto  al  estilo  sin  duda  es  libro  de  mujer,  pero 
cuanto  á  la  doctrina,  me  parece  libro  de  Teólogo  bien  docto  y  bien  espiritual  y 
aquellos  Padres  aprobaron  este  dicho  y  censura  del  libro,  y  realmente  á  este  tes- 
tigo le  causó  mucha  devoción  y  sacó  de  allí  muy  buenos  consejos  y  ser  devoto  de 
San  José  y  algunas  advertencias  de  mucha  importancia  para  poder  dar  consejo  en 
cosas  espirituales,  y  después  estando  este  testigo  ya  en  este  Convento  de  Avila, 
tornó  á  leer  de  nuevo  estos  libros  de  la  Santa  Madre  con  mucha  mayor  atención  y 
echó  de  ver  que  con  razón  los  había  calificado  bien,  como  tiene  dicho,  y  así  sacó 
mucho  más  provecho  de  su  doctrina  y  mucha  más  reverencia  y  devoción  de  esta 
Santa  Virgen,  conociendo  cuan  de  veras  era  espiritual  y  discreta. 

Al  artículo  noventa  y  ocho  dijo:  que  lo  que  de  él  sabe  es  que  luego  que  este 
testigo  vino  al  Convento  de  Santo  Tomás  de  Avila  á  vivir,  que  habrá  para  la  Na- 
vidad primera  que  viene,  diez  y  ocho  años  se  procuró  informar  mucho  de  las 
reliquias  de  la  Santa  Madre  Teresa  de  Jesús,  y  diciéndole  cómo  había  estado  su 
cuerpo  en  su  casa  de  San  José  de  esta  dicha  ciudad  de  Avila  y  que  desde  allí  le  ha- 
bían tornado  á  llevar  á  Alba,  donde  ella  murió,  rescibió  de  ello  este  testigo  muy 
grande  pesadumbre  y  desconsuelo,  pareciéndole  mal  caso  que  esta  ciudad  hubiese 
consentido  que  la  despojasen  de  tan  propio  y  rico  tesoro  suyo,  y  el  P.  M.  Fr.  Pe- 
dro de  Ledesma  que  á  la  sazón  era  Regente  y  Lector  de  Teología  en  el  dicho  Con- 
vento de  Santo  Tomás  de  Avila,  le  dijo  cómo  manaba  de  su  cuerpo  santo  un  oleo 
ó  licor  que  dejaba  manchado  el  paño  ó  papel  que  llegaba  á  sus  santas  reliquias:  y 
ansí  tomó  á  este  testigo  gran  deseo  de  tener  alguna  partecica  de  estas  reliquias  y 
fué  asi  que  una  muy  venerable  religiosa  del  Monasterio  de  Santa  Catalina  de  esta 
ciudad  de  la  Orden  de  Nuestro  Padre  Santo  Domingo  dio  á  este  testigo  una  parte- 
cita  de  estas  reliquias  y  le  dijo:  Padre,  advertid  que  es  cosa  averiguada  y  la  he  pro- 
bado yo  veces,  que  esta  reliquia  es  certísima  de  la  Madre  Teresa  de  Jesús,  porque 


de  Tiedra.  Hizo  su  prufcsión  reliniiisa  en  iiianiis  del  ccklire  maestro  Garcia  de  Astudillo  á  22  ile  l'iiero 
de  irj67.  Sobresalió  iiiuclio  en  ios  estudios  y  deseiiipeñó  con  niuciio  lucimiento  las  cátedras  que  se  le 
confiaron.  Tenía  además  grandes  dotes  para  el  pulpito  y  para  el  gobierno  de  los  religiosos.  Fué  Prior 
de  su  convento  y  predicador  de  su  Magestad,  y  en  premio  del  buen  desempeño  de  estos  cargos  fué 
presentado  el  10  de  Septiembre  de  IñlG.  para  la  Silla  Arzobispal  de  las  Ciiarcas,  América,  en  la  cual 
hizo  todos  los  oficios  de  un  buen  pastor,  trabajando  hasta  el  último  aliento  por  la  reforma  de  las  cos- 
tumbres y  por  el  esplendor  del  culto  divino. 


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mancha  como  con  olio  cualquier  papel  por  limpio  que  sea  y  la  dicha  religiosa  dio  á 
este  testigo  la  dicha  reliquia  en  la  mano  y  la  tentó  y  miró  con  curiosidad  y  vio  que 
estaba  sequísima  y  que  así  parecía  imposible  poder  echar  de  si  olio  ni  otro  licor 
alguno  y  tomando  un  papel  muy  limpio  la  envolvió  y  la  puso  en  el  seno  en  parte 
donde  no  era  posible  humedecerse  y  después  á  !a  noche  halló  el  papel  manchado, 
como  si  hubiese  llegado  al  aceite  y  le  puso  luego  otro  papel  muy  limpio  y  luego  le 
halló  otro  día  manchado  de  la  mesma  suerte  y  hizo  esta  prueba  tantas  veces  que 
tuvo  notable  escrúpulo  de  hacerla  más,  por  parecerlc  género  de  incredulidad  é  irre- 
verencia, y  así  este  testigo  ha  estimado  las  reliquias  de  esta  Santa  Madre  como 
digna  de  que  se  llame  ella  por  este  nombre,  Santa  Madre,  que  es  el  apellido  que  le 
da  esta  ciudad. 

Al  artículo  ciento  dieciseis  dijo:  ...la  reliquia  que  lleva  declarada  la  tiene,  y  jun- 
ta con  otras  reliquias  certísimas  de  Santos  que  consigo  trae,  y  las  reverencia  y  se 
encomienda  á  la  Santa  Madre  Teresa  de  Jesús,  como  á  tan  sierva  de  Dios  y  que  á 
su  juicio  de  este  testigo  es  digna  de  canonizarse,  y  ansí  de  todos  comunmente  es 
tenida  y  reputada  por  Santa  y  ha  aconsejado  á  muchas  personas  se  encomienden  á 
ella,  y  advierte  este  testigo  al  que  esto  leyera,  que  de  su  condición  es  grandemente 
incrédulo,  porque  ha  experimentado  que  no  sin  causa  dijo  el  Eclesiástico:  Mores 
hominum  mendacium  sine  honore:  Las  costumbres  de  los  hombres  son  una  mentira 
infame.  Mas  con  todo  esto,  como  ha  visto  este  testigo  la  común  fama  y  reputación 
de  todos  los  fieles  de  esta  tierra  de  la  dicha  Santa  Madre  Teresa  de  Jesús  y  la  au- 
toridad de  muchos  padres  gravísimos  de  nuestro  hábito  de  Santo  Domingo  y  todo 
lo  demás  que  lleva  depuesto  en  este  su  dicho,  cree  y  tiene  por  cierto  este  testigo, 
y  sin  duda  alguna  que  esta  sobredicha  Santa  Madre  Teresa  de  Jesús,  merece  ser 
canonizada  y  ansí  lo  afirmó  y  protestó  y  estoy  aparejado  á  dar  testimonio  de  esto. 

Así  lo  digo  yo,  Fr.  Juan  de  Alarcón.  (Proceso  de  Avila.) 

Segunda  declaracióu  del  P.  Juan  de  fllarcón. 

A  la  primera  pregunta  dijo  que  por  ser  cosa  muy  notoria  y  haber  tratado  con  per- 
sonas muy  graves  de  su  Orden,  que  trataron  y  comunicaron  á  la  dicha  Santa  Madre 
tiene  particular  noticia  años  ha  de  ella  y  de  sus  obras  y  sabe  que  fué  natural  de  esta 
ciudad  de  Avila,  hija  de  padres  nobles  y  monja  del  monasterio  del  Carmen. 

A  la  segunda  pregunta  dijo  que  á  personas  muy  graves  en  letras  y  en  religión 
con  quien  la  Santa  Madre  trató,  este  testigo  muchas  veces  movió  pláticas  y  sabe  de 
cierto  de  ellos  que  era  mujer  de  heroicas  virtudes  y  de  rara  santidad  y  en  particular 
la  alababan  de  estas  tres  grandes  virtudes,  la  una  fué  que  jamás  hacía  cosa  sin  tener 
aprobación  primero  de  los  más  graves  y  doctos  hombres  del  reino  y  en  especial  de 
los  padres  de  Santo  Domingo,  de  los  cuales  oyó  este  testigo  estar  muy  pagados  de 
su  modo  de  proceder,  que  era  muy  conforme  á  la  perfección  evangélica,  y  la  según- 


—  652  — 

da  virtud  de  que  la  loaban  era  de  un  trato  liumildísiino  y  ilanisimo  y  lleno  de  toda 
discreción,  la  tercer  cosa  era  que  todos  cuantos  la  trataban  de  nuevo  salían  de 
ella  tan  edificados  que  decían  ser  obra  de  Dios  todo  lo  que  aquella  santa  trataba  y 
toda  esta  aprobación  que  este  testigo  oyó  á  los  dichos  padres  de  su  Orden,  sabe 
que  es  común  estima  de  todos,  ansí  en  esta  ciudad  como  fuera  de  ella.  Ansí  entre 
religiosos  y  eclesiásticos  como  seglares  y  que  por  esta  causa  este  testigo  procuró 
leer  sus  libros  de  esta  Santa  Madre  y  le  parecieron  dignos  de  ser  leídos  y  que  ayu- 
dan mucho  á  la  vida  perfecta  y  santa  y  asi  luego  que  murió  la  dicha  Santa  Madre 
tomó  devoción  con  ella  este  testigo  y  con  su  orden  é  tuvo  en  veneración  sus  reli- 
quias y  se  encomendó  á  ella,  aunque  con  la  cautela  que  conviene  encomendarse  á  los 
que  no  están  canonizados. 

A  la  tercera  pregunta  dijo  que  dice  lo  que  dicho  tiene  y  que  este  testigo  ha  he- 
cho experiencia  veces  del  santo  licor,  óleo  que  mana  de  su  santo  cuerpo  y  que  siem- 
pre ha  oído  y  entendí  lo  que  hace  grandes  mercedes  Nuestro  Señor  á  los  que  se  en- 
comiendan á  ella  y  que  muchos  han  aprovechado  mucho  en  la  vida  espiritual  leyen- 
do sus  libros  y  es  cosa  muy  pública  y  notoria  lo  contenido  en  la  pregunta  ser  verdad. 

A  la  cuarta  pregunta  dijo  que  dice  lo  que  dicho  tiene  y  que  siempre  ha  visto  que 
la  Santa  Madre  y  sus  reliquias  han  estado  y  están  en  gran  veneración  cerca  de 
todos,  este  testigo  las  ha  tenido  y  tiene  en  veneración  y  es  comunmente  llamada  y 
tenida  por  santa.  (Proceso  de  Avila.) 

VIII 

Declaración  del  P.  Presentado  Fr.  Juan  de  Medina. 

A  la  cincuenta  y  una  pregunta  del  rótulo  dijo:  que  tiene  á  la  Santa  Madre  Teresa 
de  Jesús  por  fundadora  de  la  nueva  reformación  de  los  religiosos  Carmelitas  Des- 
calzos y  Descalzas,  y  restauradora  de  la  observancia  regular  y  disciplina  antigua  de 
su  religión. 

A  la  cincuenta  y  seis  pregunta  del  rótulo  dijo:  que  habrá  34  años  poco  más  ó  me- 
nos que  viviendo  este  testigo  en  San  Esteban  de  Salamanca,  convento  de  los  más 
graves  y  religiosos  que  tiene  la  orden  de  Santo  Domingo,  se  trasladaban  allí  para  la 
Duquesa  de  Alba  los  cuadernos  que  la  Santa  Madre  había  escrito  de  su  vida,  y  los 
religiosos  procurábamos  haberlos  como  si  fueran  reliquias,  no  tanto  por  curiosidad 
cuanto  por  la  devoción  que  nos  hacía  su  lectura  y  los  leíamos  con  mucha  devoción 
y  respeto.  Sin  poner  duda  en  cosa  de  cuantas  contenían  con  ser  tan  grandes,  antes 
venerándolas  como  de  Santa,  y  el  que  podía  haber  mis  cuadernos  que  se  habían 
con  mucha  dificultad  se  tenía  por  más  dichoso  y  los  comunicaba  á  los  demás  y  unos 
y  otros  los  leían  con  particular  devoción  y  aprovechamiento.  ítem  dijo:  que  sabe 
que  la  Santa  Madre  escribió  los  cuatro  libros  en  el  artículo  ciento  cinco  contenidos, 


-653  - 

porque  los  ha  visto  y  leido  y  le  parece  contienen  doctrina  no  solo  católica  sino  so- 
berana, celestial  y  divina  para  utilidad  y  bien  de  las  almas,  las  cuales  han  sacado  y 
sacan  de  su  lectura  muy  gran  fruto  y  aprovechamiento,  también  sabe  que  el  Rey 
Felipe  1!  hizo  tanta  estimación  de  ellos,  que  procuró  haber  el  original  de  la  Vida  de 
la  Santa  Madre  que  se  tiene  guardado  en  su  librería  del  Escorial  y  se  muestran  con 
particular  respeto  y  veneración  como  reliquia  de  la  Santa. 

A  la  pregunta  ciento  quince  dijo:  que  desde  34  años  acá  siempre  ha  oido  hablar 
de  la  Santa  Madre,  especialmente  á  personas  que  la  trataron  y  examinaron  con  ri- 
gor su  espíritu  en  confesión  y  fuera  de  ella,  como  fueron  el  P.  M.  Fr  Domingo  Bá- 
ñez  y  el  P.  M.  Fr.  Bartolomé  de  Medina,  catedráticos  de  Prima  en  la  Universidad 
de  Salamanca,  el  P.  M.  Fr.  Juan  de  las  Cuevas  que  fué  Obispo  de  Avila  y  el  padre 
M.  Fr.  Diego  de  Yanguas,  personas  de  las  más  graves,  doctas  y  religiosas  de  su  Or- 
den con  quienes  la  Santa  Madre  comunicó  muy  despacio  su  oración,  su  vida  y  el 
camino  que  llevaba:  siempre  este  testigo  les  oyó  hablai  de  la  virtud  y  santidad  de  la 
V.  M.  Teresa  de  Jesús  con  grande  admiración,  veneración  y  encarecimiento,  tra- 
tando de  sus  virtudes  teologales,  morales  é  intelectuales,  como  de  persona  que  las 
tenía  en  grado  heroico  y  hablando  de  ella  como  de  una  de  las  mayores  santas  que 
Dios  ha  tenido  en  la  tierra  y  á  quien  más  favores  y  mercedes  su  majestad  ha  he- 
cho y  más  particulares  privilegios  ha  comunicado. 

Lo  mismo  siente  y  tiene  por  cierto,  porque  en  esta  conformidad  ha  oido  hablar 
á  otras  muchas  personas  de  diferentes  estados  y  á  ninguna  ha  oido  decir  jamás  en 
contrario  ni  poner  duda  en  lo  dicho.  Y  ^tisfaciendo  á  esta  pregunta  de  la  singular 
obediencia,  humildad,  fortaleza,  confianza  en  Dios,  déla  grandeza  de  ánimo  y  ad- 
mirable paciencia  que  esta  sierva  de  Dios  tuvo:  dice  este  testigo  que  ha  oido  decir 
muchas  y  grandes  cosas  y  leidolas  en  tres  libros  de  su  vida,  escritos  por  diferentes 
autores  y  todos  convienen  en  ellas,  y  en  que  fué  único  ejemplo  de  paciencia  en  su- 
frir enfermedades  que  tuvo  muchas  muy  graves  y  muy  prolijas  y  en  padecer  traba- 
jos que  se  le  ofrecieron  grandísimos  en  las  fundaciones  y  como  fué  continuo  en  ella 
el  curso  de  los  trabajos,  después  que  hizo  profesión,  así  también  lo  fué  el  curso  de 
su  paciencia  y  nunca  desmayó  en  ellos  ni  perdió  jamás  la  grandeza  de  ánimo  y  va- 
lerosa confianza  que  en  el  Señor  hubo  puesto  y  este  testigo  así  lo  siente  y  tiene  por 
cierto. 

De  la  singular  prudencia  de  esta  virgen  dice  este  testigo  que  dan  testimonio  la 
grandeza  de  las  obras  que  emprendió,  cual  fué  la  fundación  y  reformación  de  una  re- 
ligión de  la  más  observantes  que  tiene  la  Iglesia  de  Dios,  la  industria  con  que  ende- 
rezó los  medios  á  los  fines  que  pretendía  y  el  dichoso  suceso  que  en  ellos  tuvo  fa- 
vorecida del  cielo. 

A  la  pregunta  ciento  diez  y  seis  dijo:  que  la  santidad  de  esta  exclarecida  virgen 
se  asienta  y  fija  de  manera  en  los  corazones  de  los  fieles  que  después  de  la  fe,  nin- 


—  654  — 

guna  cosa  parece  tienen  por  más  cierta  ni  ponen  más  duda  en  ella  que  si  ya  estuvie- 
ra canonizada,  y  la  común  aclamación  de  todo  es,  que  la  Madre  Teresa  de  Jesús  es 
santa  y  muy  santa  y  santísima  y  este  testigo  por  tal  la  tiene  y  como  á  tal  se  enco- 
mienda á  esta  bienaventurada  virgen  y  trae  consigo  reliquia  de  su  venerable  cuer- 
po, correzuelos  de  su  carne  envuelta  en  un  pañito  penetrado  del  licor  que  á  manera 
de  bá'samo  mana  de  ellos,  y  sabe  que  otras  personas  los  traen  por  reliquias  y  tie- 
nen gran  fe  en  ellos,  y  se  encomiendan  á  esta  beata  virgen  y  hacen  conmemoración 
de  ella  no  siendo  de  su  Orden.  (Proceso  de  Burgos.) 

Fué  este  Padre  que  declara  Presentado  y  Prior  de  San  Pablo  de  la  Orden  de 
Santo  Domingo  en  la  ciudad  de  Burgos  y  Visitador  de  su  Orden  y  Apostólico  de  las 
provincias  de  San  Pedro  Mártir  de  Quito  y  de  San  Antonio  del  nuevo  reino  de 
Granada  en  las  indias. 

IX 

Declaración  del  P.  Fr.  Tomás  Ramírez,  Iiecíor  de  Teología  en  el  Conuenío 
de  San  Pablo  de  Burgos. 

A  la  cincuenta  y  una  pregunta  dijo:  que  tiene  á  la  dicha  Santa  Madre  Teresa  de 
Jesús  por  fundadora  de  la  reformación  de  los  Descalzos  y  Descalzas  Carmelitas. 
Porque  además  que  así  le  consta  de  los  libros,  historias,  é  imágenes  de  la  misma 
Santa  Madre  es  pública  voz  y  fama  en  todas  las  partes  de  estos  reinos,  donde  se  ha 
hallado,  sin  que  jamás  haya  oido  dudar  de  ello  ni  cosa  en  contrario  y  así  lo  tienen  los 
fieles  comunmente  por  cierto  y  notorio  sin  género  de  controversia.  La  cual  funda- 
ción y  reformación  nueva  le  parece  que  es  uno  de  los  más  abonados  y  calificados  tes- 
timonios de  toda  excepción  que  se  puede  desear  para  comprobación  de  las  grandes 
virtudes  y  santidad  de  esta  heroica  virgen  y  Santa  Madre,  porque  siendo  verdad 
evangélica  que  los  frutos  que  cada  uno  deja  de  sí,  cuando  muere  son  los  verda- 
deros testigos  de  su  vida,  quien  bien  mirare  que  una  mujer  sola  fué  poderosa  para 
reducir  á  hombres  y  mujei-es  á  perfección  y  á  tal  perfección  como  la  que  en  esta  reli- 
gión se  profesa  y  platica,  de  que  á  este  testigo  le  consta  por  trato  y  familiar  conver- 
sación así  con  los  religiosos  como  con  las  religiosas,  que  sin  duda  su  vida  y  ejer- 
cicios son  un  retrato  del  fervor  y  santidad  de  la  primitiva  Iglesia,  y  viendo  que  en 
tan  pocos  años  ha  Dios  aumentado  esta  religión  con  tan  gran  fruto  y  aprovecha- 
miento de  las  almas,  no  sólo  de  los  muchos  que  en  ella  habitan  santísimamente 
sino  de  los  demás  fieles  que  con  la  enseñanza,  predicaciones,  confesiones,  amones- 
taciones, consejos,  oraciones  y  santos  ejemplos  de  esta  santa  religión  y  de  sus 
santos  religiosos  y  religiosas  se  convierten  á  Dios,  perseveran  en  la  virtud,  apro- 
vechan grandemente  en  ella  y  aun  llegan  á  mucha  perfección  de  vida,  no  se  puede 
dudar  sino  que  esta  santa  virgen  á  quien  Dios  escogió  por  autora  de  tantos  bienes 


-655- 

y  frutos  de  gracia  la  tuvo  muy  grande,  que  lo  es  mucho  delante  de  su  Majestad  con 
singulares  virtudes,  dones,  favores  y  mercedes  de  su  poderosa  mano.  Así  dice  este 
testigo  que  lo  entiende  y  tiene  por  ciertísimo. 

A  la  ochenta  y  seis  pregunta  dijo:  que  tiene  por  cierto  que  las  religiosas  des- 
calzas de  esta  sagrada  religión  de  Nuestra  Señora  del  Carmen  por  las  oraciones  y 
merecimientos  de  la  Santa  Madre  Teresa  de  Jesús  no  padecen  la  inmundicia  y  mo- 
lestia de  los  piojos,  ni  los  crían  en  la  cabeza  ni  cuerpo  aunque  traigan  todas  túnicas 
de  estameña,  antes  á  las  novicias  que  los  traen  en  tomando  el  hábito  se  les  mueren 
y  secan. 

Dice  que  lo  tiene  por  cierto;  porque  ansí  lo  ha  oído  decir  á  cuatro  ó  cinco  de 
las  mismas  religiosas  del  Convento  de  San  José  de  esta  ciudad  que  en  veces  ha  con- 
fesado y  con  quien  han  tratado  ellas  muchas  cosas  de  su  devoción,  que  es  por  ex- 
tremo del  cielo,  y  así  está  certísimo  que  no  solo  en  cosa  de  tanta  importancia  como 
esta  no  dirían  mentira,  pero  ni  en  alguna  otra  cosa  por  ligera  que  fuere;  porque  le 
consta  que  con  veras  tratan  de  perfección  y  santidad  divina.  Las  cuales  así  mismo 
le  han  dicho  ser  en  toda  su  religión  pública  y  notoria  esta  verdad,  que  en  todas  ellas 
obra  Dios  esta  maravilla  continuamente,  y  así  este  testigo  tiene  por  milagro  prodi- 
gioso, porque  contiene  en  sí  milagros  sin  número,  cuales  son  impedir  Dios  sobrena- 
turalmente  por  los  merecimientos  de  la  Santa  Madre  de  que  esta  inmundicia  se  críe, 
que  había  de  ser  naturalmente  hablando  cada  día  ó  muchas  al  día  en  tantos  sujetos 
ó  á  lo  menos  obrando  un  particular  milagro  en  cada  una  de  las  dichas  religiosas 
que  se  contiene  por  toda  su  vida,  que  todo  es  obra  del  poder  de  la  poderosa  mano 
de  Dios  y  así  lo  entiende  sin  que  pueda  haber  causa  natural  que  lo  obre  y  esto  res- 
ponde. 

A  la  ciento  diez  y  seis  pregunta  dijo:  que  tiene  por  sin  duda  que  el  Espíritu  Santo 
que  es  el  corazón  de  la  Iglesia  ha  puesto  comunmente  en  el  de  los  fieles  esta  ver- 
dad que  la  Santa  Madre  Teresa  de  Jesús  es  verdaderamente  santa  y  que  está  en  la 
bienaventuranza,  gozando  de  Dios  con  grandes  grados  de  gloria,  y  además  de  una 
singular  propersión  que  en  su  alma  experimenta  para  entenderlo  así,  muévele  efi- 
cazmente á  ello  ver  que  ansí  lo  sienten  y  creen  todos  los  fieles,  que  ha  tratado  de 
esta  materia  con  muchos  de  todos  estados,  en  quien  siempre  ha  hallado  grande  con- 
tentamiento y  regalo  de  que  se  trate  de  las  virtudes,  milagros,  santidad  de  vida  de 
esta  gloriosa  virgen  y  grandes  deseos  de  verla  ya  canonizada,  diciendo  que  su  cano- 
nización ha  de  ser  de  singular  alegría  y  recibida  con  general  aplauso  y  regocijo  de 
todos.  Ninguno  de  cuantos  este  testigo  ha  hablado  acerca  de  este  artículo,  que  co- 
mo dice  son  muchos,  ha  dudado  de  la  santidad  y  heroicas  virtudes  de  la  Santa  Ma- 
dre, antes  en  todos  ha  hallado  grande  afecto  para  hablar  en  sus  alabanzas  y  parece 
querrían  saber  muchas  cosas  que  decir  á  gloria  de  Dios  y  de  esta  Sania  Virgen  y 
esta  es  pública  voz  y  fama. 


-656- 

Por  lo  cual  sabiendo  que' generalmente  los  fieles  mayores  y  menores  de  todos 
estados  y  cualidades  reciben  esta  venerable  virgen  por  santa,  tiene  por  sin  duda 
este  testigo  que  delante  de  Dios  lo  es  y  con  grandes'  ventajas  de  gloria. 

Porque  es  argumento  cierto  acerca  de  todas  las  verdades  reveladas  que  perte- 
nezca á  nuestra  fe,  ó  son  tocantes  á  la  reformación  común  de  las  costumbres,  que 
aquello  en  que  todos  los  fieles  convienen  y  lo  que  todos  comunmente  sienten  y  di- 
cen es  así  verdad  é  infalible  y  consentimiento  derivado  del  Espíritu  Santo,  pues 
siendo  como  es  verdad  tocante  á  la  general  reformación  de  las  costumbres  recibir 
á  uno  por  santo,  porque  al  ponerse  por  regla  y  dechado  de  nuestras  buenas  obras 
para  imitar  las  suyas,  cierto  es  y  verdad  irrefragable  que  esta  santa  virgen  caminó 
bien  á  la  Bienaventuranza,  que  sus  obras  fueron  dignas  de  ser  imitadas  en  la  Iglesia 
y  que  su  alma  está  gozando  el  premio  de  ¡os  grandes  merecimientos  con  infinitos 
grados  de  gloria,  pues  comunmente  los  fieles  la  reciben  por  regla  y  dechado  de  san- 
tidad para  imitarla  en  sus  buenas  obras,  y  que  sus  reliquias  son  tenidas  y  reveren- 
ciadas y  adoradas  como  las  de  los  grandes  santos  y  este  testigo  tuvo  muy  gran  fe- 
licidad haber  un  poquito  de  su  santa  carne  envuelta  en  un  pañito  que  está  bañado 
en  el  licor  á  manera  de  bálsamo  que  de  ella  suda,  la  cual  trae  consigo  entre  otras 
reliquias  de  santos,  donde  también  tiene  una  partecita  del  Lignum  Crucis  y  Agnus 
Dei.  Sus  imágenes  de  esta  santa  y  retratos  es  público  y  notorio  los  tienen  los  fieles 
con  veneración  de  imagen  de  santa  y  este  testigo  la  ha  visto  muchas  veces  en  Igle- 
sias, oratorios  y  otros  lugares  pios,  donde  se  ponen  imágenes  de  Santos.  En  su  sa- 
grada religión  d  e  Santo  Domingo  dice  este  testigo,  que  aman  y  estiman  los  religiosos 
esta  santa  virgen  como  si  verdaderamente  juera  hija  de  su  religión. 

Y  así  mismo  le  consta  á  este  testigo  que  muchos  fieles  se  encomiendan  á  esta 
Santa  en  sus  necesidades,  y  de  algunos  sabe  que,  cada  día  la  hacen  particular  con- 
memoración y  la  tienen  por  abogada,  teniendo  esperanza  que  por  su  intercesión  han 
de  alcanzar  muchos  favores  y  mercedes  de  Dios,  como  piadosamente  entiende  lo 
alcanzan.  Este  testigo  también  se  ha  encomendado  y  encomienda  muchas  veces  á 
esta  santa  virgen,  pidiéndole  favor  en  sus  necesidades  y  socorro  para  el  buen 
acierto  de  sus  cosas.  Esto  es  lo  que  sabe  y  responde  á  esta  pregunta. 

A  la  última  pregunta  dice  este  testigo,  que  dice  lo  que  dicho  tiene,  que  este  su 
dicho  es  la  verdad.  (Proceso  de  Burgos.) 

X 

Otras  declaraciones 

Declaración  del  P.  Enrique  Enríquez  de  la  Compañía  de  Desús. 

"A  la  octava  pregunta  dijo,  que  yo  y  el  P.  Diego  Alvarcz  examinamos  muchas 
veces  de  propósito  las  revelaciones  y  altos  sentimientos  de  oración  que  la  dicha 


-  657  - 

Teresa  de  Jesús  decía  haber  tenido,  y  que  tuvimos  muchas  experiencias  de  su  hu- 
mildad y  caridad  y  admirable  oración,  y  de  la  gran  discreción  y  experiencias  que 
tenía  en  cosas  espirituales,  y  así  perdimos  el  demasiado  recato  y  temor  que  tenía- 
mos de  sus  cosas  para  probar  si  en  ellas  había  lazo  y  engaño  del  demonio,  y  que  la 
dicha  Teresa  de  Jesús,  entonces  y  antes,  siempre  procuraba  informarse  de  los  va- 
rones que  eran  tenidos  por  letrados  y  experimentados;  y  con  mucha  humildad  los 
oía  y  obedecía  y  cuando  nos  hallaba  incrédulos  nos  allanaba  con  la  discreción  y 
espíritu  de  Dios  que  tenía  y  nos  mostraba  cómo  los  sentimientos  y  revelaciones 
que  tenía  eran  muy  conformes  á  lo  que  los  Santos  escriben  y  experimentan,  y  que 
conmigo  y  con  el  P.  Fr.  Bartolomé  de  Medina,  catedrático  que  fué  de  Prima  en 
Salamanca,  comunicó  muchas  veces  las  dificultades  y  razones  de  dudar  que  tenía,  y 
de  camino  nos  ponía  á  gran  deseo  de  la  perfección  religiosa,  y  nos  daba  modo  cómo 
tuviésemos  provechosa  y  acertada  meditación  y  oración,  y  para  esto  tenia  unas 
palabras  tan  vivas,  y  las  decía  con  tal  fuerza  y  sentimiento,  que  pegaba  espíritu  y 
gran  deseo  de  mejorarse  á  los  que  con  ella  trataban.»  (La  Fuente.  Tomo  VI,  pági- 
na 177,  edición  de  1881.) 

El  mismo  Dominico  P.  Alvarez,  gran  defensor  de  la  gracia  eficaz  ab  intrínseco  en 
las  Congregaciones  de  Auxiliis.  fué  comisionado  en  unión  del  P.  Juan  de  Rada  por  la 
Santa  Sede  para  censurar  cierta  doctrina  de  Santa  Teresa  que  había  sido  delatada 
como  errónea.  La  censura  fué  favorable  á  la  Santa.  (V.  A.  M.'"'  Meynard.)  LaVida 
espiritual,  Vol.  II,  apéndice  7. 

El  Dominico  Fr.  Jerónimo  Lanuza,  Obispo  de  fllbarracin. 

El  gran  Dominicano  Fray  Jerónimo  Bautista  de  Lanuza,  Obispo  de  Barbastro,  y 
seguidamente  de  Albarracín,  predicando  á  la  Beatificación  de  la  Santa,  dijo  de  su 
sabiduría  entre  otras  cosas:  «El  Hijo  de  Dios  que  es  sabiduría  eterna...  aunque  mos- 
tró... su  valor  haciendo  sabios  á  unos  pobres  idiotas,  pescadores  y  pobres,  pero  en 
alguna  manera  más  la  mostró  dando  tal  sabiduría  á  una  mujer,  que  quedase  hecha 
maestra  de  Predicadores,  religiosos  y  religiosas,  aventajada  en  la  ciencia  divina; 
llamándola  más  adelante  muchas  veces  Maestra  y  Doctora  de  celestial  y  espiritual 
doctrina.  (La  Fuente,  tomo  VI,  edición  de  1881,  página  336.) 

Declaración  de  D.  Andrés  de  lYlelgoza,  hijo  del  fllíerez  mayor  de  Burgos. 

♦  Al  artículo  ciento  quince  dijo:  Que  á  la  dicha  Madre  Teresa  de  jesús,  la  tuvie- 
ran en  su  vida  por  santa  generalmente  y  así  lo  ha  oido  decir  y  ansí  mismo  ha  oído 
decir  que  los  que  en  esta  materia  dijeron  grandes  cosas  de  esta  santa  fueron  mu- 
chos gravísimos  y  doctísimos  varones  de  la  Orden  de  Santo  Domingo  (Proceso 
de  Burgos.) 

42 


—  658- 

Declaración  de  Sor  Beatriz  de  la  Purificación.  Carmelita  Descalza  de  Burgos. 

cDijo  que  en  una  fiesta  pública  del  Santísimo  Sacramento  que  se  hizo  en  el  mo- 
nasterio de  San  Pablo,  extramuros  de  dicha  ciudad,  oyó  decir  á  un  religioso  grave 
del  dicho  convento  que  pusieron  en  el  claustro  dos  ó  tres  retratos  de  la  dicha  Santa 
(Proceso  de  Burgos).  Consignamos  esta  declaración  por  ser  muy  significativa  del 
alto  concepto  que  los  Dominicos  de  Burgos  tenían  de  Santa  Teresa,  aun  antes  de 
que  fuera  elevada  al  culto  de  los  altares. 

Declaración  del  P.  Fr.  Bartolomé  Sánchez,  Carmelita  Calzado. 

.También  profetizó  que  había  de  haber  grandes  controversias  entre  la  Religión 
de  Santo  Domingo  y  la  Compañía  de  Jesús,  y  vio  que  en  los  postreros  tiempos  de 
la  Iglesia  las  sobredichas  religiones  unidas  estrechamente  pelearían  contra  el  an- 
techristo.»  (Proceso  de  Salamanca.) 

Esta  profecía  consta  también  en  las  actas  de  beatificación  de  Santa  Teresa. 

En  el  archivo  del  convento  de  Carmelitas  Descalzas  de  Segovia  se  halla  una  co- 
lección de  documentos  preciosos  que  el  M.  R.  P.  Alberto,  actual  Prior  de  aquella 
religiosísima  casa  tuvo  á  bien  poner  á  nuestra  disposición,  y  entre  ellos  se  encuen- 
tra uno  que  dice  así:  «Traslado  verdadero  y  llano  de  las  cosas  más  principales  en 
que  han  de  ser  examinados  los  testigos  para  la  información  de  la  vida,  virtudes  y 
milagros  de  la  excelente  Virgen  y  venerable  Madre  Teresa  de  Jesús,  instituidora  de 
la  Reformación  de  religiosos  y  religiosas  de  la  orden  de  los  Descalzos  de  Nuestra 
Señora  del  Carmen,  acerca  de  los  ciento  diez  y  siete  artículos  que  contiene  el  rótulo 
que  para  la  dicha  información  vino  de  Roma.  El  cual  tradució  por  mandamiento  del 
Sr.  D.  Luis  Ferníindcz  de  Córdoba,  Obispo  de  Salamanca,  un  notario  de  su  Audien- 
cia y  le  vio  y  corrigió  y  aprobó  su  Señoría.» 

Artículo  81  sobre  el  espíritu  de  profecía  de  la  Santa  Madre  Teresa  de  Jesús.  Pone 
A  continuación  diversas  profecías  de  la  Santa  y  entre  ellas  se  halla  literalmente  la 
que  acabamos  de  citar  sobre  los  Dominicos  y  Jesuítas  y  concluye  así:  <'Estc  inte- 
rrogatorio se  formuló  para  las  informaciones  de  1610.»  (Archivo  de  PP.  Carmelitas 
Descalzos  de  Segovia.) 

-í^L  3F»  1É3 3\ri> I  O :e3    ii-\r 

Biografías  de  los  Dominicos,  confesores  de  Santa  teresa. 

_R.  Vicente  Barrón. 

Pocas  son  las  noticias  que  nos  han  dejado  los  historiadores  del  V.  P.  Fr.  Vicen- 
te Barrón,  que  tanta  parte  tuvo  en  el  porvenir  de  Santa  Teresa,  según  dejamos 


-659- 

conslgnado  en  la  primera  parte  de  nuestra  obra.  Nada  hemos  podido  averiguar 
acerca  del  nacimiento  y  patria  de  este  insigne  varón,  ni  dónde  tomó  el  hábito  é  hi- 
zo su  profesión.  Es  probable  que  sea  oriundo  del  convento  de  San  Esteban  de  Sa- 
lamanca y  que  allí  haya  hecho  sus  estudios.  Siendo  muy  joven  todavía  debió  ser 
asignado  á  este  Colegio  de  Santo  Tomás  de  Avila,  donde  ejerció  el  profesorado  por 
mucho  tiempo,  apareciendo  su  nombre  en  muchas  escrituras  de  censo  y  traspaso 
existentes  en  este  archivo. 

El  P.Juan  López,  Obispo  de  Monópoli,  en  su  historia  de  Santo  Domingo  y  de  su 
Orden,  le  coloca  entre  los  hijos  que  ha  tenido  el  convento  de  San  Esteban  de  Sala- 
manca, insignes  en  dignidad  ó  erudición,  y  así  dice  (1):  «Los  maestros  y  catedráti- 
»cos  que  ha  tenido  (San  Esteban)  han  sido  muchos,  y  aunque  muchos  de  ellos  que- 
»dan  ya  nombrados  como  Obispos,  priores  y  provinciales,  con  todo  eso,  los  nom- 
>braré  con  título  de  maestros».  Después  de  poner  doce  ó  catorce  nombres  de  maes- 
tros, á  continuación  de  Fr.  Melchor  Cano,  catedrático  de  Prima,  pone  á  Fr.  Vicente 
Barrón,  sin  decir  qué  clase  de  materias  explicaba. 

Era  Gaspar  de  Grajal,  catedrático  sustituto  de  Sagrada  Escritura  en  la  Univer- 
sidad de  Salamanca  é  íntimo  amigo  de  Fr.  Luis  de  León.  En  el  año  1561  siendo  ya 
Grajal  profesor,  le  ocurrió  un  lance,  según  refiere  el  P.  Fr.  Luis  Getino  (Proceso  de 
Fr.  Luis  de  León),  encontrándose  un  día  en  el  convento  de  Jerónimos.  Tuvo  con 
ellos  una  disputa  sobre  la  interpretación  literal  de  la  Escritura,  que  él  sostenía,  ha- 
bía sido  desconocida  de  los  Santos  Padres.  Además,  afirmó  que  el  Papa  no  podía  con- 
denar á  uno  por  hereje;  doctrinas,  como  es  claro  muy  falsas.  Los  Jerónimos  se 
ofendieron  tanto,  que  sin  demora  fueron  á  dar  cuenta  al  Comisario  del  Santo  Oficio 
P.  Fr.  Vicente  Barrón,  el  que  por  entonces  le  favoreció  en  su  declaración  á  Grajal, 
achacando  á  exceso  de  celo  las  consideraciones  de  los  Padres  Jerónimos.  Por  esto 
se  ve  que  el  P.  Vicente  Barrón,  además  de  ser  maestro  en  Sagrada  Teología  era 
Comisario  del  Santo  Oficio  de  la  Inquisición  en  Salamanca. 

Del  convento  de  San  Esteban  de  Salamanca  mandaron  los  Superiores  á  Toledo 
al  P.  Fr.  Vicente  Barrón  por  los  años  de  1565  en  calidad  de  catedrático  de  Prima 
de  la  Universidad  de  la  dicha  ciudad  de  Toledo  y  como  Comisario  y  consultor  del 
Tribunal  de  la  Inquisición.  Esto  se  vé  por  lo  que  dice  el  señor  Obispo  de  Monópoli 
al  hablar  de  la  fundación  del  convento  de  San  Pedro  Mártir  de  la  dicha  ciudad.  «Ha 
•habido  (dice)  (2)  en  el  convento  de  San  Pedro  Mártir,  muchos  catedráticos  de  la 
«cátedra  de  Prima  que  tiene  la  Universidad  de  Toledo,  la  cual  desde  sus  principios 
"hasta  el  año  de  1601  la  tuvieron  los  maestros  Fr.  Vicente  Barrón,  Fr.  Tomás  de 
»Pedroche,  Fr.  Marcos  de  Valladares,  etc.»... 


(1)  Historia  de  .Santo  Domingo,  3."  parte,  capítulo  XLII,  p.irrafo  segundo. 

(2)  Hi>itnr.;i  (le  Santo  Domingo,  3."  parte,  capítulo  XXXIX. 


-  660  - 

Durante  el  año  1568  y  siguientes  confesó  á  Santa  Teresa  año  y  medio  y  allanó 
con  su  influencia  las  dificultades  que  se  oponían  á  la  fundación  del  convento  de  Car- 
melitas Descalzas  en  Toledo. 

P.  Pedro  Ibáñez. 

1.  En  el  religiosisimo  convento  de  Salamanca  hizo  profesión  á  cinco  de  Abril 
día  de  San  Vicente  Ferrer,  nuestro  padre,  del  año  de  mil  quinientos  y  cuarenta  el 
P.  Fr.  Pedro  Ibáñez  en  manos  del  Prior  Fr.  Domingo  de  Soto,  catedrático  de  Vis- 
peras  en  aquel  tiempo  y  después  confesor  del  emperador  Carlos  V.  Fué  natural  de 
la  ciudad  de  Calahorra.  Sus  padres  se  llamaron  Diego  Ibáñez  y  Mana  Diaz,  su  mu- 
jer. Entró  en  los  estudios  y  aprovechó  mucho  en  ellos,  y  en  la  virtud  mucho  más. 
Hízose  hombre  docto,  acompañando  sus  letras  con  mucha  santidad:  fué  muy  dado  á 
las  virtudes  de  oración  y  penitencia,  calidades  que  hicieron  muy  calificados  y  cele- 
brados á  San  Jerónimo,  Santo  Tomás  y  á  otros,  porque  sobre  estos  dos  polos  de 
oración  y  penitencia  hicieron  su  curso  los  que  en  la  iglesia  fueron  cielos.  Fué  lector 
de  Teología  en  los  insignes  colegios  de  Santo  Tomás  el  Real  de  Avila  y  de  San  Pa- 
blo de  Valiadolid,  adonde,  cuando  conocía  en  los  de  casa  de  novicios  buenas  incli- 
naciones y  que  trataban  mucho  de  virtud,  los  llamaba  á  su  celda  y  con  espíritu  de 
Santo  los  persuadía  todo  lo  que  era  reformación,  devoción  y  acrecentamiento  de 
espíritu,  y  les  decía:  hermanos,  el  daño  que  padecen  los  conventos,  no  consiste  en 
que  dentro  de  los  claustros  se  vean  algunos  religiosos  perdidos,  que  eso  siempre 
será,  porque  aun  en  tiempo  de  los  fundadores  m  el  rigor  de  los  principios  ni  el 
ejemplo  de  tantos  y  tan  grandes  santos  eran  parte  para  la  reformación  de  algunos; 
que  lo  que  se  ve  en  los  árboles  que  no  pueden  llegar  á.  perfección,  toda  la  fruta  que 
muestra  la  flor,  eso  es  en  !  is  religiones,  sin  que  se  pueda  excusar.  La  vida  relajada 
en  las  Comunidades  es  lo  que  se  debe  sentir  mucho,  y  lo  que  conviene  remediar, 
porque  como  entonces  se  advierten  poco  las  faltas,  se  camina  con  una  peligrosa  se- 
guridad, que  es  principio  de  gravísimos  inconvenientes  y  notables  daños.  Persuadía 
esto  el  santo  varón  como  persona  tan  espiritual  en  diversas  ocasiones  á  los  de  casa 
de  novicios  con  gran  beneficio  suyo,  porque  no  comenzasen  lo  que  continuado  con 
el  tiempo  sería  casi  irrremcdiable.  No  se  cansaba  de  exhortar  á  los  frailes  mozos  á 
la  virtud,  llevado  de  un  santo  celo  que  tenía  de  la  reformación  de  costumbres  y 
acrecentamiento  de  la  vida  observante,  á  !o  cual  ayudaba  mucho  el  ejemplo  de  la 
suya:  estas  eran  sus  oLiip.icidiics  v  i-i'Miicios  aun  cuando  las  enfermedades  le  aca- 
baban la  vida. 

2.  «Es  argumento  claro  de  su  santidad  la  mano  grande  que  tuvo  con  la  Santa  Ma- 
dre Teresa  de  Jesús  en  el  principio  de  sus  prodigiosos  sucesos.  Este  padre  Presen- 
tado fué  quien  principalmente  la  encaminó  sus  pensamientos  al  principio  de  su  con- 
versión, y  la  animó  y  la  ayudó  valerosamente  para  que  comenzase  la  reformación  y 


-  661  — 

recolección  del  monasterio  de  San  José  de  la  ciudad  de  Avila,  adonde  tuvo  origen 
lo  que  ahora  ve:n  )S  tan  acrecentado  y  extendido  en  la  iglesia.  En  las  terribles  y 
gravísimas  contradicciones  cjue  esta  obra  heroica  tuvo,  quien  más  esforzó  á  la  San- 
ta fué  el  santo  Fr.  Pedro  Ibáñez;  y  á  él  como  á  autor  se  le  deben  dar  las  gracias  de 
todo.  Porque  sino  fuera  por  sus  persuasiones  y  vivas  y  animadas  razones,  tenía  la 
Santa  Madre  alzado  mano  de  esta  grandiosa  obra,  que  había  comenzado,  rendida  ya 
á  tanta  guerra  y  contradicciones.  El  convento  donde  vivía,  en  nada  ayudaba  á  sus 
intentos.  No  se  contentaban  sus  hermanas  y  compaiíeras  con  no  aprobar  su  vida  y 
su  espíritu,  que  eso  era  el  menor  mal,  sino  que  la  afligían  y  perseguían  con  más  ri- 
gor y  aun  licencia  que  la  que  personas  de  su  estado  debían.  Con  esto  no  hay  que 
espantarse  que  una  mujer  sola  se  acobardase,  siendo  tantas  las  que  la  hacían  gue- 
rra. Estos  tenían  muchos  valedores,  y  hablaban  de  su  resolución  y  santos  intentos 
diferentemente,  .^poyaban  y  justificábanlos  personas  muy  graves  de  esta  Orden  de 
Santo  Domingo,  como  luego  diré.  Los  cuales  no  hablaban  por  revelación  ni  adivi- 
nando, sino  muy  enterados  de  su  virtud  y  de  los  favores  que  Dios  Nuestro  Señor  la 
hacía.  Con  todo  eso,  como  las  personas  contrarias  eran  poco  aficionadas,  por  no 
decir  arrojadas,  no  daban  el  crédito  que  merecía  la  santidad  y  santos  intentos  de 
la  sierva  de  Dios. 

«3.  El  Santo  Fr.  Pedro  Ibáñez  se  opuso  valerosamente  á  los  perseguidores,  favo- 
reciendo mucho  sus  intentos,  y  con  la  grande  opinión  que  en  la  ciudad  de  Avila  teuía 
de  letrado  y  virtuoso,  hizo  mucho.  Daba  trazas,  buscaba  medios,  negociaba  y  escri- 
bía á  Roma  en  su  favor,  procuró  un  Breve  de  su  Santidad  para  que  se  hiciese  la 
fundación:  con  lo  cual  se  comenzaron  á  vencer  las  dificultades  y  á  convenirse  tan 
contrarios  pareceres.  Comenzada  la  obra,  un  razonamiento  de  la  Santa  Madre  bastó 
para  reducir  algunas  personas  muy  doctas  y  calificadas  que  con  alguna  licencia  po- 
nían lengua  en  su  resolución;  porque  las  murmuraciones  fueron  tales,  que  fué  ne- 
cesario socorro  particular  del  cielo  para  no  desmayar  y  dejarlo.  Pero  contra  esto 
todo,  tomó  el  Señor  por  instrumento  al  Siervo  de  Dios,  que  estando  muy  cierto  de 
lo  que  Dios  obraba  en  el  alma  de  la  Santa,  no  solamente  alababa  su  determinación, 
y  predicaba  sus  virtudes,  sino  la  animaba  y  alentaba  en  las  persecuciones.  Ayudá- 
bale ella  con  sus  oraciones,  con  las  cuales  y  con  la  comunicación  fué  creciendo  mu- 
cho en  la  vida  espiritual,  y  conservando  hasta  la  muerte  los  ejercicios  de  peniten- 
cia y  oración.  Las  enfermedades  le  tenían  muy  flaco,  y  no  por  esc  aflojaba  en  el 
rigor.  Sentado  en  una  silla  del  coro,  la  oración  y  la  vida  se  le  acabaron  á  un  tiempo, 
sin  que  los  achaques  y  accidentes  detuviesen  la  corriente  de  sus  santos  y  fervoro- 
sos ejercicios. 

«4.  Refiere  la  Santa  Madre  Teresa  de  Jesús,  hablando  de  este  Padre  en  sus  libros 
que  vio  una  vez  á  la  Reina  del  cielo  que  le  vestía  un  hábito  muy  blanco  en  agrade- 
cimiento del  servicio  que  la  había  hecho  en  ayudar  y  favorecer  los  pensamientos  de 


—  662  — 

su  sierva,  y  en  señal  de  la  limpieza  y  hermosura  que  tenía  su  alma,  y  de  la  singular 
merced  que  se  le  hacía,  en  que  no  la  perdiese  pecando  mortalmente.  Dice  más  la 
Santa,  que  tiene  por  cierto  que  ansí  fué,  porque  pasados  pocos  años  murió,  y  su 
muerte  y  loque  vivió, fué  con  tantas  penitencias  y  tan  grandes  muestras  de  virtud 
que  aseguran  muchos  su  salvación.  Trae  también  un  testimonio  de  un  religioso  muy 
grave  que  se  halló  al  tiempo  de  su  muerte  en  el  convento  de  Santa  María  la  Real  de 
Trimos,  adonde  era  Prior  el  Santo  Fr.  Pedro,  cuando  murió  este  año  de  1565.~E1 
cual  refiere  que  antes  que  espirase  el  Santo  Prior  le  habla  visitado  Santo  Tomás 
de  Aquino,  y  que  acabó  con  gran  demostración  y  alegría  y  afectuoso  deseo  de  salir 
de  este  destierro.  Dice  más  la  Santa,  que  ella  tuvo  revelación  de  que  no  entró  en  el 
purgatorio;  lo  cual  también  refirió  del  bendito  P.  Fr.  Pedro  de  Alcántara,  de  la  Or- 
den de  Nuestro  Padre  S.  Francisco,  y  afirmó  que  al  Padre  Presentado  Fr.  Pedro 
¡báñez  y  á  este  Padre  vio  que  sus  ánimas,  sin  pasar  por  el  purgatorio,  entraron  á 
gozar  de  Dios  luego  que  partieron  de  esta  vida.»  De  la  Historia  del  Convento  de 
San  Esteban  de  Salamanca,  por  el  P.  Fr.  Alonso  Fernández,  libro  1  cap  XL.) 

El  P.  Pedro  murió  en  2  de  Febrero  de  1565. 

Aunque  en  el  capítulo  V  de  la  primera  parte  apuntamos  algo  sobre  el  preciosí- 
simo documento  redactado  por  el  P.  Pedro  Ibáñez  para  probar  que  era  el  espíritu 
de  Dios  el  que  animaba  y  dirigía  á  la  Madre  Teresa  de  Jesús,  creemos  oportuno 
presentarle  íntegro;  pues  sirve  para  manifestarnos,  entre  otras  muchas  cosas, 
tres  principalmente.  Primera:  que  el  P.  Pedro  Ibáñez  era  un  teólogo  profundo:  se- 
gunda que  se  hallaba  muy  adelantado  en  las  vías  extraordinarias  de  la  perfección; 
y  tercera  que  conocía  íntimamente  el  interior  de  Santa  Teresa. 

Ya  nos  dijola  misma  Santa  «que  era  el  mayor  letrado  que  entonces  había  en 
lugar,  (Avila)  y  pocos  más  en  su  Orden:-  y  este  documento  por  sí  solo  basta  para 
conocer  la  verdad  que  encierran  las  sobredichas  palabras  de  la  Santa. 

He  aquí  literalmente  el  documento,  según  consta  de  la  declaración  de  Tercsita 
sobrina  de  la  Santa  Fundadora  en  el  proceso  de  Avila  (1): 

1.  El  fin  de  Dios  es  llegar  un  alma  á  sí  y  el  del  demonio  apartarla  de  Dios.  Nues- 
tro Señor  nunca  pone  miedos  que  aparten  á  uno  de  sí,  ni  el  demonio  que  lleguen  á 
Dios.  Todas  las  visiones  la  llegan  más  á  Dios,  la  hacen  más  humilde  y  obediente. 

2.  Doctrina  es  de  Santo  Tomás  y  de  los  Santos  que  en  la  paz  y  quietud  de  un 
alma  que  deja  el  Ángel  de  luz  se  conoce.  Nunca  tiene  esas  cosas  que  no  quede  con 
grande  paz  y  contento,  tanto  qiK'  to-Jos  los  placeres  de  la  tierra  juntos  la  parece 
no  son  como  el  menor. 


(I)  «Estas  scñ.iks  que  pone  aquí  este  confesor  y  otras  imiclias  que  hay,  hice  yo  experiencia  de  ellas  y 
escribí  un  libro  que  se  llama  ¡■xutncn  de  espíritus,  donde  recopilé  todos  los  que  escriben  de  esta  ma- 
teria.. (Nota  de  Gracián  al  Capitulo  Vil  d.  1  lihrn  IV  .le  la  Vida  de  la  Madre  Teresa  de  Jesús.) 


-663- 

3.  Ninguna  falta  tiene  ni  imperfección  de  que  no  sea  reprendida  del  que  la  habla 
interiormente. 

4.  Jamás  pidió  ni  deseó  estas  cosas,  sino  cumplir  en  todo  la  voluntad  del  Señor. 

5.  Todas  las  cosas  que  le  dice  van  conformes  á  escriptura  divina  y  á  lo  que  la 
Iglesia  ens2ña  y  son  muy  verdaderas  en  todo. rigor  escolástico. 

6.  Tiene  muy  gran  puridad  de  alma,  gran  limpieza,  deseos  ferventísimos  de  agra- 
dar á  Dios,  y  á  trueco  de  alcanzar  esto  atropellara  cuanto  hay  en  la  tierra. 

7.  Hale  dicho  que  todo  lo  que  pidiere  á  Dios,  siendo  justo,  lo  hará.  Muehas  ha 
pedido  y  cosas  que  no  son  para  papel  por  ser  largas  y  todas  se  las  ha  concedido 
Nuestro  Señor. 

8.  Cuando  estas  cosas  son  de  Dios  siempre  son  ordenadas  para  bien  propio, 
común  ó  de  alguno.  De  su  aprovechamiento  tiene  experiencia  y  del  de  otras  muchas 

personas. 

9.  Ninguno  la  trata,  sino  lleva  prava  disposición,  que  sus  cosas  no  le  muevan  á 

devoción,  aunque  ella  no  las  diga. 

10.  Cada  dia  va  creciendo  en  la  perfección  de  las  virtudes  y  siempre  la  enseñan 
cosas  de  mayor  perfección.  Y  así  en  todo  el  discurso  del  tiempo  en  las  mismas  vi- 
siones ha  ¡do  creciendo  de  la  manera  que  dice  Santo  Tomás. 

11.  Nunca  le  dicen  novedades,  sino  cosas  de  edificación,  ni  la  dicen  cosas  imper- 
tinentes. De  algunos  la  han  dicho  que  eran  llenos  de  demonios;  pero  para  que  en- 
tienda cuál  está  un  alma,   cuando  mortalmente  ha  ofendido  al  Señor. 

12.  Estilo  es  del  demonio  cuando  pretende  engañar,  avisar  que  callen  lo  que  les 
dice;  mas  á  ella  que  lo  comunique  con  letrados  siervos  del  Señor,  y  que  cuando 
callare,  por  ventura  la  engañará  el  demonio. 

13.  Es  tan  grande  el  aprovechamiento  de  su  alma  con  estas  cosas  y  la  buena  edi- 
ficación que  da,  que  con  su  ejemplo  más  de  cuarenta  monjas  tratan  en  su  casa  de 
grande  recogimiento. 

14.  Estas  cosas  ordinariamente  le  vienen  después  de  larga  oración,  y  de  estar 
muy  puesta  en  Dios,  y  abrasada  en  su  amor,  ó  habiendo  comulgado. 

15.  Estas  cosas  le  ponen  grandísimo  deseo  de  acertar,  y  que  el  demonio  no  la 
engañe. 

1(3.  Causan  en  ella  profundísima  humildad;  conoce  lo  que  recibe  ser  de  la  mano 
del  Señor,  y  lo  poco  que  tiene  de  sí. 

17.  Cnando  está  sin  aquellas  cosas,  suélenle  dar  pena  y  trabajo  cosas  que  se  le 
ofrecen;  en  viniendo  aquello,  no  hay  memoria  de  nada,  sino  gran  deseo  de  padecer, 
y  desto  gusta  tanto  que,  espanta. 

18.  Cáusanle  holgarse  y  consolarse  con  los  trabajos,  murmuraciones  contra  sí, 
enfermedades,  y  así  las  tiene  terribles,  de  corazón,  vómitos,  y  otros  muchos  dolo- 
res, los  cuales,  cuando  tiene  las  visiones,  todos  se  le  quitan. 


—  664  - 

19.  Hace  muy  gran  penitencia  con  todo  esto,  de  ayunos,  disciplinas  y  mortifica- 
ciones. 

20.  Las  cosas  que  en  la  tierra  le  pueden  dar  contento  alguno  y  los  trabajos,  que 
ha  padecido  muchos,  sufre  con  igualdad  de  ánimo,  sin  perder  la  paz  y  quietud  de  su 
alma. 

21.  Tiene  tan  firme  propósito  de  no  ofender  al  Señor,  que  tiene  hecho  voto  de 
ninguna  cosa  entender  que  es  más  perfección,  que  se  la  diga  quien  lo  entiende,  que 
no  la  haga,  y  con  tener  por  santos  á  los  Padres  de  la  Compañía,  y  parecerle  que 
por  su  medio  la  hace  Nuestro  Señor  tantas  mercedes,  me  ha  dicho  á  mí  que  si  no 
tratarlos  supiese  que  es  más  perfección,  que  para  siempre  jamás  no  les  hablaría,  ni 
vería,  con  ser  ellos  los  que  la  han  quietado  y  encaminado  en  estas  cosas. 

22.  Los  gustos  que  ordinariamente  tiene  y  sentimientos  de  Dios,  y  derretirse  en 
su  amor,  es  cierto  que  espanta.  Con  ellos  se  suele  estar  casi  todo  el  día  arrebatada. 

23.  En  oyendo  hablar  de  Dios  con  devoción  y  fuerza,  se  suele  arrebatar  muchas 
veces,  y  con  probar  á  resistir,  no  puede,  y  queda  entonces  tal  á  los  que  la  ven  que 
pone  grandísima  devoción. 

24.  No  puede  sufrir  á  quien  la  trata  que  no  le  diga  sus  faltas  y  no  la  reprenda,  lo 
cual  recibe  con  grande  humildad. 

25.  Con  estas  cosas  no  puede  sufrir  á  los  que  están  en  estado  de  perfección,  que 
no  la  procuren  tener  conforme  á  su  instituto. 

26.  Está  despegadísima  de  parientes  y  de  querer  tratar  con  las  gentes,  muy  ami- 
ga de  soledad,  grande  devoción  con  los  santos  y  en  sus  fiestas  y  misterios  que  la 
Iglesia  representa,  tiene  grandísimos  sentimientos  de  Nuestro  Señor. 

27.  Si  todos  los  de  la  Compañía  y  siervos  de  Dios  que  hay  en  la  tierra  le  dicen 
que  es  demonio,  ó  se  lo  dijesen,  teme  y  tiembla  antes  de  las  visiones,  pero  estando 
en  oración  y  recogimiento,  aunque  la  hagan  mil  pedazos  no  se  persuadiría  sino  que 
ei  Dios  el  que  la  trata  y  habla. 

28.  Hale  dado  Dios  un  tan  fuerte  y  valeroso  ánimo  que  espanta.  Solía  ser  teme- 
rosa, agora  atropella  los  demonios.  Es  muy  fuera  de  melindres  y  niñerías  de  muje- 
res: muy  sin  escrúpulos;  es  rectísima. 

29.  Con  esto  le  ha  dado  Nuestro  Señor  el  don  de  lágrimas  suavísimas,  grande 
compasión  de  los  prójimos:  conocimiento  de  sus  faltas,  tener  en  mucho  á  los  con  - 
fesores,  abatirse  á  sí  misma.  Yo  digo,  cierto,  que  ha  hecho  provecho  á  hartas  per- 
sonas, y  yo  soy  una. 

30.  Trae  ordinaria  memoria  de  Dios  y  sentimiento  de  su  presencia. 

31.  Ninguna  cosa  le  han  dicho  jamás  que  no  haya  sido  así  y  no  se  haya  cumplido 
y  esto  es  grandísimo  argumento. 

32.  Estas  cosas  causan  en  ella  una  cl.iiidad  de  entendimiento  y  una  luz  en  las 
cosas  de  Dios  admirable. 


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33.    Que  le  dijeron  que  mirase  las  Escrituras  y  que  se  hallaría  que  jamás  alma  que 
deseaba  agradar  á  Dios  hubiese  estado  engañada  tanto  tiempo.» 

Hasta  aquí  el  retrato  perfe:tísimo  del  interior  de  Santa  Teresa,  que  revela  co- 
nocía su  autor  íntimamante  el  espíritu  de  la  Santa  Madre. 

P.  Domingo  Báñez 

Nació  el  P.  Domingo  Báñez  en  Medina  del  Campo,  el  19  de  Febrero  de  1528,  de 
padres  originarios  de  Mondragón,  provincia  de  Guipúzcoa. 

Hizo  la  profesión  solemne  en  la  Orden  de  Santo  Domingo  á  los  diez  y  nueve  años 
de  su  edad.  La  precocidad  de  su  agudo  ingenio,  su  fuerza  de  voluntad,  la  amabi- 
lidad de  su  carácter,  su  espíritu  de  devoción,  de  retiro  y  de  penitencia  hicieron 
desde  luego  concebir  bien  fundadas  esperanzas  de  que  con  el  tiempo  llegaría  á  ser 
una  lumbrera  de  la  ciencia  y  un  mc^delo  de  virtud  y  de  perfección.  No  tardaron  en 
verse  realizadas  estas  esperanzas,  y  los  Colegios  de  España  á  porfía  se  disputaban 
el  honor  de  llevarle  á  ocupar  sus  cátedras. 

Empezó  su  carrera  de  profesor  enseñando  Filosofía  en  el  insigne  Colegio  de  San 
Esteban  de  Salamanca,  siendo  al  poco  tiempo  ascendido  al  cargo  de  Regente  de 
Estudios  y  condecorado  con  el  título  de  Presentado. 

De  Salamanca  fué  trasladado  á  Avila,  donde  sin  conocer  á  la  Santa  se  constituyó 
en  decidido  defensor  de  su  Reforma,  salvándola  de  inminente  ruina.  A  pesar  de  no 
tener  entonces  el  P.  Báñez  más  que  treinta  y  cuatro  años,  la  fama  de  que  venía  pre- 
cedido le  granjeaban  el  respeto  y  la  admiración  de  todos.  Durante  los  seis  años 
que  permaneció  en  Avila,  desempeñó  con  admirable  celo  y  prudencia  el  delicado 
cargo  de  Confesor  de  Santa  Teresa  y  de  sus  Religiosas.  En  estos  años  fué  cuando 
revisó  el  libro  de  la  Vida  y  ordenó  á  la  Santa  escribir  el  Camino  de  Perfección. 
En  1575  tomó  á  su  cargo  la  defensa  de  la  primera  de  estas  obras,  denunciada  á  la 
Inquisición,  por  mandato  de  la  cual,  y  á  título  de  Consultor  de  la  misma,  presentó 
un  informe  oficial.  Santa  Teresa  tenía  depositada  en  este  Dominico  una  confianza 
sin  límites.  Ella  misma  testifica  que,  con  preferencia  á  todos  los  demás,  solía  tratar 
con  él  todos  los  negocios  de  su  alma.  Por  su  parte  el  P.  Báñez  declara  en  el  pro- 
ceso de  canonización,  que  él  solía  sujetar  á  la  Santa  á  duras  pruebas,  y  que  algunas 
veces  se  mostraba  con  ella  muy  severo,  aunque  al  pensar  en  las  insignes  mercedes 
y  gracias  que  Dios  hacia  á  esa  alma  privilegiada,  se  sentía  dominado  de  tal  respeto 
y  admiración  que  temblaba  al  oiría  en  confesión. 

El  P.  Báñez  ejerció  el  profesorado  en  otros  muchos  lugares  especialmente  en 
las  Universidades  de  Alcalá,  Valladolid  y  Salamanca.  La  Santa  tuvo  ocasión  de  en- 
contrarse muchas  veces  con  él  en  sus  excursiones  para  fundar  conventos  y  se  apro- 
vechó de  sus  luces  y  consejos.  El  Visitador  Apostólico,  P.  Pedro  Fernández,  delegó 
en  el  P.  Báñez  sus  facultades  sobre  las  religiosas  carmelitas,  de  modo  que  durante 


—  666  — 

algún  tiempo  Saota  Teresa  estuvo  sujeta  al  P.  Báiíez,  como  á  su  superior.  Cuando 
en  1581  obtuvo  el  P.  Báñez  la  cátedra  de  Teología  en  la  Universidad  de  Salamanca, 
fué  grande  la  alegría  que  por  ello  experimentó  Santa  Teresa,  manifestando  haber 
ella  pedido  al  Señor  esta  gracia.  Siempre  mantuvo  la  Santa  frecuente  é  intima  corres- 
pondencia con  el  P.  Báñez,  de  la  cual  sólo  quedan  cuatro  cartas  de  Santa  Teresa  al 
P.  Báñez  y  una  de  éste  á  la  Santa.  Al  morir  la  Santa  predicó  el  P.  Báñez  en  los  fune- 
rales que  celebraron  las  Carmelitas  de  Salamanca,  manifestando  que  las  grandes 
cosas  que|se  contaban  de  Santa  Catalina  de  Sena,  no  superaban  á  las  que  él  sabía  de 
la  Madre  Teresa  de  Jesús.  Continuó  el  P.  Báñez  siendo  siempre  el  padre  protector 
de  las  Carmelitas  Descalzas,  defendiendo  sus  intereses  con  la  mayor  abnegación. 
En  1591  hizo  declaración  jurídica  en  el  proceso  para  la  canonización.  Murió  el  pa- 
dre Báñez  en  el  Convento  de  .Me  Jiña  del  Campo  en  1694  á  la  edad  de  setenta  y  seis 
años. 

P.  Diego  de  Chaues. 

Fr  Diego  de  Chaves,  hijo  y  natural  de  Trujillo,  y  de  lo  más  noble  de  dicha  ciu- 
dad, nac  ió  el  1513.  Tomó  el  hábito  en  el  Convento  de  San  Esteban  de  Salamanca, 
de  17  años.  Hombre  integérrimo,  teólogo  del  Concilio  de  Trento,  enviado  por  el  rey 
de  España,  confesor  del  príncipe  D.  Carlos,  de  Doña  Isabel,  segunda  mujer  de  Fe- 
lipe II,  y  por  último  de  este  mismo  rey:  modelo  de  confesores  de  reyes,  cuyos  inte- 
resantes episodios  en  el  desempeño  de  este  cargo  revelan  en  él  una  rectitud  de  con- 
ciencia y  una  entereza  indomable.  Fué  muy  estimado  de  Gregorio  XIII,  que  le  es- 
cribió un  linsojero  Breve  el  3  de  Abril  de  1581.  Ganó  el  corazón  de  su  augusto  pe- 
nitente para  que  secundase  los  esfuerzos  de  Santa  Teresa  en  la  separación  de  los 
Descalzos:  fué  varón  muy  cuerdo;  como  le  llama  la  Santa,  de  alto  espíritu  y  valor.  La 
confesó  algún  tiempo.  «De  este  varón  insigne  se  refiere,  que  habiendo  entendido 
por  diversas  quejas  que  cierto  gran  ministro  era  áspero  é  intratable  con  los  negocian- 
tes y  pretendientes,  avisó  de  ello  á  S.  M.  para  que  lo  reformase.  Y  aunque  el  Rey 
Felipe  II  dio  orden  de  moderarlo,  viendo  su  confesor  que  no  había  enmienda,  envia- 
do á  llamar  de  S.  M.  cargándole  la  conciencia  para  que  le  confesase,  respondió: 
Que  no  podia  irle  á  confesar,  pues  no  se  atrevía  á  absolverle  si  no  reformaba  á  este 
ministro,  por  ser  daño  público.  Y  añadió:  Y  temo  que  no  se  ha  de  salvar  V.  M  ,  sino 
lo  remedia.  A  que  respondió  aquel  prudentísimo  y  religiosísimo  Príncipe  con  grande 
grac-a  y  paciencia:  Venid  a  confesarme,  que  todo  se  remediará,  y  espero  que  me  he 
salvar,  pues  padezco  lo  queme  escribís  y  hacéis.  Y  no  se  acabó  aquí  el  valor  de  este 
gran  confesor,  ni  la  cristiandad  y  nudcración  de  este  esclarecido  Principe,  porque 
no  se  levantó  la  mano  hasta  que  ohligó  á  S.  M.,  y  S.  M.  al  ministro,  que  hiciese 
una  obligación  firmada  de  enmendarse,  la  cual  envió  el  ministro  á  S.  M  ,  y  S.  M. 
al  confesor,  que  la  guardó  para  en  caso  que  no  se  enmendase  fuese  reformado  del 


—  G67  — 

todo.»  (V.  Palafox.  Notas  á  la  Carta  22,  Tomo  I.  El  mine  reges  intelli^itc... )  Fué  dos 
veces  Prior  de  Santo  Tomás  de  Avil;i  y  aquí  fué  donde  conoció  y  confesó  á  Santa 
Teresa. 

P.  lYI.  Fr.  Bartolomé  de  lYIedina 

Nació  el  P.  Fr.  Bartolomé  en  Medina  de  Rioseco,  siendo  sus  padres  Andrés  de 
Lillo  y  Ana  de  Santallana.  Por  los  años  de  1546  en  26  de  Noviembre  hizo  su  profe- 
sión religiosa  en  San  Esteban  de  Salamanca,  teniendoporcompañeros  en  el  noviciado 
á  Fr.  Domingo  Báñez,  á  Fr.  Domingo  de  Guzmán,  hijo  del  célebre  Garcilaso  de  la 
Vega,  y  el  santo  Fr.  Domingo  de  Salazar,  primer  obispo  de  Filipinas  y  otros  no 
menos  célebres. 

Comenzados  sus  estudios  demostró  tales  aptitudes  para  las  ciencias  que  el 
convento  de  Salamanca  lo  eligió  para  colegial  de  .alcalá,  de  donde  le  trajo  para 
lector  de  Artes.  Pasó  después  á  leer  Teología  á  Santa  María  la  Real  de  Tríanos,  que 
era  uno  de  los  mejores  estudios  de  la  Provincia.  Por  el  gran  nombre  y  fama  adqui- 
ridos le  mandó  la  obediencia  á  hacer  oposiciones  á  la  de  Teología  de  San  Esteban,  las 
que  hizo  con  tal  brillantez  que  se  le  reputó  como  de  los  mejores  opositores.  Distin- 
guióse mucho  por  la  constancia  en  el  estudio  y  por  su  ardor  en  las  discusiones  en 
las  que  siempre  salía  triunfador. 

En  el  convento  de  Salamanca  abrió  una  cátedra  libre  á  la  hora  de  vísperas  y 
con  tanto  acierto  la  explicaba  que  la  clase  oficial  de  Teología  quedóse  desierta 
por  ir  todos  los  alumnos  á  oír  la  sabia  y  elocuente  palabra  del  M.  Medina.  Inter- 
vino la  cancillería  de  Valladolid  y  por  su  sentencíase  obligó  al  M.  Medina  á  no 
admitir  á  su  clase  ningún  estudiante  seglar,  y  á  éstos,  á  perder  el  curso  si  asistían. 
Vacó  por  este  tiempo  la  cátedra  de  Durando  y  la  ganó  en  reñida  oposición.  Se  mul- 
tiplicaron tanto  entonci-s  los  oyentes  que  eran  tanto  como  en  las  otras  clases  de 
Teología  juntas. 

Hizo  oposición  por  muerte  del  M.  Mancio  á  la  cátedra  de  Prima  y  después  de 
brillantes  ejercicios  se  le  colocó  en  la  cátedra  por  unánime  parecer  de  todos.  Mos- 
traba mucho  interés  por  el  aprovechamiento  de  sus  discípulos.  Por  entregarse  con 
tanto  ardor  á  los  estudios  y  á  la  clase  se  quebrantó  su  salud,  á  pesar  de  su  robusted, 
de  tal  modo  que  á  los  tres  años  no  pudo  ya  continuar  explicando.  Estando  postrado 
en  cama  por  las  cuartanas,  y  revistiéndose  de  valor  y  grandeza  de  ánimo  tan  pro- 
pios de  él,  mandó  llamar  al  M.  Domingo  Báñez,  catedrático  de  Durando  y  le  dijo; 
<P.  M.,  yo  me  muero;  pero  creo  que  la  voluntad  de  Dios  es  que  V.  R.  suceda  en 
«la  cátedra:  estudie  y  trabaje  como  es  razón,  y  no  repare  en  que  le  ha  de  faltar 
«la  salud,  y  que  se  ha  de  morir  en  breve;  porque  muertes  semejantes  tan  en  servi- 
•  cio  de  su  Orden  y  de  la  Iglesia  Católica  muy  gloriosas  son.- 

El  P.  M.  Medina  fué  de  carácter  brioso,  emprendedor  y  celosísimo  del  bien 
común.  Fué  un  verdadero  religioso  pobre  y  humilde  que  servia  de  ejemplo  á  los  que 


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le  trataban.  Escribió  comentarios  sobre  la  1.^  2.^  de  Santo  Tomás  y  otro  tomo  sobre 
la  3.^  parte  llenos  de  erudición.  Imprimió  una  suma  de  casos  de  conciencia  de  uti- 
lidad para  los  confesores. 

Algunos  le  atribuyen  la  teoría  del  Probabilísimo,  más  si  se  atiende  á  sus  mis- 
mas palabras,  se  ve  que  no  tiene  la  significación  que  se  le  dá  actualmente. 

Sabia  con  perfección  las  lenguas  hebrea  y  griega. 

Murió  el  M.  Fr.  Bartolomé  de  Medina  el  dia  30  de  Diciembre  de  1580  á  los  53 
años  de  su  edad. 

Se  refiere  de  este  Padre  que  no  quería  creer  las  grandes  cosas  de  Santa  Teresa, 
súpolo  ella  é  hízole  confesión  general  de  toda  su  vida,  quedando  tan  admirado  el 
P.  Medina  que  fué  después  su  mayor  defensor.  Queríale  mucho  la  bendita  madre,  y 
en  prueba  le  mandó  la  trucha  que  la  duquesa  de  Alba  la  había  regalado.  La  confesó 
por  algún  tiempo  en  Salamanca,  y  durante  la  estancia  de  la  Santa  en  Alba  (1574,)  el 
P.  Medina  todas  las  semanas  andaba  las  cuatro  leguas  que  separan  Salamanca  de 
la  villa  ducal,  para  ir  á  confesarla.  El  aseguraba  que  no  había  tan  grande  santa  en 
el  mundo. 

P.  lYI.  Felipe  lYIeneses. 

Este  Padre  fué  hijo  del  Convento  de  Trujillo,  hombre  muy  insigne  en  letras  y  re- 
ligión, colegial  del  Colegio  de  San  Gregorio  de  Valladolid  y  después  Rector.  Fué 
catedrático  de  la  Universidad  de  Alcalá,  hombre  de  muy  buen  ejemplo  y,  aunque 
muy  falto  de  salud,  riguroso  en  el  tratamiento  de  su  persona  y  en  la  observancia 
de  les  establecimientos  de  la  Orden. 

A  instancias  del  Rey  Católico,  D.  Felipe  II,  fué  confiada  á  la  Orden  de  Santo  Do- 
mingo por  el  sump  Pontífice  San  Pío  V  la  reforma  de  las  Ordenes  de  la  Santísima 
Trinidad,  de  los  Carmelitas  y  de  la  Merced,  y  al  P.  Felipe  Meneses  se  le  encargó 
la  visita  de  los  Conventos  que  tiene  la  Orden  de  la  Merced  en  el  reino  de  Galicia. 

En  esta  demanda  murió  en  el  Convento  de  Santo  Domingo  del  pueblo  de  Santa 
Marta  en  Galicia  y  está  enterrado  en  el  Capítulo  del  referido  Convento. 

Escribió  en  lengua  vulgar  un  libro  de  mucha  erudición  de  la  Doctrina  Cristiana. 

P.  Duan  de  Salinas. 

«El  P.  M.  Ir.  Juan  de  Salinas,  hijo  del  Convento  de  San  Pablo  de  Burgos  dio  tan- 
tas muestras  de  religión,  aún  en  la  mocedad,  que  fué  uno  de  los  que  fueron  á  la  re- 
formación de  la  Provincia  de  Portugal;  allí  ganó  tanta  opinión,  tuvo  tanto  crédito 
que  fué  Provincial  de  aquella  Provincia:  insigne  predicador,  hombre  muy  ejemplar 
y  penitente:  hacía  mucha  falta  á  la  provincia  su  persona,  por  tantos  caminos  califi- 
cada. Hiciéronle  Prior  de  su  Convento  de  San  Pablo  de  Burgos,  y  enviaron  una 
persona  muy  grave  á  Portugal  con  la  confirmación  de  su  elección,  pidiéndole  se  vi 


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niese  á  honrar  la  provincia  donde  había  tomado  el  hábito.  Parecióle  petición  justa, 
y  partió:  pero  no  pudo  ser  la  venida  tan  apriesa  que  no  hubiese  de  quedar  pri- 
mero á  predicar  en  el  Hospital  Real  de  Zaragoza,  pulpito  tan  calificado  que  se  bus- 
can para  él  personas  que  lo  sean  mucho,  como  á  tal  detuvieron  al  Padre  Maestro 
Hizo  el  oficio  de  Predicador  en  aquella  ciudad  con  grandísima  opinión,  estiman- 
do más   su  santidad  que  su  pulpito,  aunque  era  grandísimo  Predicador.  Pudo  mu- 
chísimo con  la  nobleza  de  aquel  reino,  ofreciéronle  muchas  cosas,  que  cualquiera 
otro  las  estimara  en  mucho,  y  no  quiso  recibir  ni  aun  una  capa,  siendo  la  que  traía 
tan  pobre,  que   viniera   bien  á  cualquiera  de  los  hermanos  del  noviciado,   y  con 
tener  una  sobrina,  que  quería  mucho,  muy  pobre,  aunque   de  muy  honrados  pa- 
rientes, aunque  se  la   pidieron   personas  muy  ricas  de  la  ciudad  de  Borja,  don- 
de vivía,   no  la  quiso  casar  sino   conforme  á    la  hacienda  que  tenía,  aunque 
le  deseaban  ayudar  señores  de  aquel  reino.  Acabada  esta  obligación  vino  á  su  Con- 
vento, y  en  muy  breve  tiempo  se  dio  á  conocer  no  solamente  á  los  moradores  de  él 
sino  á  la  provincia  toda,  que  luego  concibió  grandes  esperanzas  de  su  gobierno,  de 
su  prudencia,  virtud  y  letras,  de  tal  manera  que  acabando  su  oficio,  el  P.  M.  fray 
Cristóbal  de  Córdoba  dijo  á  los  Padres  del  Capítulo:   No  puedo  negar  sino  que  he 
hecho  faltas  en  la  administración  de  mi  oficio:  pero  todas  las  he  suplido,  y  todas 
merezco  que  se  me  perdonen  por  haber  traido  á  esta  Provincia  al  P.  M.  Fr.  Juan  de 
Salinas,  y  deseando  verle  Provincial,  que  es  obra  que  Dios  ha  hecho,  tomando  por 
instrumento  la  buena  intención  y  deseos  de  vuestras  Paternidades.  Comenzó  su 
oficio  y  para  dar  muestras  de  su  virtud,  y  que  ambición  no  le  había  puesto  en  aquel 
lugar,  no  consintió  que  los  definidores  le  admitiesen  al  Magisterio  por  su  Provincia 
el  que  tanto  antes  le  había  merecido,  y  tenido  en  la  ajena.  Y  aunque  pudieran  re- 
parar los  electores  en  tan  larga  ausencia,  y  en  la  taita  de  conocimiento  que  tenía  de 
las  personas  de  ella,  que  no  era  de  poca  consideración,  todo  eso  venció  el  crédito 
que  de  la  persona  del  electo  tenían,  asegurándose  de  que  su  prudencia  vencería 
esta  falta,  y  se  recompensaría  por  muchos  otros  caminos.   Salieron  muy  ciertas  las 
esperanzas  de  los  padres,  y  comenzó,  y  continuó  el  oficio  como  se  pensaba:  gober- 
nándole con  mucha  paz,  y  con  mucho  ejemplo,  como  verdadero  hijo  de  Santo  Do- 
mingo, acudiendo  al  gobierno  de  los  Conventos,  y  honrando  el  hábito  con  los  ser- 
mones. El  último  año  de  su  Provincialato  le  fué  forzoso  predicar  toda  la  Cuaresma 
en  Toledo,  y  con  ser  hombre  de  setenta  y  dos  años,  muy  lleno  de  trabajos,  que  no 
los  excusa  quien  ha  de  vivir  conforme  á  los  establecimientos  de  esta  Orden,  conti- 
nuó la  predicación  de  manera  que  acabando  de  predicar  se  ocupaba  en  confesar 
todos  cuantos  pobres  y  necesitados  acudían:  y  el  reparo  de  tan  grande  cansancio 
era  una  mala  comida,  ó  de  pan  y  agua,  ó  de  otras  cosas  de  poco  sustento:  y  la  cama, 
si  no  era  el  suelo,  era  muy  conforme  á  lo  que  la  Orden  quiere.  En  suma  la  fatiga  es 
lo  que  se  ha  dicho,  y  el  rigor  el  que  pudiera  tener  un  hombre  muy  mozo,  muy  ro- 


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busto,  y  muy  descansado.  Con  este  ejemplo  pasó  la  cuaresma,  y  antes  que  la  aca- 
base le  comenzaron  á  fatigar  algunas  calenturas,  cosa  que  al  siervo  de  Dios  dio 
mucha  pena,  porque  quisiera  en  todas  maneras  hallarse  en  el  Capítulo  de  elección 
que  la  Orden  celebraba  en  San  Pablo  de  Valladolid,  á  dar  cuenta  de  sí,  y  del  estado 
en  que  quedaban  las  cosas  de  la  religión  en  la  Provincia.  Con  esta  resolución  par- 
tió de  Toledo,  creciendo  siempre  la  enfermedad,  que  en  sujeto  tan  flaco,  y  de  tantos 
años  fué  fuerza  quedarse  en  el  Convento  de  Santa  Cruz  de  Segovia,  allí  le  apretó 
la  enfermedad,  de  manera  que  pidió  los  Santísimos  Sacramentos,  y  los  recibió  con 
grande  edificación  y  devoción:  ungido  ya  y  hallándose  más  en  la  otra  vida  que  en 
ésta,  se  ha  recibido  con  testimonios  certísimos,  que  á  la  noche  le  hallaron  postrado 
sobre  las  gradas  del  altar  mayor.  Estando  la  puerta  de  la  Iglesia  cerrada  entrando 
dentro  de  ella  el  sacristán  con  alguna  ocasión  de  su  oficio,  quedó  asombrado,  lle- 
góse á  él  y  díjole:  Padre  Maestro  cómo  ha  sido  esta  venida  á  tiempo  que  no  se  po- 
día menear  en  la  cama?  Será  menester  que  le  llevemos  á  ella,  y  busquemos  tranca, 
respondió  el  siervo  de  Dios:  el  que  me  trajo  aquí  éste  me  llevará.  Falleció  diciendo 
cosas  grandes  á  un  crucifijo  grande  que  tenía  en  las  manos,  hallándose  presentes  al- 
gunos de  los  Padres  que  llegaron  del  Capítulo  á  aquel  Convento.  Murió  con  opi- 
nión de  santo,  que  la  mereció  la  vida  tan  religiosa  y  austera  en  que  se  conservó 
siempre.»  (Monópoli.) 

A  este  Padre  alude  la  Santa  cuando  escribiendo  desde  Toledo,  como  ya  dejamos 
consignado  en  la  página  61 1 ,  dice  así:  «El  Provincial  de  los  Dominicos  predica  aquí; 
sigúele  gran  parte  y  con  razón;  no  le  he  hablado.»  Escribió  la  Santa  esta  carta  á 
principios  de  Marzo  de  1569  y  á  los  pocos  días  se  confesó  con  el  P.  Salinas,  como 
ella  misma  lo  testifica  en  la  Relación  séptima  por  estas  palabras:  «Trató  particular- 
mente con  un  Provincial  de  Santo  Domingo,  llamado  Salinas,  hombre  espiritual 
mucho.» 

Preguntándole  el  P.  Báñez,  qué  le  parecía  de  Teresa  de  Jesús,  respondió  di- 
ciendo: '¡Oh,  oh!  habíadesme  engañado,  que  decíades  que  era  mujer;  á  la  fee,  no  es 
sino  hombre  varón,  y  de  los  muy  barbados,  dando  á  entender  con  esto  su  gran  cons- 
tancia y  discrepción  en  el  gobierno  de  su  persona  y  de  sus  monjas.» 

P.  Martín  Lunar. 

Santa  Teresa  en  su  relación  al  P.  Rodrigo  de  la  Compañía  de  Jesús,  le  cuenta 
entre  los  confesores  Dominicos  que  ella  tuvo,  y  escribe  así:  «También  trató  con 
otro  padre  Presentado  llamado  Lunar,  que  era  Prior  en  Santo  Tomás  de  Avila.» 

El  W  Paulino  Alvarez  en  su  obra  Santa  Teresa  y  el  P.  Báñez,  dice  hablando  de 
este  I'adrc.  «Fué  Prior  del  Real  Colegio  de  Santo  Tomás  de  Avila,  ilustre  por  su 
ciencia,  por  su  virtud  y  por  su  delicado  tino  en  gobernar  almas.  Gobernó  la  de  la 
Santa  y  examino  y  ensalzó  sus  escritos.» 


-671- 

P.  lYI.  Fr.  Diego  ^ancuas. 

El  P.  Diego  Yanguas  nac¡(3  hacia  el  año  1535.  Distinguido  escritor  y  célebre  pro- 
fesor, unía  al  talento  extraordinario,  una  piedad  poco  común.  Enseñó  sucesivamente 
Teología  en  varias  academias  y  conventos,  como  en  Plasencia,  Alcalá,  Segovia, 
.Burgos  y  Valladolid.  Su  modo  de  explicar  á  Santo  Tomás  era  tan  claro  y  elegante 
que  llevó  alrededor  de  su  cátedra  un  concurso  de  oyentes  no  visto  hasta  enton- 
ces. Confesó  á  la  seráfica  Madre  Santa  Teresa  por  espacio  de  ocho  años.  Durante 
su  priorato  en  el  Convento  de  Santa  Cruz  de  Segovia  fué  confesor  de  la  Santa.  Fué 
testigo  de  un  largo  éxtasis  que  ella  tuvo  en  el  oratorio,  santificado  por  la  pre- 
sencia de  Santo  Domingo  y  recibió  de  ella  la  confidencia  de  los  favores  que  Dios 
la  había  concedido  entonces.  La  Santa  continuó  hasta  su  muerte  consultándole  de 
viva  voz,  ó  por  escrito. 

El  fué  quien  censuró  y  anotó  el  de  las  Moradas,  y  la  dedicó  un  epitafio  cuyos 
versos  están  grabados  en  unas  planchas  doradas  que  están  dentro  del  sepulcro.  La 
estima  que  él  profesaba  á  los  libros  de  la  Santa  era  extraordinaria.  «Cuando  quería 
(decía  él  familiarmente)  prepararse  para  celebrar  el  Santo  Sacrificio  tomaba  el 
brasero  á  fin  de  calentarse. 'Así  era  como  él  llamaba  á  estos  libros  de  la  Santa  Ma- 
dre. (Declaración  de  la  Madre  Guiomar.) 

En  las  cartas  que  escribió  sobre  su  viaje  literario  á  las  Iglesias  de  España  el 
P.  Fr.  Jerónimo  Villanueva  O.  P.  y  continuado  por  su  hermano  D.  Joaquín  id.  en  la 
carta  16  dice  lo  siguiente:  «He  hallado  en  mi  Convento  de  San  Felipe  (del  Orden  de 
San  Jerónimo  y  afueras  de  Barcelona)  un  Breve  M.  S.  que  por  cosa  rara  y  descono- 
cida aunque  no  pertenece  á  mi  propósito  la  pongo  aquí  para  los  que  poseen  los 
opúsculos  inéditos  de  su  autor  Fr.  Diego  Yanguas  confesor  de  Santa  Teresa  de 
Jesús  y  autor  de  la  obra  de  Christi  et  sandorum  operibus.  Esta  que  yo  he  encontrado 
se  intitula:  Del  silencio  y  olvido  y  sueño  espiritual  que  alcanzan  los  siervos  de  Dios  en 
la  oración.  Escrito  por  el  P.  Fr.  Diego  de  Yanguas  de  la  Orden  de  Santo  Domingo, 
auna  religiosa  Descalza.  Está  dividido  en  tres  breves  tratados,  en  los  cuales  ex- 
plica las  palabras  siguientes: 

1."     Lstati  sunt  quia  siluerunt.  Ps.  106. 
2."    Quoniam  non  cognovi  litteraturam,  introibo  etc.  Ps.  70. 
3.0     Per  somnium  in  visione  nocturna  quando  irruit  sopor  supcr  homines  et  dor- 
miunt  in  lectulo.Job.  3P. 

R.  P.  ]uan  Uelázquez  de  las  Cueuas,  Obispo  de  fluila. 

El  P.  Fr.  Juan  de  las  Cuevas,  verdadera  luz  de  la  Orden  dominicana  en  España, 
se  hizo  célebre  por  el  resplandor  de  sus  virtudes  no  menos  que  por  el  ardiente  celo 


-  672  - 

de  la  observancia  regular.  Sus  grandes  dotes  de  gobierno  le  hicieron  hábil  para 
todos  los  cargos  de  la  Orden  y  para  otras  díficiles  empresas. 

'Fué  natural  de  la  Villa  de  Coca  en  la  diócesis  de  Segovia,  siendo  sus  padres  don 
Esteban  Velázquez  y  Doña  María  Verdugo,  de  noble  y  esclarecido  linaje.  Tomó  el 
santo  hábito  dominicano  en  el  Convento  de  San  Esteban  de  Salamanca,  é  hizo  su 
profesión  religiosa  el  año  de  1551,  á  10  dias  del  mes  de  Junio.  Muy  luego  comenzó 
á  descubrir  su  gran  ingenio  y  caudal,  y  así  lo  eligieron  por  colegial  del  insigne  Co- 
legio de  San  Gregorio  de  Valladolid.  Leyó  después  Teología  con  mucha  aceptación 
y  graduáronle  de  Presentado.  Fué  Prior  en  algunos  Conventos  y  siéndolo  en  el  de 
Talavera  le  nombraron  S.  M.  Católica  D.  Felipe  U  y  el  Papa  Gregorio  XIII  Visita- 
dor de  los  Carmelitas  Descalzos  é  intervino  de  una  manera  gloriosa  en  los  asuntos 
de  la  reforma  del  Carmelo. 

La  seráfica  Madre  Teresa  de  Jesús  le  descubrió  todos  los  secretos  de  su  alma  y 
el  P.  |uan  le  trató  familiarmente  y  de  particular  manera.  Le  dio  ella  cuenta  de  su 
espíritu  y  modo  de  orar  para  que  con  más  tino  pudiera  gobernarla  y  él  la  quería  y 
admiraba  tanto  que  en  la  declaración  que  hizo  después  de  la  muerte  de  la  Santa 
para  su  canonización,  dijo  que  sus  virtudes  eran  insignes  y  sumas, 

Adem.ls  de  esto,  en  compañía  de  los  PP.  Diego  de  Chaves,  Pedro  Fernández  y 
Hernando  del  Castillo,  empleó  todas  sus  fuerzas  para  llevar  á  cabo  uno  de  los  ma- 
yores deseos  de  Santa  Teresa,  esto  es  la  separación  de  los  Carmelitas  Descalzos 
de  los  mitigados  ó  Calzados.  Por  último,  cuando  el  Papa  Gregorio  XIII,  otorgó  el 
Breve  de  separación,  el  P.Juan  de  las  Cuevas  fué  el  encargado  de  ponerle  en  eje- 
cución en  su  famoso  capítulo  de  Alcalá  de  Henares  el  cual  debía  poner  el  sello  y 
coronamiento  á  la  gran  obra  de  la  Reforma  del  Carmelo. 

El  Papa  Gregorio  XIII  le  envió  unas  letras  Apostólicas  con  las  cuales  le  autori- 
zaba para  presidir  el  Capítulo  próximo  de  la  Orden  del  Carmen.  En  virtud  de  los 
poderes  que  las  dichas  letras  le  conferían  el  P.  Juan  de  las  Cuevas  por  una  circular 
dada  á  1  de  Febrero  de  1581  convocó  al  Capítulo  de  los  Carmelitas  Descalzos  en 
Alcalá  de  Henares.  El  día  3  del  siguiente  mes  de  Marzo  tuvo  lugar  la  apertura  so- 
lemne de  esta  importante  asamblea  en  el  Convento  de  San  Cirilo. 

En  presencia  de  muchos  eclesiásticos  y  de  todos  los  religiosos  de  la  casa  el  pa- 
dre Presidente  en  nombre  de  Gregorio  XIII  pronuncia  y  hace  pública  la  separación 
de  la  provincia  de  los  Carmelitas  Descalzos  de  todos  los  otros  de  la  observancia 
mitigada  de  los  Calzados.  Después  de  terminada  la  lectura  del  Breve  de  S.  Santi- 
dad pronunció  un  sentido  y  elocuente  discurso  sobre  el  objeto  de  aquella  reunión. 

•  Nosotros  llamamos  á  este  día  (decía  el  P.  Visitador)  un  día  de  acuerdos  y  no  de 
•división,  porque  en  el  día  de  hoy  los  hermanos  no  se  separan  más  que  por  con- 

•  servar  mejor  entre  ellos  mismos  la  unión  y  la  paz.» 

(I)    Estas  letras  de  S.  Santidad  ürcRorio  XIII  ya  estAn  eii  el  cuerpo  de  la  obra. 


-  673  - 

El  día  siguiente  4  de  Marzo,  día  de  la  elección  del  P.  Provincial,  el  P  Comisa- 
rio Apostólico  cantó  la  Misa  del  Espíritu  Santo;  y  estando  ya  los  Padres  vocales 
reunidos,  propuso  á  sus  sufragios  al  P.  Fr.  Jerónimo  Gracián,  pues  éste  era  el  Su- 
perior que  deseaba  la  Madre  Santa  Teresa.  A  pesar  de  algunas  oposiciones  esta 
elección  prevaleció  y,  gracias  al  P.  Juan  de  las  Cuevas,  el  discípulo  preferido  por  la 
ilustre  Reformadora  resultó  Superior  de  la  nueva  Provincia. 

En  los  días  siguientes  se  examinaron  y  aprobaron  solemnemente  las  Constitucio- 
nes. Santa  Teresa  había  preparado  de  tal  manera  las  cosas  y  con  tal  sabiduría  que  el 
P.  Comisario  y  el  Capítulo  de  Alcalá  no  tuvieron  que  hacer  más  que  añadir  algunas 
ordenaciones  de  poca  importancia.  Ella  misma  confiesa  que  había  sido  ayudada  en 
esta  tarea  por  un  Padre  Dominico,  que  era  el  P.  Pedro  Fernández. 

Terminado  el  examen  de  las  Constituciones,  el  Capítulo  de  Alcalá  las  publicó  el 
día  13  de  Marzo  con  un  prólogo,  á  la  cabeza  del  cual  figura  el  nombre  del  P.  fray 
Juan  de  las  Cuevas.  Las  firmas  puestas  al  final  de  este  documento  son  la  del  Comi- 
sario Apostólico,  la  del  P.  Fr.  Jerónimo  Gracián,  y  la  de  los  cuatro  definidores,  uno 
de  los  cuales  era  San  Juan  de  la  Cruz. 

El  día  17  después  de  haber  escrito  al  Rvmo.  P.  General,  pidiéndole  la  confirma- 
ción del  P.  Provincial,  y  dándole  cuenta  y  razón  de  todos  los  actos  de  la  asamblea, 
el  P.  Juan  entregó  todos  sus  poderes  al  P.  Gracián  y  dio  por  concluido  el  Capí- 
tulo que  él  había  presidido  con  edificación  de  todos  sus  miembros.  Pidiendo  per- 
miso á  los  Padres  para  marchar,  les  abrazó  á  todos  muy  afectuosamente.  En  esta 
triste  despedida  todos  derramaron  lágrimas  y  le  protestaron  que  la  Orden  guar- 
daría siempre  un  eterno  recuerdo  del  celo  y  de  la  caridad  que  él  había  demostrado 
en  tan  solemne  é  importante  ocasión. 

Nombrado  algún  tiempo  después  Provincial  de  España  este  eminente  religioso 
hizo  adelantar  á  su  Orden  en  toda  virtud  con  la  especial  sabiduría  de  que  Dios  le 
había  favorecido.  A  la  prudencia  y  moderación  unía  la  firmeza  como  lo  probó  en 
cierta  ocasión.  Un  grave  abuso  se  había  introducido  en  su  tiempo.  Los  Dominicos  y 
Dominicas  bajo  pretexto  de  enfermedad,  ó  por  otras  razones  habían  conseguido  li- 
cencia de  la  Santa  Sede  para  habitar  fuera  de  su  Convento,  ó  bien  con  su  familia  ó 
en  casa  de  los  amigos.  Pero  en  lugar  de  usar  de  ella  solamente  el  tiempo  necesa- 
rio, estas  personas  llevaban  indefinidamente  una  vida  libre  y  disipada  en  medio  del 
siglo  no  sin  gran  perjuicio  para  el  honor  de  la  Orden.  El  P.  Juan  de  las  Cuevas  ex- 
puso ecte  abuso  al  Soberano  Pontífice  Gregorio  XIII,  el  que  respondió  el  10  de  Agos- 
to de  1583,  por  un  breve  severo  con  el  que  revoca  todos  los  permisos  de  esta  natu- 
raleza y  obliga  á  los  religiosos  y  religiosas  á  que  vuelvan  á  sus  conventos  en  el 
espacio  de  diez  meses  bajo  la  pena  de  excomunión  (1). 


(1)     Bull.  o.  P..  tom.  V.  424. 

43 


-674- 

Acabado  su  oficio  de  Provincial  el  Rey  D.  Felipe  II,  le  mandó  fuese  á  asistir  al 
Cardenal  Archiduque  Alberto,  su  sobrino,  virrey  de  Portugal  en  el  Oficio  de  con- 
fesor en  lugar  del  M.  Fr.  Pedro  Romero,  hijo  del  Convento  de  la  Peña  de  Fran- 
cia, que  ya  era  muerto 

Acompañó  al  Archiduque  desde  el  año  de  1587  hasta  que  fué  á  Flandes,  por  es- 
pacio de  nueve  años.  Su  Majestad  y  el  Archiduque  se  tuvieron  por  tan  bien  servi- 
dos del  P.  M.  Fr.  Juan,  que  se  le  dio  el  Obispado  de  Avila  el  año  de  1596,  en  él  aca- 
bó sus  días  á  los  tres  años.  Está  enterrado  en  la  capilla  mayor  de  la  Santa  Iglesia 
Catedral  de  Avila.  A  juzgar  por  el  año  que  profesó  y  por  el  de  su  muerte  (1599) 
debió  morir  el  P.  Juan  de  las  Cuevas  de  setenta  y  cinco  años. 

El  historiador  P.Juan  López,  Obispo  de  Monópoli,  dice  en  la  tercera  parte  que 
fué  Lector  de  Teología  en  Avila;  y  además  fué  elegido  Procurador  General  de  toda 
la  Orden,  pero  no  aceptó  este  cargo. 

R.  P.  Fr.  3uan  Gutiérrez. 

El  P.  Presentado  Fr.  Juan  Gutiérrez  hizo  su  profesión  religiosa  en  la  Orden  de 
Santo  Domingo  en  el  célebre  Convento  de  San  Esteban  de  Salamanca  el  año  de 
1527  á  20  días  del  mes  de  Octubre.  Fué  famoso  predicador,  pues  siendo  aún 
mozo  y  recien  ordenado  de  Sacerdote,  fué  llevado  á  predicar  á  la  Corte  que  residía 
en  aquel  tiempo  en  la  ciudad  imperial  de  Toledo  y  era  tal  su  ciencia  y  fervor  reli- 
gioso que  arrebataba  al  auditorio.  Predicó  siempre  con  mucha  cordura  y  muy  al  pro- 
vecho de  las  almas.  Fué  predicador  del  Rey  prudente  y  católico  D.  Felipe  II,  siendo 
muy  constante  en  su  profesión  y  predicando  casi  setenta  años.  Fué  Colegial  de 
Santo  Tomás  de  .Alcalá  y  uno  de  los  primeros  que  aquel  Colegió  tuvo.  Murió  el  año 
de  1594  en  el  Convento  de  Valladolid  donde  había  sido  Prior,  siendo  de  edad  de  más 
de  noventa  años.  Santa  Teresa  escribiendo  á  doña  María  de  Mendoza  la  decía: 
«Nunca  .nc  dice  V.  S.  cómo  la  va  con  el  P.  Juan  Gutiérrez,  algún  día  lo  diré  yo.  Déle 
mis  encomiendas.» 

P.  Fr.  Hernando  del  Castillo. 

1:1  P.  M.  Fr.  Hernando  del  Castillo  tuvo  por  cuna  la  ciudad  de  Granada,  madre 
fecunda  en  hijos  insignes. 

Vistió  el  hábito  de  Santo  Domingo,  y  profesó  en  el  Convento  de  San  Pablo  de  Va- 
lladolid, y  allí  mismo  hizo  sus  estudios.  Tuvo  desde  luego  grande  opinión  y  fama 
de  mucha  cien  ia,  prudencia  y  talento.  Leyó  en  el  Convento  de  Logroño,  con  buen 
resultado  y  aplauso  general,  casos  de  conciencia.  E!  célebic  M.  Fr.  Bai^tolomé  de 
Carranza,  Provincial  de  Castilla  entonces,  le  honró  haciéndole  colegial  del  Colegio 
de  San  Gregorio  de  Valladolid,  de  donde  salió  pronto  por  mandato  de  los  Superiores 
á  leer  Teología.  Predicó  en  presencia  de  Doña  Juana  con  aplauso  de  toda  la  corte. 


-675  - 

Y  como  fué  levantada  á  grande  altura  su  fama  de  teólogo  y  de  buen  predicador, 
se  le  obligó  á  frecuentar  la  cátedra  sagrada  en  Madrid  cuando  ya  era  capital  de 
España,  desempeñando  desde  entonces  los  oficios  de  lector  y  predicador  de  la 
Orden. 

Allá  por  los  años  de  1568  era  ya  Fr.  Hernando  Prior  del  convento  de  Nuestra 
Señora  de  Atocha  en  Madrid,  y  con  tan  alta  opinión  de  ingenio  y  de  prudencia,  que 
D.  Felipe  II,  en  ocasiones  arduas  y  graves  solia  decir:  Consultaréis  al  prior  de  Ato- 
cha, que  es  hombre  de  mucho  consejo.  Pocos  años  después,  el  M.  Fr.  Pedro  Fernán- 
dez, provincial  á  la  sazón,  le  mandó  acometer  la  difícil  empresa  de  sacar  á  luz  la 
historia  de  la  Orden  en  los  cuatro  siglos  que  tenía  de  existencia.  No  pudo  llevar  á 
término  aquel  encargo  por  causa  de  enfermedades,  y  muy  particularmente  por  car- 
tas de  D.  Felipe  II,  en  las  que  como  conocedor  del  valer  y  buenas  prendas  de  los 
hombres,  le  llamaba  á  su  lado,  dándole  lugar  en  el  consejo  supremo  del  Santo  Oficio, 
En  vista  de  ello  le  ordenaron  los  superiores  tornar  á  la  corte,  «porque  así  convenía 
al  servicio  de  Dios  y  del  Rey.»  D.  Felipe  II  le  nombró  en  seguida  predicador  suyo, 
oficio  que  desempeñó  con  grande  elocuencia  y  por  manera  maravillosa. 

Ni  el  Rey  ni  la  Orden,  ni  el  Santo  Oficio  le  dejaban  punto  de  reposo,  llamándole 
ya  para  asuntos  de  su  Orden,  ya  para  los  asuntos  que  á  S.  M.  se  ofrecían  en  el  go- 
bierno de  sus  estados,  y  ya  por  fin  para  las  resoluciones  del  Santo  Tribunal  del  que 
era  supremo  consultor. 

Siendo  ya  predicador  de  S.  M.,  tuvo  su  convento  de  San  Pablo  necesidad  de  su 
persona  y  á  sí  le  hicieroa  Prior  de  él.  Atendía  al  oficio,  al  gobierno,  á  la  escritura 
de  las  centurias  y  á  la  predicación.  Duró  muy  poco  en  esto,  porque  le  llevaron  se- 
gunda vez  para  que  asistiese  á  las  consultas  del  Supremo  Consejo  del  Santo  Oficio. 

Tomó  parte  tan  activa  como  honrosa  Fr.  Hernando  en  las  cuestiones  sobre  el 
derecho  de  Felipe  II  al  reino  de  Portugal  y  fué  á  Lisboa  por  mandanto  de  S.  M.  para 
tratar  'de  la  reducción  del  reino  sin  derramamiento  de  sangre.  Allí  se  encontró  con 
el  Cicerón  de  nuestra  lengua,  Fr.  Luis  de  Granada,  y  trataron  el  asunto,  según  las 
leyes  de  derecho  y  de  justicia.  Se  persuadieron  con  la  historia  y  las  leyes  en  la 
mano,  que  el  heredero  legítimo  y  el  verdadero  rey  de  Portugal  era  Felipe  II.  Del 
mismo  D.  Felipe  llevaba  encargo  para  que  oyese  y  entendiese  mucho  el  parecer  del 
maestro  Fr.  Luis,  pues  sabido  es  que  el  P.  Granada  era  tenido  en  mucha  reveren- 
cia por  el  monarca  español. 

Por  los  años  1576  el  señor  Nuncio  Apostólico  promovió  por  necesidad  que  creyó 
ver,  ó  más  quizá  por  palabras  coléricas  de  cierto  religioso,  la  visita  de  la  Orden  de 
San  Francisco.  Hizo  Fr.  Hernando  un  escrito  lleno  de  sólidas  razones  y  lo  dirigió 
al  Rey,  declarando  la  injusticia  de  que  toda  la  Orden  pagase  la  destemplanza  de  uno 
sólo  de  sus  individuos.  Felipe  II  usó  entonces  de  su  gran  prudencia  y  así  sosegó  la 
tormenta  amenazadora. 


-676- 

Hombres  del  temple  y  del  saber  de  Fr.  Hernando  del  Castillo,  elegía  Felipe  II, 
para  procurarse  consejo  y  luces  en  el  gobierno  de  su  vasta  monarquía.  Le  dio  lugar 
muy  principal  entre  los  predicadores  de  su  Real  Capilla;  y  esto  no  sólo  como  pre- 
mio y  honor  á  sus  relevantes  cualidades,  sino  por  obligarle  á  la  residencia  en  la 
corte.  Hizole  así  mismo  con  buen  acierto  y  aplauso  general,  ayo  y  maestro  de  su  hi- 
jo el  Príncipe  D.  Fernando,  le  nombró  como  ya  se  dijo  antes  embajador  extraordina- 
rio en  Portugal  cargo  muy  ambicionado  y  aún  pretendido  por  altos  personajes  ecle- 
siásticos y  seculares.  Y  en  fin  fué  designado  por  el  Rey  para  ir  á  la  fortaleza  de 
Simancas  y  auxiliar  allí  en  el  postrer  momento  al  desdichado  Barón  Moiitiqui  des- 
pués de  procesado,  oido  y  defendido  y  sentenciado  en  forma  debida  y  legal.  En  me- 
dio del  trabajo  asiduo  y  estudio  continuo  que  siempre  traía  entre  manos  padecía 
frecuentes  enfermedades  que  á  veces  le  ponían  á  punto  de  morir.  Y  una  de  ellas 
dolorosísima,  que  suelen  llamar  vulgarmente  mal  de  piedra,  le  acabó  la  vida  en  29 
de  Marzo  de  1598.  Sintieron  mucho  tal  muerte  todos  los  de  su  Orden,  el  Rey,  la 
Corte  en  masa,  muy  en  especial  D.  Gaspar  de  Quiroga,  Cardenal  Arzobispo  de  To- 
ledo é  Inquisidor  General,  y  en  fin  cuantos  le  oyeron  y  trataron,  que  fueron  mu- 
chos. 

La  losa  que  cubrió  su  sepulcro  tenia  un  epitafio  latino  que  sustancialmente  decía 
«Fr.  Hernando  del  Castillo,  Predicador  de  Felipe  11.  Rey  de  España,  hombre  de 
•grande  entendimiento,  ingenio  excelente,  extraordinario  en  dar  consejo?,  celebra- 
ndo en  la  predicación,  insigne  defensor  y  antemural  de  la  Iglesia  y  las  órde.ies  reli- 
•giosas,  murió  á  29  de  Marzo  del  año  1593.»  Fué  enterrado  en  N.  S.  de  Atocha. 

P.  García  de  Toledo. 

Fr.  García  de  Toledo  nació  en  Oropcsa,  pequeña  villa  de  Castilla  la  Nueva,  des- 
cendiente de  la  ilustre  familia  de  su  nombre. 

Era  t(  davia  joven,  cuando  en  1535  D.  Antonio  de  Mendoza,  enviado  á  Méjico  con 
el  título  de  virrey  lo  llevó  consigo,  pensando  que  este  joven  podía  honrar  á  su  cor- 
te, pero  ni  los  favores  del  virrey  ni  los  intereses  del  mundo  llamaban  la  atención  del 
joven  García,  desde  que  se  sintió  llamado  por  Dios  á  la  vida  perfecta.  El  fervor  todo 
angelical  de  los  nuevos  misioneros  venidos  al  Nuevo  Mundo  y  las  frecuentes  con- 
versiones, de  que  él  era  testigo,  le  parecían  mucho  más  precioso  que  las  conquistas 
de  provincias  y  reinos.  Después  de  haber  probado  su  vocación  y  examinado  su  co- 
razón durante  algún  tiempo  se  encaminó  á  pedir  el  hábito  de  los  Predicadores  en  el 
convento  de  Santo  Domingo  de  Méjico.  Ejecutó  tan  bien  su  designio  que  para 
que  nadie  le  hiciera  desistir  de  sus  propósitos  no  los  comunicó  á  persona  algu- 
na, si  se  exceptúa  su  confesor.  El  virrey  que  le  amaba  mucho  temiendo  que  este  re- 
tiro fuese  motivado  por  algún  resentimiento  y  alguna  decepción  con  respecto  á  los 
honores  que  le  aseguraba  su  ¡lustre  nacimiento,  se  fué  al  convento  para  asegurar  al 


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joven  García  sus  buenas  intenciones,  quejándose  amargamente  de  no  haber  sido  in- 
formado de  esta  resolución.  El  novicio  respondió  con  mucha  sabiduría,  que  Dios 
»sólo  le  había  inspirado  esta  determinación  y  que  no  teniendo  los  hombres  parte  al- 
»guna  en  ello,  él  no  había  tenido  razón  alguna  para  tomar  consejo  de  los  mismos 
«hombres». 

El  bueno  del  virrey  muy  satisfecho  de  su  respuesta  le  dejó  gozar  en  paz  del  re- 
poso que  tan  santamente  se  había  procurado.  Después  de  su  profesión  el  virtuoso 
religioso  Fr.  García  trabajó  sin  descanso  para  formarse  en  la  vida  apostólica  con 
los  estudios  continuados  y  los  ejercicios  de  oración  y  penitencia.  Se  le  permitía  ha- 
cer de  tiempo  en  tiempo  sus  primeros  ensayos  de  predicación  en  compañía  de  anti- 
guos misioneros,  á  ios  cuales  él  pedía  como  una  gracia  ser  alguna  vez  asociado.  La 
provincia  de  Méjico  se  prometía  tener  algún  día  en  el  joven  Fr.  García  un  hombre 
de  gran  mérito  para  la  provincia  misma:  pero  la  divina  providencia  cuyos  secretos 
son  impenetrables,  lo  había  dispuesto  de  otro  modo.  A  ruegos  de  su  familia  fué  en- 
viado á  España  hacía  el  año  de  1545,  siendo  de  edad  de  unos  30  á  32  años  poco  más, 
ó  menos,  donde  fué  confesor  y  director  de  la  madre  Santa  Teresa.  La  seráfica  Vir- 
gen conociendo  el  espíritu  del  P.  Fr.  García  deseó  comunicarle  su  interior  y  recibir 
por  las  luces  de  este  ilustre  teólogo,  la  seguridad  de  que  marchaba  por  el  buen 
camino. 

Por  los  años  de  1555  aparece  el  P.  Fr.  García  de  Toledo  como  Subprior  en  com- 
pañía del  R.  P.  M.  Fr.  Diego  Chaves  que  era  Prior  en  el  Convento-Universidad  de 
Santo  Tomás  de  Avila.  Esto  consta,  entre  otros  documentos,  en  la  escritura  de  fun- 
dación de  la  Obra  Pía  de  D.Juan  Dávila,  hijo  de  los  Amos  ó  ayos  del  príncipe  don 
Juan  hermano  de  Doña  Juana  la  loca,  mujer  de  Felipe  el  Hermoso.  D.Juan  que  á  la 
vez  era  Abad  de  Alcalá  la  Real  y  Burgohondo,  fundó  la  obra  Pía  para  dotar  donce- 
llas pobres  de  Avila,  estableciéndola  en  este  convento  y  la  aceptaron  en  nombre 
del  convento,  el  P.  M.  Fr.  Diego  Chaves,  como  Prior  y  Patrono  de  la  misma  y  el 
P.  Fr.  García  como  subprior.  Sin  duda,  durante  los  años  que  estuvo  en  este  con- 
vento, debió  tratar  el  P.  García  á  la  madre  Santa  Teresa. 

De  aquí  se  retiró  al  austero  y  pequeño  convento  de  San  Ginés  de  Talavera,  don- 
de se  guardaban  las  leyes  y  constituciones  de  la  Orden  con  todo  el  rigor  de  los 
tiempos  primitivos  de  nuestro  P.  Santo  Domingo.  Este  convento  hacía  pocos  años 
había  sido  fundado  por  el  V.  Siervo  de  Dios  P.  Fr.  Juan  Hurtado,  prior  que  era  en- 
tonces de  San  Esteban  de  Salamanca,  en  compañía  de  otros  cuatro  Padres  muy  gra- 
ves; uno  de  ellos  Fr.  Tomás  de  Santa  María,  provincial  y  confesor  de  la  Princesa 
Doña  María,  primera  esposa  de  D.  Felipe  II. 

Queriendo  la  Majestad  de  Felipe  11  proveer  el  virreinato  del  Perú,  mandó  al  gran 
hombre  D.  Francisco  de  Toledo  por  el  año  de  15(39.  Con  el  deseo  que  este  caballero 
tenía  de  acertar  en  su  gobierno,  propuso  llevar  consigo  algún  religioso  docto  y  d 


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buena  intención,  con  quien  pudiese  comunicar  sus  dictámenes,  porque,  no  sólo  fue- 
ran bien  vistos  en  lo  político,  sino  más  bien  admitidos  por  lo  mejor  ajustados  á  lo 
cristiano.  Y  conociendo  en  el  P.  Fr.  García  de  Toledo,  con  quien  le  unían  lazos  de 
parentesco,  pues  era  su  primo  hermano,  y  con  quien  tenía  estrecha  familiaridad  y 
comunicación,  un  talento  singular  y  una  virtud  muy  maciza,  sobre  mucho  estudio 
y  letras:  y  entendiendo  que  ninguno  como  él  podía  desempeñar  aquel  oficio  con 
tanta  fidelidad  por  su  sangre  y  su  virtud,  ayudando  sus  buenos  pensamientos  con 
su  consejo  y  consultas,  le  instó  repetidas  veces  á  que,  dejando  el  retiro  del  convento 
de  Talavera'  le  acompañase  en  el  viaje  que  hacía  al  Perú.  Vino  en  ello  el  P.  García 
y  no  sólo  le  acompañó  en  la  jornada  al  Perú,  sino  en  todas  las  que  hizo  por  tierra 
de  aquellos  reinos,  visitando  sus  provincias,  haciendo  leyes  y  estableciendo  orde- 
nanzas, para  su  mejor  gobierno,  comunicándolas  todas  con  el  P.  Fr.  García  su  pri- 
mo y  su  confidente,  y  fueron  co.mo  se  ha  dicho  tan  acertados,  y  puestos  en  toda 
buena  política  y  cristiandad,  que  confirmadas  después  de  muy  largo  examen  y  re- 
petidas consultas  por  el  Real  Consejo  de  Indias,  se  tienen  por  oráculos. 

Su  feliz  llegada  al  Perú  la  consideró  el  P.  Fr.  García  como  una  prueba  manifies- 
ta de  la  voluntad  de  Dios,  que  le  ofrecía  de  este  modo  un  medio  de  dedicarse  á  la 
conversión  de  los  indios. 

Cuando  D.  Lorenzo  de  Cepeda,  hermano  de  Santa  Teresa,  tuvo  ocasión  de  pasar 
al  Perú,  la  Santa  le  escribió,  exhortándole  á  tratar  con  su  antiguo  confesor.  En  una 
de  estas  cartas  le  dice  estas  palabras,  que  muestran  la  gran  confianza  que  ella  con- 
servaba siempre  hacia  el  P.  Fr.  García  y  el  aprecio  que  hacia  de  su  dirección:  «Con 
el  P.  García  de  Toledo,  que  es  sobrino  (1)  del  virrey,  persona  que  yo  echo  harto, 
menos  para  mis  negocios,  podrá  vuesa  merced  tratar.»  (Carta  18,  núm.  13.) 

El  piadoso  misionero  dio  comienzo  á  su  ministerio  en  la  capital  Lima;  pero  muy 
pronto  se  le  presentó  ocasión  favorable  para  extender  á  regiones  más  distantes,  el 
celo  y  el  ardor  que  sentía  por  la  salvación  de  las  almas.  Después  de  haber  termina- 
do el  virrey  en  Lima  uno  de  los  negocios  más  apremiantes,  partió  con  objeto  de  vi- 
sitar todas  las  provincias  de  su  virreinato  á  fin  de  arreglar  el  buen  orden,  que  se 
habia  de  observar  en  los  pueblos,  y  de  hacer  cumplir  las  leyes:  para  lo  cual  quiso 
que  le  acompañase  ci  P.  García,  porque  sus  consejos  podrían  ser  de  utilidad  para 
el  estado  y  más  principalmente  para  la  religión. 

Varios  años  se  emplearon  en  estas  visitas,  y  en  este  tiempo  el  P.  Fr.  García  con 
ayuda  de  algunos  otros  misioneros  Dominicos,  tuvo  el  consuelo  de  convertir  una 
ranchería  de  infieles  ó  gran  tribu,  entre  los  cuales  levantó  una  ciudad,  á  la  que  dio 
cl  nombre  de  Oropcsa  en  honor  y  recuerdo  del  lugar  de  su  nacimiento.    El  Señor 


(1)    S.iMt.i    l.rcsa  Mamaaqui  sobrino  du  1).  Francisco  de  Toledo;  al  P.  García,  pero  el  P.  Melendez, 
cronista  de  la  Orden  en  el  Perú,  y  natural  de  Lima,  le  llaniapr/mo. 


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bendijo  con  felices  resultados  el  ministerio  del  P.Garcia;  pero  el  humilde  religioso 
los  atribuía,  más  bien  que  á  sus  propios  trabajos,  á  las  fervorosas  oraciones  de  San- 
ta Teresa  que  le  había  prometido  no  olvidarle,  cuando  estuviera  en  sus  misiones. 

Entre  las  ventajas  que  los  Peruanos  sacaron  de  la  visita  del  virrey,  se  deben 
contar  en  primer  término  las  ordenanzas  que  hizo  después  de  haber  conocido  per- 
fectamente el  país,  como  ya  hemos  dicho  antes.  Estas  ordenaciones  fueron  por 
largo  tiempo  consideradas  como  la  base  del  derecho  civil  y  las  reglas  de  la  sociedad 
peruana. 

El  P.  García  tuvo  gran  parte  en  la  redacción  de  estas  actas  y  por  este  lado  es 
merecedor,  dice  el  P.  Melendcz,  cronista  de  nuestra  orden,  del  eterno  reconoci- 
miento del  Perú, 

Diez  años  hacía  que  el  infatigable  misionero  se  ocupaba  en  la  conversión  de  los 
infieles,  sirviendo  á  la  vez  en  la  incansable  asistencia  de  su  pariente  el  virrey  don 
Francisco  de  Toledo,  hasta  que  llegando  á  este  año  de  1577  en  que  vacaba  el  ofi- 
cio de  provincial,  por  haber  cumplido  su  cuatrienio  el  P.  Presentado  Fr.  Andrés  Ve- 
lez  se  pensó  en  elegirle  por  sucesor. 

Convocados  los  electores  de  la  provincia  de  San  Juan  Bautista  del  Perú  en  el 
convento  de  Lima,  salió  electo  con  todos  los  votos  el  P.  Fr.  García;  aunque  á  la 
sazón  se  hallaba  enfermo  en  la  cama  de  un  pesado  mal  de  gota,  contraída  de 
muchos  caminos  que  había  andado  en  compañía  de  su  primo  el  virrey,  en  la  visita 
del  reino.  La  elección  se  verificó  el  día  28  de  Junio  del  mismo  año  de  1577  y  los  de- 
finidores fueron  el  P.  Fr.  Domingo  de  Loyola,  actual  prior  de  Lima,  que  quedó  por 
Vicario  general  de  la  provincia  por  ausencia  del  P.  Provincial  antecedente:  el  Pa- 
dre Fr.  Hernando  de  Sena,  hijo  de  la  Provincia  de  Santa  Cruz  de  las  indias,  prior 
actual  del  convento  de  Arequipa;  el  tercero  fué  el  P.  Fr.  Miguel  Adrián  M.  en  Sagra- 
da Teología  y  Calificador  del  Santo  Oficio;  el  cuarto  definidor  fué  el  P.  Fr.  Juan  de 
los  Angeles,  prior  del  convento  de  Santo  Tomás  de  Chincha,  natural  de  Sevilla  é 
hijo  de  hábito  del  convento  del  Rosario  de  Lima. 

El  nuevo  Provincial  Fr.  García,  habiendo  despedido  los  vocales,  volvió  todos 
sus  cuidados  á  componer  las  cosas  de  manera  que  todo  fuese  en  aumento,  así  lo 
espiritual  como  lo  temporal;  que  para  todo  tenia  gran  prudencia,  y  no  faltándole  ce- 
lo, que  también  lo  tenía  superior,  ejecutó  grandes  cosas  en  favor  de  la  observancia 
y  creces  de  los  conventos.  Lo  primero  que  hizo  valiéndose  del  favor  que  tenía  con 
el  virrey  su  primo,  fué  tratar  de  que  la  Real  Universidad,  ocupara  otro  edificio  fue- 
ra del  convento  del  Rosario  de  Lima,  en  lo  cual  proveyó  no  sólo  al  mayor  lustre 
de  la  misma  Universidad,  sino  á  la  mayor  quietud  del  mismo  convento.  Había  cre- 
cido mucho  el  número  de  Doctores  y  cursantes,  y  era  ya  cuerpo  muy  grande  para 
vivir  barajado  en  los  claustros  de  un  convento.  Requería  mayor  publicidail  y  ya 
criada  y  adulta  pedia  naturalmente  vivir  por  sí,  y  sustentarse  de  su  propio  sudor 


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y  trabajo;  salir  de  las  niñeces  y  brazos  de  su  madre  á  dar  hijos  excelentes  que 
alumbrasen  con  su  ciencia  al  Perú  y  á  todo  el  mundo.  La  multitud  de  estudiantes  es 
embarazosa  (dice  el  P.  Melendez)  á  un  convento  religioso  y  observante  y  aunque 
el  claustro  principal  en  que  estaban  los  generales  (las  cátedras),  quedaba  separado 
para  ellos,  por  estar  cerrado  con  buenas  puertas  y  llaves  los  tránsitos  de  él  á  la 
vivienda  común  de  los  religiosos,  todavía  la  vocería  que  resultaba  del  uso  de  las 
conferencias  y  el  ruido  tan  natural  en  muchachos,  no  dejaba  de  causar  molestia  á 
las  celdas  y  dormitorios  más  cercanos  al  claustro  donde  habitualmente  residían  los 
religiosos.  Estas  causas  presentó  á  su  Excelencia  el  P.  Provincial,  y  el  virrey  que 
le,  estimaba  por  su  virtud  y  su  sangre,  vino  en  ello,  y  sacó  de  nuestros  claustros 
la  Real  Universidad  al  lugar  en  que  ahora  está,  el  mismo  año  de  su  elección  al  Pro- 
vincialato.  A  pesar  de  su  edad  avanzada  y  sus  enfermedades  el  P.  Fr.  García  em- 
pleó todo  el  tiempo  de  su  cargo  en  visitar  toda  la  provincia,  fundando  varios  con- 
ventos y  reformando  los  ya  existentes  en  lo  que  pedían  reforma,  y  dejando  en  to- 
das partes  buen  ejemplo  y  buena  fama.  En  el  convento  de  Lima  acrecentó  los  estu- 
dios, porque  aunque  ya  nos  faltaba  la  Real  Universidad,  no  por  eso  dejaban  de  correr 
las  escuelas  con  gran  fervor  entre  los  religiosos.  Había  grandes  letrados  así  de  los 
que  venían  de  España  como  de  los  nacidos  en  la  ciudad  de  Lima,  que  habiendo  sido 
discípulos  de  aquellos,  eran  ya  grandes  maestros  de  otros,  que  iban  recibiendo  el  há- 
bito. Florecía  además  la  predicación  y  había  excelentes  frailes  de  este  oficio,  muchos 
ministros  de  indios  que  con  gran  satisfacción  eran  como  pastores  y  padres  de  aquella 
gente.  Todo  iba  floreciendo  y  aumentándose;  favoreciéndonos  Dios  con  su  gracia. 
Tenía  la  provincia  en  sus  conventos  fuera  délos  Doctrineros  que  vivían  en  sus 
(/oc/A/Vias,  doscientos  religiosos,  y  de  ellos  ciento  treinta  y  tres  eran  hijos  legítimos 
del  P.  Fr.  García  y  profesos  en  el  convento  de  Lima.  Este,  fecundo  en  lo  espiritual, 
crecía  también  en  lo  material  de  sus  edificios;  pues  ayudando  el  virrey,  como  en  agra- 
decimiento de  la  elección  de  su  primo,  pudo  comenzar  y  acabar  el  dormitorio  alto  y 
bajo  que  llaman  de  San  Juan,  de  obra  muy  fuerte  y  bien  hecha,  que  apesar  de  los  mu- 
chos temblores  de  tierra  durante  cien  años,  nunca  ha  producido  daño,  menos  el  que 
causa  el  tiempo  naturalmente.  Otras  obras  se  hicieron  en  otras  partes,  el  P.  Pro- 
vincial se  daba  para  ello  muy  buena  maña  que  aquí  no  se  refieren  por  no  alargarnos 
demasiado. 

Jamás  se  valió  del  ascendiente  que  tenía  con  el  virrey  para  otro  objeto  que  en 
favor  de  los  pobres  indios  y  el  sostenimiento  del  espíritu  de  regularidad  en  las  co- 
munidades. Para  quitar  á  los  Religiosos  toda  tentación  de  codicia,  hizo  leer  en  pú- 
blico Capítulo  un  breve  del  Papa  San  Pió  V.,  prohibiendo  á  los  hermanos  que  volvie- 
sen á  España,  recibir  para  el  viaje  más  de  lo  necesario,  lo  cual  debería  fijarlo  el 
Provincial  guiado  tanto  por  la  caridad  como  por  el  espíritu  de  pobreza.  Tenía  este 
P.  (jarcia  una  táctica  especial  para  dar  á  cada  Fíeligioso  una  ocupación  según  sus 


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talentos  y  vocación.  Esta  medida  produjo  dos  ventajas  !ade  multiplicar  los  sujetos 
aptos  para  diversos  cariaos,  y  suministrar  con  más  abundancia  socorros  espiritua- 
les á  los  indios.  Sólo  el  convento  del  Rosario  de  Lima  daba  brillantes  profesores 
á  la  Universidad;  y  á  la  vez,  excelentes  apóstoles  al  país,  tuya  elocuencia  se  hacía 
oir  en  todas  partes. 

Durante  los  cuatro  años  de  su  provincialato  recibió  aquella  provincia  de  San 
Juan  Bautista  del  Perú  excelentes  sujetos  de  la  Península.  Puso  gran  cuidado  en 
hacer  florecer  los  estudios  en  todos  los  conventos  y  de  un  modo  particular  en  el 
del  Rosario  de  Lima,  en  donde  colocó  sabios  catedráticos,  reclutados  tanto  en  las 
provincias  de  España,  como  entre  los  que  estaban  ya  educados  y  formados  en  el 
país.  Pero  como  el  fin  principal  de  nuestra  Orden  es  la  predicación,  el  sabio  prelado 
favorecía  de  un  modo  especial  á  los  religiosos  que  estaban  dotados  de  talento  para 
este  ministerio  y  la  instrucción  de  los  indios. 

Las  ordenanzas  que  el  bendito  P.  había  dado  á  sus  religiosos  eran  como  las  que 
su  prudencia  había  insinuado  al  virrey  del  Perú  para  la  paz  y  tranquilidad  de  sus 
subditos;  es  decir,  que  fueron  la  regla  y  el  modelo,  en  que  se  pudieran  formar  cuan- 
tos vinieran  después  de  él.  Era  tan  asiduo  en  celebrar  todos  los  días  el  sacrificio 
de  la  misa,  que  á  pesar  de  verse  molestado  de  la  gota  y  de  no  estar  ya  &n  estado 
de  poderse  revestir  de  los  ornamentos  sagrados;  no  fallaba  nunca  á  esta  obliga- 
ción, procurando  que  le  ayudaran  algunos  religiosos  y  celebrando  la  misa  en  un 
oratorio  dentro  del  convento  observaba  su  regla  con  cuanta  exactitud  le  permitía 
su  salud,  sin  dispensarse  jamás  sin  justa  causa,  tanto  para  guardar  lo  que  él  había 
prometido  á  Dios,  como  para  quitar  á  otros  con  su  ejemplo  el  pretexto  de  toda  re- 
lajación. 

El  P.  García  acababa  su  Provincialato  el  año  1581,  ó  sea  al  tiempo  mismo  en  que 
su  primo  el  virrey  se  preparaba  para  regresar  á  España.  Resolvió  pues  acompañarle. 
Sus  muchas  enfermedades  y  su  avanzada  edad  le  daban  derecho  para  elegir  un  lu- 
gar de  retiro,  para  no  ocuparse  más  que  de  la  oración  y  de  prepararse  convenien- 
temente para  la  muerte.  Llegado  á  España  sin  incidentes  y  con  felicidad  se  retiró 
al  pequeño  y  observante  convento  de  San  Ginés  de  Talavera. 

Desde  Talavera  se  escribían  con  muchísima  frecuencia  Santa  Teresa  y  el  padre 
García,  y  era  tan  grande  el  deseo  é  interés  que  tenían  en  hablarse  que,  el  P.  Gar- 
cía se  llegó  á  Avila  donde  esperaba  á  Santa  Teresa  de  su  vuelta  de  la  fundación  de 
Burgos.  Dios  sin  embargo,  dispuso  otra  cosa,  haciendo  que  la  Santa  Madre,  desde 
Medina  se  trasladase  á  Alba,  donde  á  los  pocos  días  ocurrió  su  feliz  tránsito. 

En  las  Indias  fué  Comisario  general;  fué  también  fundador  del  convento  de  la 
Madre  de  Dios  de  Alcalá  de  Henares,  y  en  el  cual  fué  Prior. 

Llevaba  ya  cerca  de  10  años  el  P.  García  en  su  retiro  del  convento  de  San  Ginés 
de  Talavera  cuando  queriendo  Dios  premiarle  tantos  trabajos  como  había  sufrido 


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por  dilatar  el  reino  de  Dios  entre  los  indios,  y  tantas  otras  buenas  obras  llevadas  á 
cabo  en  bien  de  la  Iglesia  le  vino  á  visitar  la  muerte  para  la  que  él  tanto  se  había 
preparado.  Murió  por  fin  con  opinión  de  santidad  hacia  el  año  1590,  de  edad  75  años 
próximamente,  siendo  enterrado  en  la  común  sepultura  de  los  religiosos. 

P.  Pedro  Fernández. 

Vio  la  luz  primera  el  P.  Fr.  Pedro  en  un  pueblo  de  la  ribera  del  Duero  llamado 
Viluestre.  Sus  padres  fueron  Pedro  Fernández  y  Catalina  Alvarez. 

Hizo  su  profesión  religiosa  en  el  convento  de  San  Esteban  de  Salamanca,  por  los 
años  de  1547,  teniendo  por  condiscípulos  á  todos  los  célebres  maestros  que  hubo  en 
aquella  época. 

Durante  su  vida  religiosa  fué  muy  ejemplar,  sobresaliendo  en  la  penitencia,  si- 
lencio y  recogimiento,  muy  amante  de  la  soledad  de  su  celda  en  la  que  encontraba 
sus  mayores  dulzuras.  Dotado  por  el  cielo  de  raro  ingenio,  adelantó  mucho  en  las 
ciencias,  siendo,  joven  aún,  lector  de  algunos  conventos  de  su  provincia.  Estas  be- 
llas cualidades  estaban  realzadas  por  tal  prudencia  que  revelaban  ya  los  altos  des- 
tinos que  en  el  trascurso  de  su  vida  había  de  desempeñar  con  admiración  de  todos. 

Conociendo  nuestro  católico  monarcaFelipe  II  las  dotes  de  ciencia  y  virtud  extra- 
ordinarias que  adornaban  al  P.  Pedro  no  dudó  en  confiarle  el  honroso  cuanto  deli- 
cado cargo  de  Teólogo  de  S.  M.  en  el  sagrado  Concilio  de  Trcnto,  para  donde  sa- 
lió acompañad(>  del  P.  M.  Fr.  Juan  Gallo. 

Las  esperanzas  del  Rey  no  quedaron  defraudadas,  porque  el  parecer  y  doctrina 
del  P.  Pedro  Fernández  fueron  de  mucho  peso  y  valor  en  aquella  augusta  asamblea. 

De  vuelta  de  Trento  fué  elegido  Prior  del  religiosísimo  convento  de  Sania 
Cruz  la  Real  de  Segovia,  fundación  de  N.  P.  Santo  Domingo  y  reedificado  por  la 
piedad  de  los  Reyes  Católicos  á  instancias  de  su  Confesor  el  P.  Tomás  de  Torque- 
mada.  Gobernó  con  tal  celo,  caridad  y  discreción  que  parecía  hallarse  encarnado  en 
su  persona  el  espíritu  del  Santo  Fundador.  En  la  observancia  regular  ejemplarísi- 
mo,  cu  la  asistencia  á  los  actos  de  comunidad,  en  particular  al  coro  y  á  los  maiti- 
nes á  media  noche  jamás  se  dispensó,  permaneciendo,  en  la  oración  hasta  la  madru- 
gada. En  los  ayunos  de  la  Orden  fué  exactísimo,  rayando  en  austerísimo  en  los  de 
Cuaresma  en  los  que  ayunábala  pan  y  agua  In  mismo  que  el  día  de  N.  P.  Sanio  Do- 
mingo. 

A  pesar  dt-  t-sn-  rigor  consigo  niismo,  con  los  religiosos  era  en  extremo  caritati- 
vo proporcionándoles  todo  el  regalo  que  cabe  dentro  de  nuestras  leyes. 

En  ol  Capitulo  que  la  provincia  celebró  en  Toledo  en  el  año  1572  fué  electo  Pro- 
vincial; consagróse  á  la  ref(irma  de  la  provincia  sin  alterar  en  lo  más  mínimo  su  mé- 
todo de  vida  á  pesar  de  tan  graves  ocupaciones. 

En  las  visitas  que  hacía  á  ¡os  conventos  de  su  provincia  edificaba  á  todos  por 


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su  espíritu  religioso  y  por  su  amor  á  la  observancia  regular,  de  la  que  no  se  dis- 
pensaba por  nada,  siendo  constante  en  la  asistencia  al  coro  y  en  las  vigilias  y  abs- 
tinencias de  la  Orden.  Su  rara  virtud  y  su  vida  de  fervor  le  conquistaron  la  estima 
y  veneración  del  Rey  Felipe  II,  que  le  encargó  la  visita  de  la  entonces  naciente  Des- 
calcez Carmelitana.  La  bienaventurada  Santa  Teresa  de  Jesús  se  creía  feliz  al  ver 
al  frente  del  gobierno  de  su  religión  reformada  á  un  varón  tan  santo,  tan  docto,  tan 
prudente  y  discreto. 

Repetidas  veces  quiso  S.  M.  católica  premiar  los  méritos  y  virtudes  del  Padre 
M.  Fr.  Pedro  con  altos  empleos  y  dignidades,  llegando  hasta  enviarle  sus  reales 
cédulas  para  un  obispado  de  Indias;  pero  nunca  se  pudo  recabar  de  su  modestia 
que  accediese  á  los  reales  deseos,  ni  que  diera  cuenta  á  nadie  de  las  reales  propo- 
siciones, evitando  así  hasta  el  más  ligero  asomo  de  vanidad  y  de  tentación. 

En  la  visita  que  N.  Rmo.  P.  M.  General  Fr.  Serafín  Caballi  de  Bresa  hizo  á  la  pro- 
vincia de  Andalucía,  escogió  al  P.  M.  Fr.  Pedro  Fernández,  más  que  como  socio  co- 
mo consejero  y  confidente  en  tan  delicada  misión.  El  éxito  comprobó  que  no  en  va- 
no había  depositado  el  P.  M.  general  su  confianza  en  él,  que  trabajó  como  bueno 
en  el  desempeño  de  su  cometido  y  contribuyó  poderosameute  á  la  reforma  de  la  ob- 
servancia regular. 

Terminada  la  visitase  retiró  al  convento  de  Salamanca  en  donde  fué  elegido 
Prior.  Pero  extenuadas  sus  fuerzas  por  el  trabajo,  por  las  penitencias  y  por  una 
vida  de  sacrificio  y  abnegación  el  Señor  le  llamó  á  gozar  del  premio  de  sus  muchas 
virtudes  el  22  de  Noviembre  del  año  1580,  siendo  todavía  de  53  años  de  edad. 

Estando  para  morir  vino  de  Sevilla  á  Salamanca  el  P.  Gracián,  Visitador  de  los 
Carmelitas  descalzos,  para  llevarle  al  Capítulo  de  Alcalá,  donde  se  había  de  ulti- 
mar la  separación  deseada  de  los  Descalzos:  tanta  era  la  confianza  que  en  este  ben- 
dito padre  tenían.  Confesó  y  dirigió  á  la  Santa  Aladre  Teresa  de  Jesús  por  algún 
tiempo. 

El  P.  lYIancio. 

Por  los  años  de  1497  y  en  la  villa  de  Becerril  de  Campos  y  diócesis  de  Palcncia, 
nació  Fr.  Mancio  del  Corpus  Christi.  Tomó  el  santo  hábito  de  manos  del  V.  P.  Fr. 
Juan  Hurtado  en  el  convento  de  San  Esteban  de  Salamanca  el  año  de  1523.  Al  año  si- 
guiente, el  día  11  del  mes  de  junio,  pronunció  los  votos  religiosos  en  compañía  del 
P.  M.  Fr.  Andrés  de  Tude'a,  más  tarde  catedrático  de  Prima  en  Alcalá  ante  el 
mismo  prior,  que  les  había  vestido  el  hábito 

Apenas  comenzó  sus  estudios  el  ilustre  hijo  de  Becerril  de  Campos,  dio  tan  ga- 
llardas muestras  de  su  preclaro  ingenio,  agudeza  y  habilidad,  que  se  fundaron  en 
él  las  más  lisonjeras  esperanzas,  confirmadas  luego  en  el  transcurso  del  tiempo  con 
los  señalados  triunfos,  que  con  quistó  en  la  carrera  de  letras  y  en  su  brillantehistoria 
universitaria. 


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Muchos  y  muy  valiosos  son  los  testimonios  que  acreditan  la  gran  talla  intelec- 
tual del  P.  M.  Fr.  Mancio  del  Corpus  Christi  en  el  siglo  XVI. 

El  P.  M.  Báñez,  á  pesar  de  su  sobriedad  dice  de  nuestro  Mancio  que  «sólo  su 
nombre  oprimía  á  los  más  doctos».  El  F.  Fernández  le  llama  <muy  gran  letrado  y 
consumado  maestro»,  y  no  duda  en  decir  que  «no  tuvo  aquel  siglo  quien  tan  bien 
comprendiese  ni  explicase  á  Cayetano-. 

Echard  le  apellida  muy  esclarecido  por  su  erudición.  Todos  los  teólogos  é  histo- 
riadores de  su  tiempo,  que  del  P.  M.  Mancio  hacen  mención,  todos  unánimemente 
le  tributan  los  mismos  entusiastas  elogios.  Su  hoja  de  estudios  tal  vez  sin  igual  en 
los  anales  de  las  universidades  de  Sevilla,  Alcalá  y  Salamanca,  sin  contar  el  asom- 
bro, que  en  la  Sorbona  causó  el  profundo  saber  del  maestro  palentino,  constituye 
su  mejor  y  más  autorizada  apología. 

Hablando  del  triunfo  que,  en  unas  oposiciones  á  la  clase  de  Teología  de  la  uni- 
versidad de  Sevilla  obtuvo  el  P.  Mancio,  dice  un  erudito  polemista  dominico:  «el 
General  de  la  orden  Fr.  Juan  Tenorio  que  había  sido  profesor  de  la  Sorbona,  pren- 
dado de  su  ingenio,  le  lleva  á  París  para  hacer  ostentación  de  aquel  maestro  singu- 
lar, que  lució  allí  las  galas  de  su  peregrino  talento;  queda  vacante  la  cátedra  de  Pri- 
ma de  la  Universidad  Complutense,  por  renuncia  de  Melchor  Cano,  y  Mancio,  su  digno 
condiscípulo,  se  presenta  candidato,  la  lleva  en  empeñada  lucha:  muere  Sotomayor 
catedrático  de  Prima  de  Salamanca,  y  el  temible  maestro  palentino  ya  no  necesita 
luchar:  el  codiciado  escaño  que  significaba  en  España  la  hegemonía  científica,  el 
trono  de  Minerva,  disputado  á  Victoria  y  Cano,  es  ocupado  por  Mancio  sin  oposi- 
ción porque  su  nombre  sólo  oprimía  á  los  más  doctos. 

En  el  más  alto  puesto  que  tenía  la  Teología  en  España,  adquirió  más  gloriosa 
celebridad.  Su  fama  acrisolada  en  el  estudio  de  la  ciencia  le  convirtió  en  verdade- 
ro oráculo.  Santa  Teresa  le  consultaba;  el  sabio  Jesuíta  Enriquez  escudaba  con  el 
nombre  del  hijo  de  Beccrril  de  Campos  sus  doctrinas  sobre  el  recurso  de  fuerzas; 
los  Consejos  ííe:il,  de  la  Inquisición  y  aún  el  de  Hacienda  le  pedían  pareceres:  Las 
Casas  le  encomendaba  la  aprobación  de  su  Libro:  Valdés  la  censura  de  su  Carranza- 
la  Universidad  de  Salamanca  le  encomendaba  espinosas  comisiones:  Fr.  Luis  de 
León,  cuando  más  receloso  estaba  de  los  Dominicos,  y  el  émulo  del  sabio  Agustino, 
León  de  Castro,  le  apellidaban  compendio  y  suma  de  saber  teológico. 

El  espíritu  religioso  de  este  hombre  de  ciencia  fué  tan  grande  como  su  talento; 
animado  de  ardiente  celo  por  la  salvación  de  las  almas  se  alistó  para  ir  á  predicar 
en  las  Indias  el  Evangelio  á  los  infieles.  Pero  al  llegar  á  Sevilla,  sus  compañeros  le 
hicieron  desistir  de  su  propósito,  pesarosos  de  que  aquella  lumbrera  se  oscurecie- 
ra en  la  espesura  de  las  selvas  sin  lucir  é  iluminar  al  mundo  con  los  resplandores 
de  .su  ciencia:  nuestro  Mancio,  humilde  y  complaciente,  accedió  á  los  ruegos  de  todos 
y  quedóse  en  Sevilla,  en  donde  empezó  su  brillante  historia  científica  y  universi- 


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t?ria.  Su  humiliai  rayaba  tan  alta  como  su  ciencia;  y  su  obediencia  no  desdecia  en 
lo  más  mínimo  de  su  modestia  y  de  las  demás  virtudes  que  le  adornaban.  Obligado 
por  la  obediencia  iiizo  oposición  á  las  cátedras  de  Sevilla,  Alcalá  y  Salamanca.  Re- 
gentó la  primera  algún  tiempo;  por  espacio  de  catorce  años  ocupó  la  segunda,  y  en 
la  tercera  entró  el  año  de  1564  á  suceder  al  P.  M.  Fr.  Pedro  Sotomayor. 

Era  de  carácter  tan  ameno  y  agradable  que  todos  buscaban  su  trato  y  compañía 
y  todos  quedaban  prendados  de  su  naturalidad  y  sencillez,  á  pesar  de  ser  un  hom- 
bre á  quien  todo  le  sonreía  por  la  justa  fama  de  sabio  de  que  gozaba  y  á  quien  los 
principes  y  magnates  del  reino  honraban  con  su  amistad  y  confianza.  Con  las  ta- 
reas de  la  clase  unía  la  no  menos  santa  y  laudable  obra  de  la  predicación,  en  la  que 
sobresalía  también  de  modo  notable.  Ni  su  avanzada  edad  de  casi  setenta  años,  ni 
las  consultas  que  toda  cíase  de  gente  le  hacía,  ni  el  rudo  trabajo  de  la  clase  eran 
obstáculos  para  que  predicase  durante  muchas  cuaresmas  enteras  con  grande  fruto, 
consuelo  y  edificación  de  todos.  En  una  palabra,  fué  nuestro  ilustre  Mancio  varón 
perfecto  en  todo:  grande,  superior  en  la  ciencia,  grande  en  la  virtud;  amigo  de  los 
pobres;  caritativo  en  extremo,  afable  y  cariñoso  para  con  todos;  ferviente  devoto 
de  la  Virgen  como  buen  hijo  de  Santo  Domingo.  Murió  en  la  paz  del  Señor,  fortaleci- 
do con  lo.s  Santos  Sacramentos  el  día  9  de  Julio  de  1566,  á  la  edad  de  69  años. 

Comunicó  Santa  Teresa  con  este  celebérrimo  Teólogo  Dominicano,  según  lo  afir- 
ma el  limo.  Fr.  Yepes  en  el  prólogo  á  la  vida  de  Santa  Teresa  y  lo  confirmó  la  mis- 
ma Santa  y  le  nombra  en  su  relación  al  Dominico  Fr.  Pedro  Ibáñez. 

V.  P.  Fr.  lYIelctior  Cano. 

Vino  al  mundo  en  la  villa  de  lllana.  provincia  de  Quadalajara,  arzobispado  de 
Toledo,  hacia  el  año  1541,  Baltasar  Prego  Cano.  Así  se  llamaba  en  el  mundo  el  que 
fué  después  Fr.  Melchoi  Cano.  Fueron  sus  padres  Mateo  de  Prego  y  Ana  Cano,  na- 
tural de  Tarancón  prima-hermana  del  célebre  obispo  de  Canarias,  Fr.  Melchor  Cano. 
Habiendo  sabido  su  limo,  tío  el  candor,  la  modestia  y  vocación  religiosa  de  su  que- 
rido sobrino  le  mandó  llamar,  siendo  á  la  sazón  Regente  de  San  Gregorio  de  Valla- 
dolid. 

Fué  tal  el  contento  y  alegría  que  recibió  con  la  vista  de  su  sobrino,  que  dicen 
los  historiadores  de  su  vida,  que  llegó  á  endulzarle  las  amarguras  que  aún  sentía  por 
la  pérdida  de  su  idolatrado  padre.  Esto  sucedía  el  año  1556,  cuando  Baltasar  tenía  15 
años.  Reconociendo  el  gran  maestro  en  su  sobrino  excelentes  disposiciones  le  hizo 
tomar  el  hábito  de  su  Orden  en  el  convento  de  Piedrahita.  En  la  profesión  dejó  el 
nombre  bautismal  por  el  nombre  de  .Melchor  Cano,  de  su  tío  y  protector. 

Aún  vivía  éste  cuando  pasó  el  V.  Fr.  Melchor  á  San  Esteban  de  Salamanca  á  con- 
tmuar  sus  estudios,  para  volver  luego  con  más  vigor  á  la  vida  contemplativa  en  que 
había  de  descollar. 


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Una  de  las  primeras  muestras  de  caridad  de  este  V.  Padre  fué  la  fundación  que 
hizo  en  1583  del  beaterío  de  hermanas  terceras  Dominicas  de  Piedrahita.  La  Orden 
tercera  existía  antes  en  esta  villa,  pues  es  conocida  la  célebre  causa  que  en  1511 
formó  la  Inquisición  á  la  famosa  Beata  de  Piedrahita,  que  vestia  dicho  hábito,  y  que 
salió  absuelta.  El  extático  Fr.  Melchor  formalizó  la  fundación  en  comunidad  reglada 
y  permanente. 

Más  adelante  el  1596  fundó  también  el  convento  de  dominicos  de  San  Jacinto  en 
la  villa  de  Madridejos,  del  cual  fué  el  primer  prior,  donde  acabó  sus  días. 

Tenía  el  bendito  Fr.  Melchor  correspondencia  seguida  con  muchos  devotos  de 
Andalucía  y  con  personas  principales  de  toda  España,  que  solicitaban  sus  cartas  y 
consejos;  como  el  marqués  de  Poza  D.  Francisco  Enríquez,  de  la  familia  del  Almi- 
rante. 

Entre  los  milagros  que  de  él  se  cuentan  fué  muy  ruidoso  el  que  hizo  en  VaHado- 
lid  con  la  marquesa  de  Viana.  Colmenares  en  la  historia  de  Segovia  refiere  el  caso 
de  que  el  4  de  Noviembre  de  1602  se  iluminó  el  cielo  de  resplandores  sobre  el  con- 
vento á  media  noche,  mientras  el  padre  oraba  sólo  en  la  capilla.  Santa  Teresa  de 
Jesús  escribiendo  desde  Segovia  al  P.  Báñez  en  1674,  dice  lo  siguiente:  «Aquí  estu- 
»ve  con  un  padre  de  su  orden,  que  llaman  Fr.  Melchor  Cano.  Yo  le  dije  que  á  haber 
«muchos  espíritus  como  el  suyo  en  la  orden,  que  pueden  hacer  los  monasterios  de 
•contemplativos. ' 

Era  tal  su  fama,  que  estando  los  reyes  en  Valladolíd  le  llamaron  para  verlo  y 
conocerlo;  y  en  Valdemoro  saliendo  de  decir  misa  á  no  guardarlo  sacerdotes  y  per- 
sonas sensatas  le  hubiera  dejado  desnudo  la  multitud,  cortándole  pedazos  de  hábi- 
to para  reliquias. 

Murió  en  olor  de  santidad,  viernes  30  de  Marzo  de  1607  y  no  se  le  pudo  enterrar 
hasta  los  tres  días  por  la  mucha  gente  que  acudía  á  verlo. 

Fue  sepultado  en  la  iglesia  de  su  convento  de  San  Jacinto  en  un  hueco  de  lapa- 
red  al  lado  de  Nuestra  Señora  del  Rosario. 

El  obispo  de  Monópoli,  habla  de  él  en  la  cuarta  parte  de  la  Historia  de  Santo 
Domingo,  dedicándole  nada  menos  que  seis  capítulos. 

P.  Baltasar  de  Vargas. 

hl  P.  Presentado  l-r.  Baltasar  de  Vargas  fué  conventual  de  Sevilla.  Ardiendo  en 
el  celo  de  las  almas  que  gemían  en  las  tinieblas  de  la  infidelidad,  pidió  en  la  flor  de 
su  juventud  pasar  á  tierra  de  infieles.  Con  este  motivo  se  trasladó  á  las  Indias  Occi- 
dentales donde  por  espacio  de  11  años,  trabajó  en  la  evangelización  de  aquellos  in- 
fieles con  mucho  fruto  de  sus  almas,  merced  á  la  generosidad  con  que  se  sacrificó 
por  tan  santo  fin.  Vuelto  á  España,  el  Capítulo  üencral  celebrado  en  Barcelona  en 
1575  le  concedió  el  título  de  Presentado  en  la  Orden,  á  condición  que  después  de 


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dos  años  se   embarcase  otra  vez  para  las  Indias.  ¡Tal  era  la  esperanza  que  tenía 
puesta  en  el  el  Capítulo  General! 

Con  este  R.  Padre  consultó  Santa  Teresa,  durante  su  permanencia  en  Sevilla  en 
1575,  y  de  él  hace  mención  cuando  escribiendo  al  P.  Gracián  sobre  su  sobrina  Te- 
resita,  hija  de  su  hermano  D.  Lorenzo,  le  dice  así:  Que  no  se  puede  dar  hábito  de 
menos  de  doce  años:  mas  criarse  en  el  monasterio  si.  También  lo  ha  dicho  Fr.  Bal- 
tasar el  dominico. 

P.  Fr.  Luis  de  Barrieníos. 

Pocos  son  los  datos  biográficos  que  podemos  presentar  sobre  el  célebre  predi- 
cador dominico,  uno  de  los  confesores  de  Santa  Teresa.  Se  reduce  todo  ello  á  lo  que 
en  sus  informaciones  del  Proceso  de  Avila  nos  dicen  sobre  él  dos  religiosas  descal- 
zas, profesas  en  el  convento  de  San  José.  Una  de  ellas  es  Teresita,  sobrina  de  la 
Santa  Fundadora,  quien  respondiendo  al  artículo  70,  dijo  así:  «Y  también  sabe  que 
el  Padre  ya  nombrado  Fr.  Luis  de  Barrientos  estando  en  esta  ciudad  de  Avila  y 
juntamente  la  dicha  Santa  Madre,  no  solamente  no  la  trataba,  pero  ni  tenía  tam- 
poco satisfacción  de  su  santidad,  que  antes  se  recataba  de  tratar  con  ella,  y  decía 
palabras  en  que  mostraba  no  tener  en  nada  su  santidad:  solamente  alababa  la  de 
una  religiosa  que  entonces  era  Priora  de  este  convento  de  San  Joseph  que  la  con- 
fesaba y  parecíale  que  ésta  era  la  Santa,  y  aunque  es  verdad  que  no  le  faltaba  ra- 
zón, no  permitió  Nuestro  Señor  que  mucho  tiempo  estuviese  engañado  en  el  mal 
sentir  que  tenía  de  la  dicha  Santa  M.  Teresa  de  Jesús,  por  no  la  haber  comunicado. 
Sucedió  pues  que  un  día  que  ésta  declarante  se  acuerda  muy  bien  y  que  de  ello  fué 
testigo  de  vista,  después  de  haber  comulgado  la  hizo  Nuestro  Señor  una  grandísi- 
ma y  extraordinaria  merced,  que  por  serlo  tanto,  aunque  estaba  habituada  á  otras^ 
ésta  no  pudo  entender  qué  era,  ni  qué  podía  significar,  y  estando  en  esta  confusión 
la  respondió  Nuestro  Señor  que  en  la  Iglesia  estaba  quien  se  la  declararía,  y  fué  así: 
que  acertó  á  estar  en  ella  confesando  el  dicho  P.  Fr.  Luis  de  Barrientos  á  la  dicha 
Madre  Priora,  é  yendo  la  Santa  M.  Teresa  de  Jesús  á  preguntar  quién  estaba  en  la 
Iglesia  porque  no  se  le  nombraron,  supo  como  era  él  y  fiada  en  Dios  se  determinó 
á  entrar  á  hablarle  y  tratar  la  merced  recibida.  Desde  este  día  que  este  Padre  la 
comunicó  quedó  tan  mudado  y  de  diferente  parecer  que  antes,  que  no  sólo  le  pare- 
ció era  Santa  y  espíritu  de  Dios  el  que  tenía;  sino  que  quedó  como  pregonero  públi- 
co y  piensa  que  hasta  en  los  pulpitos  engrandecía  las  virtudes  y  oración  de  la  dicha 
Santa  Madre;  cambióse  también  en  él  una  vida  muchísimo  más  estrecha  que  antes 
solía,  y  se  dio  tanto  á  la  oración  y  soledad  que  no  poco  admirij  á  todas  saber  los  ex- 
tremos que  acerca  de  ésto  hizo,  por  todo  lo  cual  y  por  otras  cosas  que  pudiera  de- 
cir, sabe  que  vari<j  la  fuerza  del  espíritu  y  la  comunicación  verdadera,  buena  y  efi- 
caz de  la  dicha  Santa  Madre  Teresa  de  Jesús».  (Proceso  de  Avila.) 


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Otra  de  las  religiosas  que  en  su  declaración  nos  habla  sobre  dicho  Padre  es 
Sor  Petronila  Bautista,  quien  respondió  asi  al  articulo  68:  «demás  de  lo  cual  sa- 
be esta  declarante,  en  este  tiempo  dicho  que  la  Santa  Madre  tuvo  las  dichas  perse- 
cuciones», cuando  la  división  de  la  dicha  Orden,  estando  en  el  convento  de  la  Orden 
de  Santo  Domingo  un  gran  Predicador,  llamado  Fr.  Luis  de  Barrientos,  el  cual  era 
confesor  de  algunas  monjas  de  este  convento,  en  especial  de  la  Madre  Priora  que  era 
entonces,  aunque  contrario  al  espíritu  de  la  Santa  Madre  Teresa  de  Jesús  parecién- 
dole  que  andaba  errada  en  todo  y  un  día  el  dicho  P.  vino  á  este  convento  á  visitar- 
la y  en  vez  de  ayudarla  y  consolarla  en  las  aflicciones  que  tenía  la  dijo  algunas  ra- 
zones bien  pesadas  de  lo  cual  la  Santa  Madre  daba  muchas  gracias  al  Señor,  que  era 
digna  de  padecer  por  él.  Después  de  esto  dende  á  ocho  ó  quince  días,  acabando  de 
comulgar  la  Santa  Madre  hizo  el  Señor  una  gran  merced,  la  cual  la  Santa  Madre  no 
entendió  y  ansí  quedó  muy  confusa  y  estándolo  la  dijo  el  Señor  en  la  Iglesia  está 
diciendo  misa  quien  te  lo  declarará  y  era  el  mismo  Fr.  Luis  de  Barrientos,  de  quien 
va  hecha  mención  en  este  artículo,  que  era  el  que  la  contradecía  lo  que  hacía  y  la 
Santa  Madre  habiendo  dicho  religioso  acabado  de  decir  misa  le  llamó  el,  que  no  hizo 
en  esto  poco  sacrificio  á  Dios,  y  le  dio  cuenta  de  todo  como  el  Señor  se  lo  había 
mandado,  y  desde  entonces  el  dicho  Padre  quedó  tan  mudado  y  trocado  de  la  opi- 
nión en  que  antes  tenía  á  la  Santa  Madre,  y  tan  enterado  en  su  virtud  y  santidad  que 
predicando  un  día  en  la  Iglesia  parroquial  de  San  Pedro  de  esta  ciudad  donde  había 
gran  concurso  de  gente  dijo  que  acudiesen  á  esta  casa  con  sus  limosnas  porque  por 
ella  hacia  Dios  bien  á  toda  la  ciudad  y  desde  entonces  tuvo  muy  gran  devoción 
con  la  Santa  Madre  y  la  estimaba  y  reverenciaba  como  á  Santa  y  lo  dicho  en  este  ar- 
tículo lo  sabe,  porque  conoció  á  dicho  P.  Fr.  Luis  Barrientos  y  porque  la  dicha  Ma- 
dre lo  contó  en  este  convento  delante  de  esta  declarante,  en  especial  las  razones 
tan  pesadas  que  este  P.  le  había  dicho:  y  porque  en  lo  que  toca  á  lo  del  Sermón  lo 
oyó  después  decir  había  pasado  ansí  y  fué  público  y  notorio.  (Proceso  de  Avila ) 

El  P.  Fr.  3uan  de  Arcediano. 

Tomó  el  hábito  el  P.  Fr  Juan  de  Arcediano  en  el  convento  que  la  Orden  tenía  en 
Peñaficl  (Burgos  i.  Fué  colegial  de  San  Gregorio  de  Valladolid  por  el  mismo  con- 
vento de  í^'ñaíiel.  Dotado  de  excelentes  dotes  de  gobierno  fué  tres  veces  Prior  de 
este  Real  convento  de  Santo  Tomás  de  Avila,  dos  de  Burgos,  tres  de  Plasencia, 
Prior  de  Segovia  y  después  de  Toledo,  Vicario  provincial  de  Galicia.  Por  cuatro  ve- 
ces fué  elegido  Rector  del  insigne  Colegio  de  San  Gregorio  de  Valladolid,  á  cuyo 
gobierno  agradecido  el  Colegio  hizo  estatuto  en  el  que  le  prohijó  y  á  la  vez  le  con- 
cedió todas  las  gracias  y  privilegios  que  tienen  los  regentes  jubilados.  Fué  también 
al  fin  de  su  vida  Provincial  de  la  Provincia  de  Fspaña,  pues  murió  en  el  cuarto  año 
de  su  provincialato. 


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Alcanzó  del  Excmo.  Duque  de  Lerma  la  cátedra  de  Vísperas  de  Salamanca  la 
cual  dotó  con  suficiente  renta  y  fué  adjudicada  in  perpetuuní  á  la  Orden  de 
Santo  Domingo  con  beneplácito  de  toda  la  Universidad  y  confirmación  de  la  Ma- 
gestad  Católica.  Este  M.  R.  P.  confesó  á  la  Santa  en  Burgos  siendo  Prior  de  San  Pa- 
blo y  fué  el  que  cantó  la  misa  el  día  de  la  fundación  con  muchos  ministriles  que  vinie- 
ron sin  llamarles. 

R.  P.  lYl  Fr.  Pedro  Peredo. 

Poquísimos  son  los  datos  que  hemos  podido  recoger  acerca  de  este  padre.  Úni- 
camente se  sabe  que  fué  predicador  conventual  del  colegio  de  Santo  Tomás  de 
Avila  y  después  prior  del  convento  de  San  üinés  de  Talavera. 

La  obediencia  del  P.  Peredo  puesta  algunas  veces  á  prueba  fué  grandemente  re- 
compensada por  los  méritos  y  oraciones  de  Santa  Teresa. 

He  aquí  el  hecho  tal  cual  le  cuentan  los  historiadores  de  la  Santa  Madre  Teresa 
de  Jesús.  Al  P.  M.  Pedro  Peredo  predicador  en  Santo  Tomás  de  Avílale  ordenó  un 
día  su  Superior  (1)  ir  á  predicar  al  monasterio  de  la  Encarnación»  de  esta  ciudad 
ante  una  comunidad  de  ciento  cincuenta  religiosas,  á  cuya  cabeza  se  encontraba 
entonces  la  Madre  Teresa  de  Jesús. 

Le  fué  pues  al  padre  muy  penoso  este  mandato,  porque  no  sólo  no  estaba  prepa- 
rado, pero  ni  aún  él  tenía  tiempo  preciso  para  repasar  el  evangelio  de  la  misa  con 
objeto  de  sacar  de  él  el  tema  de  su  sermón. Sin  embargoolvidándose  de  la  buena  opi- 
nión que  de  él  se  tenía,  se  abandonó  en  brazos  de  la  obediencia,  como  deberían  ha" 
cer  siempre  los  religiosos,  y  se  trasladó  inmediatamente  al  monasterio  de  la  Encar- 
nación. La  Madre  Priora  Teresa  de  Jesús  le  recibió  en  el  locutorio  y  al  verle  triste 
y  preocupado  le  preguntó  la  causa.  El  buen  religioso  incapaz  de  ocultar  la  verdad 
le  dijo  sencillamente  sus  apuros.  La  Santa  Madre  le  exhortó  primero  á  tener  mucho 
ánimo,  después  le  suplicó  la  confesase,  que  le  dijera  la  misa  y  en  ella  que  la  diera 
la  sagrada  comunión,  asegurándole  que  si  ponía  en  Dios  toda  su  confianza,  recibi- 
ría en  el  tiempo  oportuno  las  luces  necesarias  para  predicar  con  fruto.  Estas  pala- 
bras pronunciadas  por  un  corazón  lleno  de  fe,  y  un  alma  entregada  enteramente  en 
manos  de  la  providencia  dieron  tal  seguridad  al  predicador  que  subió  con  tal  con- 
fianza á  la  cátedra  del  Espíritu  Santo  y  dijo  tales  maravillas  que  él  mismo  quedó 
asombrado.  La  Madre  Teresa  admirada  de  un  discurso  tan  perfecto  dio  gracias  á 
Dios  Nuestro  Señor  por  la  prontitud  de  sus  auxilios;  mandó  al  P.  Predicador  y  le 
indujo  á  unirse  á  ella  para  dar  gracias  á  Dios  y  á  reconocer  el  irresistible  poder  de 
la  obediencia  por  amor  de  Dios,  puesto  que  jamás  el  Divino  Maestro  abandona  á 
los  que  se  someten  con  la  docilidad  del  niño  á  sus  Superiores.» 

(I)     Er.i  entonces  prior  el  P.  Fr.  Diego  de  Chaves. 

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De  hecho  la  asistencia  de  lo  alto  fué  muy  sensible  y  evidente  en  este  caso.  El 
P.  Peredo  reconoció  que  era  incapaz  de  predicar  de  una  manera  tan  elocuente  y 
Icosa  maravillosa!,  cuando  quiso  después  recordar  los  bellos  pensamientos  que  había 
desarrollado,  no  los  pudo  traer  á  la  memoria  por  más  esíuezos  que  hizo  para  ello. 
El  sólo  había  sido  un  ruin  instrumento  de  la  acción  directa  de  la  gracia.  La  Crónica 
Carmelitana  indica  su  muerte  acaecida  en  el  año  1574,  siendo  prior  en  Talavera 
muy  poco  tiempo  después  del  suceso  que  acabamos  de  referir  ocurrido  en  el  con- 
vento de  la  Encarnación  de  Avila. 

R.  P.  Fr.  Diego  flluarez,  Arzobispo  de  Trani. 

Entre  los  defensores  de  la  gracia  de  Jesucristo  en  las  célebres  disputas  de  Auxiliis 
bajo  los  Papas  Clemente  VIII  y  Paulo  V,  es  muy  notable  el  P.  Fr.  Diego  Alvarez. 
Nació  en  Medina  de  Rioseco,  Diócesis  de  Palencia  á  mediados  del  siglo  XVI,  sien- 
do sus  padres  Manuel  Alvarez  y  Violante  Díaz,  nobles  y  piadosos.  Pusieron  gran 
cuidado  en  su  educación  y  le  llevaron  á  estudiar  á  Burgos  á  la  edad  de  diez 
años,  saliendo  tan  aprovechado  que  en  dos  años  era  latino  perfecto.  Desde  tan  jo- 
ven se  insinuó  la  gracia  de  tal  modo  en  su  alma  que  no  hallaba  otro  mejor  gusto 
que  el  retiro,  estudio,  la  devoción  y  sobre  todo  en  las  instrucciones  y  consejos 
del  canónigo  de  la  ciudad,  D.  Diego  de  las  Cuevas.  Vuelto  á  Medina,  después  de  sus 
estudios,  Diego  que  tenía  trece  años,  se  presentó  en  el  convento  de  la  Orden  dedi- 
cado á  San  Pedro  Mártir  y  pidió  el  hábito  al  prior  que  era  el  P.  Esteban  Cuello,  pro- 
vincial después  de  España.  Este  al  ver  el  joven  que  era  tan  flaco  de  complexión 
juzgó  no  poderle  admitir,  mas  encontrándole  muy  adornado  de  ciencia  y  de  virtud 
se  contentó  con  diferirle  la  admisión  al  santo  hábito,  diciéndole  que  hasta  que  se 
hallase  más  fuerte  no  podría  satisfacerle.  El  pretendiente  se  volvió  bastante  afligi- 
do por  esta  determinación;  mas  no  pudiendo  resistir  más  los  movimientos  de  su  vo- 
cación se  resuelve  volver  otra  vez  al  Padre  prior,  el  que  todo  sorprendido  de  su 
perseverancia  y  fervor  le  contestó:  Sabes  bien,  hijo  mío,  á  qué  te  quieres  obligar?  Si 
diese  ahora  oídos  á  vuestros  deseos  sería  necesario  que  pasaras  dos  años  de  novi- 
cio con  todo  el  rigor  de  la  regla.  -Este  rigor  de  la  regla  le  dijo  Diego,  Padre  uno,  es 
mayor  del  que  acostumbra  la  Orden?  No,  le  dijo  el  Prior.  Pero  se  guarda  sin  dispen- 
sa alguna.  Entonces  replici)  el  joven:  -no  me  niego»,  si  os  agrada,  á  lo  que  pedis 
de  mi.  Mq  propongo  con  la  ayuda  de  Dios  guardar  por  toda  mi  vida  lo  que  exige 
vuestra  religión  y  por  tanto  ni  uno  ni  dos  años  son  bastantes  para  amedran- 
tarme. 

Rendido  el  Padre  prior  con  estas  razones  tan  bien  expuestas,  le  exhortó  á  con- 
servar tan  buenas  disposiciones  y  le  prometió  darle  el  hábito  en  la  próxima  fiesta 
de  San  Lorenzo.  Con  esta  palabra  Diego  se  retiró  satisfecho.  Su  madre  sintió  mu- 
cho la  resolución  de  su  hij(;  que  consideraba  como  el  sostén  de  su  familia  y  se  esfor- 


-691  — 

zó  en  hacerle  abandonar  sus  propósitos.  Lágrimas,  caricias,  promesas,  nada  pudieron 
conseguir  de  él.  Desesperada  entonces  de  poder  ganarle  por  esta  vía  resolvió  em- 
prender un  largo  viaje  y  que  su  hijo  la  acompañara.  Diego  se  excusó  con  todos  sus 
esfuerzos  diciendo  que  había  empeñado  su  palabra  con  el  Padre  prior  para  tomar 
el  hábito  el  día  de  San  Lorenzo  y  no  quería  faltar.  Viendo  su  madre  que  todas  las 
razones  no  daban  ningún  resultado,  y  creyendo  entonces  que  esto  era  oponer  obs- 
táculos á  las  órdenes  de  Dios,  se  decide  su  madre  á  acompañarle  y  el  día  de  San 
Lorenzo  á  la  hora  de  vísperas  se  presentaron  los  dos,  madre  é  hijo  al  padre  Prior 
del  convento,  donde  se  verificó  la  ceremonia  de  tomar  el  santo  hábito.  No  había 
costumbre  entonces  de  que  los  pretendientes  practicasen  antes  de  recibir  el  santo 
hábito  los  ejercicios  espirituales. 

Al  pasar  nuestro  joVen  por  delante  de  la  Iglesia  ya  se  habían  cantado  vísperas. 
Entonces  bajando  del  caballo  y  presentándose  al  Prior  le  contó  los  obstáculos  de  su 
madre  á  su  vocación  y  que  no  había  podido  venir  á  la  hora  indicada.  Edificado  el 
Padre  más  y  más  de  tanta  perseverancia  hizo  tocar  á  Capitulo  y  le  dio  pública- 
mente el  hábito.  El  dolor  le  hizo  derramar  muchas  lágrimas  á  su  madre,  mas  cuan- 
do más  tarde  conoció  los  designios  de  Dios,  sintió  tan  vivo  consuelo  como  no  le  ha- 
bía sentido  en  todos  los  gozos  de  la  tierra. 

Fr.  Diego  tuvo  un  noviciado  de  dos  años,  sin  sentir  molestia  ni  disgusto,  antes 
al  contrario  con  gran  fervor,  mortificación  y  modestia.  Como  daba  ya  señales  de  su 
gran  talento,  aún  no  había  hecho  la  profesión  cuando  se  le  envió  á  estudiar  al  con- 
vento de  San  Gregorio  de  Valladolid,  donde  al  cabo  de  poco  tiempo  se  hizo  un 
gran  filósofo  y  excelente  teólogo. 

Le  encargó  después  el  Provincial  enseñar  filosofía  en  el  convento  de  Tríanos  y 
en  San  Ildefonso  de  Toro.  También  las  casas  de  Segovia  y  Palencia  le  tuvieron  de 
lector  de  Teología  y  de  Sagrada  Escritura.  En  el  convento  de  Toro,  donde  había  sido 
M.  de  ArteS;  explicó  las  Epístolas  de  San  Pablo;  y  como  el  de  Valladolid  le  hubiese 
pedido  para  la  misma  cátedra,  explicó  en  él  los  9  primeros  capítulos  de  Isaías,  sobre 
el  cual  publicó  después  muy  buenos  Comentarios. 

De  este  modo  pasó  la  vida  en  los  ejercicios  de  piedad  y  de  los  estudios,  hasta 
la  edad  de  42  años.  En  este  tiempo  el  Cardenal  Miguel  Bonellí,  sobrino  de  S.  Pío  V, 
le  pidió  con  muchas  instancias  á  los  superiores  de  la  Orden  para  regente  del  cole- 
gio de  la  Minerva  en  Roma.  Siguiendo  pues  los  deseos  de  tan  digno  Cardenal,  el  V. 
Padre  cumplió  aquel  empleo  por  espacio  de  10  años  con  brillantez  y  reputación  ex- 
traordinarias (1596-1606). 

Entonces  era  cuando  se  discutían  con  gran  calor  entre  los  Padres  de  la  Compa- 
ñía de  Jesús  y  los  discípulos  de  Santo  Tomás  las  célebres  cuestiones  de  Auxiliis;  las 
cuales  habían  comenzado  en  España  con  ocasión  de  los  libros  del  P.  Luis  Molina, 
que  en  sus  Comentarios  á  la  Suma  de  Santo  Tomás,  se  apartó  de  su  doctrjna. 


-  692  - 

Al  mismo  tiempo  y  como  consecuencia  necesaria  se  apartaba  en  muchos  lugares 
de  San  Agustín,  cuyo  más  fiel  intérprete  es  Santo  Tomás. 

La  narración  circunstanciada  de  esta  memorable  lucha  teológica  corresponde  á 
la  vida  del  V.  P.  Tomás  de  Lemos,  que  fué  el  intrépido  campeón  de  la  gracia  eficaz. 
Baste  decir  aqui  que  el  Papa  Paulo  V  al  observar  en  el  P.  Diego  Alvarez  una  cien- 
^ia  profunda,  juicio  acertado  y  rara  modestia,  le  nombró  inmediatamente  después 
de  estas  discusiones,  arzobispo  de  Trani  en  el  reino  de  Ñapóles. 

En  el  ejercicio  de  su  cargo  episcopal  se  manifestó  el  digno  religioso,  como  lo 
habia  sido  en  el  convento  de  la  Minerva  durante  su  profesorado,  animado  de  los 
sentimientos  que  estaban  conformes  con  la  doctrina  que  enseñaba.  Por  su  sincera 
humildad  se  tenía  por  el  más  imperfecto  de  todos  ios  hombres,  y  ensalzando  sin  ce- 
sar la  infinita  misericordia  de  Dios,  decía  muchas  veces  que  no  había  en  sí  cosa  al- 
guna, de  que  él  pudiera  sacar  la  menor  gloria.  Apenas  podía  tolerar  que  se  le  be- 
sara la  mano  como  se  acostumbra  hacer  con  los  obispos.  Con  mucho  gusto  hubiera 
él  renunciado  su  dignidad  con  objeto  de  volver  á  ia  celda  de  su  convento,  si  se  lo 
hubieran  consentido  el  Papa  y  el  rey  católico,  pero  siempre  fueron  inútiles  los  de- 
seos que  tenía  de  retirarse.  Tan  general  y  tan  sólida  era  la  opinión  que  se  tenía  de 
sus  méritos  y  de  sus  virtudes. 

Lo  que  más  se  admira  en  él  es  su  humildad.  Cuando  los  criminales,  que  eran 
conducidos  al  suplicio,  pasaban  por  debajo  de  las  ventanas  del  palacio  arzobispal, 
el  V.  P.  se  sentía  arrebatado  del  pensamiento  de  su  propia  miseria  y  de  sus  peca- 
dos, diciendo  algunas  veces:  Señor,  por  qué  no  soy  yo  como  este  desgraciado?  No 
es  seguramente  por  mi  virtud,  pues  sólo  veo  en  mí  aptitud  para  todos  los  vicios:  es- 
to es  pues  efecto  únicamente  de  vuestra  protección  y  vuestra  gracia>. 

Tenía  continuamente  puestos  sus  ojos  en  sus  faltas,  lo  que  le  hacía  ser  benigno  y 
compasivo  con  los  demás.  Habiéndole  robado  uno  una  gran  cantidad  de  dinero,  y 
recayendo  las  sospechas  sobre  uno  de  sus  sirvientes,  se  detuvo  él  algún  tiempo  en 
esta  misma  idea;  pero  sintió  después  por  esta  causa  tan  gran  remordimiento,  que  á 
pesar  de  su  ciencia  no  pudo  quedar  tranquilo  hasta  haberse  confesado  de  esa  mala 
sorpecha. 

Le  era  un  verdadero  suplicio  tener  que  castigar  las  faltas  que  no  podía  disimu- 
lar. Pero  aún  en  estos  casos  predominaba  la  bondad  y  perdonaba  muy  fácilmente  con 
sólo  que  hubiera  apariencias  de  arrepentimiento:  sobre  todo  perdonaba  las  multas 
pecuniarias,  cobrándolas  raras  veces.  Los  que  le  rodeaban  le  echaban  á  veces  en 
cara  su  excesiva  indulgencia,  pero  él  como  verdadero  amante  de  la  paz  y  la  dulzu- 
ra, movía  ligeramente  las  espaldas,  y  mirando  al  crucifijo  decía:  «Señor,  si  mi  facili- 
dad en  perdonar  es  perjudicial  á  tu  rebaño,  os  suplico  pongáis  en  ello  remedio  con 
la  sabiduría  de  vuestra  providencia.  Pero  si  es  una  falta  ser  misericordioso  con  los 
que  reconocen  sus  pecados  y  piden  de  ellos  perdón,  entonces  eso  vos  nos  lo  habéis 


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enseñado,  Señor,  vos  que  sois  el  ejemplar  y  modelo  de  nuestra  conducta."  Con  estas 
palabras  aludía  á  lo  que  había  dicho  San  Pedro:  Señor,  cuantas  veces  he  de  per- 
donar á  mi  hermano,  si  me  ofendiese  ¿Hasta  siete  veces?»  A  lo  que  le  contestó  Je- 
sús: «No  te  digo  que  le  perdones  sólo  siete  veces:  sino  setenta  veces  siete    (1). 

Un  eclesiástico  de  su  diócesis  cayó  en  una  falta  tan  grande  que  el  arzobispo  se 
vio  obligado  á  ponerlo  en  la  cárcel  hasta  que  cumpliese  la  pena  canónica.  Su  primera 
providencia  fué  mandar  al  oficial  de  la  curia  que  en  nada  aligerase  la  severidad  del 
juicio;  pero  al  oir  esta  orden,  el  oficial  contestó  con  una  sonrisa.  Le  preguntó  el  ar- 
zobispo la  razón  de  aquella  sonrisa,  á  lo  que  contestó  el  oficial:  la  razón.  Señor,  es 
porque  Su  Señoría  mismo  será  el  primero  en  volverse  atrás  de  lo  que  ahora  me 
manda,  y  no  tardará  mucho  en  poner  al  prisionero  en  libertad.  Y  así  sucedió  en 
efecto,  como  lo  había  previsto  el  oficial,  pero  el  V.  P.,  dirigiendo  al  crucifijo  sus 
excusas  ordinarias,  halló  tan  piadosas  y  conmovedoras  razones,  que  el  oficial  que 
le  vía,  se  echó  á  llorar. 

De  esta  ternura  del  corazón  venía  el  que  siempre  estuviese  atento  á  remediar 
las  necesidades  espirituales  y  temporales  de  sus  diocesamos.  Hizo  un  viaje  á  Ña- 
póles con  objeto  de  conseguir  que  se  eximiese  su  ciudad  de  ciertos  impuestos  de- 
masiado onerosos.  Los  pobres  se  aprovechaban  de  casi  todas  sus  rentas;  les  esta- 
ba siempre  abierta  la  puerta  del  palacio,  y  tenía  dada  orden  de  que  se  les  dejase 
llegar  hasta  su  habitación.  Los  recibía  con  grande  caridad,  y  les  distribuía  la  limos- 
na, y  cuando  ya  no  tenía  dinero,  les  daba  sus  propios  vestidos. 

En  conformidad  con  los  decretos  del  Concilio  de  Trento,  edificó  á  sus  expensas, 
cerca  de  la  iglesia  catedral,  un  seminario,  en  donde  podían  recibir  cincuenta  ecle- 
siásticos la  educación  correspondiente  á  la  santidad  de  su  vocación.  Con  objeto  de 
recoger  niñas  huérfanas,  construyó  y  dotó  una  espaciosa  casa,  que  después  trans- 
formó en  monasterio  de  la  Tercera  Orden  de  Santo  Domingo. 

Predicaba  muchas  veces  para  instruir  á  su  pueblo  y  apacentarle  como  buen  pas- 
tor en  la  doctrina  de  la  salvación.  El  ejemplo  de  su  vida  privada  hacía  más  eficaz 
su  palabra,  y  con  tanto  más  gusto  se  seguían  sus  consejos,  cuanto  que  él  era  el  pri- 
mero en  practicarlos. 

Se  esforzaba  en  imitar  en  el  arreglo  de  su  casa  el  que  habían  tenido  los  santos 
obispos  en  las  precedentes  edades,  conservó  siempre  el  hábito  de  su  Orden,  hecho 
de  una  tela  de  lana  tan  grosera,  que  se  pudieran  haber  contentado  con  él  los  Reli- 
giosos de  las  más  estrechas  reformas.  Pretextó  una  vez  su  camarero  las  convenien- 
cias de  su  dignidad  para  sustituir  por  una  ancha  banda  de  seda  el  pobre  cingulo, 
pero  él  no  lo  consintió.  Una  de  sus  máximas  era  que,  habiéndose  consagrado  por 
su  estado  á  la  pobreza,  estaba  persuadido  que  debía  ser  fiel  observador  de  ese  voto, 


(l)    Math.XVIIl,21,  22. 


—  694  — 

y  si  alguno  le  hacía  discretamente  algunas  observaciones  sobre  el  particular,  le 
respondía  con  santa  resolución:  :<Antes  renunciaré  á  mi  Arzobispado  y  me  volveré 
á  un  convento  de  mi  Orden,  que  mudar  en  cosa  alguna  el  modo  de  vivir  que  me  im- 
pone mi  profesión  religiosa.» 

El  V.  P.  Alvarez  fué  hasta  la  muerte  el  hijo  más  fiel  y  más  afecto  á  la  Orden  de 
Santo  Domingo.  Por  lo  cual,  cuando  en  1628  publicó  su  libro  sobre  el  origen  de  la 
herejía  de  Pelagio,  lo  dedicó  al  R.  P.  Nicolás  Rodulfo,  su  antiguo  discípulo  en  la  Mi- 
nerva, que  acababa  de  ser  elegido  para  Maestro  general. 

«Hacia  el  fin  de  mis  días,  le  escribía,  os  dedica  esta  obrita,  como  fruto  de  un  pe- 
queñito  ramo  del  gran  árbol  de  laReligión  de  Santo  Domingo.  Me  doy  prisa  á  enviá- 
rosle, por  temor  de  que  si  lo  dilatase  con  objeto  de  poder  presentaros  alguna  cosa 
de  mayor  consideración,  no  nos  quede  tiempo  para  acabarlo.  El  solo  motivo  que  me 
mueve  á  escribir  en  edad  tan  avanzada,  es  dar  al  sucesor  de  Santo  Domingo  una 
prueba  de  mi  reconocimiento  por  los  innumerables  beneficios,  que  recibí  en  la  Re- 
ligión... Ella  fué— añade,— la  que  me  recibió  con  los  brazos  abiertos,  cuando  me 
presenté  á  ella;  ella  fué  la  que  me  alimentó  como  buena  madre  con  la  leche  de  su 
piedad,  me  instruyó  con  toda  bondad  en  las  ciencias  de  fisolofía  y  teología,  me  pro- 
curó honores,  que  sólo  hubieran  podido  merecer  la  virtud,  hasta  elevarme  á  esta 
silla  arzobispal  de  la  iglesia  de  Trani.  Todos  estos  favores  hacen  que  mi  recono- 
cimiento se  convierta  en  deber  imperioso,  y  aún  cuando  yo  diese  mi  vida  por  los 
intereses  de  la  Orden,  aún  no  sería  bastante  para  agradecerle  el  menor  de  sus  fa- 
vores. El  carácter  de  Religioso  y  Fraile  Predicador  le  acarreó  más  de  una  vez  gran- 
des humillaciones  y  contradicciones,  délo  que  él  no  sólo  no  se  afligía,  sino  antes 
bien  se  alegraba.  Al  principio  de  su  episcopado  el  arzobispo  cardenal  de  Nazarith, 
cuya  jurisdicción  se  extendía  á  algunas  de  las  iglesias  de  la  diócesis  de  Trani,  le 
produjo  más  disgustos  que  cualquier  empleado  del  rey.  Como  tenía  mucha  influencia 
en  Roma  y  por  su  dignidad  era  superior  á  nuestro  arzobispo,  tenía  placer  de  llevarle 
la  contra  en  todo.  El  Venerable  padre,  sin  embargo,  no  cedió  jamás  ni  en  uno  solo 
de  sus  derechos  y  sufrió  con  gran  perseverancia  las  vejaciones  de  este  alto  perso- 
naje diciendo  con  gracejo:  ílaec  sunt  onera  matrimonii:  «estas  son  las  cargas  de 
matrimonio.» 

Tenia  pres  ente  ante  todo  los  intereses  y  el  buen  gobierno  de  la  iglesia  de  Tra- 
ni, su  esposa.  Un  día,  el  vicario  de  este  cardenal  se  fué  al  locutorio  de  unas  religio- 
sas claustrales  de  Bar  letta  contra  el  mandato  expreso  del  arzobispo,  por  lo  que  éste 
le  excomulgó  públicamente:  y  como  el  sacerdote  no  dejase  de  continuar  sus  vi- 
sitas, fué  excomulgado  otras  dos  ó  tres  veces.  Al  tener  noticia  de  esto  el  Cardenal 
mostró  un  gran  desd  én  hacia  él,  vituperó  la  conducta  del  arzobispo,  y  en  lugar  de 
reprender  á  su  vicario  sus  inoportunas  visitas,  le  escribió  estas  palabras  amena- 
za-loras  para  el  V.  \\  Diego  Alvarez:  -Ahora  á  lo  menos  tendremos  razón  contra 


-695- 

este  Fraile',  usando  el  término  Fraile  (Frute)  para  indicar  su  desprecio  hacia  los  re- 
ligiosos. Sus  intrigas  apenas  tuvieron  efecto,  pues  murió  pocos  años  después  (1622) 
sin  haber  tenido  tiempo  de  conseguir  del  Soberano-Pontifico  la  desaprobación  que 
esperaba  contra  el  arzobispo  de  Trani.  En  tan  enojoso  negocio  se  portó  siempre  el 
Padre  con  tal  igualdad  de  ánimo,  que  jamás  se  le  oyó  salir  una  palabra  áspera  de 
su  boca,  sufriéndolo  todo  con  extraordinaria  conformidad,  y  resignándose  ente- 
ramente con  la  voluntad  de  Dios,  sin  abandonar  por  su  parte  ni  aún  sus  menores 
obligaciones. 

El  día  lo  ocupaba  en  el  estudio,  la  oración  y  el  cumplimiento  de  los  deberes  de 
su  cargo,  sin  que  quedase  espacio  alguno  de  tiempo  para  la  ociosidad  ni  aún  pa- 
ra la  distracción.  Este  recogimiento  habitual  y  esta  unión  con  Dios  mantenían  en  su 
corazón  el  fuego  de  la  caridad,  cuya  benéfica  influencia  se  percibía  en  sus  sermones. 
Donato  Sealzo,  uno  de  sus  sacerdotes,  aseguró  con  juramento  que  echando  el  arzo- 
bispo en  el  día  de  San  José  una  plática  á  una  comunidad  de  Religiosas,  apareció  su 
rostro  resplandeciente  y  rodeado  de  rayos  luminosos.  Todas  las  noches,  antes  de 
tomar  e!  alimento,  leía  algunos  puntos  de  un  libro  piadoso,  para  dormirse  con  al- 
gún buen  pensamiento. 

Era  tan  grande  su  inocencia  que  jamás  deshonró  su  bautismo  con  un  pecado 
grave.  Era  tal  su  pureza  que  huía  del  menor  peligro  que  pudiera  deslustrarla  y 
cuando  se  veía  necesitado  á  ha'-'.ar  con  mujeres,  lo  hacía  con  la  mayor  modestia  y 
muy  pocas  palabras. 

De  este  modo  gobernó  el  P.  Diego  Alvarez  su  arzobispado  de  Trani  hasta  el  año 
de  1632.  Contrajo  entonces  una  grave  enfermedad.  Recibió  el  santo  Viático  con 
una  fe  y  devoción,  que  conmovía  el  corazón  de  todos  los  asistentes.  El  mayor  re- 
mordimiento que  entonces  decía  sentir,  era  el  haber  sido  demasiado  compasivo, 
benigno  y  tacil  en  perdonar.  De  esto  pidió  á  Dios  perdón  con  abundancia  de  lágri- 
mas, alegando  con  toda  la  humildad  de  su  alma  que  lo  había  hecho  á  imitación  su- 
ya, pero  que  tal  vez  habría  abusado. 

Quiso  rezar  el  Oficio  hasta  el  último  día,  y  para  hacerlo  más  cómodamente  qui- 
so que  le  ayudase  uno  de  sus  sacerdotes.  Sufrió  las  molestias  de  la  enfermedad  con 
tan  santa  y  humilde  paciencia  que  nunca  se  le  encontró  triste.  Al  hacerle  la  re- 
comendación del  alma,  un  sacerdote  le  recordó  aquellas  palabras  de  David:  «Se- 
ñor, quién  habitará  en  tus  tabernáculos,  ¿ó  quien  hallará  su  reposo  en  tu  monte 
santo?  El  que  no  tiene  mancha,  y  el  que  hace  el  bien».  Pero  el  enfermo  manifestó 
que  no  le  había  agradado  el  pensamiento  del  sacerdote,  y  le  indicó  que  aquellas  pa- 
labras no  le  convenían  á  él. 

Con  tales  sentimientos  de  humildad,  y  confiando  únicamente  en  la  misericordia 
de  Dios,  que  asegura  ha  de  medir  nuestras  obras  con  la  misma  medida  con  que  nos- 
tros  midiésemos  las  de  los  otros,  se  fué  á  gozar  de  las  delicias  inefables  de  la 


—  096  — 

gloria,  el  10  de  Mayo  de  1632.  Le  lloraron  amargamente  todo  su  clero,  los  habitan- 
tes de  la  ciudad  y  sobre  todo  los  pobres,  porque  perdían  en  él  á  un  verdadero  pa- 
dre y  pastor.  Su  casto  y  virginal  cuerpo  quedó  tan  flexible  y  tratable  como  si  estu- 
viese vivo,  con  una  majestad  que  excitaba  la  veneración.  Se  le  pusieron  los  hábitos 
de  la  orden  y  los  ornamentos  pontificales,  y  después  se  le  expuso  en  la  sala  del  pa- 
lacio, donde  por  espacio  de  dos  días  enteros  se  le  tributaron  los  honores  fúnebres. 
El  día  siguiente  se  le  trasladó  á  la  catedral  para  enterrarle  en  la  capilla  de  San  Ni- 
colás Pelegrino.  Tuvo  la  misa  y  presidió  á  los  funerales  el  obispo  de  Bisceta,  su 
sufragáneo;  y  un  carmelita,  el  P.  Camilo  Fieboli,  publicó  sus  virtudes  en  un  magni- 
fico sermón  fúnebre;  y  por  fin  Dios  confirmó  estos*  testimonios  de  respeto  por  un 
gran  milagro. 

Un  gentil  hombre  de  la  ciudad  de  Trani,  llamado  Juan  Bautista  Stampachía,  ha- 
bía perdido  casi  del  todo  la  vista  por  unas  cataratas,  de  manera  que  sólo  podía  an- 
dar á  tientas.  Se  fué  pues  á  venerar  el  cuerpo  del  Prelado  con  una  gran  confianza 
de  que  recobraría  la  vista  por  sus  méritos  é  intercesión.  Pidió  pues  esta  gracia  al 
Señor  á  la  vez  que  llevaba  la  mano  del  difunto  á  sus  ojos,  recibiéndola  al  fin  tan 
completa,  que  en  el  espacio  de  32  años  que  aún  vivió,  nunca  tuvo  necesidad  de  usar 
anteojos. 

El  P.  Alfonso  Hernández,  en  el  catálogo  de  los  escritores  de  la  Orden,  asegura 
que  el  arzobispo  hizo  otros  muchos  milagros,  pero  él  no  los  pone  por  motivo,  dice, 
que  se  está  haciendo  de  ellos  una  información  jurídica:  Multis  post  moriem  miracu- 
lis  clurus,  quae  etsi  nobis  nota,  hic  non  reponimus,  quoniam  de.  eis  processus  juridicus 
instituitur.  Habiéndose  esparcido  por  la  ciudad  la  fama  del  milagro,  arriba  indicado, 
acudió  la  multitud  en  tropel  á  ver  el  cuerpo  del  Santo  Prelado.  Mas  á  pesar  de  los 
esfuerzos  de  los  guardias,  no  se  pudo  evitar  que  fuesen  cortados  casi  todos  sus  há- 
bitos y  sus  cabellos,  que  los  fieles  guardaban  como  reliquias. 

El  P.  Diego  Alvarez  compuso  unos  Comentarios  sobre  el  profeta  Isaías,  un  Ma- 
nual de  Predicadores,  algunos  tratados  de  Teología  y  un  libro  sobre  el  origen  de 
la  herejía  de  Pelagio.  í^ero  su  obra  principal,  que  le  hará  digno  de  eterna  memoria 
entre  los  defensores  de  la  gracia,  es  la  que  tantas  veces  se  imprimió  con  el  título  De 
Auxiliis  divina'  irratiiv.  En  esa  obra,  compuesta  de  doce  libros,  expone  de  una  manera 
magistral,  toda  la  doctrina  de  la  gracia,  tan  necesaria  á  la  criatura  para  mantener- 
la en  la  sumisión  y  dependencia  de  su  Creador.  Este  libro  es  una  obra  maestra  por 
su  dialéctica,  y  es  además  un  arsenal,  donde  se  hallan  toda  clase  de  armas,  ofensi- 
vas y  defensivas  contra  los  adversarios  de  la  gracia  eficaz  por  sí  misma.  En  él  se 
hallan  lf)S  argumentos  más  sólidos  y  más  profundos  en  esta  materia,  argumentos  que 
por  un  lado  son  tan  elevados  y  tan  difíciles,  y  por  otro  tan  familiares  y  tan  comu- 
nes. Qué  cosa  hay  tan  fuera  de  lo  común  y  tan  difícil  como  la  concordia  que  Dios 
tiene  establecida,  en  su  sublime  grandeza,  entre  la  voluntad  y  la  gracia:  Qui  facit 


-  697  — 

concordiam  in  sublimibus  suis?  Qué  cosa  más  famUiar  y  mas  común  que  los  santos 
movimientos  del  que  llama  de  continuo  á  nuestro  corazón:  Ego  sto  ad  ostium  ef  pul- 
so. Mo  hay  objección  coníra  su  doctrina  que  el  P.  AU'arez  no  disuelva  con  !a  lim- 
pidez de  sus  soluciones,  sobre  todo  en  las  Respuestas,  que  él  publica  después  para 
reducir  á  la  nada  las  afirmaciones,  que  le  oponía  la  parte  contraria. 

El  V.  P.  Alvarez  es  el  primero  de  los  discípulos  de  Santo  Tomas,  que  reunió  y 
trató  con  profundidad,  en  una  obra  especial,  todas  las  materias  importantes  sobre  la 
gracia  y  el  libre  albedrío.  A  la  solidez,  profundidad  y  limpidez  de  sus  raciocinios 
junta  el  V.  P.  una  modestia  y  una  moderación  encantadoras.  Se  defiende  unas  veces, 
y  otras  acomete  sin  permitirse  jamás  la  menor  palabra  que  pueda  herir  la  caridad, 
ó  que  dé  muestra  de  vanagloria  ó  jactancia  en  todo  el  proceso  de  una  causa  tan  jus- 
ta y  tan  gloriosa:  más  parece  ser  un  humilde  discípulo  de  la  gracia  que  su  digno  é 
ilustre  defensor.  Confesó  á  Santa  Teresa,  según  consta  de  la  declaración  del  Padre 
Alarcón.  Vid.  página  647. 

R.  P.  Fr.  3uan  Callejo. 

EIP.  Fr.  Juan  Callejo  fué  hijo  del  Real  convento  de  Santa  Cruz  de  Segovia. 
A  juzgar  por  lo  que  dice  el  Sr.  Obispo  de  Monopoli,  debió  hacer  su  profesión  reli- 
giosa en  el  primer  tercio  del  siglo  XVI.  He  aquí  sus  palabras:  (1)  Hánse  criado  en 
este  convento  (de  Santa  Cruz  de  Segovia)  insignes  varones  en  virtud,  religión  y  le- 
tras, y  aunque  de  los  más  no  hay  papeles  que  nos  den  noticia  por  el  olvido  que  en 
esta  parte  tuvieron  siempre  los  pasados,  hay  alguno  de  los  que  han  sucedido  des- 
pués.. ..  El  P.  Fr.  Juan  Callejo,  hombre  digno  de  eterna  memoria  por  su  rara  virtud, 
celo  y  religión.  Fué  más  de  diez  y  seis  años  Maestro  de  novicios  en  este  convento, 
y  siéndolo  (cosa  que  importa  mucho  para  la  crianza  de  los  nuevos)  era  Maestro  de 
toda  virtud.  Enseñábala  con  palabras  y  con  obras.  Persuadía  pobreza,  siendo  muy 
pobre,  oración,  ocupando  mucho  tiempo  en  este  ejercicio;  y  penitencia,  siendo  muy 
riguroso  el  tratamiento  de  su  persona;  libre,  no  solamente  de  todas  las  pretensio- 
nes, y  honras  mundanas,  sino  aún  de  aquellas  que  la  religión  tiene.  Llegó  esto  á  tér- 
mino de  que  ofreciéndose  una  vez  ocasión,  y  queriéndole  hacer  prior  de  su  convento 
de  Santa  Cruz,  fueron  unos  Padres  á  darle  cuenta  de  la  resolución  en  que  estaban. 
Pensarían  por  ventura  que  le  llevaban  alguna  buena  nueva.  El  efecto  que  hizo  la  em- 
bajada fué  embravecerse  contra  ellos,  como  si  le  hubieran  hecho  alguna  gravísima 
ofensa.  En  la  observación  de  las  cosas  de  la  religión  fué  muy  puntual,  señaladamen- 
te en  la  comida,  y  en  levantarse  á  maitines  á  medianoche,  siendo  muy  viejo.  Des- 
pués de  acabados  los  maitines  muchas  noches  se  quedaba  muy  largos  ratos  en  ora- 
ción en  el  coro.  Era  muy  piadoso  con  los  enfermos.  Son  muchos  los  hijos  que  crió, 

(l)    Historia  de  Santo  Domingo  3."  p.  1."  1.°,  e.  32. 


-698- 

hombres  de  muy  grandes  partes  en  letras  y  en  el  gobÍ3rno,  con  que  grandemente 
se  ha  honrado  mucho  la  Provincia  de  Castilla.» 

En  la  información  que  se  hizo  en  Segovia  para  la  beatificación  de  Santa  Teresa 
de  Jesús,  dice  él  mismo:  «Estando  un  día  con  la  Santa  Madre  Teresa  en  esta  ciudad 
de  Segovia,  dándola  el  pésame  de  la  muerte  de  su  hermano  (D.  Lorenzo  de  Cepeda) 
la  Santa  le  respondió  «que  aunque  como  miserable,  luego  que  supo  la  nueva,  lo  ha- 
bía sentido  y  dádole  pena;  pero  que  ya  más  le  tenía  envidia  que  no  compasión,  y 
que  le  había  dicho  un  Te  Deiim  laudamus.» 

R.  P.  Fr.  Pedro  Roncero. 

Uno  de  los  conventos  más  observantes  que  la  orden  de  Santo  Domingo  tenía  en 
Castilla  era  sin  duda  el  llamado  de  Nuestra  Señora  de  la  Pefia  de  Francia,  en  Sala- 
manca. Entre  los  hijos  que  ha  tenido  este  convento,  Santuario  de  María  Santísima, 
á  donde  acuden  tantos  peregrinos  á  pedir  remedio  en  sus  necesidades,  fué  el  Padre 
M.  Fr.  Pedro  Romero,  el  cual  fué  muy  aventajado  en  toda  clase  de  letras;  confesor 
del  serenísimo  Alberto  Archiduque  de  Austria,  durante  el  tiempo  que  gobernó  el 
reino  de  Portugal,  en  cuyo  oficio  murió  hacia  el  año  1587,  pues  este  año  le  sucedió 
en  el  oficio  de  confesor  del  Archiduque  Alberto  el  P.  M.  Fr.  Juan  de  las  Cuevas. 
Además  fué  prior  de  Santo  Tomás  de  Avila,  y  de  otros  conventos  de  la  Orden. 

A  este  Padre  aludía  Santa  Teresa,  cuando  escribiendo  desde  Avila  en  1578,  á  Ro- 
que de  Huerta  sobre  la  visita  del  P.  Gracián,  le  decía:  «Algunos  letrados,  y  aún  el 
presentado  Romero,  que  se  lo  pregunte  yo  aquí  decían,  etc.  etc.»  Como  á  gran  le- 
trado le  consultaba  la  Santa  sobre  un  asunto  muy  complicado. 

P.  Fr.  Bartolomé  flguilar 

El  P.  Paulino  Alvarez  en  su  obra  ya  citada,  escribe  lo  siguiente  sobre  este  Domi- 
nico confesor  de  la  Santa:  «Fué  Prior  de  Dominicos  en  Sevilla;  ayudó  á  la  seráfica 
Reformadora  en  la  fundación  de  aquella  ciudad,  y  la  confesó  durante  aquella  estan- 
cia. Estábale  ella  muy  agratlecida,  preguntaba  con  interés  por  el,  encargaba  á  sus 
religiosas  que  lo  mirasen  con  especial  amor,  y  les  decía  que  era  muy  bueno,  que 
para  cosas  de  religión  tenía  más  experiencia  que  otro. 

El  Capitulo  General  que  la  Orden  celebró  en  Bolonia  en  1574,  le  concedió  por 
sus  talentos  y  virtud  el  título  de  Presentado.  Por  eso  no  dudó  Santa  Teresa  en  lla- 
marle muy  hilen  amií;o,  bien  uvisudo  y  muy  bueno. 

R.  P.  Fr.  3uan  de  Orellana. 

Fué  el  P.  M.  Fr.  Juan  de  Orellana  olegial  por  Salamanca,  lector  de  Teología 
de  Avila  y  Regente  del  colegio  de  San  Gregorio  de  Valladolid,  Definidor  de  un  ca- 


-699- 

pítulo  provincial  y  Consultor  general  del  Consejo  Supremo  de  la  Inquisición.  Era 
tan  grande  la  estimación  que  los  Principes  y  Señores  de  España  tenían  de  sus  con- 
sejos que  aún  después  que  por  razón  de  sus  muchos  años,  se  habia  retirado  á  pre- 
pararse para  morir  al  convento  de  Santa  Catalina  de  la  Vera,  Plasencia,  allí  acu- 
dían á  visitarle  y  á  consultarle  en  sus  negocios. 

El  P.  Fr.  Juan  López,  Obispo  de  Monópoli  en  su  historia  de  la  Orden  de  Santo 
Domingo,  al  hablar  de  los  escritores  insignes  que  ha  habido  del  Colegio  de  San 
Gregorio  de  Valladolid,  dice  lo  siguiente:  «Muchos  escritos  de  muy  grande  impor- 
»tancia  han  trabajado  muchos  Padres  Maestros  colegíales  de  este  colegio,  como 

.>fueron  el  P.  M.  Fr.  Juan  de  Orellana,  el  P.  M  Fr.  Juan  de  la  Peña el  P.  M.  Fray 

Juan  de  las  Cuevas  y  otros  muchos,  con  cuyos  papeles  la  doctrina  de  Santo  To- 
-más  en  estos  reinos  y  en  los  extraños  se  ha  dado  á  conocer  sin  consentir  que  le- 
»vanten  falsos  testimonios  al  Santo  Doctor,  de  que  no  se  hace  aquí  memoria,  por  no 
•  haber  llegado  al  molde  sus  escritos.» 

De  estas  líneas  se  deduce  que  el  P.  .M.  Orellana  debió  escribir  algún  libro  so- 
bre Teología  ó  sobre  la  doctrina  de  Santo  Tomás  . 

P.  JYl.  Fr.  Diego  flidereíe. 

Fué  natural  el  P.  Alderete  de  la  ciudad  de  Valladolid  é  hijo  de  D.  Francisco  Fer- 
nández de  Alderete  y  de  Doña  María  de  Quiroga,  hermana  de  D.  Gaspar  de  Quiroga, 
Cardenal  y  Arzobispo  de  Toledo.  El  día  27  de  Agosto  del  año  1550  hacía  su  profesión 
religiosa  nuestro  Fr.  Diego  en  el  convento  de  Salamanca. 

Apenas  comenzó  su  carrera  literaria  dio  tales  muestras  del  claro  ingenio  con  que 
el  cielo  le  había  dotado  que  los  superiores  le  destinaron  al  Colegio  de  San  Grego- 
rio de  Valladolid  en  concepto  de  colegial  para  que  se  formara  en  los  estudios  ma- 
yores con  aquella  juventud  brillante  que  tanta  gloria  dio  á  la  Orden  en  todos  los 
ramos  del  saber  humano.  La  virtud  de  nuestro  colegial  corría  parejas  con  su  talento 
y  aplicación.  Así  es  que  fué  tenido  por  varón  santo,  constante  en  la  observancia  y 
en  la  pobreza  de  espíritu. 

Su  penitencia  fué  increíble;  no  se  sabe  que  en  sesenta  años  de  vida  religiosa 
durmiese  nunca  en  cama.  El  descanso  que  tomaba  era,  ó  en  el  suelo,  ó  en  alguna 
silla,  ó  bien  recostado  ligeramente  en  algún  banco.  En  los  ayunos  muy  riguroso  y 
perseverante.  En  la  oración  y  en  el  coro  muy  asiduo.  Se  distinguió  mucho  por  su 
celo  en  mantener  la  doctrina  de  la  Iglesia  en  toda  su  pureza  y  libre  de  toda  novedad 
contraria  á  la  tradición  y  al  común  sentir  de  los  Doctores  y  Santos  Padres.  Muchos 
conventos  de  la  provincia,  en  particular  los  más  austeros  \'  fervorosos,  como  los 
de  Aranda  de  Duero  y  de  la  Vera  de  Plasencia,  tuviéronle  de  Prior.  Confióle  la 
provincia  la  dirección  y  gobierno  de  estas  casas  segura  de  su  inquebrantable  amor 
á  la  observancia  regular. 


—  700- 

Fué  tal  su  amor  á  la  pobreza  religiosa  que  á  pesar  de  la  posición  opulenta  y  de- 
sahogada de  sus  padres  y  de  su  tio  el  cardenal  Arzobispo  de  Toledo,  D.  Gaspar  de 
Quiroga,  que  le  distinguía  con  especial  cariño,  nunca  quiso  tener  ni  para  si  ni  para 
el  aderezo  de  su  celda,  sino  lo  que  el  más  humilde  religioso. 

El  rey  Felipe  II,  conocedor  de  sus  muchas  virtudes  y  de  sus  grandes  luces  en- 
vióle dos  veces  cédulas  de  Obispados,  las  que  no  aceptó,  llevado  de  su  modestia  y 
humildad.  Su  vida  fué  siempre  un  reflejo  fiel  de  la  vida  de  N.  S.  Patriarca,  pues  nun- 
ca hablaba  sino  de  Dios,  ó  de  cosas  que  se  ordenaran  á  la  perfección  religiosa. 

Lleno  de  méritos  y  virtudes,  después  de  haber  gobernado  muchos  conventos, 
consolado  á  muchos  y  edificado  á  todos  los  que  tratara  con  su  vida  ejemplar,  y  te- 
meroso del  juicio  santo  de  Dios,  se  retiró  á  su  convento  de  Salamanca  á  esperar  su 
última  hora,  preparándose  dignamente  á  comparecer  ante  Dios.  Con  tales  disposi- 
ciones fué  dulce  y  tranquila  su  muerte  y  preciosa  á  los  ojos  del  Señor. 

Al  ocuparnos  de  la  fundación  de  Soria  hemos  hablado  extensamente  de  este 
confesor  de  Santa  Teresa. 


Nota.  Al  terminar  estos  datos  biográficos,  justo  es  que  hagamos  constar  que  en 
su  mayoría  los  debemos  á  la  diligencia  del  P.  Luis  de  Lillo,  archivero  de  este  Cole- 
gio, á  quien  por  este  motivo  estamos  muy  agradecidos. 


ÍNDICE 


Páginas. 


Dedicatoria  del  Autor 

Prólogo  de  D.  Miguel  Mir 

CAPÍTULO  PRELIMINAR.— Caracteres  fundamentales  que 
forman  la  fisonomía  de  Santa  Teresa  de  Jesús.  Causas  que 
favorecieron  su  formación  y  desarrollo 

Tres  títulos  que  corresponden  á  Santa  Teresa:  Santa,  Doctora  y  Re- 
formadora. Palabras  del  P.  Bañez.  Fr.  Luis  de  León.  1  y  2.  Débora 
figura  de  Santa  Teresa.  Palabras  de  Gonet.  Fin  que  la  Santa  se  pro- 
puso en  su  Reforma.  3  y  4.  Disposiciones  para  ser  Santa.  Doña  Ma- 
ría de  Briceño.  5.  Disposiciones  para  ser  Doctora.  Palabras  del  P. 
Ribera.  Ilustres  personajes  con  quienes  comunica  su  espíritu.  5  y 
G.  Comunicación  que  tuvo  con  Relifíiosos  célebres  en  letras  y  san- 
tidad. Los  Carmelitas  San  Juan  de  la  Cruz  y  P.  Gracián.  7.  Francisca- 
nos. San  Pedro  de  Alcántara.  8  y  1».  Padres  Jesuítas.  San  Francisco  de 
Borja.  y  y  10.  Padres  Dominicos.  San  Luís  Beltrán  y  Fr.  Luis  de  Gra- 
nada. 11.  Disposiciones  para  ser  Reformadora.  Presencia  de  ánimo  y 
valor  de  la  Santa.  12.  Fuerza  de  persuasión  en  sus  palabras.  Pontífi- 
ces que  la  ayudan.  Felipe  U.  13.  Asistentes  nombrados  por  el  Rey.  El 
Nuncio.  Personas  de  todas  clases  y  condiciones,  dispuestas  á  secun- 
dar los  planes  de  la  Santa.  14.  Institutos  religiosos.  Objeto  de  nues- 
tro trabajo.  Tres  aspectos  bajo  los  cuales  los  Doiiiinic(»s  influyeron 
en  la  Santa.  15  y  16.  Palabras  de  aliento  que  nos  han  movido  á  pu- 
blicar este  libro.  Palabras  del  ilustre  Académico  Don  Miguel  Mir, 
Pbro.  16.  ídem  de  las  ilustradas  Carmelitas  Descalzas  de  París.  Ídem 


V 
Vil 


—  702- 


Páginas. 


del  M.  I.  Prebendado  de  esta  Apostólica  Iglesia.  Don  Froilán  Perri- 
no.  17  y  18.  Deseos  que  nos  animan  al  publicar  estas  páginas  18. 

Primera  partem— Influencia  que  los  Dominicos  tuvie- 
ron en  la  santidad  de  Teresa  de  Jesús. 

CAPÍTULO  I.— Santa  Teresa  considerada  como  Santa.— 
El  P.  Vicente  Barrón  la  hace  volver  á  la  oración 19 

E.xcelencia  de  la  santidad:  19.  Los  hijos  de  Santo  Domingo  guian  y 
preparan  á  Teresa  para  ser  Santa.  Palabras  de  la  iglesia  y  de  la  Re- 
forma Carmelitana.  Treinta  Padres  Dominicos  Confesores  de  la  San- 
ta: sus  nombres.  20  y  21.  Padres  Barrón,  Garcia  de  Toledo  y  Bá- 
ñez.  Conversión  de  Santa  Teresa.  22.  Sentido  de  la  palabra  conver- 
sión. Palabras  notables  del  P.  Alvarado.  Tres  causas  de  la  tibieza  de 
la  Santa.  23.  Primera  causa:  palabras  de  la  Santa.  24  y  25.  Segun- 
da y  tercera  causa:  palabras  de  la  Santa.  26.  Palabras  sobre  su  pa- 
dre y  muerte  de  éste.  27.  El  P.  Barrón  (confesor  del  padre  de  San- 
ta Teresa),  hace  volver  á  ésta  á  la  oración  y  la  prescribe  la  frecuen- 
te comunión.  Palabras  de  la  Santa,  de  Yepes  y  Ribera.  28  y  29.  ídem 
en  la  Mujer  Grande.  Influencia  suprema  de  los  consejos  del  P.  Ba- 
rrón. 30.  Palabras  de  la  Reforma  Carmelitana.  Prudencia  del  P.  Ba- 
rrón. 31.  Su  comparación  con  el  M.  Daza.  Palabras  déla  Santa. 
La  Mujer  Grande.  Otras  palabras  de  la  Santa.  32  y  33.  Elogio  de  la 
Santa  sobre  el  P.  Barrón.  Don  especial  de  consejo  que  le  asistió  á 
dicho  Padre  34  y  35. 

CAPÍTULO  11.— Se  señalan  y  fijan  los  periodos  de  la  Vida 
de  Santa  Teresa  de  Jesús  en  que  tuvo  por  confesor  al  Do- 
minico P.  Fr.  Vicente  Barrón 37 

Santa  Teresa  ai  principio  de  su  Reforma  consulta  á  los  grandes  letra- 
dos de  la  Orden  de  Santo  Domingo.  Palabras  de  la  Santa  en  que 
nombra  á  los  Padres  Barrón,  Ibáñez,  Báñez,  Chaves,  Medina,  Me- 
neses,  Salinas,  Lunar,  Yanguas.  37  y  38.  El  año  y  medio  que  confesó 
en  Toledo  no  pudo  ser  antes  de  1568.  39  y  40.  Yepes,  Velázquez  y 
Yanguas.  40.  Permanencia  en  Toledo  y  nombres  que  daba  á  su  con- 
vento de  Descalzas.  Temple.  41.  Los  muchos  años  que  la  Santa  con- 
fesó con  el  P.  Barrón  fueron  los  de  su  juventud.  42  Sendero:  confir- 
mación de  la  Santa.  Favores  en  la  Iglesia  de  Santo  Tomás.  43.  Pala- 
bras de  la  Santa.  44.  Declaración  de  Doña  Guiomar.  Los  muchos  pe- 
cados que  la  Santa  confesó  en  Santo  Tomás.  4.5.  Cuáles  fueron  esos 


-703- 


Páginas. 


pecados  de  los  tiempos  pasados.  Tres  periodos  que  la  Santa  confe- 
só con  el  P.  Barrón.  46. 

CAPÍTULO  III.— Carácter  de  las  amistades  de  Teresa  de 
Jesús  y  prudencia  del  P.  Barrón 47 

Inteligencia  de  algunas  palabras  de  la  Santa.  No  perdió  la  inocencia 
bautismal.  47.  Ignorancia  que  tenía  acerca  de  las  tentaciones  contra 
la  castidad.  Ribera.  Yanguas.  4^.  Declaración  de  doña  Mencia.  ídem 
de  Sor  Petronila.  ídem  de  Santa  Teresa  y  la  Reforma.  50.  Móvil  en  . 
sus  amistades.  Cátulo  Méndez.  50.  Prudencia  del  P.  Barrón.  Confir- 
mación del  Sr.  Yepes.  Cómo  y  desde  cuándo  se  han  de  contar  los  17 
años  de  que  la  Santa  habla.  51.  Palabras  de  la  Santa.  52  y  53.  ídem 
de  la  Mujer  Grande.  54.  Cuadro  cronológico.  55.  Palabras  del  Pro- 
vincial Carmelita.  56. 

CAPÍTULO  IV.— Santa  Teresa  y  el  P.  García  de  Toledo.  57 

Santa  Teresa  se  traslada  á  Toledo.  Su  devoción  á  nuestra  Iglesia.  P. 
Gallo.  57.  Suceso  maravilloso  con  un  Padre  Dominico  en  Toledo.  58. 
Palabras  de  la  Santa.  59  y  siguientes.  Visión  de  la  Santa  acerca  de 
la  Orden  de  Santo  Domingo.  62  y  63.  Testimonio  de  Ribera.  63,64 
y  65.  Testimonio  de  Maria  de  San  José  y  de  los  Bolandos.  65.  Con- 
tinúan las  palabras  de  la  Santa.  66.  ¿Quién  fué  el  P.  Dominico? 
Opinión  de  los  antiguos  biógrafos.  ídem  de  los  modernos.  67.  Ma- 
dres Carmelitas  de  París.  68  y  69.  Don  Miguel  Mir.  69.  Cree- 
mos con  estos  respetables  autores  que  el  dominico  fué  el  P.  García 
de  Toledo.  69.  Influencia  de  este  Padre  en  la  santidad  de  Teresa  de 
Jesús.  70.  La  dispensa  el  voto.  71  y  72.  Comunicación  que  la  Santa 
tuvo  con  este  Padre  híista  la  muerte.  Declaración  de  Teresita  y  car- 
tas de  la  Santa.  73. 

CAPÍTULO  V.  — Cualidades  que  exige  Santa  Teresa  en  un 
buen  confesor.  Todas  ellas  resaltan  de  una  manera  espe- 
cial en  los  Dominicos  que  dirigen  su  espíritu 75 

Palabras  de  Santa  Teresa  en  recomendación  de  los  letrados.  76  y  77. 
Experiencia  y  buen  entendimiento.  77  y  78.  Preferencia  que  da  á  las 
letras.  78.  Busca  éstas  en  los  hijos  de  Santo  Domingo.  79.  Palabras 
del  jesuíta  Gil  González.  80.  La  Santa  da  siempre  á  los  hijos  de  San- 
to Domingo  el  dictado  de  grandes  y  muy  grandes  letrados.  80  y  81. 
Experiencia  que  tenían  de  las  cosas  sobrenaturales.  81  y  82.  Gran 
entendiniicnti).  83.  Influencia  en  la  buena  dirección.  :'4.  ¿Quiénes, 


—  704- 


Páginas. 


en  cierto  modo,  detuvieron  á  la  Santa  de  progresar  en  la  santidad? 
85  y  86.  ¿Quiénes  la  dirigieron  bien?  87.  Conclusión  final.  88.  Pala- 
bras del  Sr.  Yepes,  que  resumen  lo  dicho  en  el  presente  capítulo,  y 
algunas  declaraciones  relativas  á  los  Padres  Báñez,  Medina,  Yan- 
guas,  Callejo,  Luna,  Ibáñez,  Mancio  y  otros  Padres  Dominicos.  Tra- 
tado del  P.  Ibáñez  en  defensa  del  espíritu  de  Santa  Teresa.  No  pue- 
de atribuirse  á  ningún  jesuíta.  Es  gratuita  la  afirmación  del  P.  Ribe- 
ra sobre  este  punto.  Declaración  de  Teresita  acerca  del  mismo  Pa- 
dre en  una  Junta  celebrada  en  Avila.  88  y  siguientes. 

Segunda  partem— Influencia  que  los  Dominicos  tuvie- 
ron en  la  doctrina  y  escritos  de  Santa  Teresa  de  Jesús. 

CAPÍTULO  I.— Escritos  de  Santa  Teresa 103 

Los  Dominicos  influyen  no  sólo  en  la  santidad  sino  también  en  los  es- 
critos de  Santa  Teresa.  103.  Recomendación  de  estos  escritos.  104. 
Enumeración  de  ellos.  104,  105  y  10(5,  Clasificación  en  dos  grupos. 
Razón  de  esta  clasificación.  106.  \.  libro  de  las  Relaciones.  107,  108 
y  109.  II.  Consejos  ó  Avisos.  109  y  110.  111.  Modo  de  visitar  los 
Conventos.  110.  IV.  Exclamaciones.  110  y  111.  V.  Poesías,  Tam- 
boril, silbatos.  112.- VI.  Cartas.  Excelencia  délas  Cartas  de  Santa 
Teresa  sobre  los  demás  escritos  suyos.  Palabras  del  V.  Palafox.  113. 
Multitud  de  cartas  que  la  Santa  escribió.  113  y  114.  Cartas  á  Domi- 
nicos y  á  Felipe  II.  Después  de  las  canónicas,  difícilmente  habrá  car- 
tas que  se  puedan  comparar  con  las  de  la  Santa.  114  y  1 15. 

CAPÍTULO  IL-Del  libro  de  la  Vida  de  Santa  Teresa  y 
los  PP.  Pedro  Ibáñez,  García  de  Toledo  y  Domingo  Bá- 
ñ^'^ 117 

Santa  Teresa  llama  al  libro  de  la  Vida  el  libro  de  las  Misericordias 
de  Dios.  1 17.  Comparación  con  la  Suma  de  Santo  Tomás.  Contiene 
todo  lo  que  después  escribió  en  el  Camino  de  Perfección  y  en  las 
Moradas.  1 18.  Síntesis  que  de  él  hacen  el  Sr.  La  Fuente  y  el  P.  Ri- 
bera. 1 19.  Palabras  de  la  Santa  que  confirman  el  juicio  formado  por 
estos  biógrafos.  1 19  y  120.  Juicio  critico  del  Sr.  La  Fuente  sobre  este 
iihrn.  120.  Le  escribió  por  obediencia.  Tuvo  defensores  y  contradic- 
tores. 121.  Primera  redacción  debida  al  I'.  Ibáñez.  Segunda  al  P. 
Garda  de  Toledo.  TestiniíMiios  del  Sr.  La  Fuente  y  Reforma  Carme- 
litana. 122,  12.3,  124,  125,  126  y  127.  La  omisión  de  la  palabra  Com- 
pañía en  el  capitulo  .3S  n»  puede  atribuirse  al  Dominico  P.  Medí- 


-705  — 


Páginas. 


lui.  Razones  que  lo  demuestran.  Palabras  inconvenientes  del  Sr.  La 
Fuente.  Omisión  en  las  Moradas  de  otras  palabras.  Carta  de  la  Prio- 
ra actual  de  Sevilla.  Confesión  del  P.  Pons.  123,  124,  125  y  12G.  Con- 
tradicciones é  inexactitudes  graves  del  jesuíta  P.  Pons.  127,  128  y 
12y.  Testimonio  de  las  Madres  Carmelitas  de  París,  y  por  qué  nom- 
braron al  P.  Báñez,  además  de  los  PP.  Ibáñez  y  García  de  Toledo. 
Palabras  de  la  Santa  y  del  P.  Antonio  de  San  José.  128,  129,  130 
y  131. 

CAPÍTULO  III.— Los  PP.  Domingo  Báñez  y  Hernando  del 
Castillo  y  la  Vida  de  Santa  Teresa  de  Jesús  ante  el  Tri- 
bunal de  la  Inquisición 1 33 

Persecuciones  que  pasó  el  libro  de  la  Vida  de  Santa  Teresa.  Palabras 
del  Cardenal  González  sobre  los  escritos  de  Santa  Teresa.  133.  Prin- 
cesa de  Eboli.  134.  Palabras  de  la  Crónica  Carmelitana.  134  y  135. 
ídem  del  Sr.  La  Fuente  sobre  el  desmán  ocurrido;  ó  sea,  la  delación 
del  libro  de  la  Vida  al  Tribunal  Santo  por  la  princesa  de  Eboli.  De- 
claración del  P.  Báñez.  136  y  137.  La  Vida  de  la  Santa  en  la  Inquisi- 
ción. Palabras  del  Sr.  La  Fuente.  Turbación  de  la  Santa  con  este 
motivo.  138.  No  tuvo  que  sufrir  tanto  en  su  primera  fundación.  Pre- 
caución que  el  P.  Báñez  tomó.  Palabras  de  las  Madres  Carmelitas 
de.  París.  138,  139  y  140.  La  Inquisición  nombra  censores  del  libro 
á  los  Dominicos  Domingo  Báñez  y  Hernando  del  Castillo.  Palabras 
notables  del  historiador  de  la  Reforma  141.  Palabras  del  Sr.  La 
Fuente  sobre  el  P.  Báñez  y  la  censura  que  éste  presentó  al  Santo 
Tribunal.  141  y  142.  Censura  del  P.  Báñez.  143,  144,  145  y  146.  Ra- 
zones en  que  se  apoya  el  Sr.  La  Fuente  para  llamar  notabilísima  á 
esta  censura  y  anteponerla  al  prólogo  de  Fr.  Luis  de  León.  146  y 
147.  Comparación  que  hace  entre  el  célebre  Agustino  y  el  P.  Bañez. 
147.  El  original  de  la  Vida  y  la  censura  se  hallan  en  el  Escorial.  147. 
Esta  censura  debiera  siempre  imprimirse  con  la  Vida.  148.  Censura 
del  P.  Hernando  del  Castillo.  Declaración  de  la  V.  Isabel  de  Santo  . 
Domingo.  148  y  149.  Influencia  grande  de  la  censura  del  P.  Báñez 
ante  el  Santo  Tribunal.  149.  Resumen  de  lo  expuesto  en  este  capí- 
tulo y  en  el  precedente.  Palabras  del  Año  Teresiano.  149,  150  y  151. 

CAPÍTULO  IV.— El  P.  Domingo  Báñez  y  el  Camino  de  Per- 
fección      1 53 

Palabras  de  Santa  Teresa  y  del  Sr.  La  Fuente.  153  y  154.  Capítulos  de 


^lOÍ 


Páginas. 


que  consta.  Originales.  Testimonios  de  Yepes,  la  Mujer  Grande,  Ri- 
bera y  Crónica  de  que  le  escribió  por  mandato  del  P.  Báñez.  154, 
155  y  156.  Fué  aprobado  también  por  el  P.  García  de  Toledo.  De- 
claración de  Isabel  de  Santo  Domingo  sobre  los  libros  de  la  Vida  y 
Camino  de  Perfección.  157.  Síntesis  del  capítulo.  Palabras  notables 
del  Año  Teresiano.  15S.  Palabras  de  Santa  Teresa  relativas  al  P. 
Báñez,  con  las  cuales  termina  su  Camino  de  Perfección.  159. 

CAPÍTULO  V.— <Las  Fundaciones*  y  el  P.  García  de  To- 
ledo   161 

Capítulos  de  que  consta  este  libro  y  su  contenido.  San  Vicente  Fe- 
rrer:  el  P.  Antonio.  161.  Su  importancia,  estilo,  epigramas.  162.  Jui- 
cio diferente  que  hace  la  Santa  de  sus  dos  libros  la  Vida  y  las  Fun- 
daciones. 163.  El  Señor  la  manda  escribir  el  libro  de  las  Fundacio- 
nes. Por  qué  no  apareció  en  la  primera  edición.  164.  Tres  secciones 
en  que  pueden  dividirse  las  Fundaciones  y  que  corresponden  á  tres 
periodos.  165  y  166.  Palabras  inexactas  del  Sr.  La  Fuente  sobre  este 
punto.  167.  Palabras  de  la  Santa  y  tres  conclusiones  que  de  ellas  se 
desprenden,  16  i  y  169.  En  cierto  modo  se  debe  este  libro  al  domi- 
nico P.  García  de  T(?ledo.  Parte  que  tuvo  el  jesuíta  P.  Rípalda.  169, 
170  y  171. 

CAPÍTULO  VI.— KI  libro  de  las  Moradas  y  el  Dominico 
P.  Yanguas 1 73 

Analogía  entre  los  libros  de  Santa  Teresa  y  los  del  Nuevo  Testamen- 
to. Origitial  ílei  libm  de  las  Moradas.  Se  le  manda  escribir  el  P. 
Gracián.  173,  174  y  175.  Dónde  y  año  en  que  le  escribió  175.  Identi- 
dad de  la  doctrina  contenida  en  la  Vida  y  en  las  Moradas.  Palabras 
de  la  Crónica  y  del  P.  Ribera  que  lo  confirman.  176.  ¿Por  qué  en 
parte  este  Libróse  debe  á  los  Dominicos?  177.  Palabras  de  la  San- 
ta en  que  liace  comparación  entre  la  Vida  y  las  Moradas.  177  y 
17H.  Suplica  la  Santa  al  P.  Gracián  que  este  libro  sea  examinado 
por  el  Dominico  P.  Yanguas.  Es  muy  significativa  con  respecto  á  la 
Orden  de  Santo  Domingo  esta  conducta  de  la  Santa.  Palabras  nota- 
pies  del  jesuíta  P.  (iil  González  y  del  V.  Palafox  acerca  de  la  Orden 
Dominicana.  Pasaje  del  Carmelita,  l-'r.  Tomás  de  Aquino.  Algunas  de 
las  notas  marginales  del  P.  Yanguas.  Palabras  de  Santo  Tomás.  179, 
lH<t,  IHl,  182  y  1H3.  Consecuencia  final  ([ue  se  deduce  de  todo  lo 
expuesto  con  respeto  á  los  Dominicos.  184. 


-707- 


Páginas 


CAPÍTULO  VII.  -Los  PP.  García  de  Toledo  y  Domingo 
Báñez  y  el  libro  de  los  Conceptos  del  Amor  de  Dios.  .  185 

Capítulos  de  que  constan  este  libro.  Síntesis  de  él  por  el  Sr.  La  Fuen- 
te. 185.  Nos  consta  que  la  Santa  le  escribió  por  obediencia;  pero  se 
ignora  quién  se  lo  mandó.  Dos  opiniones  inadmisibles  acerca  de  la 
fecha  en  que  fué  escrito.  186  y  187.  La  Santa  le  quemó  obedeciendo 
¿i  un  confesor.  Copia  sacada  furtivamente  y  autenticada  por  el  Do- 
minico P.  Báñez.  187.  Se  ignora  quién  se  lo  mandó  quemar.  Palabras 
de  K)S  PP.  Ribera  y  Alvarez.  188.  ¿Porqué  no  pudo  ser  el  P.  Yan- 
guas,  según  la  Crónica?  Notas  marginales  que  puso  el  P.  Báñez.  188 
y  189.  Testimonios  de  religiosas  que  atribuyen  ese  mandato  al  P. 
Yanguas.  Dificultad  en  armonizar  tales  testimonios  con  otros  he- 
chos y  declaraciones.  189  y  190.  Erudita  y  muy  fundada  defensa  que 
hace  el  Sr.  La  Fuente  del  P.  Yanguas.  190,  191,  192  y  193.  Es  punto 
oscuro  si  la  Santa  escribió  más  de  lo  que  hoy  existe  y  constituye 
este  libro.  Conclusión  final.  193  y  194. 

CAPÍTULO  VIII.- Los  PP.  Báñez,  Pedro  Fernández,  Juan 
de  las  Cuevas  y  las  Constituciones  de  Santa  Teresa ....  195 

Santa  Teresa  redactó  Constituciones  para  su  nueva  Reforma.  Breve  de 
Pío  IV,  autorizándola  para  ello.  195.  Tres  vicisitudes  por  que  pasaron 
las  Constituciones.  Parte  que  tuvieron  en  su  redacción  los  PP.  Bá- 
ñez y  Pedro  Fernandez.  Testimonios  concluyentes  de  la  Crónica  y 
de  Santa  Teresa  sobre  este  punto.  Elogios  del  P.  Pedro.  195,  \96,  197 
y  198.  Tercera  modificación  de  las  mismas  Constituciones,  debida  al 
Dominico  P.  Cuevas.  Memoriales  de  Santa  Teresa  por  parecer  per- 
sona. Otras  palabras  de  la  Santa.  199  y  200.  Testimonios  de  la  Cró- 
nica, del  Sr.  La  Fuente  y  del  P.  Gracián.  201  y  202.  Conclusión  de  los 
testimonios  aducidos.  Otra  prueba  intrínseca  en  favor  de  los  PP.  Do- 
minicos citados.  Otros  Dominicos  que  influyeron  en  la  legislación  de 
la  Orden  Carmelitana  en  tiempo  de  Inocencio  IV.  Las  Constitucio- 
nes del  Convento  de  la  Imagen  de  Alcalá  son  las  primitivas  que  San- 
ta Teresa  implantó  en  su  Reforma.  203,  204  y  205.  Cuadro  compa- 
rativo entre  estas  Constituciones  primitivas  de  la  Santa  y  las  Cons- 
tituciones de  la  Orden  Dominicana.  205,  206,  207  y  208. 

CAPÍTULO  IX.— Conformidad  de  doctrina  entre  Santa  Te- 
resa y  Santo  Tomás 209 

Sabiduría  de  Santa  Teresa.  Dos  grupos  á  que  pueden  reducirse  todos 


708- 


Páginas. 


los  conocimientos.  Testimonio  de  Leibnitz  sobre  los  escritos  de  la 
Santa.  200  y  210.  Palabras  de  la  Santa  sobre  los  movimientos  é  in- 
fluencia de  los  ciclos,  sobre  la  luz  y  el  agua.  210  y  21!.  Su  doctrina 
psicológica.  21 1  y  212.  Testimonio  del  Carmelita  Vallejo.  212.  Verda- 
dera idea  del  libre  albedrio.  Apotegmas  filosóficos.  213.  Su  doctrina 
teológica  conforme  también  en  un  todo  con  la  de  Santo  Tomás.  Doc- 
tor de  Flandes.  Cómo  se  ven  las  cosas  en  Dios  y  otras  ensa'ia.izas 
sobre  los  bienaventurados.  Poder  del  demonio.  Batallas  dj  ésta  con 
los  Angeles  buenos.  214  y  215.  Otras  enseñanzas  sobre  los  díJiJ- 
nios:  locución  é  iluminación  angélica;  padecer  del  alma  y  del  cuer- 
po. 216.  Daños  del  pecado,  conexión  de  las  virtudes,  auxilio  general 
y  particular,  ó  sea  gracia  suficiente  y  efic¿iz,  especies  de  temor.  Mis- 
terio de  la  Santísima  Trinidad.  217.  Palabras  de  la  Santa  sobre  este 
misterio;  clasificación  de  las  visiones;  su  doctrina  sobre  la  humanidad 
de  Nuestro  Señor  Jesucristo.  218.  Pasaje  de  Santo  Tomás  sobre  esto 
mismo.  Arrobamientos,  hablas,  virtudes  de  la  Sagrada  Comunión. 
219,  Sobre  la  edad  en  que  hemos  de  resucitar.  Pasaje  notable  del 
Año  Teresiano  sobre  esta  conformidad  dz  doctrinas.  220  y  221.  Cua- 
dro comparativo  de  doctrinas  de  la  Sar.íi  y  Santo  Tomás:  I.  Mo- 
ción general  y  particular.  221.  II.  Conexión  de  virtudes.  222.  III.  Eu- 
caristía, 223.  ÍV.  Las  potencias  se  distinguen  de  la  esencia  del  alma. 

223.  V.  Distinción  de  las  potencias  entre  si.  224.  VI.  De  sus  actos. 

224.  Vil.  Artífice  bueno  y  malo.  224  y  225.  VIII.  Humanidad  de  Jesu- 
cristo. 225  y  226.- IX.  Libre  albedrio.  227. 

CAPÍTULO  X. -Resumen  de  lo  contenido  en  esta  segunda 
parte 229 

El  libro  de  la  Vida  se  debe  á  los  Dominicos,  PP.  Ibáñcz  y  Garcia  de 
Toledo.  Le  defienden  en  la  Inquisición  los  Dominicos  PP.  Báñez  y 
Hernando  del  Castillo.  22'.»  y  230.  El  Camino  de  Perfección  se  lo 
mandó  escribir  el  P.  B  iñez.  El  pri  nier  fundamento  de  escribir  el 
libro  de  las  Fundaciones  fué  el  P.  Garcia  de  Toledo.  230  y  231. 
Dos  títulos  por  los  que  pertenece  también  el  libro  de  las  Mora- 
das á  los  Dominicos.  231.  Se  ignora  quién  la  mandó  quemar  los 
•  Conceptos  sobre  el  Amor  de  Dios».  Atinadas  observaciones  del  se- 
ñor La  Fuente  sobre  este  punto.  232.  Influencia  de  los  Dominicos 
PP.  H  áñez,  Pedro  Fernández  y  Juan  de  las  Cuevas  en  el  libro  de  kis 
Constituciones.  Palabras  notables  del  V.  Palafox.  232.  Algunos  pa- 
v;n  i.-s  (le-  1,1  S.iiit;i  n.lali\(.s  á  los  letrados  Dominicos.  233.  Palabras 


—  709- 


Páglnas. 


del  Año  Teresiano.  234.  Cuadros  que  se  liallíui  en  la  Capilla  natal 
de  la  Santa  y  lemas  insertt)S  en  ellos.  Tino  y  buen  sentido  que 
presidió  á  la  colocación  de  esos  lenuis.  Palabras  notables  del  exi- 
mio Suárez  de  la  Compañía  de  Jesús.  Santa  Teresa  es  la  Santa  de 
los  sabios  y  letrados.  235  y  23G.  A  los  Dominicos  se  debe  el  que  la 
Santa  empezase  á  escribir  y  lo  que  esto  significa.  A  los  Dominicos 
les  pertenece  Santa  Teresa,  en  cierto  modo,  como  doctora  y  escri- 
tora. 236  y  237. 

Tercera  partem— Influencia  que  los  Dominicos  tuvie- 
ron en  la  grandiosa  obra  de  la  Reforma  Carmelitana  rea- 
lizada por  Santa  Teresa  de  Jesús. 

CAPÍTULO  I. -El  Convento  de  San  José  de  Avila  y  el  Pa- 
dre Pedro  Ibáñez 239 

Los  Padres  Dominicos  moradores  del  Colegio  de  Santo  Tomás  de  Avi- 
la le  dieron  grande  renombre,  ayudando  en  su  primera  fundación  á 
Santa  Teresa.  Fundadores  de  este  Convento.  Fué  más  tarde  Uni- 
versidad. Jovellanos.  Palabras  de  la  Iglesia.  239  240.  Dominicos  que 
la  ayudaron.  Convento  de  la  Encarnación.  Primera  idea  de  Santa 
Teresa  de  emprender  la  Reforma.  24ü  y  241.  Palabras  de  la  Santa. 
241,242  y  243.  Análisis  de  estas  palabras  y  lo  que  de  ellas  se  dedu- 
ce respecto  á  la  indecisión  del  Jesuíta  P.  Alvarez.  Testimonio  de  la 
Crónica  de  la  Reforma  que  confirma  este  mismo  sentido  de  las  pa- 
labras: prudencia  humana.  Otro  testimonio  del  Año  Teresiano  243, 
244  y  245.  Santa  Teresa  y  Doña  Quiomar  hablan  al  Dominico  padre 
Pedro  Ibáñez.  Aprueba  éste  el  proyecto  de  la  Santa  y  se  constituye 
su  defensor  contra  el  que  la  combata.  Palabras  del  P.  Ribera  y  de 
Santa  Teresa.  245,  246  y  247.  Comparación  entre  el  jesuíta  P.  Alva- 
rez y  el  dominico  P.  Ibáñez.  Palabras  del  Año  Teresiano.  Explica- 
ción poco  aceptable  del  P.  Ribera.  247,  248  y  249.  Alboroto  de  la 
ciudad  y  del  monasterio  de  la  Encarnación.  Billete  del  P.  Alvarez  á 
Santa  Teresa  en  que  califica  de  sueño  lo  sucedido  y  la  prohibe  en- 
tender más  en  su  Reforma.  Estas  palabras  la  causan  más  pena  que 
todo  junto.  249  y  250.  Palabras  del  Año  Teresiano  confirmando  esto 
mismo.  251.  Conducta  admirable  del  P.  Ibáñez  en  esta  ocasión. 
Palabras  del  Año  Teresiano  sobre  Santo  Domingo  y  sus  hijos.  251  y 
252.  Después  de  lo  ocurrido,  Santa  Teresa  manifiesta  por  primera 
vez  sus  revelaciones  al  P.  Ibáñez,  y  éste  las  aprueba  y  se  aprove- 


—  TÍO  — 


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cha  de  ellas.  Visión  que  en  estos  dias  tuvo  la  Santa  en  esta  Iglesia 
de  Santo  Tomás.  Don  de  discernimiento  de  espiritas  en  el  P.  Ibáñez 
253  y  254.  El  P.  Salazar,  nuevo  Rector  de  la  Compañía.  Disgustos 
que  la  Santa  tuvo  con  el  Provincial  de  los  Jesuítas.  No  osa  este  Rec- 
tor estorbar  el  nuevo  monasterio.  Palabras  de  la  Santa  y  de  la  Cró- 
nica. 255  y  256.  Santa  Teresa  se  traslada  á  Toledo.  Visión  en  San 
Pedro  Mártir.  Su  entrevista  con  la  V.  Ana  de  Jesús.  Se  decide  á 
fundar  sin  renta.  Oposición  del  P.  Ibáñez.  Dios  muda  el  corazón  de 
este  Padre.  Más  tarde  Santa  Teresa  funda  otros  monasterios  con 
renta.  Su  regreso  á  Avila.  257  y  258.  Llega  el  Breve  negociado  por 
el  P.  Ibáñez.  Se  funda  el  primer  monasterio,  día  de  San  Bartolomé. 
Conmemoración  que  se  hace  de  esta  fundación.  La  Santa  es  llama- 
da á  la  Encarnación  y  se  la  mete  en  la  cárcel.  Tiempo  que  la  Santa 
estuvo  en  la  Encarnación.  El  P.  Ibáñez  no  se  halló  en  la  Junta  cele- 
brada en  Avila,  pero  le  trajo  Dios  á  los  pocos  días.  259  y  260.  Con- 
sigue el  P.  Ibáñez  que  la  Santa  venga  definitivamente  á  su  nuevo 
Convento.  Se  despide  de  la  Virgen  de  la  Soterraña.  261.  Mirada  re- 
trospectiva sobre  lo  ocurrido  en  esta  fundación,  y  cuánto  resalta 
el  don  de  consejo  en  el  P.  Ibáñez.  Palabras  del  V.  Palafox  y  de 
Santa  Teresa.  262  y  263.  Comparación  entre  el  jesuíta  P.  Hernando 
del  Águila  que  mandó  á  la  Santa  dar  higas,  y  el  dominico  pa- 
dre Ibáñez.  Tratado  que  éste  escribe  en  defensa  de  Santa  Teresa. 
Palabras  de  la  Santa  y  de  la  Crónica.  264  y  265.  Muere  el  P.  Ibáñez. 
Según  afirmación  de  la  Santa,  el  P.  Ibáñez  no  entró  en  el  Purgatorio. 
Otros  elogios  que  del  mismo  hace  la  Santa.  Carta  de  San  Luis  Bel- 
trán  á  Santa  Teresa.  266  y  267.  Palabras  de  la  Crónica  de  la  Refor- 
ma comentando  esta  carta.  268. 

CAPITULO  II.— El  Convento  de  San  José  de  Avila  y  el  P. 
Maestro  Fr.  Domingo  Báñez 269 

El  P.  Báñez  es  el  director  más  querido  de  Santa  Teresa.  Palabras  del 
Sr.  La  Fuente.  Santa  Teresa  vivía  encantada  de  este  Padre.  Pala- 
bras del  V.  Palafox,  269  y  270.  Junta  celebrada  en  Avila  para  desha- 
cer el  nuevo  monasterio.  Sólo  el  P.  Báñez  defiende  en  ella  á  Santa 
Teresa  y  su  nuevo  Convento.  No  se  explica  que  los  Jesuítas  no  la 
defendieran  en  esta  ocasión,  si  como  supone  gratuitamente  el  P.  Ri- 
bera hubiesen  aprobado  decididamente  su  primera  fundación.  271. 
Palabras  de  Ribera  y  du  la  Crónica  Carmelitana  acerca  del  P.  Bá- 
ñez. 272.  Discurso  del  Corregidor  contra  el  nuevo  monasterio.  273  y 


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Páginas. 


274.  Discurso  del  P.  Báñez  defendiéndole.  275  y  276.  Palabras  de  la 
Crónica.  Conducta  del  P.  Báñez  con  los  grandes  de  la  tierra.  El  dis- 
curso del  Corregidor  comparado  con  el  modo  de  pensar  de  los  habi- 
tantes de  Palencia  y  Burgos.  Otras  palabras  de  la  Crónica.  277  y 
278.  Fecha  en  que  tuvo  lugar  esta  junta.  Recapitulación  de  este  capí- 
tulo y  del  precedente.  Manuscrito  del  Convento  de  Santo  Tomás  de 
Avila.  Palabras  del  Año  Teresiano  sobre  San  Luis  Beltrán,  y  los  PP. 
Pedro  Ibáñez  y  Domingo  Báñez.  279,  280  y  281. 

CAPÍTULO  III.— Fundación  del   Convento  de  Medina  y 

el  P.  Domingo  Báñez.  283 

La  Santa  vive  en  San  José  por  espacio  de  cinco  años.  Los  Padres  Bá- 
ñez y  García  de  Toledo  son  sus  confesores  en  este  tiempo.  Grandes 
mercedes  que  recibe  del  Señor.  283  y  284.  Palabras  de  Isabel  de 
Santo  Domingo  y  del  Sr.  Yepes.  Santidad  de  las  primeras  novicias. 
Llega  el  General  de  la  Orden  á  San  José  de  Avila.  Gozo  que  siente 
este  V.  Padre.  Patentes  para  fundar.  285, 280  y  287.  Santa  Teresa  en- 
vía á  Medina  á  Julián  Dávila  á  fin  de  fundar  allí  otro  Convento.  Con- 
fesores de  muchos  años.  Sentir  de  Santa  Teresa  sobre  esta  materia. 
288  y  289.  Junta  en  Medina.  Defiende  en  ella  á  la  Santa  el  P.  Báñez, 
y  el  Abad  da  la  licencia.  La  Santa  sin  una  blanca.  289.  Murmuración 
en  Avila.  Palabras  de  la  Santa  y  de  la  Clónica.  290.  Análisis  de  las 
palabras  de  la  Santa.  Consulta  con  los  PP.  Báñez  y  García  de  To- 
ledo. Estos  aprueban  la  fundación.  291.  El  13  de  Agosto  de  15G7  sale 
la  Santa  de  Avila  para  Medina.  Encuentra  en  Arévalu  al  P.  Báñez. 
Este  la  anima  y  toma  por  su  cuenta  arreglar  el  pleito  que  ponían  á 
la  Santa  los  .'\gustinos  de  Medina.  Elogio  grande  que  la  Santa  hace 
de  este  Padre.  292  y  293.  Se  dice  la  primera  Misa  el  día  de  la  Asun- 
ción. Resumen  del  capítulo.  Los  Jesuítas  ayudan  á  la  Santa  en  esta 
fundación.  294  y  295. 

CAPÍTULO  IV. —Fundaciones  de  Malag(3n.  Valladolid  y 
Toledo;  y  los  PP.  Báñez,  Castillo  y  Barrón   297 

Sale  la  Santa  de  Medina  y  pasa  por  Madrid  á  fundar  en  Malagón.  anéc- 
dota sobre  Santa  Teresa.  297.  Avisos  que  da  al  Rey.  Visita  el  Con- 
vento de  la  Imagen  de  Alcalá  y  le  da  las  Constituciones  de  San  José 
de  Avila.  298.  El  P.  Báñez  la  manda  que  salga  de  este  Convento  y 
prosiga  sus  fundaciones.  Palabras  de  la  Crónica,  del  Sr.  Yepes  y  de 
Ribera.  Obedece  Santa  Teresa  y  queda  fundado  el  día  de  Ramos  de 


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Págin  as. 


1568,  El  Señor  aprueba  se  funden  los  monasterios  con  renta,  ó  sea 
el  consejo  del  P.  Báñez.  Viene  la  Santa  de  Malagón  cá  Valladolid  pa- 
sando por  Escalona.  Obedece  en  esto  al  P.  García  de  Toledo,  Maes- 
tro de  Novicios  en  Avila.  300  y  301 . 

Fundación  de  Valladolid.  Funda  la  Santa  en  Valladolid  el  día  de  la 
Asunción,  y  predica  el  P.  Hernando  del  Castillo.  Los  Dominicos  asis- 
ten á  la  traslación,  que  se  hizo  del  Convento.  301.  El  P.  Báñez  sos- 
tiene en  su  vocación  de  Descalza  á  Doña  Casilda  de  Padilla.  Elo- 
gio que  Santa  Teresa  hace  de  dicho  Padre.  ídem  del  Año  Teresiano. 
El  P.  Báñez  director  nato  de  este  Convento.  302.  Ayudan  á  la  Santa 
en  esta  fundación  los  Maestros  Osma,  Orelhma,  Suárez,  Meneses  y 
Diego  Alvarez.  Predica  el  P.  Báñez  y  agrada  á  la  Santa.  Palabras  de 
la  Crónica  sobre  el  P.  Pedro  Fernández.  303. 

Fundación  ide  Toledo.  Funda  en  Toledo  en  1569.  Habla  la  Santa  al 
Gobernador.  Defiende  ante  el  Consejo  del  Arzobispo  el  P.  Barrón  la 
nueva  fundación  de  la  Santa.  Palabras  del  jesuíta  P.  Ribera.  304  y 
305.  Síntesis  del  capítulo.  Caso  acaecido  á  un  Dominico  con  un  juga- 
dor. 3(J6  y  307. 

CAPÍTULO  V.— San  Pío  V.  nombra  Visitadores  Apostólicos 
de  la  Orden  del  Carmen  á  los  RR.  PP.  Dominicos  Fr.  Pe- 
dro Fernández  y  Francisco  Vargas .^09 

San  Pío  expide  el  nombramiento  el  20  de  Agosto  de  1569.  Palabras  de 
la  Iglesia  sobre  este  Santo  Pontífice.  ídem  de  la  Crónica.  309, 310  y 
311.  Palabras  de  \'a  Santa  sobre  el  P.  Pedro  y  el  P.  Báñez.  31 1  y  312. 
Santa  Teresa  iníluye  en  este  nombramiento  con  sus  cartas  al  Pontí- 
fice. Declaración  de  Isabel  de  Santo  Domingo.  312.  Idea  general  del 
Pontificado  de  San  Pió  V.  312  y  313.  Los  Visitadores,  sostén  de  la 
Reforma.  313.  Palabras  de  la  Santa  que  lo  confirman.  314.  San  Pío  V 
visita  al  subir  al  cielo  á  Santa  Teresa.  Tradición  sobre  la  celda  de  la 
Encarnación  en  que  esto  sucedió.  314.  Palabras  de  la  Mujer  Grande 
y  del  Año  Teresiano.  314  y  315.  Elogio  de  las  célebres  Madres  Car- 
melitas de  París  sobre  el  P.  Pedro.  316  y  317.  El  P.  Vargas.  317.  Pa- 
labras del  Año  Teresiano.  MH.  Conclusión.  318  y  319. 

CAPÍTULO  VI.  -Fundaciones  de  Carmelitas  Descalzas  y 
Descalzos  en  Pastrana;  y  los  PP.  Vicente  Barrón,  Her- 
nando del  Castillo  y  Pedro  Fernández 321 

Palabras  de  la  Crónica  sobre  estas  fundaciones.  ídem  de  Santa  Tere- 


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sa.  321,  322  y  323.  Conducta  de  la  Santa  digna  de  imitación.  El  P. 
Barrún  la  manda  hacer  estas  fundaciones.  324  y  325.  Juan  de  la  Mi- 
seria. Se  ñmdan  los  dos  Conventos  el  9  y  13  de  Julio.  Consejo  del 
P.  Báñez.  325  y  32G.  Elogio  que  hizo  el  P.  Hernando  del  Castillo  de 
los  Descalzos  de  Pastrana.  Palabras  de  la  Crónica.  326  y  327.  Con- 
sulta Santa  Teresa  al  P.  Báñez  sobre  un  Maestro  de  Novicios  de 
Pastrana.  Carta  del  P.  Báñez  á  Santa  Teresa  sobre  este  Maestro. 
327,  328,329,  330  y  331.  Visita  el  P.  Pedro  los  Conventos  de  Pastra- 
na, y  edificación  que  causa.  327,  328,  329,  330,  331,  332,  333,  334, 
335,  336  y  337.  Ruidosa  traslación  de  las  Descalzas  de  Pastrana  á 
Segovia.  Papel  importante  que  desempeñaron  en  ella  los  Dominicos 
Pedro  Fernández,  Báñez  y  Hernando  del  Castillo.  332, 333,  334,  335, 
336  y  337.  Santa  Teresa  amicisima  de  la  verdad.  El  P.  Pedio  la  lla- 
ma «Teresa  de  la  gran  cabeza».  337.  Efecto  que  causó  en  la  Corte 
de  Madrid  el  testimonio,  en  favor  de  la  Reforma,  de  los  hijos  de 
Santo  Domingo  y  reunión  del  Capítulo.  338. 

CAPÍTULO  VIL— Fundaci{3n  del  Colegio  de  San  Cirilo  y  el 

P.  Pedro  Fernández 339 

Biografía  de  Ambrosio  Mariano  por  Santa  Teresa.  339,  340  y  341.  Asis- 
te la  Santa  á  la  toma  de  hábito  y  profesión  de  éste  y  de  Juan  de  la 
Miseria.  Trata  la  Santa  de  fundar  un  Colegio  de  estudios  para  su 
nueva  Reforma.  340.  Pide  la  licencia  al  Visitador  P.  Pedro.  341.  Este 
la  concede  con  gusto  por  amor  á  la  Santa.  Palabras  de  la  Mujer 
ür¿iiuie.  342  y  343.  El  príncipe  Rui  Gómez  de  Silva  subvenciona 
los  gastos  para  la  fundación,  por  la  buena  información  del  í^.  Her- 
nando del  CastilUo.  Palabras  de  la  Crónica.  343.  Ídem  de  la  Mujer 
Grande.  Otras  palabras  de  la  Crónica  en  alabanza  del  nuevo  Cole- 
gio. 344.  Fué  este  Colegio  la  casa  matriz  donde  se  formaron  tantos 
sabios  de  la  Descalcez.  345.  El  P.  Pedro  con  su  ejemplo  y  exhor- 
taciones influye  poderosamente  en  la  santidad  de  aquellos  jóvenes 
estudiantes.  345.  Palabras  de  la  Crónica.  Ídem  de  1-r.  Luis  de  Gra- 
nada. 346. 

CAPÍTULO  VllL— Fundaciones  de  Salamanca  y  Alba,  y  los 

PP.  Pedro  Fernández  y  Domingo  Báñez.  Otros  sucesos.  347 

Fundación  de  Salamanca.  La  Santa  Funda  en  Salamanca  en  1570. 
Los  Jesuítas  la  prestan  ayuda  en  esta  fundación.  347.  Consejos  de  la 
Santa  á  las  Prioras  sobre  los  confesores  letrados.  María  del  Sacra- 


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Páginas. 


nieiito.  Intervención  del  P.  Pedro  en  esta  fundación.  Santa  Teresa 
nada  podía  hacer  sin  su  permiso.  34S  y  349.  Palabras  de  la  Santa. 
349.  Humillación  de  la  Santa  en  Salamanca,  debida  á  la  volubilidad 
de  Don  Pedro  de  la  Vanda.  349  y  350.  El  P.  Pedro  asigna  á  Santa  Te- 
resa por  conventual  de  Salamanca  hasta  la  muerte.  Idea  feliz  de  este 
Padre.  El  P.  Gracián  la  respeta  y  confirma.  350  y  351.  Palabras  de  la 
Santa  sobre  el  P.  Báñez.  Pidió  para  él  al  Señor  la  Cátedra  de  Pri- 
ma. 852. 

Fundación  de  Alba.  Palabras  de  Santa  Teresa.  La  riñe  el  P.  Báñez 
por  no  querer  fundar  con  renta.  352.  Obedece  al  P.  Báñez  y  funda  un 
Convento  en  esta  Vilia.  Palabras  de  Ribera,  Sr.  Yepes   y  la  Crónica 
sobre  esta  fundación,  y  el  P.  Báñez.  353. 

Otros  sucesos.  Santo  Domingo  y  Santa  Catalina  de  Sena  se  aparecen 
á  la  Santa  en  Salamanca.  Comunica  esta  merced  al  P.  Báñez.  Mila- 
gro del  Santo  Patriarca  por  la  oración  de  la  Santa.  Palabras  nota- 
bles de  Santa  Teresa  sobre  Santa  Catalina.  354.  Devoción  de  la  San- 
ta á  Santo  Domingo  y  á  Santa  Catalina.  355.  Se  traslada  la  Santa  á 
Medina,  y  de  alli  á  Avila.  El  í^.  Pedro  la  conoce  en  Avila  y  queda 
prendado  de  ella.  355  y  356.  Declaración  del  P.  Carvajal.  La  defien- 
de en  Medina  el  P.  Pedro  Fernández  contra  los  atropellos  de  un 
Provincial  Carmelita.  357.  Resumen  del  capítulo.  Declaración  del  pa- 
dre Báñez.  Intento  de  fundar  un  Colegio  de  doncellas  en  Medina, 
intervención  en  este  negocio  de  los  PP.  Pedro  Fernández,  Do- 
mingo Báñez  y  el  Prior  de  San  Andrés.  358  y  359. 

CAPÍTULO  IX.— Santa  Teresa  es  nombrada  Priora  del  Con- 
vento de  la  Encarnación  por  el  Visitador  Dominico  P.  Pe- 
dro Fernández 361 

Palabras  de  la  Crónica  sobre  el  mal  estado  de  este  Convento.  Número 
crecido  de  religicjsas.  301  y  3(i2.  El  P.  Pedro  la  nombra  Priora.  Pa- 
labras de  la  Mujei  Grande.  3ül  y  362.  Repugnancia  de  Santa  Teresa. 
Palabras  que  la  dirige  el  Señor.  Obedece  la  Santa.  Continuación  de 
las  palabras  de  la  Crónica.  Declaración  de  Isabel  de  Santo  Domingo. 
363,  3(>4  y  3(J5.  Relación  diferente  que  hace  de  este  suceso  Doña  Ma- 
ría Pínel.  365  y  366.  Dos  declaraciones  tomadas  del  proceso  de  Avi- 
la. 3()(i  y  .367.  Estratagema  de  la  Santa  Madre,  y  plática  que  dirige  á 
las  Monjas  al  tomar  posesión  de  su  priorato.  367  y  368.  Reforma  sa- 
ludable en  este  Convento.  Palabras  de  la  Santa  que  lo  afirman.  ídem 


715 


Páginas. 


de  una  declaración,  de  la  Crónica  y  del  P.  Antonio  de  San  José.  368 
y  360.  Elogio  que  la  Santa  hizo  de  este  Convento  según  el  testimo- 
nio de  este  mismo  Padre.  A  petición  de  la  Santa  el  P.  Pedro  nombra 
á  San  Juan  de  la  Cruz  y  al  P.  Germán  confesores  de  la  Encarnación. 
Carta  del  P.  Pedro  á  la  Duquesa  ele  Alba,  negííndose  á  que  la  Santa 
se  ausente  de  este  Convento.  369,  370,  371  y  372.  Cede,  por  fin,  el 
P.  Pedro.  Declaración  de  Julián  Dávila  sobre  los  confesores.  372.  Pa- 
labras de  Doña  Maria  Pinel.  Elogio  de  la  Mujer  Grande  sobre  el  P. 
Pedro.  373.  ídem  del  P.  Ribera  y  de  Julián  Dávila.  374.  Sermón  ma- 
ravilloso predicado  en  la  Encarnación  por  un  Padre  de  Santo  Tomás. 
375.  Resumen  sobre  la  prudencia  del  P.  Pedro  en  hacer  Priora  á  San- 
ta Teresa.  376. 

CAPÍTULO  X.— Fundaciones  de  Altomira  y  de  Segovia. 
Visita  Santa  Teresa  la  cueva  de  Santo  Domingo  en  Sego- 
via. Fundación  de  Veas 377 

Fundaciones  de  Altomira  y  Segovia.— El  Padre  Pedro  da  licencia  para 
fundar  Convento  de  Descalzos  en  Altomira.  Nombra  vicario  del  nue- 
vo Convento.  Se  funda  también  con  su  licencia  el  Convento  de  re- 
ligiosas de  Segovia.  Palabras  de  Santa  Teresa.  377  y  378.  Declara- 
ción copiosa  de  Isabel  de  Santo  Domingo.  378,  379,  380  y  381.  Con- 
tradicciones que  súfrela  Santa  en  esta  fundación.  Palabras  de  la  San- 
ta y  del  Comentador.  380,  381  y  382. 

Visita  la  santa  cueva  de  Segovia.— Historia  y  descripción  de  la  Cueva. 
Favores  que  en  ella  recibe.  PP.  Yanguas  y  Luna.  381,  382,  383  y  384. 
Testimonio  de  Dorotea  de  la  Cruz  hubre  el  P.  Yanguas.  Pasaje 
notable  sobre  este  punto  del  Año   Teresiano.  384,  385,  386  y  387. 

Fundación  de  Veas.  Se  verifica  la  fundación  en  1575.  Palabras  de  la 
Santa  á  intervención  del  P.  Pedro.  Sucesos  en  la  Encarnación.  Opo- 
sición del  P.  Pedro  á  la  multiplicación  de  Conventos.  La  Santa 
aprueba  este  modo  de  pensar.  387,  388  y  389.  El  P.  Pedro  dá  licen- 
cia para  esta  fundación.  Santidad  de  las  religiosas  de  Veas  testificíida 
por  un  Padre  Dominico.  389  y  390. 

CAPÍTULO  XL— Los  Conventos  de  Descalzos  en  Andalu- 
cía y  el  P.  Francisco  Vargas 391 

El  P.  Vargas  gran  promotor  de  la  Reforma  en  Aiidalucia.  391.  Pasaje 
extenso  de  la  Crónica  que  lo  testifica.  392,  393  y  394.  Primer  Con- 
vento de  Descalzos  en  Andalucía,  debido  al  P.  Vargas.  394.  Contiiuia 


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este  Padre  propagando  la  Descalcez.  Palabras  de  la  Mujer  Glande. 
395.  Delega  su  autoridad  en  el  P.  Baltasar  Carmelita.  Patente  de  la 
delegación.  395  y  396.  Consigue  el  P.  Vargas  vengan  los  PP.  Gracián 
y  Mariano.  Carta  que  escribió  al  P.  Mariano  y  palabras  de  la  Mujer 
Grande.  397  y  398.  El  P.  Báñez  trabaja  también  en  este  sentido.  Pa- 
labras de  Santa  Teresa.  398.  Delega  de  nuevo  el  P.  Vargas  su  auto- 
ridad en  el  P.  Gracián.  Patente  de  la  delegación.  Palabras  de  la  Mu- 
jer Grande  y  de  la  Crónica.  399  y  400.  Celo  grande  del  P.  Vargas 
por  la  Reforma.  Carta  que  en  favor  de  los  Descalzos  escribe  al  Rey 
Felipe  II.  Importancia  de  esta  carta.  Otro  testimonio  de  la  Santa  sobre 
el  mismo  P.  Vargas.  401  y  402. 

CAPÍTULO  XII.— Fundación  de  Descalzas  en  Sevilla.  Los 
PP.  Fr.  Bartolomé  de  Aguilar,  Fr.  Baltasar,  Fr.  Pedro  Fer- 
nández, Fr.  García  de  Toledo  y  Fr.  Francisco  Vargas 403 

Los  Carmelitas  obtienen  un  contra-Breve.  El  Nuncio  Honnaneto  nom- 
bra Visitadores  in  solidum  á  Vargí\s  y  Gracián.  403.  Santa  Teresa 
conoce  por  primera  vez  al  P.  Gracián  en  Veas.  No  se  entiende  con 
los  andaluces,  ni  éstos  con  ella.  Pasajes  en  que  afirma  esto  la  Santa. 
No  sucedió  así  con  los  palentinos.  404  y  405.  Palabras  de  la  Santa 
alabando  al  Dominico  Bartolomé  de  Aguilar.  ídem  del  Comentador. 
405  y  406.  Consulta  con  el  P.  Baltasar.  El  P.  Pedro  Fernández 
ayuda  á  las  Descalzas  de  Sevilla  por  encargo  de  la  Santa.  Palabras 
de  la  Santa  y  del  Comentador.  María  de  San  José  es  restablecida  en 
su  oficio  de  Priora.  Ayudan  en  este  caso  los  PP.  Pedro  y  Hernando 
del  Castillo.  Palabras  del  P.  Antonio  de  San  José.  406.  407  y  408.  Pa- 
labras de  la  Santa  sobre  el  P.  García  de  Toledo.  408.  El  P.  Cuevas 
defiende  á  María  de  San  José.  Los  Calzados  obtienen  un  Breve  para 
impedir  la  visita  de  Gracián.  El  P.  Vargas  recoge  este  Breve.  Carta 
del  Rey  con  este  motivo.  409  y  410.  Ordenaciones  del  Capítulo  Ge- 
neral de  Plasencia  y  del  Nuncio  Honnaneto.  410  y  411.  Resumen  del 
Capítulo.  411  y  412. 

CAPÍTULO  Xlll.  -Arrecia  la  tempestad  contra  la  Descal- 
cez. 1-1  P.  Pedro  l-ernández.  Caridad  de  los  Dominicos. 
Un  letrado  dominico 413 

Empieza  el  periodo  más  álgido  de  la  persecución  contra  la  Reforma. 
413.  Pa.saje  extenso  de  Santa  Teresa  en  que  la  describe,  414,  415, 
416  y  417.  Amor  de  los  Duques  de  Alba  á  la  Santa  y  su  Reforma. 


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Páginas. 


Procuran  enviar  al  P.  Pedro  Fernández  á  Madrid  para  que  la  de- 
fienda ante  el  Nuncio.  Santa  Teresa  califica  este  pensamiento  de 
traza  venida  del  ciclo.  417  y  418.  Palabras  de  la  Santa  y  del  Comen- 
tador. 418.  Caridad  de  los  Dominicos  de  Avila.  Parecer  de  un  letrado 
dominico.  Palabras  de  la  Santa  y  del  Comentador.  419.  El  parecer 
del  dominico  es  aprobado  por  las  Universidades  de  Alcalá  y  Sala- 
manca. Prevención  grande  del  Nuncio  contra  Santa  Teresa.  Con- 
cepto que  de  ella  tenía  formado.  419  y  42J.  Carta  de  la  Santa  al  Rey. 
Resumen  del  capitulo.  421,  422  y  423. 

CAPÍTULO  XIV.— Señala  el  Rey  cuatro  asistentes  al  Nun- 
cio, entre  ellos  á  los  dominicos  Hernando  del  Castillo  y 
Pedro  Fernández.  Suceso  misterioso  que  tuvo  lugar  en 
este  tiempo. 425 

El  P.  Podro  habla  al  Nuncio,  al  Rey  y  al  Conde  de  Tendilla.  Palabras 
del  Rey  al  Nuncio.  Impresión  que  le  causaron.  425.  Trata  el  Nuncio 
de  justificar  su  conducta  y  pide  se  le  señalen  consejeros.  Nombra  el 
Rey  á  Luis  Manrique,  Lorenzo  de  Villavicencio,  Pedro  Fernández  y 
Hernando  del  Castillo.  Bio^n-afia  del  agustino  Villavicencio.  42G  y 
427.  Confianza  especial  en  los  dominicos.  Especialísima  en  el  P.  Pe- 
dro. Palabras  de  la  Santa,  del  P.  Antonio  de  San  José  y  del  Sr.  La 
Fuente.  428  y  429.  Entrev  sta  del  P.  Castillo  en  Toledo  con  Santa  Te- 
resa. Palabras  notables  del  Año  Teresiano.  430.  Prudencia  de  les 
Asistentes  con  el  Nuncio.  Cons  gu3n  el  nombramiento  del  P.  Salazar 
para  Vicario  General  de  la  Descalcez;  patente  de  este  nombramiento. 
431,  432,  433  y  434.  Instrucciones  que  le  da  el  Nuncio.  Alegría  de  la 
Descalcez  con  este  nombramiento.  Triunfo  que  con  esto  consiguen 
los  Asistentes.  Palabras  de  la  Mujer  Grande.  433,  434  y  435.  Funda- 
ción de  Villanueva  de  la  Jara.  Alegría  de  Santa  Teresa  al  ver  en  la 
procesión  un  Fraile  Dominico.  Pasaje  notable  del  Año  Teresiano 
sobre  este  punto.  436,  437,  y  438.  Suceso  misterioso  del  perro,  repre- 
s-íntando  á  N.  P.  Santo  Domingo.  Relación  del  suceso  por  el  Ilustri- 
simo  Yepcs.  ídem  por  el  Año  Teresiano.  439,  440  y  441. 

CAPÍTULO  XV.— Continúan  las  sesiones  de  los  Asistentes 

con  el  Nuncio.  El  P.  Chaves 443 

El  gobierno  del  P.  Ángel  de  Salazar  sólo  era  una  cosa  interina.  Los 
Asistentes  trabajan  con  el  Nuncio  para  c|ue  éste  pida  la  separa- 
ción in  perpctuum  de  Calzados  y  Descalzos.  Se  decide  el  Nuncio  á 


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pedirla.  Informe  trabajado  por  los  Asistentes,  que  el  Nuncio  presenta 
al  Rey.  443.  Copia  literal  de  este  informe  magistra'.  444  y  siguientes. 
Idea  capital  que  domina  en  el  informe.  451.  Diversos  pasajes  de  Santa 
Teresa  en  que  suspira  por  ia  separación  de  Provincia.  452  y  453. 
Santa  Teresa  se  vale  del  P.  Chaves  para  este  fin.  Elogio  que  la  Santa 
hace  de  este  padre,  diciendo  que  «era  muy  cuerdo».  Elogio  del  mis- 
mo por  el  V.  Palafox.  454  y  455.  Fué  modelo  de  confesores  de  Re- 
yes. Le  escribe  Santa  Teresa.  456.  Resumen  de  lo  expuesto  en  el  ca- 
pitulo. Observación  importante  y  sentido  que  tiene.  457  y  458. 

CAPÍTULO  XVI.— Decreto  de  separación.  El  Cardenal  Do- 
minico Blancis.  Los  PP.  Pedro  Fernández  y  Juan  de  las 
Cuevas.  Otros  Dominicos • 459 

Salen  para  Roma  en  secreto  dos  Descalzos  á  negociar  la  separación. 
Los  Dominicos  como  amigos  confidentes  en  este  secreto.  459.  Son 
bien  recibidos  en  Roma  por  tres  Cardenales,  en  especial  por  el  Car- 
'denal  Blancis  Dominico  y  Obispo  de  Tiano.  Agrada  la  idea  de  la  se- 
paración á  los  demás  Cardenales  y  al  Papa.  Se  expide  el  Breve  de 
separación  el  22  de  Junio  de  1530.460.  Santa  Teresa  funda  en  este 
tiempo  su  convento  de  Patencia.  Ayuda  que  los  jesuítas  la  prestan  en 
esta  fundación.  461.  Llegan  de  Roma  á  Toledo  los  PP.  Descalzos. 
461.  Alegría  co.nún  de  toda  la  Descalcez.  Llega  el  Breve  á  manos  del 
Rey.  Su  contenido.  Viene  nombrado  para  presidir  el  Capítulo  el  Arzo- 
bispo de  Sevilla.  Muere  éste  y  el  Rey  propone  al  P.  Pedro  Fernán- 
dez. 462  y  463.  Su'Síuitidad  nombra  al  P.  Pedro  presidente  del  Ca- 
pítulo de  Separación.  Le  encarga  al  P.  üracián  participe  este  nom- 
bramiento al  P.  Pedro.  Carta  del  Rey  al  P.  Gracián  con  este  motivo. 
464.  Parte  el  P.  üracián  á  Salamanca,  donde  encuentra  moribundo  al 
P.  Pedrít.  I^alabras  de  éste  acerca  de  la  Reforma.  Muere  el  P.  Pedro, 
y  es  nombrado  para  presidir  el  Capitulo  el  Dominico  Juan  de  las 
Cuevas,  Prior  en  Talavera.  Breve  de  Gregorio  XIIL  465,  466  y  467. 
Palabras  de  Santa  Teresa  y  del  P.  Antonio  de  San  José  sobre  la 
separación.  El  P.  Prior  de  los  Dominicos  de  Atocha  trabaja  para  la 
fundación  de  Madrid.  4()6,  4()7  y  46H.  Santa  Teresa  encarga  oracio- 
nes á  sus  hijas  por  el  P.  Pedro.  Elogio  de  este  Padre.  Resumen  del 
Capitulo.  46H,  469  y  470. 

CAPÍTULO  XVII.  -Capitulo  dcSeparación  celebrado  en  Al- 
cal.'i  (le  I  leñares,  y  el  R.  P.  Alaestrcj  l'r.  Juan  de  las  Cuevas.  471 


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Importancia  de  este  Capítnlo.— I.— Intervención  de  los  Do- 
minicos antes  del  Capítulo 471 

Escribe  el  Rey  al  P.  Cuevas,  y  éste  le  cor.testa.  Otra  carta  del  Rey  al 
mismo  padre.  Texto  de  ella.  472  y  473.  El  P.  Cuevas  cumple  en  Ma- 
drid con  el  Nuncio.  Notifica  su  comisión  al  P.  Salazar.  Envía  convo- 
catorias á  los  Priores  Descalzos.  Escribe  también  á  las  Descalzas. 
473.  Santa  Teresa  escribe  á  algunos  délos  Vocales.  El  padre 
Cuevas  se  traslada  á  Alcalá.  Nombres  de  los  Vocales.  Proimncia 
Cuevas  el  3  de  Marzo  de  1581  el  auto  de  separación.  Dos  cosas 
importantes  que  se  deben  tener  presentes.  474  y  75.  Primera:  Im- 
portantes memoriales  que  la  Santa  envía  al  Capitulo  para  el  buen  go- 
bierno de  Descalzas  y  Descalzos.  Palabras  de  la  Santa.  476,  477, 
478,  479,  480, 481, 482  y  483.  Segunda:  Santa  Teresa  trabaja  porque 
salga  Provincial  el  P.  Gracián.  Cartas  de  la  Santa  que  testifican  su 
empeño  483,  484  y  485.  Escribe  en  este  sentido  al  Comisario  P.  Cue- 
vas. 486  y  487. 

II.— Intervención  de  los  Dominicos  en  el  Capítulo 487 

Elección  de  los  Definidores.  487  y  488.  Se  dividen  los  Electores  y  re- 
sulta elegido  sólo  por  un  voto  más  el  P.  Gracián.  488  y  489.  Con- 
ducta prudentísima  del  P.  Cuevas.  Prevención  del  Cronista  contra 
el  P.  Gracián,  y  el  por  qué  de  ella.  489  y  490.  Se  debe  á  la  maña  del 
P.  Cuevas  el  que  triunfase  el  candidato  de  la  Santa,  490  y  491.  Se 
arreglan  en  este  capítulo  las  Constituciones,  y  el  P.  Cuevas  dá 
cuenta  de  todo  al  General.  491.  Termina  su  comisión  el  P.  Cuevas,  y 
se  despide.  La  Corte,  el  Nuncio  y  el  Rey  alaban  su  conducta.  Este 
agradecido  le  nombra  Obispo  de  Avila.  492. 
III.— Intervención  de  los  Dominicos  después  del  Capítulo. .  492 

Gozo  de  Santa  Teresa  al  saber  la  elección  del  P.  Gracián.  Elogio  que 
la  Santa  hace  del  P.  Cuevas.  Su  agradecimiento  al  mismo  Padre.  492 
y  493.  Consejos  que  da  la  Santa  al  nuevo  Provincial,  apoyándose  en 
la  autoridad  respetable  del  P,  Cuevas.  494.  El  P.  Cuevas  satisface  á 
las  quejas  de  los  Padres  Calzados.  Resumen  de  todo  el  Capitulo.  495 
Testimonio  del  Año   Tercsiano,  495  y  49rt.  Palabras  celestiales  de 
Santa  Teresa.  496,  497  y  49S. 
CAPÍTULO  XVIIl.  — Fundaciones  de  Soria  y  Burgos,  y  los 
PP.  Alderete,  Vallejoy  Arcediano.  Epitafio  del  P.  Yanguas 
en  el  sepulcro  de  Santa  Teresa 499 


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Páginas. 


Expresiones  cariñosas  de  la  Santa  al  P.  Gracián,  y  fundación  que  hace 
en  Soria.  499  y  500.  El  P.  Alderete  ayuda  á  la  Santa  en  el  negocio  de 
Doña  Elena  de  Quiroga.  Elogio  que  la  Santa  hace  de  la  santidad  de 
este  V.  Padre.  Palabras  del  P.  Antonio  de  San  José.  500  y  501.  Ayuda 
también  á  la  Santa  en  Soria  el  P.  Vallejo  y  le  encarga  confiese  á  sus 
hijas.  501  y  502. 

Palabras  de  la  Santa  sobre  los  Doninicos  y  Padres  de  la  Compañía. 
Los  Pontones.  Palabras  graciosas  de  la  Santa.  El  Agustino  P.  Santo- 
tis.  502.  Declaración  del  P.  Prior  de  San  Pablo.  La  ayuda  también  el 
Dominico  P.  Marta.  La  Santa  sale  de  Burgos  el  20  de  Septiembre  de 
1582  para  Alba.  502  y  503.  Su  muerte  en  4  de  Octubre  de  1582.  503. 

Testimonio  del  Sr.  Yepes.  El  P.  Yanguas  confesó  por  espacio  de  ocho 
años  á  la  Santa.  Expresivos  versos  del  P.  Yanguas.  Resumen  del 
Capitulo.  504,  y  siguientes. 

CAPÍTULO  XIX.— Defensa  que  hace  el  P.  Domingo  Báñez 
de  las  Descalzas  ante  el  Vicario  General  de  la  Reforma, 
M.  R.  P.  Fr.  Nicolás  de  Jesús  Doria 507 

Hecho  excepcional  ocurrido  ocho  años  después  de  la  muerte  de  la 
Santa.  Los  PP.  Carmelitas  intentan  desentenderse  de  las  Monjas. 
Los  PP.  Gracián,  Báñez  y  Fr.  Luis  de  León  abogan  en  favor  de 
ellas.  507  y  508.  El  P.  Báñez  se  presenta  al  P.  Doria  y  le  habla  con 
grande  interés.  Contestación  del  P.  Doria.  Salida  del  P.  Báñez.  Re- 
plica el  P.  Doria.  Palabras  del  Rey  sobre  el  P.  Báñez.  508,  509,  510 
y  51 1.  Elogio  del  Año  Teresiano  el  P.  Báñez.  Ligereza  del  P.  Pons, 
512.  Producen  efecto  las  palabras  del  P.  Báñez.  La  entrevista  con 
el  P.  Doria  no  puede  atribuirse  á  Fr.  Luis  de  León.  Disgusto  del  Rey 
con  Fr.  Luis  de  León.  Elogio  de  Santa  Teresa  al  P.  Báñez.  513, 
514  y515. 

CAPÍTULO  XX.  — Resumen  de  lo  expuesto  en  esta  obra. 

Alfjjunas  observaciones 517 

I. — Resumen 517 

Dedicatoria  del  Dominico  P.  Gonet.  Se  toma  el  resumen  del  Año  Te- 
resiano. Razón  de  esta  conducta.  517  y  518.  Aparición  de  Santo 
Dominiío  á  Santa  Teresa  en  la  Cueva  de  Seg<ivia.  Hermandad  de  las 
dos  Religiones.  518  y  519.  El  P.  José  de  la  Encarnación.  El  Doctor 
Espino.  Origen  de  esta  hermandad.  520.  Suceso  misterioso  del  perro. 
521  y  .522.  El  P.  I'.arntii  es  el  instrumento  á  quien  debe  el  mundo  el 


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reparo   de  la  Santa  y  su  insigne  virtud.  522  y  523.  Defiende  á  la 
Santa  en  su  primera  fundación  el  P.  Ibáñez.  Por  qué  no  la  defendie- 
ron los  PP.  Jesuítas.  Es  inadmisible  la  causa  que  señala  el  P.  Ribera. 
523,  524  y  525.  Martirio  de  la  Santa  con  la  reprensión  del  jesuíta 
P.  Alvarez.  526.  Actitud  y  grande  ánimo  del  P.  Ibáñez.  526  y  527. 
Defiende  el  P.  Domingo  Báñez  la  nueva  fundación.  El  célebre  poe- 
ta P.  Campaña.  528.  Consigue  el  P.  Ibáñez  venga  definitivamente 
Santa  Teresa  de  la  Encarnación  á  San  José.  Carta  de  San  Luis  Bel- 
trán.  529.  PP.  Ibáñez  y  Báñez.  Testimonio  de  éste.  530.  PP.  Pedro 
Fernández  y  Francisco  Vargas,  Visitadores  Apostólicos.  53Ü  y  531. 
PP.  Hernando  del  Castillo  y  Pedro  Fernández,  Asistentes  con  el 
Nuncio.  Aparición  del  perro.  532.  P.  Cuevas  presidente  del  Capí- 
tulo de  Separación.  El  Cardenal  Hugo.  532  y  533.  Los  dominicos  la 
sacan  de  muchas  ignorancids  que  la  Santa  tenía  por  la  dirección  de 
confesores  poco  letrados.  533, 534  y  535.  Grande  elogio  del  P.  Báñez 
535  y  536.  P.  Barrón,  P.  Ibáñez,  P.  García  de  Toledo,  P.  Chaves, 
etc.  etc.,  Priores  de  Santo  Tomás.  537  y  538.  Síntesis  de  todo  lo 
dicho  por  el  Año  Teresiano.  539. 
II.— Santa  Teresa  durante  toda  su  vida  no  tuvo  ningún  en- 
cuentro con  la  Orden  de  Santo  Domingo.  Su  amistad  con 

esta  Orden  fué  constante 

En  todos  los  escritos  de  la  Santa  no  hay  ni  una  palabra  que  revele  tu- 
viera algún  encuentro  con  la  Orden  Dominicana.  539.  Asunto  de  una 
tal  Samanú.  Palabras  de  la  Santa  y  del  Comentador.  540.  Declaración 
del  Conde  de  los  Arcos.  En  nada  desvirtúa  nuestra  afirmación.  540, 
541  y  542.  Se  prueba  hasta  la  evidencia  que  el  sermón  en  que  fué  la 
Santa  afrentada  tuvo  lugar  en  la  parroquia  de  Santo  Tomé.  Testi- 
monio de  Ribera,  Sr.  Yepes,  Crónica,  la  Mujer  Grande,  Gregorio  de 
Santa  Salomé  y  declaración  de  Teresita.  542,  543,  544,  545  y  546. 
Otra  inexactitud  del  P.  Pons.  Amistad  constante  de  Santa  Teresa  á 
la  Orden  de  Santo  Domingo.  Amistad  de  sus  Padres.  Testamento  de 
su  Madre  Doña  Beatriz.  Santo  Domingo  amigo  por  excelencia  de  la 
Santa.  545  y  546.  Santa  Teresa  y  sus  Religiosas  de  Toledo  son  admi- 
tidas á  la  participación  de  los  bienes  espirituales  de  la  Orden  de 
Santo  Domingo.  Elogio  del  General  Serafín  Cavalli.  547  y  548. 
111.— Observaciones  críticas  alas  notas  y  apéndices  que  el 
P.  Pons  pone  á  la  vida  de  Santa  Teresa  por  el  P.  Ribera. 


Páginas. 


539 


548 

4r. 


—  722  - 


Defecto  capital  del  P.  Pons.  Sus  afirmaciones  contienen  una  parte  de 
verdad,  pero  no  toda.  Desaciertos  del  V.  P.  Baltasar  Alvarez,  del 
Rector  Vázquez  y  del  P.  Fernando  del  Águila.  548  y  549.  Palabras 
notables  de  Santa  Teresa  sobre  los  padres  Jesuítas  Rodrigo  y  Acos- 
ta.  Disgustos  de  la  Santa  con  los  Padres  Jesuítas.  Carta  que  Santa 
Teresa  escribe  al  P.  Juan  Suárez,  Provincial  de  la  Compañía  en  Cas- 
tilla sobre  el  P.  Gaspar  Salazar.  550,  551  y  552.  Comentarios  sobre 
ella  del  V.  Palafox.  553  y  554.  Otras  cartas  de  la  Santa  sobre  ese 
asunto  que  llama  barahunda.  Necesita  la  Santa  escribir  á  Roma  para 
que  los  Jesuítas  de  Andalucía  y  Castilla  estuviesen  más  blandos.  554  y 
555.  Disgustos  con  el  jesuíta  P.  Olea.  Atribuye  este  Padre  á  la  Santa 
tretas  impropias  de  la  Santa  Madre.  Comentario  muy  original  y  opor- 
tuno del  P.  Antonio  San  José.  555  y  556.  Entereza  de  carácter  en  la 
Santa.  Terquedad  del  P.  Olea.  Dicho  agudo  de  la  Santa  sobre  este 
negocio.  Comentario  del  P.  Antonio.  Otro  disgusto  de  Santa  Teresa 
con  los  Jesuítas  de  Valladolíd,  por  los  dineros.  Palabras  apasionadas 
del  Sr.  La  Fuente.  557  y  558.  Falta  de  documentación  á  ciertas  afirma- 
ciones del  P.  Pons.  Palabras  de  San  Juan  de  la  Cruz  sobre  los  Pa- 
dres de  la  Compañía.  Nunca  probará  el  P.  Pons  la  falta  de  auten- 
ticidad de  este  notable  d(Kumento.  553  y  559.  La  carta  de  la  Santa 
á  Cristóbal  R.  M(jya  es  nuiy  dudosa,  por  no  decir  apócrifa.  Palabras 
del  Sr.  La  Fuente.  Síntesis  de  la  carta  de  la  Santa  al  canónigo  Reino- 
so  por  el  P.  Antonio  de  San  José.  Texto  de  la  carta.  560  y  561.  Co- 
mentarios del  P.  Antonio.  561,  562  y  563.  Esfuerzos  inútiles  del  Pa- 
dre Pons  para  probar  que  las  quejas  de  la  Santa  no  van  dirigidas 
contra  la  Compañía.  Quedan  mal  paradas  por  el  P.  Pons  la  lógica  y 
la  gramática.  Incompatibilidad  que  señala  sin  fundamento.    563,  564 
y  565.  Ningún  valor  del  argumento  tomado  del  P.  Fr.  Francisco  de 
Santa  Mana.  Palabras  omitidas  por  el  P.  Pons  que  ponen  en  claro 
la  verdad.  565  y  506.  Ultimo  esfuerzo  del  P.  Pons.  Las  palabras  de 
la  Santa  su  general,  no  pueden  entenderse  del  General  de  los  Car- 
melitas. Verdadera  historia  de  este  suceso.  Genuína  interpretación 
de  las  palabras  de  Santa  Teresa.  C(msejo  al  P.  Pons  sobre  la  lectu- 
ra de  la  Crónica  de  la  Reforma.  Las  palabras  de  la  Santa  yo  creo  que 
ellos   dirán  mentira,  deben   t(»marse  proutjacent.  566,  567  y  568. 
Otro  consejo  al  I'.  F^)ns.  Juicio  de  un  Profesor  de  París  sobre  el  P. 
Pons.  Síntesis  de  la  conducta  de  las  Jesuítas  con  Santa  Teresa  569. 

CAPÍTULO  XXI.— Agradecimiento  de  Santa  Teresa  deje- 


Páginas. 


-723- 


Páginas. 


SUS  y  de  sus  hijos  á  la  Orden  de  Santo  Domingo 571 

I.— Correspondencia  de  Santa  Teresa  de  Jesús  con  la  Orden 
Dominicos 571 

El  P.  Ribera  sobre  la  gratitud  de  Santa  Teresa  y  palabras  de  la 
Santa.  571.  Noé  y  Santa  Teresa.  Expresión  de  Santa  Teresa  so- 
bre el  hábito  doniinicantj.  572.  Palabras  de  la  Santa  á  Fr.  Luis  de 
Granada  y  al  P.  García  de  Toledo.  ídem  sobre  el  P.  Baííez  y  Mel- 
chor Cano.  573  y  574.  Otro  Pasaje  de  la  Santa  sobre  algunos  Pa- 
dres de  la  Orden  de  Santo  Domingo.  574,  575  y  57G.  Liberalidad  de 
la  Santa  con  la  Orden  Dominicana.  Suceso  con  el  P.  García  de  To- 
ledo. Su  solicitud  se  extiende  aún  á  las  necesidades  corporales.  576 
y  577.  Santa  Teresa  y  el  P.  Pedro  Ibííñez.  Melchor  Cano  y  Báñez. 
Comercio  mutuo  entre  Santa  Teresa  y  los  Dominicos.  577,  578  y 
579. 

II. — Agradecimiento  de  los  hijos  de  Santa  Teresa  que  siem- 
pre han  debido  á  la  religión  dominicana 580 

Confesión  bellísima  del  Aíw  Tcresiano.  Agradecimiento  de  la  Orden 
de  Santo  Domingo  por  esta  confesión.  Tributo  de  admiración  y  res- 
peto. Cumplen  los  descalzos  tres  órdenes  de  obligaciones  con  los 
hijos  de  Santo  Domingo.  580,  581  y  582.  1."  Imitan  sus  costumbres. 
2."  Reciben,  siguen  y  defienden  su  doctrina.  Han  practicado  en 
punto  á  doctrina  el  dictamen  de  su  Santa  Madre.  582.  Palabras 
notables  sobre  esta  materia  de  los  Salmaticenses,  del  llustrísimo 
Caramuel,  del  doctísimo  Casales  y  del  Conde  de  Maceda.  583  y 
534.  Carta  notabilísima  de  los  Dominicos  de  Tolosa  á  los  Salma- 
ticenses. 585,  580,  587,  588,  589  y  590.  3.=*  Servir  á  la  Orden  de 
Santo  Domingo.  Oficio  del  General  de  los  Carmelitas  Descalzos 
Padre  Pedro  de  Jesús  María  con  la  Orden  dominicana.  Testi- 
monio del  Maestro  dominico  Fr.  Domingo  Pérez.  Costumbre  inme- 
morial en  el  convento  de  San  José  de  Avila  el  día  4  de  Agosto.  Con- 
clusión de  la  Obra.  590  y  591. 

APÉNDICE.— I.— Alusiones  que  Santa  Teresa  hace  en  sus 

cartas  á  diversos  Padres  Dominicos 593 

P.  M.  Fr.  Domingo  Báñez.  593  y  594.  P.  Pedro  Fernández,  Visitador 
Apostólico  de  la  Orden  del  Carmen.  59  <  al  603.  P.  García  de  Tole- 
do, 603  y  604.  P.  Bartolomé  Medina,  604  y  605.  P.  Salucio.  605  al  607. 
P.  Diego  Alderete.  607  y  608.  P.  Bartolomé  Aguilar.  608.  P.  Diego 


—  724  — 


Páginas. 


Chaves,  Confesor  de  Felipe  II.  608  y  609.  P.  Juan  de  las  Cuevas, 
Comisario  y  Presidente  del  Capitulo  de  Separación.  609  y  610. 
P.  Vallejo,  610.  Otras  varias  alusiones  á  Dominicos  que  se  hallan  en 
las  Cartas  de  Santa  Teresa.  611  al  613. 

APÉNDICE.— II.— Cartas  de  Santa  Teresa  á  algunos  Padres 

Dominicos ...        613 

Carta-Relación  al  P.  Pedro  Ibáñez.  613  al  617.  Carta  al  P.  M.  García 
de  Toledo.  617  y  618.  Carta  primera  al  R.  P.  M.  Fr.  Domingo  Báñez. 
618  al  621.  Carta  segunda  al  mismo  Padre.  621  al  623.  Carta  tercera 
al  mismo  Padre.  624.  Carta  cuarta  al  mismo  Padre.  624  al  626.  Carta 
al  V.  P.  M.  Fr.  Luis  de  Granada.  626  al  628. 

APÉNDICE  III. — Algunas  declaraciones  de  PP.  Dominicos 
en  los  Procesos  para  la  canonización  de  Santa  Teresa. . .  628 

Declaración  del  P.  Báñez.  628  al  635.  Declaración  del  P.  Diego  Yan- 
guas.  635  al  640.  Declaración  del  P.  Juan  de  Montalvo,  Predicador 
del  Monasterio  de  Santo  Tomás  de  Avila.  640  y  641.  Declaración  del 
V.  P.  Juan  de  Arcediano,  Prior  del  Convento  de  Santo  Tomás  de 
Avila.  641  y  642.  Declaración  del  P.  Alonso  de  Carvajal,  Prior  del  Mo- 
nasterio de  Santo  Tomás  de  Avila.  642  al  645.  (1).  Declaración  del 
P.  Gabriel  de  Ludeña.  645  y 646.  Declaración  del  P.Juan  de  Alarcón. 
646  al  651.  Segunda  declaración  del  P.Juan  de  Alarcón.  651  y  652. 
Declaración  del  Presentado  Fr.  Juan  de  Medina  en  el  proceso  de  Bur- 
gos. 652  al  054.  Declaración  del  P.  Tomás  Ramírez,  Lector  de  Teolo- 
gía de  San  Pablo  d¿  Burgos.  654  al  656.  Otras  declaraciones.  656. 
Declaración  del  P.  Enrique  Enriquez  de  la  Compañía  de  Jesús.  656. 
El  Dominico  Fr.  Jerónimo  Lanuza.  657.— D.  Andrés  de  Melgoza,  hijo 
del  Alférez  Mayor  de  [burgos.  657.— Sor  Beatriz  de  la  Purificación, 
Carmelita  Descalza  de  Burgos.  658.— P.  Fr.  Bartolomé  Sánchez,  Car- 
melita calzado.  658. 

APÉNDICE  IV.  -Biografías de  algunos  PP.  Dominicos,  con- 
fesores de  Santa  Teresa 658 

\\  Vicente  Barrón.  t)58  al  660.  P.  Pedro  Ibáñez.  660  al  665.  P.  Domingo 
Báñez  6<)5  y  660.  P.  Diego  de  Chaves,  666  y  607.  P.  M.  Fr.  Barto- 
lomé de  Medina.  (j()7  y  6(J8.  P.  M.  Fr.  Felipe  Meneses,  608.  P.  Juan 
de  Salinas.  OfiH  al  670.  P.  Martin  Lunar.  070.   P.  M.  I'r.  Diego   Yaii- 


(I)    Las  informaciones  se  hicieron  en  Avila  en  15'.»5  y  V'>U). 


725 


guas.  G71.  P.  Juan  Velazquez  de  las  Cuevas,  Obispo  de  Avila.  671  al 
674.  P.Juan  Gutiérrez, 674.  P.  Hernando  del  Castillo  674  al  676.  Padre 
García  de  Toledo,  676  al  682.  P.  Pedro  Fernández.  682  y  683.  El 
P.  Mancio  683  al  685.  El  V.  P.  Fr.  Melchor  Cano.  685  al  686.  P.  Bal- 
tasar de  Vargas.  686  y  687.  P.  Luis  de  Barrientos  687  y  688.  El  P.Juan 
de  Arcediano.  688.  R.  P.M.  Pedro  Peredo.  689.  R.  P.  Fr.  Diego  Alva- 
rez.  Arzobispo  de  Trani  en  Ñapóles.  690  R.  P.  Fr.  Juan  Callejo.  697. 
R.  P.  Romero.  698  P.  Fr.  Bartolomé  de  Aguilar.  698  R.  P.  Juan  de 
Orellana.  698  P.  Maestro  Fr.  Diego  Alderete.  699. 


Páginas. 


FE  DE  ERHATA! 


ijin2. 

LlNEA 

ü  IC  E 

li  É  A.SE 

79 

31 

por 

fué 

86 

i'ilt 

ima 

encomendase 

enmendase 

92 

1 

con  ella 

contra  ella 

105 

3 

1564 

1566 

112 

2 

si  el  mesnio  Señor  nos 

si  el  mesmo  Señor  no 

112 

2 

Vida  de  Santa  Teresa, 

cap.  XXIll. 

La   Fuente,   1861,  tomo    1." 
página  502. 

225 

24 

que  lo  entiendo 

que  no  lo  entiendo 

255 

nota  1.^ 

estorbo 

estrecho 

299 

5 

Colegio  de  Santo  Tomás. 

Conventode  MadredeDios. 

372 

1.3 

de  la  nota 

con  qué  como 

con  qué  modo 

380 

13 

fratum  morum 

fratrum  suorum 

468 

9 

de  este  Breve 

este  Breve 

491 

20 

al  Presidente 

el  Presidente 

555 

5 

sus  hijos. 

sus  hijas 

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